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Península

versión impresa ISSN 1870-5766

Península vol.1 no.0 Mérida  2005

 

Artículos

 

"Nuestro hombre en México". Las hazañas del cónsul estadounidense Louis Henri Aymé en Yucatán y Oaxaca1

 

Adam T. Sellen

 

UACSHUM, CH, UNAM.

 

Fecha de recepción: 5 de septiembre de 2005.
Fecha de dictamen: 20 de septiembre de 2005.

 

Resumen

Louis H. Aymé, se desempeñó a principios de la época porfiriana como cónsul de los Estados Unidos en Mérida, Yucatán. Durante su estadía en México, llevó a cabo excavaciones arqueológicas ilegales y traficó antigüedades precolombinas a museos de los Estados Unidos. La evidencia de estas afirmaciones se encuentra en documentos escritos por el propio Aymé, que demuestran cómo utilizó sobornos y engaños para sacar del país grandes cantidades de material arqueológico. Irónicamente, al mismo tiempo el cónsul documentó algunas de sus exploraciones con una precisión sorprendente para la época, dejando así un registro valioso para la arqueología contemporánea. Su conducta en México sentó las bases para el comportamiento de los siguientes cónsules estadounidenses, quienes repitieron su mal ejemplo de valerse del cargo diplomático para el saqueo de piezas arqueológicas. En este sentido Aymé contribuyó sustancialmente a enrarecer el ambiente de sospecha que existió entre el Gobierno mexicano y los extranjeros que se involucraban en la empresa arqueológica, actitud de la cual se desprendió un endurecimiento de las medidas implantadas por el Gobierno para controlar la exploración arqueológica.

Palabras claves: Historia de la arqueología, Yucatán y Oaxaca, Porfiriato, coleccionismo.

 

Abstract

This paper deals with the life of Louis H. Aymé, who was the United States consul in Merida, Yucatán, at the beginning of the era known as the Porfiriato. During his stay in México Consul Aymé carried out illegal archaeological excavations and smuggled pre-Columbian antiquities to museums in the U.S. The evidence for these assertions is contained in documents written in Aymé's own hand, showing that he used bribery and graft to extract large quantities of ancient artefacts from México. Ironically, at the same time he documented some of his explorations with an unusual precision for the day, leaving behind a valuable record for archaeology. Aymé's foray into México created a blueprint for subsequent American Consuls from which to usurp their diplomatic positions in the name of archaeological exploration. In this sense the Consuls actions contributed substantially to fuel the air of suspicion that existed between the Mexican government and foreigners who were involved in archaeological enterprises, resulting in the stiffening of measures that controlled exploration.

Key words: Archaeological History, Yucatán and Oaxaca, Porfiriato, collectionism.

 

Por lo general, los cónsules americanos en México eran un
cuerpo de hombres creíbles, atentos a sus deberes y patrióticos
representantes de su país. Durante mi residencia de
siete años, sólo una vez tuve la ocasión de recomendar al
Departamento un cambio.

John Watson Foster
Ministro de los Estados Unidos en México (1873-1880).

 

Foster nunca tuvo el placer de trabajar con el cónsul Louis Henri Aymé, porque el ministro renunció a su puesto el mismo año que Aymé fue contratado por el Departamento de Estado de los Estados Unidos de América. Si Foster hubiera sido informado del ambiguo comportamiento de Aymé en México, es probable que hubiera reconsiderado los buenos términos que usó en su halago a los cónsules estadounidenses. Durante cuatro años como cónsul en Mérida, Yucatán, y otro año en el estado de Oaxaca aparentemente como "etnólogo especial" para el Instituto Smithsoniano, Aymé logró manchar la reputación del cuerpo diplomático de los Estados Unidos. En vez de atender a sus deberes consulares, llevó a cabo excavaciones arqueológicas ilegales y traficó antigüedades precolombinas a museos de Estados Unidos. La evidencia de estas afirmaciones se encuentra en documentos escritos por Aymé mismo, que demuestran cómo utilizó sobornos y engaños para extraer grandes cantidades de material arqueológico fuera de México. Irónicamente, al mismo tiempo documentó algunas de sus exploraciones con sorprendente precisión para la época, dejando así un registro valioso para la arqueología contemporánea.

