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Península

Print version ISSN 1870-5766

Península vol.2 n.1 Mérida Mar./Jun. 2007

 

Reseñas

 

Nancy L. Green, Repenser les migrations

 

Claudia Dávila Valdés

 

Presses Universitaires de France, Paris, 2002, 144 pp.

 

Universidad París 7, Denis Diderot.

 

Uno de los procesos de mayor amplitud en la historia del siglo XX, que ha tenido fuertes implicaciones en los ámbitos político, económico, social y cultural del mundo entero, es el de las migraciones. Son a tal punto características de nuestros días que Nancy Green nos propone repensarlas desde una perspectiva diferente, de contrastes, a través del método comparativo.

E1 libro comienza con un vasto análisis sobre la historia comparada en el que se resalta la importancia de utilizar este método en los estudios de las migraciones. El primer capítulo pone énfasis en el hecho de que la ciencia y el conocimiento implican ya una comparación constante, sin embargo en el método que nos propone la autora la diferencia radica en que dicha comparación debe ser explícita y totalmente voluntaria. Los historiadores en general han sido bastante reticentes para utilizar esta perspectiva analítica, dando prioridad sobre todo a las monografías, pues para el historiador resulta un esfuerzo titánico multiplicar el laborioso trabajo de archivo por el número de casos que se van a comparar. En la revisión historiográfica la autora observa que los temas comparativos se han limitado a algunos cuantos, como el esclavismo, la revolución industrial o la historia del trabajo y del sindicalismo, desarrollados sobre todo por sociólogos historicistas. Sin embargo, son todavía pocos los trabajos que existen, y entre los que se pueden encontrar se distingue que la forma más frecuente ha sido la yuxtaposición, en la que el esfuerzo comparativo se relega a la introducción y a las conclusiones.

Para responder a la pregunta ¿por qué comparar?, la autora remarca dos de los usos que Marc Bloch veía en este método: por un lado buscar los aspectos específicos y generales de cada fenómeno y por el otro comprender las causas y los orígenes de los mismos. El proyecto comparativo implica pues tres elecciones: 1. El objeto de estudio, que responde a diferentes cuestionamientos, y en este sentido, la perspectiva que se adopte y el tema de comparación que se escojan serán ya el principio de algunas respuestas, 2. Las unidades, que no necesariamente tienen que ser geográficas, sino que también pueden ser un sistema social bien definido como una familia, una asociación, una nación o una civilización, y que serán escogidas en función del problema planteado, y 3. El nivel de análisis, es decir, la distancia que habrá entre las unidades escogidas. Otro aspecto importante del método comparativo es que nos permite trabajar en el justo medio entre lo micro y lo macro.

En un segundo capítulo la autora acerca ya el método comparativo a las migraciones, en donde podemos observar la relevancia entre lo particular y lo general. El individuo o el grupo de inmigrantes constituyen un elemento específico que interroga al Estado-Nación. La cuestión de la integración implica entonces la absorción de lo particular en el seno de la Nación erigida como instancia general. En este sentido, los diferentes niveles de comparación son el de los inmigrantes y el Estado (historia comparada sobre las políticas de inmigración), los inmigrantes ante la sociedad (en donde se interpreta a la integración como la comparación del recién llegado con la sociedad de acogida), los inmigrantes entre ellos mismos (comparación de sus procesos de movilidad social). A su vez, para el análisis comparado de las migraciones la autora propone tres modelos. El lineal, que ha sido el más olvidado, es el que sigue al migrante en su camino comparando el país de origen con el de destino; el modelo convergente que ha sido el más común, y donde se compara a inmigrantes de diferentes nacionalidades en un mismo país receptor, y finalmente el modelo divergente, en el que el factor explicativo se sitúa en el país de llegada, es decir, se trabaja con un grupo de inmigrantes de la misma nacionalidad en dos países diferentes, lo que resulta interesante puesto que se pueden evaluar los procesos de integración en diferentes contextos.

En el tercer capítulo se lleva a la práctica el método comparativo haciendo una reflexión histórica e historiográfica sobre la inmigración de Francia y la de los Estados Unidos. Ambos países tienen una fuerte tradición migratoria que data del siglo xix, pero sus ritmos han sido diferentes, tanto que incluso han llegado a dirigirse en sentidos completamente opuestos. Tal es el caso de la década de 1920, momento en el que Francia comienza a ver a la inmigración como una necesidad inevitable, como una "invasión pacífica" pero organizada, regulada y hasta filtrada; mientras que Estados Unidos se encamina más bien hacia el cierre, estableciendo también límites cuantitativos y cualitativos. Se trata de dos Estados fuertes que se han preocupado por funcionar como reguladores de su población, pero con una especial preocupación por la selección de aquellos que podrán instalarse en el país. Por otro lado, observa también dos políticas migratorias con objetivos distintos: para Francia la inmigración permite superar el debilitamiento de la fecundidad mientras que en los Estados Unidos permite llenar los espacios de un territorio prácticamente desocupado. Durante años ambos países construyeron imágenes contrastantes de sus historias de inmigración, producto, según la autora, de una historia selectiva en la que Estados Unidos se considera como un país de inmigración y Francia alimenta sobre todo la imagen de su homogeneidad cultural.

