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Península

versión impresa ISSN 1870-5766

Península vol.3 no.2 Mérida ene. 2008

 

Reseñas

 

Vázquez Palacios, Felipe R. (2007), La fe y la ciudadanía en la práctica evangélica veracruzana

 

Alicia Muñoz Vega

 

México, CIESAS.

 

Facultad de Ciencias Sociales, Universidad Autónoma de Chiapas.

 

El protestantismo en México ha sido un tema de gran interés para diversos científicos sociales, sobre todo por el paulatino incremento de conversos. Algunos de los tópicos abordados con mayor frecuencia en los distintos estudios han sido precisamente la conversión, las expulsiones por motivos religiosos, la cotidianidad entre conversos pentecostales, el pentecostalismo en zonas rurales y urbanas y el neopentecostalismo. Sin embargo, a pesar de esa variedad temática aún existen cuestiones que no han sido lo suficientemente trabajadas. Una de ellas es el impacto que han tenido las iglesias protestantes en la sociedad mexicana, en particular en cuestiones de política, tema del libro que a continuación reseño.

La fe y la ciudadanía en la práctica evangélica veracruzana es el resultado del trabajo de investigación realizado por Felipe Vázquez en el estado de Veracruz entre los años 2000 y 2002. El texto tiene como objetivos "reflexionar sobre la práctica de la fe evangélica en los procesos sociales en que vive la sociedad veracruzana en la actualidad, el impacto que genera en los modelos de acción individual y colectiva de participación ciudadana y en los procesos sociales democráticos del país", así como "proporcionar una modesta visión panorámica del fragmentado aspecto religioso evangélico en Veracruz" (p. 9). Para lograr estos propósitos, Vázquez hace un análisis en tres niveles: 1) individual, mediante el estudio del comportamiento del creyente; 2) grupal, a partir del estudio de los cultos de las iglesias, sus demandas y sus adaptaciones a las dinámicas de su entorno, y 3) contextual, sobre la dinámica de la sociedad y su medio social. Además, el autor trabajó con miembros del Movimiento de Iglesias Evangélicas Pentecostales Independientes (MIEPI), de las Asambleas de Dios, de las iglesias neopentecostales y de las iglesias históricas.

Con el fin de tener un panorama completo acerca de la actuación de la sociedad evangélica veracruzana, Vázquez escogió tres puntos básicos de información: la cabecera municipal de Álamo, Xalapa y la cabecera municipal de Mecayapam, en el norte, centro y sur, respectivamente. Con esta regionalización, más la asistencia a los cultos, las entrevistas, las pláticas informales con miembros de las congregaciones, la observación de los comportamientos y las actitudes de los mismos con las prácticas ciudadanas, el autor logró obtener la mayor parte de la información para su investigación.

El libro está conformado por cuatro capítulos. En el primero de ellos Vázquez introduce datos generales sobre su investigación, sus objetivos, la metodología aplicada e interrogantes en que se basa su trabajo. Además, el autor proporciona información acerca de aspectos demográficos de las tres regiones de Veracruz y sus actividades económicas. Asimismo, estudia el crecimiento del protestantismo en México, en donde en el año 2000 el número de protestantes creció casi el doble del total de la población, siendo Veracruz el estado que ocupó el tercer lugar con mayores cambios de adscripción religiosa después de Chiapas y el Estado de México.

Por otra parte, el autor señala que en los municipios de Oteapan, Texistepec, Ixhuatlán, Las Choapas, Hidalgotitlán, Tatahuicapan, Filomeno Mata, Mecatlán, Coyutla y Astancinga, la población evangélica abarca más del 10% de la población total. Dichas localidades se caracterizan por su pobreza, analfabetismo, migración y marginación. Según apunta, en ellas influyeron tres factores en el asentamiento del protestantismo: la llegada de empresas extranjeras en los siglos XIX y XX, que trajeron consigo otra religión distinta a la católica; el arribo de misioneros extranjeros a los municipios indígenas en las sierras, quienes tradujeron la Biblia a diferentes lenguas indígenas, y las emigraciones de gente evangélica de Chiapas, Tabasco y Oaxaca a municipalidades veracruzanas, así como la migración y regreso de pobladores a sus municipios, en los cuales se convirtieron en evangélicos.

La cuestión histórica es abordada en el segundo capítulo, en donde Vázquez se enfoca en la participación de los evangélicos en la política del país, desde su llegada en la primera mitad del siglo XIX hasta la actualidad. De esta forma, el autor señala que la presencia de evangélicos en México se concretó en medidas anticlericales como la nacionalización de las propiedades de la Iglesia católica y el establecimiento de la libertad de culto promulgadas en las Leyes de Reforma durante el gobierno de Benito Juárez.

