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Península

versión impresa ISSN 1870-5766

Península vol.8 no.2 Mérida jul./dic. 2013

 

Artículos

 

Identidad y desarrollo: el caso de la Subregión Alta Mixe de Oaxaca

 

Identity and Development. A Case Study of the High Mixe Ssubregion in Oaxaca

 

Noemí López Santiago1, Verónica B. Barajas Gómez2

 

1 Instituto de Estudios Internacionales de la Universidad del Mar, campus Huatulco, noemi@huatulco.umar.mx, lopezsantiago70@hotmail.com.

2 Instituto de la Comunicación de la Universidad del Mar, campus Huatulco, vbarajas@huatulco.umar.mx.

 

Fecha de recepción: 17 de septiembre de 2013;
Fecha de aceptación: 19 de noviembre de 2013.

 

Resumen

En lugares como la Subregión Alta Mixe, conjunto de seis comunidades indígenas del estado de Oaxaca, la tierra otorga sentido de identidad y pertenencia. El objetivo del presente artículo es mostrar la relación entre identidad y capital social, como elementos fundamentales para la conservación de recursos naturales y el desarrollo, considerando la cosmovisión indígena, sus capacidades y formas de organización. Se encontró evidencia de que a partir del tequio, la gente encuentra nuevos campos de oportunidad que se traducen en el aprovechamiento de sus habilidades individuales y colectivas, mismas que se articulan para impulsar procesos de transformación económica, política, social, cultural y ambiental, destinados a dinamizar actividades con capacidad para generar mejores niveles de bienestar para la población.

Palabras clave: Territorio, capital social, desarrollo, comunalidad, tequio.

 

Abstract

In places like the Mixe Subregion, set of six indigenous communities at the state of Oaxaca, the land grants sense of identity and belonging. The purpose of this document is to show the relationship between identity and social capital as essential elements to keep the natural resources and develop of the community, considering the indigenous worldview, skills and capabilities to organize them. Evidence was found that from tequio, a form of community participation, people find new fields of opportunity that result in the use of their individual and collective skills, which are being framed to promote processes of economic, political, social, cultural and environmental activities designed to boost the capacity to generate higher levels of life quality for the community.

Keywords: Land, capital, development, commonality, tequio.

 

Introducción

Hablar de las comunidades indígenas de Oaxaca es siempre hacer referencia a la pobreza y marginación, a los bajos niveles de educación, salud y vivienda y a los conflictos sociales en el interior de ellas, sin embargo, pocas son las propuestas regionales para dar solución a tales problemáticas.

Dentro de la lógica del modelo económico actual, el Estado Nación ha abandonado la inversión en la economía, en aras de dejarlo todo al libre mercado el cual —se sabe— es excluyente y sólo privilegia la inversión y el desarrollo de las grandes ciudades. Por lo tanto, no hay que esperar mucho del Estado para dar salida a las crisis económicas y, en especial, para las comunidades rurales.

En este sentido, los intentos por atender a las necesidades y problemáticas a través de las actuales políticas públicas aplicadas en las comunidades indígenas y marginadas de México y en particular del estado de Oaxaca, están concentradas en erradicar la pobreza a través de diversos programas sociales. Todas estas políticas de desarrollo atribuyen el problema de la pobreza a deficiencias individuales y no a fallas sociales, de ahí que la mayoría de las acciones emprendidas se han enfocado en contrarrestar las así llamadas deficiencias individuales —inclusive generando problemas entre habitantes—, dejando de lado las redes sociales y las relaciones de confianza que existen desde adentro.

Autores como John Scott y Salomón Nahmad, entre otros, señalan que la focalización de los programas comunitarios al interior de las localidades puede tener costos sociales importantes en la cohesividad de los individuos, puesto que los vínculos estarían siendo fragmentados por decisiones externas, generando conflictos entre familias y barrios, beneficiarios y no beneficiarios, y, al mismo tiempo, las formas de gobierno y liderazgo tradicional no se toman en cuenta para implementar estrategias de bienestar social y económico para las comunidades (citados en Boltvinik et al. 2004, 330).

Ahora bien, ¿qué se necesita para generar desarrollo económico en lo local, acompañado de bienestar humano? En el presente trabajo se plantea la hipótesis de que el capital social y la acción colectiva son factores estratégicos para este propósito. Lo anterior se intenta comprobar a través del estudio de caso en la Subregión Alta Mixe del estado de Oaxaca, compuesta por seis municipios: San Pedro y San Pablo Ayutla, Mixistlan, Santa María Tlahuitoltepec, Tamazulapam del Espíritu Santo, Santa María Tenpantlali y Santo Domingo Tepuxtepec. Este conjunto de comunidades indígenas se caracteriza por la supervivencia de su forma tradicional de organización, incluyendo el tequio, al cual se le considera como expresión misma de la acción colectiva.

Para el desarrollo de la investigación se recurrió a las bases de datos de instituciones oficiales (como INEGI; PNUD, entre otros) y bibliografía existente sobre el tema, además de información obtenida de 157 encuestas a hogares y entrevistas aplicadas durante el mes de agosto del 2009, con un nivel de significancia del 95 % y un margen de error del 5 %. Las entrevistas fueron semiestructuradas y dirigidas a personas clave de la comunidad como lo son: presidentes municipales, fundadores de la radio comunitaria, directores de instituciones educativas y otras personalidades. Los datos permitieron elaborar una matriz de correlaciones entre variables para determinar la asociación entre ellas y comprobar la hipótesis de la investigación.

 

La Subregión Alta Mixe, aspectos geográficos y sociodemográficos

El territorio mixe3 se encuentra ubicado al noreste de la capital del estado de Oaxaca, conformado por 19 municipios, divididos en tres zonas indígenas: Alta, Media y Baja. La primera es la puerta de entrada al mundo mixe, es también, su área comercial, cultural y natural más grande, y está compuesta por seis municipios: San Pedro y San Pablo Ayutla, Mixistlan, Santa María Tlahuitoltepec, Tamazulapam del Espíritu Santo, Santa María Tenpantlali y Santo Domingo Tepuxtepec, con una altitud media superior a 1 800 metros (véase figura 1).

