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Península

versión impresa ISSN 1870-5766

Península vol.1 no.2 Mérida sep./dic. 2006

 

Artículos

 

Pasado rural y pobre, presente de clase media urbana. Trayectorias de ascenso social entre mayas yucatecos residentes en Mérida1

 

Ricardo López Santillán

UACSHUM, CH, UNAM.

 

Fecha de recepción: 13 de noviembre de 2006.
Fecha de dictamen: 30 de noviembre de 2006.

 

Resumen

A partir de "historias de vida" se explica de manera sincrónica y transgeneracional el proceso de ascenso social de mayas peninsulares que, siendo originarios de hogares pobres y rurales, logran posiciones socioprofesionales de clase media, gracias, entre otros aspectos, a la movilidad geográfica en dirección a Mérida y a la educación escolar (lo que necesariamente implica un correcto uso del idioma español, hablado y escrito). En este artículo se abordan de manera tentativa y exploratoria los nichos en el mercado de trabajo donde se insertan los entrevistados, así como sus procesos de aculturación en este tránsito a la vida urbana en condiciones de existencia material más desahogadas sin que ello necesariamente implique una renuncia a la adscripción étnica.

Palabras clave: clase media y etnicidad, movilidad social ascendente, mayas peninsulares, Mérida.

 

Abstract

Using life histories this work explains, from both a synchronic and transgenerational perspective, the processes involved in the social ascent of the Yucatecan Maya. Members of poor rural families who manage to move into the professional and social circles of the middle class do so by two general methods: uprooting and changing their location, which in all of the cases discussed here means relocating in or near Merida, and by accessing formal education, which necessarily implies the ability to speak and write correctly in Spanish. This article explores the labour market niches occupied by the interviewees, as well as the acculturation processes in the transition to urban life that do not necessarily mean a rejection of one's ethnicity.

Key words: Middle class, ethnicity, upward social mobility, Yucatecan, Maya, Merida.

 

Comment éviter, par exemple, de donner à la transcription
de l'entretien, avec son préambule analytique,
les allures d'un protocole de cas clinique précédé
d'un diagnostique classificatoire?

Pierre Bourdieu
La misère du Monde
.

 

Introducción

En la literatura de las ciencias sociales se ha dado cuenta de que las minorías étnicas están en situación de marginalidad y pobreza, o en el mejor de los casos, en posiciones de bajo estatus en la escala social. A estos grupos no se le considera candidatos al logro de trayectorias escolares largas y exitosas, ya no se diga posiciones sociales desahogadas con buenos ingresos. En México, la población indígena, generalmente es caracterizada como rural, poco escolarizada, de escasos recursos y al margen del desarrollo, y los textos clásicos sobre la cuestión no hacen sino reforzar dicha imagen.2 Lo mismo acontece con las estadísticas oficiales, las cuales son elaboradas para presentar resultados que relacionan población indígena con carencias de todo tipo. Así pues, cuando estas últimas arrojan cifras sobre rubros como "escolaridad", se tienen datos de los individuos en el rango "sin instrucción" hasta el de "posprimaria", lo que hace imposible obtener datos desagregados para saber con precisión el porcentaje de población indígena que tiene educación media superior, superior o incluso posgrados. Esto vale para otros varios rubros como el de los "ingresos" el cual normalmente contabiliza individuos "sin ingresos", hasta aquellos "con ingresos de más de dos salarios mínimos".3 Es un hecho que cuando se trata de analizar la situación de la población indígena en textos o estadísticas especializadas no se pueden obtener datos de aquellos que han logrado posiciones socioeconómicas y socioculturales más aventajadas.

De manera más específica, en lo que respecta a los estudios y a las estadísticas recientes sobre mayas yucatecos,4 el grupo étnico con mayor presencia numérica e impacto cultural en los tres estados de la península de Yucatán, ya se ha identificado que buena parte de ellos habita principalmente en las ciudades de Campeche, Chetumal, Valladolid, Ciudad del Carmen, Mérida y Cancún, siendo estas dos últimas donde se concentran en su mayoría. De hecho, Mérida es considerado el "bastión" de los mayahablantes pues es la localidad más poblada por este grupo (Ruz 2002). Esta situación se explica por los antiguos residentes de la ciudad desde tiempos de la Colonia pero sobre todo por la importante inmigración de mayas de la Península, que desde la década de 1950 han estado saliendo de sus localidades de origen para dirigirse a la capital yucateca. Sin embargo, pese a que ya se les visualiza con importante presencia en el medio urbano, lo cierto es que se les ubica casi siempre en oficios de albañiles, jardineros, barrenderos y, en el caso de las mujeres, como empleadas domésticas; esto es, en los trabajos y las condiciones socioeconómicas propias de la marginación urbana (Ramírez 2002).

No hay duda de que la mayor proporción de los mayas peninsulares (sea rural o urbana) vive en condiciones de marginalidad y pobreza; es incontrovertible. Datos estadísticos recientes muestran que en el municipio de Mérida, área donde se llevó al cabo el presente estudio, sólo el 0.75% de éstos tiene ingresos mensuales superiores a los seis salarios mínimos (SM), mientras que el 2.36% reciben entre cuatro y cinco SM. El resto gana bastante menos que eso, siendo la mayoría quienes perciben entre uno y dos SM, que suman el 25.20% del total (Bracamonte y Lizama 2004).

Pero aun con estos datos que confirman la situación de desventaja social y económica de los mayas yucatecos residentes en Mérida, existe un contingente minoritario que viniendo de localidades pequeñas de la Península ha experimentado trayectorias de movilidad social ascendente. Se trata de mayas que nacieron en familias rurales, en las que los padres tuvieron baja o nula escolaridad pero que, gracias a la movilidad geográfica y a la educación superior (entre los factores más destacados), han logrado insertarse en posiciones que, en función de sus ingresos, su condición profesional y laboral, así como la adhesión a ciertos patrones de consumo y de existencia material, podríamos considerar de clase media.5 Si bien es cierto que entre los mayas son pocos casos los que han superado las condiciones de marginación y pobreza (si acaso un poco más del 3% de la población, según los propios datos de Bracamonte y Lizama, 2004), en este texto pretendemos rescatar los aspectos cualitativos de las trayectorias geográficas, escolares y socio profesionales de esta minoría exitosa.

En nuestro país, en principio, no se ha tratado la cuestión de la movilidad de clase considerando la variable étnica, tema que nos proponemos abordar en este trabajo. Vale precisar que existen muchas maneras o más bien, muchos apelativos (pues no todos son propiamente conceptos) para referirse a la población autóctona mesoamericana. De acuerdo al enfoque se les llama grupos étnicos, grupos etnolingüísticos, pueblos indígenas, entre otros. Discutir estas cuestiones, así como lo referente a la etnicidad y la identidad étnica puede tomar decenas de páginas y rebasa el propósito fundamental de este trabajo, que se centra en la movilidad geográfica y de clase de los mayas yucatecos residentes en Mérida. Baste señalar que para la cuestión de la pertenencia étnica tomamos en cuenta tres aspectos, a saber: algunos rasgos culturales que se pueden considerar propios, el uso de la lengua y la autoadscripción a un grupo etnolingüístico reconocido. Todos merecen una breve explicación, que no puede ampliarse demasiado por los límites que impone un artículo.

Comencemos por referirnos a lo que podría considerarse como rasgos culturales característicos. Por ser éstos demasiado subjetivos, y sobre todo, porque nuestro universo de estudio está integrado por mayas yucatecos con alto nivel de escolaridad, con buenos ingresos, que viven en un medio urbano, esta cuestión resulta particularmente compleja si consideramos los cambios socioculturales (o procesos de transculturación) en los cuales se han visto involucrados nuestros informantes. Sin embargo, se sintetizan algunos que pueden ser tomados como referente, como lo son el origen campesino en una comunidad de la Península, el patronímico maya, ciertas prácticas rituales (como el hetzmec, en todos los casos, o el chaa chak, sólo entre los que son hijos de padres "milperos") y haber habitado en vivienda vernácula durante los primeros años de su infancia.