Los puntos divergentes entre las acciones, la personalidad y el legado de Aymé, pintan a un personaje complejo e interesante, digno de la reflexión histórica. Según algunas fuentes, era un entusiasta y romántico aventurero del mismo corte John Lloyd Stephens, autor de Incidents of Travel in Yucatan (1843), un clásico de la literatura de aquella época que seguramente Aymé había leído en su juventud. Sin embargo, a diferencia de Stephens, él no se involucraba en la reflexión y el estudio de las ruinas antiguas, sino que consideraba los sitios arqueológicos como fuentes para hacer avanzar su economía y su propia carrera. Su papel como cónsul, y más tarde como agente del Instituto Smithsoniano, fueron los vehículos oficiales para lograr estas metas.

La experiencia de Aymé en México sentó las bases para los siguientes cónsules americanos, quienes repitieron su mal ejemplo de valerse del cargo diplomático para el saqueo de piezas arqueológicas. En particular, la historia de Aymé recuerda otra de un colega posterior, el cónsul americano en Mérida Edward H. Thompson. A principios del siglo XX, Thompson dragó el cenote sagrado de Chichén Itza y envió el tesoro hallado al museo Peabody de Harvard. El explorador alemán Teoberto Maler consideró reprobable su comportamiento y lo denunció a las autoridades (cf. Ramírez Aznar, 1990). Los hechos de Aymé anteceden la sustracción de piezas del cenote sagrado, por lo que podemos argumentar que él contribuyó en gran medida a enrarecer el ambiente de sospecha que existió entre el Gobierno mexicano y los extranjeros que se involucraban en la empresa arqueológica. Las incursiones de forasteros en las ruinas llegaron a ser vistas como amenazas al patrimonio cultural, y resultaron en el endurecimiento de las medidas que implantó el Gobierno de México para controlar la exploración.

Sus acciones nefastas y la respuesta oficial, le han ganado a Aymé un lugar central en la historia de la arqueología mexicana. No obstante, pese a que tuvo amplia notoriedad en el siglo XIX, se le considera una figura menor en la narrativa, y su nombre solamente aparece en conexión con otras personalidades de la época. Hasta la fecha la única información publicada sobre este interesante personaje es un reporte que cuenta la exploración que realizó en una cueva de Coatlán, Oaxaca (cf. Pinkston, 2002). Por lo tanto, el propósito de este artículo es triple: primero, ubicar a Aymé en el contexto de la época y proporcionar datos biográficos inéditos, así como un breve resumen del estado de la arqueología es el siglo XIX; segundo, revelar sus hazañas en Yucatán y Oaxaca y, tercero, demostrar cómo sus acciones, apoyadas por instituciones poderosas de Estados Unidos, produjeron un cambio de las políticas gubernamentales hacia los arqueólogos foráneos.

 

Un bosquejo biográfico

Louis Henri Aymé (1855-1912), de ascendencia francesa, fue ciudadano de los Estados Unidos y oriundo de la ciudad de Nueva York, donde lo crió un padre cirujano militar (Figura 1). Cuando Aymé todavía era un joven estudiante, había viajado dos veces alrededor del mundo, como asistente científico agregado a la expedición estadounidense del tránsito de Venus (1873-1875); un viaje que seguramente promovió su amor por la aventura. Durante su vida trabajó esporádicamente en el servicio diplomático americano como oficial de menor rango, y por lo regular recurría a cargos ubicados en zonas tropicales. Su primera posición fue el consulado en Mérida, Yucatán (1880-1884). Después de renunciar a este puesto, el Instituto Smithsoniano lo contrató como "etnólogo especial" en el estado de Oaxaca, donde vivió un tiempo (1884-1885). Al dejar México, Aymé consiguió trabajo como corresponsal para el Chicago Times (1888-1889), el Chicago Interocean (1890-1891), y finalmente como editor de la prensa foránea para la exposición mundial colombina (1891-1893). Regresó al servicio diplomático donde consiguió que le asignaran cargos, primero en la isla de Guadalupe (1898-1902) y luego en Para, Brasil (1903). En el ocaso de su vida, obtuvo una posición más cómoda en Lisboa, Portugal (1906-1912), donde murió.2