Con relación al número de habitantes totales, de acuerdo al último Censo de Población y Vivienda (INEGI 2010), en el territorio mixe habitaban 139 206 personas asentadas en 19 municipios y distribuidas en 489 localidades. De éstas, 34 096 viven en la zona Alta (24.5 %); 58 300, en la Media (41.88 %), y 46 810 en la Baja (33.62 %).

La distribución de los habitantes en la subregión Alta corresponde a 54 personas por kilómetro cuadrado (km2), una cifra mayor a que el promedio regional y estatal (ver tabla 1). La concentración de la población en esta subregión se debe a que constituye la entrada al territorio mixe y presenta una dinámica económica comercial muy activa en comparación con el resto de las subregiones Media y Baja.

 

 

Según datos del INEGI (Censo de Población y Vivienda 2010), del total de la población en toda la región, 132 759 personas, el 95.4 % son hablantes de mixe. Específicamente en la subregión alta, 29 552 personas de cinco años y más hablan la lengua indígena, es decir, el 96.7 % de la población; de los cuales, 20 471 son bilingües de lengua indígena y español y 8 964 sólo hablan lengua indígena (véase tabla 2).

En el tema de educación, el grado promedio de escolaridad a nivel estatal es de 6.94 años, es decir: en promedio, los habitantes de Oaxaca cuentan con primaria concluida. En el caso de la Subregión Alta Mixe, el promedio es de 4.9, lo que significa que las personas cursan hasta el cuarto año de primaria, mientras que el 21.15 % de la población de quince años y más, es analfabeta. Es decir: 7 356 habitantes de las comunidades de la subregión Alta no saben leer ni escribir. Sin embargo, si se revisan los datos desagregados —por cabecera municipal— se puede observar que en las comunidades de Santa María Tlahuitoltepec, el nivel promedio de escolaridad supera al promedio estatal (7.74) mientras que en Tamazulapam, se iguala (ambas comunidades pertenecen a la Subregión Alta Mixe).

 

Aspectos teóricos del capital social

El sustento teórico que acompaña este estudio tiene que ver con el tema de capital social y del desarrollo, mismos que se fundamentan en los estudios sobre economía social que recientemente llevó a cabo la OCDE para diversos países (2007).4 El término capital social aparece como un nuevo concepto que aborda la temática del desarrollo en las ciencias sociales. Hay una gran variedad de trabajos y perspectivas desde la economía, sociología, historia, antropología, administración, por ello, el tratamiento del concepto es multidisciplinario.

Este concepto también ha sido utilizado para describir una serie de fenómenos relativos a las relaciones socioeconómicas de los individuos y la sociedad en general. La presencia del capital social (bajo una perspectiva económica) se puede ver en una función de producción simple, que indica que la cantidad de bienes y servicios de una economía determinada está en función de dos factores esenciales: capital y trabajo, expresado en la siguiente ecuación: Q = f (K, L), donde Q representa el nivel de producción o productividad; K se refiere al capital físico, como materia prima, edificios, y material necesario para llevar a cabo la producción, y L, a la fuerza de trabajo, el número de horas hombre necesarias para producir el bien o servicio.

Es en esta última variable donde el capital social se hace presente, a través de las condiciones de preparación, educación, capacidad y habilidades de los trabajadores, las formas de organización del trabajo y el nivel de agrupación como necesarias para realizar actividades de manera individual y en equipo, cuyo objetivo es lograr una mayor eficiencia y productividad. Un argumento sobre lo anterior es el que señala Collins (1995), al referirse a que en la mayoría de las sociedades, las personas forman grupos, organizaciones y redes sociales, y de alguna manera estos grupos ayudan a establecer la identidad individual, conocimientos, habilidades, normas y reglas que la rigen. A través de estas redes, las personas comparten información, conocimientos y capacidades, prestan y reciben apoyos, ya que trabajan juntos y logran metas colectivas que no pueden obtenerse de manera individual. Por tanto, el capital social se refiere a los recursos disponibles (económicos, naturales y sociales) que pueden utilizarse para diversas actividades productivas.

Bajo este contexto, el capital social resulta ser un factor inherente a la acción colectiva basada en la cultura y la historia de cada una de las regiones y países. Mario Tello considera que, como hecho social “se muestra muy arraigado en la historia y en la cultura de muchos pueblos” (Tello 2004, 1).

Actualmente, esta noción ha sido entendida de distintas maneras, y se puede decir que aún no hay acuerdo en cuanto a su definición. Sin embargo, la mayoría de los estudiosos de este tema la circunscriben a la capacidad de movilizar recursos, la pertenencia a redes y a la realización acciones individuales y colectivas que la infraestructura del mismo posibilita, resumiéndose en tres elementos fundamentales: confianza, reciprocidad y cooperación. Para ellos, el término como tal se distingue por la consideración de los valores, normas y prácticas socioculturales que cumplen funciones clave en el proceso de desarrollo.

Putnam, por su parte, resume el concepto de capital social planteándolo como la capacidad efectiva de movilizar recursos productivamente y en beneficio colectivo, recursos asociativos que radican en las distintas redes sociales a las que tienen acceso sus miembros (Putnam 1993). Por su parte, Coleman lo define a partir de su función, indicando que implica “relaciones sociales, reciprocidad y comportamientos confiables entre agentes, mejora la eficacia y por tanto conlleva a un orden público” (Coleman 1988, 7).

Durston extiende las características que describen al capital social, expresando que éste “abarca las normas, instituciones y organizaciones que promueven la confianza y la cooperación entre las personas al interior de la comunidades y en la sociedad en su conjunto” (Durston 1999, 103), siendo la reciprocidad la base de las instituciones de capital social. Aquí, la confianza se construye sobre el pasado, con base en las experiencias de cumplimiento anterior, que prueban la confiabilidad de los habitantes.

Pizzorno señala que “una acción o una serie de acciones en primera instancia incompresibles quedan explicadas cuando se logra re identificar a su actor-fuente situándolo en su contexto cultural propio” (citado en Giménez 1992, 193). Así, lo anterior permite ver la importancia del contexto cultural y de la identidad comunitaria para el entendimiento de la confianza, de las relaciones asociativas, y de la acción tanto individual como colectiva. Portes (1995) hace alusión al capital social en términos de la capacidad de los individuos para disponer de recursos escasos en virtud de su pertenencia e identidad a estructuras sociales más amplias (citado en García 1995).

