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Tla-melaua

versión On-line ISSN 2594-0716versión impresa ISSN 1870-6916

Tla-melaua vol.11 no.43 Puebla oct. 2017

 

Reseñas

El buñuel. Homoerotismo y cuerpos abyectos en la oscuridad de un cine porno

Antonella Fagetti* 

* Profesora investigadora del Instituto de Ciencias Sociales y Humanidades "Alfonso Vélez Pliego", de la BUAP. (antonellafagetti@yahoo.com.mx)

Córdoba Plaza, Rosío; Pretelín Ricardez, Jesús. El Buñuel. Homoerotismo y cuerpos abyectos en la oscuridad de un cine porno. México: ITACA, 2017. 256p.


Agradezco a Rosío haberme metido en este asunto de la presentación de un libro cuyo tema no es mi tema de estudio. Efectivamente, Rosío me invitó no porque fuera una experta, sino por nuestra amistad, de muchos años, desde los noventa, cuando nos conocimos en un seminario del PIEM, en El Colegio de México. Desde entonces, la considero una mujer atrevida, desinhibida y creativa que aplica todas sus cualidades al estudio de la sexualidad desde hace varios lustros. A Jesús no lo conozco, pero me lo imagino, en aquel tiempo, como un estudiante interesado en un tema que también es parte de su vida, lo que explica para mí el haber podido hacer trabajo de campo en un lugar como el cine Buñuel.

Rosío Córdova y Jesún Pretelín forman una mancuerna excepcional. Jesús llevó a cabo el trabajo de campo en el Buñuel para la tesis de licenciatura que presentó en 2002 bajo la dirección de Rosío. Rosío, por su parte, en 2007 inició una investigación sobre turismo sexual, en colaboración con investigadores del Instituto de Geografía de la UNAM, la cual se ubicó en grandes ciudades: localidades fronterizas y destinos de playas, como el puerto de Veracruz.

La invitación de Rosío de presentar un libro sobre homoerotismo me colocó en una situación, sin duda, difícil, porque en un evento académico se espera que el que habla pueda aportar comentarios sugerentes derivados de una lectura consciente y competente. Pero también me ubicó en una situación especial porque, al no ser experta, pude leer el libro a mis anchas. Como aquella lectora que lo encuentra en la mesa de novedades de alguna librería y lo compra atraída por el título, y dispuesta a descubrir en sus páginas lo que sucede en la oscuridad del Buñuel, un cine porno de Veracruz, y cuáles son las prácticas homoeróticas de los cuerpos abyectos. Descubrí que sólo una pareja con estas características, la de Rosío y Jesús, ¡podía haber hecho un libro como éste!: con un buen trabajo de campo y una reflexión teórica interesante, entretenido y novedoso, pero también un libro que horroriza, turba y desconcierta, por lo menos a mí.

Después de los preámbulos obligados sobre la homosexualidad en Veracruz y sus cines porno, de pronto ya estamos allí, afuera del Buñuel, un cine que abrió sus puertas en los años setenta, con 670 butacas; que en un principio ofrecía películas para familias; que a finales de los noventa comenzó a exhibir la función de medianoche para adultos, la cual, gracias al éxito obtenido, se adelantó a las ocho de la noche, y que después de 2003 proyectó sólo cine porno hasta que finalmente cerró sus puertas en 2014.

Son las ocho de la noche y el público está ansioso por entrar, no tanto por la película en cartelera, ¡eso es lo de menos! Lo atractivo del lugar es la gente: hombres que tienen sexo con hombres, hombres que buscan a cocteles, es decir, varones con quienes entablar relaciones fugaces; parejas heterosexuales, algunos hombres solitarios y unas cuantas sexoservidoras.

Afuera se hacen los primeros intentos para establecer vínculos homoeróticos; es el primer lugar de ligue, donde se intercambian miradas de modo furtivo y se hacen pláticas para sondear quién está dispuesto. Sólo quien sostiene la mirada a otro lo hace porque desea tener algún tipo de relación. O puede no responder al momento, pero dentro del cine accede a los reque rimientos de su observador.