Como hombre muy sociable y viajero consumado, el nombre de Aymé aparece esporádicamente en los libros de viajeros de la época. A partir de estos relatos es obvio que se le pintara con una personalidad colorida y enérgica. Por ejemplo, su amigo y compañero de viaje, Frederick Ober, escribió la siguiente halagüeña descripción:

Es crédito de los Estados Unidos, y de mi buena fortuna, que tuviéramos al momento de mi llegada un cónsul en Yucatán; un caballero apto para el puesto en todos los sentidos. El cónsul Aymé, aunque de ascendencia francesa, era un verdadero americano [...], poseyó logros únicos como un señor educado y con devoción a la ciencia. En aquel tiempo eran pocos los forasteros en Mérida, y el buen cónsul me buscó en el Hotel México, y, con hospitalidad y sinceridad típica del país, me ofreció su casa durante el periodo de mi visita. Con él estoy endeudado por cuarenta días felices en Yucatán y por la buena disposición que me brindó (Ober, 1885: 45).3

El conocido fotógrafo francés, Désiré Charnay, también atravesó la península yucateca con Aymé en 1882, y con emoción halagó a su "maravilloso amigo explorador" (Charnay, 1884: 368). Sin embargo, no todos compartían una buena opinión sobre el cónsul: los arqueólogos franceses Alice y Augustus Le Plongeon lo detestaban.

 

La arqueología en México durante el siglo XIX

Aymé realizó sus exploraciones en la época en que Norteamérica y Europa se embarcaban en una empresa de construcción masiva de museos. La codicia frenética por obtener objetos y conocimiento era el motor que impulsaba decenas de expediciones a México, apoyadas por instituciones públicas y privadas, y cuyo fin era llenar las bodegas de las instituciones culturales con tesoros exóticos de cada rincón del mundo (Rico Mansard, 2004: 63). Como dice Roberto Aguirre en una publicación reciente: "El deseo para el conocimiento empírico fue inseparable del deseo imperial de obtener cosas" (Aguirre, 2005: XXII).4 Por un lado, estaba la noble idea de llevarle al público a casa el mundo cultural entero, pero, por otro, los afanes de coleccionar y exhibir se enmarcaron conceptualmente en ideas positivistas de evolución, que sentaron una base lógica para clasificar a las razas blancas por encima de las razas de color (ibid.: XV). De manera perversa, estas actitudes legitimaron el saqueo de ruinas arqueológicas en países lejanos, cuya población local se pensaba vivía en un estado de ignorancia total de su pasado. El estado de abandono de muchos sitios arqueológicos de estos países reforzó este punto de vista eurocéntrico, en el sentido de que cualquier cosa que pudiese ser extraída de ellos se justificaba en nombre de la ciencia, el progreso y la conservación. Hasta el célebre explorador Stephens (1843, vol. 2: 115) asumió la posición de que ciudades prehispánicas enteras podían ser enviadas al extranjero, porque nadie, ni Gobierno ni particulares, cuidaban de ellas.

