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Tzintzun. Revista de estudios históricos

versión On-line ISSN 2007-963Xversión impresa ISSN 1870-719X

Tzintzun. Rev. estud. históricos  no.62 Michoacán jul./dic. 2015

 

Reseñas

 

Knapp, Frank A., Sebastián Lerdo de Tejada

 

Ulises Íñiguez Mendoza

 

México, Universidad Veracruzana-Instituto Nacional de Estudios Históricos de las Revoluciones de México-Secretaría de Educación Pública, 2011 [2a ed. en español], 491 pp.

 

Departamento de Historia, Universidad de Guadalajara.

 

Sebastián Lerdo de Tejada, "que fue la inteligencia detrás del empecinado valor de Juárez, durante la época de la intervención francesa, que se destacó como uno de los prominentes abogados del liberalismo y que fue un orgulloso nacionalista", quien ocupó los más diversos cargos públicos hasta llegar a la primera magistratura, "es, de muy extraña manera, uno de los patriotas y estadistas olvidados de México" (p. 21). Con estas sugerentes palabras inicia el historiador estadounidense Frank A. Knapp Jr., la biografía política de un personaje fundamental en la historia de la reforma mexicana. Frank Knapp se doctoró en la Universidad de Texas en Austin, en 1950, con una tesis titulada A Life of Sebastián Lerdo de Tejada: A Study of Influence and Obscurity; muy celebrada, al año siguiente y con el mismo título, la propia Universidad de Austin la publicó. Once años después, en 1962, la Universidad Veracruzana la tradujo al español y desde entonces no había sido reeditada. Hace tres años y casi medio siglo después, está de nuevo disponible bajo el mismo sello universitario en coedición con el Instituto Nacional de Estudios Históricos de las Revoluciones de México y la Secretaría de Educación Pública. El Instituto y la Secretaría, felizmente, en el mismo año de 2011, reeditaron también las Memorias de Sebastián Lerdo de Tejada, de Adolfo Rogaciano Carrillo, aparecidas sin firma, por primera vez, en 1890, y cuya autoría fue durante largo tiempo motivo de controversias; la nueva publicación incluye un amplio estudio introductorio de Alonso Lujambio. En conjunto, estas dos reediciones son dignas de celebración por los estudiosos del siglo XIX mexicano.

La riqueza y diversidad de fuentes resaltan a través del libro de Knapp: numerosos archivos (en Austin se encuentran varios imprescindibles para este periodo), periódicos mexicanos y estadounidenses, y un buen número de autores contemporáneos. En su intento por acercar al lector a una figura que en 1951 -y en buena medida todavía ahora- permanecía en una especie de limbo historiográfico, se advierte en Knapp una voluntad reivindicadora tan excesiva que termina afectando su objetividad, pero no su vigencia. En efecto, la posteridad de Lerdo de Tejada resultó desproporcionadamente afectada por el hecho de que su periodo presidencial se encontrara entre dos de las más extraordinarias figuras de toda la historia mexicana: Juárez y Díaz. Apenas si es necesario recordar la abismal diferencia en libros, artículos y trabajos de toda índole publicados sobre ambos, en relación a la muy escasa bibliografía que se ha ocupado de don Sebastián (otro tanto ocurre con el cine y la televisión). No en balde, al ocuparse en su momento de la edición estadounidense, Daniel Cosío Villegas tituló su reseña "Sebastián emparedado".1 No es sólo que la obra de Knapp resulte en verdad sobresaliente; mientras que las publicaciones sobre don Benito y don Porfirio siguen multiplicándose en los últimos años, no parece existir sobre Lerdo otro trabajo reciente tan concienzudo como el que emprendió en su momento el joven historiador estadounidense.2

La primera de las virtudes del texto es acercarnos al biografiado con tanta prolijidad no obstante la escasez de fuentes en algunos periodos; es un hecho bien sabido que su vida familiar y personal resulta especialmente oscura y, durante largos tramos casi del todo desconocida. Es así que el historiador se pregunta por su personaje: "¿Qué puede decirse de Lerdo, del hombre, de su carácter y personalidad [...] durante el periodo como rector de San Ildefonso? Y se responde: "Al igual que durante toda su vida esas facetas más íntimas permanecen escurridizas, opacas y desconcertantes" (p. 73). Don Sebastián gozó en vida de una bien ganada fama de tiránico, altivo, orgulloso y distante, y casi con certeza debe haberse sentido satisfecho de no alimentar el morbo de la prensa de su época -que tan salvajemente lo atacó- al ocultar a todo mundo su vida privada. Pero no es éste el único factor determinante en esas zonas incógnitas de su trayectoria; como a pedido expreso del mismo Lerdo de Tejada, ciertos archivos escolares que hubieran brindado valiosos datos se perdieron para siempre.