Los otros dos criterios de referencia desde nuestro punto de vista quizá generan menos controversia. Al lingüístico, que en estricto sentido también es un rasgo cultural específico, por su importancia se le ha dado un lugar aparte. En este caso, pese a que se sabe que puede ser insuficiente pues desde hace algunas décadas se "ha observado un proceso de desuso de las lenguas entre la población indígena" (Serrano et al., 2002), en nuestro caso se destaca que los entrevistados identifican la lengua maya como un referente identitario, aunque el nivel de dominio sea variado. Todos la comprenden cabalmente, pero tienen diversos grados de fluidez hablada o escrita; incluso hay quienes no la escriben en lo absoluto. Algunos atribuyen lo primero a que desde hace años en medio urbano ya no lo practican regularmente, y lo segundo al hecho de que se trata de una lengua que aprendieron "de oídas" pero que nadie les enseñó a leer y escribir (a lo que debe agregarse que existen distintas ortografías que se reconocen en el medio académico).

Menos polémico, hasta cierto punto, es el asunto de la autoadscripción. La etnicidad, a decir de Barth (1976), pasa indefectiblemente por la adscripción e identificación de los actores y de los otros; no necesariamente por la suma de diferencias "objetivas" como podrían ser elementos tales como el vestido, lenguaje, vivienda, modo de vida, valores, sino por aquello que los actores consideran significativo para diferenciarse. Algunos de estos rasgos se evidencian a lo largo de nuestro texto pero queremos dejar claro que nos referimos a la población de origen maya peninsular, con adscripción étnica asumida e incluso verbalizada en diferentes contextos de su vida y a lo largo de las entrevistas que realizamos; sin embargo, reconocemos que en algunos casos o circunstancias, debido a alguna acción estratégica, básicamente orientada a evitar cualquier tipo de estigma o discriminación, no se manifiesta. En cuanto a la autoadscripción étnica, antes de la entrevista se les preguntó a los informantes si se consideraban a sí mismos mayas y si estaban dispuestos a contar su vida haciendo sus propias valoraciones de las experiencias vividas, principalmente en el ámbito escolar, socio-profesional y de lo que podríamos llamar "convivencia interétnica".

Así pues, esos fueron los aspectos que se consideraron a nivel de selección de informantes y que los diferencia claramente de la población yucateca que no reconoce ni asume grado alguno de adscripción étnica y/o etnolingüística con "lo maya". Lo que se expone a lo largo de este trabajo se basa en 10 entrevistas dirigidas con un cuestionario en el que se tratan temas preestablecidos. La técnica empleada fue la de "historias de vida" aplicadas a aquellos informantes que cumplían las condiciones de origen y adscripción étnicas referidas además nivel de estudios profesionales, residencia en la ciudad de Mérida o su área conurbada, que estuvieran en edad laboral (entre 20 y 60 años) y fueran económicamente activos; además, que en sus hogares se tuviera un ingreso total mensual per capita de aproximadamente $5 496.6

Consideramos importante también señalar que esta investigación no presenta dilemas éticos mayores. Los entrevistados no tienen nada que esconder y, por el contrario, no tuvieron objeción en relatarnos su vida, porque están muy satisfechos con el estado actual de la misma. Pese a ello, nunca está de más proteger la identidad de los informantes, por eso consideramos pertinente tratar cada caso con un pseudónimo. Asimismo, no se puede soslayar la ventaja que implica entrevistar a informantes con un alto nivel escolar. Estos son, lo hemos dicho ya, prolijos en los detalles y bien capaces de construir un discurso en el que se identifican con claridad las cuestiones identidarias y las situaciones claves en su proceso de ascenso social.

Por razones de exposición del proceso de movilidad de clase planteamos un estudio transgeneracional. Nuestros entrevistados refieren su origen desde sus padres y eventualmente hacen referencia a sus abuelos. Esto permite ver algunos cambios que se revelan de suma importancia entre dos generaciones (y a veces tres), principalmente a nivel de escolarización, profesionalización, adopción de estilos de vida más urbanos (pero sin abandonar la adscripción al universo simbólico maya), lo cual significó, en la mayoría de los casos, complejos procesos y difíciles experiencias de integración a la vida citadina. No está de más señalar que aquí planteamos un análisis cualitativo, por lo tanto, sólo cuando apuntamos datos de encuestas hay suficiencia estadística, no así cuando nos referimos a los informantes en particular.

 

Mérida versus Yucatán: Algunas claves de las ventajas en la situación socioeconómica de la población de origen maya en medio urbano

En una localidad urbana que ha venido ampliando su extensión suele haber inconsistencias y traslapes derivados de las divisiones político-administrativas que se reflejan a nivel de las cifras disponibles para su estudio. Para el caso de Mérida, como la ciudad capital del estado y el municipio que la contiene son homónimos, lo más común es que a menudo se usen indistintamente datos municipales para dar cuenta de la ciudad. Al respecto hay que precisar que el municipio incluye, además de la ciudad del mismo nombre, otras 159 localidades de las cuales 17 son innominadas. Quizás lo más certero sería considerar a la ciudad de Mérida como una metrópoli que incluya la ciudad capital más algunas de las comisarías del propio municipio, que además de rodearla, tienen una población considerable y forman parte indisociable de la dinámica urbana.7

En todo caso, en tanto no se definan claramente en el sentido político y administrativo los componentes de la urbe y se elaboren datos considerándola como un área metropolitana, seguirá habiendo sub registro o traslape en los datos. De cualquier manera, sea el municipio o la ciudad capital, la situación de Mérida es privilegiada. Por regla tanto la ciudad como el municipio homónimo, si se la compara con las demás localidades del estado, tiene una mayor concentración de escuelas, centros de salud, establecimientos de educación superior, empresas industriales o de bienes y servicios, lo que redunda en mayores posibilidades de escolarización, profesionalización y de consolidación de trayectorias laborales. Por otro lado, el equipamiento urbano, incluido transporte, alumbrado, asfalto, agua potable, abarca a más habitantes y es de mejor calidad que en el interior del estado. Asimismo, existe un mayor número de domicilios que cuenta con inodoros y el servicio de recolección de desechos sólidos orgánicos e inorgánicos (que contrasta con las todavía persistentes prácticas de defecación al aire libre y quema de basura, frecuentes en muchas comunidades). Todo lo anterior hace que en Mérida se tengan condiciones sanitarias, económicas, sociales y culturales, en fin, de existencia material, mucho más favorables que en el resto de Yucatán, lo cual, como se verá más adelante, repercute en los procesos de movilidad social ascendente.