Considerando las aportaciones anteriores se resume que el capital social es parte de la cultura, donde —como citan los autores antes mencionados— las relaciones de confianza y cooperación pueden facilitar la constitución de actores sociales; las actividades y relaciones económicas pueden reducir costos de transacción; se estimula la confiabilidad en las relaciones sociales y, definitivamente, se favorece el desarrollo y funcionamiento de normas y sanciones consensuales resaltándose en interés colectivo.

Para los propósitos de este trabajo, también es fundamental rescatar el concepto de identidad. Al respecto, Villoro expresa que éste es amplio e involucra una serie de elementos tales como territorio ocupado, composición demográfica, lengua, instituciones sociales y rasgos culturales, además de que el establecer su unidad a través del tiempo remitiría a su memoria histórica y a la persistencia de sus mitos fundadores, donde “la identidad se trata de una representación intersubjetiva, compartida por una mayoría de los miembros de un pueblo, que constituiría un sí mismo colectivo” (Villoro 1998, 65); de ahí la importancia de la identidad colectiva.

En este sentido, el concepto de capital social tiene una importante representación práctica en el desarrollo de las comunidades —especialmente rurales— donde se han demostrado sus beneficios. Algunos de los ejemplos ampliamente estudiados e incluso reconocidos por los organismos internacionales como la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (OCDE) y el Banco Mundial principalmente, son los casos de Guatemala, Venezuela, Brasil, Chile así como algunos países asiáticos por sus resultados en el combate a la pobreza.5 Las comunidades de Subregión Alta Mixe del estado de Oaxaca se suman a esta lista, cuestión que se intenta demostrar en el presente texto.

En su informe sobre el Bienestar de las naciones, la OCDE (2001) menciona el papel del capital humano y social como elementos significativos en la época actual. Por su parte, el Banco Mundial ha realizado investigaciones importantes sobre la función del capital social en la reducción de la pobreza en los países en desarrollo, encontrando impactos económicos positivos derivados de la presencia del capital social.

 

El concepto de desarrollo, evolución y planteamientos

Sergio Boisier (2004) señala la existencia de una tendencia viciosa del pensamiento académico latinoamericano que se expresa en el surgimiento de “apuestas totales” a ideas y conceptos traídos de fuera (de Occidente, en especial) y que se transforman en la corriente principal (en una moda) de un determinado tema, como lo fue el desarrollo en sus primeras versiones y como lo es en la actualidad el capital social, que suelen utilizarse como conceptos universales, legítimos. Pero también esa actitud tiene efectos positivos en el sentido de concentrar la atención intelectual en un examen sistemático de tales ideas, mejorándolas, profundizándolas, sometiéndolas a pruebas empíricas que convalidan o rechazan las hipótesis subyacentes. Sin embargo, debe aclararse que los conceptos generados en otras latitudes deben considerarse únicamente como herramientas de análisis. En este apartado se hará una breve revisión del concepto de desarrollo a través del tiempo, mostrándose como es un concepto polisémico, multidimensional y en constante construcción.

El concepto de desarrollo comienza a gestarse en 1940, en plena Segunda Guerra Mundial, cuando se establece que precisamente un elemento básico para la paz es el desarrollo. Aquí la idea gira en torno a sucesivos avances en la linealidad del progreso, en la eficiencia que trata de maximizar los resultados, reducir los costes y conseguir la acumulación constante incesante de capital (Gudynas y Acosta 2011, 73). Es decir, se define el desarrollo en términos del capitalismo: crecimiento económico, como algo abstracto, separado del ser humano.

El desarrollo se presenta como un modelo dominante, hegemónico y legítimo perteneciente a los países occidentales clasificados como desarrollados, entre cuyas características principales se encuentra la capacidad creciente de poseer bienes de consumo y un ingreso suficiente (PIB per cápita) para pertenecer a una sociedad de consumo, capitalista.

El desarrollo también define su contraparte: el subdesarrollo. Un rasgo perteneciente a países no industrializados que —por ende deben— emular en sus patrones de gobierno (democracia), institucionales (propiedad privada, reglas contractuales), producción (industrialismo), culturales (hombre liberal en tanto individualista, hedonista y egoísta) y de consumo (alimentos procesados, autos, electrodomésticos, turismo, cine, moda, etc.) a los países desarrollados si quieren salir de su estado. En este momento, la tarea de lograr el desarrollo queda en manos del Estado, se vuelve actor importante en el crecimiento y desarrollo económico, bajo el modelo del Estado benefactor de corte keynesiano.

David Harvey (2004) señala la tendencia del capitalismo a producir constantes crisis de sobreacumulación,6 expresándose como excedentes de capital y fuerza de trabajo. Una opción para el capitalismo es la expansión geográfica y la reorganización espacial para colocar estos excedentes de capital. Es decir, llevar el capitalismo a cualquier rincón del mundo, en la búsqueda de nuevos mercados, nuevas capacidades productivas y nuevas posibilidades de recursos o de inversión. Otra manera de evitar la crisis de sobreacumulación es a través de las inversiones de capital a largo plazo o gastos sociales (educación, investigación, infraestructura, entre las principales). Estas inversiones eran llevadas a cabo por el Estado (benefactor) con deuda interna o externa.

Así, el desarrollo se convirtió en el discurso ideológico idóneo de los Estados Unidos, a través del Plan Marshall, que justificaba la expansión del capitalismo por todo el orbe. Entre 1945 y 1960, Estados Unidos se convierte en el primer acreedor a nivel mundial y en el eje hegemónico a nivel mundial.

En el caso de América Latina, las políticas de desarrollo planteadas fueron el modelo de sustitución de importaciones y la jerarquización del mercado interno como destino de la producción; cobrando mucha importancia la presencia del Estado como agente económico. Los resultados fueron magros, caracterizados por intercambios desiguales y desfavorables de la producción de la región con el exterior, procesos inflacionarios crónicos, devaluaciones, déficits fiscales, sobreendeudamiento externo y polarización del ingreso (Espino y Sanchís 2006, 50).

