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Tla-melaua

versión On-line ISSN 2594-0716versión impresa ISSN 1870-6916

Tla-melaua vol.13 no.46 Puebla abr. 2019  Epub 02-Oct-2020

 

Reseñas

El pueblo soy yo

Octavio Humberto Moreno Velador* 
http://orcid.org/0000-0001-9031-5759

* Profesor investigador en la Facultad de Derecho y Ciencias Sociales de la Benemérita Universidad Autónoma de Puebla, México. (octaviohmoreno@gmail.com)

Krauze, Enrique. El pueblo soy yo. México: Debate, 2018.


La coyuntura política de 2018 en México fue el momento editorial perfecto para el lanzamiento de un nuevo libro de Enrique Krauze (1947): El pueblo soy yo, publicado por Debate. La elección de presidente de la república, y en particular la candidatura del hoy presidente Andrés Manuel López Obrador, fueron el marco perfecto para la presentación de esta obra que hoy se posiciona como un best-seller nacional.

Con una narrativa sencilla, el texto ofrece una serie de reflexiones personales que logran captar la atención de aquellos que, por una u otra razón, mostraron o muestran preocupación por la llegada de un político como López Obrador a la presidencia de la república. Desde su primera página, Krauze expresa su leitmotiv en la creación de esta obra: “Éste es un libro contra la entrega del poder absoluto a una sola persona”. A partir de esta idea, el autor presenta cuatro partes hilvanadas en torno a lo que, en opinión del autor y bajo su muy personal interpretación, son amenazas a la democracia y a la libertad: el populismo, la dictadura, la demagogia y el fascismo de Donald Trump.

En la primera parte, “Anatomía del poder en América Latina”, se exponen reflexiones personales sobre las razones históricas y filosóficas por las cuales las instituciones liberales de occidente no pudieron consolidarse en un país como México y, en general, en América Latina. Para ello, escenifica en dos partes una hipotética discusión con un académico de nombre Richard M. Morse. En ésta, se argumenta que, mientras en los países occidentales se asentaron las bases filosóficas que permitieron el triunfo del liberalismo, en España y Latinoamérica se impuso un modelo tomista, por el cual “el príncipe se vuelve el centro que coordina la vida social en el reino”. En consecuencia, la historia política de la región estaría permanentemente marcada por

la naturaleza predominante del Estado sobre el individuo, la peculiar subordinación del pueblo al monarca, la actitud laxa ante la ley escrita por el hombre, la lógica justiciera de las insurrecciones, rebeliones y revoluciones, el papel central del monarca como eje y promotor de la energía social (p. 53).

A partir de este argumento, se plantea que en Latinoamérica persiste un “pacto místico entre el pueblo y el monarca” que permite “la entrega del poder al dirigente que, para ser legítimo, debe tener un sentido profundo de urgencia moral”. Una tendencia que se concretiza en “la entrega del poder sin condiciones” a “dirigentes carismáticos con un atractivo psico-cultural especial”.

Con base en estas ideas, sin rigor filosófico, histórico ni metodológico, Krauze crea un terreno discursivo que permite presentar su arenga en contra de lo que entiende por populismo y demagogia, consideradas como amenazas contra la libertad y la justicia. Esta visión asume que la región es inevitablemente propensa a la dictadura, sin mediaciones históricas y sin reconocer los fuertes cambios que se han experimentado en cinco siglos.

En la segunda parte del libro, titulada “Populismo y dictadura”, se tratan por igual los casos de Cuba, Venezuela, la España de “Podemos” y México, con base en lo que el autor interpreta por populismo. El trato indiferenciado de casos tan distintos en contextos tan diferentes es posible gracias al uso de una mera noción de populismo, es decir, más que como un concepto está utilizado como una mera palabra. Para el autor, populismo es:

el uso demagógico que un líder carismático hace de la legitimidad democrática para prometer la vuelta de un orden tradicional o el acceso a una utopía posible y, logrado el triunfo, consolidar un poder personal al margen de las leyes, las instituciones y las libertades (p. 115).

Esta aproximación presenta algunos problemas que vale la pena analizar. El primer aspecto es que reduce la existencia de un fenómeno de masas complejo, como es el populismo, a la presencia de un líder carismático. En la visión de los autores clásicos de la literatura especializada regional, como Gino Germano, Octavio Ianni y Torcuato di Tella, los populismos se valieron de estructuras institucionales sólidas que tomaron como un elemento central una amplia participación social multiclase. Por otro lado, una visión concentrada en el liderazgo obnubila el entendimiento de la movilización de grandes grupos sociales, pues difícilmente se puede comprender sólo mediante el carisma personal.

