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Península

versión impresa ISSN 1870-5766

Península vol.4 no.1 Mérida ene. 2009

 

Artículos

 

Rituales del Clásico Terminal en Machaquilá, Petén

 

Ma. Josefa Iglesias Ponce de León y Andrés Ciudad Ruiz

 

Universidad Complutense de Madrid.

 

Fecha de recepción: 12 de diciembre de 2008;
Fecha de dictamen: 26 de febrero de 2009.

 

Resumen

Este trabajo analiza los últimos rituales que realizaron los ocupantes de la ciudad maya clásica de Machaquilá, localizada en el Petén guatemalteco. Algunos de ellos parecen estar claramente relacionados con actividades de abandono de ciertas estructuras, cuando no de partes importantes de la ciudad, mientras que otros se relacionan más con el cese de las actividades elitistas y con el fin de la dinastía de este antiguo reino, que pudo fundarse en la transición del preclásico Tardío al Clásico Temprano, pero que alcanzó su mayor importancia en el Clásico Tardío y Terminal.

Palabras clave: Machaquila, Petén, Rituales de dedicación y de abandono, Clásicos Tardío y Terminal.

 

Abstract

This article analyzes the last rituals realized by the occupants of the classic Mayan city of Machaquila, located in the Guatemalan Peten. Some of these rituals seem to be clearly related to activities of abandon of certain structures, or to some important parts of the city, and others are related to the cessation of elitist activities and the end of the dynasty of this old kingdom, which may have been founded in the transition from the late pre-Classic to the early Classic, but that reached its major importance in the Late Classic.

Keywords: Machaquila, Peten, Rituals, Dedication, Abandon, Classic.

 

Introducción

Uno de los retos más apasionantes a los que se enfrenta el arqueólogo contemporáneo es comprender el papel que jugaron en el pasado las ideologías y las estructuras simbólicas en el proceso cultural. En el caso maya, los investigadores comenzaron a centrar su atención acerca de este papel en la década de los años 80 del siglo pasado, una tarea que —al paso de los años— se ha visto recompensada gracias tanto a la aplicación de metodologías de campo más contextualizadas, como a los avances que se han obtenido en los estudios epigráficos e iconográficos, así como al uso de nuevos modelos de interpretación de la documentación indígena y española de la etapa colonial, y de la información etnográfica. No obstante tales avances, lo cierto es que los investigadores, hasta el momento, han hecho más hincapié en interpretar la ideología de los antiguos mayas (Freidel et al., 1993; Mcanany, 1995), que en sintetizar la diversidad ritual que se documenta en dichos estudios (Mock, 1998).

Dentro de la numerosa gama de rituales que debieron estar en funcionamiento en una sociedad tan compleja como la maya prehispánica, un núcleo importante del ceremonial guarda relación con su arquitectura, y hasta el momento se han detectado al menos tres tipos de rituales:1 de finalidad dedicatoria, de terminación y de abandono.

Los rituales dedicatorios se hacían con la intención de conmemorar construcciones nuevas o remodelaciones importantes, generalmente templos (Craig, 2005: 276). Suelen estar relacionados con objetos escondidos, colocados antes o durante la construcción de una estructura, en contraste con las ofrendas de terminación, depositadas después de la fase de uso del edificio. En la jerga arqueológica los denominamos escondites (cache). Hay autores como Garber (1983) que han usado la condición de los contenidos de las ofrendas para distinguir entre dedicación y terminación, y así afirman que mientras los depósitos de dedicación contienen vasijas u otros objetos completos, los elementos usados en rituales de terminación usualmente están quebrados de manera intencional. En ocasiones estos depósitos dedicatorios incluyen asimismo restos humanos, como cráneos de decapitados (Laporte, 2002: 230, entierro 10). Las ceremonias realizadas —oraciones, ofrendas y sacrificios— asegurarían fuerza y vida al edificio o la nueva etapa, y los objetos escondidos estarían puestos en lugares "poderosos" como en el eje central de las estructuras (Piedras Negras: Coe, 1959; Caracol: Chase y Chase, 1998; Lamanai: Pendergast, 1998: 61).

En segundo lugar, los rituales de terminación juegan a menudo un papel importante en la fundación o la reconstrucción de estructuras, ya sea de una pequeña choza, un edificio o una ciudad. En éstos con frecuencia suele estar presente la mutilación, quiebra, quemado o alteración de objetos portátiles, de esculturas, de estelas o incluso de edificios completos. Existe numerosa documentación de cómo los mayas hicieron este tipo de rituales con ocasión de una nueva construcción, bien para "matar", tapándola, una estructura antigua y mantener su poder acumulado, bien como acto final de la edificación antigua o como preludio de la nueva. Los depósitos de terminación acompañan tanto el final de uso de una estructura como el final de una etapa dentro de una comunidad. Se ha encontrado evidencia de rituales de terminación en numerosas ciudades mayas (Yaxuna: Freidel et al., 1998: 141-142; Blue Creek: Guderjan, 1998: 109; Cerros: Walter, 1998: 85, 95; San Bartolo: Craig, 2005: 278).