De hecho, como se puede ver en los datos de Serrano et al. (2002), basados en el xii Censo Nacional de Población y Vivienda, desagregados específicamente para la población indígena, se pueden corroborar las ventajas de Mérida vis h vis de Yucatán. Tomemos algunos de los más relevantes para contextualizar la situación: en lo que se refiere a escolaridad, en el estado de Yucatán sólo el 23.2% de la población indígena mayor de 15 años tiene educación posprimaria, mientras que para el municipio de Mérida ésta alcanza el 45.3%. En lo referente a los ingresos, de la población maya del estado, el 16.3% tiene ingresos de más de dos SM, mientras que en Mérida el porcentaje sube a 27.8%. En lo que se respecta a la vivienda, la población indígena del interior tiene condiciones de vida material más precarias pues el 9% habita en casas con piso de tierra, 35% no tiene instalaciones sanitarias (baño con inodoro), el 14% carece de agua entubada, el 7% no tiene energía eléctrica y el 60% cocina con carbón y/o leña. Para el caso del municipio meridano, por el contrario, sólo el 2.4% de las viviendas tiene piso de tierra, menos del 10% carece de agua entubada, menos del 16% no cuenta con instalaciones sanitarias, menos del 2.8% no posee energía eléctrica y sólo el 18.8% cocina con leña y/o carbón.8

Para corroborar la desventaja socioeconómica y cultural entre los mayas urbanos residentes en Mérida y los del interior del estado, el trabajo de Bracamonte y Lizama (op. cit.) permite aún mayor especificidad. En lo referente al rubro de "escolaridad de los jefes de familia", se tiene para el estado que 1.24% de los mayas concluyeron la preparatoria, 0.22% tiene una licenciatura trunca, 0.36% culminó estudios de licenciatura y un 0.66 % tiene estudios técnicos con secundaria terminada. Las ventajas en este renglón son visibles para el caso meridano, aquí 3.94% terminaron la preparatoria, 1.57% concluyeron una licenciatura y 1.57% tienen estudios técnicos con secundaria terminada (no hay casos de licenciatura trunca). En la cuestión salarial las asimetrías también son considerables. Los jefes de familia que reciben entre cuatro y cinco SM son menos del 0.8% a nivel estatal, mientras que en el municipio de Mérida, la proporción asciende a 2.36%. En Yucatán, quienes reciben más de seis SM representan el 0.22 % y el 0.80 % en Mérida.9 Por otro lado, según la encuesta señalada, quienes no recibieron ingreso en la semana anterior a la entrevista, sumaron un 28.30% para Yucatán y 20.47% para Mérida. Esta situación de asimetría en las condiciones de existencia material entre la capital y el resto del Estado nos sirve para comprender con mayor cabalidad los procesos que en adelante referimos.

 

Origen familiar y situación en las comunidades de origen: condición escolar y profesional de los padres de nuestros entrevistados

Ninguno de nuestros entrevistados nació en Mérida y, sin embargo, todos han hecho sus estudios superiores y están haciendo su vida profesional en esa ciudad. Todos son residentes del municipio aunque tenemos dos casos que, por razones de estudio hacen estancias en el extranjero. Los informantes son de origen diverso: dos son del propio municipio de Mérida, pero de alguna comisaría que en su momento fue rural y no estaba conectada a la capital; tenemos dos casos que vienen del vecino estado de Campeche, mientras que los demás son originarios de otras localidades situadas en el interior del estado de Yucatán (cfr. cuadro al final del texto). Si bien es cierto que algunos nacieron en zonas urbanas como Ticul, Muna, Tizimín, hay que decir que se trata de localidades muy pequeñas, que incluso hoy en día no pasan de algunas decenas de miles de habitantes. De hecho, Tizimín, que es la más poblada, según el último censo no llegaba a los 40,000 habitantes (INEGI: 2001). En otros casos, los entrevistados provienen de localidades que según los parámetros oficiales, incluso hoy en día no pueden considerarse poblaciones urbanas pues no llegan a los 2,500 habitantes, tal es el caso de Dzoncahuic, Xayá y Yokdzonot.

Si esto es así ahora, podemos imaginar cómo era décadas atrás, cuando nuestros entrevistados eran infantes. En este sentido, la dimensión de la localidad de origen es importante porque, al menos en el caso mexicano, está marcada por cierta situación estructural que, a su vez, determina las posibilidades de acceso a condiciones de vida material más favorables, por ejemplo, una localidad que no tiene industria o servicios especializados (independientemente de que sean públicos o privados) predispone a sus residentes al trabajo agrícola que, por lo demás, es el que recibe los ingresos más bajos. Asimismo, por regla, en las pequeñas localidades se carece de un adecuado equipamiento de servicios básicos como escuelas y centros de salud y modernas vías de comunicación, ya no se diga internas, sino que las conmuniquen con el exterior. Esto cambia para las localidades de mayor tamaño en las que hay mejor equipamiento y, desde luego, diversificación de las actividades económicas.

Ahora bien, la relación entre el tamaño de la localidad y la consecuente diversificación económica tiene consecuencias importantes en las oportunidades de empleo, sobre todo en aquellas distintas al trabajo agrícola, que en un momento dado se pueden convertir en el acicate para salir de la pobreza extrema e iniciar ciclos domésticos con mejoras socioeconómicas, al tiempo que se brinda a los hijos mayores oportunidades escolares, sanitarias, médicas, entre otras. Por ejemplo, el padre de nuestra entrevistada Pilar únicamente cursó primero de primaria pero pudo ingresar al trabajo fabril en una ladrillera de Tizimín. El señor había sido campesino, pero eso no le permitía mantener a su familia, lo que lo llevó a emplearse como obrero. El trabajo fabril formal, con prestaciones de ley, no hubiera sido posible en una localidad menor y, a sus hijos, el hecho de vivir en Tizimín les abría la posibilidad de cursar hasta la preparatoria sin tener que salir a otro lugar, a diferencia de otros casos que referiremos más adelante, en los cuales si se quería avanzar en los grados de estudio se hacía necesario un desplazamiento geográfico.

Pero vayamos por partes. Para ver el proceso transgeneracional de movilidad geográfica, social y de clase, comencemos por analizar los niveles de escolaridad de los padres de nuestros entrevistados. Los progenitores varones en su mayoría tuvieron escasa educación formal, incluso uno entre ellos careció de cualquier tipo de instrucción. Lo más común para la generación precedente fue que cursaran sólo los primeros años de educación primaria (cinco casos), esto debido a que en sus comunidades de origen no había posibilidad de continuar más allá del 4° grado. Como ya se anticipó, en estas circunstancias, quienes querían terminar con la educación primaria, estaban obligados a desplazarse a una localidad mayor, casi por regla, una cabecera municipal.

En función de los relatos se evidencia que este tipo de desplazamientos para seguir los estudios no fue un asunto menor pues, en primera instancia, ir a la escuela fuera de la localidad de residencia tenía varias implicaciones: tiempo, disponibilidad de transporte y, desde luego, está la cuestión económica. En principio, los desplazamientos suelen ser largos y repercuten en el deber de ayudar a los padres con las faenas del campo, lo cual a su vez tiene costos financieros. En cuanto al transporte, esto podía ser un verdadero impedimento. En los casos más afortunados se podía contar con una bicicleta para hacer el trayecto, de lo contrario, era necesario pagar trasporte público —cuando lo había—, lo cual resultaba demasiado caro para una familia campesina. Sin embargo, lo más común resultaba que ni siquiera hubiera servicio de transporte público permanente para poder ir a la escuela, lo que explica en cierta medida por qué la mayor parte de los padres de nuestros entrevistados no pudieron concluir la primaria. Sólo el padre de Ignacio se decidió a terminarla fuera de su localidad de origen (Dzoncauich). Esto lo consiguió a costa de un gran esfuerzo personal y familiar, pues por un lado dejaba de ayudar en las labores agrícolas y por el otro tenía que hacer un recorrido diario de siete km en bicicleta para llegar a la escuela a Tekax (por lo demás, cabecera de otro municipio) y otro tanto igual para regresar a su casa. En éste, como en los demás casos, la inversión financiera y en tiempo para dedicarse a los estudios resultaba francamente onerosa en un medio sociocultural y laboral en el que, por lo demás, la escolarización no era altamente valorada.

De hecho, en la lógica del medio rural, la generación precedente no motivaba a los hijos a continuar los estudios porque resultaba más importante trabajar desde temprana edad dado que la escolarización, por la inversión financiera y de tiempo que exigía, podía tornar aún más precarios esos hogares, que ya de por sí padecían el rigor de la pobreza.

