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Tla-melaua

versión On-line ISSN 2594-0716versión impresa ISSN 1870-6916

Tla-melaua vol.13 no.46 Puebla abr. 2019  Epub 02-Oct-2020

https://doi.org/0000-0002-0493-5482 

Artículos de investigación

Partidos o candidatos-coyunturas; patrones espaciotemporales del voto mexicano del voto mexicano 1994-2015

Parties or conjectural candidates; Temporal space patterns in the Mexican vote from 1994 to 2015

Héctor Gutiérrez Sánchez* 
http://orcid.org/0000-0002-1387-655X

Marcela Ávila-Eggleton** 
http://orcid.org/0000-0002-0493-5482

* Profesor en la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales de la Universidad Autónoma de Querétaro, México. (ciudadanohector@yahoo.com.mx).

** Profesora investigadora en la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales de la Universidad Autónoma de Querétaro, México. (marcela.avilaeggleton@uaq.mx).


Resumen

Desde hace algunos años, el modelo Michigan se encuentra en disputa con la teoría de la movilización cognitiva. El primero propone al partido como determinante del voto; la segunda, a la evaluación de candidatos y coyunturas. Se analizaron los resultados electorales 1994-2015, siguiendo ambas posturas teóricas. Se esperaba que los resultados electorales de votos legislativos -donde el partido es casi la única guía para el votante- funcionaran como supone el modelo Michigan y fueran estables en tiempo y espacio. Asimismo, que las elecciones ejecutivas fueran más irregulares, al ser más susceptibles a la movilización cognitiva individualista. Se encontró lo contrario: la presencia de candidatos ejecutivos hace más homogéneos los resultados electorales, lo cual parece sugerir que partido y movilización cognitiva podrían no ser antagónicos, sino, de algún modo, parte de un único mecanismo.

Palabras clave: Elecciones; México; partido; movilización cognitiva

Abstract

For some years, the Michigan model has been in dispute with the theory of cognitive mobilization.

First, the political party is seen as the determinant to emit the electoral vote; The second, to the evaluation of candidates and conjunctures. The electoral results from 1994-2015 were analyzed, from these two theoretical perspectives. It was expected that the electoral results of legislative votes -where, the party would be the only guide for the voter- would work as the Michigan model assumes and for it to be stable in time and space.

Also, that the executive elections were irregular, being more susceptible to individualist cognitive mobilization. The opposite was found: the presence of executive candidates makes the electoral results more homogeneous, which seems to suggest that party and cognitive mobilization might not be antagonistic, but, in some way, part of the same mechanism.

Keywords: Elections; Mexico; party; cognitive mobilization

Sumario:

1. Introducción / 2. El voto por partido o candidato / 3. Regularidades espacio-temporales del voto mexicano / 4. Conclusiones / 5. Bibliografía

1. Introducción

Este artículo analiza regularidades en los resultados electorales de México entre 1994 y 2015. Con ello, se busca responder a la pregunta de si los ciudadanos votan en función de la persona postulada y la coyuntura política o del partido. Se comienza exponiendo el modelo Michigan, según el cual el apego partidista determina mucho de la conducta electoral. Después, se introduce la teoría de la movilización cognitiva, la cual pone el acento en los candidatos y las coyunturas. A ello se agrega el hecho de que los mexicanos ponen mucha mayor atención a las personas y no tienen muy en mente a las instituciones (partidos incluidos). Esto lleva al planteamiento del problema, donde se exploran posibilidades metodológicas, cada una con sus propias ventajas y problemas. Finalmente, se encamina este problema de investigación a la búsqueda de patrones en el voto mexicano, con la idea de que, si el partido prevalece sobre el candidato, se verá cierta homogeneidad que no sería esperable si las personas votan más en función del candidato y la coyuntura. Al final, se encuentran resultados inesperados que hacen repensar el problema mismo y sugieren nuevas rutas de investigación.

2. El voto por partido o candidato

Probablemente, la postura más conocida y sólidamente argumentada en este debate es la del voto por partido. En México, principalmente Alejandro Moreno sostiene esta opción, la cual se considera parte del enfoque psicológico. Pero, antes de explicarla, conviene entender un poco del contexto en que se desarrollaron estas teorías, con especial énfasis en lo acontecido en nuestro país.

Los estudios electorales, particularmente los que analizan a México, no siempre fueron tan sofisticados y abundantes como lo son ahora. En primer lugar, la relevancia de lo electoral no es constante ni obvia. El voto es fundamental para la democracia, pero no es exclusivo de ésta, pues puede haber elecciones en otros sistemas de gobierno.1

Por muchos años, México funcionó como un sistema de partido hegemónico2 y, si bien había elecciones y era teóricamente posible que cualquier partido inscrito ganara el voto popular, en la práctica, los resultados electorales eran predecibles y siempre favorecían al Partido Revolucionario Institucional (PRI). Esto transformaba a las elecciones “en un ritual de ratificación de un poder previamente asignado”.3 Se ha discutido mucho sobre las mecánicas de esa peculiar situación en que se tienen elecciones, pero no necesariamente democracia.4 Sin embargo, se acepta que, con el paso de los años, los resultados electorales mexicanos se volvieron cada vez más inciertos y relevantes, lo cual provocó la proliferación de estudios que intentaban explicarlos.