Es así como en la década de 1960 y 1970 comienzan a sumarse versiones críticas al enfoque reduccionista y economicista del concepto de desarrollo, orientadas a demandas sociales y ambientales. En América Latina se encuentran las aportaciones del estructuralismo de Raúl Prebish y la teoría de la dependencia de la CEPAL. Sin embargo, dichas críticas no abandonaron el núcleo básico: el sistema capitalista y el crecimiento económico como forma destino único deseable.

Entre 1980 y 1990 se instala el modelo neoliberal a nivel mundial, el cual versa sobre la apertura comercial y la desregulación del mercado. Las privatizaciones como parte del promovido ajuste fiscal (combate a la inflación, abatimiento del déficit fiscal) y las mejoras de la competitividad se apoyaron en la fuerte convicción acerca de la habilidad del mercado para asignar recursos, promover el desarrollo tecnológico y mejorar la inserción internacional de la región (Espino y Sachís 2006, 49). El papel del Estado en la vida económica disminuye, deslindándose cada vez más de su posición de generador de desarrollo. En sí, la discusión sobre éste se reduce en el ámbito académico y en la gestión gubernamental.

La puesta en marcha de dicho modelo de crecimiento económico ha dado como resultado la actual crisis ambiental: el mundo es finito y hay un creciente agotamiento de los recursos naturales aunado a una acelerado proceso de conta­mi­nación ambiental y con ello el calentamiento global; inclusive recursos vitales para la vida humana, como el agua dulce, comienzan a escasear. Ante este pano­rama surge la perspectiva de desarrollo sustentable que, de acuerdo al Informe Brundtland (1994), es aquel que satisface las necesidades de las generaciones presentes, sin comprometer la capacidad de las futuras para satisfacer sus propias necesidades. Con ello se comienza a poner en duda la sustentabilidad del patrón de producción y de consumo occidental.

A su vez, la instalación del modelo neoliberal del crecimiento económico ha traído consigo un proceso de desigualdad social lacerante, lo cual pone en riesgo al propio modelo al crear un problema de governance (Santos 2011, 12). Expresión de ello son los recientes movimientos sociales7 que cuestionan el orden imperante. El primero de ellos ocurrió en Chiapas, México: el levantamiento del EZLN en enero de 1994, demandando autonomía, tierra y libertad. Lo más importante de este movimiento radicó en devolver la capacidad de imaginar y crear otras posibilidades de realidad más allá de las presentadas por el modelo dominante a nivel mundial.

Con ello se critica y reconstruye el concepto de desarrollo considerando las posturas de grupos excluidos, marginales e invisibles8 dentro de la modernidad, como el feminismo, el ambientalismo y los saberes indígenas en América Latina (Venezuela, Bolivia y Ecuador). De Sousa Santos (2010) señala el reclamo de nuevos procesos de producción, de valoración de conocimientos —cientí­ficos y no científicos—, y de nuevas relaciones entre los diferentes tipos de conocimientos, a partir de las prácticas de las clases y grupos sociales que han sufrido, de manera sistemática la destrucción, opresión y discriminación causadas por el capitalismo, el colonialismo y todas las naturalizaciones de la desigualdad en las que se han desdoblado.

El concepto de desarrollo comienza a transformarse: de estar basado en el poseer y tener, se centra en el ser, en las personas, enriqueciéndose con los enfoques de los derechos humanos y de la economía feminista. Se enfoca ahora en el bienestar, equidad, dignidad y libertades humanas, que permitan desarrollar y realizar las potencialidades humanas (Elso y Cagatay citado por Espino y Sachís 2006, 52).

Otro aporte del enfoque de la economía femenina al concepto de desarrollo es la importancia de los grupos antes invisibles (mujeres, gays, lesbianas, campesinos e indígenas) en la toma de decisiones políticas, económicas y sociales. Con ello se gestan nuevos conceptos que enriquecen el de desarrollo: género, democracia, autonomía, empoderamiento,9 inclusión y ciudadanía. Pero —aunque se evalúa el desarrollo en función de la importancia de las relaciones sociales, instituciones, normas y políticas— aún no se pierde el énfasis en el crecimiento económico. No se concibe otra realidad fuera del capitalismo.

También se redimensiona el desarrollo en términos de valores morales y ética en cuanto a equidad y justicia se refiere, ello en afán de construir sociedades dignas y seguras. Se comienza a cuestionar al hombre liberal (individualista, egoísta, racional, hedonista, orientado a la competencia) como generador de desarrollo para plantearse la posibilidad del bien colectivo, de la cooperación, la solidaridad y la reciprocidad entre individuos.

Sergio Boisier (2004) define al desarrollo como el logro de un contexto que facilita la potenciación del ser humano para transformase en persona humana10 en su doble dimensión, biológica y espiritual, capaz —en esta condición— de conocer y amar. Esto significa reubicar el concepto de desarrollo en un marco constructivista, subjetivo e intersubjetivo, valorativo, axiológico y, por cierto, endógeno, o sea directamente dependiente de la autoconfianza colectiva en la capacidad de inventar recursos, movilizar los ya existentes y actuar en forma cooperativa y solidaria, desde el propio territorio. Por tanto, el desarrollo centrado en la persona humana y en sus capacidades implica necesariamente pensamiento y acción.

Desde esta lógica, el desarrollo no lo hace nadie sino las personas en su individualidad y en su sociabilidad. Ni el Estado ni el mercado ni las empresas ni el público pueden producir el desarrollo de las personas: sólo crean las condiciones del entorno (Boisier 2004, 32).

De los saberes indígenas se retoma por ejemplo de los quichuas ecuatorianos, el buen vivir,11 que más que concepto, es una forma de vida en donde se incluye la libertad y la felicidad. En sí, en estos saberes no existe el concepto de desarrollo, de carácter más colonizador en tanto imposición cultural heredada del saber occidental,12 por lo que un distanciamiento del concepto implicaría un proceso de descolonización. El buen vivir cuestiona al saber occidental, pone en discusión los cimientos de la modernidad de origen europeo, del capitalismo mismo, y discute la postura tradicional que permite al ser humano dominar y manipular a la naturaleza o a la “otredad”.