Nancy Green hace un repaso de los diferentes términos que remiten a la inmigración, los cuales no solamente son específicos a cada país sino que también se relacionan con el contexto histórico y con la disciplina que los utiliza. En Francia la palabra inmigrante aparece en el lenguaje hasta después de 1920. Durante el siglo XIX se había usado el término extranjero que englobaba al mismo tiempo la definición de dos nociones estadounidenses: foreigner como expresión jurídica de la diferencia y stranger que se refiere a la alteridad (aplicado a quien no es de la colonia, del pueblo, etc.). También se encuentran en Estados Unidos aquellos términos que se refieren a la relación entre los inmigrantes y los autóctonos. Se trata de tres conceptos que han coexistido históricamente puesto que representan ideas por completo diferentes y cuyos usos han variado en función de la actitud que predomina en cuanto al fenómeno de la inmigración. El primero es Anglo-conformity, una exigencia completamente asimilacionista (A+B+C=A, donde A es la cultura dominante) en la que los recién llegados deben de conformarse con el modelo anglo-sajón para poder integrarse a la sociedad. El segundo es el fuertemente criticado concepto de Melting Pot que exige también una suerte de renuncia a los orígenes para conformar un todo homogéneo y armonioso. Se trata de la fusión de individuos de todas las naciones para formar un hombre nuevo (A+B+C=D, donde D es el hombre nuevo). La contraparte de estos dos conceptos es justamente el de pluralismo cultural, que reconoce la existencia de la diversidad dentro de una sociedad (A+B+C=A+B+C). En Francia han sido mucho menos virulentas las críticas al asimilacionismo que implican los dos primeros términos, dándole lugar sobre todo a la valoración del concepto de integración. Este último se ha expandido en el lenguaje sociológico francés mientras que en Estados Unidos ha sido poco utilizado.

En el cuarto capítulo la autora nos propone repensar las migraciones reinterrogando el contexto social que los especialistas han perdido de vista durante los últimos años, prefiriendo estudiar los factores de tipo económico. La cuestión laboral, uno de los motivos principales de la inmigración, no es algo que se dé de manera autónoma, por lo que habría que abordar a los inmigrantes también como un grupo étnico o como un grupo social, puesto que aquello que ofrece el país receptor no es lo mismo para un obrero, un estudiante, un refugiado o un científico, y tampoco para un judío polonés, un siciliano o un chino. Se trata de tener en cuenta la doble naturaleza del inmigrante: la étnica y la económica, para insistir sobre el hecho de que el extranjero se sitúa también con respecto a lo social. La autora nos habla de una integración dialéctica de los conceptos claves de la inmigración, planteándose de manera diferente las dicotomías que han estructurado los estudios sobre las migraciones como el push y el pull, como la emigración y la inmigración, que son dos facetas del mismo movimiento, o la de extranjero e inmigrante, que son dos formas de conceptuar a la misma persona.

Puesto que las visiones demasiado lineales se le antojan muy limitadas, Green propone trabajar entre los dos tipos de análisis que existen para el estudio de las migraciones, el diacrónico y el sincrónico. El primero consiste en situar al inmigrante dentro de la historia del capitalismo que comprende tres etapas entre el siglo XIX y el XX. En primer lugar el éxodo rural que aporta brazos a la industria cada vez más urbanizada, después la inmigración extranjera para superar las debilidades de la primera y finalmente la etapa donde los flujos se invierten, es decir el capital se exporta hacia las legiones donde el trabajo es menos caro.

En el análisis de tipo sincrónico, en cambio, es el factor espacio el que interesa. Hasta la Segunda Guerra Mundial el sentido de las migraciones había sido este-oeste, posteriormente fue el de norte-sur. En los estudios sobre las migraciones también es importante, según la autora, abandonar las percepciones negativas de los inmigrantes como si fueran un freno a la modernización o causantes del desempleo, ya que, por el contrario, estos grupos humanos han utilizado sus redes y sus colonias para crear enclaves económicos y nichos étnicos con historias de ascenso social considerable, como los cubanos en Miami o los chinos en París.

Green nos habla, en el último capítulo de su libro, del trabajo de investigadoras decididas a rescatar del olvido a la mujer en la historia de las migraciones. Se han propuesto abandonar la concepción masculina de la migración, derivada, desde luego, de una visión netamente económica como la industrialización, donde el factor trabajo ha sido el dominante. Las mujeres han emigrado como los hombres desde el siglo xrx, lo que ha venido a cambiar la naturaleza que se le había dado al fenómeno migratorio, pues el objetivo principal de estas mujeres no ha sido el trabajo (aunque también lo realizan), sino —para la mayoría— la reagrupación familiar, la emancipación para otras, o la aventura para las solteras. Se ha registrado así un cambio en la imagen de la mujer que emigra; ya no se trata de madres de familia analfabetas, ni tampoco del elemento inmóvil, porque hasta las mujeres que se quedan en sus lugares de origen cuando sus maridos emigran, continúan trabajando, y asumen muchas de las veces el "rol de hombre". Sin embargo, Nancy Green considera que las inmigrantes mujeres no deben de estudiarse por separado, sino como parte de un todo, en el que pensarlas o integrarlas al análisis implica nuevas pistas para la reflexión sobre los movimientos humanos. Su presencia en la historia y en la historiografía de las migraciones aporta un nuevo enfoque en los ya viejos debates sobre la asimilación, así como un cambio de paradigma en el que a partir de inmigración-producción se concibe la inmigración-reproducción.

Como podrá observarse, el libro de Nancy Green es bastante novedoso en cuanto a la propuesta del método comparativo en el estudio histórico de las migraciones. Su aplicación en la península de Yucatán resultaría interesante debido a la dinámica migratoria que ésta tiene, no solamente a nivel internacional (cubanos, estadounidenses o libaneses), sino también nacional y hasta local, es decir migraciones internas hacia la ciudad de Mérida o hacia los centros turísticos de la zona.

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