Desde momentos muy tempranos de la ciencia política mexicana, las explicaciones del voto comenzaron a agruparse en tres grandes corrientes: la sociológica, la psicológica y la racional. La primera es muy popular, pero poco relevante para este estudio, los estudios sociológicos se basan en los trabajos pioneros de Lazarsfeld, particularmente The people’s choice5 y Mass Communication, Popular Taste, and Organized Social Action.6 En ellos, se mostraba cómo la conducta electoral de las personas está determinada por el grupo social de pertenencia. En México, esta teoría se usó para mostrar cómo ciertos grupos sociales tienen determinadas preferencias partidistas, por ejemplo, Molinar y Weldon7 mostraron cómo el voto por el PRI era más común en zonas rurales que urbanas.

La corriente psicológica es la más importante para este estudio y propone que la conducta política de las personas está determinada por ideologías y preferencias inculcadas dentro del núcleo familiar, desde edades muy tempranas, y que no necesariamente son propias de algún grupo social. Esta corriente incluye el popular concepto de “cultura política”, que aparece por primera vez en el libro The civil culture.8

La cultura política es un elemento clásico del enfoque psicológico, pero no es el único. Dentro de la corriente psicológica se encuentra el modelo Michigan, el cual, en muy resumidas cuentas, propone que las personas votan principalmente por su identificación con partidos. Esta teoría fue originalmente propuesta por Campbell y colaboradores en el libro El votante americano.9 Dicho trabajo sugiere que las personas, en realidad, saben poco de política, además, de que no logran entender claramente lo poco que saben. Por ello, no son capaces de sostener una postura política con argumentos racionales e individuales. Según esta idea, las personas no votan en función de información veraz sobre los candidatos, las coyunturas o los problemas sociales del momento, pues no están cognitivamente formados ni tienen acceso a tanta información como para actuar de forma racional y encaminada.

En el modelo Michigan, las personas actúan en función de su apego partidista. Éste, generalmente inculcado desde edades muy tempranas, suele perdurar a lo largo de la vida de los sujetos. Cabe señalar que este apego partidista no implica la filiación formal al partido, pero es mucho más que sólo simpatía, pues tiene una importante carga cognitiva.

El modelo Michigan propone que los partidos fungen como guías cognitivas que le ayudan a las personas a creer, rechazar o matizar la información que reciben. Por ejemplo, cuando un ciudadano escucha una noticia acerca de que un candidato de su partido favorito es investigado por corrupción, quizá piense que es una acusación falsa o que es sólo un ataque político. Pero, el mismo ciudadano podría ser más proclive a creer una información semejante si acusara a un candidato de un partido con el que no simpatiza.

Así pues, el modelo Michigan sugiere que el apego partidista provoca que las personas tengan simpatías por algún partido y que esto los vuelva más proclives a votar por él. Pero, además, este modelo propone que el partidismo funge como una guía mental que ayuda a formar una opinión ciudadana favorable al partido. De tal modo, es aún más probable que los ciudadanos terminen “convencidos” de votar por el partido con el cual se identifican en primer lugar.

En México, esta idea es defendida principalmente por Alejandro Moreno, quien ha usado el modelo Michigan para explicar, con mucho éxito estadístico, el voto nacional. Según Moreno, el voto se explica por “el sentido de adhesión psicológica de los individuos a algún partido político”.10 Esa adhesión psicológica se midió a través de encuestas donde se preguntaba si la persona era “muy priista”, “algo priista”, etcétera. Este concepto generalmente se mide en dos fases. Primero, se pregunta si la persona se identifica con algún partido y luego se indaga cuánto. Por ejemplo, Guardado11 muestra los reactivos que utilizó: “Independientemente de por cuál partido votó en la elección pasada, en general, ¿simpatiza usted con algún partido político en particular? ¿Con cuál partido? ¿Qué tanto simpatiza con ese partido? ¿Con cuál de estos partidos que mencionó simpatiza usted un poco más? ¿Por cuál partido?”

La adhesión psicológica del modelo Michigan ha sido puesta a prueba empíricamente y ha arrojado resultados muy sólidos. Los reactivos antes señalados han mostrado correlaciones extraordinariamente altas con la intención de voto mexicano. Algunos estudios reportan correlaciones de 0.74 y 0.7712 y llegan hasta 0.87.13 Cabe señalar que la mayoría de los estudios de este tipo suelen hacer regresiones múltiples que controlan otras variables, como los sociodemográficos básicos (edad, sexo, ingreso).

Además -y esto es de gran importancia para este estudio-, se incluyen variables sobre la percepción de los candidatos y de los presidentes salientes. Generalmente, se encuentra que estas variables tienen menos peso que el apego partidista o son controladas por éste, lo cual nos lleva a pensar en una relación espuria y se concluye que el juicio a gobernantes salientes y candidatos está determinado por el apego partidista, el cual es, a su vez, la principal explicación del voto.

Esta línea argumentativa es particularmente clara en el ya clásico trabajo La decisión electoral. Votantes, partidos y democracia en México14, libro que llega a esta conclusión después de revisar casi todas las encuestas disponibles en el periodo que analiza.

Aunado a lo que se ha expuesto, existe un argumento que habla sobre voto por partido, más que por candidatos o gobiernos salientes. El voto diferido es muy poco común, en su punto máximo apenas se acerca a 10%,15 pero suele ser mucho menor. Regularmente, no se vota únicamente por presidente, diputados o gobernador, sino que en una misma jornada los ciudadanos hacen varios votos para varios cargos de elección popular. Cuando una elección estatal coincide con una federal, se dice que la elección es “concurrente”.

