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Península

versão impressa ISSN 1870-5766

Península vol.13 no.1 Mérida Jan./Jun. 2018

 

Reseñas

Lorena Careaga Viliesid. Invasores, exploradores y viajeros: vida cotidiana en Yucatán desde la óptica del otro, 1834-1906

Arturo Taracena Arriola* 

Careaga Viliesid, Lorena. Invasores, exploradores y viajeros: vida cotidiana en Yucatán desde la óptica del otro, 1834-1906. 2 vols. Mérida: Secretaría de Arte y Cultura de Yucatán, 2016. 382p. (vol. I). y 414 pp. (vol II),


En esta importante obra para la historiografía peninsular yucateca, y la mexicana en general, la historiadora Lorena Careaga, al igual que otros investigadores que trabajan el tema de los viajeros en el siglo XIX, es tributaria de Ojos Imperiales, el maravilloso ensayo de Mary-Louise Pratt. Aparecida en castellano en 1997, la obra de Pratt analiza cómo durante el contacto de los viajeros europeos decimonónicos con el Nuevo Mundo, estos se presentaron en general como antihéroes y miembros de la vanguardia capitalista. Sin embargo, su opinión sobre los habitantes, políticos y gobernantes americanos estaba cargada de un tinte discriminatorio, de superioridad étnica, cultural e histórica, sin que por eso dejasen de admirar algunos elementos de las culturas de origen prehispánico, del mestizaje y del deslumbrante paisaje tropical. Si bien eran favorables a la eugenesia como forma de superar la tara que pensaban el trópico ejercía en los habitantes de América Latina, no por ello sus observaciones y textos dejaban de mostrar un profundo interés por cernir la realidad de las regiones que “descubrían”. De ahí que para los investigadores actuales, lo que de ellos seduce es su papel en la reinvención de América y, en especial, en este caso, la del Yucatán del siglo XIX.

Invasores, exploradores y viajeros: vida cotidiana en Yucatán desde la óptica del otro no solo es una investigación original que aborda los relatos dejados por viajeros científicos, políticos, comerciales y turísticos que recorrieron la Península durante el período seleccionado, 1834-1906, sino que viene a llenar una laguna en el conocimiento tanto del desarrollo de la denominada Guerra de Castas de Yucatán como del rescate, con fuentes tradicionales y nuevas, de la dimensión de la cotidianeidad en la vida yucateca durante su prolongada contienda. Precisamente, haber escogido como fuente principal las narraciones de viaje para analizar la cotidianeidad en el marco de un conflicto social, marca la singularidad de su tema de investigación.

No cabe duda que el conocimiento acumulado en sus investigaciones anteriores (Hierofanía combativa: lucha, simbolismo y religiosidad en la Guerra de Castas, de 1998 y De llaves y cerrojos. Yucatán, Tejas y Estados Unidos a mediados del siglo XIX, de 2000), le permitió a Careaga abordar un amplio lapso y analizar una cantidad significativa de libros y artículos para alcanzar los objetivos propuestos; entre ellos, ayudar a ilustrar el cambio político y social que significó la adopción del sistema republicano por México a partir de 1824. Un cambio que, de alguna manera, puso a la élite yucateca en contacto con la mentalidad de los viajeros que llegaban de Europa y América del Norte, ya imbuidos en la revolución industrial capitalista y en el orden político propio a la división de poderes y a la soberanía del pueblo. Por tanto, un cambio que afectó violentamente a los pueblos indígenas que, por más de 300 años, habían aprendido a sobrevivir en medio de la lógica corporativista tan fructífera para el orden colonial español.

El manejo de elementos conceptuales de la historia cultural y de la historia regional con el propósito de analizar el papel de esos viajeros en una coyuntura de conflictividad social, que están presentados en la introducción del libro, le ha permitido a su vez a nuestra autora hacer una clasificación de estos en científicos, guerreros, mediadores, inmigrantes y visitantes; clasificación que recorre los diversos capítulos del libro, dándole unidad a todo el texto.

La división capitular parte de la presentación, en el primer apartado, de la impronta que dejó Alejandro von Humboldt en torno a los viajes científicos en el Continente americano, lo que implica hablar mucho más que de las antigüedades y de la geografía, como tradicionalmente se hace cuando se aborda el tema de los viajeros. Tomando en cuenta el impacto del romanticismo no solo como corriente literaria sino -además- política, Careaga se detiene en explicarnos quiénes eran socialmente los viajeros, cómo hubieron de integrarse -si lo lograron- a los espacios que recorrieron, qué tipo de recursos técnicos y lecturas implementaron en su labor expedicionaria y qué temas y personajes los ocuparon.