Ahora bien, en la Subregión Alta Mixe se rigen bajo la comunalidad que gira en torno a la posesión y cuidado del territorio (comunal), de la asamblea (poder), de la fiesta y del trabajo (tequio). A través de estos cuatro elementos se genera la cooperación, la solidaridad, la reciprocidad, el mandato del pueblo a través de asamblea y del sistema de cargos, el autogobierno y el cuidado y respeto de la naturaleza. Muchos de estos conceptos se incluyen en los nuevos planteamientos de desarrollo y también del capital social, como se verá más adelante. La diferencia estriba en que para ellos es acción, no sólo discurso.

Cabe aclarar también que en la región existen relaciones de poder y aún persisten problemas de exclusión —de las mujeres y jóvenes— en las decisiones de la comunidad, además de cacicazgos que limitan el desarrollo de todos sus habitantes.

Las claves en común para lograr el desarrollo del capital social es que se ha demostrado que cuanto más capital social existe, habrá menores costos de transacción en las operaciones entre los agentes económicos, menor inseguridad, criminalidad y más gobernabilidad compartida. El fomento al capital social va de la mano con políticas públicas que, a diferencia de los enfoques asistenciales y clientelistas (como los actuales programas de combate a la pobreza), busquen que la población en las comunidades indígenas y marginadas supere sus sentimientos de dependencia y gane confianza en sí misma, diseñando y ejecutando juntos proyectos basados en los activos de la comunidad a través de la acción y el interés colectivo.

De esta forma, la importancia del capital social y su vínculo con el desarrollo se encuentra presente en la acción emprendida a través de la participación de los agentes sociales que conforman una determinada comunidad, con el fin de lograr un mejoramiento del territorio local a través de la valoración de sus recursos humanos, naturales y materiales, manteniendo una negociación o diálogo con los centros de decisión económicos, sociales y políticos, desde lo local hasta lo nacional.

Un argumento fundamental del capital social es el que señala Fukuyama (1997) cuando advierte: “el concepto de capital social sitúa a las políticas e instituciones en su contexto adecuado y evita albergar ciertas expectativas ingenuas de que una fórmula política relativamente sencilla conduzcan en forma inevitable al crecimiento económico” (citado en CIES 2006).

En resumen, el capital social se fundamenta en las relaciones sociales que permiten resolver problemas compartidos y que por lo tanto, una infraestructura social fuerte ayuda a las comunidades —rurales— a mejorar sus condiciones, donde las relaciones sociales, formales e informales constituyen la base del desarrollo en términos de bienestar social, haciendo énfasis en la acción colectiva, a través de la participación comunitaria,13 pues esta última puede —o no— generar desarrollo. Así, el capital social, inherente a la acción colectiva, se muestra sumamente arraigado en la historia y cultura de los pueblos indígenas.

Se puede decir que el capital social eficienta el plano económico, político, cultural y social, pues facilita las acciones coordinadas entre las personas. Así pues, a medida que los procesos de integración y globalización traen desafíos cada vez más grandes para los países —el caso de la reciente crisis económica mundial— distintos organismos nacionales e internacionales reconocen que las formas de vida comunitaria son fundamentales para mejorar los niveles de bienestar de los habitantes.

 

Identidad mixe: comunalidad y tequio

Los habitantes de las comunidades de la Subregión Alta Mixe tienen una cosmovisión14 orientada al cuidado, protección y preservación de los recursos naturales y culturales que forman parte de la vida comunitaria. Son cuatro los pilares que dan sustento a esta manera de ver la vida: la tierra (territorio comunal) que da identidad; el trabajo comunal (tequio), el poder comunal (asamblea general) y el disfrute comunal (fiestas comunitarias).

Las comunidades mixes conservan instituciones económicas, sociales y culturales heredadas de sus abuelos, es claro que mantienen una fuerte conciencia de su identidad, reconocen un pasado común, su pertenencia al territorio y un gran respeto a la naturaleza. Todo este conjunto de elementos objetivos y subjetivos están presentes en el proceso de organización y el desarrollo de las actividades que llevan a cabo.

La identidad del pueblo mixe también tiene que ver con su forma de auto denominarse, “los jamás conquistados”, que refleja los grandes esfuerzos de resistencia protagonizados por sus ancestros en distintas etapas de la historia, no sólo frente a los invasores sino también frente a los grandes caciques regionales y al propio Estado mexicano. En tiempos de poderío mexica, los mixes se resistieron a pagar tributo; durante la Colonia, no aceptaron el yugo español, y en el México independiente se enfrentaron al poderío estatal, pues se negaron a aceptar la imposición del Distrito Mixe (en 1959) y al cacicazgo de Luis Rodríguez (Laviada 1978).15

Los mixes a lo largo de su historia han desafiado dificultades y han aprovechado oportunidades, por eso para un individuo mixe hoy día, ser indígena implica una oportunidad para organizarse y crecer con vida e identidad.

La identidad está directamente vinculada con la tierra, es un elemento esencial de la existencia biológica, simbólica y social en la comunidad mixe. La tierra y los recursos naturales no se perciben sólo como medios de producción y sustento económico, sino como territorio que delimita el espacio cultural y social indispensable para la sobrevivencia física y cultural de los habitantes. De ello se desprende el derecho a la tenencia comunitaria, el reconocimiento jurídico y la demarcación de tierras. La tenencia de la tierra comunal busca fortalecer su uso y disfrute colectivo por ello en la mayoría de las comunidades mixes prevalece este régimen (véase gráfica 1).

En este sentido, los mixes tienen una cultura donde los recursos naturales son propiedad de la comunidad y por tanto deben ser cuidados por todos. Como bien señala el investigador indígena Jaime Martínez Luna: “lo que se comparte, lo que se piensa y lo que se sueña entre todos, lo comunal es propio y por tanto es futuro” (Martínez 2003, 33).