Lo interesante es que las personas generalmente votan por el mismo partido en todas las boletas que se les presentan, sin importar si es para un cargo federal o local, ejecutivo o legislativo. Este hecho pareciera apoyar la hipótesis de que el apego partidista determina el voto.

Si la ciudadanía no votara por partidos, sino que analizara a los candidatos, coyunturas políticas o gobiernos salientes, no se esperaría que se emitieran todos los votos por el mismo partido. Quizá las personas están insatisfechas con el Gobierno federal, pero conformes con el estatal, o quizá la coyuntura estatal sea distinta a la federal, por lo cual los votos en diferentes niveles deberían ser independientes. Sin embargo, este no es el comportamiento regular del mexicano, quien suele votar por el mismo partido en todas las boletas, para todos los cargos municipales, estatales y federales.

Así, se argumenta de forma muy sólida que las personas tienden a votar por los partidos más que por los candidatos, gobiernos salientes o coyunturas. Pero el tiempo no ha tratado bien al modelo Michigan, hay que recordar que se trata de una teoría formulada originalmente hace más de medio siglo. En ese periodo, se han acumulado críticas teóricas y la sociedad ha cambiado mucho.

Algunas críticas son relativamente menores, por ejemplo, se ha señalado que, por provenir de Estado Unidos, el modelo Michigan es bipartidista y no se aplica bien en contextos pluripartidistas, como es el caso de varias naciones europeas. Sin embargo, como sucedió en el caso mexicano, se puede preguntar por más de un partido y no asumir que la adhesión a un partido implica el distanciamiento de algún otro en particular. En otros estudios, se optó por no utilizar los partidos, sino los polos derecha-izquierda y se lograron resultados satisfactorios.16

Hay también críticas más cruciales, una de las cuales apunta a que las personas están poco informadas de lo político y son incapaces de llegar a conclusiones racionales respecto a su voto. Esta crítica es la base de la teoría de la movilización cognitiva y es cercana al enfoque racional. Este enfoque, apadrinado por Anthony Downs,17 sugiere que la conducta electoral es el resultado de un cálculo racional de costos-ganancias, ejecutado por un sujeto esencialmente egoísta. En México, esta corriente se ha usado -por ejemplo- para investigar si votar por el PRI podría estar relacionado con la expectativa de recibir dádivas o beneficios del gobierno.18

De acuerdo con el enfoque racional, votar por un partido u otro es resultado de un individuo egoísta que intenta maximizar sus beneficios. Sin embargo, no se consideran aquí socializaciones ni identificaciones psicológicas, por tanto, los determinantes del comportamiento político no son de larga duración. El enfoque racional enfatiza en elementos más bien inmediatos y coyunturales, como la evaluación que la persona haga del gobernante saliente o de los candidatos en disputa.

La hipótesis de la movilización cognitiva es muy cercana al enfoque racional. Dalton,19 uno de sus autores clásicos, señala que la población estadounidense de los años sesenta, efectivamente, tenía poca información disponible e, incluso, tenía una escolaridad reducida. Pero esa situación ha cambiado en las últimas décadas. Las nuevas tecnologías de la información permiten que la población tenga más datos y, por tanto, necesite menos guías cognitivas partidistas. También se sugiere que, con el aumento en la escolaridad, las personas ya son capaces de entender el contexto político, juzgar la coyuntura en que se desarrolla cada elección y hacer una decisión razonada y específica para cada votación.

En México, la idea de la movilización cognitiva se ha defendido, argumentando que la adhesión a los partidos parece disminuir con los años, lo cual se correlacionaría con el aumento de los votantes independientes. Esto es un punto en discordia, pues también se ha sugerido que las lealtades partidistas se mueven en realidad muy poco, al punto de que sus fluctuaciones se atribuyen al relevo generacional. También se ha propuesto que la aparente baja en la adhesión partidista se debe a votantes que dejaron de apoyar al PRI y que, de momento, no han sido asimilados por otros partidos.20 El análisis estadístico de encuestas no parece haber resuelto este punto satisfactoriamente, en parte, por la escasez de datos longitudinales.

Otro frente de discusión tiene que ver con la supuesta longevidad y estabilidad de la adhesión partidista. Se ha cuestionado si el apego partidista es, como sugiere el modelo Michigan, algo que se obtiene únicamente en la infancia -y por lo tanto es perdurable y estable- o si está determinado por elementos coyunturales relativos a candidatos y gobernantes salientes. Politólogos cercanos a la teoría racional, como Fiorina21 o Riker y Ordeshook,22 apoyan la segunda posibilidad. Ulteriormente, esto significaría refutar la corriente psicológica en favor de una explicación más racional

y coyuntural del voto.

A todo esto, se añaden los estudios donde los votantes casi no consideran a las instituciones (partidos incluidos), sino que centran su atención y sentimientos en personas particulares. Se sabe por ejemplo que la apariencia física de los candidatos,23 e incluso su género,24 impacta en cuántos votos logran conseguir. Para el caso mexicano, destaca un trabajo de metodología mixta que también encuentra una fijación personalista en los informantes:

Las entrevistas precedieron a las encuestas y en éstas se encontró que los entrevistados no tienen casi ningún vínculo con las instituciones. Ello no significa que los partidos no importen, pero no son los puntos sobre los que se fijan los individuos. La gente supone o imagina cosas de los candidatos según el partido del que provengan; sin embargo, las respuestas siempre nos hablan de personas. La ciudadanía siente que “Fox” los decepcionó, que “los políticos” son corruptos; nunca nadie dijo que votó por tal o cual partido y siente algo al respecto. En las entrevistas los sujetos siempre hablaban de personas con nombres y apellidos.25

Así, hay buenas razones para pensar que el voto mexicano está determinado por los partidos, pero también se han venido acumulando evidencias de que los candidatos, los gobiernos salientes y las coyunturas son lo que determina el sufragio. Esto se ha dado particularmente en años recientes, caracterizados por mayor educación y tecnologías de la información.

