SciELO - Scientific Electronic Library Online

 
vol.4 número1Plano de la Ciudad de México de Pedro de Arrieta: 1737 índice de autoresíndice de materiabúsqueda de artículos
Home Pagelista alfabética de revistas  

Servicios Personalizados

Revista

Articulo

Indicadores

Links relacionados

  • No hay artículos similaresSimilares en SciELO

Compartir


Península

versión impresa ISSN 1870-5766

Península vol.4 no.1 Mérida ene. 2009

 

Reseñas

 

José Antonio Crespo, Contra la historia oficial. Episodios de la vida nacional: desde la Conquista hasta la Revolución

 

Guadalupe Gómez-Aguado

 

México, Debate, 2009. ISBN 978-607-429-141-4. 335 pp.

 

Centro de Enseñanza para Extranjeros, UNAM.

 

Las próximas conmemoraciones del bicentenario de la Independencia y del centenario de la Revolución, en 2010, han sido el pretexto ideal para la publicación de diversos trabajos cuyo objetivo es rememorar, celebrar, criticar o analizar los principales acontecimientos de la historia de México en sus casi dos siglos de existencia como nación independiente. Entre novelas históricas, estudios eruditos, memorias de coloquios y obras de divulgación, el historiador José Antonio Crespo ha publicado su libro Contra la historia oficial, que pretende ser una reflexión sobre la historiografía mexicana, especialmente la que se refiere a los temas políticos centrados en los "héroes de bronce" sin mancha y los terribles villanos, sin virtud alguna, cuyas intervenciones han sido fuente de diversos males para México.

De esa manera, Crespo señala que su objetivo es precisamente cuestionar los postulados tradicionales de dicha historia oficial, que ha creado imágenes ejemplares de los héroes nacionales con el fin de fomentar el nacionalismo. A cambio, propone "rescatar algunos episodios y sucesos de nuestra trayectoria nacional, generalmente ocultos o distorsionados por la historia oficial", con el fin de "asumir una postura más realista respecto de nuestro despliegue histórico". Así, el cuestionamiento de fondo, en palabras del autor de Contra la historia oficial, es "si para el surgimiento de un nuevo México, más democrático y justo, no hace falta una nueva visión oficial de la historia, más apegada a la realidad, que refleje lo que en verdad hemos sido, con todos nuestros vicios y virtudes, más que lo que hubiéramos querido ser". En ese sentido, yo me pregunto si es necesaria una historia oficial, impuesta desde el poder y orientada a conseguir lo que el gobierno en turno pretenda de sus ciudadanos mediante la enseñanza de ciertos temas y la ignorancia de otros, y si la propuesta de Crespo se inserta en esa "nueva" historia que se pretende reconstruir para formar un México "democrático y justo".

En primer término, surge la duda: ¿a qué "historia oficial" se refiere Crespo? ¿La "de bronce" explicada en su momento por Luis González y que comenzó a gestarse en el siglo XIX? ¿A la historia construida a partir del triunfo de los gobiernos revolucionarios? ¿O la difundida por la llamada "reacción", es decir, la derecha, que también ha tratado de difundir su propia visión del pasado de México? En torno a esas cuestiones es preciso admitir que cada etapa histórico-política se ha caracterizado por la forma de abordar el pasado, de explicarlo, entenderlo y enseñarlo, como advierte Manuel Larráinzar, un historiador decimonónico, "sin la historia nada se sabría de cuanto ha sucedido y se ha inventado desde que existe el mundo, y ni los pueblos ni los particulares tendrían regla segura que los guiase en el curso de la vida". Es decir, la enseñanza de la historia, desde ese punto de vista, sería esencial para comprender el pasado y el presente. Además, al mostrar "los procedimientos por medio de los cuales ha ido mejorando o empeorando la condición humana" podría dar elementos para explicar las desgracias del hombre y su incapacidad para salir del "estado de infelicidad" característico de la vida política y social de los pueblos.

De esa manera, tradicionalmente se ha visto a la historia como "maestra de la vida", como faro que ilumina el camino y permite al ser humano vivir de una mejor manera gracias a la sabiduría adquirida mediante su conocimiento y su estudio. Esa idea es heredera de la creencia prevaleciente en el siglo XIX sobre las sociedades humanas que evolucionaban como organismos vivos, crecían en una dirección definida y estaban regidas por leyes que podían trazarse con precisión mediante la observación y la razón. La fe en el progreso fue la piedra angular de esa centuria.