Siguiendo a este autor, el ámbito de relación entre individuos y naturaleza se halla en el respeto de las capacidades naturales puesto que en ella se encuentra el origen de su proceder, hay una lógica de vida y de pensamiento (Martínez 2003). Bajo este entendimiento, en función de sus recursos y elementos culturales, las comunidades establecen sus propias estrategias y formas de organización para su sobrevivencia y el cuidado de los recursos naturales, a lo que algunos autores denominan comunalidad. Ésta es definida como el

planteamiento de raíz autóctona que trata de dar una explicación sobre el mundo indígena con base en cuatro elementos fundamentales: la tierra comunal, el poder comunal, el trabajo colectivo y la fiesta comunal, que permite el fortalecimiento de la vida comunitaria a través de las principales instituciones sociales y políticas, tales como la asamblea comunitaria, el sistema de cargos, los usos y costumbres, el tequio, la lengua, entre otros (Torres 2004, 24).

Son cuatro los elementos que definen la comunalidad: la tierra como madre y como territorio; el consenso en Asamblea para la toma de decisiones; el servicio gratuito, como ejercicio de autoridad; el trabajo colectivo como un acto de recreación; los ritos y ceremonias, como expresión del don comunal (Robles Hernández y Cardoso Jiménez 2007, 40).

Por lo tanto, la cosmovisión y específicamente la forma de organización de los mixes obedece a principios y normas heredadas de los antepasados, que se basan en la concepción del poder como servicio, la propiedad comunal como ente de disfrute colectivo, el tequio como eje del crecimiento comunitario y el sistema de cargos como un espacio de formación permanente para ejercitar el servicio público.

El kumun yum16 (tequio, en ayuuk) es primordial dentro de la vida comunitaria y se manifiesta a través de gobiernos indígenas, instituciones sociales y políticas locales. Es el tequio la forma de representación del trabajo colectivo más importante en las comunidades mixes, puesto que, constituye la fuente creadora del desarrollo en la comunidad.

Su existencia, hoy en día, es común en la subregión Alta, ya que las escuelas, los caminos, las iglesias y los edificios públicos se construyen y se mantienen bajo este tipo participación colectiva. Lo anterior se sustenta con base a los resultados obtenidos durante la investigación de campo, al preguntarles a los habitantes si en la comunidad se lleva a cabo tequio. El 84 % confirma que sí (ver gráfica 2).

 

De acuerdo a diversas opiniones de los habitantes de zona, el tequio es una de las formas de organización social fundamentales de los pueblos mixes, definido como: “el trabajo gratuito en beneficio de la comunidad; fuerza de trabajo, no en dinero. Es un valor comunitario muy importante ya que hombres, niños y mujeres aportan su fuerza física trayendo consigo herramientas para el uso específico de cada trabajo, es precisamente una de las principales formas de reforzar y practicar la vida comunitaria” (entrevista aplicada el día 19 ago. 2009).

El tequio es una forma de organización y participación comunitaria, herramienta necesaria que permite a varios pueblos del estado de Oaxaca aprovechar de la mejor manera sus recursos (humanos, naturales y económicos) para construir obras y llevar a cabo servicios comunitarios, a la vez que fortalece la unidad entre los habitantes y los involucra en el desarrollo colectivo.

El tequio tiene variaciones en cuanto a su manifestación, se trata de trabajo físico directo (para realizar obras públicas como caminos, edificios comunales, limpieza de caminos, parcelas comunales, actividades de reforestación), de ayuda recíproca (entre familias) y de trabajo intelectual (poner al servicio de la comunidad los conocimientos académicos y musicales adquiridos en las escuelas ubicadas dentro o fuera de ella).

Otra de las características del kumum yum es que a través de él se promueve la participación directa y expresa de las mujeres en los diferentes ámbitos de la vida comunitaria para lograr su desarrollo integral y equitativo. Las mujeres han alcanzado una mayor participación —través del servicio a la comunidad— en puestos públicos, como regidoras y suplentes. Un ejemplo es el caso de Tlahuitoltepec, donde fue nombrada a una mujer como presidente municipal.17 El tequio requiere e impulsa la participación de todos los habitantes de las comunidades, ancianos, niños, mujeres (amas de casa, madres solteras) y hombres en general.

Así, se entiende al tequio como una actividad en la que deben participar todos los pobladores y es una oportunidad para cumplir con el trabajo encomendado y de esta forma, quienes participen en él, demuestran su pertenencia a la comunidad. Los resultados de la investigación de campo confirman el señalamiento anterior, ya que, el 76 % de la población realiza tequio en las comunidades. Con esta práctica, el pueblo logra una mejor calidad de vida. Es una forma de colaboración en el trabajo, pero además representa un elemento de cohesión de la comunidad y un espacio de aprendizaje y transmisión de valores.

El tequio es, pues, una práctica que obedece a una cosmovisión (identidad y pertenencia) y a la que gran parte de la comunidad está de acuerdo. Su acción demuestra la relación entre el individuo y la comunidad, entre el hombre y la naturaleza, que nos explica la forma de organización social; es el trabajo no remunerado del pueblo en búsqueda del bien común, que realizan los habitantes —de manera voluntaria u obligatoria— en cierto período o con motivo de alguna necesidad o mejoramiento.

La experiencia de la comunidad mixe demuestra que la posesión comunal es la forma de tenencia preferida con respecto a la tierra. La comunalidad es la que da razón al tequio, ese trabajo colectivo necesario que expresa la capacidad de combinar los intereses individuales y familiares con los de la comunidad. La participación en el tequio es, precisamente, la forma de trabajar de un individuo para la comunidad, la que da respetabilidad frente a los demás comuneros.

 

Capital social y acción colectiva en la Subregión Alta Mixe

Los principales instrumentos que se emplearon para el desarrollo de la investigación de campo fueron la aplicación de las entrevistas (formales e informales) y cuestionarios a hogares.18 El diseño del cuestionario se realizó con base al Cuestionario Integrado para la Medición del Capital Social (INQUESOC por sus siglas en inglés), aplicado por el Banco Mundial, mismo que incluye una amplia variedad de experiencias en la recopilación y análisis de datos acerca del capital social y, más específicamente, reúne las lecciones aprendidas a partir de diversos estudios como el realizado en Tanzania, Bolivia, Indonesia, entre otros.