Hay varios caminos para poner a prueba estas hipótesis, el más obvio y directo es el uso de regresiones múltiples con datos de encuestas. De esta forma, se puede hacer control matemático de variables y saber cuál es la causa “real” y cuál es sólo aparente. Moreno ya ha ensayado exhaustivamente este procedimiento; sus resultados ya fueron descritos y no lograron poner punto final a esta discusión. Además, es muy extraño que los resultados de esa metodología contrasten tanto con aquellos generados cualitativamente, los cuales parecen apuntar más a personas que a partidos.

Esta discrepancia es aún más significativa debido a que se está discutiendo una teoría que incluye un componente cognitivo. Recordemos que el modelo Michigan no sólo utiliza al partido para explicar el voto, sino que también hace una propuesta de qué pasa en la mente del ciudadano. Ya no se discute sólo la conducta, sino también el pensamiento. Por ello, es difícil interpretar el discurso del ciudadano, ya sea al contestar una encuesta o al responder en una entrevista.

Una metodología cuantitativa basada en regresiones sólo podría arrojar resultados que Moreno ya ha encontrado y discutido. Igualmente, un trabajo cualitativo debería volver a encontrar el énfasis ciudadano en las personas, más que en los partidos. Sin embargo, hay una tercera posibilidad: también se puede analizar el comportamiento electoral directamente, eludiendo el discurso -recogido en encuestas o entrevistas- del ciudadano.

Sin la intención de resolver este debate, pero intentando presentar evidencias novedosas, en este estudio se hizo una aproximación distinta y se revisaron las regularidades en los resultados electorales por un periodo. La premisa metodológica es que, si el partido es lo que principalmente determina el voto, los resultados electorales deberían ser estables a lo largo de todas las elecciones. Y, si las personas votan por candidatos, gobiernos salientes y coyunturas, una elección no debería relacionarse con el resultado de la siguiente o la anterior.

Algunas elecciones son puramente legislativas y otras incluyen cargos ejecutivos. Las elecciones únicamente legislativas tienen mucho menos protagonismo individual por parte de los candidatos, por tanto, el ciudadano cuenta casi sólo con el partido para decidir su voto. Dadas estas premisas, los votos legislativos deberían ser más estables.

Por otro lado, las elecciones que incluyen figuras ejecutivas deberían arrojar resultados menos estables. En esos casos, el ciudadano no sólo sabe por qué partido vota, sino que también conoce a un candidato con quien puede o no simpatizar por motivos más personales. De tal modo, existe una influencia tanto de partidos como de candidatos. En consecuencia, se esperaría que las elecciones ejecutivas tuvieran resultados más irregulares.

3. Regularidades espacio-temporales del voto mexicano

Para llevar a cabo esta investigación, se revisaron los patrones -en tiempo y espacio- de los resultados que tuvieron las elecciones federales de diputados de mayoría relativa a nivel municipal, desde 1994 hasta 2015. Lo ideal hubiera sido trabajar con datos a nivel persona, revisando el voto de cada informante durante cada elección por 21 años. Sin embargo, esta metodología no sería posible, pues no existe ese tipo de datos.

Se podría elaborar un cuestionario retrospectivo, pero la investigación abarca casi dos décadas, por lo cual la memoria de los informantes sería poco confiable. Se podría reducir el periodo de estudio, pero las elecciones federales son cada tres años para el legislativo y cada seis presidenciales y, con los 21 años considerados, sólo se logró llevar a cabo tres comparaciones de elecciones equivalentes. Reducir el periodo de estudio y excluir comicios dejaría pocos datos disponibles para el análisis.

Como no fue viable trabajar con personas, se trabajó con municipios, pues son la unidad viable más desagregada. Existe información a nivel distrito y hasta a nivel casilla, sin embargo, la geografía electoral ha cambiado mucho a lo largo de los años. Por ello, no es posible hacer series de tiempo a ese nivel de desagregación.

No se trabajó a nivel estatal porque el gran nivel de agregación implicaría un serio riesgo de falacia ecológica. Existen cerca de 2500 municipios en el país, mientras que sólo hay 32 entidades federativas y, debido a que este estudio idealmente se hubiera realizado a nivel persona, no resulta conveniente agregar tanto.

Finalmente, se trabajó con resultados de 1994 a 2015 porque, como se mencionó anteriormente, esta selección permite tres comparaciones de elecciones presidenciales (1994-2000, 2000-2006 y 2006-2012) y tres federales legislativas (1997-2003, 2003-2009 y 2009-2015). Se podrían agregar más comicios, pero las elecciones antes de 1994 se dieron en situaciones muy diferentes, tanto por el contexto político como por los ajustes en los marcos legales, lo cual podría interferir en el análisis.