Años después, durante la época de la Revolución Mexicana, el papel de los protestantes fue aun más destacado, ya que los maestros rurales aportaron elementos en las educación moral y popular y reformas agrarias (p. 37). Entre los años de 1916 y 1920 hubo una mayor participación de protestantes en la política. Sin embargo, no ocurrió lo mismo en las siguientes décadas del siglo XX, aunque sí hubo una diversificación del protestantismo gracias a su proselitismo.

Felipe Vázquez destaca la importancia de la reforma al Artículo 130 Constitucional, a finales de la década de 1980, a partir de la cual, las iglesias podían ser propietarias de bienes inmuebles, realizar eventos fuera de su congregación y participar en la educación. Además, los clérigos podían votar en elecciones políticas.

En la siguiente década, los partidarios políticos tenían prohibido hacer alusión a credos religiosos, los clérigos apoyar abiertamente a un candidato o partido, y si un ministro religioso quería ser un candidato tenía que renunciar a su cargo y esperar cinco años (p. 41). Por su parte, el Gobierno se dio a la tarea de crear departamentos de asuntos religiosos en los estados, los cuales se han desempeñado como voceros del mismo ante las asociaciones religiosas (p. 42).

Sin embargo, pese a estos esfuerzos que se han hecho en cuanto a las relaciones entre las diversas agrupaciones religiosas y el Estado, no existe una identidad corporativa al exterior de los templos que permita un frente común —señala Vázquez— porque al ser reconocida por el Gobierno, cada asociación ha buscado su propia relación con el Estado (p. 42).

De acuerdo con Felipe Vázquez, es posible identificar dos perfiles evangélicos veracruzanos generales en cuanto a la participación política. El primero lo integran quienes no quieren perder una relación directa con Dios y evitan la política, pero sí se comprometen en actividades públicas y en mejorar la sociedad; el segundo está conformado por los que quieren tener una mayor participación e impacto en la sociedad.

En el capítulo tres el autor se enfoca en su trabajo etnográfico, basándose en el estudio de los cultos celebrados tanto en las congregaciones pentecostales y neopentecostales como en los realizados en las históricas, ya que en ellos es donde se pueden conocer las aspiraciones de los creyentes, sus necesidades y proyectos en la sociedad. De acuerdo con lo anterior, Vázquez señala algunas características de los tres tipos de iglesias analizadas, así como la manera en cómo celebran sus cultos.

Según el autor, las iglesias pentecostales están organizadas por medio de una Junta directiva que se decide por votación. Por lo general no tienen un reglamento y los estatutos los fija el pastor. En ellas se da una búsqueda del Espíritu Santo, a través, por ejemplo, de la referencia o posesión de algunos dones espirituales como el de sanidad o glosolalia, se utilizan con frecuencia los testimonios para dar a conocer problemas por los que atraviesan los creyentes y la manera en cómo los han solucionado con ayuda de Dios, y se recurre a la Biblia (p. 66). En cuanto a los cultos, éstos se realizan en templos, casas o galeras. Comienzan con una oración en voz alta por parte del pastor, seguida de música de diferentes ritmos y acompañada de diversos instrumentos; se recogen ofrendas y diezmos. A decir del autor, la relación entre la forma de vivir y lo que señala la Biblia es la actividad reflexiva más importante. En cuanto a la política, algunos creyentes están de acuerdo con participar en ella, pero con base en sus doctrinas y convicciones teológicas (p. 80).

En lo que se refiere a las iglesias neopentecostales, los actos litúrgicos se llaman reuniones. A la entrada de las congregaciones hay edecanes que colocan distintivos a quienes llegan por primera vez para destacar que son personas que necesitan información; los dones espirituales están restringidos a algunos cuantos creyentes; los testimonios son poco frecuentes y los miembros de estas congregaciones ya han pertenecido antes a otras. Las reuniones inician con música, luego sigue la adoración, en donde se practican los dones espirituales y se agradece a Dios por ello. Después se hace una lectura bíblica a manera de introducción, y luego el pastor da el mensaje.

En los grupos neopentecostales la oración es un componente fundamental porque así ponen en práctica la política, ya que oran por la situación actual de la sociedad (p. 88). En cuanto a su postura en las actividades políticas, menos del 30% considera que se necesita tener una mayor participación política.

