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Península

versión impresa ISSN 1870-5766

Península vol.5 no.1 Mérida ene. 2010

 

Reseñas

 

Heimito von Doderer, Los demonios, prólogo Martin Mosebach, traducción de Roberto Bravo de la Varga.

 

Carlos Ramón Morales

 

Barcelona, Acantilado Editorial, 1664 pp. (Colección Narrativa, 158). ISBN 978-84-96834-70-5

 

Los demonios, de Heimito von Doderer y la crónica de la segunda realidad

I

Hasta hacía poco, la novela Los demonios, del austríaco Heimito von Doderer parecía de esos libros imposibles de ser conocidos por los lectores en lengua castellana, pues representaba un reto de traducción exhaustivo, no sólo por sus más de 1300 páginas que traducidas a nuestra lengua se extienden a más de 1600, sino también por la variedad de estilos, pastiches y sutilezas de lenguaje que el novelista ejecuta —incorpora alemán coloquial, lenguaje judicial, comercial, crónica frívola, las distinciones muy puntuales sobre los dialectos, que realiza el obrero Leonhard Kakabsa, y el famoso, por temido, capítulo VII de la segunda parte, "Allí abajo", escrito en alemán antiguo—; de ahí que la única referencia en México fuera a través de algunos artículos y un extenso ensayo de Juan García Ponce: Ante los demonios. A propósito de una novela excepcional: Los demonios, de Heimito Von Doderer, publicado por la Dirección de Literatura de la UNAM y Ediciones del Equilibrista en 1993.

Juan García Ponce describía un banquete en el que se antojaba participar, y frustraba tener de él solamente unos cuantos bocados: una intrincada aglomeración de personajes; anécdotas rocambolescas propias de las novelas decimonónicas; un marco de referencia —el incendio del Palacio de Justicia de Viena, el 15 de julio de 1927— que fija históricamente los acontecimientos, aunque sin gobernarlos abrumadoramente, y la insistencia en la creación de un mundo lento, pausado, con más sabiduría narrativa que astucia histórica. Dice García Ponce en su ensayo: "Los demonios, con su título voluntariamente igual al de la novela de Dostoyevski, ocurre en tiempo de paz, entre las dos guerras y no obstante, de una manera indirecta, está consciente y da una explicación de la Historia sólo que lo hace de un modo tan magistral y puramente artístico que lo difícil es no apresurarse a justificarla tanto como a contarla" (pp. 10-11).

La novedad es que el año pasado, la editorial española Acantilado acometió la empresa y publicó el enorme tomo, en una eficiente traducción de Roberto Bravo de la Varga. La importancia de esta edición es doble: primero, obviamente, por acercarnos a esta novela, que se le ha equiparado a otros títulos emblemáticos del siglo XX, como El hombre sin cualidades de Roberto Musil o A la búsqueda del tiempo perdido de Marcel Proust; la segunda, porque significa la revaloración de un autor fundamental en lengua alemana, menospreciado por su errático paso por el partido nacionalsocialista, y que acaso sea punta de lanza para reconocer toda una rama de autores e ideas despreciadas por estigmas ideológicos e históricos.

 

II

Los demonios comprende las crónicas que ha escrito y recopilado el jubilado jefe de sección George von Geyrenhoff, durante un tiempo muy específico, que va de marzo a julio de 1927. Para su redacción usa a varios informantes, de distintos estratos de la sociedad vienesa. El punto de partida es su mudanza al barrio de Döbling, que se ha ido volviendo sitio de intelectuales, artistas y bohemios. Se trata de una nueva clase social que busca contrastarse con la vieja aristocracia y la alta burguesía del Imperio. Geyrenhoff se refiere a esta comunidad como "Los Nuestros", galería de personajes de inocente decadencia: René von Stangeler, veterano de la Gran Guerra que sobrevive sin éxito a su profesión de historiador; el escritor Kajetan von Schlaggenberg, recién separado de su mujer y entregado a la bebida; la hermana de Schlaggenber, Charlotte, apodada Renacuajo, ejecutante de violín en pos de figurar como solista en una sinfónica; el noble alemán von Eulenfeld, millonario y disoluto; el diplomático húngaro Géza von Orkay; el dibujante y conspirador Imre von Gyurkicz. En tertulias consolidan una identidad no exenta de fisuras. Lo importante, en todo caso, es la apología de esta comunidad frívola, plácida, que en su joie de vivre evade el ominoso transcurrir histórico, que la enfrentará a la radicalización política y a la instauración del nazismo en Austria, hecho que inicia con la quema del Palacio de Justicia.

