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Tla-melaua

versión On-line ISSN 2594-0716versión impresa ISSN 1870-6916

Tla-melaua vol.12 no.45 Puebla oct. 2018

 

Reseñas

Myrna Torres y Ernesto Guevara en Guatemala

Francisco García Marañón* 
http://orcid.org/0000-0001-8767-3563

* Doctorante en sociología por el Instituto de Ciencias Sociales y Humanidades “Alfonso Vélez Pliego”, de la Benemérita Universidad Autónoma de Puebla, México. (pacopablo6799@yahoo.com.mx).

Torres Rivas, Myrna. De médico a combatiente. El tercer viaje de Ernesto Guevara de la Serna. Managua: Amerrisque, 2017.


Estamos hechos de maíz, de maíz amarillo y maíz blanco, así como de ideales, acciones, sueños y conciencia; estamos hechos de dolor y memoria. Somos y pertenecemos a un tiempo y espacio que se han dado en llamar América, América Latina, la patria grande que corre del Bravo hasta Cabo de hornos en la tierra del fuego. Algunos de nosotros comprendemos con cierta claridad los grados de compromiso que esto implica; hay quienes llegan hasta las últimas consecuencias para mostrarnos los senderos.

El texto de Myrna Torres que hoy presentamos propone al lector un paralelo de rutas en este tránsito de la conciencia latinoamericana. Sus guías, nada menos que la historia de la esperanzadora Guatemala de los años 53 y 54, a la que los ojos del mundo joven se aprestaron a observar. Myrna fue testigo de viva voz; y en ese contexto de esperanza y sinsabor, presenció la aparición en el escenario del aventurero argentino Ernesto Guevara de la Serna, más lector que aventurero y más continental que local.

De manera formal, el libro de Myrna Torres está estructurado a partir de la historia de su país. Hace el breve recuento de una tierra teñida de rojo, codiciada por gentes ajenas a su seno; una tierra que habrá de sufrir el indigno estigma del extractivismo que esclaviza pero que, al paso del tiempo, de vez en vez, encuentra generaciones de mujeres y hombres dispuestos a enfrentar la injusticia. Guatemala como centro y Guevara como periferia de la América que caminó en tres etapas; la última de ellas terminó en la nación chapina.

De esta manera, la figura del Che se inserta como parte de una trama central que significa el tiempo revolucionario y reformador de Arbenz y no la figura del incipiente Che como actor central de una puesta en escena a la que aún no le correspondía ese rol. Esto quiere decir que Myrna contó con la gran ocasión de convivir con el hombre Ernesto, que decidía quedarse a acampar a la orilla de la ribera o que caminaba las carreteras por horas y horas pidiendo aventón a falta de quetzales para el boleto de autobús, trabajando de estibador a 2 dólares 63 centavos por doce horas de trabajo, siempre hambriento y en busca de hincar el diente en la mesa de alguna familia que lo invitara a comer.

Pacho O’Donell, presentador de la introducción, acierta en afirmar que ninguno de los biógrafos del Che coloca a éste tan acertadamente en el contexto guatemalteco como lo hace Myrna, quizá por las razones obvias de haber convivido y compartido con él aquellos tiempos; pero no sólo eso. La historia de Guevara en Guatemala simboliza, en efecto, la antesala de los episodios que lo encumbran como personaje histórico mundial. “En Guatemala me perfeccionaré y lograré lo que me falta para ser un revolucionario auténtico”, escribe a su tía favorita, Beatriz. Pero ¿Por qué Guatemala? ¿qué estaba pasando ahí?

En la antigua Quauhtemalán, tierra de inmensas florestas, había asumido la presidencia un hombre al que llamaban el soldado del pueblo, precisamente el mismo año en que Mohamed Mossadeq, nacionalista iraní, asumía el cargo de primer ministro de Irán. En 1953, Jacobo Arbenz se aprestaba a realizar reformas económicas, políticas, sociales y culturales que beneficiarían profundamente a Guatemala; muchos latinoamericanos, entre ellos Ernesto Guevara, consideraban que lo que estaba sucediendo ahí era una auténtica revolución social. Guatemala simbolizaba la primavera centroamericana, por esta razón era un país tan atractivo.