Pese a todo lo anterior, hubo quienes por decisión individual y no familiar, vislumbraron en la escolarización una posibilidad para lograr un mejor nivel de vida. Entre ellos, encontramos tres casos de personas que hicieron estudios de secundaria técnica: dos de normal media10 y uno de técnico agropecuario, lo que les permitió ser maestros rurales. Una actividad profesional que es común entre la población maya, lo que nos lleva a suponer que se trata de un nicho en la estructura del mercado de trabajo, en el que hay una presencia importante de profesionales de origen étnico.11

En los oficios de los padres de nuestros informantes también vemos cierta movilidad laboral. Como ya se refirió, al comienzo de su vida productiva éstos tuvieron que ver con el medio agrícola, pero sólo dos fueron campesinos toda su vida. Los demás, en la medida que el campo iba perdiendo dinamismo y los condenaba a la pobreza, lo fueron abandonado para dedicarse a otra actividad económica. Lo habitual fue que el tránsito a un oficio que no exigiera mayor calificación y que se pudiera aprender "sobre la marcha" como el de obrero o albañil, incluso uno se hizo sastre. Los que optaron por este camino, después de una vida de trabajo experimentaron una mejora en el plano de los ingresos y de la calidad de vida, pero en estos casos no podemos considerar que se tratara de experiencias de movilidad de clase, sino estrategias para salir de la pobreza; de hecho, más que de movilidad de clase se podría hablar del tránsito de la pobreza rural a la marginación urbana.

Para ilustrar más esta situación es conveniente resaltar algunos casos de manera más específica: el padre de Román dejó el campo para volverse albañil, lo que al paso de los años le permitió acceder a otro empleo aún mejor: trabajar en las reparaciones de la zona arqueológica de Uxmal y, con el pasar de los años, convertirse en uno de los vigilantes del sitio. Como ya lo referimos, el padre de Pilar dejó el trabajo agrícola para insertarse en el mundo fabril, principalmente porque siendo campesino milpero no podía mantener a su numerosa familia. En cuanto al padre de Raquel, éste abandonó las labores agrícolas en San José Tzal para probar suerte en Mérida, donde se volvió sastre, para laborar como asistente en una pequeña empresa de reparación y elaboración de prendas de vestir. En los tres casos, el cambio de actividad fue fundamental para mejorar las condiciones de vida de la familia, pues no sólo el ingreso fue más alto; más importante aún fue tener empleo formal pagado con prestaciones de ley como aguinaldo, prima vacacional, ayuda por incapacidades médicas por enfermedad o lesión y demás prestaciones como la seguridad social, que implica atención médica sin costo para los miembros de su hogar. En fin, se trata de un conjunto de ventajas que no se tienen en el empleo agrícola y que terminan siendo fundamentales para salvar de la pobreza extrema a hogares con tantos miembros como estos.

Por otro lado, en el caso de los padres de nuestros entrevistados que lograron escolarizarse a nivel de secundaria técnica y que se dedicaron a la docencia, desde el comienzo de su trayectoria tuvieron estas ventajas sociales, más las derivadas del trabajo en el sector público, lo que se tradujo de manera más rápida en cierta movilidad social y, en estos casos, hasta de clase. El padre de Lilia pasó de ser maestro rural a director de escuela y a supervisor de zona (siempre rural). El de Ignacio fue supervisor en una empresa estatal desfibradora de henequén y con la crisis derivada del precio de este agave se vio obligado a emigrar a Mérida, en 1979. Gracias a su trayectoria laboral en Dzoncauich y por sus conocimientos de manejo de inventarios y manejo de personal, logró en la capital del estado un trabajo de oficina como asistente contable, lo cual, al paso de los años le permitió hacer ahorros y volverse propietario de su propio negocio: un tendejón.

Ahora bien, en lo que respecta a escolarización y trayectorias profesionales, existen grandes asimetrías de género entre los padres y las madres de nuestros entrevistados. Ha habido y sigue habiendo barreras importantes para que las mujeres mayas se escolaricen e incluso trabajen en empleos remunerados. Esto acontece, desde luego, en mayor medida para aquéllas de familias rurales.

Entre las madres de los entrevistados tenemos más casos de nula escolaridad (tres); otras tres tienen la educación primaria trunca y tres más la terminaron. Sólo la de Gilberto tiene estudios de secundaria técnica con secretariado. Al respecto conviene insistir una vez más que la localidad de origen puede influir considerablemente en las posibilidades de escolarización y de inserción profesional. En efecto, la madre de Gilberto, residente de Ticul, pudo estudiar la carrera técnica hace más de 30 años pues ahí, como en otras localidades de talla mediana, comenzaron a aparecer las primeras escuelas profesionalizantes a nivel técnico para mujeres, muchas de origen maya, justamente porque el mercado de trabajo estaba abriendo espacios para ellas, algo impensable en las comunidades más pequeñas y rurales donde las escuelas ni siquiera impartían la primaria completa. En los demás casos, la cuestión de la escasa o nula escolaridad de las madres, indígenas de medio rural, a decir de nuestros entrevistados, se debió a la prohibición expresa de los padres o de los esposos. El impedimento para seguir estudiando se debía a que no era "bien visto" que una mujer trabajara y se dedicara a otra cosa que no fueran las labores del hogar.

De hecho, salvo el caso de la madre de Gilberto que fue secretaria y la de Raquel, que en algún momento se dedicó al comercio en vía pública, la actividad de las madres de nuestros entrevistados fue en todo momento la de ama de casa. Es de destacar que el hecho de dedicarse al hogar implicaba para algunas el desempeñar en la unidad doméstica actividades que reportaban ingresos, como las que los propios informantes denominan "economía de traspatio", es decir, la cría y venta de animales de corral, así como la recolección y venta de frutos de los árboles de su solar.

Sin embargo, aun con la baja escolaridad, hay algunas mujeres que tuvieron un nivel equivalente o superior al del marido. En estos casos, se evidencia mayor autonomía y poder de negociación en el ámbito doméstico, lo que se traduce en más peso en las decisiones familiares. La ventaja escolar y la autoridad que esta situación otorga influye de manera determinante en la educación de los hijos. Por ejemplo, cuando el padre de Pilar quiso imponer la decisión unilateral de que las hijas no estudiaran, la madre (que cursó hasta 4° de primaria) le respondía "cállate que eres un burro", haciendo alusión a que él no podía opinar por haber cursado sólo 1° de primaria. En el caso de Raquel, su madre (con la primaria completa, casada con un campesino con estudios hasta 2° de primaria) decidió que "para que sus hijos no comieran sólo tortillas con sal y tomate y pudieran estudiar, tenía que ponerse a trabajar". Fue así que se convirtió en vendedora ambulante en Mérida, muy a pesar del marido, de sus propios padres y de sus suegros, quienes la regañaban insidiosamente porque "descuidaba a sus hijos". De hecho, en esta familia fue un gran conflicto que las hijas pudieran continuar estudiando. Raquel tuvo la oportunidad de cursar la preparatoria, sin embargo, su padre le dijo que "ya no la podía apoyar", pero no era por falta de recursos sino porque no quería que estudiara, pues no tenía ánimo de volver a confrontarse con los suegros y con sus propios padres, como cuando su mujer decidió irse a trabajar de vendedora ambulante. La postura de la madre fue irreductible: "mis hijas van a estudiar y no se van a casar jóvenes. No quiero que mis hijas pasen lo que yo".

En el caso de la mamá de Tomás, ella ayudaba, como los demás miembros de la familia, en el urdido de hamacas que luego se vendían a intermediarios que —a su vez— las llevaban a revender a Mérida. Fue la actividad de la madre, complementada con la ayuda de los hijos, lo que permitió que hubiera ingresos suplementarios y abrió la posibilidad de que el marido diera autorización para que éstos estudiaran. Por su parte la madre de Gilberto, gracias a su escolaridad y a su oficio, pudo asumir el gasto que implicaba la crianza de sus hijos durante el tiempo en que no recibió pensión alguna por parte del marido, que la abandonó.