Contar, más que justificar, previene García Ponce, y esta consigna permite disfrutar del amplio fresco de la sociedad vienesa que ofrece Doderer. Su extenso registro le permite describir a la vieja aristocracia y a los nuevos diletantes, pero también obreros, gángsters y prostitutas, conspiradores extremistas, boy scouts, empresarios de asustadizas perversiones y viejos soldados. La minuciosa descripción de la ciudad de Viena emparenta a Los demonios con otras "novelas-ciudad" de buena estima, como el Manhattan Transfer de Dos Pasos, Berlin Alexanderplatz de Döblin, o La región más transparente de Fuentes y Adan Buenosayres de Marechal, en nuestro continente.

Pero este brillante despliegue anecdótico no valdría la pena si no fuera gobernado por cierta unidad creativa, una idea que ofrezca un sentido superior a toda la obra y que genere su propio paradigma. Ésta la formula el historiador Neuberg, hacia el inicio de la novela, cuando elucubra que: "Los hechos, con su colosal envergadura, no son nada; en cambio, nuestra forma de entenderlos lo es todo; por eso cada época ha de escribir de nuevo la historia y al hacerlo habrá de despertar e inspirar vida a los hechos muertos del pasado, un pasado concreto cuyo retorno traerá ciertos gestos que nos serán afines y nos conmoverán por dentro".

El hecho de que estas crónicas de los años veinte sean revisadas y reelaboradas hacia los años cuarenta, después de la Segunda Guerra Mundial, por Geyrenhoff, crea una ilusión de perspectiva, desde la cual, las historias amorosas, las alianzas y enemistades, el melodrama decimonónico que se estorba con la subjetividad del siglo XX, los personajes oscuros que llegan a su redención o las brillantes personalidades de quienes presenciamos su declive, se reformulan en una dimensión que va desde lo patético a lo trascendente. Fundación de un mundo inestable porque no sabe que se avecina su final.

 

III

Si algo comunica a las muchas tramas de los personajes de la novela (y en esto me acompaño del comentario que hace Juan García Ponce) es que todos se confrontan a lo que Stangeler denomina la "segunda realidad": fantasías, perversiones, sueños informes, que improvisan sus personalidades. Parecería que una forma eficiente de retrasar la toma de conciencia reside en la creación de un objetivo disparatado, que además les ayuda a sobrevivir a ese tiempo incierto. Así, mientras Schlaggenberg lanza su manifiesto para enamorar mujeres gordas, el obrero Leonhard Kakabsa se obsesiona con aprender latín como forma de reelaborar su idioma vulgar hacia otro más culto, o el industrial Jan Herzka busca hacerse erudito en el tema de la quema de brujas en la Edad Media para sublimar las fantasías sadomasoquistas que busca realizar con su secretaria. Entre la segunda realidad y la cotidianidad se decanta la novela, y resulta imposible resumir todas las hazañas, aunque valdría apuntar que pocas son de un dramatismo exacerbado, quizá porque el guiño de Doderer está en someter las "segundas realidades" a una enorme segunda realidad en la totalidad de la novela: este tiempo de candor, de la gran mayoría de los personajes, también es ficticio.

Desde los personajes cronistas, Los demonios es una historia de restauraciones: las formas en que los personajes parten de su caos individual —sus segundas realidades—, y cómo en el transcurso de sus historias van solucionando sus conflictos, vía candorosos deus ex machina (empleos, herencias, romances inverosímiles, felices coincidencias). Pero sobre los cronistas se encuentra la malicia de Doderer, quien se sabe contando la novela después de la Segunda Guerra Mundial y desde ahí insinúa lo relativo del happy end: lo efímero de "Los Nuestros" también es lo efímero de los años veinte, de una visión del mundo incapaz de imaginar el violento giro de tuerca que se viene. De ahí la complejidad de la novela, cuya placidez apenas se desmiente en el texto, pero requiere de la desconfianza del lector para comunicar su mensaje más amplio.

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