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Península

versión impresa ISSN 1870-5766

Península vol.6 no.1 Mérida ene. 2011

 

Artículos

 

El impacto socioespacial y sociocultural de la metropolización en la periferia de las grandes aglomeraciones. París y Mérida ¿tan lejos y tan cerca?1

 

Yuna Conan2

 

Europan-France.

 

Fecha de recepción: 30 de noviembre de 2010;
Fecha de dictamen: 24 de febrero de 2011.

 

Resumen

El presente estudio propone, a partir de una reflexión conceptual sobre el caso particular de las grandes metrópolis francesas, una presentación de tres procesos urbanos —gentrification, relegación y suburbanización— que pueden observarse a escala global. Se resaltan las posibilidades heurísticas de esta caracterización para entender el caso de la ciudad de Mérida, igualmente determinada por las tendencias de urbanización neoliberal.

Palabras clave: Metropolización, periferia, urbanización, París, Mérida.

 

Résumé

Cette étude propose, à partir d'une réflexion conceptuelle sur le cas particulier des grandes métropoles françaises, une présentation des trois processus de développement urbain —gentrification, relégation, suburbanisation— que l'on peut observer aujourd'hui à une échelle globale, cherchant à exploiter les possibilités heuristiques de cette caractérisation pour jeter des pistes de réflexion dans le cadre d'une réflexion sur l'agglomération de Mérida, étant lui-même déterminé par des tendances d'urbanisation néolibérale.

Mots clé: Banlieue.

 

La metropolización se ha convertido en un fenómeno ligado a los procesos globales. Esto ha generado la emergencia de redes de metrópolis o megalópolis, algunas de las cuales tienen un rol hegemónico a escala mundial (Sassen, 1991; Veltz, 2005). En esta lógica, el planeta estaría por convertirse en una sola Ville emergente (Dubois-Taine & Chalas, 1997), una città diffusa (Secchi, 2009), una zwischenstadt, o una suerte de troisième ville (Mongin, 2007),3 constituida por un conjunto de edificaciones de materiales diversos, de centros antiguos, de zonas residenciales, de parques, de grandes supermercados y de una marea de condominios,4 ligados todos ellos por una red enorme de vías rápidas, que habrían reconfigurado la fisonomía del paisaje terrestre, haciendo desaparecer la dicotomía secular entre campo y ciudad.

En ese contexto de lo urbano generalizado no se puede ignorar la especificidad local de las ciudades con fuerte crecimiento y el impacto que genera la metropolización del territorio sobre los espacios vecinos. Sin embargo ¿serán los procesos socioespaciales y socioculturales a ello asociados, tan similares entre Europa y América Latina? ¿Entre París y Mérida?

La periferia urbana es un tema amplísimo que no podría abarcarse exhaustivamente en un artículo, por eso nos ceñimos a presentar sólo algunos puntos que podrían ser de interés para una comparación. A partir de la especificidad concreta de una capital regional muy extendida geográfica y culturalmente, me propongo presentar un estado de la cuestión del impacto socioespacial y sociocultural de la metropolización del territorio sobre los territorios periurbanos. Intentaré lanzar pistas a partir de las grandes tendencias descritas por la literatura especializada, preponderantemente francesa, para la reflexión de la posibilidad de considerar, más allá de las especificidades locales, el crecimiento actual de Mérida como un proceso con características mundiales propio de cualquier metrópoli conectada social, cultural, económica y hasta políticamente con el mundo.

La propuesta de este texto no pretende "importar modelos del norte para comprender las realidades del sur" (Capron, 2007: 5) sino más bien aprovechar la perspectiva de la literatura especializada actual en lo concerniente a las periferias urbanas para indagar sobre paralelismos posibles, siempre teniendo en cuenta que las particularidades de los países —en específico Francia y México, siendo Mérida un caso particular— también pueden estudiarse a partir de la semejanza de procesos urbanos observados en fecha reciente en diversas metrópolis y que paradójicamente hacen parecidas a urbes que cuentan con un contexto cultural, económico e histórico bastante distinto.

La revisión bibliográfica que sustenta este trabajo atañe fundamentalmente a la periferia de las grandes aglomeraciones urbanas francesas y desde luego, por el centralismo propio de aquel país, existe un mayor número de volúmenes sobre el caso parisino. En todo caso, sin ser del todo exhaustivo, mi ensayo pretende proponer al lector una visión, lo más completa posible, de las investigaciones llevadas a cabo en los últimos años en las ciencias sociales en lo que refiere al estudio de las urbes desde una perspectiva sociocultural y socioespacial.

 *

Para no hacer uso de conceptos desconectados de su contexto, es importante tener bien presentes las diferencias esenciales. La complejidad de términos como periferia y suburbio,5 más comunes en la literatura americana y latinoamericana, se distinguen de la especificidad de la periferia (banlieue) francesa, caracterizada por la presencia de grandes conjuntos habitacionales verticales.6 A propósito de ello, el caso de Mérida es singular en México dado que su ambiente tropical no la convierte en un sitio apropiado para construcciones de este tipo. No obstante, éstos sí están presentes en México. François Thomas recuerda que en 1950 con Mario Pani, discípulo de Le Courbusier, aparecen en la Ciudad de México algunos centros habitacionales de grandes edificios, donde Nonoalco-Tlatelolco es la quintaescencia. Lo cierto es que, pese a la semejanza con cualquier proyecto similar en Europa, en proporción, este tipo de emprendimientos resultó un fenómeno bastante reducido, que aunque marca el paisaje urbano de la capital, no representa la parte más dinámica de la vivienda de interés social. Esto en parte porque en México el corporativismo político permitió la ocupación y posterior legalización de asentamientos irregulares; además de que posteriormente el Programa Nacional de Solidaridad (PRONASOL), puesto en marcha en 1988, favoreció la propiedad horizontal popular regularizada en las periferias, como también ha sucedido en Mérida; muchas veces a costa de tierras ejidales, contrario al caso francés donde este tipo de ocupación y poblamiento es más bien una anomalía excepcional (Thomas, 1995).

Es importante también precisar las diferencias en cuanto a la temporalidad del desarrollo urbano y socioeconómico de los países. En Francia hay una clara tendencia a la desindustrialización desde la década de 1960, lo cual ha transformado visiblemente la estructura de la sociedad, en principio, generando un notable grado de desempleo estructural de los antiguos obreros, en específico de aquellos del norte del país y de las afueras de París. Por su parte, parece que el contexto económico en Mérida ha sido diametralmente distinto, pues no se trataría de una ciudad realmente industrializada. Este proceso, más bien tímido, fue un fenómeno de los años de 1970, que tuvo un nuevo auge una década y media después, con la creación de maquiladoras, sobre todo en los corredores Mérida-Umán y Mérida-Progreso principalmente (cfr. López Santillán en este mismo volumen). A mi juicio, en Yucatán, la terciarización ineluctable de la economía se montó sobre una vasta población agrícola que en buena medida pasó casi sin mediación del empleo en el sector primario al de la economía de servicios. Por otro lado, también hay que señalar que el sistema social francés garantiza un salario mínimo a los desempleados, mientras que en México —y Mérida no es la excepción— la necesidad de un ingreso para la reproducción doméstica obliga a un numeroso contingente a trabajar en diversos oficios y empleos dentro del sector informal.

Una tercera gran diferencia tiene que ver una característica demográfica sin equivalencia en Francia, a saber: la importancia de la población indígena. En lo que toca a Yucatán, las comunidades, incluidas las periurbanas, tienen el sello de la cultura maya, en lo que se refiere a vestimenta, prácticas culturales, uso de lengua autóctona y en algunos casos el uso de la vivienda vernácula. Francia, por su parte, desprovista de esta riqueza cultural, trata la cuestión étnica de otra manera, a saber, como minorías culturales; la mayor parte de las veces originarias de sus antiguas colonias, que llegaron después de la Segunda Guerra Mundial para trabajar en la reconstrucción, y posteriormente por la necesidad de mano de obra de bajo costo en varios espacios de la economía de servicios. Así pues, la cuestión de la integración, de la aculturación, de la discriminación, se plantea en ambos lugares, pero no necesariamente de la misma manera y sin embargo, los riesgos de desaparición de una especificidad cultural —sea maya para un caso, o africana o magrebí para el otro— en aras de la homogenización global en un contexto de urbanización generalizada y de tericiarización de la economía, merecen ser abordados a profundidad y también desde una óptica comparativa.

Una cuarta diferencia inevitable sería la estructuración de la ciudad. En las ciudades europeas, el Centro Histórico parece mucho más valorado, tanto en términos culturales como de costos en el mercado inmobiliario. En las ciudades americanas y también las latinoamericanas, los centros pasaron por un importante deterioro en el grado de conservación de su patrimonio arquitectónico y en la situación socioeconómica de sus habitantes. En el caso francés, en definitiva, el Centro Histórico es el espacio donde el precio de lo inmobiliario es lo más caro y por lo tanto es casi exclusivamente poblado por los grupos con mayores ingresos. En el caso de Mérida, es evidente que los más adinerados viven en el norte de la ciudad, aunque se constata un tímido proceso de gentrification7 en el Centro Histórico, del cual hablaremos más adelante.