Con respecto a los calificados como rituales de abandono, es necesario aclarar que en ocasiones es difícil dilucidar cuándo estamos ante un verdadero ritual —un acto consciente, formal, repetitivo, etcétera, con implicaciones religiosas— o bien ante un acto de abandono precipitado de, por ejemplo, un contexto habitacional o palaciego. Cuando se investiga en lugares arqueológicos que han sido rápidamente abandonados, con frecuencia se pueden encontrar numerosos materiales dejados en su contexto de uso, es decir, en la superficie original de la estructura, y muchos de ellos estuvieron durante un tiempo en situación de ser utilizados (Schiffer, 1976: 14), aunque por lo general el paso del tiempo terminó por deteriorarlos igualmente. Entre ellos hay algunos objetos que por su propia naturaleza claramente decantan la interpretación hacia el abandono, tales como grandes vasijas de almacenaje o pesadas piedras de moler, objetos problemáticos o imposibles de trasladar en una salida precipitada. Con todo, puede darse la circunstancia que, junto a la evidencia de estos materiales abandonados, encontremos huellas de ceremonias relacionadas con un claro acto ritual de abandono.

En cualquier caso, al tener los diferentes tipos de ofrendas mencionados sentidos muy diferentes, tanto el aspecto como la condición de los materiales y —sobre todo— el contexto donde se hallaron, siempre deben considerarse juntos, para tener una mayor fiabilidad a la hora de interpretar sus significados (Craig, 2005: 276).

 

Proyecto: "La entidad política de Machaquilá, Petén, Guatemala, durante el Clásico Tardío y Terminal"

La intervención arqueológica que dicho proyecto ha llevado a cabo entre los años 2001-2005 (Ciudad et al. 2007) en la ciudad de Machaquilá (figura 1), ha proporcionado algunas de estas prácticas a las que nos hemos referido, que son el objeto de este trabajo. Nuestra actuación ha estado condicionada —en lo que a objetivos y duración se refiere— por el hecho de estar incluida en un programa más amplio, como es el denominado "atlas arqueológico de Guatemala", que investiga el sureste de Petén desde 1987.2

La prioridad de dicho Atlas es realizar acciones de registro y protección del patrimonio cultural y natural, planteándose como objetivos generales la identificación, reconocimiento, planimetría, inventario y catalogación de sitios arqueológicos. De manera ocasional, y por diferentes circunstancias, el atlas centra su foco en el estudio pormenorizado de un sitio arqueológico, según las características particulares que presente o los problemas coyunturales en que esté inmerso: por ejemplo, en los casos de Ixtonton, Ixkun (en la cercanía del pueblo de Dolores), Pueblito o el propio Machaquilá. Este hecho ha provocado que la metodología empleada en el proceso de reconocimiento, excavación y tratamiento de materiales haya estado predeterminada, salvo en ciertas ocasiones concretas —por ejemplo en el caso del recinto cuadrilobulado que analizaremos— que hayan requerido intervenciones más singularizadas.

La idiosincrasia de la importante tarea de investigación primaria que realiza el mencionado Atlas, hace que en la mayoría de los sitios, y en cualquier caso en lo que se refiere a Machaquilá, se haya realizado una excavación horizontal, destinada a conocer las características arquitectónicas y de uso de los edificios en su última ocupación, así como su secuencia constructiva. Esta metodología se ha combinado con una intervención vertical hasta la roca caliza en plazas, patios y espacios abiertos, así como en las propias esquinas de los edificios, y en el centro de algunas construcciones concretas de naturaleza residencial, que no religiosa, las cuales han permitido conocer, en gran medida, la cronología del asentamiento, y la evolución de las construcciones elegidas.

La ciudad de Machaquilá se halla enclavada en el llamado Complejo IV del sistema Integral de Áreas protegidas de Petén (SINAP), y aunque a nivel teórico este complejo cuenta con unos amplios límites prefijados, el área protegida del sitio arqueológico3 abarca apenas 5 km de lado (25 km2). El yacimiento se instala al sur del río homónimo, constituyendo una isla protegida de bosque tropical húmedo en medio de un ambiente de extensas áreas de pasto y junto a una zona de colinas al oriente, que dejan un área de tierras fértiles hacia el sur y el este, ocupada por numerosas reses, con algunas palmeras y otros árboles de sombra o frutos comestibles.

Se trata de un asentamiento de tamaño pequeño si se le compara con las grandes ciudades peteneras conocidas, pero en su momento de mayor esplendor su área central contó (figura 2) con un total de nueve plazas de diferente tamaño y funcionalidad, rodeadas de 49 edificaciones, algunas de las cuales alcanzaron los 20 m de altura. En la zona más plana se registró un total de 22 grupos habitacionales, tres montículos aislados y dos calzadas, que se desarrollaron en las vertientes oeste y sur del sitio. No obstante, el mayor atractivo de Machaquilá fue el hallazgo, desde los años 60 (Graham, 1967), de hasta 19 estelas y seis altares, además de una serie de piedras esculpidas procedentes de la estructura 4, quizás escalones, y de una banca que presentan glifos finamente grabados (Fahsen, 1983; Iglesias y Lacadena, 2003). Toda la ciudad, inclusive las edificaciones más elevadas, estaban cubiertas de una espesa vegetación, y a nuestra llegada se encontraba, además, afectada por una grave depredación.

Nuestras actuaciones se han centrado en las plazas A, C, E, F, G y H (figura 3), mientras que las plazas B y D se han analizado de manera muy superficial, a partir de pozos estratigráficos destinados a conocer la cronología de estos espacios. Este conjunto de tareas nos ha permitido disponer de una visión bastante detallada de la ciudad; por otra parte, para conocer la vinculación de la población de la periferia con el centro urbano, se estudiaron los grupos domésticos 7, 8, 9 y 10 (ver figura 2, sombreado), que pudieron formar parte de unidades habitacionales más complejas.