Sin embargo, a decir de Isaiah Berlin, esas creencias fueron sacudidas bruscamente por lo ocurrido en las primeras décadas del siglo XX, cuando fue claro que la "evolución" histórica de la humanidad quedó rota por el ascenso al poder de personajes como Adolfo Hitler y José Stalin. De pronto, parecía que los seres humanos y sus instituciones resultaban ser mucho más maleables, considerablemente menos "resistentes" de lo que se había pensado. Se habló entonces de un regreso a la barbarie, que se había creído superada para siempre, y comenzó a buscarse el retorno a una "edad de oro", una utopía, dado que para volver al pasado —o a lo que se suponía era el pasado— habría que reproducir las condiciones exactas en las que éste ocurrió. Por lo demás, la idea de que todo tiempo pasado fue mejor no deja de ser una quimera a la que se recurre en épocas difíciles, tanto de manera individual, como comunitaria o nacional.

Por otra parte, los historiadores desistieron de buscar las generalidades que supuestamente caracterizaban a las sociedades humanas. Las lecciones del siglo XX dejaron claro que el propósito de la historia ya no era más la búsqueda de las características compartidas para explicar fenómenos específicos; quien emprendiera un análisis histórico, en cambio, tendría que encargarse de destacar lo particular y único de los diversos acontecimientos o circunstancias.

En ese sentido, al leer la serie de ensayos históricos de Contra la historia oficial, escrito a casi una década de comenzado el siglo XXI, surgen varias cuestiones a discutir. En primer lugar, ¿qué tipo de historia debe hacerse en los albores de la nueva centuria? ¿por qué si se está en contra de la historia oficial, centrada en los grandes hombres y en cuestiones políticas, se vuelve a un relato cuyo centro es, nuevamente, el personaje y su actuar político? Y si lo que se busca es hacer una nueva historia, ¿por qué utilizar una propuesta que de suyo es tradicional? las respuestas que podemos encontrar en el trabajo de Crespo nos llevan a reflexionar sobre la dificultad que conlleva la difusión de la historia lejos de maniqueísmos y desde perspectivas novedosas y amenas para los lectores no especializados.

En cuanto a la estructura de la obra, está dividida en capítulos que retoman ciertos episodios de la historia nacional desde el punto de vista de la actuación de algunos personajes controvertidos de nuestro pasado. Así, Hernán Cortés, Cuahutémoc, la Malinche y Martín Cortés desfilan en la primera parte del libro para dar paso, después de un salto de más de 200 años, a la historia decimonónica, tema central del relato histórico de Crespo. Desde ahí, es interesante analizar por qué el autor funda la historia de México en la Conquista y después de calificar a Martín Cortés como "el primer insurgente", llega a los "guerrilleros guadalupanos" Miguel Hidalgo y José María Morelos. Una lectura atenta nos sugiere que, para el autor, pareciera que la nacionalidad se funda en el momento del encuentro entre españoles e indígenas, y después del orden virreinal, caracterizado por la injusticia y la desigualdad, y que la recuperación del "ser nacional" comienza con el movimiento de independencia encabezado por los insurgentes antes mencionados. En ese sentido, Crespo no sólo no rompe con la historia oficial, sino que refuerza la idea de que el periodo virreinal fue una época oscura en la que poco se hizo para que se gestara la nación que después se llamaría México.

En cuanto al siglo XIX, Vicente Guerrero, Guadalupe Victoria, Agustín de Iturbide, Antonio López de Santa Anna, Maximiliano de Habsburgo, Benito Juárez, Porfirio Díaz y Francisco I. Madero son los personajes que se estudian en las páginas del libro. Crespo analiza distintas coyunturas en el actuar de los héroes o antihéroes mencionados y deja ver que todos tienen errores y aciertos, y que su actuación, a veces aclamada, a veces controvertida, está llena de contradicciones, como toda vida humana. En ese sentido, el relato se vuelve ameno porque el lector puede conocer episodios poco difundidos y cuestionar a los héroes que también cometieron errores.

De cualquier modo, los episodios rescatados por Crespo se quedan en el siglo XIX. La revolución y los gobiernos emanados de ésta no merecen la atención del autor, como si la historia de héroes hubiera terminado con la muerte de Madero y no hubiera nada qué decir sobre la historia y su enseñanza en el complicado siglo XX. Se echa de menos una explicación del autor sobre la elección de los temas tratados y la falta de análisis de temas posrevolucionarios.