Las elecciones concurrentes son aquellas en que se eligen cargos federales y locales en una misma jornada. Se sabe que esta concurrencia aumenta la participación electoral,26 por lo cual las autoridades han intentado hacer coincidir los calendarios de las elecciones en todo el país. Si esta iniciativa se generalizara, en algún momento, ya no habría elecciones exclusivamente legislativas. Pero este estudio analiza de 1994 a 2015, por lo cual se cuenta con elecciones federales que en ciertos estados coincidieron con votaciones locales y en otros no. En este trabajo se compararon los patrones de elecciones concurrentes y no concurrentes

Todos los cálculos se hicieron con porcentajes de votos en elecciones de diputados federales de mayoría relativa. Se ensayó con otro tipo de resultados, como diputados de representación proporcional o, incluso, con resultado de elecciones presidenciales, pero se encontró que las correlaciones entre los resultados de distintas elecciones eran de al menos 0.999, y llegaban hasta 0.99999999.

Los resultados a nivel municipal son esencialmente los mismos en todos los votos de la jornada electoral, por tanto, los hallazgos estadísticos que aquí se presentan no hubieran cambiado de haberse analizado otra elección. Ahora bien, ¿cómo saber si dos resultados electorales son parecidos y por tanto estables en el tiempo?

El primer paso fue obtener de la página del INE todos los resultados electorales de las elecciones por estudiar. Luego, se obtuvo el porcentaje de votos que alcanzó cada uno de los tres principales partidos en cada elección y en cada municipio. Con esto se creó la base donde cada variable representaba un partido en una elección. Por ejemplo, para el PRI, en la elección del año 2000, se consiguieron datos de 2450 municipios y el porcentaje de votación para dicho partido va de 0 a 99, tiene un promedio de 48.8, mediana de 48.0 y desviación estándar de 14.22, el histograma de dicha variable se asemeja mucho a la curva normal. Ya contando con la base, había que revisar la regularidad del voto.

El modo más directo para comparar resultados electorales sería sólo hacer una resta del número de votos o del porcentaje obtenido por cada partido entre cada elección que se quisiera comparar y luego analizar el promedio de esas diferencias. El problema con ese proceder es que, habiendo avances y retrocesos en cada municipio, los valores positivos y negativos se compensarían, y arrojarían una variación menor a la real. Se podrían usar números absolutos, pero las diferencias serían sensibles a los avances y retrocesos nacionales de cada partido, además de que podrían ser sensibles a la participación electoral de cada elección. Por estos motivos, se prefirió hacer correlaciones. Éstas revisan si los municipios con mayor votación por un partido en una elección también son los que votaron más por ese mismo partido en la siguiente. Entre más alto es el valor de la correlación, más parecidos son los resultados electorales del par de elecciones analizadas.

Estas correlaciones sólo permiten analizar cuán parecidos son los resultados electorales en un partido por vez y sólo en un par de elecciones. Al ser un indicador de covariación, aumentan cuando las unidades (municipios, en este caso) que eran altas (en relación con el promedio) en una variable (elección) son también altas en la segunda variable (otra elección) y también crecen cuando las unidades bajas en una variable siguen bajas en la otra. Este indicador no puede ser mayor a uno, y el cero indica una independencia completa entre las variables (elecciones).

Cabe señalar que, además de las correlaciones, se ensayaron otros indicadores, y no se hallaron cambios importantes en los resultados. Este procedimiento no implica una lógica de causalidad o una mecánica de variable dependiente/independiente, pues no se busca hacer un modelo de regresión, sino sólo saber cuán parecidos son los resultados electorales y cuándo se parecen más o menos. Así, se revisó cuánta correlación hay entre los resultados electorales por cada partido y elección federal entre 1994 y 2015. Este es el resultado principal:

La Figura 1 muestra las correlaciones que hay entre todas las elecciones analizadas, se trata de un cuadro complejo, pero muestra claramente lo que este estudio pretende analizar. La figura contiene rectángulos con años que representan cada elección entre 1994 y 2015, así como correlaciones que muestran cuán semejantes son los resultados electorales de cada par de elecciones comparadas. Finalmente, hay tres columnas, una por cada uno de los principales partidos de México.

Fuente: Elaboración propia con datos del INE.

Figura 1 Correlaciones entre elecciones por partido en todos los estados 

Los números entre las elecciones reflejan cuán semejantes son los resultados electorales cronológicamente contiguos. Por ejemplo, la correlación entre el porcentaje de votos panistas en los municipios de México, entre la elección 1994 y la de 1997, es 0.727; entre 1997 y 2000, 0.789, y así sucesivamente. No sólo se compararon las elecciones cronológicamente adjuntas, sino que se hicieron comparaciones entre elecciones únicamente legislativas (lado izquierdo de cada columna) y presidenciales (lado derecho de cada columna). Los resultados de esas comparaciones están señalados por las llaves. Por ejemplo, entre los resultados municipales del PAN en la elección presidencial de 1994 y en la siguiente elección presidencial de 2000 hay una correlación de 0.754. Los resultados panistas de la elección legislativa 1997 tienen una correlación de 0.593 con los resultados también panistas de la elección legislativa de 2003.

La Figura 1 contiene correlaciones de medianas a altas que llegan a más de 0.7. Esto indica que, en general, los municipios que votaron mucho por un partido en una elección tienden a hacerlo de nuevo en la siguiente. Sin embargo, la figura contiene un patrón inesperado, pues las llaves de la derecha, que comparan elecciones presidenciales entre sí, tienen valores más altos que las de la izquierda, que comparan elecciones legislativas. Por ejemplo, las comparaciones entre elecciones legislativas del PAN arrojan valores de 0.593 0.663 y 0.503. Mientras, las elecciones presidenciales arrojan 0.754 0.695 y 0.668.

