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Península

versão impressa ISSN 1870-5766

Península vol.15 no.2 Mérida Jul./Dez. 2020  Epub 12-Nov-2020

 

Reseñas

Mariflor Aguilar Rivero. Resistir es construir. Movilidades y pertenencias

Rubén Torres Martínez1 

1 rtm.unam@gmail.com

Aguilar Rivero, Mariflor. Resistir es construir. Movilidades y pertenencias. México: UNAM, Juan Pablos, 2013. 142 ppp.


En una época en la cual incluso los más acérrimos defensores de la globalización y el liberalismo económico reconocen las fallas y errores de dicho modelo, Mariflor Aguilar Rivero nos presenta un texto de gran actualidad, necesario y urgente para entender los fenómenos sociales de las movilidades y las pertenencias en un mundo que fluye a velocidades cada vez más vertiginosas. Acudiendo a distintas disciplinas como la sociología, la antropología, la economía, las relaciones internacionales e incluso los estudios en torno a la ecología, Aguilar Rivero realiza una reflexión filosófica basada en datos empíricos. La filósofa concurre en una pléyade de autores como Gilles Deleuze, Felix Guattari, Ibn Jaldún, Danilo Martuccelli, Etienne Balibar y, desde luego, clásicos como Jacques Attali, Slavoj Zizek, Charles Taylor y Michel Foucault para sustentar su argumentación.

Pertenencia, movilidad y resistencia, tres maneras de vivir o adaptarse al mundo, tres maneras de ser. Es lo que Aguilar Rivero va demostrando a lo largo de 142 páginas, divididas en cinco capítulos, más la introducción y la conclusión. Desde un inicio, la filósofa deja claro que la pertenencia es inevitable, variable pero inevitable; mientras que la movilidad es el signo de nuestros tiempos, ya sea por necesidad o por gusto. La economía y el comercio agilizaron y revitalizaron la movilidad, pero su principal motor son los sueños. Un tercer fenómeno aparece: la resistencia como manera de identidad, de reconocimiento y de auto-reconocimiento, es decir con su historia propia.

En el capítulo 1, "Movilidades y nomadismo", la autora compara el sedentarismo y el nomadismo en las sociedades antiguas y contemporáneas e identifica cómo han cambiado de naturaleza, a la vez que cambian la naturaleza de las sociedades mismas. Una preocupación principal de este apartado es la poca capacidad que tenemos los humanos de hoy para arraigarnos y quedarnos en algún lugar en específico. Pero este ejercicio de movilidad se da en dos versiones: los éxodos y exilios versus las movilizaciones de corte "turístico" e impersonalizado. Un diálogo de sordos se establece entre estos dos escenarios; el del progreso y desarrollo versus el del despojo y la aniquilación.

Aguilar Rivero denuncia que, en la actualidad, "viajar" es entendido como sinónimo de turismo, cuando en la realidad es mucho más que eso. Siguiendo a John Urry, la filósofa realiza una tipología "motivacional" de los desplazamientos: 1) por obligación (trabajo, familia, etc.); 2) por necesidad social (eventos cara a cara); 3) temporal (necesaria para crear vínculos); 4) locales (sentir y poseer algún lugar); 5) vivenciales (eventos que merecen "ser vividos"); 6) objeto (necesidad de estar cerca de algo). Sin embargo, la autora acusa que esta clasificación no toma en cuenta a los desplazados, ya que se trata de movilidades involuntarias.

La filósofa da testimonio de que hoy se crea la imagen del nomadismo con cierto romanticismo (seres guerreros audaces, cazadores, rápidos, libres y no civilizados). Por el contrario, el sedentarismo vuelve débil al cuerpo y al espíritu. Son el territorio y la geografía los que otorgan rasgos morales y cívicos a los individuos. Por ello es que la ciudad produce efectos devastadores en quienes prefieren el hedonismo y el conformismo, dejando que sea el gobierno quien se ocupe de tomar y asumir todos los riesgos que antes correspondían al nómada (seguridad, alimentación, salud, formación, etc.). Los sedentarios no corren riesgos.