Veintidós años estuvo vinculado al prestigioso colegio de san Ildefonso, de donde egresó para convertirse en catedrático y luego en su rector durante 11 años, de 1852 a 1863; como estudiante, ahí conoció a José María Iglesias y a Manuel Romero Rubio, quien en la década siguiente se convertiría en uno de sus hombres de confianza (y, a juicio de Lerdo, en el mayor traidor imaginable, al abandonarlo para incorporarse al victorioso carro del porfirismo triunfante). Tras algunos escarceos poco significativos a fines de los años 1850, su inicio "a fondo" en la política mexicana ocurre como diputado federal en 1861 y luego al lado de Juárez, como uno de sus ministros indispensables -el indispensable, quizá- a partir de 1863, en que se inician sus cuatro años de errancia, junto al hombre de Oaxaca. A la muerte de éste, tras menos de seis meses de interinato y de las elecciones en las que triunfa, asume la presidente de la república; siempre dentro de los límites de la accesibilidad de las fuentes, Frank Knapp nos ofrece un minucioso y riguroso análisis de cada periodo, hasta el último y más oscuro: el largo exilio neoyorkino de doce años que comienza unos meses después de su derrocamiento y termina con su solitaria muerte (1877-1889); Sebastián Lerdo de Tejada nunca se casó.3

De los muchos aspectos que el autor valora como positivos -la inmensa mayoría- en la trayectoria de Lerdo, su férrea postura nacionalista para desbaratar el Tratado Wyke-Zamacona (noviembre de 1861), es uno de los más relevantes y quizá de los más irreprochables, por su inflexibilidad para no ceder jamás una pulgada de territorio nacional, debilidad a la que eran afectos la gran mayoría de sus correligionarios, de Juárez para abajo. El mismo Knapp la valora como "la característica más vigorosa de su carrera", y así lo confirma una breve revisión de la conducta y la política seguidas por el personaje en este tema tan escabroso, el de las cesiones de territorio y las diversas concesiones a los Estados Unidos. Ya en los albores de su carrera política, a fines de 1856, ocupó durante apenas tres meses la Secretaría de Relaciones Exteriores; entonces tuvo que enfrentar una disputa con España y luego las ambiciones del agresivo embajador estadounidense John Forsyth, quien pretendía realizar "un ajuste" en la frontera y obtener derechos de tránsito por Tehuantepec. Lerdo de Tejada y el entonces presidente Comonfort se negaron de modo terminante. Esa firmeza parece haberse mantenido incólume, como lo prueban las instrucciones giradas por Lerdo al embajador en Washington, Matías Romero, en diciembre de 1864: no se celebraría jamás convenio alguno que pusiera en peligro la integridad del territorio nacional. Uno se pregunta si habría existido el tratado McLane-Ocampo de haber estado Lerdo de Tejada en ese mismo cargo.

Como estudio de carácter y aún como pieza literaria, me parece que la narración de los cuatro años de trashumancia y resistencia del triunvirato de Paso del Norte -Juárez, Lerdo e Iglesias-, descritos en el capítulo VII, "La República nómada, 1863-1867", constituyen otra aportación esencial del libro: la celebrada inteligencia de Lerdo y la tenacidad sin fisuras de Juárez -un criollo sin mezcla racial y un indio de raza pura- se conjugan admirablemente y, según lo hicieron notar sus contemporáneos, aquél pasa a ser en buena medida la eminencia gris de éste, el principal consejero, el respaldo y la influencia indispensables. Fue sobre todo durante los meses en que encontraron refugio en Chihuahua, entre la desolación y las penalidades, la constante zozobra y las deserciones, cuando la forzosa intimidad se tradujo en el conocido ascendiente de Lerdo sobre Juárez. Tal asociación habría de resultar recíprocamente ventajosa, y no por nada habría de prolongarse después de 1867; sin embargo, no le falta razón a Knapp cuando afirma que "Juárez fue el único que recogió la cosecha histórica de la gloria" (pp. 175-176). Extremando la reflexión, llega a preguntarse quién habrá sido en verdad el alterego de quién. Uno puede también cuestionarse si Juárez habrá quedado a deberle a Lerdo una colaboración tan eficaz como la que su ministro llevó a cabo -gracias a sus brillantes y tortuosas maniobras, tanto legales como legaloides-, hasta controlar y anular las ambiciones presidenciales de González Ortega.