Como en toda historia seria y digna de contar, la convergencia entre Guevara y Guatemala se dio en un clima festivo: la organización de los comités agrarios, la entrega de tierras a los campesinos, la proyección de obra pública a nivel nacional, el papel de los jóvenes en las nuevas tareas de construir un país más justo, la convicción de generar condiciones de desarrollo que favorecieran a los todos los guatemaltecos. Todo parece fluir en una misma dirección: instantes de conciencia colectiva devienen en júbilo, certeza en que hay espacio para el regocijo, para el baile y el canto.

Myrna nos ilustra estos instantes en que cubanos, peruanas, guatemaltecos, argentinos y uno que otro viejo gringo solidario, como el profesor Harold White (que conversó con Guevara sobre temas que lo terminarían de conformar en su sustento teórico), compartían el objetivo con una guitarra en la mano, con tangos mal bailados y carcajadas antillanas, sonoras, estridentes. Un ambiente familiar que termina por romper protocolos al grado de aterrizar en algunos apodos: el cubano Ñico López, superviviente del ataque al cuartel de Bayamo, le dirá por primera vez a Ernesto “el Che”. Es probable que el Che nunca supiera que algunos amigos llamaban a Ñico el “siete pisos”, por su notoria estatura.

La personalidad aguda del joven Che es descrita por Myrna Torres a nivel sutil de detalle: un muchacho profundamente observador, reservado y quizá aburrido para cualquier tema que no fuera político o cultural; diferente a los joviales cubanos que cantaban y bailaban; interesado como pocos en temas sobre la historia y política guatemaltecas y en las culturas prehispánicas: sensible frente al arte, de acertado pulso político; irónico, delgado y gran conversador, pero confinado en la celda de una aflicción a causa del malestar físico que siempre se propuso camuflar, como si el signo de su mal asmático tuviera que ser emboscado por un férreo espíritu de estoicismo a toda prueba, en la mitad algún reducto boscoso. En este perfil no desentonan el par de zapatos rotos y la única camisa, raída y desfajada con que Taibo propone dibujar al personaje.

Una importante aportación de Myrna Torres sin duda tiene que ver con el valor que atribuye la autora a cada interlocutor del Che en estos meses guatemaltecos: los cubanos Ñico López y Armando Arencibia, supervivientes del ataque al cuartel de Bayamo y fallecidos en el combate de Alegría de Pío en diciembre de 1956; la peruana Hilda Gadea, personaje central en la vida personal del Che; los guatemaltecos Edelberto Torres, Luis Arturo y Humberto Pineda, Edelberto Torres Rivas, Laura Aldana y, de camino a México, Roberto Cáceres el patojo; el profesor y sociólogo norteamericano

Harold White, los argentinos Oscar Valdovinos, Eduardo García y Ricardo Rojo, además de embajadores, funcionarios de la reforma agraria, directores de hospitales, vecinos, amigas y amigos.

Para quienes consideran que sobre el Che en Guatemala todo está escrito, el texto de Torres Rivas alumbra otras lecturas y precisa detalles que ningún biógrafo había destacado. Por ejemplo, la doble petición de matrimonio de Guevara hacia Hilda Gadea entra en duda al leer que era “notorio el enamoramiento de Hilda hacia Ernesto”. Myrna cierra atribuyendo un noble valor: “¿por qué siempre tiene que ser el hombre quien esté detrás de la mujer?” La memoria de Myrna nos recuerda que la figura nostálgica y doliente de la solidaria enamorada solía tomar ciertas iniciativas y que, en todo caso, no había absolutamente ningún problema por esto. Resta dejar en el aire una inquietud más apegada al corazón y no a la historia, pero que repiquetea igualmente en quienes buscamos escudriñar con la lupa de la obsesión al personaje añorado, y la lanzo como hipótesis más que como certeza: ¿cabrá la posibilidad de que el Che se declarase a Hilda por agradecimiento y no por amor?