Este prejuicio estaba en contradicción directa con la legislación explícita de México del siglo XIX, que prohibía la extracción de bienes de la Nación. Desde tiempos de la colonia española se habían formulado leyes para poner freno a la comercialización del patrimonio cultural. A partir de 1859 la Sociedad Mexicana de Geografía impulsó un movimiento a favor de que todos los monumentos pertenecieran a la Nación (Valderrama y Velasco, 1981, vol. I: 133). Poco tiempo después, en 1864, el emperador Maximiliano promovió una iniciativa específica para proteger antigüedades en el estado de Yucatán, la cual prohibía toda excavación de los monumentos, o que se tomaran partes de ellos, por pequeñas que fueran (ibid., vol. I: 27).

Los cinco años que Aymé vivió en México coincidieron con el principio del Porfiriato; un periodo en el cual Porfirio Díaz gobernó el país con mano de hierro por tres décadas hasta 1910. El régimen porfirista tuvo notables avances en materia de conceptos, leyes e instituciones que revaloraban y protegían los monumentos prehispánicos; avances que culminaron en 1897 con la disposición que declaraba oficialmente todos los monumentos prehispánicos propiedad de la Nación. Sin embargo, las medidas para preservar los monumentos fueron constantemente desobedecidas. Bustamante enmarcó el problema como resultado de la codicia: a principios del siglo XIX observó que el saqueo era promovido por el oro, y que éste tenía mucho más poder que cualquier ley (Bustamante, 1986, vol. II: XIII).

Los arqueólogos de esa época se mostraron más lentos que el Gobierno en responder a los retos planteados por el saqueo destructivo y el coleccionismo, en parte porque la disciplina no había desarrollado estándares profesionales. A finales del siglo XIX, a las personas que exploraban las antiguas ruinas a veces se les conocía como arqueólogos, pero pocos tenían un entrenamiento profesional, pues la arqueología apenas existía como un curso -mucho menos que una disciplina- en la Universidad. Las técnicas y documentación que los principiantes utilizaron en sus excavaciones, si es que registraban algo, eran muy diferentes de los estándares empleados hoy en día. Había muy pocas normas disponibles para excavar, registrar, manejar y clasificar material arqueológico; en realidad, el interés primordial de la mayoría de las exploraciones estaba en la obtención de piezas para las colecciones. Las excavaciones eran operaciones sumamente destructivas, a veces llevadas a cabo con dinamita; estructuras como tumbas o templos a menudo eran desmanteladas para llevarse las piedras grabadas. Hasta los arqueólogos más profesionales y de renombre que trabajaron en México a fines del siglo XIX, han sido duramente criticados por la destrucción de sus excavaciones (Bernal, 1980: 156). En retrospectiva, las excavaciones de Aymé fueron menos devastadoras que las de sus contemporáneos, pero seguramente porque no tuvo los recursos ni la infraestructura para hacer más daño.

 

Aymé en Yucatán

Como "arqueólogo" principiante, Aymé adquirió su experiencia en el estado de Yucatán. Oficialmente empezó sus deberes como cónsul en Mérida el 23 de 1880,5 pero las tareas rutinarias del Consulado deben haber aburrido a este hombre tan aventurero, y en poco tiempo se encontró explorando las cercanas ruinas mayas, que Stephens y Catherwood (1843) habían descrito 40 años antes. En junio de 1881, Porter C. Bliss, de la enciclopedia Johnson's, publicó en un periódico local de Mérida, así como también en la prensa nacional, una narración de uno de los viajes que emprendió Aymé (Lombardo de Ruiz, 1994, vol. I: 78-82). El séquito del viaje comprendía a Aymé y su esposa, Florence Harrison, y a Bliss y Frederick Ober, quienes tenían 10 días explorando las ruinas de Uxmal y Kabah. En otra versión del mismo viaje, Ober (op. cit.: \ 10) describe a Aymé como un explorador "incansable" y "entusiasta", y le da el crédito del descubrimiento en Kabah de una sencilla pintura, delineada en azul. Esta ilustración, que fue interpretada como la representación de un hombre montado a caballo, fue la que utilizó Désiré Charnay como evidencia de que los mayas habían documentado su encuentro con los conquistadores españoles, y así supuso que las ruinas debían tener únicamente algunos siglos de antigüedad.