En fin, la observación de tendencias de segregación social del territorio nos conducirá a considerar el fenómeno de los condominios cerrados o comunidades cercadas (gated communities) muy común en América, y que empieza a penetrar en Europa. Algunos autores franceses, lo veremos en este trabajo, denuncian la privatización del territorio, mientras que en México, ésta parece ser la nueva norma de la construcción de vivienda para la clase media y alta, o en todo caso, parece que se ubica entre las más fuertes aspiraciones en lo que toca a criterios residenciales de estos sectores socioeconómicos. En buena medida porque les garantiza una forma de convivencia afinitaria y securizada, exclusiva entre miembros de la misma clase social. Tal es el caso, por ejemplo de Cocoyoles o el Country Club, a donde nuestras visitas de campo se nos negaba el acceso por no ser residentes.

**

Según el sociólogo Jaques Donzelot, la ciudad francesa hoy en día estaría inmersa en un proceso de dislocación en función de tres tendencias: mientras que el centro y algunos suburbios pasan por la gentrification, los grupos de población más pobres son relegados a los barrios de hábitat degradado y segregado, al tiempo que las clases medias se refugian en las comunas periurbana más próximas (pues a mayor nivel de gasto, mayor oportunidad de vivir en las márgenes de la ciudad, caso contrario para la clase media precaria y las clases populares obligadas a habitar más alejadas de la ciudad central). Esta ciudad en "tres velocidades" o que se "deshace" es el reflejo de una crisis social que tiene corolario urbano: "más allá del conflicto en el que la ciudad es el escenario, [se avizora] una separación de la urbe, resultado de la desagregación de la sociedad" (Donzelot, 2006: 54).

Si la periferia francesa es más compleja que la que nos presenta esta visión alarmista8 pues existen algunos barrios céntricos de París que tienen aún población pobre, inmigrantes y distintas clases sociales, he decidido recuperar estos tres polos —gentrification, relegación y periurbanización— para estructurar este artículo. Ello servirá como base de reflexión y discusión, siempre visto desde la perspectiva de la comparación, a fin de aprovechar sus posibilidades heurísticas en el caso mexicano y de Mérida en particular.

 

La gentrification de los antiguos barrios populares del centro y de su primera corona de ampliación

Un doble proceso de gentrification

A diferencia de las ciudades americanas, donde las clases con recursos se instalan en los suburbios, abandonando los centros a las poblaciones étnicas y/o desfavorecidas,9 los centros históricos de las ciudades francesas son un espacio para los más afortunados. Si algunos barrios burgueses de París parecen auténticos ghettos dorados donde sólo viven las familias de abolengo (Pinçon-Charlot, 1989), éstos representan una mínima proporción de la población ubicada sólo en pequeños contornos del distrito XVI y de las comunas de Neuilly, Auteuil y Passy.

Pero más allá de estos espacios reducidos y enclaustrados, caracterizados por una etiqueta muy elaborada (que incluye rallys y equitación como medios de socialización), además de una convivencia afinitaria y exclusiva que va desde la escuela maternal, hasta los clubes deportivos, en los distritos de la margen izquierda del río Sena hay una fuerte proporción de ejecutivos superiores y empleados en profesiones liberales. En consecuencia, existe una diferencia socioespacial evidente: el poniente más adinerado y el este y el norte, más populares. Esta oposición, siendo el oeste y el sur las sedes de los corporativos, se repite en la periferia cercana, en las márgenes burguesas como Saint Cloud y Levallois, mientras las comunas norte y este como Montreuil, Bagnolet y Saint Ouen recuerdan que fueron espacios de vida obrera. Sin embargo, esta geografía empieza a cambiar desde hace una década, en el momento que en algunos puntos del norte y este de París y de su frontera periurbana comienzan a pasar por procesos de gentrification. Aprovechando un importante equipamiento urbano y precios de la vivienda bastante accesibles, las "clases creativas" (Florida, 2004) compran y restauran antiguos locales comerciales e industriales, convirtiéndolos en lofts de lujo, transformando la zona en un espacio atractivo que permite desplazamientos de población con la llegada de nuevos pobladores adinerados y la salida de aquellos de menores ingresos. Esta "clase creativa" correspondería a una población urbana, móvil, con alta calificación, conectada con las nuevas tecnologías, muchas veces del medio artístico o cultural atraída por estas zonas antes de precios bajos. Así se crea el círculo virtuoso del "talento que atrae talento" que termina por poblar estos espacios con empresas de servicios que sirven de espacios de consumo de este sector social.

De hecho, al lado de esta primera ola de gentrification "de altos vuelos" con una población de muchos recursos, podemos distinguir una segunda más modesta. Ella operó principalmente en algunos barrios del centro de París, siempre bien valorados, mientras la primera a la que hicimos alusión tuvo un perfil socieconómico más modesto, del tipo de una "bo-boisación"10 de barrios como Canal de San Martin, Bastille o periferias como Montreuil o Saint Ouen. El término bo-bo, para designar a este citadino burgués-bohemio, se ha vuelto muy socorrido en Francia, tanto en la prensa como en el habla común, para designar a un grupo de jóvenes entre los 30-40 años de edad, con buenos ingresos, cuyos modos de vida estarían basados en un principio de convivencia interétnica y pluriclasista, de mucha atención por parte de ambos padres a la crianza de los hijos, que tienen una alimentación cercana a lo macrobiótico, una gran atención a los problemas ambientales, que hacen compras en cierto tipo de comercio "justo" y "socialmente responsable". Desde esta óptica los bo-bos reivindican una vida bohemia (sin preocupación del mañana, de su dinero ni de su seguridad) y la posición aburguesada del confort material. Esta dualidad, juzgada a menudo de hipócrita, es el blanco de la mordacidad y sarcasmo de escritores como François d'Épenoux quien los describe como

los nuevos amos de París... un puñado de auténticos burgueses y falsos bohemios, que se cocinan en la publicidad, la prensa, la música, la cinematografía, en breve, en oficios bien; pregonan sus ideas y abogan por su discurso [igualitario] con mucha ligereza mundana porque saben que jamás sufrirán las consecuencias, ahí, escondidos en sus torres, protegidas sus entradas con códigos [de acceso] digitales. Los bo-bo son los nuevos guardias del pensamiento único, quienes a la menor provocación vacían el aceite tibio de su trillada sopa ideológica (d'Epenoux, 2003).

Si bien es cierto que el concepto de bo-bo es sociológicamente poco consistente, a mi juicio corresponde, al menos a nivel de representaciones simbólicas, a una realidad que reposa sobre prácticas sociales y culturales y un discurso específico, aunque muchos podrán juzgarlos huecos o insustanciales.

 

El espacio privilegiado del citadino hipermoderno

Pese a las dificultades en la definición de los sujetos que han provocado la gentrification de las grandes aglomeraciones, y en lo concerniente a París y sus márgenes cercanas, no se puede negar este proceso, presentado por Jacques Donzelot como una de las tres grandes líneas de trasformación urbana de la actualidad. Este espacio aburguesado se podría caracterizar por una convivencia afinitaria muy selectiva, beneficiaria de los precios del mercado inmobiliario, auténtica "barrera invisible a partir de los costos de los terrenos" (Donzelot, 2006). Si la seguridad de estos espacios parece obvia, en realidad se debe a la labor de la policía pero también por al hecho de ser espacios "animados", llenos de amenidades, con negocios de diversa índole (restaurantes, galerías, cafés, bares, etc.) que dan una imagen de calle transitada y a la vez segura.

Los accesos a esta "ciudad sin problemas" implica a fortiori un cierto nivel de recursos financieros, pero también sociales y culturales. Los citadinos privilegiados que habitan y consumen en estos espacios corresponden al "Hombre Hypermoderno" de François Ascher, el cual se caracteriza por su capacidad de evolucionar e interactuar en diversos círculos de socialización; este personaje, "experto" en movilidad, hábil en la comunicación, está conectado instantáneamente con su entorno y con el mundo gracias a las nuevas tecnologías, lo que le le otorga un considerable capital simbólico, además de la capacidad de manipular ciertos símbolos que refuerzan su posición (Ascher, 2003).