Sin embargo, y pese a estas experiencias, nos permitimos recalcar que incluso en estos casos de autonomía y mayor poder de negociación por parte de algunas mujeres en el ámbito doméstico, no se puede pasar por alto la asimetría de género que afrontan las mujeres mayas dificultándoles una mayor escolarización y, por lo tanto, el poder integrarse a empleos mejor remunerados.

Como se ha visto en este apartado, una constante en los hogares de origen de nuestros entrevistados es la baja escolaridad de los progenitores, ya que aunque algunos lograron estudios técnicos, éstos no llegaron más allá de la secundaria. Otra constante que hay que destacar es que la actividad económica de todos los padres, incluso para los que tuvieron educación formal a nivel técnico, tuvo que ver con el medio rural, aunque todos las fueron abandonando con el paso del tiempo para ocuparse en actividades no agrícolas. Este cambio se entiende por la crisis del campo que en el país ya lleva casi tres décadas y que en el caso de Yucatán se hizo sentir con mayor fuerza para aquellos que trabajaban en zonas henequeneras.

La precariedad fue otro común denominador en los hogares de origen de nuestros entrevistados. Como ya se mencionó, hubo un cambio cualitativo importante en el paso de la pobreza rural a la marginación urbana, sin embargo, la precariedad no se superaba sólo por la situación socio profesional del jefe de familia, pues esta ventaja sociocultural y económica no se traducía en mejores condiciones materiales, en parte por tratarse de hogares muy numerosos, lo que habla de que incluso entre aquellas mujeres con escolaridad mayor o equivalente a la del marido no tenían prácticas de control natal. Por otro lado, en nuestro grupo, los casos de hogares con jefatura femenina, víctimas del abandono o el divorcio, la escolarización de la madre resultó el factor determinante, pues si bien el hecho de ser mujeres mayas las hacía particularmente vulnerables, la escolarización resultó ser el mejor paliativo contra la pobreza. Mientras la madre de Marcelo, siendo analfabeta, al ser abandonada cayó en una situación de pobreza extrema, la de Gilberto, con estudios de secundaria técnica secretarial, pudo sortear con mayor solvencia el trance de vivir sin un hombre que aportara ingresos o una pensión para los hijos.

En el tránsito de una generación a otra se constatan algunos importantes cambios socioculturales, dentro de los cuales, los más destacados parecen estar ligados unos con otros de manera muy estrecha: el paso del medio rural a otro más urbano, la baja en la natalidad y el aumento en el valor otorgado a la educación escolar. Esto se evidencia si consideramos que para nuestros entrevistados, en todos los casos, se lograron mayores niveles de escolaridad, si se compara con la de los padres, en buena medida porque en el referido tránsito se hizo obvio para estas familias que, si querían lograr mejoras socioeconómicas, era necesario cursar más años de estudio, pues el mercado de trabajo progresivamente dejaba de ser rural y el medio urbano exigía mayor calificación; además de que predisponía a un estilo de vida que también implica una menor tasa de natalidad.

 

Trayectorias de movilidad geográfica, escolarización y profesionalización como vehículos de ascenso social

Al proceso que consiste en dejar la localidad de origen en busca de mejores oportunidades de escolarización y/o de trabajo, lo que a su vez trae aparejado un traslape entre movilidad geográfica y movilidad social la sociología británica lo conoce como spiralism, término que se refiere principalmente a las trayectorias de individuos que logran posiciones de clase media (Savage et al., 1992). En nuestro país existen pocos trabajos al respecto, de hecho, los que conocemos abordan la cuestión como algo tangencial, destacando principalmente la movilidad de clase de familias de origen en sectores populares urbanos (Esteinou, 1996; Zamorano, 2003 y López Santillán, en prensa, para el Distrito Federal; Icazuriaga, 1999, para el caso de Querétaro), sin embargo, más allá del trabajo de Gutiérrez Chong (2001) enfocado más bien a la relación de la intelligentsia indígena y su relación con el Estado mexicano, no parece haber todavía investigaciones sobre trayectorias de individuos que teniendo origen rural, pobre e indígena, hayan logrado posiciones sociales aventajadas en el medio urbano.

En este apartado queremos adentrarnos en ese proceso para el caso de los mayas yucatecos que se han desplazado hacia la ciudad de Mérida en busca de mejores oportunidades de estudio o de empleo, planteado a partir de las trayectorias escolares y profesionales desde antes de la llegada de los individuos a la ciudad, justamente para entender el proceso en el plazo de una historia de vida.

En todos los casos aquí referidos, los informantes comienzan su escolarización en sus localidades de origen, pero el paso a niveles más elevados estuvo marcado por la movilidad geográfica. Algunos lo hicieron desde muy jóvenes, otros hasta el nivel superior. Se puede apuntar, de hecho, que sin el desplazamiento a alguna localidad mayor, la continuación de sus estudios no hubiera sido posible, pues como ya se refirió, en los casos de las comunidades más pequeñas, lo que para la generación precedente no permitía la escolarización más allá del 4° año de primaria, para la generación actual no pasa de la telesecundaria. Es el caso de Xayá, de donde es originario Gonzalo, quien para poder estudiar la secundaria y el bachillerato en sistema escolarizado, tomó la decisión de desplazarse hasta la cabecera municipal. Aquéllos que tuvieron la fortuna de vivir en localidades de mayor tamaño pudieron posponer su salida, sin embargo, para hacer estudios superiores era indispensable pasar por Mérida, pues no había posibilidad de hacerlos en el interior del estado.12

En todas las trayectorias escolares de nuestros entrevistados las instituciones de enseñanza pública básica fueron fundamentales en dos sentidos. El primero tiene que ver con la instrucción oficial que, desde épocas de los liberales del xix y hasta la fecha, se ha planteado como uno de sus objetivos más importantes la integración y la construcción de la identidad nacional a partir del debilitamiento de disparidades étnicas, rural-urbana, regionales, enfocándose en la uniformidad y continuidad culturales de la Nación (Gutiérrez Chong, op. cit., capítulo 4). El segundo tiene que ver con el costo de la educación: para nuestros informantes las escuelas privadas, por los precios, eran inabordables. Quienes realizaron parte de sus estudios en el sector privado de la educación lo hicieron gracias al apoyo de instituciones como la Secretaría de Educación Pública que les otorgó una beca que cubría parcial o totalmente el costo de sus estudios. Éste fue el caso de Pilar, quien fue becaria a nivel preparatoria, y de Ignacio y Gonzalo que lo fueron a nivel licenciatura. En el caso de los dos últimos resulta relevante señalar que estudiaron en una academia privada de tipo profesionalizante en licenciaturas cortas.13

Para los varones más veteranos del grupo de informantes, en su proceso de escolarización los "internados" jugaron un papel fundamental, lo mismo que las escuelas normales rurales que dejarían de existir, a decir de Marcelo (profesor, 60 años), durante los gobiernos de Díaz Ordaz y de Echeverría porque "los consideraban los semilleros de los grupos guerrilleros". Estos internados y las normales rurales eran instituciones creadas para niños indígenas: hijos de campesinos en situación de pobreza, huérfanos o hijos de maestros rurales. Marcelo y Román, que estudiaron en este tipo de instituciones, corresponden a la primera categoría. Marcelo vivía en condiciones de pobreza extrema, según recuerda, "era muy flaquito, iba siempre con la misma ropa e iba descalzo a la escuela". Su maestro de primaria lo notó y le propuso que se fuera al internado. El profesor convenció a su mamá y a su hermano mayor que esa sería la única posibilidad que tendría para "salir adelante". Él relata:

...mi mamá y mi hermano apenas pudieron pagar el pasaje de Yokdzonot al Internado de Balantún [en Timuy, Yucatán]... cuando llegué a ese internado llegué a un paraíso, construcciones preciosas, era una hacienda donde cultivaban caña de azúcar y yo al verlo, a comparación de mi casita de paja sin puertas, entonces enseguida miré el cambio radical, yo ahí conocí el concepto de cena porque nuestra alimentación en la primera etapa de mi vida era a base de tortillas, frijoles sal y agua, sólo dos comidas y ahí seguí haciendo mi primaria.. .cuando me ingresaron tenía siete, iba yo a cumplir ocho años.

