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Península

versión impresa ISSN 1870-5766

Península vol.1 no.2 Mérida sep./dic. 2006

 

Artículos

 

Francis Drake en la narrativa del argentino Vicente Fidel López

 

Adrián Curiel Rivera

 

UACSHUM, CH, UNAM.

 

Fecha de recepción: 8 de marzo de 2006;
Fecha de dictamen: 6 de abril de 2006. 

 

Resumen

El presente trabajo se inscribe en una investigación más amplia sobre la narrativa hispanoamericana que ha tomado a los piratas del Caribe como argumento central. Dicho corpus literario, compuesto sobre todo por novelas históricas del siglo XIX, no sólo exalta la figura del pirata a dimensiones románticas sino que lo transforma en un símbolo en el cual los narradores de la naciente Hispanoamérica proyectan un ideal de Nación.

Este ensayo persigue dos propósitos. Por una parte, examinar los mecanismos por los cuales el argentino Vicente Fidel López, en su obra La novia del hereje (1855), ensalza al personaje del corsario Francis Drake, quien se convierte en sinécdoque de Inglaterra, el más avanzado modelo de civilización frente al retrato de una España colonial corrupta y decadente. Por otra, proponer una nueva lectura de la novela de López que revalore su calidad literaria a la luz del contexto en que fue escrita, y que tienda lazos entre determinados hechos históricos piráticos y la recreación ficticia que se hace de ellos.

Palabras clave: novela, piratas, Hispanoamérica.

 

Abstract

This paper is part of a larger research work on Hispanic American narrative that focuses on pirates in the Caribbean Sea as its core argument. This literary corpus, composed mainly of historical novels from the 19th century, not only extolled the figure of the pirate to romantic dimensions, but also transformed him into a symbol from which the narrators of a rising Hispanic America projected their ideal of a Nation. The purpose of the present essay is two-fold: on the one hand it aims to examine the mechanisms by which the Argentinean Vicente Fidel Lopez exalts the character of corsair Francis Drake in his book The Heretic's Bride (1855), converting him into a synecdoche of England; then the most advanced model of civilization compared to the image of a corrupted and decaying
colonial Spain. On the other hand, it proposes a new reading of Lopez's novel that reevaluates its literary quality by considering the context in which it was written, and by linking certain piratical historical events with their fictitious recreations.

Key words: Hispanic America, pirates, novels.

 

Uno de los episodios menos estudiados en el ámbito de la narrativa hispanoamericana es el que Enrique Anderson Imbert definiera por primera vez como "paréntesis sobre el tema del pirata",1 esto es, un conjunto de novelas históricas del siglo XIX en las cuales los ladrones y aventureros que se enseñorearon del Mar Caribe entre las centurias XVI y XVIII son recreados como protagonistas o deuteragonistas de la acción novelesca. El asunto del pirata no es, desde luego, exclusivo de la etapa decimonónica. La literatura de Hispanoamérica cuenta con importantes antecedentes coloniales. Algunos de ellos muy conocidos. Por ejemplo: el poema épico Espejo de paciencia (1608) del cubano Silvestre de Balboa, o el heterogéneo Infortunios de Alonso Ramírez (1690), del mexicano Carlos de Sigüenza y Góngora, obra a medio camino entre el relato ficticio y el testimonio documental. Hay otros precedentes citados con menor frecuencia, caso de la narración El desierto prodigioso y prodigio del desierto, compuesta alrededor de 1650 por el colombiano Pedro de Solís y Valenzuela. Pero sean crónicas, odas "nacionales" —como La Argentina (1602) del extremeño Martín del Barco Centenera—, piezas teatrales o primitivos ensayos novelescos, estos y otros textos comparten una rasgo común: anatematizan al pirata que vulneraba la hegemonía económica y política impuesta por España en América a raíz del descubrimiento y el reparto de tierras decretado por el Papa Alejandro VI. Trátese de los piratas franceses durante la guerra franco-española entre 1520 y 1559; de los corsarios ingleses entre 1568 y 1596, cuando las relaciones entre Felipe II y la reina Isabel alcanzan el punto de mayor rispidez; de los holandeses que hostigaban las embarcaciones iberas antes de la paz de Westfalia en 1648, o de los bucaneros y filibusteros dueños del Caribe hasta mediados del siglo ,2 el retrato que la inaugural literatura hispanoamericana hace de ellos es siempre negativo: agentes del demonio, némesis de Dios, herejes protestantes, monstruos depravados. Caracterizaciones de extrema maldad que, paradójicamente, lo tornan un personaje de lo más atractivo para el lector contemporáneo. Incluso un poeta como el arcediano Del Barco Centenera, cautivado por el arrojo y la pericia marina de Francis Drake al cruzar el Estrecho de Magallanes, termina censurando la codicia colérica del corsario inglés, cuyos saqueos a lo largo de las costas de Chile y Perú, por temibles, sólo con dificultad puede referir.3

A partir del Romanticismo, la gran mayoría de los narradores hispanoamericanos que inciden en el tema exaltan las gestas de los piratas y encomian sus acciones sediciosas en perjuicio del absolutismo religioso, político y económico de España, de la cual dichos escritores acaban de emanciparse.4 Éste es un dato fundamental para comprender el "paréntesis pirático" literario, pues el buen crédito de que goza ahora el pirata está vinculado de manera indisoluble a los movimientos independentistas de los nacientes países americanos. Al margen de la circunstancia de que naciones como Puerto Rico y Cuba permanezcan integradas al imperio español hasta la intervención de Estados Unidos en 1898, es indudable que en la literatura hispanoamericana del XIX opera un cambio semántico en el vocablo "pirata", que éste se "resignifica" positivamente. El pirata, o para ser más precisos, su imagen idealizada en la ficción, adquiere el estatus de un símbolo de libertad que, de algún modo, remite al lector a la libertad política recién obtenida. Esto habilita a los literatos que han sufrido en propia carne los complejos y contradictorios procesos de desmembramiento de la Metrópoli, y que viven involucrados en la problemática de su actualidad, para criticar más o menos veladamente los males y taras nacionales, consecuencia de tres siglos de dominación y de un régimen virreinal corrupto e inepto. Nunca se insistirá lo suficiente al subrayar la importancia del papel cívico que en este periodo desempeña el escritor —quien además cumple otras funciones profesionales—, la misión pedagógica que se le adjudica en la sociedad.5

La narrativa hispanoamericana sobre piratas no difiere mucho de otros textos del siglo XIX en su teleología educadora o ejemplarizadora. Amalia (1851-1855) de José Mármol y La novia del hereje o la Inquisición de Lima (1854-1855, 1870 edición definitiva) de Vicente Fidel López, por ejemplo, tienen más puntos de contacto de lo se nota a simple vista, y lo anterior sin entrar por ahora en la discusión acerca de si la obra de López, de haberse publicado en 1840, como él mismo sugiere en una carta-prólogo,6 debe considerarse la primera novela argentina. En cambio, el cotejo entre las novelísticas hispanoamericana y europea decimonónicas7 que han hecho de los piratas, corsarios, bucaneros y filibusteros de los siglos XVI a XVIII su argumento central, pese a la concordancia temática, sí permite apreciar sustanciales diferencias en cuanto a las metas implícitas en los textos.

Descontando a Robinson Crusoe (1719) de Daniel Defoe y, sobre todo, a la Historia general de los robos y asesinatos de los más famosos piratas (1724),8 libro que ha fincado los primeros cimientos de la imagen literaria contemporánea del pirata, se puede afirmar que ésta, hasta antes de la aparición del cine, se consolida a principios del siglo XIX con una serie de representaciones artísticas que no son exclusivas de la literatura. En 1814 Lord Byron compone los versos de El corsario; José de Espronceda, en 1839, el poema "La canción del pirata"; Verdi estrena la ópera Il Corsaro en 1848, y Berlioz la obertura Le Corsaire; entre octubre de 1881 y enero de 1882, Robert Louis Stevenson publica semanalmente, en Young Folks Magazine, la novela de piratas más célebre, La isla del tesoro, cuyo cocinero con una pata de palo, Long John Silver, ha quedado inmortalizado en el imaginario colectivo.9

En el terreno estrictamente literario, las novelas de piratas europeas e hispanoamericanas del siglo XIX se asemejan en el tratamiento histórico que dan a la peripecia, pues ambas novelísticas se valen de la distancia entre lo narrado y el tiempo desde que se narra. Una y otra sitúan en retrospectiva la acción, en un marco temporal determinado y en una geografía preponderantemente americana, con el Caribe, el Golfo de México o el Pacífico como escenario o telón de fondo. El carácter "histórico" del suceso que es recreado, por otra parte, busca imprimir a la anécdota inventada un tono de testimonio, dotarla de veracidad. La intención del novelista es generar en el lector la impresión de que lo que se cuenta es o pudo haber sido "real", lo que además parece quedar acreditado con la intervención de personajes que existieron "de verdad". Sin embargo, lo que aleja a la novelística pirática europea de la americana en el siglo XIX radica, a nuestro juicio, en la distinta concepción que los escritores de uno y otro lado del Atlántico tienen del fin o el destino de la historia, y no nos referimos a la historia narrativa en concreto, sino a la hecha por los hombres que la literatura moldea en trama ficticia. Cuando Walter Scott, en su novela histórica The Pirate (1880), traza un vívido cuadro del escocés John Gow, no hace sino describir a un héroe patriótico que confirma la grandeza del imperio británico a través de sus hazañas. En la narrativa hispanoamericana, por el contrario, la figura del forajido del mar no es celebradora de un estado de cosas nacional previo. Trátese del Drake gentleman de López o del perverso de Acosta de Samper, de Diego el Mulato o de Barbillas, de Justo Sierra O'Reilly y Eligio Ancona, respectivamente,10 el final de la historia americana que simbolizan estas ficciones está por escribirse por la sencilla razón de que la historia misma de los estados nacionales emergentes, al publicarse estos trabajos narrativos, está abierta a un horizonte de posibilidades. La novela de piratas del XIX se integra, por consiguiente, en la conformación de las diversas literaturas nacionales de Hispanoamérica.11 Traduce, como apunta Anderson Imbert, una serie de idealizaciones, un sentimiento de libertad y la urgencia de dar solidez y duración a la nueva sociedad manumitida.

A partir de esta interpretación, en un trabajo pionero que explora los ricos filones del tema,12 la investigadora Nina Gerassi-Navarro ha ido más allá al sostener que La novia del hereje... debe leerse como una metáfora del proceso de construcción nacional de Argentina, como una forma de propaganda "literaturizada" por la cual el narrador, desde una visión unificada del pasado, proyecta en la ficción sus ideales políticos. El objetivo del presente ensayo, que se inscribe en una investigación más amplia acerca de la narrativa hispanoamericana sobre los piratas del Caribe, es entablar un diálogo con el estudio mencionado y proponer una lectura de la novela de López que atienda también a sus cualidades literarias. Para ello, comenzaremos por examinar los presupuestos básicos con que la académica sustenta su enfoque. Posteriormente emprenderemos un rastreo entre el Drake ficticio dibujado por López y el incidente verídico del abordaje, por parte del corsario inglés, al barco Cagafuego, uno de los momentos cráter de la novela.13 Nos interesa contrastar los hechos recreados con las situaciones históricas descritas para determinar de qué modo las biografías real e inventada de Drake se ensamblan en una narración verosímil, y hasta qué punto ésta se ajusta a la interpretación de Gerassi-Navarro.

 

El pirata literario como metáfora del destino nacional

Durante la etapa de reorganización nacional de los países independizados de España, un número de novelas de piratas, no muy extenso pero sí lo suficientemente amplio como para ser considerado un corpus, se publica entre los primeros años de la década de los cuarenta y las postrimerías de la centuria. Anderson Imbert consigna el dato,14 además de las arriba mencionadas, de las siguientes narraciones con argumento pirático: El pirata (1863) de Coroliano Márquez Coronel; Los piratas del Golfo (1869) de Vicente Riva Palacio; Cofresí (1876) de Alejandro Tapia y Rivera; Carlos Paoli (1877) de Francisco Añez Gabaldón; El tesoro de Cofresí (1889) de Francisco Ortea (citado también, en otros estudios, Ortega); Los piratas (1891) de Carlos Sáenz Echeverría (curioso remanente del XVI y XVII, en realidad no es novela sino poema épico), y Esposa y verdugo, otros piratas en Penco (1897) de Santiago Cuevas Puga. De esta lista, a la que podría añadirse un texto editado en Valparaíso en 1865, El pirata de Huaylas de Manuel Bilbao, así como un par de relatos poco conocidos del yucateco Rafael de Carvajal,15 entre otros, en la actualidad sólo circulan las obras de Riva Palacio, Tapia y Rivera, Saénz Echeverría y Cuevas Puga; las de Márquez Coronel, Añez Gabaldón y Ortea u Ortega (quien a la imprecisión del apellido suma el seudónimo de Dr. Franck, lo que dificulta aun más la localización de su novela) son prácticamente imposibles de conseguir.