 

Una breve historia de la ciudad

El estudio de los repertorios cerámicos obtenidos, de los documentos epigráficos disponibles y de las características constructivas, de escultura arquitectónica y de concepción urbana manifiestos en Machaquilá, concluye que esta ciudad fue fundada en la ubicación que actualmente conocemos en algún momento del Clásico Tardío; quizás a fines del siglo VII d.C., y permanecía ocupada a inicios del Clásico Terminal hasta que fue abandonada en tiempos posteriores a la segunda mitad del siglo noveno. Esta ubicación cronológica es puesta en cuestión por diversas referencias epigráficas procedentes de las ciudades de Dos Pilas, Tres Islas y Cancuen, en la región del Río de la Pasión, que mencionan la existencia del reino de Machaquilá varios siglos antes, quizás incluso desde finales del preclásico Tardío y, con seguridad, desde el Clásico Temprano, pero en las áreas de Machaquilá excavadas se han encontrado muy escasos fragmentos de cerámica pertenecientes a los periodos mencionados, y éstos remitirían, a lo sumo y de manera especulativa, a la existencia por entonces de una pequeña aldea.

El registro epigráfico de nuestro sitio asegura que el núcleo urbano y su territorio estaba controlado en el 711 d.C. Por Etz'nab'Chaahk, el primer gobernante documentado (figura 4); incluso existe la posibilidad de que fuera su padre, Sihyak k'in Chaahk I, quien lo hiciera en el 672 o en el 692 d.C. Desconocemos quiénes fundaron la ciudad, aunque hemos argumentado la posibilidad de que el traslado de la capital de Machaquilá a su actual ubicación se haya debido al interés de los gobernantes de la dinastía de poner a salvo su capital ante la expansión del sitio de Dos pilas (Ciudad y Lacadena, 2006). Asimismo estimamos que este hecho fue consecuencia de una estrategia de la realeza y su corte, quienes consideraron las ventajas ecológicas y estratégicas derivadas de su proyecto; de manera que el centro se asentó en un emplazamiento rodeado de bajos que pudieron ofrecer una interesante productividad, a orillas de un río que proporciona agua a lo largo de todo el año, y permite una fácil comunicación con los centros del sureste de Petén y de la región del Río de la pasión. Por el lado este del sitio, se ha determinado la existencia de canteras de piedra caliza de gran utilidad para la construcción monumental, a la vez que los cerros dolomíticos circundantes proporcionaban grutas para la acción ritual, caza, y gran cantidad de madera, e interesante posición para la defensa.

Por lo que se refiere a la organización de la ciudad (figura 5), estimamos que entre el momento de su fundación en el siglo VII y el 800 el ritual dinástico se concentró en la plaza a, donde se ubican las pirámides coronadas por templos más importantes, así como la mayor parte de las estelas y altares tallados, hoy mayoritariamente fuera de la ciudad. La vida residencial y administrativa se desarrolló principalmente en la plaza C, que apenas si está limitada por construcciones arquitectónicas en su lado sur, y en la plaza G, que mantiene su lado septentrional sin construcción monumental; mientras tanto, las plazas B, D, F y H ejercieron un papel secundario en la organización socioeconómica y política de Machaquilá. Tales espacios denotan una planeación compacta, y un tránsito sin demasiados obstáculos. Finalmente el campo quedó vinculado a la ciudad mediante la construcción de sendas calzadas que desembocan en la zona sursuroeste del sitio, en la plaza D. Su limitación por otros tantos grupos domésticos (Grupos 20 y 21), deja claro que existió una voluntad real de controlar este acceso, ya que todos los grupos de habitación detectados en el sitio se organizan en torno a este sector oeste-suroeste de la ciudad.

La investigación del equipo hispano-guatemalteco ha revelado que en todo momento existe continuidad entre el Clásico Tardío y el Clásico Terminal, en lo que se refiere a la dinastía reinante y al uso que hace de los espacios políticos y ceremoniales de Machaquilá, aunque a la vez ha determinado que existe una línea divisoria histórica que separa el siglo VIII del IX, con la caída del reino de Machaquilá bajo el dominio de Cancuen a finales del siglo VIII y la restauración de la dinastía a inicios del siglo IX (Ciudad et al., 2006; Ciudad et al., 2007) en la persona del rey Ochk'in kalo'mte', quien gobernó al menos entre el 800 y el 810 d.C., protagonizando una etapa de grandes cambios arquitectónicos en la ciudad (figura 6). Este gobernante y sus sucesores —Siyaj k'in Chaahk II (asociado a las fechas 815, 816, 820, 821 d.C.), Uchan ...b'ul k'ahk' (>821<824 d.C.), Juntzahk Tok' (824, 825, 830, 831, 835, 836, 840 d.C.) y 'Escorpión Ti'Chaahk (>840 d.C.)— diseñaron una urbe más compacta, de superior volumetría, con una mayor especialización de los espacios y más difícil de transitar (ver plano, figura 3 ). Esta nueva versión del asentamiento viene precedida por la reinstalación de los pisos de las plazas y su preparación para un nuevo desarrollo arquitectónico y urbanístico que quizás obedezca a un nuevo marco político y económico de relaciones que hizo reorientar el centro de gravitación de desde la zona del Río de la Pasión a la del Sudeste del Petén.