El capítulo II, que aborda el período de 1836 a 1845, o sea el del auge del regionalismo yucateco y de sus principales actores (Sierra O’Reilly, Estanislao Carrillo, Simón Peón, etc.), recoge el papel pionero en Yucatán de aquellos viajeros (Jean Frederick de Waldeck, Patrick Walker, John Caddy, John Lloyd Stephens) que llegaron antes del estallido social en busca de la civilización clásica maya. Interesados en tratar de desentrañar los misterios de una civilización de la que hasta entonces se sabía poco, llegaron a emitir algunos de ellos teorías fantásticas sobre su posible origen egipcio, bíblico, etc., y otros, como Stephens, afirmando que los mayas contemporáneos son los herederos de los constructores de tan excepcional cultura. Trataron, a la vez, de hacerse un lugar en la vida cotidiana de los gobernantes de turno y de los personajes más prominentes, para verse facilitar los recursos de movilidad, mano de obra y hasta comercialización de los bienes arqueológicos. Una actitud que hizo reaccionar a varios yucatecos en defensa de su patrimonio cultural tangible y, aun, al propio Estado en busca de dotarse de una legislación al respecto.

El capítulo III, que va de 1846 a 1861, pasa a considerar el papel de estos viajeros (Friedrichstahl, Stephens, Frederick Catherwood, Benjamin M. Norman, Carl B. Heller, etc.) en el marco de ese estallido social maya y de la intervención norteamericana en suelo campechano, en medio de pugnas partidistas peninsulares entre las facciones barbachanista y mendecista. Como señala la autora, el conflicto social con los mayas contemporáneos se debió a su exclusión política y a la explotación económica en medio de un fallido proyecto soberanista, lo que terminó por hacer que durante la década de 1860 no se diese la presencia de viajeros, salvo la de algunos voluntarios norteamericanos y europeos adscritos al recurso del filibusterismo, contratados por parte de las autoridades yucatecas para ayudar a quebrar la resistencia de los indígenas sublevados.

Más allá del oprobio de 300 años de colonialismo español, coyunturalmente el estallido social en la década de 1840 se debió al incumplimiento de los ofrecimientos políticos hechos a los mayas y ratificados por el Congreso yucateco en torno al recorte o desaparición de los tributos eclesiásticos y civiles, la repartición de la tierra, así como a la política de distribuir lotes a los soldados victoriosos de las campañas de 1842 y 1843 en la frontera con el territorio de La Montaña, en detrimento de esta y del hábitat de los mayas que la poblaban. De ello da cuenta la obra que se comenta de Careaga.

El capítulo IV, que cubre un periodo más largo -pues va de 1871 a 1886-, expone cómo, a raíz de la reducción del espacio de la rebelión maya al oriente peninsular, la reactivación de la presencia de viajeros (Desiré Charnay, Alice Dixon, Augustus Le Plongeon) en suelo yucateco se dio en el marco de expediciones respaldadas por instituciones públicas y privadas, lo que implicó la presencia tanto de científicos con mejores técnicas de investigación, como de agentes gubernamentales, espías, y mercenarios, entre otros. Testimonios que echan por tierra la tesis del despoblamiento de la costa oriental en la segunda mitad del siglo XIX.

Finalmente, en el capítulo V, de 1881 a 1906, la autora nos muestra cómo los relatos de los viajeros (Alfred P. Maudslay, Teobert Maler, Edward Thompson, etc.) se centran en el espacio hegemonizado por los sectores “blancos”, ya insertos en el mercado mundial y en la construcción del Estado nacional mexicano, para entonces dominado por el gobierno autoritario del general liberal Porfirio Díaz. Aquí, el libro también aporta elementos para entender la lucha por la hegemonía en el Gran Caribe y el Golfo de México entre el imperialismo inglés y el naciente imperialismo norteamericano. Con la particularidad de que el universo de los viajeros dejó de ser exclusivo a estos dos países y Francia, agregándoseles en la actividad de aportar datos económicos y políticos a sus respectivas cancillerías de los alemanes y suizos (Karl Sapper, Alexander E. Agassiz) y rusos (A. I. Voeikov, Patkanov), cuyos imperios también iban en vías de expansión.

Por supuesto, es necesario terminar con un colofón especial: el de la calidad de los apéndices cronológicos, bibliográficos e iconográficos que Lorena Careaga Viliesid nos regala en el segundo volumen de Invasores, exploradores y viajeros. Por períodos, nos expone una bibliografía heurística, es decir de los viajeros en Yucatán durante el siglo diez y nueve y de quienes han escrito sobre ellos, ordenada cronológicamente; seguida de una bibliografía con las mismas característica sobre los viajeros en México y Yucatán, para finalizar con una bibliografía referente al marco teórico sobre la temática de los viajeros en América y la vida cotidiana en tiempos de guerra.

Como guinda del pastel, se presenta un cuadro analítico de los itinerarios de cada uno de los viajeros tratados, incluyendo el nombre, la fecha de llegada, el recorrido, la fecha de partida y las observaciones pertinentes sobre su labor o sobre la política mexicana en general. En pocas palabras, el libro es una obra de referencia insoslayable para quienes estudian e investigan la realidad de la península de Yucatán en el siglo XIX republicano.

*Autor para correspondencia: taracenaarriola@gmail.com

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