Gerassi-Navarro considera que este grupo de novelas debe leerse como una metáfora de la construcción de las naciones hispanoamericanas:

I read pirate novels as methaphors for the process of nation building in Spanish America. Although the authors do not explicity refer to piracy as a mean of highlighting this process, their texts, as a corpus, provide a new reading of the political and cultural paradigms that marked the literary production during this period. An emblematic figure of independence and boldness, the pirate captures the spirit behind the desire of political autonomy.16

En el planteamiento de la investigadora se advierten, de entrada, dos cuestiones que generan cierta duda. Si estos textos admiten una lectura en conjunto como metáfora de la formación de las distintas naciones de Hispanoamérica, ¿cada una de ellos, a su vez, será una metáfora de la integración del estado nacional argentino, colombiano, mexicano, etcétera, según la pertenencia del novelista a una geografía política determinada? Por otro lado, ¿cómo trabajar con un catálogo narrativo tan incompleto? y no nos referimos a los aspectos cualitativos o cuantitativos del repertorio, sino a la dificultad de acceder a todos sus componentes. Lo segundo, Gerassi-Navarro lo resuelve, pese a reconocer que ha encontrado referencias de novelas de piratas cuya existencia no ha podido corroborar, arguyendo que en su análisis sólo tomará en cuenta aquellas que reconstruyan un pasado distante para ilustrar la discusión acerca de la identidad nacional,17 esto es, las de López (Argentina), Acosta de Samper (Colombia) y Sierra O'Reilly y Ancona (ambos de México). Lo primero, por tanto, se infiere de lo último, pues si la muestra a estudiar no sólo no incluye la producción integral novelesca pirática del XIX, sino tampoco el total de países en proceso de consolidarse como naciones después de la Independencia, es lógico suponer que cada una de las novelas seleccionadas es tan "metáfora" del "conjunto metafórico" como las que se excluyen por distintas razones, y que, mutatis mutandis, cada una, por sí sola, podría leerse como metáfora individual de la edificación del estado nacional del narrador de que se trate.18

Gerassi-Navarro apoya su postura teórica en una metodología que combina enfoques sobre nacionalidad y nacionalismo, feminismo, antropología y estudios culturales, y su meta es contribuir al esfuerzo iniciado por otros académicos para moverse más allá de las "ficciones fundacionales" (en alusión de Doris Sommer así titulado) de la novelística hispanoamericana y abrir nuevas perspectivas en la manera de mirar la construcción de las entidades nacionales tras la Independen-cia.19 Más adelante insiste en resaltar la originalidad de su ensayo al incluirlo en una corriente crítica embarcada recientemente en reformular el "canon" y "desestabilizar" nuestro conocimiento del pasado de Hispanoamérica y traer a colación nuevos textos y lecturas para emprender una revisión del siglo XIX.20 De estas categóricas aseveraciones surgen, de nuevo, algunas interrogantes. No queda claro, a lo largo de los capítulos, ni la necesidad apremiante de una desestabilización del canon ni si ésta se refiere sólo a la recepción o también a la producción, y tampoco se ahonda en las consecuencias que conllevaría redefinir desde las raíces lo que ha sido la literatura hispanoamericana decimonónica (y con ella la literatura de Hispanoamérica hasta nuestros días); parece poco convincente que las novelas de López, Acosta de Samper, Sierra O'Reilly y Ancona deban o puedan ser estimadas como "nuevas",21 y resulta por lo menos contradictorio que la especialista Doris Sommer, autora a su vez de un estupendo ensayo que pone en entredicho el juicio descalificatorio de los narradores del boom hacia la narrativa de sus predece-sores,22 ella misma representante del "canon" contra el que se pronuncia Gerassi-Navarro, sea quien avale en la contraportada la valía de la insurgencia anticanónica.

Según Navarro-Gerassi, La novia del hereje... comparte características generales con las novelas piratescas de Acosta, Sierra y Ancona. No evoca, porque no podría hacerlo, una historia nacional de heroísmo y grandeza que se remonte a la noche de los tiempos. Más bien, López intenta recuperar un pasado para dar cuerpo a una identidad que una los fragmentos dispersos de una Argentina independizada y en vías de reconstitución. Pero en su empeño, al recrear incidentes del siglo XVI acaecidos en Lima, el novelista transfiere al texto los debates ideológicos sobre el futuro nacional de su país que se están llevando a cabo en el presente del XIX. A decir de Gerassi-Navarro, la preocupación de López, a pesar del trasfondo de veracidad histórica en que vertebra la novela, estriba menos en reconstruir un retrato acabado de la sociedad colonial que en plantear una discusión acerca del camino que debe seguir Argentina.23 La figura de Francis Drake cobra, por consiguiente, un rango que excede el de ser un mero elemento funcional de la acción novelesca, convirtiéndose en la bisagra o imagen articuladora entre el entramado ficticio donde se desenvuelve su actuación, y la ideología del narrador que da vida al personaje, orientación política que permea la obra. En el pirata literario encarnan así los valores que cada novelista desea legitimar como benignos o desfavorables para la conducción del destino de la nación, lo que se traduce en un juego de mensajes ambivalentes24 que pone en evidencia una perturbadora incapacidad para conciliar proyectos políticos opuestos en el seno de la colectividad.25 En respaldo de estos razonamientos, Gerassi-Navarro traza algunas sugerentes analogías ya no sólo entre el pirata de papel y tinta y las aspiraciones y ambiciones políticas del escritor del XIX, sino entre la historia verdadera de los piratas y la evolución económica y social de la incipiente República Argentina. Si la piratería, en algún sentido, puede interpretarse como una forma de resistencia ante un cambio brusco en las estructuras socioeconómicas impuesto por los poderes hegemónicos, la Independencia, sin lugar a dudas, consistió en una rebelión contra una situación de sometimiento que Fernando VII, si hubiera tenido las aptitudes, habría prolongado indefinidamente. La tan mentada y supuesta libertad de los piratas, que en teoría no reconocían otra ley ni otro código que no fueran los suyos, pudo haber servido de fuente de inspiración a López y los otros novelistas hispanoamericanos, que soñaban con un privilegio similar para sus respectivos territorios, y lo mismo cabe decir de la violencia con que los salteadores del mar lograban sus propósitos, ya que el desgajamiento de España sólo ha podido producirse con el uso de la fuerza.26 Pero hay un factor determinante en la mirada de López. Cuando, desde su posición contemporánea, recrea un episodio colonial para proyectar su ideal de la nación argentina del porvenir, lo hace visualizando un horizonte cultural muy preciso: Europa. Y, dentro de Europa, Inglaterra. Esta simpatía hacia el Imperio Británico es compartida tanto por los argentinos de la elite liberal en general como por los miembros de la generación del 37 que sufrieron las persecuciones del dictador Juan Manuel de Rosas. López, que tuvo que exiliarse a Chile en 1840 a causa de su disconformidad con el régimen, manifiesta abiertamente su admiración por Inglaterra en sus escritos históricos.27 En opinión de Gerassi-Navarro, algo casi idéntico sucede con La novia del hereje., si bien la fascinación por lo angloamericano se atempera un poco con la peripecia novelesca que sirve de pretexto a López para formular una especie de estatuto moral y político de Argentina basado en el esplendor de Inglaterra. Este parangón inquieta a la académica hasta el extremo de censurar a López que en la novela haya hecho un uso tendencioso de la historia (no se alude a la historia narrativa en sí sino a la de la presencia de España en América en el siglo XVI, aunque por momentos una y otra sean indiscernibles) para "recolonizar", de acuerdo a los parámetros de la sociedad inglesa, el futuro de Argentina. Conforme a esta lectura el personaje Francis Drake, o Sir Francisco Drake como se le denomina en La novia del hereje..., no sería sino el portavoz de los ideales, prejuicios y preferencias políticas de López, un símbolo un tanto obvio del civilizado progreso al que la nación debía aspirar.

 

Drake en la ficción y el incidente histórico del Cagafuego

Si lo aseverado en la carta-prólogo de la edición de 1854-1855 —que apareció en folletín durante el exilio uruguayo de López, de los números 2 al 7 de El Plata Científico y Literario— fuera exacto, La novia del hereje... disputaría a Amalia (1851-1855) de José Mármol el privilegio de haber sido la primera novela argentina, pues en el texto introductorio López expone al señor Navarro Viola, director de la revista, que "los manuscritos" que pone a su disposición ya son viejos, y que fueron impresos en Santiago de Chile28 cuando se trasladó ahí huyendo de Rosas. No obstante, estudios recientes han demostrado que en esos años, concretamente en 1843, sólo fueron publicados los primeros cuatro capítulos de La novia del hereje... en el diario santiaguino El Observador Político, y que la versión completa, aunque no la definitiva, sólo saldría a la luz en El Plata Científico y Literario.29

Novela histórica conformada por treinta y ocho capítulos a los que suceden una conclusión y un apéndice, La novia del hereje es indubitablemente tributaria de modelos literarios anteriores: las ficciones del padre del género, el inglés Walter Scott, y las del estadounidense James Fenimore Cooper.30 Hay quienes advierten en ella, además, una clara influencia del italiano Alessandro Manzoni31 y del francés Eugenio Sue.32 Lo cierto es que el mismo López reconoce su deuda con Scott y declara, con mal disimulada modestia, que no cree estar destinado a ser el Cooper de la República Argentina.33 Desde su punto de vista, tanto Scott como Cooper son únicos en el mundo moderno porque los pueblos para quienes escribieron son asimismo únicos, puesto que respetan sus tradiciones como una creencia inviolable. El ejemplo de estos grandes maestros, el éxito de las sociedades retratadas por su narrativa histórica, a los que se sumaba la situación personal de destierro político, motivaron a López para emprender un proyecto digno "de tentar al más puro patriotismo": escribir una serie de novelas que iniciaran a los nacientes pueblos americanos en las antiguas tradiciones; que fomentaran un resurgimiento del espíritu de familia; que coadyuvaran a echar una mirada al pasado desde las fragosidades de la revolución independentista para entender "la línea de generación que ha llevado a los sucesos" y para trazar la marcha hacia un porvenir promisorio.34 En otras palabras, para que los habitantes de la nueva Hispanoamérica comprendieran mejor de dónde procedían y hacia dónde debían dirigirse. López juzgaba necesario "poner en acción los elementos morales que constituían la sociedad americana en el tiempo de la colonización", y enseñar al público,35 en la doble acepción de mostrar e instruir, los valores perniciosos que entrañaban dichos elementos. Cuando en 1854 López entrega al director de El Plata Científico y Literario el texto completo de su novela, y no unos cuantos fragmentos como había hecho en Chile en 1843, han pasado dos años ya desde la batalla de Caseros, el triunfo de Urquiza y la caída y exilio en Inglaterra de Rosas. Esta circunstancia explica que López no sólo justifique en su carta los defectos que pueda tener su novela con el dato de la antigüedad de su redacción, sino que además confiese a Navarro cierto desencanto en relación con los elevados propósitos que se había prefijado al momento de elaborar el plan de la obra, empresa que ahora se le antoja "de alto coturno, para la que uno puede atribuirse fuerzas en las ilusiones de su primera edad", y a la que ha renunciado. López sigue considerando que él debe contribuir a la misión civilizadora del pueblo, pero más con las herramientas de la historia que con las de la literatura, por más situaciones históricas que ésta recree. De este modo se censura, en 1854, no alcanzar ni haber alcanzado nunca la misma categoría artística del autor de Waverley (1814), y se declara satisfecho si su novela logra proporcionar un rato placentero a sus lectores.36 Pero no fue esta aspiración de mero disfrute el objetivo trazado en sus años juveniles:

Yo, pues, pretendía entonces consignar en La novia del hereje la lucha que la raza española sostenía en tiempo de la conquista, contra las novedades que agitaban al mundo cristiano y preparaban los nuevos rasgos de la civilización actual: quería localizar esa lucha en el centro de la vida americana para despertar el sentido y el colorido de las primeras tradiciones nacionales, y con esa mira tomé por basa histórica de mi cuento las hazañas y las exploraciones del famoso pirata inglés Francisco Drake, tan celebrado en el reinado de Isabel.37

Al margen del ascendiente no oculto de Scott y Cooper, y de los fines que se propuso López, aunque en estrecha conexión con ellos, y a reserva de volver más adelante sobre la cuestión de su mérito literario, La novia del hereje... no debe conceptuarse como una simple imitación de la novela histórica europea o estadounidense, o como un fallido ensayo novelesco hispanoamericano. No sólo por lo que ya hemos indicado con anterioridad, es decir, la diferente idea sobre el curso de la historia que tienen los narradores decimonónicos de uno y otro lado del Atlántico. Sino, también, por dos notas distintivas subrayadas con acierto por José Miguel Oviedo. Por una parte, como ocurre también con Amalia (1851-1855) o, fuera de la esfera de las letras argentinas, con María (1867) de Jorge Isaacs, entre otras, hay un llamativo contraste entre la flagrante idealización y la declarada fidelidad a los hechos, entre los arrebatos de fantasía del narrador y sus frecuentes análisis sociales,38 muchas veces presentados como la verbalización presuntamente científica de una cadena causal. La segunda particularidad se refiere al carácter in-augurador de la novela de López,39 pues a partir de ella el interés por el tema de la Colonia española en América y su Inquisición, con todos los matices románticos y tremebundos que acompañan a esta última, se acrecienta de forma sistemática. Nosotros apreciamos otra característica, vinculada a la primera: la cualidad ejemplarizante que adquiere el pirata a lo largo del relato.