Tal desarrollo incluyó la introducción de nuevos tipos arquitectónicos, como el Cuadrángulo (E-38 a E-41) (ver figura 6) y estructuras, domésticas y elitistas, en forma de C; los espacios afectados ganaron en volumen y sus edificios en grandiosidad; los arquitectos de Machaquilá utilizaron técnicas de construcción novedosas, y revistieron los muros y paramentos de estos edificios con sillares de recubrimiento de fachada de sección posterior triangular: con ello lograron espacios interiores ligeramente más amplios y edificios más esbeltos, siguiendo modas introducidas desde el norte, quizá procedentes del centro y norte de la península de Yucatán.

Estos agentes del cambio también introdujeron nuevos conceptos de decoración escultórica en la arquitectura, al decorar las fachadas de los edificios con mosaico de piedra y embellecer algunos de sus palacios con una grandiosa iconografía en estuco sustentada en armazones de piedra; unos y otros crearon programas iconográficos, hasta ese momento, inéditos en la ciudad.

Estas transformaciones se vieron acompañadas por importantes remodelaciones espaciales (ver figura 6). Las plazas D y C, de carácter público, son a la vez las más accesibles y las mayores, y quizá se diseñaron considerando la realización de actividades y rituales con una audiencia masiva. Las plazas a, G y H, con un tamaño menor, tienen una naturaleza más restringida, y quizás centralizaron actividades y ceremonias más exclusivas. Las plazas B, F y e y el Grupo G-1 constituyen, en fin, un sector altamente restringido, y presentan una función más residencial-administrativa, en las que la plaza F se considera un grupo residencial de elite ubicado dentro del complejo palaciego; el que estuviera dedicado a una esposa del ajaw (Lacadena e Iglesias, 2005), junto con el hecho mismo de que forme un grupo completo dentro del complejo, indican la asociación de sus moradores con el estrato social más elevado.

La configuración de la ciudad más compacta, más cerrada, con un mayor índice volumétrico de algunos de sus edificios, asociada a los cambios arquitectónicos y escultóricos que hemos señalado, puede inscribirse en la profunda transformación que sufre el sureste de Petén desde finales del siglo VIII, momento en que Machaquilá reorientó su acción hacia el norte-noreste, quizás como consecuencia de la debilidad de los centros del pasión y la ruptura del flujo comercial, pero a la vez muestra relaciones importantes con los centros del área del pasión; quizás ejerciendo sobre ellos su influencia cultural. Esta reorientación hacia el noreste coincide con el hundimiento a comienzos del siglo IX de las grandes entidades políticas del río pasión —Dos Pilas-Aguateca, Cancuen— que habían protagonizado la política del área durante los katunes anteriores (Houston, 1993; Martin y Grube, 2000; Mathews y Willey, 1991).

El desmantelamiento de la banca jeroglífica (figura 7) de la estructura 4 de la plaza F y las posibles obras inacabadas de la misma área reflejan que la dinastía de Machaquilá acabó abruptamente, quizás en forma violenta, en momentos posteriores a la mitad del siglo IX. En esta época cesó por completo la actividad vinculada al recinto ritual de la plaza a, indicio significativo del final de la presencia del poder real efectivo en la ciudad: no se erigieron nuevas estelas ni se realizaron más actividades rituales en el recinto cuadrilobulado, el cual parece haber sido abandonado (Ciudad et al., 2007).

 

El contexto arqueológico de los rituales urbanos en Machaquilá

Hemos señalado que nuestras intervenciones arqueológicas en el centro urbano se inscriben en el marco teórico-metodológico propio del proyecto sureste de Petén y el atlas arqueológico de Guatemala, el cual diseñó un sistema de excavación que proporciona una gran riqueza documental en lo que se refiere a la cronología y a las características arquitectónicas de un sitio (Laporte y Torres, 1992), pero raramente consigue depósitos sellados, tumbas y rasgos que se encuentran situados por debajo de las estructuras; en particular en lo que se refiere a edificios de carácter ideológico-administrativo. Esta es la razón por la cual el registro del comportamiento ritual en Machaquilá es escaso si se compara con el que se dispone para otras ciudades que han sido intervenidas desde perspectivas teóricometodológicas distintas en Tierras Bajas Mayas.

 

Descripción de contextos y rituales

La actividad ritual en Machaquilá, como no podría ser de otra manera, es amplia y variada a lo largo de su limitada historia de poco más de dos siglos. Expresada en las estelas y altares tallados, en las fachadas decoradas de sus edificios, en una variedad de ofrendas asociadas a su arquitectura, y en tumbas y enterramientos, manifiesta requisitos homogéneos con otras ciudades mayas del momento y de la región en la que se instala la ciudad. Para la presente ocasión nos vamos a fijar tan sólo en determinados rituales que se llevaron a efecto en los momentos finales de su existencia, a inicios del Clásico Terminal, a cuyas características esenciales nos hemos referido anteriormente: rituales de terminación, dedicación y abandono.

 

Rituales de dedicación y/o terminación: El Cuadrilobulado de la Plaza A, un espacio ritual de elite

Se presenta en primer lugar el análisis de un conjunto ritual en sí mismo que ya hemos mencionado, el cuadrilobulado de la Plaza A; en él se concentraban sin duda una serie de rituales, esenciales para la vida de la ciudad, y entre ellos algunos que podemos considerar claramente de dedicación y, más dudosamente, de terminación.