Otra nota publicada en el mismo periódico, pero posterior, explica el método que Aymé empleó para descubrir dicha pintura mural (Lombardo de Ruiz, op. cit.: 90). Aparentemente la capa de mezcla que cubría la ilustración se desprendió fácilmente cuando lo rascó, revelando así el mural que se encontraba abajo. Durante una visita a Chichén Itzá, Aymé también utilizó este método, pero con consecuencias desastrosas: la mutilación del mural del Templo Superior de los Jaguares exploradores franceses Alicia y Augustus Le Plongeon se quedaron horrorizados, y denunciaron este acto de vandalismo en un artículo publicado en la revista Scientific American:

Para nuestra gran pena, vimos en seguida que alguien había intentado limpiar la tierra de la pared rasgándola. Cuando mostramos exclamaciones de disgusto, algunos de los soldados que nos escoltaban, dijeron: "¡Oh sí! Aquel caballero que vino hace dos años lo hizo; lo rasgó con un machete, y decía "mira esta señora vieja y feá " (en Desmond y Messenger, 1988: 98-99).6

Los soldados recordaban perfectamente que el "caballero" era el cónsul americano en Mérida. El incidente motivó una de las muchas quejas que los arqueólogos franceses dirigieron contra Aymé mientras vivió en Yucatán.

Probablemente fue en enero de 1882 cuando Aymé tramó un plan con Stephan Salisbury Jr. y Alex Agassiz, de la Sociedad Anticuaría de Massachussets, para enviar piezas a Estados Unidos. En un principio su proyecto parecía perfectamente legal: obtendrían un permiso del Gobierno para evitar la contravención de las leyes mexicanas. Salisbury y Agassiz formularon la petición en nombre del cónsul, quien estaría a cargo de las exploraciones y recopilaría los materiales arqueológicos en México.7 Desafortunadamente, Aymé se precipitó. En el verano de 1882, antes de que el permiso hubiera sido expedido, empezó a anunciar a algunas personas que tenía un permiso para exportar antigüedades. Lo denunciaron enérgicamente en un periódico local, El Diario del Hogar, con fecha del 28 de junio. El caso llegó hasta el despacho del gobernador de Yucatán, quien sostuvo que no tenía conocimiento de la expedición de dicho permiso para el cónsul americano. El gobernador le recordó públicamente que la extracción de antigüedades estaba estrictamente prohibida.8

Sin duda, el denunciante al periódico fue Augustus Le Plongeon, quien no solamente había informado al gobierno de México sobre las actividades ilegales de Aymé, sino también había intentado descarrilar los esfuerzos de Salisbury y Agassiz de convertir al cónsul en su agente en Yucatán. Le Plongeon escribió furioso contra Aymé en una carta dirigida al poderoso senador de Massachussets, George Hoar, quien también fungía como vice presidente de la Sociedad Anticuaría de ese estado. Según el explorador francés, Aymé era un farsante que se presentaba ante las sociedades científicas como conocedor, y usaba el puesto diplomático para sacar ¡legalmente antigüedades mexicanas. En la carta lo califica de técnica y lingüísticamente inepto, sin aptitudes para sacar una foto decente, y sin habilidad para comunicarse con las personas cuya historia cultural se estudiaba. Increíblemente, en su carta llega tan lejos que acusa a Aymé de colaborar en un atentado contra su vida y la de su esposa cuando se encontraban en Uxmal. En conclusión, Le Plongeon argumentaba que las acciones del cónsul estropearían las posibilidades de hacer futuras investigaciones en el estado, e incluso amenazaba a la Sociedad con su renuncia si Aymé no era expulsado de sus filas (Desmond y Messenger, op. cit.: 86-87). Con todo, su cólera fue ignorada. La Sociedad Anticuaría estaba entusiasmada con la posibilidad de obtener material arqueológico de Yucatán, y estaba dispuesta a apoyar a Aymé para lograrlo.