¿Podemos considerar que la ciudad de Mérida asemeja esta tendencia de la metrópoli parisina que acabamos de describir? En tanto que habitante del barrio de Santiago, me parece que el Centro Histórico de la ciudad concentra hogares de clases populares, además, muchos ancianos, sean éstos o no de clases populares; por otro lado existe un gran número de locales industriales y comerciales ya desocupados, de casas abandonadas, muchas de ellas en venta. También se constata la gran presencia de un buen número de fachadas recientemente restauradas, en casas habitadas muy a menudo por extranjeros, la mayoría de ellos estadounidenses y canadienses, incluso algunos intelectuales que según mi experiencia, no son mayoritariamente yucatecos. Todos ellos, conscientes del valor patrimonial del Centro, e incluso movidos por intereses especulativos, pueden considerarse como actores del debut de un tímido proceso de gentrification. Algunos han creado espacios culturales como la English Library, La68, o recreado otros como la Flor de Santiago, que son lugar de encuentro de una población con recursos económicos y culturales por encima de la media que frecuenta los "lugares familiares". Si el contexto de crisis económica por el que atraviesa el mundo actualmente no favorece una auténtica gentrification de gran escala, sería importante ampliar el estudio —por la vía de entrevistas a profundidad y por medios estadísticos, basados también en los precios de las casas— para verificar si la tendencia podría cobrar un amplio espectro como intuimos.

 

La relegación11

La especificidad de la periferia francesa

Según Annie Foucault, la periferia francesa representa una extraña especificidad por el peso simbólico, geográfico e histórico de la enorme área metropolitana parisina, pero también por la importancia del urbanismo de los "Treinta gloriosos" (los años de crecimiento económico sostenido que siguieron a la posguerra) que dio cuenta tanto de la concentración espacial, como de los cambios sociales y culturales que ahí se han generado (Paquot, 2008).

Esta periferia corresponde al segundo espacio de la urbanidad moderna que sugiere Jacques Donzelot, esto es, el que se caracteriza por la relegación. Este término fue empleado por primera vez en 1983 en el Reporte Dubedout sobre las zonas habitacionales con enormes edificios multifamilares, evocando el determinismo en la asignación de espacios de vivienda para los que serían entonces los habitantes de estos apartamentos. Esto generó un caso de residencia afinitaria por el perfil socioeconómico y sociocultural de los residentes. De hecho, este tipo de espacios representa el fracaso del movimiento del urbanismo moderno que pretendía la mezcla social para "hacer sociedad" dentro de una ciudad.

El proceso de cambio de los primeros residentes originarios de estos inmuebles comenzó en la década de 1970, a partir del fin de los subsidios a las constructoras que había permitido precios bajos para todos los compradores de vivienda. Dicho programa de gobierno fue reemplazado por otro que otorgaba subsidios directos para los más pobres. En consecuencia, la clase media cambió de estrategia residencial dejando los multifamiliares para irse a vivir a los condominios horizontales en las márgenes de la ciudad. Incluso la compra de este tipo de oferta de vivienda fue motivada por una política de créditos con baja tasa de interés. En consecuencia, los multifamiliares quedarían como los espacios propios del hábitat de las "minorías visibles": migrantes pobres y/o víctimas del desempleo estructural generado por la crisis económica y la desindustrialización de la década de 1980. De hecho, ésta fue la época de paso de un contexto de pleno empleo con la promesa de movilidad social ascendente, a una fuerte crisis financiera en el país que rompió el modelo de integración social. En términos urbanísticos esto resultó en el paso del modelo de grandes zonas habitacionales de edificios multifamiliares que en su momento fuera símbolo de la integración social, a que éstos se convirtieran en la viva imagen de zonas degradadas, desconectadas, con problemas de integración, en fin, relegadas en términos socioespaciales.

Así pues, marcada por la historia de los grandes conjuntos habitacionales y siendo el espacio de la concentración de los problemas urbanos, el desempleo y de la falta de integración cultural de los migrantes, la periferia francesa ha sido depositaria de un discurso estigmatizante, tanto a nivel de medios de comunicación, como de los políticos y hasta de los propios habitantes de estas zonas.

Después de dos décadas, los políticos centraron su discurso y su acción sobre lo que oficialmente ha sido llamado "Zonas Urbanas Sensibles", que ahora suman 751, las cuales son consideradas para tomar acciones de política territorial bien específicas. Según el propio discurso oficial de los urbanistas gubernamentales, estas zonas se han caracterizado por "la presencia de grandes conjuntos habitacionales o de colonias de hábitat degradado, además de un desequilibrio acentuado entre hábitat y empleo". La aproximación elegida por éstos, más allá de la complejidad y la multiplicación de dispositivos puestos en marcha y transformados por los gobiernos sucesivos, se propone distinguir algunas zonas problemáticas para atenderlas prioritariamente. Se han concebido varios programas (entre otros ZUS, ZEP, ZF, DSQ, por sus siglas en francés)12 para beneficiar con medios financieros y humanos dichos espacios. Los trabajos se han enfocado en la creación o rehabilitación de establecimientos escolares, en promover la generación de pequeñas empresas, entre otros, poniendo en marcha un buen número de acciones para lograr el desarrollo social integral de los habitantes de estas zonas. Sin embargo, los programas de gobierno enfocados a estas áreas contribuyen a reforzar el estigma que pesa sobre ellas. El caso más elocuente es el de las Zonas de Educación Prioritarias (ZEP), donde muchos profesores no quieren trabajar por el miedo de estar cerca de potenciales delincuentes o porque suponen que puede pesar en su currículum.

Los medios de comunicación, por su parte, son en buena medida responsables del discurso y la visión dominante que se tiene sobre la periferia de las ciudades francesas. Esta visión de inseguridad generalizada, ha sido incluso robustecida por el partido de extrema derecha, el FN (Front National), durante su campaña política para las elecciones presidenciales de 2002. Es cierto que los amotinamientos de 2005 (generados por jóvenes de estas zonas a raíz de un altercado con la policía) llenaron las ocho columnas de los principales diarios, sin embargo, el discurso mediático alcanzó tal amplitud que merece un análisis aparte. En todo caso, las informaciones generadas no tenían proporción con la realidad en términos fácticos: había más cámaras de televisión y reporteros gráficos que autos incendiados por los jóvenes. La cobertura del suceso generó más amotinamientos y una espiral de violencia, lo cual, se puede decir, contribuyó a recrear y reforzar un discurso estigmatizante de la periferia parisina (Avenel, 2007: 32).

Cierto es también que el discurso estigmatizante se refuerza por la dificultad que tienen algunos especialistas para designar estos espacios. En la lógica de lo políticamente correcto se han usado nociones diversas: colonias de exilio, barrios sensibles, zonas calientes, espacios en dificultad, barrios "de los que se habla" y un largo etcétera. Ahora bien, el trabajo de los sociólogos es desmitificar la cuestión de la periferia estigmatizada, tomar la distancia necesaria a fin de evitar estas imágenes convencionales. En la medida en que "el problema de las periferias" es un fenómeno colectivo, se distinguen dos corrientes en las ciencias sociales que abordan el tema. La primera, de raíz durkheimiana, analiza de manera "realista" los hechos medibles estadísticamente y la morfología social. La segunda, de corte constructivista se interroga sobre la representación y el discurso que se hace en torno a la periferia (Avenel, op. cit.).

De hecho, la estigmatización de la periferia no es un asunto nuevo. La segregación socioespacial en París está registrada desde el siglo XIX, sólo que en aquella época este fenómeno se manifestaba de manera vertical. En los edificios, la planta baja estaba reservada a los comercios; en los pisos inferiores vivían los burgueses; el perfil de los habitantes se hacía cada vez más modesto en la medida que se ascendía en los pisos, hasta el punto de llegar a las azoteas, donde se encontraban los cuartos de servicio reservados a las mucamas que trabajaban en los hogares de los pisos inferiores. Si el siglo XIX fue el de la segregación vertical, el XX fue el de la segregación horizontal, marcando ciertos espacios de la ciudad como propios de lo que se denominó "clases peligrosas". En la década de 1940 estos sitios se denominaban "La Zona" y correspondían a la franja de las antiguas fortificaciones de la ciudad, símbolo de un espacio degradado que reagrupaba a los marginales en arrabales y tugurios. Existía de hecho todo un imaginario ligado a esos lugares, una representación colectiva que los concebía como "espacios sin ley", en la ambigüedad de la repulsión y la fascinación. Ahí nace o, mejor dicho, ahí comienza la génesis del mito estructurante de una periferia peligrosa.

A partir de entonces, los habitantes de esta periferia tienen esta visión ambigua de su vida y del lugar de su residencia. Hay un gran apego territorial, pero también es vergonzoso vivir en estas zonas. Esta relación trae consigo cierta distancia frente a lo que representa el barrio, con el corolario de un repliegue sobre la esfera familiar y privada. En entrevistas a los habitantes de estas zonas, muy a menudo se manifiesta la voluntad de desmarcarse de los otros habitantes del barrio, sobre todo los que portan sobre ellos estigmas (sociales, étnicos o físicos). Porque en los casos contrarios existe una suerte de profecía que se cumple a sí misma. Dubet y Lapeyronnie (1992) evocan que la violencia del "desprecio social" del que son víctimas muchos jóvenes, conduce a que algunos, por reacción, adopten la actitud de "escoria" aunque no lo sean.13

Sin embargo es preciso señalar que la periferia tiene también otra faceta, la de crisol comunitario. Desde esta óptica, ésta sería un lugar de expresión popular que cataliza la emergencia de especificidades culturales, que además tienen eco en el conjunto de la sociedad francesa. Más allá del estigma, existe en Francia un imaginario de la periferia como generadora de una fuerte identificación comunitaria y ello ha tenido consecuencias en la producción cinematográfica y en las historietas. De hecho, la "cultura de la calle" como también se la denomina, tiene también reconocimiento a escala nacional en artes como la música y la danza (rap y hip hop), las artes gráficas (grafiti) y hasta en lo que toca a modas en el vestir y en las formas de hablar.