La plaza a ocupa la zona más oriental del sitio (figura 8), un espacio limitado, en el sur y oeste, por un templo-pirámide (E-44), y por dos estructuras largas (E-45 y E-46) de carácter perecedero. A lo largo de los lados este y norte de este espacio se ordenan las Estructuras 16 a 22, pirámides coronadas por templos asociados a series de estelas y altares tallados. Las únicas pirámides que no muestran relación con monumento alguno sonEe-18, en la esquina noreste del conjunto, y Ee-22, la construcción más alta de Machaquilá. Las cimas de todos estos edificios, cuya altura oscila entre 7.06 y 17.24 m, estaban saqueadas al inicio de nuestra investigación.

Frente a las estelas se encuentra el recinto cuadrilobulado, excavado y trabajado por Alfonso Lacadena, que tiene unas medidas de 8.40 x 8.40 m. El motivo cuadrilobulado está ampliamente representado en la iconografía del área maya, como muestran ejemplos procedentes de Copán, Quiriguá, Palenque, El Perú, Cancuen o Machaquilá. Aunque, curiosamente, a pesar de su recurrente aparición en la iconografía sólo se ha encontrado un caso arqueológico constatado en la Blanca (San Marcos), quizás del Preclásico Medio (Love et al., 2006), y otro —algo diferente— en Cancuen, quizá de finales del Clásico Tardío (Barrientos et al., 2006).

Específicamente en Machaquilá, además de ser un espacio construido en el suelo de la Plaza A, aparece representado en la base de las estelas 4, 7, 8, 10 (figura 9), 18 y 19, con los gobernantes retratados sobre este espacio, y en el Altar A, mostrando a un gobernante sentado en el interior de un cuadrilobulado estilizado situado sobre o en el interior del caparazón de la tortuga cósmica. Alguno de estos monumentos se refiere a ciertas ceremonias que se realizaron en un lugar cuadrilobulado,4 las cuales implicaban el cierre o tapado de una cámara (WAY / WAY-ya, way). Stuart y Houston (1994: 33, figs. 37 y 38) señalaron este espacio como un elemento toponímico del sitio.

Por su fisonomía y simbología se relaciona su asociación con el agua, HA', en representaciones iconográficas o por medio de expresiones glíficas, lo cual sugiere que este espacio pudo incluir agua real como parte de su conformación; una suposición que tiene su analogía en el cuadrilobulado excavado en la Blanca, San Marcos (Love et al., op. cit.)5 y en la piscina con forma un tanto asimilable de Cancuen (Barrientos et al., op. cit.).

Es necesario apuntar que estamos ante un recinto compuesto por apenas una hilada de piedras conformando su perímetro, siendo el interior un espacio terroso que en origen debió estar cubierto por un piso ya desaparecido, lo que le confirió una extrema fragilidad frente a los fenómenos naturales una vez que fue abandonado. La matriz excavada es extremadamente oscura debido a la fuerte presencia de ceniza y carbón, probablemente derivados de rituales que implicaban quema de diversos materiales orgánicos hoy desaparecidos. El material cerámico recuperado manifiesta un alto porcentaje de superficies quemadas, tanto en el interior de los recipientes como en su exterior, lo que no tiene comparación en otros lugares excavados del sitio. Resulta interesante la abundancia y concentración de dicho material en los primeros 40 cm de profundidad, representando formas comunes como ollas, cuencos, platos, vasos, comales, tecomates e incensarios, estos últimos en un porcentaje mayor que en cualquier otro contexto de Machaquilá, tanto de cámara como de cucharón. Su estudio remite a un uso tardío del cuadrilobulado, quizás en un momento de transición a comienzos de Clásico Terminal. Esta datación estaría en concordancia con el uso de sillares con la técnica de piedra careada de revestimiento, posterior a 800 d.C., que es cuando aparece este rasgo constructivo arquitectónico en Petén (Laporte y Mejía, 2002a: 67-68, 71, 2002b: 43). Ello no descarta que pudiera existir una versión anterior tal y como se muestra en la iconografía.

Aunque la realización continuada de ritos sobre su superficie constituiría en sí misma su principal actividad, en el curso de los trabajos de excavación se hallaron varios escondites indicativos de ritos que podríamos calificar de dedicación.

Así el escondite 89 (figura 10), mostró dos pequeñas cajas de cerámica en forma de paralelepípedo, orientadas este-oeste, con tapadera, de distinto tamaño, que presentaban restos de pintura azul en su superficie. Debajo de la Caja 2 se encontró una navaja completa de obsidiana, y también se halló la tapadera de una tercera caja, ésta de forma ovoide.

El escondite 88, aparentemente in situ, consiste en un cuchillo de pedernal sin material asociado; otro posible escondite (escondite s/n), por su parte, albergaba una única punta de proyectil de pedernal con pedúnculo. Destaca asimismo el hallazgo de un diente humano junto a él, aunque puede ser algo casual. Existen unos cuantos fragmentos más de material óseo, pero no aparecieron in situ, por lo que carecemos de un contexto primario, y desconocemos a cuántos individuos pertenecen, así como su edad o sexo.