En el contexto de los acontecimientos que transforman aquella Guatemala en una tragedia que parecería nunca terminar, no queda duda de la angustia que vivió Guevara por no poder encontrar una solución que le permitiera estabilizarse en el efervescente momento guatemalteco y apoyar con su grano de arena a fin de trastocar la etapa de observador por la de hombre de acción; yendo para un lado y para otro, visitando a un funcionario, una amiga, un conocido, un encargado de biblioteca que le pudiera ofrecer un empleo estable y la certeza de modificar su estatus de migrante. Pero en esta etapa de su transición histórica, Guevara lo era, tenía que serlo… sin identificarlo aún, su misión se centraba en eso, en recoger la experiencia de los pueblos latinoamericanos que sufrían la violencia del capitalismo, vivirla y compartirla.

Durante la Conferencia de Caracas Estados Unidos sentencia abiertamente el futuro guatemalteco. Las palabras agresivas de Foster Dulles fueron registradas por Vicente Lombardo Toledano en su artículo “Las intenciones de Washington en Caracas”, publicado en la revista ¡Siempre!, de 1954: “debemos reafirmar con decisión la Doctrina Monroe que data del 2 de diciembre de 1823 […] La lucha contra el comunismo implica la disolución de todas las agrupaciones internacionales comunistas y el proceso de las personas incluidas en la lista policíaca. La lucha contra el comunismo significa que cuando a juicio de cualquier gobierno del continente, el gobierno de un país americano haya reunido las características necesarias para ser considerado como un régimen influido por el comunismo internacional debe denunciarse el hecho a los demás gobiernos. Si éstos comprueban la acusación, aunque sea por mayoría, deben romperse las relaciones diplomáticas, comerciales, postales y telegráficas con el gobierno acusado, y si fuese preciso, emplear la sanción armada para derrocarlo, salvando así a los demás países del Hemisferio de la ‘contaminación’.”

En su diseño, la operación Ajax con que se derrocó a Mosaddeq en 1953 es bastante similar a la operación pbsuccess encabezada por Castillo Armas en 1954: bloqueo económico, desabastecimiento de armas, manipulación mediática, traición de mandos militares. Ambas operaciones fueron diseñadas por la CIA.

El problema en Guatemala ha sido la tierra y su reparto desigual. Los dolorosos tiempos posteriores a Arbenz están manchados de sangre de más de 200 000 guatemaltecas y guatemaltecos, que siguen muriendo y desapareciendo por oponerse al arrebato indignante de sus bienes nacionales. En relación con el análisis de Myrna Torres sobre el Che y Guatemala, quedaron asignaturas pendientes que irremediablemente Guevara no tuvo ocasión de valorar, la primera: enaltecer la figura de Arbenz al paso del tiempo, recuperada a causa de la desclasificación de archivos de la CIA que, en efecto, se responsabilizan por la traición de los militares; segunda, el papel propagandístico del aparato de inteligencia de la CIA que “inventó” a miles de contrarrevolucionarios cuando apenas eran unos cuatrocientos, y la decisión tardía de armar al pueblo; finalmente, quizá la más delicada fue no haberse enterado de que las chicas guatemaltecas se lo disputaban por diez centavos; la suma era lo de menos.

Como nota al calce, discutamos brevemente con Gary Prado, capitán del ejército boliviano y responsable del cerco militar que capturó al comandante Che Guevara en la quebrada del Yuro el 8 de octubre de 1967. Prado asegura que el Che le gritó: no disparen, “soy el Che Guevara y valgo más vivo que muerto”. No hay que tener mucha fe en lo dicho por este hombre que, como mínimo ejemplo, en su libro Che, traición y muerte, confunde el nombre de Félix Rodríguez por el de Félix Ramos, además de innumerables deslices de su memoria, como afirmar: de Pombo, Urbano y Benigno, “nada más se ha sabido”.

Terminemos mejor con unos versos de Benedetti, apropiados al momento, el contexto y la experiencia de Ernesto Guevara, el querido Che, a su paso por nuestros pueblos:

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