 

¿Un ghetto?

En el estudio de los barrios difíciles la polémica que se plantea en la literatura actual versa sobre el hecho de si efectivamente se trata de ghettos desconectados de la ciudad, como lo sugieren Eric Maurin o Jacques Donzelot, o más bien al contrario, si existen todavía lazos de socialización en esos espacios.

Loïc Wacquant, especialista de los ghettos en los Estados Unidos, se ha interrogado sobre la posibilidad de estudiar el caso francés con las mismas herramientas heurísticas que los estadounidenses, esto es, a partir de cuatro criterios esenciales: la estigmatización, las restricciones, el confinamiento espacial y la duplicación institucional. En las periferias francesas se constata el discurso estigmatizante y el confinamiento espacial de las poblaciones con menores credenciales escolares, los desempleados y los pobres, además de una presencia importante de minorías étnicas (evidentes pero difíciles de contabilizar como sí sucede en Estados Unidos donde los censos consideran "razas"). Es cierto que estos espacios, oficialmente conocidos como Zonas Urbanas Sensibles, acumulan los principales indicadores que dan cuenta de su desventaja social. La tasa de desempleo de los menores de 25 años acumulaba el 40% de la población en 1999 (mientras que la media nacional era de 24.5%). El empleo precario implicaba al 20.1% de los trabajadores, en contraste con el 12.1% a escala metropolitana. El 39% de los habitantes no poseían ningún título en comparación con el 21.2% nacional y mientras el nivel de ingreso promedio llegaba a 910 euros al mes, mientras que en parís el mínimo era de 1,260. Avenel (2007: 18) recuerda que uno de cada cinco hogares en estas zonas es pobre.

La actitud de los jóvenes que viven en estos lugares se caracteriza por su rechazo a las instituciones, en particular a la policía. Donzelot (2004: 52) describe su tendencia a apropiarse de los cubos de escalera y de las entradas de sus edificios, así como de los espacios comerciales, molestando manifiesta y ostensiblemente a los que por ahí pasan, como una manera de "apropiarse de los espacios comunes en un afán de dominio sobre eso que le pertenece a todos".

Desde la óptica alarmista y pesimista que apela al "separatismo social" (Maurin, 2004), este tipo de zonas en la periferia sería también un espacio de convivencia afinitaria donde se socializa entre compañeros de infortunio, forzados a cierta inmovilidad geográfica debido a las barreras culturales que la ciudad les impone, incluso a nivel de transporte público. Parece que, en efecto, el desempleo y la precariedad de los individuos limitan la diversificación de sus relaciones sociales y de sus desplazamientos, a menudo reducidos a su entorno próximo, donde se encuentran entre vecinos en similar condición.

Pero más allá de las similitudes innegables que justifican la preocupación de intervenir en estas zonas en las márgenes de la ciudad, el caso francés está aún lejos del contexto estadounidense en el sentido del que el ghetto en este último es monorracial y cerrado sobre sí mismo, mientras que los barrios de la periferia francesa son multiculturales y abiertos (Avenel, 2007: 29). El Estado francés y sus instituciones, incluso desafiados por la situación, están presentes ahí en los barrios más marginados, contrariamente al caso estadounidense, en el que el ghetto está abandonado a su suerte y sin apoyos político-financieros. El propio Avenel recuerda la importancia de considerar en los análisis la escala micro para así encontrar la diversidad de los moradores de los grandes conjuntos habitacionales franceses pues a menudo se constata que existe disparidad en los niveles de vida en el interior de los edificios y más aún entre inmuebles, por ello cambiar de edificio es "cambiar de vida" (Bachmann y Basier, 1989). De hecho, una buena parte de los habitantes de estos edificios multifamiliares vive en situación modesta, cierto, pero estable. Por ello vale la pena señalar que entre ellos hay "precarios" pero "integrados", a diferencia de quienes son más susceptibles de convertirse en delincuentes (Begag y Delorme, 1994). Es importante pues, recordar que esos "barrios sensibles" no son territorios del todo homogéneos, sino más bien un mosaico de microterritorios diferenciados (Begag y Rossini, 1999).

 

¿O un lugar aún abierto y conectado con la ciudad?

En contraste con quienes tienen una visión alarmista de las zonas de edificios multifamiliares en Francia, también hay una corriente de investigadores que se interesa más en los modos de socialización propios de esos lugares. Desde esta óptica, los "barrios sensibles" están lejos de ser espacios desprovistos de relaciones sociales. En ellos se observan incluso algunos casos de movilidad social ascendente y residencial, limitada pero existente; además de formas de socialización activas, fundadas notablemente sobre redes de solidaridad que se alimentan de una lógica de intercambios y reciprocidad entre iguales para sortear la precariedad. Estas maneras de socializar permiten hacer frente a dificultades financieras, pero también son formas de control social, pues el compromiso de reciprocidad pesa sobre la reputación de las personas.

Los jóvenes de estos barrios constituyen el sujeto privilegiado de investigaciones diversas de sociólogos y antropólogos. Éstos han estudiado formas de socialización, su relación ambigua con su barrio y con la ciudad, su movilidad, sus redes y las relaciones de género. David Lepoutre (2001) analiza el funcionamiento de la cultura callejera de esos jóvenes, basada en el sentido de reputación, de pertenencia al grupo, de honor y hasta de competencia. Parece que los jóvenes varones transforman su frustración por la falta de movilidad social en un sentido de inmovilidad espacial, convirtiéndose en parte de una "banda", como lo hemos señalado al hablar de los jóvenes que dominan las entradas a los edificios y los cubos de escalera o incluso se manifiesta en la voluntad de control —siempre ilusorio— de las mujeres, principalmente protegiendo la virginidad de las hermanas (único signo de autoridad en un contexto donde la precariedad del empleo pone en duda su autoridad como hombres y eventuales jefes de familia). Las mujeres, por su parte, optan preponderantemente por el éxito escolar, lo que les permite mayores posibilidades para desmarcarse discretamente del peso de la tradición familiar, desarrollando "estrategias de autonomía y de movilidad en el espacio urbano" (Avenel, 2007: 59). En este sentido, ellas están provistas de más herramientas, y por lo tanto, menos dificultades para abrirse a las posibilidades de la vida urbana, mientras que los hombres tienen a reforzar la tendencia comunitarista, muy arraigada en estos "barrios sensibles".

De hecho, uno encuentra en la socialización en el interior de estos barrios el efecto propio de una concentración étnica mayoritariamente magrebí y subsahariana (aunque la cuestión del racismo o de relaciones interétnicas siguen siendo tirantes, sobre todo entre árabes y judíos, particularmente en las escuelas). Lo cierto es que estas "minorías visibles" tienen formas de socialización basadas en la solidaridad y una convivialidad con la marca de la similitud cultural y hasta una experiencia común como migrantes o hijos de migrantes. Si el aspecto comunitario de estos barrios es innegable, incluso en lo tocante a prácticas religiosas, eso no significa que haya una negación generalizada a las posibilidades de integración. Al contrario, varios estudios ponen en evidencia la capacidad de estos grupos de población de inventar una cultura propia que mezcla elementos de su cultura de origen con otros rasgos propios del común del ciudadano francés. La polémica sobre el uso del velo, reivindicación de muchas mujeres musulmanas, es juzgada por muchos defensores de la laicidad como una manifestación de sumisión anacrónica, sin embargo, el fenómeno es mucho más complejo que eso. Es cierto que no se puede pasar por alto la relación entre esta afirmación identitaria y una cierta radicalización del Islam, pero algunos estudios de corte cualitativo muestran que el uso del velo es un camino que recorren algunas mujeres para autoafirmarse como tales, pero también para evitar agresiones en estos ambientes de violencia soterrada permanente (Avenel, op. cit.).

Por otro lado, contrario a lo que se piensa de que los habitantes de las periferias urbanas están desconectados de la vida urbana, lo cierto es que participan plenamente de la sociedad de consumo, de hecho, entre los jóvenes se encuentran los principales compradores de los objetos fetiches de la urbanidad moderna, incluso adquieren modelos bastante caros de productos tan diversos como reproductores de música, teléfonos celulares, calzado deportivo, etcétera. Los habitantes de estas zonas que se dedican a actividades ilícitas, además de estos bienes, son los típicos compradores de autos deportivos de lujo y ropa de marca, lo que, dicho sea de paso, les da visibilidad y estatus entre los demás residentes.