A pesar de su más que evidente deterioro, un hecho destacable entre los materiales cerámicos generales es el hallazgo de tres fragmentos con restos de inscripciones jeroglíficas incisas, pertenecientes a sendos vasos de tipo Camarón Inciso Corozal, que quizá recogen el logograma AJAW "rey" típico de las expresiones de Glifo emblema; la secuencia –na-ja, característica de las fórmulas de dedicación en cerámica (Coe, 1973; Macleod, 1990; Sstuart y Houston, 2005), en referencia a uxul 'grabar': [...]na-ja [..., uxul]naj "fue [grabado]"; y un bloque glífico para pitzi, pitz o pitzi[l], que se suele traducir como "jugador de pelota", título ostentado por el gobernante Sihyaj k'in Chaahk II de Machaquilá, quien gobernó entre 815 d.C. y 821 d.C., lo que ofrecería una asociación cronológica para este depósito específico y constataría, por tanto, que en ese momento preciso estaba siendo utilizado.

La escasa potencia cultural de este espacio, la uniformidad de su material y la ausencia de marcadores diagnósticos de Clásico Terminal pleno apuntan a que, aparentemente, no estuvo mucho tiempo en uso. Dada la especial relación del cuadrilobulado con la dinastía real del sitio y sus actividades ceremoniales, podemos suponer que el fin de la realeza en Machaquilá significó también el fin de las actividades rituales dinásticas en el recinto y posiblemente en la plaza a; quizá poco tiempo después de 841 d.C., en que accedió al poder el último rey de Machaquilá, "Escorpión Ti' Chaahk" (Lacadena e Iglesias, 2005).

La excavación de este espacio ha permitido a Lacadena (en Ciudad et al., 2007) adelantar algunas interpretaciones acerca de las actividades que se realizaron en él, a pesar de que existen ciertas dificultades de identificación de patrones concretos de depósito, así como para reconocer asociaciones de materiales que puedan interpretarse en clave de repetición de ceremonias específicas, debido a las actividades de saqueo y del posible uso agrícola reciente del espacio:

(1) la abundancia de diversas formas de vajilla doméstica, en un contexto no habitacional, indica que la ofrenda y, quizá también, el consumo de alimentos y bebidas formó parte del ceremonial. Por ejemplo, la presencia de fragmentos de comales apuntaría a que ciertos alimentos incluso pudieron prepararse allí, aunque de manera ocasional;

(2) un papel importante en el ceremonial fue el uso del fuego, siendo muy numerosos los fragmentos cerámicos que presentan ambas superficies quemadas, apuntando a que los recipientes fueron quemados in situ, como parte del ritual. Esta pauta puede en la actualidad contemplarse aún en los llamados "sitios de costumbre" del altiplano guatemalteco. La presencia de una relativa abundancia de incensarios en el recinto cudrilobulado de Machaquila (6.1 % del total de fragmentos cerámicos) incide en esta función ritual;

(3) es de interés resaltar que además se hallaron objetos muy variados como cajas de cerámica, instrumentos musicales, figurillas, e instrumentos de pedernal y obsidiana, depositados bien como ofrendas bien como instrumentos utilizados en el ritual para autosacrificio de sangrado. Abundancia que habla de la riqueza del ceremonial o ceremoniales realizados;

(4) aunque en un volumen muy reducido, no debe menospreciarse la presencia de restos óseos, que apuntan al posible uso como lugar de enterramiento o de sacrificio del cuadrilobulado, y

(5) la variedad de materiales bien podría indicar que el recinto fue escenario de más de una clase de ceremonial, por ejemplo los vinculados a efemérides calendáricas, tal y como se conmemoran en algunas estelas de la plaza a, o el omnipresente culto a los antepasados dinásticos en el Clásico, como sugiere el propio contexto de la Plaza A, rodeada de edificaciones piramidales, con función posiblemente funeraria.

 

Rituales de abandono

A pesar del gran protagonismo del recinto cuadrilobulado, quizá los rituales de abandono sean los mejor representados en el corto listado de los detectados, dándose con características diferentes en contextos tan dispares como estructuras administrativas, residencias de elite y grupos habitacionales campesinos.

Estructura 4: en la parte superior, y prácticamente superficial, de la estructura 4 de la plaza F, se halló un escondite compuesto por una concentración ritual de más de 300 lascas de pedernal, que seguramente señalaba la deposición ligeramente más profunda de una ofrenda (figura 11) consistente en una olla de engobe rojo fracturada, y un espejo de pirita compuesto por una delgada laja de piedra arenisca y hasta 17 fragmentos de láminas de pirita de formas mayoritariamente pentagonales. Todos ello es fácil de transportar, y si bien las lascas de pedernal y la vasija eran de uso corriente, los fragmentos de espejo de pirita fueron en cambio muy apreciados, y sólo se presentan en contextos especiales (Taube, 1992), por lo que el hecho de abandonar juntos todos estos elementos denota un acto claramente intencional, de no querer llevarlos consigo, de abandonarlos allí en ese momento preciso.

Si unimos esta ofrenda al desmantelamiento que sufrió la banca tallada (ver figura 7) que se sitúa en el cuarto central de esta misma estructura 4, es factible sugerir que el abandono no fue pacífico o deseado, y puede ser interpretado en clave de la destrucción final de la dinastía de la ciudad, ya que este espacio fue sin duda su residencia particular.