Así, en La novia del hereje... Sir Francisco Drake no es sólo la proyección de la ideología política de López y la generación del 37, del espíritu liberal de los unitarios porteños. Funciona, dentro del texto, en su calidad de personaje, como un agente paradigmático cargado de fuerza semántica positiva —a diferencia del Drake prototipo de maldad de Soledad Acosta de Samper— que permanece en un pedestal de altura moral más allá de las distintas miradas y opiniones que suscita a su alrededor, cosa que opera de manera inversa tratándose de los personajes españoles, cuya imagen se va deteriorando progresivamente. El argumento es más bien sencillo, aunque su desarrollo está condimentado con todo tipo de peripecias y digresiones. La novela principia con un breve recuento del esplendor de la cultura inca antes de la llegada de los peninsulares y de la crueldad con que éstos sometieron y esclavizaron a los aborígenes, así como de la fortuna con que corrieron las primeras acciones de los corsarios ingleses:

Ni el Séptimo cielo de Mahoma, ni el Paraíso terrenal de Milton, hablaron a la imaginación de mayores profusiones ni de prestigios más deslumbrantes que los que irradiaba el Templo del Sol y la corte de los Atahualpas en los días de conquista. El monarca, que se sentaba bajo el centro mismo de la luz apoyando su cetro en lo empinado de los Andes, parecía concretar en el mundo moderno las magnificencias tradicionales de los antiguos soberanos de Nínive y Babilonia" [...] "Vencer, saquear y oprimir eran sus banderas [de Carlos V y Felipe II, de los Pizarros y Corteses]. Un ejército de frailes fanáticos y crueles tomó en sus manos la cruz cristiana y, como si fuera un estandarte de sangre, la hizo el símbolo de la guerra y la conquista." [...] "Había sin embargo un pueblo que, si bien no podía presentar escuadras a las escuadras españolas ni ejércitos a los ejércitos, echaba encima de los galeones en que sus tesoros cruzaban el Atlántico bandadas de rapaces y astutos gavilanes. Los diestros pajarracos que se desprendían de las costas nebulosas de Inglaterra habían mostrado desde el principio una astucia prodigiosa para clavar sus uñas en los ricos bajeles de España.40

Un diálogo entre el español Antonio Romea y su amigo Gómez introduce posteriormente al lector en la "conseja" que López referirá. La acción, como se ha adelantado, se sitúa en Lima, en el año 1578. Romea es el prometido de la hija de don Felipe Pérez y Gonzalvo, un castellano adusto y devoto, comerciante de buenos haberes y nombrado por el virrey superintendente de los "situados" del Perú, o sea, la masa de caudales que ese año tendrá que partir hacia Sevilla. Pérez y Gonzalvo es, en definitiva, el responsable de llevar la contabilidad en libros y de supervisar el correcto traslado de la plata que, extraída de las minas peruanas,41 partirá del puerto de Callao a un punto más al norte de la costa del Pacífico. Después, operación que ya no compete al superintendente, recuas de mulas transportarán por tierra el tesoro hasta Nombre de Dios, donde será finalmente transbordado a la Flota de Tierra Firme que espera anclada. Antonio Romea, el futuro yerno, está por embarcarse con los Pérez para asegurarse el favor de don Felipe y, acaso, conseguir un mínimo acercamiento a su "novia" María, quien lo desprecia con un rechazo casi infantil, como queda patente en la siguiente interlocución: "Bien, señorita, ríase usted... pero ha pensado en que estamos destinados a unir nuestros destinos (sic.) por medio del amor". "Señor Romea, tengo tan poca confianza con usted que hasta ahora no he querido cavilar en lo que me indica", y al decir esto, "la niña se reía a más reír".42

Una tapada limeña se cruza en el camino de Romea y le desaconseja salir al mar. Ha oído que los "herejes" andan merodeando en las aguas en busca de un sustancioso botín. Pero Antonio ignora la advertencia y los pasajeros zarpan al día siguiente conforme a lo planeado. A bordo del San Juan de Ortón o Cagafuego,43 mientras navegan, María Pérez o Mariquita y su criada, la zamba Juana, sostienen una desopilante conversación en la que revelan, habida cuenta del cargamento con que viajan, su temor de encontrarse con los piratas ingleses. Se preguntan acerca de la apariencia que deben tener. Si los marineros cristianos a veces son tan torpes y descomedidos, comentan, los secuaces de la reina Isabel, como hijos del averno que son, seguro tienen cola, cuernos y pezuñas de chivo, y no hablan, se entienden sólo entre ellos a gestos y gruñidos, y se comen a la gente. Un navegante portugués irrumpe insólitamente en la narración. López lo sitúa justo detrás de ellas, maniobrando con un timón en plena cubierta, y luego reaparece en otra escena tras el abordaje de los corsarios, como si nunca se hubiera movido y estuviera clavado en los tablones.44 Gracias a la primera intervención del marino, Mariquita y Juana son aleccionadas en el sentido de que todas sus creencias sobre los herejes son pura fábula, pues hay ingleses hermosos como robles y sus mujeres se asemejan a las estrellas, amén de ser madres de bravos hombres de mar y galanes caballeros. Otra cosa sería, acota el portugués, si se hablara de los moros, retratos del diablo en lo negro y en lo feo.45 Comentario que ha generado hace poco esta acerba crítica:

On the one hand, the sailor discards and ridicules the portrait of the "heretic" traditionally endorsed by Spain; on the other, he simultaneously reinforces part of that colonial legacy in reconforming the Moors as "other". In trying to establish specific boundaries, the differential structuring of the colonial past is essential. The terms are simple redefined, though not completely. Furthermore, the sailor's assertion reflects his own ignorance as well as the profound racism embedded in the liberal doctrine— particularly in Argentina.46

Volviendo a la novela, el diálogo entre las limeñas y el timonel lusitano se interrumpe súbitamente debido a la aparición de una vela en el horizonte. Un flashback traslada al lector al tedeum que se celebra en Lima con motivo del natalicio de Francisco de Toledo, el segundo virrey de Perú. La ceremonia transcurre por los cauces protocolarios de rigor cuando un chasqui comparece en la plaza frente a la catedral y difunde la noticia de que los herejes, luego de haber recalado en Arequipa y saqueado el puerto y las embarcaciones, se aproximan al Callao. La muchedumbre, enajenada por el pánico, se dispersa atropelladamente, hasta que los curas deciden cerrar las puertas del templo dejando dentro a muchas familias. Más tarde fray Andrés, el jefe de la Inquisición de Lima, convoca a los fieles a reunirse en el puente del río Rímac, donde pronuncia un fervoroso sermón condenando a las llamas del infierno a los ingleses, quienes se configuran en la mente excitada del auditorio como una caterva de diablillos protestantes; o judíos, que para el caso era lo mismo, pues como se sabe los administradores de la Contrarreforma se guardaban muy bien de diferenciar unos de otros. Pandilla dirigida "por el más horrible y facineroso de todos ellos, el feo y atroz Francisco Drake, sacudiendo con su enorme y peluda cola los rojos costados del buque".47

Entre tanto Drake, a quien los indios y negros de Arequipa le habían dado el soplo de la inminente salida del San Juan de Ortón, llega a Callao. La costa y la villa se encuentran desiertas ya que los españoles han preferido huir antes que oponer resistencia. Ahí se entera, a través de otro aliado negro,48 de que el navío que busca ya ha partido. No le será difícil alcanzarlo, le informan. Su opulenta carga lo obliga a navegar con pesantez y lo tripulan pocos hombres. Pero como la obsesión de Drake es hacer el mayor daño posible a España y sus posesiones,49 los corsarios todavía se dan tiempo de prender fuego a los barcos abandonados en Callao mientras la población observa aterrada el humo a la distancia, desde Lima. Luego los piratas retornan al mar y se desvanecen en acuosa lontananza.

Un cambio de plano nos devuelve al momento en que el San Juan de Ortón ha avistado una vela, misma que se convierte de pronto en un bergantín y una goleta piratas. Hay una secuencia de persecuciones marinas, una refriega novelesca a la luz de la luna que López adereza con andanadas, foques desgarrados a la deriva, combatientes tragados por el agua, niebla, y mástiles rotos. Esta escaramuza dista mucho del sencillo expediente con que Drake se apoderó del barco en realidad, aunque las versiones sobre el incidente histórico del Cagafuego no son, como se ha dicho, ni mucho menos homogéneas. Harry Kelsey, uno de los más autorizados biógrafos de Drake, consigna una anécdota según la cual el Cagafuego, una vez hecho presa, habría adoptado el nombre de Cagaplata, dada su estiba en lingotes, mientras que la nao de los agresores, por su potencial artillero, se habría hecho acreedora a adjudicarse más justamente el mote de Cagafuego.

[Another] intresting story has to do with the name of Anton's ship, or to be more precise, the nickname. The official name of the ship was Nuestra Señora de la Concepción, but an unknown English witness insisted that the Spanish called her by the unlikely name of Cacafuego. This translates directly, though not very elegantly, as Shitfire. Nuttall presented the interesting theory that the nickname was really (acafuego (phonetically Sacafuego), or Spitfire. If this is so, it ruins an otherwise amusing seaman's yarn. The pilot of the ship, on being released, supposedly said to Drake, "Our ship shalbe called the Cacafo(go)". This is the version of the story told by the unknown English witness. But he had the pilot's name wrong, calling him Don Francisco, and he seems to have been mistaken about the things taken from the ship.50

De cualquier forma, la versión que ha prevalecido es la que afirma que el remoquete de Nuestra Señora de la Concepción era Cagafuego, y que éste obedecía a las cualidades de la batería con que iba pertrechado. También coinciden los historiadores, aunque con discrepancias en los detalles, sobre el modus operandi de Drake para tender la trampa a los españoles. Así, por ejemplo, David Cordingly alude a una táctica de la cual han echado mano los piratas desde que existe la navegación: disfrazar el barco como un lento e inofensivo mercante. De acuerdo con Cordingly, Drake sumó a esta argucia otras igualmente efectivas. Mandó a sus hombres pairar la nave y reducir la velocidad atando lastres en la popa, y ocultarse bajo cubierta en posición de combate. Los españoles se acercaron para ofrecer ayuda. Cuando quisieron reaccionar ya habían sido sorprendidos y la mesana derribada. Los corsarios lanzaban flechas y acompañaban los tiros de pistola y mosquete con ruidos de trompeta. Cuando presentaron al capitán San Juan de Antón ante Drake, éste lo trató con absoluta cortesía.51 Un cuadro muy similar describe Peter Gerhard. Con base en sus averiguaciones, la Golden Hind debió haber sido una embarcación pequeña (a small tender) o, con mayor probabilidad, una pinaza, pero no un bergantín como sugiere López que era el Pelícano.52 Gerhard cree que la Golden Hind interceptó a Cagafuego valiéndose tanto de las velas como de los remos, y amenazó a su futuro trofeo con uno de los típicos recursos intimidatorios de Drake: una barahúnda de trompetazos y balas de arcabuz disparadas al aire. Como los españoles no acertaban a hacer nada con semejante alboroto, comenzaron a ser diana de los arcabuces y optaron por rendirse.53 Igual que Cordingly y muchas otras voces acreditadas,54 Gerhard reporta que Drake fue amable con los prisioneros, si bien éstos no pudieron menos de horrorizarse cuando un pirata hizo añicos un crucifijo y de una patada arrojó los restos al océano.55