También es cierto que para los jóvenes de la periferia, la relación con los demás habitantes de la ciudad es complicada. Muchas veces, por su forma de movilizarse y actuar en grupo, se ven desafiantes y amenazadores. En el caso parisino se les ve a menudo en las estaciones de trenes y otros sitios donde confluyen los convoyes de cercanías (Kokoreff, 1998). A lado de esta movilidad grupal también se da la movilidad individual de aquellos que quieren ganar autonomía y escapar del estigma o de la imagen que dan los que andan en "bandas", ello con la intención de integrarse de manera más armónica con la sociedad urbana y sus normas.

Entonces, ¿las periferias francesas son ghetto o lugar de esperanza? Las estadísticas demográficas, económicas, del empleo, las relacionadas con datos de seguridad pública refuerzan la tesis del ghetto. Sin embargo la cuestión es saber si es inminente una malograda integración social y cultural de los habitantes de esos barrios, como sucede en los ghettos estadounidenses. El referente cultural de la vida de las periferias francesas y la difusión de sus manifestaciones artísticas en la música y las artes visuales hace suponer que por un lado existe el aprecio de amplios sectores de la población, y del lado de los habitantes de las periferias es manifiesta la necesidad de pertenecer a la sociedad.

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Más allá de la especificidad de la periferia francesa ¿podemos desentrañar los procesos propios de las grandes aglomeraciones con los cuales se podrían establecer paralelismos posibles con las ciudades mexicanas, con Mérida en específico? ¿Acaso las zonas habitacionales con edificios multifamiliares en Francia no encuentran equivalencia con las "ciudades perdidas" en México? ¿Existen espacios precarios en la periferia meridana? Desde el punto de vista urbanístico uno puede cuestionarse sobre la importancia que pueden o no tener las zonas habitacionales en México, aunque sean de talla mucho más reducida. ¿Serán dichos espacios tan cuestionados como lo son en Francia o están mejor integrados a la vida urbana?

Las cuestiones de integración de las minorías, de segregación, de racismo, están presentes en cualquier ciudad mexicana. No se puede pasar por alto la presencia étnica en Mérida y en su localidades periurbanas, de hecho, según López Santillán (en este mismo volumen) tienen una presencia importante, ya no se diga de sus manifestaciones culturales pese a la condición de precaridad y subalteridad que caracteriza a la mayoría. Como en Francia, aquí también se puede entender la especificidad de una cultura urbana a partir de ciertas prácticas, en el caso meridano, muchas de ellas con matriz étnica (el uso del hipil, la celebración del hanal pixan, los gremios y las vaquerías, por mencionar sólo algunas). En ambas geografías estás prácticas tienen un referente socioespacial claro.

 

La periurbanización

Si durante mucho tiempo los investigadores dieron prioridad al estudio de la periferia y sus grandes zonas habitacionales de edificios multifamiliares, con todas las implicaciones económicas, políticas y socioculturales que conllevaban, en la actualidad la periurbanización se ha vuelto un objeto de estudio muy socorrido, en específico desde que se tomó conciencia de limitar la extensión de la mancha urbana y crear ciudades sustentables.

A partir de la década de 1970 en la mayor parte de las principales aglomeraciones de los países industrializados se da un mayor crecimiento demográfico en dirección de las zonas periurbanas de manera simultánea al descenso en la población de las ciudades centrales (Berger, 2004: 57). El inicio del proceso de periurbanización en Francia corresponde al agotamiento del modelo de grandes zonas habitacionales, más precisamente cuando éstas se vuelven referente de la vivienda precaria para grupos desfavorecidos. Las rentas en los departamentos de estos lugares se hicieron atractivas sólo para los más pobres, los beneficiarios directos de las ayudas sociales. Paralelamente, es el momento en que toma auge la propuesta de la casa individual como la quintaesencia de la vivienda de clase media, incluso en palabras del entonces presidente V.G. D'Estaing, como el "patrimonio mínimo que nuestra democracia debe procurar a todos sus miembros" (Berger, op. cit.: 271). Para el Estado francés, que las mayorías poseyeran un bien inmueble parecía favorecer la estabilidad de una población con menos reivindicaciones sociales que la de la década precedente. Desde entonces, Francia asiste a una explosión de condominios horizontales en las afueras de las ciudades (pavillons), forma de vivienda que se vio reforzada por el uso generalizado del vehículo en los hogares clasemedieros.

 

La paradoja periurbana: un modo de vida aclamado... pero muy criticado

¿Unanimidad popular?

Pese a las numerosas críticas desde el punto de vista urbanístico y ambiental, además de la crítica a los valores a los cuales la residencia periurbana se asocia: individualismo, consumismo, intolerancia, conservadurismo, las investigaciones sobre vivienda, incluso las más recientes, muestran que la casa individual en condominio periurbano es objeto de orgullo para sus habitantes.

Ya sea por el deseo de echar raíces, ya por ostentar el símbolo de haber logrado cierto estatus social, el hecho de adquirir una casa en condominio vertical en el área periurbana es un logro en Francia, pues se aproxima al ideal del suburbio estadounidense, centrado sobre el modelo de familia nuclear, cerca de la naturaleza y lejos de las molestias asociadas a la vida citadina (como el ruido, la contaminación, el hacinamiento). Sin embargo, esta oferta de vivienda se contrapone a la vida auténticamente rural, en una suerte de espacio rururbano (rururbain), más urbano que rural. Dicha proximidad con la naturaleza debidamente domesticada, artificial, aséptica, como lo es en parques, plazas y jardines privados, está en la base de esta representación ideal del "caserío a la francesa"14 que tanto han explotado los promotores de vivienda (Berger, 2004). La cercanía con la naturaleza, muy próxima de la "ciudad jardín" diseñada en el siglo XIX por Ebener Howard, constituye una de las grandes paradojas de la periurbanización pues este tipo de vivienda clasemediera en las márgenes promueve el uso del automóvil, agravando los problemas de contaminación que los habitantes de estos lugares supuestamente pretenden evitar.

Hacerse propietario de una casa en un condominio horizontal en área periurbana casi siempre depende del ciclo doméstico. Generalmente se opta por este tipo de vivienda cuando la unidad familiar está en fase de expansión y se hace necesario más espacio para todos los miembros. En la elección está claro que se excluye la periferia de grandes zonas habitacionales de edificios multifamiliares. Decidirse a habitar en los condominios horizontales en áreas periurbanas se hace muchas veces a costa de importantes sacrificios financieros, pero la lógica subyacente implica también la convivencia afinitaria pues aunque fuera más accesible otro tipo de residencia, se prefiere habitar en este tipo de espacios para estar entre semejantes y lejos de población étnica y/o precaria. Por otro lado, estas casitas en condominio tienen precios más accesibles en la medida que se alejan más de la ciudad central.

Martin Berger (op. cit.: 271) plantea la situación de manera atroz: "para ampliar la sala tuvieron que reducir su tiempo de reposo", haciendo alusión a los largos desplazamientos entre hogar y trabajo. De hecho, los estudios muestran que en este tipo de elección residencial cuenta desde luego el precio, pero más las características físicas y estéticas del condominio que la distancia al trabajo, dado que, debido a la volatilidad del mercado laboral, se pone menos atención a las distancias que al confort e imagen del sitio donde se habita. Se constata además que el tiempo y dinero que gastan los habitantes periurbanos es mucho mayor que aquellos que viven en la ciudad. En la vida periurbana se indispensable la posesión de uno o dos autos para poder asegurar los desplazamientos de los miembros de la familia; ésta, cada vez más con dos ingresos. Por otro lado, en una sociedad de ocio y consumo hay que considerar también los desplazamientos para llevar a los niños a la escuela y a sus diversas actividades culturales y deportivas, sin olvidar, desde luego, los que se requieren para el abasto y el consumo en los grandes centros comerciales en las márgenes de las ciudades.

En el caso de París y su región metropolitana, el transporte está organizado de manera radial y, aunque eficiente, no evita que los desplazamientos sean largos, complicados y onerosos, en especial, cuando se trata de ir de un área periurbana a otra sin tener que pasar por la ciudad central. Incluso se puede constatar cada vez con más frecuencia, la desconexión entre domicilio y trabajo en el área metropolitana de París y su región Île-de-France. La distancia media de recorrido cotidiano en esta región pasó de 7.4 km en 1975 a 10 km en 1999, considerando que por el tráfico, el tiempo de los desplazamientos también aumentó.