Estructura 7-8: en la misma Plaza F, pero en la Estructura 7-8, que tiene su entrada principal por la Plaza G, contamos con evidencia de dos rituales cercanos y similares que pueden representar asimismo un ritual de abandono. Se trata de sendos escondites situados sobre el suelo de diferentes habitaciones pero en esquinas adyacentes (figura 12). En el primer caso se depositó en la esquina nO de la estructura 6 un cuchillo de pedernal completo, con la punta dirigida al sur, hacia la plaza G, acompañado de un pequeño cono de caliza con restos de haber sufrido la acción del fuego. El trabajo de excavación de la cámara no pudo realizarse de forma completa ya que, debido a los saqueos, se corría riesgo de hundimiento, pero en su proximidad quedaban restos del suelo de estuco quemado.

En la cámara contigua, y cerca de su esquina NE, se hallaron asimismo tres objetos claramente depositados sobre el suelo de estuco y que consistían en un excéntrico de pedernal gris, un pequeño pie de caliza y un fragmento de lajita de piedra. Aparentemente miraban hacia la puerta de unión con la Estructura 8.

En ambos casos estamos ante un acto perfectamente intencional de colocación de objetos en un lugar de uso y paso habitual como son las cámaras, por lo que ese depósito puede estar implicando la intención de no utilizar dichas habitaciones. Por otra parte, el hallazgo de este tipo de ofrendas, que quedaban a la vista, conlleva que este espacio no volvió a ser utilizado jamás y quedó enterrado por el posterior colapso de la bóveda de la estructura.

Estructuras 31 y 29: también se puede considerar una ceremonia de abandono la que denota el hallazgo de una punta de pedernal completa, situada en contexto primario, y localizada en la unión por el sur —mirando a la plaza C— de la Estructura 31 con la 29. Su contexto "en posición" contrasta con la escasez de cualquier otro registro material, y parece determinar que fue colocada allí para "honrar" a las estructuras al su momento de su abandono.

Estructuras 26 y 27: en la Plaza G aparece asimismo documentado un ritual en la conjunción de las estructuras 26 y 27; más específicamente en el basamento inferior de E-27, donde se detectó un área quemada con bastante material cerámico, quizá como consecuencia de actividad ceremonial. Ya en el suelo de estuco apareció una concentración de fragmentos de cerámica, un cincel de pedernal y dos puntas de proyectil de pedernal, tipo hoja de laurel.

Estructura 34: un último ejemplo en el interior de la ciudad, pero con perfiles de interpretación dudosos, está en el basamento inferior de la estructura 34. Se trata de un montículo de gran tamaño (57 x 30 x 8 m de altura) con fachadas muy diferentes que dan a las Plazas E y D; la primera sería un espacio privado, mientras que la segunda funcionaría como apertura al espacio público. Al menos la fachada de la plaza e debió tener una excelente apariencia, a juzgar por los numerosos restos de estuco hallados en el derrumbe.

Pues bien, en el transcurso de las excavaciones de la confluencia de la esquina NE de la escalinata principal (figura 13), llamó la atención la aparición de una concentración de materiales cerámicos que resultaron pertenecer a una serie de formas abotelladas del tipo Chilo sin engobe y de jarras del tipo Trapiche Rosáceo; estilos ambos propios del periodo posclásico. El hallazgo de materiales tan tardíos en la superficie de algunas estructuras o plazas de la ciudad es realmente reducido, dado que para ese momento Machaquilá estaba ya abandonado. Cabe la posibilidad de que, al menos en este caso, la gran Estructura 34 mantuviera aún un cierto carácter sagrado, y que gente aislada que habitaba los alrededores acudiera a realizar, pasado ya mucho tiempo, determinados rituales, aunque en este caso sería más de carácter propiciatorio o recordatorio que de abandono.

Extrarradio de la ciudad, Grupo 10: un contexto espacial y sociocultural diferente donde hemos detectado otro posible ritual de abandono ocurrió en el transcurso de la exploración realizada sobre las Estructuras 1 y 2 del Grupo 10 (ver figura 2, sombreado). Ambos edificios se componen de basamentos de forma rectangular sobre los que se colocaron plataformas en forma de C, que se interpretan como propias de finales de Clásico Terminal en la ciudad, y típicas del posclásico en Tierras Bajas Mayas. En la conjunción sur de los lados interiores de la plataforma de E-1 se halló, por completo explotado, quizá por la caída sobre él de un sillar de la estructura, un incensario cucharón (figura 14) colocado sobre el piso de piedrín, lo que bien podría hacer referencia a un ritual de abandono del edificio. Abona a favor de la idea de un abandono precipitado el hecho de que, en el lado opuesto del interior norte de esta banqueta, apareciera una gran olla del tipo pantano Impreso, variedad pantano. A pesar de tener un idéntico patrón de deposición, sin duda se trata de dos actos o tomas de decisión diferentes en relación con el abandono, ya que si bien el incensario puede pensarse como parte de un auténtico ritual por su fácil movilidad, es evidente que el gran tamaño de la olla haría muy complicada su manipulación y traslado a algún lugar medianamente alejado. Los riesgos de rotura en una operación de esas características no debían compensar a sus dueños, que sin duda podrían obtener otra pieza de características similares en su nuevo emplazamiento.

 

Conclusiones

Hasta aquí la presentación de unos pocos actos rituales de entre los muchos que debieron darse en la ciudad de Machaquilá, a pesar de su corta historia, y la mayor parte de ellos tienen que ver con el momento más traumático registrado: su abandono. Es un hecho que diferentes vecinos depositaron una serie de objetos que apreciaban, como muestra de respeto a las edificaciones y espacios que les albergaron durante generaciones.