Esta visión se asemeja a una versión de la fábula del flautista de Hammelin, en la cual los seguidores del régimen lo son sólo porque están encantados por el discurso. En la realidad, es posible explicar el arrastre de masas si se consideran los beneficios económicos, políticos o sociales que podrían provocar el apoyo al régimen y a su figura.

Otro aspecto que sobresale en la definición del autor es la promesa de vuelta al orden tradicional o de la utopía. A este respecto es interesante observar cómo cualquier proyecto político, económico o social de gran calado posee premisas o supuestos hipotéticos que dan sentido a su propuesta. Un ejemplo claro sería el propio proyecto del liberalismo -que el autor defiende-. Tal proyecto parte de pensar en una sociedad que cuide por sobre todo la libertad individual, que la construcción de ese orden se confíe a la normatividad institucional y que ésta trate sin distingos a todo miembro de la comunidad. Pero huelga decir que aún en la más liberal de las sociedades las desigualdades persisten y se reproducen. Del mismo modo, se puede mencionar el proyecto neoliberal que supone la posible existencia de una sociedad autorregulada con base en las premisas del libre intercambio en el mercado, libre de las limitaciones impuestas por el Estado. O acaso la utopía del socialismo, que visualiza una sociedad sin distinciones económicas, políticas y sociales, mediante la propiedad común y equitativa de la riqueza socialmente producida. Si consideráramos válida la argumentación de Krauze, cualquier gran proyecto político, económico o social, se podría considerar como populista.

Un tercer problema que heurísticamente hace inviable el uso de su idea es la ligazón definitiva entre populismo y dictadura. Como ejemplos, tenemos que los populismos clásicos de principios del siglo XX, el naródnichestvo ruso y el populist party en Estados Unidos, nunca pudieron construirse en gobiernos nacionales. En el caso de Perón en Argentina y Vargas en Brasil, ambos gobiernos fueron depuestos por golpes de estado militares, con lo cual se instauraron dictaduras claramente distinguibles de los regímenes populistas. En el caso de Cárdenas en México, él construyó un partido de masas, con base en el criterio corporativo, dando pie a la formación de un gobierno autoritario, más no dictatorial.

Por otro lado, es ampliamente conocida la discusión acerca del populismo latinoamericano como democratizador e incluyente, en tanto el tipo de regímenes que instauraron permitieron la inclusión de grandes masas populares que previamente no participaban de manera efectiva en el poder político estatal.

Más adelante, rescatando un artículo escrito en 2005, el autor sentencia un decálogo de rasgos específicos del populista. El primer rasgo es que “el populista es un líder carismático”. Si esto es así, la política contemporánea internacional se encuentra llena de populistas, hoy en día, más que la congruencia ideológica del partido, el voto en general se orienta por las características particulares de los candidatos. Visto de esta forma, su propuesta pierde todo valor analítico al convertir cualquier liderazgo en una expresión populista.

En síntesis, se podría decir que, para Krauze, el populismo se resuelve básicamente como la exaltación del líder carismático, la funcionalización de la figura de un líder providencial que emplea la demagogia. Ésta, a su vez, la concibe como “vehículo específico de su carisma”, un vehículo que le permite “construir” la verdad popular y hacer de ella su vínculo principal con el pueblo. Dicho vínculo, creado de manera arbitraria, poseería la facultad de volverse un tipo de construcción de la realidad, construcción que en la arenga política se convierte en un gran núcleo de discurso y de verdad.

Desde mi perspectiva, la interpretación de cualquier fenómeno político únicamente basado en sus aspectos discursivos es por demás endeble, pues pierde de vista los múltiples elementos concretos que dan un sentido real y comprobable al fenómeno. En el caso del populismo, por buen orador que sea un dirigente, este no podría soportar su legitimidad únicamente en el poder del discurso, debido a las presiones políticas, económicas y sociales de la realidad.

En la visión de Krauze, el populista es un agente en extremo peligroso, pues a través de la repartición económica y su relación cercana con el “pueblo”, siempre alienta el “odio de clases”. Tal odio es provocado por la demagogia del líder, pero nunca se debe a la existencia de la inequidad y la injusticia social en aquellos países en donde el populista obtiene relevancia. Planteado de esta forma, el populismo es un peligro constante, entre su demagogia, los deseos malévolos del líder, y la torpeza de los pueblos arengados por el discurso.

Todo el desarrollo de ideas en el texto de Krauze culmina con señalar a López Obrador y a Donald Trump como ejemplos de la amenaza populista en la región. Sin embargo, debido a la debilidad de su argumentación, su razonamiento termina por mostrarse más como una diatriba casi personal contra ambos personajes que como un análisis académico.

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