Las puertas se abren. Los autores nos introducen a un lugar donde el falo es el principal protagonista de todas las historias. Ya sea visible o invisible, se percibe omnipresente en pantallas, búsquedas y ofrecimientos. Se halla en posición de convocar a una colectividad y logra que el espacio de la sala de cine se organice entre aquellos que lo poseen y quienes desean poseerlo o ser poseídos por él. Por ello, el cine se perfila como un dispositivo falotópico: en su interior el falo circula como objeto de deseo y de dominación, manteniendo los juegos de poder de las masculinidades a buen resguardo.

En el cine porno reina la distinción entre falo y pene. El cuerpo abyecto es el que renuncia a su masculinidad y rechaza su poder simbólico para dar paso a la búsqueda del falo. Un espacio de relativa permisividad y seguridad, donde a quienes prefieren encuentros homoeróticos se les permite existir en territorios circunscritos y estigmatizados.

Estamos en la antesala, que se llena entre la primera y la segunda función. Algunos pasan por ella para ir al baño, por una necesidad fisiológica, e incluso tratan de pasar desapercibidos para no ser blanco de los albures que allí se manejan con mucha propiedad, como reafirmación de la homo sexualidad de quienes los emplean de manera magistral. Pero otros viven este espacio como el territorio ideal para socializar, conocerse, intercambiar ideas, reforzar los lazos de amistad, y en este sentido favorece, el recono cimiento entre pares. Por tanto, se puede considerar un lugar estratégico donde las personas salen de la sombra y pueden charlar abiertamente. Se encuentran allí también rivales en el juego erótico. Unos, al no respetar un acuerdo tácito: "el ligue es de quien lo ve primero", agreden a otros al echarles a perder sus ligues.

Dejamos la antesala para adentrarnos en la semi-oscuridad de abajo. Una sala grande con 546 butacas, viejas, luidas, sucias y descuidadas que muestran los años transcurridos sin el mantenimiento requerido. La luz de la pantalla ilumina un área donde por lo general se evita tener encuentros homoeróticos, precisamente porque está a la vista de todos. Por los corredores caminan, indiferentes a las escenas que se proyectan en pantalla, quienes van a cocteliar, ligar y cotorrear, es decir, en busca de cotorreos, o sea, encuentros sexuales, atentos a las señales que indican que la persona acomodada en su butaca quiere establecer una relación homoerótica, por ejemplo, al colocar las manos sobre sus genitales.

En las zonas más oscuras, algunos practican el sexo oral, pero la presencia de parejas heterosexuales y la vergüenza a ser observados limita de alguna forma la libertad que se puede encontrar en otros sectores del esta blecimiento. Es por ello que -aclaran los autores- en la primera planta el homoerotismo parece ser una práctica indeseable, constituye un territorio donde la heterosexualidad visible y normal se opone a la homosexualidad invisible y anormal.

Salimos de la penumbra para observar el movimiento que caracteriza los baños, lugar donde se goza de cierta ventaja; gracias a que el ingreso está reservado para los varones, se disfruta una relativa intimidad y privacidad, y no hay límites para la duración del cotorreo. Allí, los usuarios se pueden exhibir a su antojo, aunque también se exponen a ser vistos. Lo importante aquí es saber reconocer a quiénes simplemente van al baño y quiénes quieren ser ligados, o los que van a buscar placer por su cuenta. Los baños públicos se prestan a ser lugares donde la conducta considerada una violación a las normas en el mundo ordinario se convierte en un espacio accesible para obtener placer.

Ahora subimos lentamente las escaleras que conducen arriba, expectantes de lo que veremos una vez que ingresemos a la sala de la planta alta, porque los mismos frecuentadores del cine nos han advertido que "ahí es donde está lo bueno", "si subes, no sales vivo".