Una vez terminada la primaria, Marcelo ingresaría a otro internado en San Diego (Tekax), donde se capacitaban a los alumnos para ser profesores de educación primaria. Él advierte que si bien no era su verdadera vocación, sí resultaba la única posibilidad que se le abría para salir de la pobreza. Así que decidió culminar sus estudios y, luego de cinco años de servicio, decidió estudiar en Mérida la Normal Superior para dar clases a nivel bachillerato, logrando enrolarse en la primera generación (1970). En aquel entonces se podía cursar la Normal en cursos de verano con una duración de seis años, lo que le permitió seguir trabajando durante el año escolar y estudiar durante las vacaciones. Egresó de la Normal Superior en 1976 y después de dar clases en educación media superior, en 1982, logró concursar y obtener una plaza de docente en Universidad Pedagógica Nacional (plantel Mérida).

Para Román la situación fue similar, aunque él no venía de un hogar tan pobre y quizás eso explique que haya logrado una trayectoria escolar más larga y, a la postre, el haberse ubicado en un medio laboral más competido y mejor pagado, que no corresponde a la docencia a nivel medio, la cual parece ser uno de los nichos de trabajo donde se identifica una importante presencia de miembros de origen maya. Román estudió la primaria en su localidad de origen; al terminarla también ingresó al "internado" de San Diego (Tekax). Ahí estudió la secundaria técnica agropecuaria en tres años. Al igual que a Marcelo, el hecho de ser interno le hacía beneficiario de una beca destinada a campesinos mayahablantes o hijos de maestro rural, la cual incluía, además de techo y estudios, trabajo, ropa, comida y "un poquito" de dinero para sus gastos de desplazamiento a su comunidad de origen durante las vacaciones. Una vez que terminó su secundaria se trasladó a la capital del estado para estudiar el bachillerato (técnico) en el Instituto Tecnológico de Mérida, luego trabajó algunos años como técnico en Teléfonos de México y volvió a la misma institución para cursar una ingeniería, la cual terminó, aunque no obtuvo el título.

Para algunos de los informantes más jóvenes a quienes ya no les tocó la vida en los "internados", fue gracias a otra institución pública que pudieron continuar sus estudios a nivel medio superior. A Raquel (27 años), Leopoldo (30 años) y Gilberto (32 años), el Consejo Nacional de Fomento Educativo (CONAFE) les otorgó estímulos para hacer su bachillerato a cambio de que cumplieran un servicio social como "instructores comunitarios", lo cual implicaba alfabetizar y dar cursos de primaria a jóvenes mayahablantes en pequeñas comunidades remotas por dos años y recibir una beca durante cinco.

Ya que nos referimos a la educación superior a la que accedieron estos cuatro entrevistados, es importante destacar que ésta se llevó a cabo en Mérida, en instituciones públicas estatales, que son —más que las academias profesionalizantes privadas— las que reciben estudiantes con el perfil de migrante de origen rural y con adscripción étnica a un grupo indígena. Así pues, tenemos que en la Universidad Autónoma de Yucatán, Pilar estudió Arqueología; Tomás, Medicina; Gilberto, Antropología; Leopoldo, Historia, y Raquel, Educación. En el Tecnológico de Mérida, Román estudió ingeniería en tanto que Marcelo estudió en la Escuela Normal del Estado de Yucatán. Por otro lado, en dos casos, el de Gonzalo y Leopoldo, una vez terminada la licenciatura en una Universidad pública, buscaron posibilidades de continuar con estudios de posgrado, lo consiguieron beneficiándose de becas que otorga una fundación privada (la Ford Foundation). El papel que juega ésta en la alta escolarización de la población de origen étnico es fundamental pues se trata de becas dirigidas exclusivamente a este tipo de estudiantes en función de una política de "cuotas para minorías". Al respecto, convendría indagar más sobre los resultados del otorgamiento de este tipo de becas pues es evidente que incide en la alta escolarización y profesionalización de algunos estudiantes de origen indígena. Sin embargo, resulta curioso que este tipo de financiamientos pareciera no influir en las condiciones estructurales de estos grupos, promoviendo al igual que los "internados" y las becas del CONAFE, lo que podría ser una "salida individual". Con esto queremos decir que no es la comunidad, sino el individuo quien, a la larga, es el único con posibilidades de mejora social, profesional y económica, pues otros miembros —la mayoría— de la misma comunidad no tienen las mismas oportunidades. De hecho, estos programas de becas y estímulos financieros al tener impacto sólo en casos individuales y estar destinados a cierto tipo de estudios, también pueden influir en la creación de nichos laborales, si bien de alta especialización, destinados a población de origen étnico.

Por otro lado, la asimetría de género en lo referente a la educación de aquellos con origen étnico es irrefutable. De hecho, incluso entre las más jóvenes, la situación de las mujeres que deciden hacer sus estudios las deja en franca desventaja con respecto a los varones. Desde niñas, Lilia, Pilar y Raquel, además de sus estudios, tenían que cumplir con una cuota de deberes domésticos que implicaba preparar alimentos, asear la casa, lavar la ropa y atender al padre y a los hermanos. Asimismo, estas mujeres tuvieron que enfrentar a sus padres (varones) e incluso a sus abuelos y abuelas que no querían que continuaran con sus estudios. Por ejemplo, a Raquel y Pilar se las desmotivaba para que no hicieran el bachillerato, les decían que para qué estudiaban si iban a estar en sus casas, incluso cuando les tocó hacer examen de admisión a la Universidad les dijeron algo similar a ambas, en el sentido de que para poder entrar se necesitaban "palancas".

Esta situación de asimetría de género de hecho, la encontramos incluso en el ámbito de los estudios profesionales por los que se inclinan las mujeres, pues por regla, corresponden a espacios con fuerte presencia femenina. Lilia y Raquel son profesoras y Pilar, aunque no estudió la Normal, ejerció durante largo tiempo ese oficio. El hecho de ser prácticamente condenadas a optar por espacios marcados por el género las hace más proclives a recibir menores ingresos que aquellas mujeres que prefieren otras formaciones. Incluso, esta elección profesional las coloca en desventaja socioeconómica con respecto a las hijas de las familias de la clase media meridana que no tienen origen étnico maya y que son motivadas a estudiar otras licenciaturas menos marcadas por el género y que, a la larga, les permiten desempeñarse en puestos mejor remunerados.

Por su parte los varones, excepción hecha de los que estuvieron en los internados, tuvieron que trabajar a la par de sus estudios porque la situación económica de sus hogares así lo exigía. Los oficios en los que se desempeñaron en sus localidades de origen fueron de lo más diverso, siempre caracterizados por ser empleos de subsistencia; entre otros, despencando henequén en una desfibradora, conduciendo un tricitaxi o como vendedor de frutas o helados o en un puesto callejero (de comida o de cosméticos). Sin embargo, ya siendo residentes de Mérida y una vez en el proceso de avance en el nivel escolar, progresivamente se integraron a empleos en los que las condiciones físicas en las que laboran y —desde luego— los ingresos van mejorando. De esta manera se evidencia el tránsito de oficios de baja remuneración a otros de mejor calidad e ingreso que exigen mayor calificación; por ejemplo, nuestros informantes, mientras estudiaban su licenciatura, trabajaron como profesores de preparatoria, asistente de editor de una revista literaria, miembro de una ONG, becario apoyando trabajos de investigación de archivo o como traductor de textos del maya al castellano. Pasada esta etapa, salvo los becarios que están haciendo sus posgrados, el resto de los entrevistados se instalaron en posiciones profesionales ligadas a su formación y que corresponden a las categorías profesionales propias de la clase media asalariada, tanto por los ingresos, como también por el tipo de trabajo y medio laboral.