En La novia del hereje. el acontecimiento del Cagafuego es hiperbolizado para darle fuerza dramática, aunque el resultado es el mismo. Los ingleses efectúan el abordaje y toman el control. Entonces salta a la cubierta, en la ficción, un joven que destaca por su aire apuesto y su bravura: lord Roberto Henderson, brazo derecho del capitán, quien, como anota López apoyándose en la Penny Cyclopedia, fue uno de los varios hijos de la nobleza que se embarcaron con Drake56 para arrasar, pasando por el Estrecho de Magallanes, los litorales de Chile y Perú.57

Al principio, los peninsulares capturados se muestran díscolos y hasta insolentes. Felipe Pérez y Gonzalvo declara que responderá con su vida antes que entregar los libros y el tesoro de los que es guardián. Pero los piratas, con diversas estratagemas y la exquisita urbanidad de la que hacía gala el Drake histórico, doblegan la voluntad del anciano. Drake le ofrece a don Felipe "poner reservadamente", en la casa Onetto y Compañía que un amigo suyo regentaba en Cádiz, fondos equivalentes a lo que ahora perdía a título personal más otro tanto en compensación por las molestias. Si quería, incluso estaba dispuesto a entregarle la suma ahí mismo, pero los dos comprendían la suspicacia de que sería objeto don Felipe si las autoridades españolas le descubrían en sus bolsillos esos caudales. Por fin, convencido de que con su asentimiento no hacía sino recuperar lo que por ley le correspondía, Pérez y Gonzalvo accede a ser trasladado junto con Drake al Pelícano, en cuyo camarote principal instruye al corsario sobre la cuantía del botín. En la goleta, bajo la custodia de lord Henderson, han quedado Mencia Manrique de Pérez, esposa de don Felipe, Mariquita, la sirvienta Juana y Antonio Romea, quien ante la coyuntura descuella por su talante rastrero y cobarde. Henderson resulta ser tan respetuoso y gentil que, salvo en Romea, que es incapaz de sostenerle la mirada, provoca asombro en el resto de los cautivos. La madre de María no sólo lo considera encantador sino que se maravilla de que su figura no concuerde con la de los monstruos coludos y cornudos tallados en los altares de Lima. La hija, por su parte, apenas ha obtenido de Henderson las seguridades de que ni su padre ni nadie de su familia sufrirán daño, se siente irresistiblemente atraída por el lobato de mar, con una pasión que sólo es comparable con la que éste experimenta por ella. Surge entre ellos, a despecho de Romea que orbita a su alrededor como una sombra insignificante y resentida, un tormentoso romance náutico al que no falta ninguno de los manierismos folletinescos decimonónicos. Los enamorados se comunican inicialmente por "una especie de inteligencia acordada por el lenguaje supremo de los ojos"58 y, ya con más confianza, incurren en arrebatos del tenor de este de Henderson, difícil de imaginar en la jerga de los roughes y squanders del siglo XVI o en boca de los bucaneros que campeaban en los prostíbulos de Port Royal una centuria más tarde: "Tome usted mi brazo, Mariquita, al lado de él hay un corazón que latirá siempre por usted, hay impresiones que jamás se pierden, ¡y las que usted me dejará serán eternas!".59

El amor que se acrecienta almibaradamente entre María Pérez y lord Roberto Henderson no impide a los corsarios, bajo las órdenes de Drake, cumplir con su cometido. Transbordan las barras de plata, las joyas, los zurrones con monedas. Luego López decide sacrificar la fidelidad del historiador para ejercer la imaginación del novelista. En lugar de libertar al Cagafuego, como ocurrió en los hechos, le prende llamas por medio de sus personajes piratas. En el orbe ficticio de La novia del hereje..., Drake y Henderson continúan navegando en el Pelícano y la Isabel hasta apresar un galeón español que tiene el mal tino de interponerse en su derrotero. "Al verlo tentar la fuga", las embarcaciones inglesas "echaron sus alas a la vez como si hubiesen obedecido la misma voz". Minutos después, "los cañones repetían a menor distancia la misma orden, con una misiva de hierro que fue brincando sobre la superficie del mar", muy cerca del fugitivo.60 Concluidas las maniobras de este despojo que aumentaba el botín del Cagafuego ahora reducido a cenizas, Drake dispone que la familia Pérez y Gonzalvo, junto con su séquito, sea transferida al galeón, y que éste prosiga su singladura. En estas circunstancias, los corsarios tienen oportunidades de sobra para demostrar a la atracada concurrencia que, en el fondo, son unos auténticos caballeros. Como primera medida, Henderson resuelve no raptar a su enamorada, como se hubiera esperado de cualquier bandolero, cowboy o pirata, sino ofrendarle en señal de compromiso un anillo que había pertenecido a su madre. Su intención es, una vez que se cerciore de que su capitán esté a salvo de probables persecuciones, ¡viajar a Lima para pedir formalmente la mano de María a los padres a quienes tuvo secuestrados! Es tan poderosa la atracción que Mariquita obra sobre él, y tan inexorable su designio de construir una nueva vida a su lado, que ni siquiera Drake logra convencerlo de que, tan pronto hayan aparejado los barcos para la larga travesía, siga con él por el Pacífico hacia los mares de China e India, en cuyos territorios podrán disfrutar de cuanta "sultana" se requiera. Pero lord Henderson, tratándose de María, no está para sultanatos. Y para probárselo no sólo la deja embarcar en el galeón español sino que poco antes intercede para que sus compañeros no mancillen un crucifijo del que se han apoderado. "La cruz del Salvador es para nosotros un dogma como para los papistas", perora, "y no obstante que miramos como una abominación el degradarlo a la imagen material que puede hacerse de él con un pedazo de vil madera", Henderson cuestiona a Drake si "no sería justo excluir de nuestros odios lo que forma la base de nuestras dos creencias". En la misma vena, al despedirse entre esponsales, Roberto suplica a María que recuerde siempre, cualesquiera sean los enconos que dividen a las dos razas, que "habéis encontrado entre nosotros las virtudes simpáticas con que deben tratarse los cristianos, porque lo somos, señora, por más que nos llaméis herejes y grasa de hogueras". Drake, que no puede quedarse atrás de su aprendiz, se revela asimismo como un dechado de civismo y paciencia. Al descubrir unos hermosos jarrones engarzados con piedras preciosas, para no abusar de su fuerza, le propone al dueño asaltado que se los venda. Éste se encoleriza y se los arroja sobre la gorra de terciopelo con tres plumas rojas. Henderson desenvaina al instante pero Francisco lo refrena: "Algo es preciso perdonarle" al bravucón.

Al cabo de unos días se encuentran en alta mar con una escuadra ibera. Drake da otra lección a Roberto, pues no está en sus intereses apurar un combate en desigualdad de condiciones, sino evitarlo, como hicieron.61 A semejanza de lo ocurrido en la escena del Tedeum celebrado en honor al virrey Francisco de Toledo, López da un nuevo salto temporal retrospectivo en la narración. La flota con la que Drake había rehusado enfrentarse es capitaneada por Pedro Sarmiento de Gamboa, pero ahora los sucesos se retrotraen a los preparativos de la expedición de castigo. Así, después del ataque a Callao y antes del abordaje al Cagafuego, los españoles y limeños se han puesto en pie de guerra. A propósito de esto, como apunta Adolfo Bioy Casares en su texto introductorio a La novia del hereje...,62 el sarcasmo de López hacia la bravura hispánica y hacia la impericia de las instituciones virreinales es evidente, y por partida doble. Primero el virrey manda montar un pomposo campamento militar para prevenir nuevas insolencias del pirata ausente; acto seguido encomienda a Sarmiento la tarea de zarpar en su "carabela", dar alcance y aprehender al corsario. La demostración castrense deriva en una verbena popular cuajada de "mil fogatas [que] se alzaron por todo el campo; la alegría, el baile y el bullicio cobraron a su luz mayor animación y los sonidos cadenciosos de la zambaclueca parecían salir de todo el campo, lanzados con la vislumbre de los fogones al cielo diáfano", circunstancia que alienta a López para ensayar una de las numerosas viñetas psico-sociológicas de los habitantes de aquella tierra limeña "donde las pasiones humanas viven al aire y a la luz porque no tienen que buscar en las profundidades del alma un asilo contra las intemperies del clima". La búsqueda de Drake emprendida por Sarmiento fracasa con estrépito pues, cuando los barcos enemigos se hallan en la coyuntura de una batalla en mar abierto, los españoles se percatan de pronto de que se les ha olvidado avituallarse. Al torpe cazador, por tanto, se le escapa la habilidosa liebre que, como se ha visto, prefiere abstenerse de guerrear, ignorando los deseos de lord Henderson, antes que arriesgar gratuitamente una maniobra adversa. A esta impericia poco probable en Sarmiento, López suma otra. El pontevedrés retorna a Lima con la familia Pérez y el segundo barco desvalijado, pero sin Drake. La turbamulta, decepcionada de que no sea cierto el rumor de que el inglés yazca en una jaula de hierro de donde saldrá sólo para ser ajusticiado con garrote u hoguera, murmura contra Sarmiento acusándolo de traición y venta, "dos causas con que pueblos de raza española explican todo lo que les contraría".63 Francisco de Toledo lo insta a intentarlo de nuevo. Sarmiento yerra otra vez pues, presuponiendo que en el tornaviaje a Europa los piratas pasarán por el Estrecho de Magallanes, aposta sus naves en las costas patagónicas.64 Mientras tanto Drake se escabulle navegando hacia el noroeste. Luego sus navíos trazan una parábola descendente y se encaminan hacia Panamá, frente a una de cuyas radas, en pleno istmo, los sorprende una tormenta que destroza los cascos de Isabel y Pasha, si bien casi todos los hombres consiguen llegar a tierra, y el Pelícano y su suntuoso cargamento se salvan del naufragio, ambas cosas, por supuesto, merced a la valentía y firmeza de ánimo de Drake y su pupilo Henderson.

En el capítulo X, Francisco Drake y los piratas del Caribe se disuelven virtualmente en la novela, y a partir del XV apenas si son mencionados. Resucitan en el XXVIII, ya en el tramo final del texto, donde figura la escena de la tempestad que hemos reproducido arriba. Este apartado constituye el puente entre la persecución de Sarmiento y el encuentro de los piratas, tras la zozobra de sus embarcaciones, con los indios cimarrones de la selva panameña. ¿Qué ha ocurrido entre tanto a lo largo de las páginas centrales?