Su significado exacto obviamente nos escapa; existe demasiado espacio y tiempo entre su devenir diario y el nuestro. Como bien sabemos, los contextos arqueológicos son en muchos casos extremadamente evanescentes, y por ello las interpretaciones a las que se prestan son, en ocasiones, cuanto menos dudosas; sin duda los investigadores de otras ciencias que estudian el pasado indígena americano lo tienen más fácil que nosotros, y por ello apelamos a su comprensión. ¿Piensan que los arqueólogos de dentro de 1200 años serán capaces de identificar claramente objetos y contextos que en la actualidad son habituales para nosotros? ¿Resistirían la tentación de hablar de "misteriosas expresiones simbólicas de difícil significado" a la vista de, por ejemplo, los coloristas e indescifrables grafitos (figura 15) que ocupan las paredes de nuestras ciudades hoy en día?

Hay algo que no debemos olvidar nunca, y es que todo ritual es deudor de su espacio y su tiempo, y por ello los investigadores de cualquier rama de las humanidades siempre deberemos usar con cautela las interpretaciones sobre objetos y contextos, porque la experiencia nos demuestra que nada es lo que parece.

 

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Notas

1 Ritual: comportamiento formal, estilizado, repetitivo y estereotipado, realizado de forma seria como un acto social; los rituales se realizan en momentos y lugares establecidos y tienen orden litúrgico (Kottak, 2002: 414). Rito: Costumbre o ceremonia. Conjunto de reglas establecidas para el culto y ceremonias religiosas. Liturgia: del gr. leitourgˆa, servicio público, a través del b. lat. liturgia. 1. f. Orden y forma que ha aprobado la Iglesia para celebrar los oficios divinos, y especialmente la misa. 2. Culto público y oficial instituido por otras comunidades religiosas (DRAEL).

El ritual religioso es un patrón de conductas que implican la manipulación de símbolos religiosos. La mayoría de los dichos rituales usan —para comunicarse y controlar los espíritus y poderes sobrenaturales— una combinación de oraciones, ofrendas y sacrificios (Nanda, 1980: 280).

2 En su página web, www.atlasarqueologico.com, puede obtenerse mayor información, así como acceder a los contenidos completos de los 22 reportes y ocho monografías publicados hasta la fecha.

3 Y por ello teóricamente bajo vigilancia del Instituto de Antropología e Historia.

4 A estos motivos se les ha atribuido el significado simbólico de ser representaciones de la boca de entrada a la cueva de los mitos emergentes de origen, portales de comunicación con el otro mundo o espacios interiores en la geografía sagrada o representaciones de seres sobrenaturales, como la tortuga cósmica.

5 En tres estelas de la Plaza A, Estelas 2, 5 y 7, existen referencias a rituales relacionados con ciertos aniversarios calendáricos, cuyos textos hacen referencia a umaka'w "lo cerró, lo cubrió", ub'ala'w "lo cubrió"— o al —umako'l "el cerramiento, el cubrimiento de"—; lo que ha sido cerrado o cubierto, es u-WAY-ya, uway "su way", "aguada" o "cisterna", o también su "cuarto, habitación, cámara". En el caso concreto de la Estela 7, coinciden la referencia a la presunta "cámara" y la representación iconográfica del cuadrilobulado en la base del monumento (Ciudad et al., 2007).

 

Información sobre los autores:

Ma. Josefa Iglesias Ponce de León: Española. Doctora en Filosofía y Letras, Subsección de Antropología y Etnología de América, diplomada en Antropología Médica y Forense. Profesora Titular en el Departamento de Historia de América II (Antropología de América) de la Universidad Complutense de Madrid, ha impartido diversos cursos en las Universidades de San Carlos de Guatemala y Pontificia de Comillas, así como en el Programa de Universidades Reunidas Norteamericanas de la UCM. Especializada en la cultura maya, y más específicamente en su desarrollo en Guatemala, ha participado en diversos proyectos arqueológicos, entre los que destaca el nacional Tikal, así como el del Atlas Arqueológico de Guatemala: Proyecto sureste de el Petén. Es autora de numerosos artículos en revistas españolas y extranjeras, y colaboradora en diversas monografías. Directora de la revista Mayab desde 1988, en el marco de la Sociedad Española de Estudios Mayas ha editado varias monografías fruto de las Mesas Redondas Internacionales celebradas por dicha institución desde 1984. asierrod@hotmail.com

Andrés Ciudad Ruiz: Español. Doctor cum Laude por la Facultad de Geografía e Historia de la Universidad Complutense de Madrid, donde es catedrático de Historia de América. Ha impartido diversos cursos en la Universidad de San Carlos de Guatemala, y ocupado varios cargos académicos y de gestión, entre ellos el de Vicedecano de Ordenación académica y estudios de la Facultad de Geografía e Historia de la UCM. Las investigaciones que ha llevado a efecto han cubierto diferentes campos relacionados con la Arqueología Maya, especialmente los relacionados con el patrón de asentamiento, la estructura socio-política y la ideología. Ha dirigido y participado en numerosos proyectos de investigación tanto en México, como en las Tierras Altas y Bajas de Guatemala y Honduras. Es autor de diversas monografías científicas, artículos, capítulos de libro y otras publicaciones, así como editor de varios ensayos colectivos. Preside la Sociedad Española de Estudios Mayas, habiendo organizado a la fecha ocho mesas redondas Internacionales, y ha sido comisario, asesor científico y documentalista de varias exposiciones internacionales. andresci@ghis.ucm.es

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