Así pues, vemos dos etapas de movilidad laboral, por un lado, el ya referido tránsito de actividades de subsistencia a otras de mayor estatus, y más tarde el paso a otras labores marcadas por el ejercicio de una profesión. En este último estadio se dan también cambios continuos de un empleo a otro, siempre marcados por los deseos de mejorar tanto a nivel de la satisfacción personal y laboral, como por perspectivas de ingresos más elevados.

Al respecto los datos son abundantes. Lilia se fue a al Distrito Federal a Estudiar la Normal Superior cuando todavía no existía una en Mérida, trabajó en aquella ciudad, lo mismo que en Tampico y Ciudad Madero (Tamaulipas); luego decidió establecerse en Mérida porque a diferencia de Campeche, de donde es originaria, encontró posibilidades de éxito profesional. Por su parte Ignacio, luego de seis años de trabajar como profesor en "grupos integrados"14 en Cancún; al no encontrar perspectivas de ascenso y considerar que el "estilo de vida allá está marcado por el vicio", decidió que era momento de regresar a Mérida. Ahora que está aquí, lleva cuatro años en su trabajo como profesor de primaria de grupos de niños con discapacidad auditiva, pero tiene pensado cambiar una vez más, pues su actual trabajo "ya no es grato y se ha vuelto monótono". La situación de Pilar es similar, ella ha cambiado de trabajo siempre que se le ha presentado la oportunidad de mejorar. Lo hizo cuando truncó sus estudios profesionales y regresó a Tizimín, pero luego de un tiempo se cansó de dar clases en una preparatoria local y se fue a trabajar a una dependencia de Gobierno; luego de cuatro años y al ver que no le daban "su plaza", decidió mudarse a Mérida donde comenzó a dar clases a nivel preparatoria. Después, trabajó en otra institución estatal como asistente; más tarde le ofrecieron un cargo de coordinadora en otra dependencia, la cual aceptó, pero a los tres años consideró que su sueldo no era justo y decidió trabajar por cuenta propia. Román, a su vez, con una trayectoria más lineal, después de haber trabajado varios años en Telmex, logró ingresar como controlador de vuelos en el aeropuerto de Mérida, puesto que sigue desempeñando hasta la fecha, mientras prepara su retiro montando su propia empresa de informática e instalación de redes.

Estas experiencias, como muchas otras, contrastan con la visión de que la población indígena puede resistir situaciones de maltrato e injusticia y permanecer indefinidamente en un empleo frustrante o mal pagado. Aquí se evidencia que, por el contrario, la movilidad laboral tiene el sello de la búsqueda de puestos con sueldos más elevados o en ambientes más gratificantes, una característica común de las valoraciones que hacen del trabajo los profesionistas. Al respecto existe una vasta literatura sobre la importancia que tiene el medio laboral para la clase media en cuanto a la valoración del éxito personal, la definición del estatus, el estilo de vida y la cultura material. De hecho, lo más común es que los profesionistas de clase media en medio urbano no se conformen sólo con tener un empleo, sino que, además, es de suma importancia que éste les permita desarrollar su creatividad, que no los condene a la monotonía o se vuelva una experiencia frustrante, porque cuando eso sucede, se consideran las posibilidades de cambio (excepto, tal vez, en los momentos de recesión económica cuando el mercado laboral está deprimido). Atrás de dicha actitud está un mundo de representaciones simbólicas que presupone que para los profesionales el trabajo debe ser estimulante, a la vez que un mecanismo para mejorar permanentemente, como si en este grupo existiera la convicción generalizada de que en las trayectorias laborales no puede haber retroceso o estancamiento (López Santillán, en prensa). Al respecto se puede confirmar que estas mismas valoraciones se hacen entre nuestros entrevistados y deja claro que su identidad étnica y su origen no implican que se asuma una vida laboral "estancada", condenada a tareas repetitivas, a un mismo cargo, a un puesto, o a tener que soportar situaciones en las que su trabajo no sea valorado.

 

Consideraciones Finales

Alcanzar altos niveles de escolaridad y vivir en la ciudad siendo originario de una familia rural e indígena, con condiciones de existencia precarias, implica un proceso de aculturación muy complejo que suma variables tan diversas como el uso del español, la adopción y/o aprendizaje de los códigos de vida urbanos, incluidos los estilos de vida y la cultura material. Todas estas experiencias repercuten profundamente en el ánimo de quien las padece y trae aparejado cambios remarcables en el sujeto, sin embargo, no implica que un individuo (o un pueblo) pierda totalmente su cultura para adoptar otra, pues "usualmente se trata de procesos de selección, adecuación, reinterpretación, refuncionalización y resignificación derivado de la interacción" en el que el adulto escoge la adscripción y el grado que de ésta quiere tener o mantener (Krotz, 1997: 27). Estos aspectos, que son insoslayables y que merecen especial atención, no fueron tratados a profundidad en este artículo pero están siendo analizados en un proyecto con mayor alcance.

Por los objetivos propios de esta exposición y por razones de espacio, nos ceñimos sólo a abordar las trayectorias transgeneracionales y las claves del éxito socioprofesional de hombres y mujeres mayas de origen pobre y rural que vieron en Mérida la tierra de la gran promesa. Los que llegaron aquí desde muy jóvenes o ya en edad adulta, siempre consideraron que la ciudad era una opción para "salir adelante" en el plano escolar, laboral, en fin, socioeconómico, porque sabían o intuían que en sus comunidades de origen no tendrían un futuro prometedor como el que se les podría presentar en la ciudad, según lo resume Gonzalo:

...lo que he alcanzado lo he logrado estando aquí, en mi pueblo no hubiera podido. En mi pueblo los chavos terminan la primaria o la telesecundaria y no aspiran a nada, se emborrachan los fines de semana o se dedican a lo de albañil o se van a algo turístico en Cancún; para estudiar o trabajar no hay más en mi pueblo...15

Así pues, en este trabajo nos enfocamos a los casos de movilidad social ascendente que tienen que ver con la escolarización a nivel superior y el desplazamiento geográfico de gente que reivindica su autoadscripción étnica. Omitimos el estudio de casos de ascenso social (que también tenemos registrados) a partir de una identidad encubierta deliberada o de una clara negación del origen étnico, pero ninguna investigación puede obligar a nadie a asumir una identidad que esconde. En tales circunstancias, suponemos que en los censos y encuestas debe haber un importante subregistro del número de mayas, principalmente de aquellos exitosos en el plano socioprofesional, que en zonas urbanas asumen "identidades híbridas" y prácticas múltiples que pueden o no estar disociadas de aquellas que tiene que ver con su origen étnico. Por otro lado, no todos los casos de mayas que han experimentado trayectorias de movilidad geográfica y de clase ha sido por haber estudiado a nivel superior y haber hecho carrera en Mérida. Tenemos registro de procesos de ascenso social gracias a la participación política (afiliación a partidos, sindicatos o por el ejercicio de un cargo) pero también gracias a la recepción de remesas enviadas del extranjero. Estos temas son más complicados de abordar tanto en el plano analítico como en la consecución de evidencia empírica, pero merecen ser estudiados.

Es un hecho que se necesita profundizar en el tema, en primera instancia se requieren más historias de vida, documentar más casos de mayas "exitosos" en el ámbito socioprofesional, incluso más allá de los "nichos" donde éstos parecen tener mayor presencia. Esto, además de arrojar luz sobre un tema poco tratado, permitirá matizar el estigma de que la población autóctona está condenada a la marginación y a la pobreza, condiciones en las que si bien, vive la mayoría, no lo hacen todos. Ahondar en estos aspectos sería sin duda provechoso para la comprensión de los procesos de segregación, "minorización" étnica y exclusión que se viven hoy en día en las relaciones interétnicas en la ciudad.