Jaques Donzelot (op. cit.) señala que estos desplazamientos a la escuela, el trabajo y las actividades de ocio y consumo, en realidad son una movilidad obligada, resultado de haber elegido una forma convivencia residencial afinitaria. El precio a pagar por esta decisión es la fuerte tasa de hogares con dos autos y los costos que ello conlleva; no obstante, en los propósitos de los habitantes implícitamente se manifiesta que, pese al gasto, nada vale más que la tranquilidad de alejarse físicamente de las zonas pobres. Por último hay que resaltar que esta cultura de la movilidad con vehículos motorizados tiene consecuencias sobre las comunas donde se asientan los condominios, pues los habitantes, por decisión propia, muchas veces por indiferencia, no tienen mayor participación en las decisiones de las municipalidades y se contentan con recibir servicios urbanos de calidad sin preocuparse por los costos financieros y ambientales que esto conlleva.

 

Crecimiento de la mancha urbana y agotamiento de los recursos naturales

Si los geógrafos y los sociólogos consideraron tardíamente el estudio de los condominios horizontales periurbanos, en la actualidad condenan de manera unánime estos proyectos como los responsables del crecimiento incontenible de la mancha urbana, así como de las formas de consumo desmesurado del espacio y de los recursos naturales y energéticos. En un contexto de desarrollo sustentable, que debe incluir también los nodos urbanos, es primordial proteger los espacios verdes, inventar nuevas formas de relación entre ciudad y naturaleza que superen la dicotomía rural-urbano. Desde este punto de vista, las reglas de Daly han inspirado ya varios trabajos, algunos que llegan incluso a cuestionar de manera radical la idea misma de desarrollo, con su inmanente impacto negativo sobre los recursos naturales, en este escenario la humanidad estaría obligada a cambiara su manera de vivir. Para Herman Daly, de hecho, se debería llevar al sistema económico mundial a un estado material y energético basado en un control demográfico drástico con justicia redistributiva a nivel social.

Existe la propuesta de la ciudad densa, donde la redensificación urbana implicaría el uso de antiguas zonas industriales degradadas que pueden ser reocupadas, rehabilitadas y reconvertidas en espacios multifuncionales. En lo tocante al bajo consumo de combustibles, en Francia ha habido buena acogida al concepto norteamericano de walking city si bien es cierto que se ha idealizado la propuesta de una ciudad en la que todo sea accesible dentro del mismo barrio y los desplazamientos se hagan a pie. Una ciudad más amigable social y ambientalmente también debe rescatar los valores de mezcla social y funcional evitando la hiperespecialización espacial que se ha dado en el ámbito periurbano y que supone zonas de comercio, habitacionales y de recreo muy específicas y claramente delimitadas.

 

De las prácticas segregacionistas a la tentación de las gated communities15

La posesión de una vivienda propia, de un auto, el repliegue sobre la vida privada, el confort material y la nula participación política son los elementos más recurrentes en las representaciones del modo de vida periurbano, por ello sobre estas "nuevas clases medias" que hacen uso de esta oferta inmobiliaria recae la crítica de ser los mejores representantes del individualismo, y los promotores de una suerte de secesión social (en referencia a la White flight, motor de la urbanización segregada, como sucede en los Estados Unidos).

Eric Charmes (2007) constata esta búsqueda de la convivencia entre semejantes a partir de entrevistas que hizo a los habitantes de los condominios periurbanos de París y Lyon. De alguna manera él presenta una imagen de "galos irreductibles", siempre pendientes de resistir a los posibles invasores, como los personajes en las aldeas de la historieta de Asterix. Este miedo corresponde a la voluntad de frenar una mayor urbanización de las municipalidades o comunas donde habitan, presionando para que no haya más fraccionamientos que se instalen ahí. Eso sí, exigen a las municipalidades el equipamiento y los servicios urbanos, pero no quieren mayor presencia que la suya en estos espacios. Este tipo de comportamiento es más frecuente entre aquellos que vivieron en la periferia, en los edificios multifamiliares, y que dieron el salto cualitativo a este otro tipo de espacio. Éllos saben de los problemas del hábitat degradado por haber vivido ahí y por haberlo padecido. En consecuencia, son quienes se manifiestan más reacios y aprehensivos en lo concerniente a la seguridad o la incivilidad que pudiera generarse por la presencia de otros sectores de población más desfavorecidos.

De hecho, esta pretendida socialización afinitaria llega al punto de manifestarse como racismo; incluso en momentos electorales se ha observado claramente que en este tipo de condominios periurbanos, los partidos de derecha e incluso de extrema derecha logran un alto porcentaje de votos, más todavía en los condominios habitados por quienes lograron salir de la precariedad y que pese a las mejoras en sus condiciones de existencia están en una situación financiera frágil. Estas formas discretas de racismo incluyen en ocasiones a las autoridades municipales que, haciéndose eco de las demandas de este tipo de residentes, impiden la venta de terrenos a fraccionadores que puedan construir vivienda barata para categorías de población más precaria. En algunos casos incluso las agencias inmobiliarias ponen tarifas ficticias exageradamente altas a los inmigrantes o a las poblaciones de grupos étnicos para desalentar su presencia en este tipo de emprendimientos.

Martin Berger (2004: 171) constata así que en Francia durante las dos últimas décadas se ha acentuado la especialización social de los espacios periurbanos. En ellos se han desarrollado prácticas segregacionistas a fin de mantener el valor inmobiliario de los predios, así como los estilos de vida de los residentes "protegiendo la habilidad social y la 'buena vecindad' juzgados como necesarios para la educación de los hijos y para el desarrollo familiar" (Berger, op. cit.: 98).

Este tipo de prácticas NIMBY ("Not in my backyard") de los residentes de los condominios horizontales periurbanos que se oponen a cualquier nuevo desarrollo en las comunas donde ahora habitan, se multiplica sin restricción. Además, en los condominios son cada vez más frecuentes algunas barreras físicas, no necesariamente muy eficaces pero de una fuerza simbólica muy importante. Callejones y la configuración de las vías de acceso hacen que estos espacios no se puedan atravesar por automovilistas externos, lo que constituye, en efecto, una de las molestias habituales para los que no viven ahí (normalmente los antiguos residentes de la comuna). Estas formas de escaso compromiso con las poblaciones originalmente residentes de esas localidades tienen su forma extrema en los casos de quienes no participan en la "solidaridad fiscal intercomunal", un mecanismo impositivo que tiene como objetivo apoyar a las poblaciones más modestas de las comunas vecinas.

Esta fragmentación urbana y su corolario de distancia social es evocada y presentada in extremis por Mike Davis en su libro The City of Quartz (1997) en el que el autor presenta a Los Ángeles, California, como el prototipo de la ciudad moderna, balcanizada en comunas separadas, en la que sus habitantes no participan en ninguna forma solidaria; una ciudad hecha de gated communities, donde se preservan las formas extremas de prácticas segregacionistas. En Francia este tipo de espacios residenciales a los que hemos hecho referencia, pese a ser del gusto de sus habitantes, sigue generando muchas polémicas. Existen de hecho lugares de acceso restringido con controles securitarios (Charmes, 2007) pero son casos excepcionales y han sido aún poco estudiados. Como ya se mencionó, la mayoría de las veces el acceso no está controlado, excepto por barreras simbólicas, que en Francia son chocantes por parecer de una fuerza excesiva al poner en escena el miedo y el rechazo al otro, apuntando una inquietante tendencia (relativa, pues todavía no es el caso de Los Angeles y de otras ciudades estadounidenses) a la privatización de los espacios públicos. Lo cierto es que este repliegue sobre la vida privada, sin solidaridad con el exterior, puede parecer reflejo de una crisis grave de separatismo social que denuncian los autores más pesimistas como Donzelot y Jaillet (2004).16

 

¿Relativizando las críticas?

La pluralidad del medio periurbano

Cierto es que los condominios horizontales en zonas periurbanas a veces son presentados como responsables de todos los males de las urbes contemporáneas, por eso vale hacer algunos matices. En principio, vale recordar que el área periurbana, lejos de ser un espacio uniforme, presenta una diversidad social importante. En la región Ile-de-France se constata que los perfiles socioeconómicos y socioculturales de las márgenes de la ciudad se prolongan de manera concéntrica según la referida distinción entre este y oeste parisino.17 Así pues, el suroeste de la aglomeración resulta la prolongación de los barrios chic de París. En esos espacios periurbanos habitan los profesionistas que llegan fácilmente a la capital o a la moderna zona de negocios de La Défense, esta última también en las márgenes de la ciudad. Por otra parte, el periurbano al Norte y Este de la capital es, en términos socieconómicos, más modesto. De manera general el perfil socieconómico de los habitantes de las comunas está relacionado con la conectividad y la lejanía con el polo urbano de referencia. Por ello se constata que los profesionistas viven en las márgenes próximas, mientras los hogares con menos ingresos se instalan en zonas más alejadas donde el valor catastral disminuye progresivamente.