Todas las comparaciones de elecciones presidenciales tienen correlaciones mayores que las de las legislativas y esto no es una condición única del PAN. Para el PRI, todas las correlaciones entre elecciones presidenciales son mayores que las comparaciones de las legislativas y lo mismo sucede en el PRD. Las semejanzas entre votos presidenciales llegan a ser incluso mayores que las que se presentan en elecciones cronológicamente inmediatas, cuando se podría esperar que hubiera mínimos cambios en adhesiones partidistas.

Si el voto estuviera determinado sólo por partidos, veríamos que las elecciones legislativas tienen correlaciones muy fuertes, las presidenciales quizá no tendrían correlaciones tan altas, pero aun así serían muy elevadas. Si el voto estuviera influido por candidatos y gobiernos salientes, esperaríamos que las correlaciones entre votaciones ejecutivas fueran significativamente menores, pues la decisión electoral ahí dependería del candidato en particular, el gobierno saliente y la coyuntura. Sin embargo, ningún escenario teórico apuntaba a que los resultados electorales fueran más homogéneos en las elecciones ejecutivas que en las legislativas.

La figura uno muestra cómo los resultados electorales son más parecidos entre elecciones de presidente que entre votos sólo legislativos. Sin embargo, ignora el hecho de que, en algunos municipios, las elecciones legislativas coincidieron con sufragios para gobernador o presidente municipal. Por ello, no se trata de elecciones legislativas “puras”, pues se cuenta con la presencia de una figura ejecutiva local que también podría influir. Para revisar este factor, se repitieron las gráficas, pero ahora incluyendo a todos los municipios, aquellos que tuvieron concurrencia y aquellos que no.

Las siguientes tres figuras muestran sólo un partido por gráfica e incluyen tres columnas. Una, repetida de la Figura 1, muestra datos de todos los municipios. Otra muestra información sólo de los municipios donde la elección federal sucedió aisladamente, no incluyó elecciones locales. La última columna expone datos de municipios cuya elección federal coincidió con elecciones de figuras ejecutivas locales.

Figura 2 Correlaciones entre elecciones del PAN según concurrencia 

Figura 3 Correlaciones entre elecciones del PRI según concurrencia 

Figura 4 Correlaciones entre elecciones del PRD según concurrencia 

Con base en las figuras dos a cuatro, parece que la presencia de entidades ejecutivas locales estabilizan aún más los resultados electorales. Con las elecciones consideradas, hay tres comparaciones de votos únicamente legislativos y tres de presidenciales, con tres partidos, eso da un total de 18 comparaciones en total. De esas 18, sólo una presenta una correlación mayor cuando se trata de municipios sin concurrencia en comparación con la correlación que arrojaron los municipios con concurrencia.

Solamente en el caso del PRI, al comparar las elecciones presidenciales

2006-2012, hay más semejanza en los estados sin concurrencia que en aquellos que sí tuvieron concurrencia de algún tipo. En todos los demás casos, los municipios con elección del ejecutivo local muestran correlaciones más altas que los municipios sin dicha concurrencia.

También hay que destacar la fuerza de las correlaciones. El modelo Michigan se soporta sobre correlaciones de hasta 0.8, los cuadros dos, tres y cuatro contienen valores de semejante magnitud y lo más interesante es que se encuentran en elecciones con candidatos ejecutivos, tanto federales como locales. En conclusión, entre más candidatos ejecutivos interfieren en los comicios, más estables son los resultados por partido.

Entonces, la presencia de candidatos ejecutivos ocasiona que los resultados electorales sean más estables, y esto no se esperaba bajo ninguna de las hipótesis planteadas en este trabajo. Antes de pasar a las conclusiones y analizar las implicaciones teóricas de este peculiar patrón, resulta pertinente aprovechar la condición espacial de los municipios y revisar con mayor profundad la estabilidad de su voto.

Los municipios tienen una ubicación geográfica estable que permite también ciertas comparaciones a través del espacio. Recientemente, se han desarrollado herramientas de estadística espacial que se usan cada vez más para entender el voto mexicano. Los trabajos de Vilalta27 son un referente obligado en este campo, pues han mostrado cómo el voto por algunos partidos se suele agrupar en regiones que históricamente se consideran bastiones.

El PAN y el PRD tienen baluartes más o menos claros de donde suelen obtener una importante cantidad de votos. El PRI es un partido mucho más nacional, aunque en los últimos años parece que también podría comenzar a concentrase en regiones específicas.28 Sabiendo que los partidos tienen mayor éxito en regiones particulares del país, se puede también revisar si en algún tipo de elección -con o sin cargos ejecutivos- esas regiones son cartográficamente más o menos claras. Este ejercicio es mucho menos significativo que el anterior, pues el modelo Michigan habla mucho más de una estabilidad partidista en el tiempo que en el espacio, pero, igualmente, arroja resultados interesantes.

Para este ejercicio, se utilizó el índice Morán. Básicamente, éste calcula cuánta relación hay entre el valor de una unidad en una variable y el valor de esa misma variable en las unidades vecinas. Un trabajo de Vilalta29 contiene una descripción matemática muy buena de la herramienta. Por ejemplo, si los municipios muy panistas están rodeados de municipios también panistas y los poco panistas están también rodeados de municipios poco panistas, el índice Morán es alto; si los municipios muy panistas están rodeados de municipios panistas y no-panistas por igual, el índice tiende a cero.

Esta herramienta ya no compara dos elecciones, sino una elección y un partido por vez. Con ella, se encontró que el Morán más alto fue el del PAN para la elección de 2006, con un valor de 0.6423, mientras el más bajo pertenece al PRI, en la votación de 1997, con un valor de sólo 0.3718. Estos casos opuestos implican una concentración muy alta y muy baja de los votos en regiones particulares, como se aprecia en la Figura 5.