El ascenso social en los casos aquí presentados pasó por el tránsito a la ciudad y por la escolarización, lo que de manera implícita exige, por un lado, cierto alejamiento de la comunidad de origen (ya no se diga de las actividades agrícolas) y por el otro, también obliga a un buen manejo del español. En la mayor parte de los casos, la experiencia del medio urbano y de la escolarización a nivel superior fue a costa de cierto sufrimiento y nunca exenta de experiencias de discriminación.

En definitiva se requiere indagar con mayor rigor cómo se viven los cambios socioculturales desde la óptica transgeneracional, no sólo entre nuestros entrevistados y sus padres, sino también con su propia descendencia. La cuestión del idioma es crítica pues la lengua maya aun cuando se habla en medio urbano, parece estar amenazada. Los entrevistados reconocen que el hecho de hablar maya les ha servido en el ámbito profesional, lo mismo al médico de la clínica del IMSS, que al estudiante que buscaba un empleo temporal como vendedor en una tienda de zapatos, como para los que pasaron por ONGs o el CONAFE trabajando en comunidades, o incluso los que la enseñan o trabajan haciendo spots para radio o en otras actividades directamente ligadas al rescate y revaloración de la cultura maya desde dependencias oficiales. Quienes tienen hijos piensan que lo mejor es que ellos hablen un español correcto para que no se encuentren en situación de desventaja, de ahí que desde su infancia, al menos entre nuestros sujetos en el medio urbano, se les hable a los niños en castellano para que ésta sea su primera lengua. En el mejor de los casos, algunos hijos "medio le entienden al maya, pero no lo hablan", lo que refleja que la siguiente generación no lo considera importante para su vida escolar ni para su vida profesional, ni como parte de su patrimonio cultural. Es importante analizar si este proceso de movilidad geográfica, escolarización y ascenso social de clase, nos coloca frente a una forma más refinada de asimilación que dejará sentir su efecto en las generaciones subsecuentes.

 

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Notas

1 Agradezco a Ángeles López Santillán y a Enrique Rodríguez Balam sus valiosos comentarios a la versión preliminar de este texto.

2 No conocemos muchas excepciones a esta tendencia salvo, quizá, casos como el de Natividad Gutiérrez Chong (2001) que trata sobre los estudiantes de licenciatura y posgrado y principalmente acerca de los intelectuales indígenas en su relación con el Estado mexicano.

3 Esto se confirma con las estadísticas de los Censos Nacionales de Población y Vivienda del Instituto Nacional de Estadística, Geografía e Informática (INEGI), así como presentaciones de datos más específicas relacionadas con población indígena (cfr. Serrano et al., 2002).

4 Aquí utilizamos indistintamente "mayas yucatecos" o "mayas peninsulares" considerados por Bracamonte y Lizama (2004) como "los miembros del grupo étnico originario de la península de Yucatán, que tienen diversas prácticas que los caracterizan, así como una lengua en común". De hecho, en cualquier pasaje del presente artículo que haga referencia a lo maya me refiero sólo lo que respecta a este grupo en particular.

5 Para una discusión ampliada de estas variables cfr. López Santillán (en prensa).

6 Se toma como referencia el salario mínimo de la Zona C a la pertenecen todos los municipios de Yucatán, según la Comisión Nacional de Salarios Mínimos, instancia encargada de fijar los montos y su cobertura geográfica. El criterio para fijar el monto de ingreso mensual en aproximadamente cuatro salarios mínimos per capita se considera como condición para cumplir con los parámetros de existencia material propios de la clase media. La cuestión se plantea y explica con detalle en el capítulo IV de López Santillán (en prensa).

7 Ése sería el caso de (en estricto orden alfabético) de los "pueblos" o comisarías de Cholul, Caucel, Chichí Suárez, Chablekal, Dzityá, Dzununcán, Komchén, Molas, San José Tzal, Xmatkuil. A éstas se le podrían agregar localidades como La Ceiba, que es una zona residencial de meridanos de alto nivel socioeconómico, pero que está también dentro del municipio y en las afueras de la ciudad. También habría que incluir otras cabeceras municipales como Kanasín y Umán (de los municipios homónimos) que hay que considerarlos como perfectamente integrados a la dinámica metropolitana.

8 Estamos persuadidos que de registrarse los datos, no del municipio, sino de la ciudad de Mérida, las ventajas serían incluso más importantes para la capital, dado que, en los datos municipales se incluyen comisarías y localidades muy pequeñas, incluso rurales, relativamente distantes y bastante más pobres que la metrópoli.

9 Vale referir que el mayor porcentaje de jefes de familia que recibió salario se ubica en la franja de los que ganan entre uno y dos SM: aquí los datos son 26.48% para Yucatán y 25.20% para Mérida, porque en el último caso hay mayor porcentaje que recibe mejores ingresos.

10 Por entonces el título de "normal media" se obtenía a la par que la finalización de la escuela secundaria. Equivalía a un título técnico que facultaba a los egresados a ser profesores en primarias o secundarias rurales. La "normal superior" era un grado que se obtenía a la par del bachillerato. Hoy en día las escuelas normalistas otorgan títulos equivalentes al de licenciatura.

11 En el caso de nuestros entrevistados, son varios los que en algún momento de su trayectoria se han dedicado a la docencia, pero ésta no ha sido su única actividad profesional. Entre ellos se evidencia una mayor diversificación, lo que hace suponer, que pese a la existencia de nichos, al paso de los años se han abierto otras posibilidades de ejercicio profesional.

12 Apenas en otoño del 2006 fue inaugurada la "Universidad de Oriente" en la ciudad de Valladolid, sin embargo, hasta el momento sólo ofrece licenciaturas "profesionalizantes" en Gastronomía, Desarrollo Turístico y Lengua y Cultura Maya

13 Estas instituciones no tienen el prestigio de la universidad estatal o de las universidades privadas pues su oferta se orienta a los miembros de las clases populares que son candidatos al ascenso social pero que, sin embargo, no pueden asumir el costo (en tiempo y dinero) de la educación superior universitaria, por otro lado, la carreras que se pueden cursar en estas "instituciones profesionalizantes" tienen como objetivo insertar a sus egresados en posiciones de clase media precaria si se considera la ubicación en la escala socioprofesional, de actividades como la docencia a nivel medio o de "apoyo", tales como secretariado o auxiliar contable, entre otras.

14 En las escuelas públicas éstos son salones de clase donde "se integra" a alumnos "con capacidades diferentes".

15 En Xayá (municipio de Tekax, Yucatán), hasta la fecha, sólo se pueden cursar la primaria y la telesecundaria.

 

Información sobre el autor:

Ricardo López Santillán. Mexicano. Doctor en Sociología por la Université de la Sorbonne Nouvelle-Paris III (2004). Maestro en Sociología por la misma universidad y licenciado en la materia por la FCPyS de la UNAM (Medalla Gabino Barreda, 1998). Fue becario de la UNAM, el CIESAS, el Gobierno Francés y el CONACyT. Actualmente es investigador de la Unidad Académica en Ciencias Sociales y Humanidades de la UNAM en Mérida, Yucatán. Sus líneas generales de investigación son: estructura de clases sociales y espacio urbano; más específicamente ha trabajado sobre clases populares (en particular comercio callejero) y clase media en la ciudad de México. En la actualidad investiga sobre clase media y etnicidad en Mérida. Entre sus trabajos destacan: "Algunos actores sociales y sus representaciones de la venta callejera en el Distrito Federal" (2004) y Clase media capitalina. Recomposición de su espacio social y urbano: 1970-2000 (En prensa). Miembro del Sistema Nacional de Investigadores. ricardo_lopezsantillan@yahoo.com.mx y lopez@humanidades.unam.mx

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