Los capítulos que van del XI al XXVII pueden sintetizarse como la historia de la ignominia de don Felipe, víctima de las inescrupulosas artimañas de la Inquisición —bajo la presidencia omnisciente del dominico fray Andrés— para deshonrarlo y usurpar su patrimonio. Cuando la familia Pérez y Gonzalvo al fin regresa a Lima luego de su accidentado periplo, Antonio Romea refiere una delirante versión de lo acaecido en la cual los piratas celebraban hórridos aquelarres nocturnos transformándose en búhos y cabras satánicos mientras él acechaba valerosamente desde un escondrijo en cubierta. Como nadie le da crédito, despechado por el romance que ha nacido entre Mariquita y Henderson a bordo del Cagafuego, trata de chantajear al suegro para que le adelante la dote y, ante su negativa, difunde el rumor de que María ha quedado "manchada con el pestífero aliento de la herejía".65

Pérez y Gonzalvo cuenta con un historial incómodo. Se lo relaciona con el tránsfuga Antonio Pérez, el famoso valido de Felipe II, que enemistado con el monarca tan valiosos servicios prestara en Inglaterra al conde de Essex, cabeza del patronato auspiciado por la reina Isabel y financiador de las excursiones de los Hawkins, de Cavendish y Raleigh, del propio Drake. Además don Felipe es susceptible de mostrarse venable, como de hecho lo hizo con sir Francisco, pero es un manso cordero comparado con el Gran Inquisidor de Lima, cuya arbitrariedad ha sumido al Virreinato en un estado de permanente crispación entre las esferas secular y eclesiástica, desavenencia que ni siquiera los cúmulos de memoriales y quejas despachados por el rey han podido paliar. Impuesto fray Andrés del comportamiento licencioso de María, ha emplazado a don Felipe exigiéndole la penitencia pública de su hija, más una cuantiosa multa y una indemnización por los inconvenientes causados. Pérez se niega y solicita la ayuda del arzobispo de la ciudad, Alfonso de Morgrovejo, quien acata pero no aprueba los procederes de Andrés. Morgrovejo urge a Felipe para que María y Romea se desposen cuanto antes si no quiere que el Santo Oficio le secuestre la hacienda y dé suplicio a su sucesora. En consecuencia, el suegro visita al desagradecido yerno para sobornarlo de la manera menos onerosa, pero al poco las circunstancias varían significativamente. Antonio, atormentado tanto por el sentimiento de culpa y dudas personales de diversa índole como por la presión apabullante del Inquisidor para seguir extorsionando a Pérez, decide tomar los hábitos. Esto no amaina, sino todo lo contrario, el ensañamiento del padre Andrés. Junto con el fiscal del Santo Oficio, Marcelino Estaca y Ferracuja, falso doctor in utroque iure (en derecho civil y canónico), prepara el siguiente plan: encerrar a María y prolongar la causa, sin declararla culpable, hasta que "muera" su padre, de modo que éste no pueda heredarla y quede allanado el camino para la confiscación absoluta. En la novela no se plantea qué pasaría jurídicamente si doña Mencia de Pérez llegase a sobrevivir a su marido, asunto al fin y al cabo irrelevante pues la madre de Mariquita, afligida por la infamante chismorrería que se ha desatado contra su hija y por la consecuente afrenta que ha manchado el nombre de los Pérez y Gonzalvo, expira en la página 254. Ante la preocupación expresada por el Inquisidor respecto a la dificultad técnica de que la hija de don Felipe fallezca antes que su ascendiente, Estaca y Ferracuja responde que dicho detalle, en caso de materializarse, se mantendría en el más estricto secreto. "¿De cuándo acá —pregunta extrañado el fiscal al reverendísimo padre Andrés— ha empezado a temerse que se sepa lo que pasa en las prisiones del Santo Oficio?".66 Así que, sin mayores trámites, mandan aprender a María, quien es humillada con la imposición del sambenito y trasladada por las calles de Lima en la lúgubre litera inquisitorial. López salpimienta este episodio con una frustrada tentativa de rescate por parte del no confeso enamorado y primo de la rehén, Manuelito, quien al toparse con la resistencia del alguacil mayor y los esbirros huye sin impedir que su parienta sea confinada en los calabozos. La determinación del Inquisidor para arruinar a los Pérez y Gonzalvo es tal que, antes del encarcelamiento de Mariquita (al que sigue de inmediato el de su criada Juana), ya había pergeñado cualquier clase de añagazas para incriminarla. Por ejemplo, había dado instrucciones a un monaguillo para que se introdujera en un maniquí de Cristo cuyos entresijos constituían un complicado mecanismo de resortes. Dentro del muñeco, una lámpara sería encendida poco antes de que María Pérez, conducida ante la Justicia de Dios, tuviera que postrarse y besar los pies metálicos del Redentor. Al quemarse, ella retiraría la cara. Por medio de una señal convenida, el acólito accionaría los muelles para que la cabeza de Jesús diera vuelta hacia atrás en repugnante desaprobación del ósculo de la heresiarca.

En paralelo a estos incidentes, la tapada Mercedes y el boticario Bautista han estado conspirando. Contra el Virreinato del Perú, en general, y contra sus más acendrados odios, en particular. Para ello no sólo han aunado fuerzas sino que han creado una red de simpatizantes (todos cómplices en su rencor hacia España) que incluye a personajes secundarios, como el cholo Mateo, y a figuras de primer rango: el mismísimo Drake. Mercedes y Bautista coinciden en su forma de operar, ya que se han aprovechado de la hipocresía de la sociedad colonial y de su inamovible estructura jerárquica para, a base de lisonjas y favores, infiltrarse en los altos círculos del poder y ganarse su confianza. Pero difieren en el blanco último de sus animadversiones. El boticario —cuyo genuino nombre, según aclara López, es Juan Bautista Lentini— se ha propuesto luchar, junto al indio, el pirata, el aventurero y los desposeídos, contra la tiranía de Felipe II, a quien aborrece no sólo por haber ocupado su patria sino porque su padre fue ahorcado por los españoles en Nápoles.67 Mercedes, por su lado, detesta sobre todos los seres y sobre todas las cosas a fray Andrés. Sus razones, sin embargo, son menos patrióticas que emotivas. La furtiva relación que antaño mantuviera con el Inquisidor se pormenoriza en lo que sin duda es el pasaje más farragoso de la novela.68 Por lo que de él se puede entender, cuarenta y pico años atrás —López habla desde las vísperas del terremoto que sacudió a Lima en 1579—, en tiempos de los Pizarro, Mercedes y su hermana Rosalía, quienes entonces se llamaban Sinchiloya y Mamapanki, dan refugio y protección a un joven fraile que había cometido un asesinato. Seducidos tanto ellas como su padre inca por la idea del religioso de fundar un imperio mixto desposando a Gonzalo Pizarro con la nieta de Atahualpa, las jóvenes se hacen amantes del extraño. Pero éste pronto se revela como un gran mentiroso y traidor. Primero, bajo las órdenes de Gonzalo Pizarro, se levanta contra el virrey Blasco Núñez Vela, a quien mata a puñaladas merced a una nueva licencia histórica de López;69 después, cuando Carlos V asigna a Pedro de Gasca la tarea de debelar la rebelión de Pizarro, cambia de bando y se dedica a perseguir y ejecutar a sus antiguos aliados. También traiciona a las hermanas, prometiéndole el sol y las estrellas a Sinchiloya-Mercedes, y engendrando un hijo, más tarde, con Mamapanki-Rosalía. Lo que origina un enfrentamiento entre las hermanas que finaliza con la muerte accidental de la segunda. Desgarrada por el dolor, en total secreto, Mercedes se hace cargo de la niña huérfana (quien resultará ser Juana) y se apodera de unos papeles que ocultaba la occisa y que al parecer, pues nunca se hace explícito su contenido, comprometen al asesino impune de Núñez Vela. El imberbe dominico que con los años llegaría a convertirse en el Inquisidor de Lima: fray Andrés.

Páginas adelante, de nuevo en la década de los setenta del siglo XVI, asistimos al formidable barullo que ha desatado la causa entablada contra María Pérez y Gonzalvo, la cual se ha transformado en una airada contienda pública entre las jurisdicciones civil e inquisitorial. Francisco de Toledo, en ejercicio de sus potestades virreinales y apoyado solapadamente por el arzobispo Morgrovejo, ordena la suspensión indefinida del proceso de Mariquita y convoca a un Concilio de Prelados Americano a efectos de regular de una buena vez las atribuciones que por derecho competían a la Iglesia y sus brazos ejecutores, en un afán de poner remedio a los abusos y males que caracterizaban la actuación del Santo Oficio. A propósito de esto López, ubicándose momentáneamente en su realidad histórica, hace un curioso parangón entre lo que considera el despotismo eclesiástico de la Contrarreforma y las Juntas Revolucionarias de la América Hispana del XIX:

Es propio de todas las grandes épocas de la historia que los individuos huyan ante la responsabilidad que impone la crisis que se ve venir y rugir en derredor. Se recurre entonces a los cuerpos morales, creyendo que muchos brazos son necesarios para la obra, y así como esta causa trae en nuestros días la convocación, no siempre benéfica, de asambleas deliberantes que engendran la anarquía y caen en el despotismo, traía en el siglo XVI la convocación de los concilios que era, diremos así, la manía del tiempo y que produjo a Lutero y a Calvino, para abdicar en Enrique VIII, por un lado, y en la Inquisición y Felipe II, por el otro.

Ante la embestida del virrey, fray Andrés no se queda, ni mucho menos, con los brazos cruzados. Asesorado por el tinterillo de tres cuartos que es el fiscal Estaca y Ferracuja, luego de una escaramuza en la plaza mayor entre los seguidores de ambos partidos que López describe con pintoresco detallismo, aprehende por un pretexto nimio a Milagros Alcántara y Zurita, la comadre de Toledo. López no explica cuáles o de qué ralea eran los lazos que unían a este personaje incidental con el virrey, pero debía ser muy grande el cariño que Toledo sentía por aquella, pues ante la perspectiva de que el Inquisidor maltrate a la prisionera Francisco opta por aceptar todas sus exigencias e incluso firma un acuerdo de reconciliación que lo obliga a no intervenir más en el proceso de María Pérez. Para el padre Andrés esta victoria significa además la oportunidad de acabar con los privilegios de que goza en Lima la tapada70 Mercedes y de hacerla confesar, mediante tormento, dónde tiene escondidos los papeles comprometedores que descubrió tras la muerte de su hermana. Los piratas, no obstante, le echarán a perder sus planes.

Al naufragar frente a la costa occidental de Panamá, como se recordará, los corsarios han conseguido mantener a flote el Pelícano rescatando en consecuencia el botín del Cagafuego. Posteriormente se han reunido con sus amigos cimarrones. Después de una serie de aventuras hiperbólicas en la selva —Henderson dispara con un arcabuz a un águila en encumbrado vuelo sólo para demostrarle al cacique que es tan valiente como él—, Drake resuelve retomar el rumbo hacia Asia, por el Pacífico, para proseguir con la circunnavegación. Esto da lugar a una lacrimosa despedida entre sir Francisco y su bravo discípulo, y también con Juan Oxenham, quien, pese a las protestas de fidelidad a Drake, decide cambiar de comandante argumentando no sólo un impensado deber de patriarcal salvaguarda para con Henderson sino una demoledora pasión por Juana, la doncella de María. Así las cosas, a Drake no le queda más remedio que despedirse con tolerante indulgencia de sus desleales marinos, no sin antes proporcionarles una valiosa información acerca de los contactos que deben establecer con los conspiradores, pues los enamorados piensan atender los requerimientos de su corazón pero además, de paso, con ayuda del boticario Bautista y Mercedes, aprovechar el viaje y saquear los tesoros de Lima. A bordo de su navío, Drake se pierde de vista en el horizonte marítimo de la novela, para siempre, mientras que Henderson y Oxenham inician una accidentada caminata desde Panamá hasta las ruinas de Pachacamac en Perú. Ahí, en medio de una retahíla de diálogos filosóficos sobre la vida y el amor que ni un pirata tan exquisito como fue William Dampier pudo haber siquiera imaginado, y de disquisiciones históricas de López sobre el valor arqueológico y el carácter sagrado del sitio,71 a los que intercala unos capítulos de corte picaresco que refieren las desventuras de los espías de la Inquisición al ser burlados por Mateo y otros coadjutores enemigos de España, Henderson y Oxenham reciben el anuncio de que María y Juana han caído bajo las garras de fray Andrés. La desesperación que los invade ante la simple posibilidad de que sus respectivas amadas se hallen en esos instantes sobre sendos potros de tortura, precipita sus acciones. A tal efecto, aconsejados por el cholo Mateo, que está al tanto de todo, en tanto Bautista Lentini soborna al alguacil mayor de las Cajas Reales para que se haga de la vista gorda con un contrabando de negros, los piratas se embetunan para hacerse pasar por dichos esclavos. Con este ardid, calculan, estarán en condiciones de redimir a sus señoras y entrar a saco, por unas horas, en la ciudad. A todo esto, el viudo don Felipe obra milagro y magia para que los sayones de la Inquisición no le decomisen todos sus dineros, cuya reserva extrae subrepticiamente de los fondos de su vivienda para, con el auxilio del boticario y las conexiones que uno y otro han heredado de Drake, ponerla a buen recaudo en la casa Onetto en Cádiz.