Acostumbrados a la penumbra, los ojos sólo perciben sombras. Pero la narración continúa sin dejar lugar a duda de lo que sucede allá arriba. Allá desfilan con más desenvoltura y menos inhibiciones un sinnúmero de indi viduos que responden -según la jerga gay- a una tipificación necesaria en el cine, que no se usa para ofender al otro, sino para identificarlo: tapados o de clóset, aceptados, torcidas, loquitas y vestidas; putos, tortillas y lesbianas; perras, padrotes y madrotas; hombres, mayates y chacales...

Esta división y clasificación refleja actitudes, modos de vestir y vivir la sexualidad, preferencias eróticas, vivencias particulares de quienes, por ejem plo, prefieren quedarse en el clóset para evitar enfrentar lo que un destape les ocasionaría; otros se aceptan como son; algunos muestran ropas y conductas femeninas; los que penetran se diferencian de los que son penetrados, y unos cobran o aceptan dinero por el cotorreo.

Adentro, los individuos que afuera son abogados, estudiantes, profesores, meseros o albañiles no se distinguen por la clase social, la escolaridad, la edad, el estado civil, las capacidades intelectuales...; adentro hay una gran variedad de identidades de género y sexuales que el dispositivo de sexualidad alimenta y una jerarquía bien definida que se establece entre ellas.

Todos tienen un fin común: van a buscar, ofrecer, brindar y recibir placer, y repetir la secuencia tantas veces como sea posible.

Hay un juego sutil -dicen los autores- entre la obtención del placer y la necesidad de mantener un sentido de la identidad positivo al evitar, por ejemplo, involucrarse con tortillas, aquellos que siempre mantienen un com portamiento pasivo en el intercambio sexual. En este sentido, el cine se presenta no como un lugar de ruptura con el orden social dominante, sino como un sitio donde se refuerza la doble moral que considera que el homoerotismo es bueno cuando se mantiene escondido y es malo cuando se le exhibe.

A pesar de todo, en el cine porno sus asistentes encuentran el espacio idó neo para gozar, donde se ejercen los derechos eróticos que afuera no existen. La semioscuridad, la clandestinidad, el anonimato, una relativa protección y seguridad lo convierten en terreno fértil para el disfrute, los encuentros fugaces, donde es posible vivir "extraños romances de 15 minutos entre escena y escena". Sobre todo, el cine logra encerrar, adentro, en un espacio bien delimitado y vigilado, manifestaciones y comportamientos homoeróticos que afuera son reprobados.

No sólo -como advierten los autores- el cine es un espacio de encie rro voluntario, diría yo que ¡es un lugar para unos buenos encerrones! ¡Un lugar de diversión sin límites! Claro, también es un lugar de encuentro con un placer que es negado afuera. Asimismo, en la búsqueda de ese placer, el sujeto se construye a sí mismo como lo abyecto, por eso acepta las reglas del cine y con ello reafirma lo que el régimen de sexualidad ha instaurado. No hay una confrontación por parte de los hombres a los marbetes que les son impuestos, sino que hacen suyos esos significados que la sociedad les asigna y aceptan esos modelos culturales que los ubican en los márgenes.

Es asombroso y muy interesante ver cómo se da la apropiación de los espacios. Cines, parques, baños públicos, el último vagón del metro, que no fueron construidos o creados para estos fines, han sido apropiados en res puesta a la heterosexualidad dominante que convierte el homoerotismo en anormal, prohibido y abyecto, transformándolos también en territorios de placer, donde cocteliar a gusto.

Esto ha sido posible -como evidencian nuestros autores- a que existe hoy día una aceptación cada vez mayor hacia la diversidad sexual. La investigación de Rosío Córdova y Jesús Pretelín, que ha tomado cuerpo en este interesante libro, pone en evidencia que los estigmas que pesan sobre los individuos y sus cuerpos abyectos pueden ser superados en un mundo donde en un futuro (ojalá no tan lejano) la preferencia sexual no sea un obstáculo para el buen vivir.

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