Figura 5 Mapas de resultados electorales del PAN 2006 (izquierda) y PRI 1997 (derecha) 

Entonces, el índice Morán puede revelar cuán geográficamente concentrados están los votos de cada partido. Si los partidos tienen patrones espaciales, se puede también revisar si éstos son más claros en las elecciones exclusivamente legislativas, es decir, si los índices Morán serán menores en votaciones presidenciales. Estos datos se vaciaron en la Figura 6.

Figura 6 Índices Morán por partido y elección  

Año PAN PRI PRD
1994 0.5624 0.3853 0.5733
1997 0.5657 0.3718 0.5224
2000 0.5658 0.4052 0.5382
2003 0.5077 0.3966 0.4750
2006 0.6423 0.3740 0.5828
2009 0.5230 0.4947 0.5406
2012 0.5671 0.5058 0.6295
2015 0.5727 0.4439 0.5037

Fuente; elaboración propia con datos del INE e INEGI.

La Figura 6 muestra que el PRI, a diferencia de los demás, es un partido nacional, mientras que el PAN y el PRD tienen nichos más claros de votos, pues sus índices Morán son generalmente mayores. Sin embargo, no se distingue un patrón claro de si la elección es presidencial o no. En los casos del PRD y del PAN la tendencia pareciera ser, nuevamente, inversa a la esperada, con resultados electorales ligeramente más localizados en elecciones presidenciales que legislativas. Sin embargo, las tendencias no son tan claras, al menos no como se observó al comparar resultados electorales en el tiempo.

A pesar de que los partidos tienen bastiones conocidos, las elecciones legislativas que tienen al partido como guía casi única para el votante no mostraron una concentración geográfica más clara que aquellas donde hubo presencia de figuras ejecutivas, cuyo apoyo personal no tendría por qué tener distribución espacial particular.

Entonces, los resultados electorales de comicios para cargos ejecutivos (federales o locales) se parecen más entre sí que aquellos de elecciones únicamente legislativas. Además, los patrones geográficos de los partidos no son más claros en votaciones legislativas que en las que incluyen elección presidencial.

4. Conclusiones

¿Las personas votan por el partido o en función de candidatos, gobiernos salientes y coyunturas? La respuesta parece ser que ambas, pero en una forma compleja. Si sólo se votara por partido, habríamos visto mucha regularidad en los votos (correlaciones altas). Pero, en elecciones presidenciales, si se votara por candidatos y gobiernos salientes, deberíamos ver menor regularidad en sufragios ejecutivos. Sin embargo, precisamente las elecciones con candidatos ejecutivos provocan mayor regularidad partidista. Pareciera que el partido tiene más efecto cuando, paradójicamente, hay candidatos y gobiernos salientes que influyen en el electorado.

Probablemente, lo anterior significa que el voto no está determinado por partidos o coyunturas/candidatos, sino por una mezcla de ambos. Sin embargo, no parece que sean dos factores independientes que, en su propia medida, afectan a la ciudadanía, sino que son dos partes de un único mecanismo.

Pareciera que el efecto del partido se “activa” con la presencia de un candidato a cargo ejecutivo o de un gobierno saliente. Así, estos factores catalizan la adhesión partidista. Esta posibilidad evoca ciertos argumentos según los cuales la movilización cognitiva podría ser compatible con el modelo Michigan. Por ejemplo, se sabe que algunas veces las personas más enteradas de la política son precisamente las que tienen una adhesión partidista más intensa.30 Ello hace dudar si estas dos teorías son tan antagónicas como aparentan.

Quizá la clave esté en la parte cognitiva de ambas teorías, pues, como se mencionó, los mexicanos parecen poner mucha más atención a las personas en puestos ejecutivos (salientes o candidatos) que en instituciones. No obstante, es posible que los partidos impriman cierto matiz a sus gobernantes y candidatos. Según esta hipótesis, el partido necesita un candidato para poder imprimir sobre él su efecto y tener así su influencia, lo cual se ajusta a los resultados aquí encontrados.

Las anteriores son meras hipótesis que necesitan estudiarse en el futuro. No es claro cómo la presencia de un candidato ejecutivo hace que el efecto del partido se incremente. No se podrá afirmar esto en una lógica plenamente causal hasta que se descubra su mecanismo explicativo. Sin embargo, este hallazgo invita a la discusión teórica de los mecanismos del apego partidista y la movilización cognitiva. De tal modo, se podría dar pie a nuevas y mejores explicaciones.

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1 Sartori, Giovanni, ¿Qué es la democracia?, México, Taurus, 1993.

2Sartori, Giovanni, Partidos y sistemas de partidos, Madrid, Alianza editorial, 1980.

3Gómez-Tagle, Silvia, ¿Cuántos votos necesita la democracia?, México, Instituto Federal Electoral, 2009, p. 97.

4Schedler, Andreas, The politics of Uncertainty: Sustaining and subverting Electoral Authoritarianism, Oxford, Oxford University Press, 2013; Linz, Juan José, “El régimen autoritario”, en Herminio Sánchez de la Barquera y Arroyo (ed.), Antologías para el estudio y la enseñanza de la ciencia política. Volumen ii: Régimen político, sociedad civil y política internacional, México, UNAM, 2017; Levitsky, Steven y Lucan, Way, “Elections Without Democracy: The rise of competitive Authoritarianism”, Journal of Democracy, vol. 12, núm. 2, pp. 51-65.