La información obtenida a través de las encuestas, permitió construir variables del capital social a través de sus principales componentes (confianza, reciprocidad y redes sociales) de las que se extraen ocho variables recodificadas, cada una constituida por un conjunto de indicadores (ver cuadro 1).

 

Es importante mencionar que antes de realizar la recodificación de las variables, se realizaron diversas correlaciones para cada una de ellas y sus respectivos indicadores, teniendo como resultado un coeficiente de correlación ajustada (R2) de entre 0.80 y 0.90 respectivamente, lo que significa que existe una fuerte correlación positiva entre ambos elementos.

Con la intención de construir variables manejables y útiles, se procedió a recodificar a cada una, agrupándolas en dos respuestas otorgándole 1 = Sí y 2 = No, como se presenta en la tabla 3.

Existen medidas para examinar el grado de asociación entre variables. Para la relación entre variables categóricas (ordinales y nominales) se usa indistintamente la prueba Chi-Cuadrada de Pearson, misma que proporciona información sobre dependencia o independencia. En este caso, una vez realizada la prueba se puede ver que las variables establecidas en el análisis muestran asociación, es decir, están relacionadas entre sí (ver cuadro 2).

En cuanto al grado de asociación entre las variables, especialmente de tipo ordinal con otra ordinal se aplican medidas estadísticas como Gamma, Tau-b de Kendall y Rhode Sperman. Los resultados obtenidos indican que existe un grado de asociación alto entre las variables, sólo por citar un ejemplo, podemos ver el caso entre las variables Confianza y Acción Colectiva presentando un nivel de significancia del 0.001 menor al nivel crítico establecido en la medida Chi Cuadrada de Pearson (ver cuadro 3).

En cuanto a la matriz de correlaciones (véase cuadro 4), podemos observar que hay relación entre las variables Confianza y Seguridad, Confianza y Acción Colectiva, Confianza y Sociabilidad, Cohesión Social y Acción Colectiva, Acción Colectiva y Sociabilidad, Grupos y Redes e Información y Comunicación, con niveles de significancia de 0.01 y 0.05 respectivamente (ver cuadro 5). Con respecto a la relación entre las variables Acción Colectiva y Grupos y Redes, podemos observar que están un tanto alejadas del resto, ya que presentan correlación con niveles de significancia más altos. Lo anterior suponemos que se presenta en la Subregión Alta Mixe, de acuerdo a las entrevistas aplicadas, debido a que la percepción de grupos sociales es distinta ya que al hacer mención de grupos, se interpreta como la fragmentación de la población y no como es concebida desde el punto de vista exterior.

 

Consideraciones finales

Con la crisis internacional del 2009 se hizo más evidente la alta vulnerabilidad de la economía mexicana con respecto a la de Estados Unidos de América (EUA), ello limita la posibilidad de crecimiento económico del país. No se puede apostar a una sola estrategia, por tanto es indispensable plantear nuevas posibilidades que permitan mayor independencia económica y que den mayor énfasis al mejoramiento de calidad de vida de los mexicanos; esto implica necesariamente dinamizar el mercado interno.

Por el otro lado, la lógica de la globalización implica una menor participación del Estado dentro de la vida económica del país, por lo que en México no hay mucho que esperar al respecto. Es la sociedad quien debe plantear sus propias propuestas de desarrollo y, desde lo local, comenzar a dinamizar a la economía para alcanzar sus propias expectativas de vida, de acuerdo a su idiosincrasia. Se necesita mayor acción colectiva, y para que ésta exista deben estar presentes cohesividad, solidaridad, confianza, cooperación y objetivos en común. Todo ello se resume en el concepto de capital social.

Dicho concepto está siendo utilizado por los organismos internacionales como el Banco Mundial, Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD), la Comisión Económica para América Latina (CEPAL), entre los principales. Lo consideran como básico para el desarrollo local. Paradójicamente, la mayoría de las comunidades indígenas en México lo han llevado a la práctica a través del tiempo, hecho que les ha permitido persistir como tales. De ahí la importancia de su estudio, para analizar si realmente existe el capital social, cómo funciona, para qué lo utilizan y qué resultados da.

En cuanto a los resultados del análisis estadístico, se advierte que las variables consideradas tienen una fuerte presencia en la explicación sobre la existencia del capital social en el interior de las comunidades estudiadas. Siete de un total de ocho indicadores resultaron ser relevantes al momento de asociarlas y establecer la relación entre ellas. La única excepción es la variable Grupos y redes, ya que la concepción que se tiene de grupo en el interior es completamente distinta a la del exterior.

El hecho de que los habitantes no reconozcan la fragmentación de los individuos en “grupos” dentro del contexto comunitario refleja y demuestra el respeto al entorno organizativo y a sus instancias (autoridades, Asamblea General). Se reconocen como sujetos colectivos con derechos y capacidad de defenderlos, situación que ha sido fundamental a la hora de tomar conciencia colectiva. Esta característica hasta ahora no ha sido mencionada por los especialistas en el capital social y es importante tomarla en cuenta para la crítica y enriquecimiento en su caso, del enfoque de estos estudios.

El análisis de la vida comunitaria como un sistema de organización social y económico indígena aborda elementos y principios que lo conforman desde adentro; implica una autonomía de las comunidades dinámicas en la búsqueda constante de estrategias que permitan reestablecer las prácticas políticas para garantizar la continuidad y sobrevivencia de los pueblos indígenas, así como sus usos y costumbres. En el caso de la subregión Alta, las relaciones humano-pueblo, trabajo-tequio, vida-tierra, y la composición de la acción colectiva adquieren sentido mediante la formación de sujetos con compromisos y responsabilidad comunitaria, con la ayuda de la radio comunitario Jenpöj (ubicada en Tlahuitoltepec), que transmite programas con valor social y cultural en lengua mixe, y la participación de los habitantes de la zona, quienes contribuyen orgullosamente a difundir y conservar la identidad ayuuk.

Así pues, los resultados que arrojan las estadísticas, los testimonios y la observación exploratoria son sumamente relevantes si se considera que muchos organismos internacionales en distintos países ya están impulsando políticas de desarrollo local con base en el capital social y los recursos existentes en cada región, y que el capital social resulta una forma de enfrentar a la pobreza, exclusión y la marginación social de las comunidades, especialmente rurales.