Ahora bien, en el seno mismo de las comunas periurbanas donde se instalan estos condominios horizontales hay que superar la imagen simplista de que se trata de espacios auténticamente rurales que son invadidos por hogares de clase media, por ello Eric Charmes distingue tres formas sociales de lo periurbano. El primero refiere a un espacio de vida, propio de los antiguos residentes rurales de estas comunas; también ahí se encuentran viejos retirados y los jóvenes que crecieron en esas localidades. Es el tipo de población que no se polarizó por la ciudad central y que tienen sus redes sociales y sus espacios de convivencia (deportivos, de ocio, de consumo, de estudios) en la propia localidad y cuyo único desplazamiento se hace por razones laborales. El segundo implica aquellos residentes que escogieron los espacios periurbanos como localización estratégica a fin de optimizar los recorridos a los espacios que frecuentan. Se trata de grupos de un perfil socioeconómico aventajado, sin carencias de ninguna índole, con alto nivel escolar que instala su hogar y su familia en un lugar tranquilo, confortable, espacioso y que le permite acceder fácilmente a su trabajo, a los centros comerciales y a las terminales ferroviarias y aéreas.

Está también el caso de los miembros de la clase media precaria, sobre el cual quiero detenerme para caracterizarlo más a detalle. El habitante de este perfil es el "periurbano lejano" y sobre cuyos deseos de casa propia se ha apoyado el crecimiento extensivo —y excesivo— de las urbes. Dicho residente tiene mayores dificultades para su desplazamiento, vive en lugares distantes y con menos valor agregado, su presupuesto es limitado y la compra de su vivienda la hace gracias a un crédito hipotecario restrictivo, esto es, un préstamo que para pagarlo debe sacrificar buena parte de su presupuesto (Rougé, 2005). Estos son los beneficiarios de algún tipo de prestación social y a menudo son los que salieron de los "barrios sensibles", esas zonas de edificios multifamiliares. Cierto es que se convierten en propietarios de una casa, pero a un costo elevadísimo y no sólo en términos financieros, sino por razones de tiempo, esfuerzo, tiempo de ocio, además de que habitan en lugares con servicios de menor calidad y escasa conectividad con la ciudad central. Muchas veces se trata de los empleados de servicios en una situación laboral más precaria y por lo tanto en extremo sensible a los vaivenes de la economía. En el caso francés son casi siempre hogares con un solo automóvil; las mujeres no conducen y por razones familiares se ven en la necesidad de abandonar su empleo para consagrarse al hogar, con la autoexclusión de la vida laboral y social que esto implica.

Este tipo de vivienda puede conducir a un nuevo proceso de estigmatización y es cierto que las restricciones con las que viven les restan movilidad social y espacial. En muchos casos el bienestar familiar y la vida profesional estable, sin desearlo, se ven relegados a los límites de la aglomeración urbana (Rougé, 2005: 8). Éstos son los perdedores de la periurbanización y los casos paradigmáticos del proceso de dislocación urbana analizado por Donzelot.

 

El lugar de residencia: un espacio de pertenencia para el individuo moderno

Además de estas formas diversas de relación con las comunas, se constata también cierta diversidad social en el seno de los propios condominios. La movilidad cotidiana y la socialización de los individuos no se limita a su lugar de residencia, ellos se desplazan y tienen acceso a diferentes medios, algunos de los cuales acentúan su individualización (Bourdin, 2005). De alguna manera esto apela a la condición de citadino descrita por Simmel en el siglo pasado, este individuo urbano es capaz de administrar distintos grados de apertura o cierre con su entorno en función del medio en el que se encuentre.18 La socialización afinitaria se compensa por la movilidad cotidiana y los desplazamientos entre los espacios, principalmente en aquellos que tienen la doble condición de ser públicos y privados, como los lugares de ocio y los centros comerciales. Esto hace que el sujeto se encuentre en distintos espacios de pertenencia como son el hogar, el trabajo y otros sitios de lo más diverso. El hombre hipermoderno abrumado por estos múltiples espacios, se repliega a la vida privada y familiar en su hogar, tomando así distancia del mundo en el que se encuentra permanentemente solicitado. Este hogar-refugio sería una opción para enfrentar la incertidumbre del cotidiano generada por una serie de situaciones que escapan al control y que agotan a cualquier sujeto, en especial estos sometidos al diktat de la imagen del hombre hiperactivo, hipermóvil, hipermoderno (Ascher y Godard, 2003).19 El espacio periurbano en este sentido sería pues una posibilidad privilegiada que permite atenuar una posible "fatiga de ser uno mismo" (Eherenberg, 1998). Haciendo alusión a Paul Ricoeur, Eric Charmes (2007: 8) lleva este razonamiento aún más lejos al presentar la capacidad que tendrían los condominios horizontales periurbanos de constituir un primer espacio de socialización a pequeña escala de sus habitantes, que con el tiempo serían capaces de establecer formas de comunicación más amplias con otros sectores sociales.

La literatura especializada actual presenta muy a menudo a los condominios horizontales periurbanos como la negación de la cultura urbana pública que caracteriza a la ciudad de la posguerra. Sin embargo, si el espacio público urbano queda como un lugar indispensable de confrontación y de contacto con el otro desconocido, existe también el espacio virtual del internet donde proliferan las redes sociales y donde puede también haber confrontación de ideas y de contactos con otras culturas. Por eso los investigadores se interrogan sobre los nuevos espacios a la vez públicos y privados donde transcurre parte del tiempo de los residentes en áreas periurbanas. Por otro lado, si no se puede negar una cierta reticencia de éstos últimos a entrar en contacto con el otro, privilegiando "la indiferencia cordial" entre vecinos (Charmes, 2008), lo cierto es que muchos espacios no permiten la interacción y algunos de los residentes tienen la experiencia de haber vivido en "barrios sensibles". Incluso en los condominios horizontales existen espacios comunes, a menudo de convivencia obligada, la cual no está exenta de cierta rispidez.

A propósito de la polémica sobre el riesgo que constituye el desarrollo de estos condominios frente a la cohesión social, Eric Charmes señala que la existencia de los edificios con acceso con código digital en los antiguos centros urbanos no ha recibido la misma atención, siendo que también apelan a una forma de segregación urbana. En una sociedad hipermóvil y supuestamente más abierta, las barreras de los condominios, tanto los horizontales en áreas periurbanas, como los edificios en las ciudades, parecen más como estrategias artificiosas para mantener la imagen de control humano a escala local (Charmes, 2007: 19). Sin embargo, lo cierto es que hoy en día la inquietud de esto se ubica a una escala diferente pues los condominios horizontales en el periurbano son la quintaescencia de la vivienda afinitaria con residentes poco solidarios con su entorno social y ambiental.

En fin, sin negar todos los defectos de la vida en espacios periurbanos, una preocupación fundamental es la preservación del medio ambiente que se deriva de un desenfrenado crecimiento de la mancha urbana. Esta es suficiente razón para frenar esta oferta de vivienda, incluso por encima todas las nociones aleccionadoras, pues cómo dice Eric Charmes, "hay que ser prudente con el análisis de los valores morales y de las experiencias vividas que caracterizan la vida urbana" pues de lo contrario los analistas, al criticar esta forma de vida en realidad están contribuyendo a su estigmatización (Charmes, 2007: 206)

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El ámbito de vivienda periurbana en Francia, lo hemos visto, se forjó a partir del ideal del suburb americano y los cuestionamientos que ha suscitado conciernen a la evolución de las metrópolis globales ¿Encontramos acaso en México las mismas paradojas de este modo de vida tan aclamado por unos y tan criticado por otro? El fenómeno existe ¿pero suscita tanta polarización entre los especialistas? En el caso meridano no parece haber demasiadas críticas sobre fraccionamientos como Alta Vista o Cocoyoles que se parecen mucho a lo que hemos explicado. Poco se ha dicho al respecto y a escala local tampoco parece haber un debate muy intenso, incluso no parece haber abundante literatura sobre un posible retorno a la redensificación de la ciudad ¿Podemos hablar de hipermodernidad e hipermovilidad en una metrópoli regional como Mérida? Quizá sólo para algunos sectores de población con ventajas socioeconómicas y socioculturales. Por otro lado, los espacios de convivencia afinitaria en México parecen reservarse exclusivamente a los condominios de acceso restringido. Numerosos en varias ciudades del país con altos índices delictivos, todavía son un anomalía en Mérida, pero en esta última tienen mucho impacto social en lo concerniente a la creación, visibilidad y hasta promoción de ciertos modos de vida, hasta hace poco inéditos en la ciudad. ¿La tendencia segregacionista de la clase media en México es tan evidente como en Francia? ¿Y en el caso meridano?20

 

Consideraciones finales

En su análisis de la ciudad contemporánea, Jacques Donzelot hace alusión a la imagen de una mesa desplegada por Hannah Arendt al interrogarse sobre la persistencia del "espíritu de la ciudad". Este espíritu se caracterizaría por la posibilidad de estar en un lugar a la vez cerrado y abierto. Si la ciudad es un lugar político, es justamente porque tiene esa capacidad de acercar a los individuos manteniéndolos distantes. La definición de vita activa de Annah Arendt correspondería a esa definición del espíritu de la ciudad, siendo la mesa la metáfora de la distancia que evita que los individuos se aglutinen, pero que los reúne para una acción determinada. Ahora bien, según Donzelot, la ciudad a tres velocidades presenta situaciones de profunda asimetría en lo concerniente a ese espíritu y no está muerta pues su esencia permanece, sólo sucede que se ha deshecho. Sin olvidar la realidad social y los límites que impone, falta restablecer las comunicaciones y derribar barreras que separan sus diversos fragmentos.