En Contra la historia oficial..., Crespo afirma que no debe hacerse una historia de la guerra, como se ha enseñado tradicionalmente el pasado mexicano, basando la enseñanza en los cientos de batallas peleadas por la patria. En cambio, propone hacer una de la democracia y tratar a los héroes "como lo que fueron, caudillos o líderes políticos, y no como semidioses". Sin embargo, y a pesar de su propuesta inicial, al hablar de estos personajes acaba nuevamente recurriendo a los conflictos armados, porque fue en ese ámbito, el militar y el de enfrentamientos bélicos, en lo que se centró en gran medida la política decimonónica.

Por lo demás, la idea de que la democracia es un valor en sí misma, y que alcanzarla es el camino para acabar con las desigualdades, las contradicciones y la corrupción de nuestra vida pública no deja de ser un ideal bastante alejado de la realidad. En ese sentido, Eric Hobsbawm ha dicho que en la época actual hemos puesto demasiadas esperanzas en la democracia como el único sistema que puede "poner remedio a los dilemas trasnacionales contemporáneos, y [...] traer la paz, en vez de sembrar el desorden". Sin embargo, a decir del mismo autor, lo cierto es que "no puede hacerlo", según queda demostrado si se analiza el avance democrático de México en los últimos años. Así, a partir de la derrota del PRI en 2000, y la llegada al poder de un nuevo partido político, hemos visto cómo esa decisión democrática de algunos no ha sido suficiente para acabar con todos los problemas de un país tan multicultural y heterogéneo como México.

De esa manera, resulta pertinente una reflexión sobre cómo la enseñanza de la historia busca llevar a México a ser un país en el que sus ciudadanos sean verdaderamente conscientes de sus decisiones y tengan la fuerza suficiente para exigir a quienes los gobiernan que cumplan con su deber. ¿Es posible que por el hecho de hacer una "historia oficial para la democracia" se logre que las instituciones democráticas acoten la actuación pública de los representantes populares y no permitan el abuso o la corrupción? Y más concretamente, ¿es justo confiar en la democracia como el único sistema deseable si ya hemos visto que los últimos gobiernos mexicanos han sido elegidos por menos del 50% del electorado, y que esos "representantes populares" en realidad están más preocupados por quedar bien con los medios masivos de comunicación y no con su país?

Me parece que la propuesta de Crespo es loable en el sentido de que pone el dedo en la llaga sobre la falta de educación que existe en México y sobre las terribles consecuencias que ello trae consigo para el avance democrático nacional. Sin embargo, la función de la Historia —con mayúsculas— no es hacer una "historia oficial de la democracia". En todo caso, más que hablar de los personajes y sus errores, como propone Crespo, sería mejor hacer una historia de los procesos, sus causas y sus consecuencias, y así los grandes personajes quedarían en segundo plano y no sería necesario que las nuevas generaciones conocieran los excesos del poder a los que están sujetos todos los hombres públicos.

En ese sentido, nuevamente surge la cuestión de cómo enseñar historia en una realidad en la que las fronteras se desvanecen, el éxito económico se equipara con la felicidad y se busca la gratificación inmediata, por lo que la comprensión del pasado queda como una asignatura obsoleta que no tiene sentido en un mundo acostumbrado a la inmediatez. Por otra parte, una paradoja de nuestro tiempo es que la pretendida homogeneidad cultural de los estados-nación modernos esconde en realidad tensiones y conflictos sociales derivados de la falta de reconocimiento de las diferencias de las minorías étnicas que no se adaptan al modelo impuesto por los estados monoétnicos. Ello ha provocado el resurgimiento de la intolerancia hacia quienes son distintos de la mayoría, y ha derivado en la falta de comprensión entre los miembros de un mismo grupo que, sin embargo, se saben distintos. Entonces, ¿puede enseñarse una historia homogénea en un país por demás heterogéneo?

Si bien la propuesta de José Antonio Crespo, tal como se ha expuesto, es cuestionable en algún sentido, también es cierto que es un intento por difundir la historia fuera del ámbito académico. Cabe hacer una reflexión final, de cara a las conmemoraciones de la Independencia y de la Revolución. ¿Es posible, como afirma Crespo, "pensar en una historia enseñada en las aulas que fomente los valores de la democracia, la legalidad, la civilidad y la negociación"? si se hiciera esa nueva historia oficial ¿no caeríamos en lo mismo que se ha hecho hasta ahora? la tarea es compleja, y toca a quienes nos dedicamos al oficio de historiar encontrar la manera, no de maquillar el pasado para fomentar ciertos valores, sino de enseñarlo en toda su riqueza y complejidad para hacer frente al futuro con las armas del conocimiento y de la reflexión.

Creative Commons License Todo el contenido de esta revista, excepto dónde está identificado, está bajo una Licencia Creative Commons