Dispuestas las providencias de tan singular lance, los piratas descienden la cordillera y, beneficiándose de la oscuridad, irrumpen en Lima por los arrabales de Chorrillos. Se dirigen al edificio de la Santa Sede, adonde se ha adelantado ya el Inquisidor. Éste le ha pedido al ex pretendiente de María Pérez y ahora monje Antonio Romea que lo acompañe a los calabozos. Su propósito es martirizar a Mercedes, por cualquier medio físico y moral, hasta que pueda extraerle el dato del escondite de los mentados papeles. Tanto fray Andrés como Romea van armados con un puñal, aunque el fraile desconoce que, mientras él se ensaña con la tapada, su inferior oculta el arma bajo la sotana. Exasperado por la entereza de Mercedes, y luego de una ráfaga de interlocuciones que al lector hispanoamericano actual le resultarán probablemente telenovelescas,72 el Inquisidor termina por liquidarla apuñalándola. En eso, comienza a temblar. El Máximo Averiguador huye despavorido pero Romea le cierra el paso en la puerta y, tras un forcejeo, "porque me quitasteis mi porvenir", le clava la daga en la espalda. Sobre los escombros, sorteando las trepidaciones que aún no cesan, salta la escuadrilla de corsarios ennegrecidos liderada por el boticario y Mateo. Henderson rescata a María de las mazmorras, y Oxenham a Juana. Bautista Lentini, pistola en mano, obliga a Romea a casar a la primera pareja, si bien la segunda no se ve favorecida con el mismo trámite pues Juana rechaza a su tocayo inglés. Los piratas se escapan en un bote que los aguarda en Callao y recalan nuevamente en el istmo panameño.

Una semana más tarde (en la que nadie en Lima, ocupado en la reconstrucción de la ciudad, ha prestado oídos a la versión del embetunado asalto piratesco), Romea organiza una expedición para cazar a los forajidos. Los españoles consiguen acorralar a los piratas cerca de un abra, cuando éstos, prestos a seguir la estela occidental de sir Francisco, terminan de cargar las provisiones en su recién estrenada embarcación —no podría llamarse de otro modo— Drake. Entonces se suscita una enconada reyerta en la que Romea asombra por su arrojo y encarnizamiento. Henderson se desploma y Suttonhall, que se arroja sobre el cuerpo de su capitán, apenas puede arrastrarlo a un bote y remar hacia el Drake. Oxenham y el boticario Bautista no corren con la misma fortuna. Caen en manos de los hispanos.

La novia del hereje... concluye con una prolepsis que nos ubica en 1589, una década después del terremoto. El escenario es una country-mansion de esas a las que sólo los ingleses saben dar un aire de grandeza.73 En ella se desarrolla una apacible escena doméstica. Un niño de siete años importuna a su papá con diversas preguntas: "¿Cómo te quitaron este brazo?" "¿Y de qué las querías salvar [a la madre y su acompañante]? ¿De unos hombres que las querían quemar?" "Y los que hicieron todo eso fueron los compatriotas de mamá, ¿no es verdad?". Y gracias a las respuestas del adulto, "un bello hombre de cuarenta y dos a cuarenta y cinco años", la identidad de los circunstantes tan acogedoramente reunidos se va definiendo. El manco es lord Henderson, quien logró sobrevivir a la emboscada a costa de un alto precio; más allá departen Mistress Henderson, o sea Mariquita Pérez y Gonzalvo, cuyo semblante aún conserva cierta juvenil hermosura, y Juana, transformada nada más y nada menos que en Mistress Drake.74 Lozanos críos procreados por ambas familias, los Henderson y los Drake, corretean por doquier. Al poco llega un mensajero con un salvoconducto que tiene la firma y el sello de sir Francisco. Se trata de Manuel Argénsola y Manrique, el primo de María que había intentado liberarla cuando la llevaban ensambenitada por las calles. Lo hacen pasar y se reúnen a la mesa. Lord Henderson explica a Manuel, al verlo tan confundido por la posición de señora principal que ocupa en la residencia la otrora sirvienta, que Juana desciende del más noble linaje de los incas, y que ella y Drake, a quien habían nombrado caballero, no obstante sus orígenes relativamente humildes, empezaban a ser aceptados en la corte de la reina Isabel. Manuel da cuenta de los avatares que lo han desviado a Inglaterra. Se había embarcado en Lima en el Invencible, al mando del capitán Pedro de Valdez, junto con otros hidalgos y distinguidos oficiales de España. Antes de llegar al terruño Drake los había apresado. Reconociendo a Manuel como pariente de María, y advirtiendo en él (que era criollo) cualidades que no percibía en el ibero puro, lo trató como a un hijo y sólo le exigió, a cambio de su libertad, que se presentara en la country-mansion para hacer una visita de cortesía a su prima y tranquilizar a Mistress Drake, que estaría ansiosa por tener noticias de su esposo. Interrogado sobre distintas cuestiones atingentes a la vida e historia reciente de Lima, Manuel también relata el destino fúnebre de Oxenham y el boticario Bautista,75 así como el de Antonio Romea, quien viajaba en el mismo buque en calidad de Gran Inquisidor de Inglaterra.76 Al enterarse de que habían sido capturados por el Dragón, Romea, sobrecogido por el pánico, se había tirado por la borda. Finalizado el convite, Manuel ruega a sus nobles anfitriones lo dispensen porque tiene que marcharse al día siguiente. Su familia lo espera en España. Cuando cabalga rumbo al puerto topa de frente con un avispado peruano, a quien invita a embarcarse con él para que tenga la oportunidad de volver a residir en un país donde se hable español. "¿Hay Inquisición en España?", pregunta Mateo a don Manuel. "¡Ah, pues entonces no, amito. Prefiero quedarme entre estos bozales!", decide el cholo dando un abrazo de despedida a su antiguo patrón y cerrando la novela con este happy ending en toda regla.

 

La novia del hereje... en el siglo XXI

Reprochar a Vicente Fidel López —como hace Nina Gerassi-Navarro—77 que no haya planteado en su texto una discusión de las diferencias raciales de la sociedad colonial, enmascarándolas por el contrario con valores estéticos, o que no haya propuesto una reconciliación política o familiar en la naciente República Argentina, es tanto como condenar a Julio César por no haber establecido en Alesia, cuando Vercingetórix depuso las armas a sus pies, un diálogo sobre las discrepancias culturales y étnicas entre los romanos conquistadores y los galos sometidos. Una lectura de La novia del hereje... desde los estudios culturales y feministas, con independencia de los valiosos aportes que el trabajo de la investigadora brinda, tiene no sólo el inconveniente de incurrir en flagrantes anacronismos sino que oblitera la cualidad estrictamente literaria de la novela. Es cierto que la obra de López debe interpretarse —como la de cualquier autor— a la luz de su contexto, pero para apreciarla mejor, no para vituperar, incidiendo en la misma pretensión moralizadora del discurso que se analiza, la ideología que haya enarbolado en vida el novelista. Efectivamente, La novia del hereje... y su idealización de Drake como emblema de progreso no se comprenderían de manera cabal sin los modelos civilizadores europeizantes propugnados por Esteban Echeverría en el Dogma socialista (1846) —auténtico manifiesto generacional de los proscritos argentinos— o, sobre todo, por Domingo Faustino Sarmiento en Facundo (1845), obra capital del XIX. Tampoco es factible prescindir, en este marco de referencias y de dicotomías morales y políticas entre civilización y barbarie, del célebre relato de Echeverría, El matadero (1871), en el cual, por medio de una truculenta transposición irónica, la brutalidad de los federales es presentada como buen catolicismo y respeto a la ley, mientras que el sector culto, urbano y liberal de los unitarios es tildado de salvaje. También es verdad que la novela de López, como se ha podido advertir, está cuajada de defectos: tono pedagógico y edificante, maniqueísmo, digresiones sociológicas e historiográficas que en ocasiones entorpecen el ritmo narrativo, intromisiones injustificadas, acartonamiento, inverosimilitud.

Sin embargo, hay razones suficientes para considerar a La novia del hereje... como algo más que un voluminoso y reaccionario panfleto decimonónico, o como algo distinto a una elemental novela primitiva —si se acepta la terminología acuñada por Mario Vargas Llosa— que se vale de la figura del corsario Drake para defender una postura ideológica y transmitir simplemente un mensaje ejemplarizante. Entre ellas destacan algunas que podrían calificarse de "extratextuales" aunque, es obvio, derivan del hecho de que Fidel escribiera el libro. La circunstancia ya comentada de que La novia del hereje... haya podido disputar a Amalia (1851-1855) de José Mármol el honor de ser la primera novela argentina, si no fuera porque López publica una versión parcial en 1840 y porque todavía haría sustanciales modificaciones a la de 1854-1855. A lo que se suma el haber inaugurado una tendencia narrativa hispanoamericana. Precisamente la que toma a los piratas del Caribe, y a los incidentes históricos por ellos protagonizados, como ingredientes medulares de la trama.

Pero hay asimismo una razón que atiende a la calidad literaria del texto y al disfrute que produce su lectura. Porque si bien de gustibus non est disputandum, no es aventurado sostener que La novia del hereje..., a casi ciento cuarenta años de su edición definitiva, reivindica para sí un acercamiento literario que permita regodearse en los componentes, la diégesis y las propiedades intrínsecas de la ficción. No sólo por la feliz reconstrucción estética del ambiente y las costumbres de la sociedad colonial limeña que consigue, como hace notar Adolfo Bioy Casares. Ni por el extraño encanto que, como admite la propia Gerassi-Navarro,78 opera sobre el lector a pesar de las múltiples taras de que, desde la perspectiva de la narrativa moderna, adolece. Sino también por un atributo descubierto por Scott y siempre presente en las buenas novelas históricas —llámese intriga o suspense— que podría traducirse, en términos coloquiales, como un misterioso efecto atrapante mediante el cual el receptor vive la experiencia lectora como agradable fluir. La novia del hereje..., para decirlo con Bioy, es un libro eminentemente novelesco. Se lee con agrado. Y se añora en el recuerdo. No es éste pequeño mérito.

Por otra parte, la acusación moral hecha a López de pretender "recolonizar" Argentina imponiéndole al pueblo recién independizado modelos europeos a través de su novela, es fácilmente rebatible desde otro punto de vista. Si bien es claro que en La novia del hereje... Drake y Henderson aparecen idealizados y representan una especie de progresista sinécdoque de Inglaterra frente al retrato de una España decadente, no lo es menos que así como los piratas protagonistas no se corresponden fielmente a los Drake y Henderson históricos, la Europa referida por López, y sus pautas civilizadoras, son también inventadas en gran medida y no constituyen una radiografía especular de la época —ni del siglo XVI ni del XIX—, ni mucho menos un instrumento con el cual se haya manipulado en la práctica a la población para que se sometiera a un proyecto de nación que perpetuaba las injusticias, los prejuicios y las diferencias económicas y raciales imperantes tras la Colonia. Sustentar lo opuesto es, cuando menos, indemostrable. Tan ingenuo sería afirmar que el autor no vuelca su ideología al escribir como concluir que un texto que reúne, aún hoy día, todas las convenciones y condiciones para ser considerado una novela, no sea sino la suma de equivocaciones y anhelos políticamente clasistas y sexistas de su creador.

La novia del hereje..., por supuesto, como toda literatura, dice mucho de los hombres que actúan en el interior de las tapas y de los que han habitado el tiempo histórico de su redacción y sufrido las penurias individuales y colectivas reales. En este sentido, ofrece una historia de piratas y además una multiplicidad de lecturas —no una única verdad interpretativa— de lo que fue y ha sido, dentro de las particularidades, la historia común de la edificación de los estados nacionales en la América Hispana. Por ello, al igual que otros títulos de la novelística del paréntesis pirático, más que propiciar una "desestabilización" de la certeza de las ficciones fundacionales de Hispanoamérica, como pretende Gerassi-Navarro, abona el repertorio de visiones de que dispone la historia literaria del continente. Y por lo tanto, lejos de la censura desaprobatoria de quien desde el presente se sitúa cívicamente en un nivel de moralidad superior, merece ser leída también, y rehabilitada, en su dimensión de producto imaginario.

 

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Notas

1 Historia de la literatura hispanoamericana, 254-255.

2 Idem.

3 "Su hambre tan canina y tan rabiosa/ De plata bien hartó aqueste adversario/ Que es cosa de decir muy monstruosa/ El número de plata, y temerario/ Negocio nunca visto ni leído". Algunos pasajes de la caudalosa épica de Del Barco Centenera son ilustrativos de la ambivalencia que suscita la figura del pirata entre los escritores de la América colonial, sean peninsulares, criollos o mestizos. Así, antes de condenarlo, el eclesiástico se refiere a Drake en estos términos: "No es justo al enemigo que tenemos/ Celarle sus hazañas y sus hechos/ Ni dejar de decir lo que sabemos/ Que invidia es quitarle sus derechos/ [...] Aqueste inglés y noble caballero/ Al arte del mar era inclinado/ Mas era que piloto y marinero/ Porque era caballero y buen soldado/ [...]". Sin embargo Del Barco considera, y esta valoración hacia los enemigos de España es una constante de la literatura hispanoamericana hasta la Ilustración, que el marino de Crowndale carece de una cualidad moral que lo sitúa en un plano de inferioridad frente a los súbditos de Felipe II: "Mas, como lo mejor y necesario/ Le falta, que es amor de Jesu-Cristo/ Emprende de hacerse gran corsario/ [...]". Véase La Argentina, canto vigésimo segundo, 32, y libro segundo (que no se organiza en cantos), 248. Citamos de Pedro de Angelis, Colección de obras y documentos relativos a la historia antigua y moderna de las provincias del Río de la Plata.