Aguilar Rivero nos recuerda que desde 1985 Jacques Attali advirtió que los objetos nómadas (teléfonos celulares, tablets, computadoras portátiles) dominarían la vida cotidiana en el siglo XXI. Nómada es la palabra clave, pero se trata de un nuevo nomadismo de orden mercantil. Objetos que permiten comunicación y movilidad al mismo tiempo. La filósofa clasifica a los nómadas en: 1) los hipernómadas; verdadero motor económico de la sociedad, gerentes y profesionistas liberales; 2) los infranómadas; nómadas involuntarios que no tienen otra opción que moverse, migrantes en busca de trabajo, desplazados de guerra, etc., son los llamados también "nómadas de miseria"; 3) los sedentarios; quienes observan a través y desde sus objetos nómadas a los otros dos grupos. La mayoría de los seres humanos aspira a ser hipernómada, pero en realidad lucha por no transformarse en infranómada.

Las movilidades fácticas son amplias y numerosas, cotidianas y deseadas, ello implica un nomadismo real y no solo virtual. Sin embargo, advierte la autora en su segundo capítulo, existe también "el lado oscuro del nomadismo". Detrás del discurso del gran capital que motiva y promueve el movimiento, los flujos, y que de hecho los mitifica como algo libertador y deseable, se encuentran realidades crueles. El infranómada abandona su lugar de origen por mera sobrevivencia. Aguilar Rivero muestra cómo discusivamente la globalización vende la idea de fronteras abiertas cuando en realidad se dan repatriaciones y leyes migratorias excluyentes. La tensión es entre soberanía (territorialización) y capital (desterritorialización), es un ataque al multiculturalismo de la llamada "aldea global". Por miedo o hambre se deja atrás geografía, lengua y arraigo.

De esa manera, el capital habría hablado: a los ricos, negocios y dinero; a las clases medias, consumo y Estado mínimo; a los pobres, trabajo físico y miseria. Son los infranómadas quienes sostienen económicamente al mundo. El discurso oficial de la migración no es cla ro, ni tiene agenda definida, sino que sirve para discrecionalmente fomentar la corrupción. En México, acusa la autora, el Plan Nacional de Desarrollo, busca hacer de la migración algo exitoso, cuando en realidad debería buscarse crear las condiciones que la eviten. Se continúa vendiendo la idea de "migración" ventajosa, aventura individual o grupal que permite ir al encuentro de nuevos horizontes.

Lo que en verdad se observa es que las migraciones internas están más vinculadas con problemas jurídicos en torno a la tierra (despojo) (el Estado regula la ocupación del espacio y con ello la repartición de la riqueza), lo que termina por afectar la subjetividad. El turismo es disfrute o economía (local y nacional), pero se oculta lo político. "El turismo atrae riqueza", uno de los grandes mitos de la globalización. Por ello América Latina se encuentra en peligro. Desde Tijuana, México, hasta Cabo Froward, Chile, se busca crear el paraíso de las inversiones extranjeras, el neoliberalismo encontró en el turismo la herramienta destructora ideal, porque es socialmente aceptada.

Afortunadamente, Aguilar Rivero, en su capítulo tercero muestra cómo la "Pertenencia (es) límite al nomadismo". Las formas de pertenencia pueden estar relacionadas con varios ámbitos y pueden ser de distintas naturalezas: 1) el origen de la pertenencia; 2) la dimensión emocional o las vivencias sobre ellas; 3) las adscripciones y construcciones de la pertenencia; 4) los flujos de pertenencia.

Los sujetos sociales, tanto individuales como colectivos, se constituyen desde las prácticas y las instituciones. Berger y Luckmann señalaron que son las instituciones, al asignar roles, las que ayudan a "subjetivizar" al individuo, mediante sus prácticas y su relación con el mundo. Pero la "pertenencia" también puede ser exclusión. El Estado-Nación juega con esto. Por ello es que las pertenencias pueden ser conceptuales: intencionales (conciencia de lo que se hace y su referencia) u ontológicas (reconocimiento de la autoconciencia). Pertenecemos a algo que nos precede y nos constituye (lenguaje y mundo), son los espacios quienes nos vuelven "nosotros". Paralelamente está el Dasein al mundo (tradición y arraigo), nos incorporamos a la historia y esta nos constituye.