En parte para controlar el daño que las denuncias de Le Plongeon les habían causado con el gobierno mexicano, Salisbury y Agassiz declararon en su solicitud del permiso de exportación que no tenían intención de extraer "tesoros de arte, ni cualquier articulo de valor en contravención de leyes mexicanas, ni tampoco autorizar [a]su agente Louis H. Aymé [para] actuar en una manera ofensiva a las autoridades locales o federales...".9 Para reforzar la petición al Gobierno, los estadounidenses presentaron una carta del mismo miembro de la Sociedad que Le Plongeoa había contactado para quejarse de Aymé, el influyente senador George Hoar. En esta carta, Hoar recomendaba de manera efusiva a las instituciones y personas involucradas en el proyecto arqueológico.10 La estrategia funcionó, y el permiso para sacar piezas arqueológicas fue expedido en octubre de 1883. Así, el cónsul Aymé tenía la autorización para realizar exploración arqueológica en la península de Yucatán, sacar moldes de los monumentos y tomar fotografías de los sitios, además de enviar barriles de tierra y tepalcates para su estudio en Estados Unidos. En relación con las muestras arqueológicas, Aymé mismo apuntó:

Mi colección, de sumo valor para todos los Antigüedades Americanos [sic], comprende tanta basura y materiales inútiles, que los mexicanos los rechazan, y de los cuales he dicho pueden procurar toneladas.11

Considerando el estado de la ciencia arqueológica en aquel tiempo, se puede comprender que tepalcates y tierra no tuvieran un valor particular para la Nacida y, por tanto, su salida estuviese permitida.

Nueve meses después, uno de los envíos de Aymé destinado a Nueva York y fue detenido en el puerto de Progreso, Yucatán. El agente de la aduana, Miguel Arcos, después de inspeccionar cuidadosamente dos cajas, reportó:

... en efecto contienen la tierra dicha; pero ésta ocultaba el objeto que en los dibujos representaba el núm. 2; expresa asimismo que la caja A con 230 kilos bruto, declaraba contener fragmentos de barro; contiene varios saquitos con multitud de fragmentos de piedra de barro y de hueso de procedencia antigua, unos pulimentados, otros barnizados, algunos sólo cocidos, la mayor parte con figuras geométricas trazadas en la superficie, algunos trozos pequeños de obsidiana y además los objetos que en los dibujos representan los num. 1, 3, 4, 5 y 6...12

Los peritos consideraron los objetos con suficiente valor como para enviarlos al Museo Nacional para su resguardo. Desafortunadamente las ilustraciones del agente Arcos que acompañaron la documentación ya no forman parte del expediente por lo que no podemos identificar las piezas. Aymé hizo un intento por recuperar las cajas embargadas en Progreso y solicitó la ayuda de una amiga influyente en Mérida, la señora Clemencia Ortega de Toledo. Sin embargo, su carta al ministro de Justicia13 no resultó favorable, ya que las autoridades le respondieron cortesmente que ella no tenía cartas en el asunto.14

La gravedad del escándalo que siguió no tenía que ver tanto con el valor de los objetos que Aymé intentaba sacar de contrabando, sino con la impertinencia de un diplomático del vecino del norte al pretender engañar al Gobierno mexicano. Este incidente debe haber quedado presente en la memoria por muchos años, de tal manera, que sus consecuencias afectaron a otro cónsul de Mérida con semejantes ambiciones, Edward H. Thompson. En 1894 Thompson hizo una petición al Gobierno para exportar 50 cajas de tepalcates provenientes de sus excavaciones cerca de la laguna de Chichan Kanab, pero el Ministerio de Justicia se la negó rotundamente. Joaquín Baranda, en aquel entonces Ministro de Justicia, argumentó que a pesar de su estado de deterioro, los objetos constituían material arqueológico y por lo tanto estaban protegidos por la disposición general que prohibía su exportación.15 Sin duda, en su estricto apego a la ley influyó el ominoso precedente que habían dejado las artimañas del anterior cónsul, Louis Aymé.