4 La excepción que confirma la regla la constituye, sin duda, Los piratas en Cartagena (1886), de la colombiana Soledad Acosta de Samper. En esta novela, a través de cinco cuadros históricos cuyo hilo conductor es una serie de ataques piratescos a la ciudad cartagenera heroicamente resistidos por los habitantes y las autoridades coloniales, se reivindica la grandeza espiritual y moral de la madre patria y se expresa la necesidad de recuperar la herencia española con vistas a la edificación del propio porvenir nacional. En la tónica de sus predecesores hispanoamericanos, De Samper presenta a los atacantes ingleses y franceses, o bien como una panda de herejes sanguinarios y brutales, o bien como ladrones envidiosos del poder de España.

5 Ángel Rama observa que en Hispanoamérica, con medio siglo de retraso en relación con Europa, en la segunda mitad del XIX, el concepto de literatura tomó forma sustituyendo al de bellas artes y legitimándose en el sentimiento nacional que era capaz de construir. En la misma línea de razonamiento, Emmanuel Carballo ha aseverado recientemente que el cometido artístico será desplazado a un lugar secundario. "[...] los novelistas se fijan tareas que deben cumplir en plazos breves. Sus obras son de contenido moralizante, educacional, de tesis [...] La novela del XIX, en este sentido, guarda cercano parentesco con el teatro del siglo XVI. Como el teatro catequista, los narradores usan textos para infundir ideas, para propagar normas de conducta". Véase La ciudad letrada, Montevideo, 73, y Ensayos selectos, 26, respectivamente.

6 "Carta-prólogo al Sr. Dr. Miguel Navarro Viola", en Vicente Fidel López, La novia del hereje o la Inquisición de Lima, 19-27. En adelante todas las citas corresponden a esta edición que, con la grafía actualizada, sigue la de 1870.

7 Y aun entre la novela de Hispanoamérica y un narrador estadounidense, James Fenimore Cooper, cuyas historias incluyen episodios o aventuras enteras protagonizados por piratas. Véase (James Fenimore Cooper) The Privateer.

8 Atribuido alternativamente, sin que hasta la fecha haya consenso entre los especialistas, a un tal Captain Charles Johnson y al propio Defoe. Para un seguimiento de la discusión sobre la autoría de Historia general de los robos..., consúltese David Cordingly Under the Black Flag..., XIX-xx.

9 Entre los piratas villanos del mundo de la ficción literaria, Long John Silver acaso sólo rivalice en popularidad con el Capitán Garfio de Peter Pan (1904). Es curioso que el nombre de James Mathew Barrie, el autor de Peter Pan, se haya ido opacando en una especie de progresivo anonimato frente al éxito de su criatura, mientras que los de Stevenson y Long John Silver han permanecido en estrecha asociación.

10 Autores de dos novelas homónimas. El filibustero de Sierra O'Reilly es de 1841; el de Ancona, de 1864.

11 Proceso paralelo al de la abundante producción historiográfica del periodo, de la que Vicente Fidel López, autor de una monumental Historia de la República Argentina en diez volúmenes, es un destacado representante. Para una discusión acerca de las similitudes entre los discursos de las disciplinas históricas y la literatura en sus acercamientos a los problemas hispanoamericanos del XIX, véase Rama, op. cit. , 61-82.

12 Gerassi-Navarro, Pirate novels. Fictions of Nation Building in Spanish America.

13 Nos valemos de la terminología que emplea Mario Vargas Llosa en su excelente colección de ensayos La verdad de las mentiras.

14 Anderson Imbert, op. cit., 255.

15 Véase el tomo III del periódico El registro yucateco, Mérida, Yucatán, 1846, donde figuran "Un sacerdote y un filibustero del siglo XVII" y "Juan Venturate: hecho histórico del tiempo de los filibusteros".

16 Gerassi-Navarro, op. cit. , 8.

17 Ibidem, 190. Nota a la Introducción número 14.

18 Sería improcedente afirmar, por ejemplo, que Los piratas en Cartagena de Soledad Acosta de Samper constituye una metáfora de la integración de los países de Hispanoamérica, pero no de la de Colombia.

19 Gerassi-Navarro, op. cit., 9. El subrayado es nuestro.

20 Ibidem, 187. El subrayado, nuevamente, es nuestro.

21 La edición de La novia del hereje... de Emecé forma parte de una colección que agrupa varios títulos bajo el rubro "Memoria argentina".

22 Ficciones fundacionales. Las novelas nacionales de América Latina (2004). Señala Sommer que, cuanto más se empeñaban los integrantes del boom en ignorar la tradición de la literatura latinoamericana, más curiosidad provocaba en ella la persistente atracción hacia esos libros que causaban tanta resistencia. Véase el primer apartado, "Romance irresistible", 17-46.

23 Gerassi-Navarro, op. cit., 125-126.

24 A nuestro juicio, la percepción que los narradores hispanoamericanos del XIX tienen sobre los piratas es, en realidad, bastante consistente. Con los matices del caso, excepción hecha de Acosta de Samper en la novelística, y de Carlos Sáenz Echeverría en su extemporánea composición poética, donde los malos de la Colonia siguen siendo los malos, la literatura de piratas de Hispanoamérica y de Europa guardan afinidad en otro aspecto: los villanos históricos son metamorfoseados, gracias a la alquimia romántica de la ficción, en héroes emancipadores, ya sea de las cadenas de la comunidad, ya de las que imponen las propias limitaciones personales.

25 "A disturbing inability to come to terms with the values to be legitimized for the well-being of the nation", Gerassi-Navarro, op. cit., 5.

26 Ibidem, parte introductoria, 3-12, y pássim. Los paralelismos de Gerassi-Navarro son muy atractivos, aunque cada uno admite matizaciones. La piratería entre los siglos XVI y XVIII puede entenderse, más que como una forma de resistencia, como la sistemática y calculada reiteración de ataques a las posesiones españolas en América por parte de las Coronas europeas enemigas. La libertad de piratas, corsarios, bucaneros y filibusteros tenía sus límites, y no sólo hacia el interior de la tripulación o cuadrilla liderada por el almirante o capitán en turno, sino también políticos, según los vientos de las alianzas y guerras en Europa. La crueldad y violencia que empleaban los piratas a bordo de los navíos, no eran nada excepcionales en esa época, y hay pruebas de que en los barcos mercantes ocurrían atrocidades semejantes. Para mayor información sobre esto último, consúltese el estudio citado de David Cordingly, así como Marcus Rediker, Between the Devil and the Deep Blue See...

27 López estaba convencido de que las dos revoluciones que mejor cifraban la naturaleza moderna de la historia contemporánea universal eran la argentina de 1810 y la de las colonias británicas de 1776. Véase su Manual de historia argentina, XXX y ss.

28 "Carta-prólogo al Sr. Dr. Miguel Navarro Viola", ya citada, 19.

29 Véase Hebe Beatriz Molina, "Algunas precisiones sobre la elaboración de La novia del hereje: los folletines de 1843", 273- 279, y, de la misma autora, "Algunas precisiones sobre La novia del hereje: el texto definitivo", 201-207. Los cuatro capítulos de la edición santiaguina, también en folletín, figuran en los números 1 al 3 de El Observador Político.

30 En el texto de López se evidencian los elementos clásicos: primero: se pretende crear un efecto de autenticidad basando lo narrado en una fuente de origen competente y fidedigna que merezca la confianza del lector; segundo: la diégesis se sitúa en un tiempo pasado en relación con el presente de la enunciación, conforme a una cronología ya determinada por la historiografía; tercero: se produce, a través de la descripción creadora de la atmósfera espacial, la ilusión de que el receptor, más que leer un producto discursivo, contempla la copia de una realidad que existió antes de la narración y sobre la cual se pueden aprender nuevas cosas. Para un examen de los componentes narratológicos mínimos (modalización, temporalización y especialización) que configuran la estructura de la novela histórica, consúltese Celia Fernández Prieto, Historia y novela: poética de la novela histórica, 202-217.

31 Nina Gerassi-Navarro, op. cit., 108.

32 José Miguel Oviedo, Historia de la literatura hispanoamericana. Del Romanticismo al Modernismo, 46.

33 "Carta-prólogo.", 20-21.

34 Ibidem, 21. Cuando López redacta la misiva preliminar de La novia del hereje. sólo era autor de esta novela, y pasarían varios años antes de que su segundo y último trabajo novelesco, La loca de la guardia, una ficción histórica acerca de una misteriosa mujer que apoyó la campaña libertadora del Ejército argentino en Chile en 1818, fuera publicada en 1896.

35 Se ha señalado en diversas ocasiones la reiterada ingenuidad del escritor hispanoamericano del siglo XIX, inmerso en los acuciantes problemas de su época, al identificar el ámbito de sus potenciales lectores con la nación por reformar. Una constante que reaparecería a mediados del XX y que, pese a su bienintencionado afán denunciador, lastraría, hasta el punto de caricaturizarla, la novela del realismo social o del socialrealismo.

36 "Carta-prólogo", 21.

37 Ibidem, 25.

38 José Miguel Oviedo, op. cit., 42.

39 Oviedo califica de obra pionera a La novia del hereje..., aunque luego recalca: "hoy día podemos ver que sus méritos literarios son muy escasos". Ibidem, 46.

40 La novia del hereje. , 30 y ss.

41 Si bien López sólo hace referencia a este metal, el Cagafuego iba cargado también de oro y otros efectos y joyas que, en total, sumaban alrededor de setecientos sesenta y dos mil pesos, una auténtica fortuna para la época. Véase David Cordingly, op. cit. , 29- 30.

42 La novia del hereje..., 50.

43 López equivoca los datos históricos, bastante confusos por otra parte, pues hay varias versiones del episodio de Cagafuego. San Juan de Ortón o Antón era el capitán del barco, llamado originalmente Nuestra Señora de la Concepción. Tampoco hay demasiada escrupulosidad en la descripción y designación de los navíos, y la misma embarcación ora es una goleta, ora un bergantín, y páginas después una carabela o un bajel.

44 La novela de López está salpicada de ingenuidades que, conforme a las convenciones de lectura establecidas actualmente entre el productor y el receptor, constituyen verdaderos pecados narrativos. Intromisiones moralizantes, diálogos que parecen de cartón-piedra, apariciones inverosímiles como la del portugués, frecuentes maniqueísmos y un intermitente tono lacrimógeno en las situaciones amorosas que mueve a risa y que ha llevado a la investigadora Gerassi-Navarro a incluir en su estudio un repaso teórico-histórico del melodrama para llegar a la conclusión de que La novia del hereje... es a la vez una especie de novela histórica y un melodrama doméstico sobre la América española. Véase, para las tesis de Gerassi-Navarro, op. cit., 148-183. Disentimos de esta apreciación, que fusiona dos nociones distintas para definir un objeto y que contradice en buena medida las propias disertaciones de la académica respecto a la novela histórica y a la clara filiación del texto de López a ésta. A nuestro juicio, La novia del hereje. alcanza momentos de un tono intensamente melodramático pero, en sentido estricto, no se la debe conceptuar como melodrama.