Finalmente, con estos trabajos se comprende el derecho a ejercitar la libre determinación para que la comunalidad sea vista como una opción —al menos en la Sierra Norte de Oaxaca— para rediseñar los programas de política social desde un ámbito comunitario y de esta manera empezar a crear y consolidar espacios autónomos donde las personas logren el buen vivir.

 

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Notas

3 El estado de Oaxaca está conformado por siete regiones, entre ellas la Sierra Norte, en la cual se encuentra el territorio mixe, que cuenta con 19 municipios agrupados en tres zonas o subregiones.

4 Véase The Social Economy. Building Inclusive Economies, de Antonella Noya y Emma Clarence (2007).

5 Véase, en Brasil, el caso del presupuesto municipal participativo puesto en práctica en la ciudad de Porto Alegre, que despertó interés incluso a nivel internacional, de manera que, en la actualidad, cerca de 70 municipios están aplicando procedimientos similares (Kliksberg 2000). Para el caso de Chile, en la Universidad de La Frontera, en Temuco, se ejecutó el Proyecto Gestión Participativa en Educación–Kelluwün (“solidaridad”, en idioma mapuche), que se aboca al desarrollo de experiencias de participación social en educación, específicamente del diálogo intercultural, en el municipio de Ercilla, Malleco (Williamson 2002). En Guatemala (1990), el Proyecto de Apoyo a los Pequeños Productores de Zacapa y Chiquimula se aplicó durante siete años en ocho municipios (Durston 1999), por citar algunos ejemplos.

6 Corresponde teóricamente a la caída de la tasa de ganancia, de acuerdo a Carlos Marx.

7 Primavera árabe, 11M.

8 La teoría crítica ha propuesto una serie de alternativas con sujetos históricos conocidos, pero realmente quienes han producido cambios progresistas e los tiempos más recientes han sido grupos sociales totalmente invisibles para la teoría crítica eurocéntrica: mujeres, indígenas, campesinos, gays y lesbianas, los desempleados. Enre ellos, los indígenas no hablan lenguas coloniales, no son urbanos, no se organizan en partidos políticos ni sindicatos, no manejan los conceptos de la ciencia occidental (desarrollo, democracia, socialismo, comunismo), utilizan conceptos más concretos y humanos: dignidad, respeto, autodeterminación, territorio, etc. Por tanto, existe una relación abismal entre teoría y práctica (Santos, 2010).

9 Autonomía, como la capacidad de actuar sobre uno mismo, y el poder entendido como la capacidad para definir una agenda propia y tener autoridad sobre la vida propia. El empoderamiento, en este contexto, supone el acceso de todos los individuos (no sólo mujeres) al control de los recursos materiales (físicos, humanos financieros, como el agua, la tierra, los bosques, los cuerpos, el trabajo y el dinero) e intelectuales (conocimientos, información e ideas), y de la ideología (facilidad para generar, propagar, sostener e institucionalizar creencias, valores, actitudes y comportamientos). Todo ello supone ganancias en autoestima, educación, información y derechos, es decir, poder (Espino y Sachís 2006, 52).

10 Siguiendo a Boisier, una persona humana implica el concepto de dignidad, lo que significa la inexistencia de carencias básicas (en alimentación, en salud, en trabajo, en respeto de los demás). También, la dignidad supone la imposibilidad de utilizar a la persona como un objeto, instrumento o como medio, no se le puede ver como factor productivo ni como insumo, sólo como sujeto.

A su vez, la persona humana también está asociada a la subjetividad, en tanto cuenta con percepciones, aspiraciones y sentimientos que lo impulsan y dan una orientación en el mundo; el sujeto se construye y autodetermina a sí mismo. Lo anterior implica a una persona libre: que tenga la posibilidad real de ejercer su libre albedrío para alcanzar sus objetivos con la única restricción dada por su capacidad razonable de atenerse a normas públicas de justicia.

La persona humana es inseparable de su socialidad: sólo se puede ser persona entre personas, por tanto debe ser capaz de entender al otro a través del lenguaje y el diálogo. Por tanto, surge la necesidad de ser solidario, no caridad, porque ello nos hace personas a los seres humanos.

11 El buen vivir es un concepto plural y multidimensional todavía en construcción; conlleva una ética propia, que reconoce por ejemplo los valores intrínsecos en la naturaleza y, por tanto, exige otro tipo de relación con ella la cual no implique su devastación; conllevan también una actitud de descolonización y rechazo al desarrollo en términos cuantitativos y economicistas; pero también se constituye como plataforma política para la construcción de alternativas al desarrollo.

En Ecuador, en su constitución “el régimen del Buen Vivir” se convierte en un derecho y una responsabilidad: incluye las cuestiones de inclusión, equidad (por ejemplo, educación, vivienda, cultura, etc.), biodiversidad y recursos naturales, solidaridad, reciprocidad, dignidad, libertad, responsabilidad, etc. (Gudynas y Acosta 2011, 77).

12 Sousa (2010) habla de una injusticia cognitiva: es la idea de que existe un único conocimiento válido, producido como un perfecto conocimiento en gran medida en el Norte global, que se llama ciencia moderna. En realidad, no es que la ciencia moderna sea errónea, lo que se critica es su derecho de exclusividad de rigor, el negar otras posibilidades.

13 Para entender el término participación comunitaria aquí, se utiliza el sinónimo de cooperación y hace referencia a todas sus formas: sea este tequio, trabajo comunitario, servicio o donación, entre otros.

14 De acuerdo a la Real Academia Española (RAE) la cosmovisión es la manera de ver e interpretar el mundo.

15 Véase Los Caciques de la Sierra, de Iñigo Laviada.

16 La interpretación indígena mixe que la define como: el trabajo colectivo en las obras de beneficio común.

17 En el año 2012, Sofía Robles asumió el cargo de presidenta municipal de Tlahuitoltepec, Mixe, Oaxaca. Más información en: http://www.tlahuitoltepec.com/archives/987.

18 Todas las entrevistas y cuestionarios se realizaron en español, ninguna fue en lengua mixe.

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