Al abordar los temas cruciales durante el mandato lerdista: economía, obra legislativa (constitucionalización de las leyes de reforma, restablecimiento del Senado), y relaciones exteriores, el historiador logra poner en claro que el desarrollo económico espectacular que constituiría uno de los timbres de gloria del porfiriato, no empezó de la nada (es decir, a partir del ascenso al poder de Díaz). Don Sebastián, pese a las acusaciones generalizadas de indolencia e inacción que una prensa demasiado libre le endilgó incontables veces, habría puesto las bases. Suele olvidarse que fue él quien logró el primer avance sustancial en el tendido de líneas telegráficas, y que a él y a Juárez debe acreditarse la apertura, en enero de 1873, del primer gran ferrocarril mexicano, entre México y Veracruz (una inauguración largamente apoteósica, quizá el momento más feliz del lerdismo). En contraste, Knapp señala los pocos kilómetros de vías férreas construidas durante el primer cuatrienio de Díaz, única manera de establecer una justa comparación con el régimen de Lerdo. Pese al enorgullecimiento de los historiadores porfiristas, éstos no toman en cuenta "la experimentación esencial realizada por Juárez y Lerdo durante los años transcurridos desde 1867 hasta 1876" (pp. 359-360).

No obstante, creo que el autor termina rebasado y deslumbrado por su personaje al acometer la empresa de reivindicarlo para la historia, ya sea por falta de ecuanimidad o bien por no haber trabajado en los archivos que le hubieran permitido desengañarse en torno a algunos de los más cuestionables aspectos de su presidencia. En particular, al haberse sometido a una profunda revisión la época de la república restaurada, con lo que han emergido las facetas más criticables del liberalismo, varias conclusiones no parecen sostenibles. Así, para Knapp, salvo Tepic en 1873, "y la agitación religiosa en Michoacán, en 1875, ninguna insurrección echó a perder el periodo presidencial de Lerdo" (p. 292) hasta que estalla la rebelión de Tuxtepec; por el contrario, sabemos desde hace tiempo que un profundo descontento y numerosas insurrecciones populares llenaron de zozobra el régimen juarista y en parte también el lerdista. En esa misma línea, tal vez porque adopta la perspectiva de los liberales de la época, el historiador sólo acierta a considerar a Manuel Lozada como "un cacique indio bárbaro" de legendaria crueldad y que comandaba una "horda cobriza" (pp. 316-317); pero no menciona en absoluto la raigambre agraria de su rebelión. Por lo demás, pese a todas las medidas anticlericales y antirreligiosas implantadas por don Sebastián, el historiador asevera: "en realidad, había muy poco de anticatólico en la política religiosa de Lerdo".

Ese desbordamiento pro-Lerdo es demasiado evidente y se incrementa al avanzar la lectura. Por ello al autor le parece "inconcebible que un hombre que le dio a México su primer gran trago de paz, servido en copa de tolerancia y liberalidad", haya sido "históricamente liquidado" a partir de unas pocas frases acusatorias (p. 289). Incluso elogia la efectividad con la que controló los estados, al llevar a un punto extremo el gobierno centralista, a través de un inteligente juego de ficciones legales. En fin, según Frank A. Knapp, una nación ingrata habría sido incapaz de apreciar sus libertades mientras Lerdo fue presidente, y éste en cambio hubo de enfrentar a una oposición torcida y deformante, que dejó funcionar a ciencia y paciencia gracias a su espíritu genuinamente liberal. En los capítulos finales del libro se multiplican los párrafos abrumadoramente elogiosos para un hombre cuya presidencia "fue probablemente el régimen más tolerante y liberal que México haya conocido".

 

Notas

1 Cosío Villegas, Daniel, "Sebastián emparedado", en Historia Mexicana, v. IV, núm. 2 (octubre-diciembre de 1954), pp. 265-274.         [ Links ]

2 Otras ediciones de la bibliografía contemporánea de Lerdo de Tejada se encuentran agotadas o son casi inaccesibles, como la Historia de la administración de D. Sebastián Lerdo de Tejada, de Vicente Riva Palacio, aparecida en 1875 y reeditada por la Fundación Miguel Alemán en 1992,         [ Links ] con un interesante y equilibrado prólogo de Alejandro de Antuñano.

3 José Fuentes Mares, en Don Sebastián Lerdo de Tejada y el amor (México, Fondo de Cultura Económica, 1972),         [ Links ] recopiló las 61 cartas que "el inaccesible solterón" le escribiera a Antonia, hermana de Manuela Revilla Zubia, jovencita de la buena sociedad chihuahuense de quien aquél se enamoró durante una de las estancias en Chihuahua, en los avatares de la república nómada. Las cartas a la probable cuñada tenían la intención, a fin de cuentas infructuosa, de que intercediera por él ante Manuela.

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