45 La novia del hereje..., 52-53.

46 Un personaje evidentemente hereda, si se admite la metáfora biológica, parte de los genes ideológicos del autor que le da vida en la ficción, pero ¿hasta qué punto podemos identificar a uno y otro como responsables de determinado parecer? Si no hubiera diferencia entre lo que expresa la criatura literaria y la persona que le da aliento y que muchas veces, paradójicamente, no sobrevive a aquélla, ¿habría literatura? Pero, al margen de estos interrogantes y de lo que pueda haber de verdad en la censura de Gerassi-Navarro, uno de los excesos en que han incurrido los cultural studies, señalado con clarividencia por Harold Bloom, es su propensión no sólo a enmendar la plana a cuanto autor —sin importar mucho la época— no se ajuste a la moralidad de la ficción por ellos instituida (cabría decir a su idea de la political correctness estética), sino a ignorar en sus interpretaciones el elemento lúdico y de disfrute concomitante a la literatura. Desde esta perspectiva, Gerassi-Navarro confirma de modo tajante, en las prosopografías "blancas" de los protagonistas de La novia del hereje. , el racismo y europeísmo de López, a quien reprocha, además de intentar recolonizar la Argentina, como se ha visto, su afán por querer "blanquear" la raza y su misoginia (como si se tratase de un escritor retrógrada del siglo xxi). Omite, sin embargo, otros datos curiosos. Por ejemplo, la descripción de Drake, a quien López retrata con una "cabellera negra y flotante, como un potro de la pampa", armado de facón (¿cabría censurar a López, a la vista de esta descripción y en la lógica de los anteriores reparos, su "chovinismo"?). Véase La novia del hereje..., 68 y 302. Para las observaciones de Gerassi-Navarro consúltese op. cit., 81 (de donde procede el párrafo citado), passim, y en especial el último capítulo y la conclusión. La posición de Bloom contra lo que él ha bautizado como la Escuela del Resentimiento permea la práctica totalidad de su obra. A su ya clásico El canon occidental (1995) se suma, más recientemente, el provocativo ensayo Cómo leer y por qué (2000).

47 La novia del hereje..., 58. En opinión de Gerassi-Navarro, las constantes ridiculizaciones por parte de López de la mentalidad fanática y supersticiosa de los españoles en general y de los criollos que ocupaban cargos en el Virreinato del Perú, en contraste con la pintura galante y heroica de los británicos, corrobora la visión maniquea que rige el desarrollo de la trama, puesto que el lector sabe desde las primeras descripciones que los piratas no son los villanos de la historia (op. cit., 159.). Esto es cierto, como lo es también que la Inquisición alimentaba en efecto esas supercherías al magnificar las cualidades supuestamente maléficas de los adversarios políticos y religiosos de la Corona. Como sea, es innegable que López, para ambientar su texto, aprovecha de manera eficaz la leyenda negra, y nada gratuita, creada en torno al Santo Oficio peninsular. Para un estudio panorámico del establecimiento y evolución de este tribunal, del proceso que seguía a los acusados y de las penas que aplicaba, véase Arthur Stanley Turberville, La Inquisición española, 36-72.

48 La buena relación que mantenía Drake con negros e indios enemigos de los españoles en América, y el generoso trato que les brindaba, están de sobra documentados. Véase, por ejemplo, el capítulo que Germán Arciniegas le dedica a los ladrones de la reina de Inglaterra en su célebre Biografía del Caribe, 92-113, o el que Peter Gerhard destina al estudio de los piratas isabelinos en Pirates ofNew Spain (1575-1742), 55-97.

49 "Esta era su empresa favorita, porque el odio a la España era su pasión dominante". La novia del hereje. El encono legendario de Drake hacia todo lo que pudiera oler a español tiene su origen en un incidente en 1568, cuando a él y a su tío John Hawkins los cañonearon a traición en el puerto de Veracruz. Diez navíos ingleses en misión de saqueo y contrabando habían llegado a Ulúa y, confundidos por la guarnición costera con la Flota de Nueva España en la cual llegaría el nuevo virrey Martín Enríquez de Almansa, les permitieron atracar. Días después, cuando el malentendido se hubo aclarado y se negociaba una salida para que Hawkins y su tripulación pudieran retirarse sin ser atacados, arribó Enriquez de Almansa en persona, quien luego de numerosos ardides y dilaciones, ordenó embestir por sorpresa. Hawkins y Drake lograron escapar de milagro. Desde entonces éste juró regir su vida bajo un solo propósito: hacer el mayor daño posible a Felipe II y sus súbditos. Curiosamente, el feroz antiespañolismo de Drake nunca llegó a ser sanguinario. Véase Cruz Apes-tegui, Piratas en el Caribe. Corsarios, filibusteros y bucaneros (1493-1700), 54-62, y Manuel Lucena Salmoral, Piratas, bucaneros, filibusteros y corsarios en América, Madrid, Mafre, 81-83.

50 Sir Francis Drake. The Queen's Pirate, 158.

51 Drake convidaba a San Juan a la hora de la cena, y jugaban a las cartas. Incluso entregó a los ibéricos algún dinero como consolación por el inconveniente y, al liberar al Cagafuego, salvoconductos por si llegaban a caer bajo las garras de otros corsarios ingleses. Antes de despedirse, Drake explicó al capitán rehén que había venido al Pacífico para robar a los españoles por mandato de la reina de Inglaterra, y que velaba las armas que ella le había dado, así como su comisión. Cordingly, op. cit., 28-31, y John Cummins, Francis Drake, 99-104.

52 Para el 1° de marzo de 1579, fecha del apresamiento de Nuestra Señora de la Concepción, el Pelican ya había sido rebautizado como Golden Hind.

53 Peter Gerhard, op. cit., 65-67.

54 "Antón was seized and taken on board the Hinde, where Drake was taking off his helmet and coat of mail. Drake embraced cheerfully, told him to cheer up, for these things happen in war [...]". John Cummins, op. cit., 101. Véase también Zelia Nuttal, New Light on Drake: A Collection of Documents...

55 Gerhard, op. cit., 66.

56 La novia del hereje. , 83, nota al pie 1. Con ellos viajaba también el muchacho John Drake, primo de Francis, quien recibiría una cadena de oro como recompensa por haber sido el primero en avistar al Cagafuego desde la cofa del palo mayor. Cummins, op. cit., 100-101. Otro de los conocidos correligionarios de Drake que participó en la aventura del Nuestra Señora de la Concepción fue John Oxenham, ahorcado en Lima poco después, al separarse de Drake para probar suerte en el Istmo de Panamá, según ha indagado la historiografía pirática, y desmembrado por cuatro caballos, a la romana, gracias a la imaginación novelística de López, en el último capítulo de La novia del hereje.

57 Entre 1577 y 1580, al mando de la Golden Hind, Drake realiza la hazaña de la segunda circunnavegación alrededor del mundo, la cual, a diferencia de la primera de Magallanes, concluye con éxito. Ocho años más tarde consumaría otra de sus proezas más sonadas, la derrota de la Armada Invencible de Felipe II a las puertas mismas de Cádiz.

58 La novia del hereje..., 87.

59 Ibidem, 91.

60 Ibidem, 111.

61 Ibidem, 108-122.

62 Ibidem, 11-15. El escrito de Bioy, que antecede a la carta-prólogo, se titula "La novelesca y La novia del hereje".

63 Ibidem, 96, 159.

64 La expedición de Sarmiento, en realidad, tuvo un carácter más científico-económico que castrense, y fue concebida como una maniobra preventiva, no de represalia. Ordenada por el virrey de Toledo después de los asedios de Drake, su objetivo no era salir en pos de este último hasta capturarlo sino hallar y medir con precisión las bocas o abras del Estrecho de Magallanes, bautizándolas, con la idea de erigir más tarde fortificaciones en lugares adecuados. El plan incluía un acercamiento a los indígenas de la zona para averiguar por medio de intérpretes sus ritos y costumbres, granjeándose su amistad con halagos, quincalla y telas de colores. Los españoles pretendían así matar dos pájaros de una pedrada: bloquearían el paso naval de los enemigos hacia el Pacífico y aprovecharían la información sobre metales preciosos y especias que pudieran sonsacarle a los nativos. Véase las relaciones del propio Sarmiento, dictadas a su escribano, en Pedro Sarmiento de Gamboa, Viajes al Estrecho de Magallanes (edición de María Justina Sarabia Viejo).

65 La novia del hereje..., 168.

66 Ibidem, 185.

67 En el antepenúltimo capítulo se devela el dato escondido de que Sicilia fue la cuna del boticario Bautista. Véase Ibidem, 391 y 392. Aunque López no precisa exactamente en qué fechas sitúa este suceso histórico, origen del resentimiento de Lentini, es de suponerse que corresponde a un periodo comprendido entre la toma de Nápoles por parte de los franceses —lo que originaría la batalla de San Quintín en 1556— y la recuperación hispana de la ciudad y el posterior tratado de paz de Chateau-Cambrésis en 1559.

68 Véase el capítulo XX, "Los recuerdos", 213-123. López no sólo es oscuro en la redacción sino que, en algunos párrafos, adelantándose involuntariamente a su época, alcanza un tono de auténtico culebrón radiofónico.

69 Nuñez Vela murió, en efecto, violentamente, pero no como lo describe López sino ejecutado. Para un panorama de las guerras civiles y rencillas entre los conquistadores, véase el libro segundo del ya clásico El trágico fin del imperio inca: historia de la conquista de Perú, de William Hickling Prescott.

70 Sobre el verdadero papel que cumplía la tapada limeña en la sociedad colonial peruana en tanto símbolo de radical libertad femenina, o de déspota represión masculina, hay abundante y contradictoria bibliografía. Consúltese, a modo orientativo, el capítulo II de Jorge Basadre, La iniciación de la República..., 107-112, y el testimonio del viajero Max Radiguet, Lima y la sociedad peruana, 29-36.

71 "Pachacamac había sido para los peruanos lo que Jerusalén para los cristianos, lo que la Meca para los musulmanes, el objeto de las peregrinaciones de los devotos, que en grandes comitivas venían incesantemente de todos los rincones del imperio a rendir sus ofrendas y recibir los oráculos del Dios". La novia del hereje. , 330.

72 "¡Bien, ahora te tengo bajo el talón de mi sandalia! —exclamó el fraile sacudiendo su brazo— ¡y te voy a convertir en masa vil de carne, sangre y polvo... Pero aún hay un resto de esperanza para ti, si te humillas!" "¡¡Jamás! —exclamó Mercedes interrumpiéndolo con la fuerza de una tigresa—" "Es decir, inicua, ¡que prefieres descubrirme el paradero de los papeles [...] entre los ayes del tormento!" "¡Os he dicho que el peor tormento para mí es tu presencia, fraile, y si nada consigues con ella, ¡piensa lo que sacarás de tu tortura!" "¡Insolente!" "¡Malvado!" [...]. Ibidem, 397.

73 Ibidem, 412. Esta descripción de la casa de campo inglesa ha provocado otra acre crítica de Gerassi-Navarro. Según la académica, al equiparar la felicidad y el bienestar de una nación con el espacio de la morada, López proporciona una de las pruebas más evidentes de su subyugación frente a Inglaterra y de su intención de "recolonizar" Argentina con modelos políticos y socioeconómicos importados de Europa. Véase Navarro-Gerassi, op. cit., 77-78.

74 Era tan grande el cariño del pirata Juan Oxenham por Juana que, temiendo una negativa de la criada, le había entregado a Drake, antes de despedirse, una carta en la que le pedía que la cuidara como su bien más preciado, cosa que el Drake ficticio de López, como consta en el último capítulo, en efecto hizo.

75 A quien se le encontraron atados a su cuerpo, poco antes de morir, los famosos papeles comprometedores del padre Andrés. López concibe para Lentini la misma ejecución históricamente falsa que atribuye a Oxenham, por desmembramiento. La novia del hereje..., 418.

76 Ibidem, 420. Aquí López obvia la imposibilidad de que Isabel I permitiera el funcionamiento de dicha institución católica en territorio protestante.

77 "These texts [refiriéndose también a las novelas de Acosta de Samper, Sierra O'Reilly y Ancona] refuse to address the racial differences of colonial society by masking them through aesthetic values. [...] These texts are not about reconciliation, whether political or familiar. They are about one political project overcoming the other, one nacional identity suppressing the other, one domestic idea replacing all others". Gerassi-Navarro, op. cit., 182-183.

78 En la página de agradecimientos, la académica celebra que María Elena Qués que le haya prestado la "1917 edition of Lopez's novel, which first sparked my excitement in this project". Ibidem, IX.

 

Información sobre el autor:

Mexicano. Doctor en Literatura española e hispanoamericana por la Universidad Autónoma de Madrid. Ha colaborado con artículos de crítica literaria, reseñas y cuentos en diversos medios nacionales y extranjeros. Es autor de varios libros de creación, entre ellos las colecciones de relatos Unos niños inundaron la casa (1999) y Madrid al través (2003), y las novelas Bogavante (2000) y El Señor Amarillo (2004). A finales de 2006 publicó el ensayo Novela española y boom hispanoamericano. Desde 2004 se desempeña como investigador de tiempo completo en la Unidad Académica de Ciencias Sociales y Humanidades de la UNAM en Mérida, Yucatán, donde realiza la investigación "Los piratas del Caribe en la narrativa hispanoamericana". Es miembro del Sistema Nacional de Investigadores e integrante del Consejo Editorial de distintas revistas culturales. acurielrivera@gmail.com

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