En lo que se refiere a las iglesias históricas, Vázquez señala que existen conservadoras y carismáticas. Ambas están organizadas siguiendo como modelos las iglesias extranjeras (p. 92). Sus estructuras se basan en cuerpos llamados conferencias, asambleas, sínodos, distritos, convenciones y presbiterios en donde se llegan a acuerdos en las maneras de trabajar. La autoridad reside en la obediencia a las tradiciones, el conocimiento del ritual, las celebraciones, el papel que se le asigna al creyente y su capacidad para ejercer autoridad. En las iglesias conservadoras la teología es Cristo-céntrica, en donde no es válida la fe sin obras, y en las carismáticas es una teología de la prosperidad, "donde una muestra de que Dios está en el creyente es que éste recibe muchas bendiciones" (p. 92). En ellas se habla de dones, pero de la enseñanza, la ciencia, la música y el servicio (p. 94). Sus cultos son de dos tipos: conservadores y carismáticos. Los primeros cuentan con reglas y rituales definidos; se sigue un programa que comienza con una oración con un fondo musical, seguida de una oración en voz alta por el pastor del templo, un canto o una lectura de la Biblia, el mensaje, referido a actitudes de los cristianos en la actualidad, la recolección de las ofrendas, los avisos y, finalmente, la bendición y despedida del pastor (p. 91).

Por otra parte, los cultos carismáticos son una mezcla de cultos históricos conservadores, de los de las congregaciones pentecostales y los de las neopentecostales. Las actividades que se realizan durante el culto son las mismas que en las congregaciones históricas, pero con la liturgia neopentecostal.

La postura de los creyentes de las iglesias históricas conservadoras con respecto al Gobierno es que se puede considerar un buen gobierno a aquel en donde hay libertad de creencias. Los miembros de estas iglesias son los más interesados en construir nuevas formas de relaciones con el Estado, pero no hay una homogeneidad en cuanto a tendencias políticas porque en una misma congregación hay preferencias por los diferentes partidos.

En el cuarto y último capítulo el autor analiza los resultados de su investigación. Señala que en las iglesias evangélicas los principios bíblicos no logran conectarse con las actividades políticas porque lo político es visto como un obstáculo para las actividades evangélicas (p. 99). Así, a pesar de que los fieles pueden llevar a cabo proyectos sociales, se hace de manera autónoma. Las iglesias se involucran poco en la política, sobre todo cuando buscan apoyo para evangelizar o cuando están en peligro su bienestar, su economía, integridad física o familiar (p. 102)

Según el autor, existen tres percepciones en cuanto a lo político y lo evangélico: en la primera se ve aquello como una cosa y lo religioso como otra; en la segunda se considera que el mundo y la sociedad están dominados por males espirituales y la solución es la protección espiritual, y en la tercera hay un interés por cambiar la concepción que se tiene de la política y que los creyentes contribuyan en el mejoramiento de la sociedad (pp. 100-101). Vázquez señala que las tres percepciones se pueden presentar en una misma congregación.

Además, el autor apunta que pese a que las congregaciones no han logrado unificar una fuerza que logre un impacto a nivel regional y nacional, los creyentes respetan a sus gobernantes, los reconocen y participan en las elecciones. Ellos consideran que lo que ocurre en la política del país también está determinado por Dios (p. 110).

Vázquez menciona que los tres tipos de iglesias que estudia tienen sus aportaciones a la sociedad y la democracia. Los pentecostales contribuyen en la movilidad religiosa y la diversificación de la fe evangélica; los neopentecostales e históricos carismáticos se presentan como asociaciones civiles, y los históricos conservadores aportan su experiencia en la mediación con la estructura política del Estado (p. 111).

El trabajo de este autor demuestra que la participación política de los protestantes veracruzanos no trasciende. Así, Vázquez destaca dos formas de acción política de los evangélicos: una en donde sólo participan en su congregación y otra en donde tratan de aplicar a la vida pública lo aprendido en sus iglesias, como la búsqueda del bien común, la justicia y el servicio a los demás (pp. 113-114). Sin embargo, dichas formas de acción no se extienden más allá de las congregaciones porque no existe —señala— una cultura política evangélica. En cuanto a la formación de partidos evangélicos, el autor menciona que no es posible predecir su éxito, pero que sí puede haber posibilidad de que los creyentes participen en partidos ya reconocidos.

Como conclusión, el texto aporta elementos que permiten conocer cuál ha sido la trayectoria de los evangélicos en el aspecto político en México. A la vez, la obra aporta reflexiones de cómo estudiar a dicha población y su participación en la esfera pública a partir del análisis del discurso, en este caso las oraciones durante los cultos. Por último, Vázquez señala la debilidad de estas congregaciones al no poder trascender más allá de lo local en cuanto a su impacto social, lo que hace necesaria una mayor unidad entre las diversas agrupaciones religiosas que rebase la celebración de cultos, conciertos musicales y participación de creyentes en algunas asociaciones civiles.

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