5Lazarsfeld, Paul Felix, The people’s choice: how the voter makes up his mind in a presidential campaign, New York, Columbia University Press, 1969.

6Lazarsfeld, Paul Felix y Merton, Robert King, “Mass Communication, Popular Taste, and Organized Social Action”, en Bryson Lyman, (ed.), The Communication of Ideas, New York, Harper, 1948, pp. 554-578

7Molinar Horcasitas, Juan y Weldon, Jeffrey, “Elecciones de 1988: crisis del autoritarismo”, Revista Mexicana de Sociología, núm. 52, pp. 229-262.

8Almond, Gabriel y Sidney, Verba, The civil Culture, Princeton, Sage Publications, 1963.

9Campbell, Angus, Converse, Philip, Miller, Warren y Strokes, Donald, The American voter, Nueva York, Wiley, 1960.

10Moreno, Alejandro, La decisión electoral. Votantes, partidos y democracia en México, Porrúa, México, 2009, p. 52.

11Guardado Rodríguez, Jenny, “La identidad partidista en México. Las dimensiones políticas de la competencia en las elecciones presidenciales de 2000 y 2006”, Política y Gobierno, vol. temático, núm. 1, 2009, pp. 137-175.

12Moreno, Alejandro, La decisión electoral. Votantes, partidos y democracia en México, Porrúa, México, 2009, p. 262.

13Guardado Rodríguez, Jenny, “La identidad partidista en México. Las dimensiones políticas de la competencia en las elecciones presidenciales de 2000 y 2006”, Política y Gobierno, vol. temático, núm. 1, pp. 137-175.

14Moreno, Alejandro, La decisión electoral. Votantes, partidos y democracia en México, Porrúa, México, 2009, p. 52.

15Reyes del Campillo, Juan, “2 de julio una elección por el cambio”, El Cotidiano, vol. 17, núm. 104, pp. 5-15.

16Evans, Jocelyn, Voters and voting: An introduction, Londres, Sage Publications, 2004.

17Downs, Anthony, An economic theory of democracy, New York, Harper&Brothers, 1957.

18Ames, Barry, “Bases de apoyo del partido dominante en México”, Foro internacional, num. 11, pp. 50-76; Molinar Horcasitas, Juan y Weldon, Jeffrey, “Programa Nacional de Solidaridad; determinantes partidistas y consecuencias electorales”, Estudios sociológicos, núm. 12, pp. 155-181.

19Dalton, Russell, “Cognitive Mobilization and partisan Delignment in Advanced industrial democracias”, Journal of Politics, vol. 46, pp. 264-284.

20Moreno, Alejandro y Méndez, Patricia, “La identificación partidista en las elecciones presidenciales de 2000 y 2006 en México”, Política y gobierno, vol. 14, núm. 1, pp. 43-75.

21Fiorina, Morris, Retrospective voting in american national elections, New Haven, Yale University Press, 1981.

22Ricker, William y Meter, Ordeshook, “A theory of the calculus of voting”, American Political Science Review, núm. 62, pp. 25-43.

23Shawn, Rosenberg, Bohan, Lisa, McCafferty, Patrick y Kevin, Harris, “The Image and the Vote: The Effect of Candidate Presentation on Voter Preference”, American Journal of Political Science, vol. 30, núm. 1, pp. 108-127.

24King, David y Matland, Richard, “Sex and the Grand Old Party”, American Politics Research, vol. 31, núm. 6, pp. 595-612.

25Gutiérrez Sánchez, Héctor, “Buenos ciudadanos que no votan. Mecanismos entre desencanto y abstención”, Sociológica, año 32, núm. 92, p. 156.

26Avila-Eggleton, Marcela, “Concurrencia y tipo de elección. El peso de las variables institucionales en la participación electoral en México”, en Arturo Alvarado (comp.), Elecciones en México: Cambios, permanencias y Retos, México, El Colegio de México - INE, 2016, pp. 277-314.

27Vilalta y Perdomo, Carlos, “Perspectivas geográficas en la sociología urbana: la difusión espacial de las preferencias electorales y la importancia del contexto local”, Estudios demográficos y urbanos, núm. 54, pp. 537-557; Vilalta y Perdomo, Carlos, “The local context and the spatial diffusion of multiparty competition in Urban Mexico”, Political Geography, núm. 23, pp. 403-423; Vilalta y Perdomo, Carlos, “Sobre la espacialidad de los procesos electorales urbanos y una comparación entre las técnicas de regresión OLS y SAM”, Estudios demográficos y urbanos, vol. 21, núm. 1, pp. 83-122; Vilalta y Perdomo, Carlos, “¿Se pueden predecir geográficamente los resultados electorales? Una aplicación del análisis de clusters y outliers espaciales”, Estudios Demográficos y Urbanos, núm. 23, pp. 571-613.

28Emmerich, Gustavo Ernesto, Votos y mapas. Estudios de geografía electoral en México, Toluca, Universidad Autónoma del Estado de México, 1993.

29Vilalta y Perdomo, Carlos, “Sobre la espacialidad de los procesos electorales urbanos y una comparación entre las técnicas de regresión OLS y SAM”, Estudios demográficos y urbanos, vol. 21, núm. 1, pp. 83-122.

30Albright, Jeremy, “Does political knowledge erode party attachments? A review of the cognitive mobilization thesis”, Electoral Studies, vol. 28, núm. 2, pp. 248-260.

Recibido: 31 de Julio de 2017; Aprobado: 10 de Mayo de 2018

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