Identidad y reconocimiento deben ser entendidos como variables de la pertenencia. Aguilar Rivero hace énfasis en el contraste entre la época clásica y la edad moderna. El individualismo y el interés supremo por la realización personal marginaliza la ciudadanía política, no somos fieles a nada, no pensamos ser trascendentes. Es el dilema de la exclusión democrática, la democracia requiere una fuerte cohesión en torno de la identidad política, pero la cohesión excluye si no hay adaptación. Los Estados democráticos requieren construir una identidad colectiva con la cual se identifiquen sus ciudadanos y a partir de la cual se genere el sentimiento de pertenencia (identidad política). La pertenencia es intrínseca a la democracia, los individuos pertenecen a un todo y además requieren confianza mutua, pero la confianza hacia lo externo siempre es complicada. El Estado debe promover la deliberación basada en la responsabilidad social y en la civilidad (tolerancia). Solo así se alcanzan los tres sentidos de la pertenencia (necesidad humana, efecto ideológico de las relaciones humanas y construcción intencional) y en todo participa el Estado democrático. Llegamos a la paradoja de la individualización a través de la identificación secundaria. Al afirmarnos como individuos autónomos reconocemos también ser parte de un todo, de algo secundario (comunidad) que es mediada.

Aguilar Rivero nos advierte que la globalización requiere de los Estados para la toma de decisiones, pero los rebasa en todo. Se pierde soberanía, pero se desarrolla paralelamente un proceso cultural y político que consiste en reforzar las identidades como principio de organización social, seguridad personal y movilización política. La identidad sería la construcción de sentido a las acciones ante el debilitamiento del Estado; ante la adversidad, la identificación y la pertenencia emergen de nuevo. El Estado ya no es ese "todo" donde uno está representado y en seguridad. El mercado no fue la solución sino lo contrario. Así, fueron las identidades históricas las que regresaron con más fuerza, debido a la experiencia y la tradición que guardan, aunque identidades religiosas, nacionales y étnicas también recobraron espacio a partir del simbolismo. Las identidades individuales y familiares, al ser afectivas, siempre han estado ahí.

El triunfo de la identidad individual significó el vacío de contenido histórico de las instituciones y del Estado y sus valores y principios; el Estado perdió la soberanía, y la identidad nacional ya no basta en la globalización. El problema radica en que el individualismo, familiar, étnico, religioso, territorial, etc., es defensivo y casi nunca propositivo en su intención de llenar el vacío dejado por el Estado. La pertenencia se convierte en una alternativa a la metafísica de la raza, la nación y la patria, y va más allá de correspondencias simplistas, afirma la filósofa.

No obstante, y acercándose al final, Aguilar Rivero nos habla de "El lado oscuro de la pertenencia. El problema identitario". La pertenencia también es violenta, es exclusión y diferenciar al otro. La filósofa nos ofrece "Nueve tesis sobre la identidad": 1) la identidad es un componente esencial de la autoimagen; 2) lo que piensan los individuos de sí mismos está en relación directa con su lugar en la sociedad; 3) las identificaciones son múltiples, no existe una identificación única sino de un "flotamiento libre"; 4) la "utopía postmoderna" es la capacidad de movilidad de la identidad entre dos polos (identidad única o ninguna identidad); 5) toda identidad es trans-individual, el sujeto se construye a partir de diálogos e intercambios con el exterior, con los otros; 6) los procesos de identificación se dan con base en tres requisitos: a) lo imaginario, b) lo ideal, y c) la mirada del otro; 7) el proceso de identificación siempre está reacomodándose, adaptándose y no son decisiones personales sino grupales; 8) los procesos de identificación son resultado del proceso de inserción de los sujetos en las prácticas sociales; 9) existen también procesos de des-identificación donde la identificación se abandona para que otra tome su lugar.

Aguilar Rivero advierte sobre cómo los polos identitarios generan violencia por la naturaleza de su estructura. Los conceptos de identidad unívoca e identidad arbitraria (flotante o cero) se articulan, entrecruzan y entrelazan con la identidad colectiva y la identidad individual. Lo coercitivo y lo liberacional, lo cooperativo y lo egoísta, a manera de una banda de Möbius. La violencia interna y externa genera subjetividad. Retomando a autores como Balibar y Benslama, la filósofa nos recuerda que es el extranjero quien cuestiona y ratifica la identidad, gracias a él se crean fronteras entre lo aceptable y lo no aceptable; la identidad colectiva genera exclusión. De ahí la necesidad de territorialización o proceso de agruparse en colectividad y volverse una mayoría que domina. Salir de este dominio nos vuelve vulnerables y minorías; la masa protege, pero sofoca la individualidad, es decir: la homogeneización destruye lo diferente.