Podemos también asegurarnos que la ciudad francesa todavía no corresponde a la imagen de la ciudad fragmentada descrita por Mike Davis para el caso angelino o estudiada por Saskia Sassen para los casos neoyorquino o londinense. La polarización socioespacial entre una élite privilegiada frente a los grupos de población pobre aún no es la norma en París ni en las ciudades francesas, esto porque aún existen "mecanismos de redistribución y de regularización puestos en marcha por un sistema que tiene como puntal el Estado Providencia, aun si éste es cada vez más a menudo tomado por asalto por los ultraliberales" (Berger, op. cit.: 241). La importancia numérica y cultural de la clase media en Francia permite continuar evitando la dualización de la sociedad.

En México, la clase media representa sólo un tercio de la población, la mayoría es pobre, apenas 10% son adinerados y 2% son inmensamente millonarios. En este contexto de polarización, y haciendo a un lado los clubes de golf y otros "ghettos dorados" ¿tenemos acaso cierta heterogeneidad social en los espacios urbanos? ¿Qué pistas nos pueden dar para explicar esto en la aglomeración meridana la dicotomía de ricos y pobres en Cholul o el perfil marcadamente étnico, pobre y todavía rural de San José Tzal, tal como lo presentan Rodríguez Pavón y Wejebe en este mismo volumen?¿El caso de Mérida, estará más cerca del modelo dual de Los Ángeles o la presencia de la clase media, quizá con algunos sectores en proceso de precarización, permitiría seguir pensando en una ciudad en tres velocidades como parece ser más bien el caso?

 

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Notas

1 Traducción del francés de Ricardo López Santillán.

2 Agradezco al responsable técnico haber podido participar durante mi estancia en Mérida en el proyecto FOMIX "La metropolización de Mérida y su impacto sociocultural en cuatro localidades periurbanas"

3 Si bien existen traducciones o equivalencias, decidimos dejar las nociones tal como aparecen en el texto pues en el ámbito de los estudios urbanos corresponde a los idiomas respectivos en los que se han acuñado o popularizado. En adelante, todas las nociones que usa la autora en otro idioma distinto al francés, se mantienen, pero con una breve explicación en nota al pie. En este caso, respectivamente "ciudad emergente", "ciudad difusa", "interciudad" o "suburbio" (por la especificidad del caso alemán) y "tercera ciudad", el cual refiere a la "tercera revolución urbana", la de la aparición de la metápolis postindustrial, según François Ascher (2004) [N. del T.].

4 Pavillons en el original. Equivale a la oferta de vivienda masiva en las afueras de las ciudades para la clase media; mientras más lejano es el emprendimiento menor es el poder de compra de la fracción de clase media que ahí habita [N. del T.].

5 Guénola Capron y Martha de Alba recuerdan que la utilización de dichas categorías está acotada al caso latinoamericano por el una región marcada por la asimetría de clase y por "relaciones clasistas" (Capron, op. cit.: 7)

6 No existe propiamente traducción para banlieue, bien dice la autora, se trata de una especificidad del caso francés. Es una palabra que en estricto sentido apela a la periferia, pero tal como se presenta en términos socioespaciales en aquel país. Dicha noción, luego del crecimiento económico (y urbano) de la posguerra sustituyó a la antigua de faubourg que también refiere a la periferia, pero ésta entendida como arrabal, pobre e insalubre. El cambio semántico se puede explicar por las mejoras en las condiciones de existencia material de quienes habitaban y porque el lenguaje técnico de los planificadores del gobierno se impuso a los propios habitantes y los analistas de estos nuevos espacios próximos a las ciudades, caracterizados por el gigantismo y la concentración espacial de sus numerosos edificios multifamiliares [N. del T.].

7 El polémico concepto de gentrification se ha traducido como gentrificación, aburguesamiento, renovación/revitalización urbanas, en fin, con diversos apelativos de índole similar, sin embargo, a menudo se deja en inglés pues estos vocablos recién referidos no aluden a lo complejo de los fenómenos implicados, que no refieren sólo reembellecimiento de espacios urbanos, sino formas de habitar la ciudad que caracterizan a los grupos de alto capital cultural, los cuales, a su vez, se pueden identificar por sus estilos de vida, sus patrones de consumo, sus formas de convivencia en el interior del hogar, en fin todo un habitus que los distingue de otros sectores sociales de buenos ingresos como podría ser la burguesía tradicional [N. del T.].

8 El autor, junto con Dubet-Lapeyronie y Jaillet se adscribe a una tendencia muy fuerte de analistas que consideran que la ciudad se está fragmentando, convirtiéndose en una sucesión de ghettos o de barrios de exilio.

9 Es cierto que se puede cuestionar esta esquematización de la ciudad americana en la medida que los defensores del new urbanism en la actualidad pregonan los beneficios de la walking city [ciudad peatonal], densa, mixta y plural en la que todos los desplazamientos cotidianos se pueden hacer a pie y hay convivencia interétnica y pluriclasista.

10 Bo-bo es la contracción de "Bourgeois-Bohème" (burgués-bohemio), popularizado por el libro Bobos in Paradise de David Brooks (2000).

11 En las ciencias sociales de habla hispana es más recurrente el uso de la categoría de segregación, que también existe en francés, idioma en el que igualmente se usa con suma frecuencia; sin embargo, decidimos mantener "relegación" para ser consecuente con la propuesta de Donzelot y Conan, la cual hace alusión a la excepcionalidad de la periferia de las ciudades francesas. En cierta literatura, y es el caso de este artículo, los barrios pobres se relegan, mientras que los barrios de gente con más recursos financieros se segregan, esto último más bien como una práctica autoreferencial, o equivalente a una opción decidida de autosegregación, mientras que la primera correspondería a una fatalidad pues a falta de recursos financieros no habría otra opción residencial [N. del T.].

12 Zonas Urbanas Sensibles, Zonas de Educación Prioritarias, Zonas Francas, Desarrollo Social de los Barrios, respectivamente.

13 El apelativo fue utilizado en los amotinamientos de 2005 por el entonces ministro del Interior, Nicolás Sarkozy, y fue uno de los elementos que atizó la violencia que se extendió hasta el mes de diciembre del mismo año.

14 En el mundo de representaciones simbólicas de cualquier francés convencional esta imagen reenvía a la idea de un pueblito típico en la campiña, podríamos decir "auténtico", tranquilo, donde todos se conocen, cerca de la naturaleza, rodeado de granjas; de ahí que haya sido muy exitoso para las empresas inmobiliarias usar publicitariamente estos referentes [N. del T.].

15 Este apelativo de uso corriente en la literatura especializada de habla inglesa hace alusión a los condominios horizontales de acceso exclusivo a los propietarios y eventualmente a sus visitas y sus empleados domésticos, estos últimos siempre previo registro ante los vigilantes en alguno de los puntos de acceso [N. del T.].

16 Estos dos autores participaron en la revista Esprit, núm. 1940, marzo 2004 que de hecho ha marcado la literatura sobre el tema en los últimos años. Fue ahí donde Donzelot lanzó el concepto de "ciudad a tres velocidades" que tuvo mucha repercusión en los estudios urbanos.

17 Segregación socioespacial en la que el periurbano es una continuación de la división socioespacial que caracteriza a la ciudad, como a menudo sucede. Para el caso meridano cfr. López Santillán en este mismo volumen.

18 Según Simmel, la cultura y la conducta urbanas se distinguen de la campesina por distintos códigos. La segunda se limita a ciertos grupos de pertenencia, el trabajo y la familia, mientras que en la ciudad los intercambios y contactos con diversos medios y grupos son más diversos y frecuentes.

19 François Ascher propone una alternativa a las visiones postmodernas más pesimistas al sugerir que la sociedad contemporánea se puede caracterizar como hipermoderna dada la hiperactividad de los individuos, constantemente en movimiento, obligados a dominar su entorno, a tomar decisiones en todo momento, que pertenecen a diversas redes y están en una serie interminable de eventos que forman parte de su cotidianidad.

20 Algunas pistas nos las ofrece López Santillán en este mismo volumen.

 

Información sobre la autora:

Francesa. Urbanista, durante ocho años fue coordinadora del concurso europeo de arquitectura "Europan". Actualmente colabora en el departamento de Génie Urbain de la Université Marne-la-Vallée (París, Francia), en la coordinación de un master de servicios para el medio ambiente y la creación de un master europeo sobre la metropolización en el Nuevo Laboratorio de Excelencia Futurs Urbains.

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