La autora observa un fenómeno de bastante actualidad: el surgimiento de la alternativa de la individualidad "flotante", "cero" o "arbitraria". Identidad en mutación constante que permite el diálogo y reconocimiento del otro, es "tolerante". Adquirir identidad implica vivirla, pero no debe ser forzosamente violenta, no debe ser ni la expropiación de una identidad afuera (nazis o electores de Trump) ni la identidad a cualquier costo (narcos, maras, etc.). Las dos situaciones extremas son invivibles, se debe ir por una vía intermedia, fomentando una educación promovida desde las instituciones sociales que reconocen la diversidad en varios sentidos.

La autora nos advierte que estamos ante un doble movimiento de identificación que el Estado suele controlar. Se trata de cómo liberar al individuo, secularizarlo. Es mediante la civilidad (Hegel) y el Estado de derecho que el hombre puede ser libre, particular y universal, abstracto y concreto al mismo tiempo. Se trata de separarse de esa forma de vida en la cual hemos nacido y crecido (la familia), para autoafirmarnos como individuos, es decir, se pasa de una identidad primaria a una secundaria y se pasa de una comunidad pequeña (tribu-familia) a una más grande (grupo-Estado), que es la que finalmente otorga identidad al individuo. Las identificaciones primarias se desplazan hacia identificaciones secundarias. El fenómeno de la globalización y las comunidades de pertenencia trajo consigo una tensión que toma la forma de multiculturalismo (o estilos de vida).

Pero lo anterior va de la mano con el incumplimiento de las funciones del Estado. Estaríamos ante una nueva revisión de la identidad ahora otorgada por algo más grande y más abstracto que el Estado mismo, lo cual sería sumamente violento porque la identidad es resultado de un proceso de arraigo, de usos y de costumbres. La lectura nos obliga a preguntarnos: ¿el Estado continúa siendo agente de civilidad?

En el quinto y último capítulo, "Resistir es construir", Aguilar Rivero concluye que movilidad y pertenencia son dos caras de la misma moneda. Aterriza su reflexión en torno al caso mexicano, donde las pretendidas políticas públicas en torno a las identidades de los pueblos originarios están condicionadas a una rápida y eficaz incorporación al mercado por parte de los individuos de dichos pueblos. Por ello "resistir es construir". Resistencia en la lógica de Foucault, como esa capacidad de revolucionar el pensamiento y las cosas; resistencia de manera transversal en un mundo globalizado; una resistencia que aprovecha justamente de los recursos de la globalización para llegar e incluir todos los rincones del mundo; resistencia como oposición dialéctica al poder; resistencia como lucha inmediata que afecta la vida del individuo y cuestiona su estatus, es decir la lucha contra "el gobierno de la individualización"; y finalmente, resistencia como postura que no acepta el "cientificismo" en su exclusivo papel de aliado del poder.

Aguilar Rivero destaca que ese tipo de resistencia construye nuevas identidades y nuevas formas de existencias más abiertas, movibles y tolerantes. De la misma manera, advierte que dichas resistencias están teniendo lugar en lugares como el Medio Oriente y América Latina. Para el caso mexicano, las comunidades donde el gobierno es gestionado por el EZLN desde hace algunos años son un buen ejemplo; el otro caso que la autora subraya es el de los barrios de la ciudad de México, Tepito específicamente. Aunque los ejemplos son variados y diversos.

La autora concluye afirmando que, más allá de su militantismo por causas como el feminismo, el resistir le ha permitido pertenecer, tomar conciencia y organizarse. El resistir le ha permitido comprender y vivir.

De lectura agradable, rápida y fresca, celebramos que Resistir es construir. Movilidades y pertenencias llegue a nuestras manos como una reflexión que no solo ofrece nuevas ópticas y vertientes para entender fenómenos como la movilidad en un mundo globalizado, sino porque es una invitación a una meditación profunda, sobre cómo nos encontramos construyendo los procesos de identidad en pleno siglo XXI.

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