En el estado de Yucatán Aymé había sido sorprendido por las autoridades, pero no iba a cometer el mismo error otra vez; aprendió, entonces, a evitar problemas con la aduana por medio del soborno. También aprendió a ser más discreto en cuanto a sus actividades ilegales. Antes de renunciar a su posición de cónsul a consecuencia del escándalo de la aduana de Progreso, Aymé ya había fijado la mirada en el estado de Oaxaca como otra oportunidad para obtener material arqueológico.

 

Aymé en Oaxaca

Lo que va a distinguir la experiencia de Aymé en Yucatán de la de Oaxaca es que ahora realizará sus expediciones sin las credenciales oficiales de un diplomático de los Estados Unidos. El cambio de estatus no frenó a este intrépido explorador; quizá le inculcó esta condición con más energía, porque ahora podía dedicarse de tiempo completo a coleccionar antigüedades. Sin embargo, el incremento de las expectativas de sus nuevos patrones le causaría serios problemas para la empresa que emprendió en Oaxaca.

Poco después de su renuncia al cuerpo diplomático, Aymé firmó un contrato con Spencer Baird (1823-1887), un distinguido naturalista de los Estados Unidos y secretario del Instituto Smithsoniano en Washington. Aymé le vendió la idea de un ambicioso proyecto para explorar las ruinas de Oaxaca, y concretó el acuerdo con una propuesta escrita. El Instituto lo contrató como "etnólogo especial" para procurar antigüedades, lo cual tendría una duración de seis meses, del 1o de septiembre de 1884 al 1o de marzo de 1885. Estas fechas marcaron el inicio de una incursión arqueológica de largo alcance llevada a cabo en el estado de Oaxaca.

Los detalles de la propuesta, el acuerdo de empleo y las actividades de Aymé en Oaxaca se describen en una serie de cartas que le escribió a Baird, las cuales se encuentran resguardadas en varios archivos del Instituto Smithsoniano. Algunas cartas toman la forma de reportes sobre los avances de la expedición, incluyendo listas detalladas de los objetos que envió al Museo, mientras otras se enfocan en los términos originales del contrato que le fue renovado durante su estancia en México. Gran parte de esta correspondencia tiene que ver con problemas de dinero; en las cartas puede percibirse cómo Aymé suplicaba constantemente a los funcionarios de la institución el envío a tiempo de los giros con su salario. Las respuestas a estas cartas se desconocen, salvo un reporte elaborado por un administrativo del Instituto, William V. Cox, quien fue designado para resolver los problemas de dinero, y quien cita algunas partes de la correspondencia de Baird. Con base en este reporte, es evidente que Baird no estaba impresionado con la calidad de las colecciones que recibió al inicio, pero su opinión debe haber cambiado, porque extendieron el contrato de Aymé por cuatro meses más. Sin duda parte del problema, como lo planteó Cox, fue la propensión de Aymé a exagerar el valor de sus hallazgos e inflar así las expectativas del Museo.16

La propuesta que Aymé envió a Baird aparentaba ser una empresa bien pensada y planeada. En el documento, Amyé resume su experiencia previa en la exploración arqueológica mientras todavía era cónsul, y menciona un viaje que hizo a Oaxaca en 1881 para recopilar una pequeña colección de material prehispánico. proveniente del brazo este de los valles centrales de ese estado. Ober [op. cit.: 541), quien viajó con su amigo en esta expedición, reporta que Aymé tomaba medidas de los monumentos y realizaba excavaciones en Mitla. Posteriormente estos resultados fueron publicados en un folleto (cf. Aymé, 1882). Según los reportes de los periódicos de la época, Aymé coleccionaba una diversidad de material de los sitios arqueológicos de Mitla, Teotitlán del Valle, El Fortín y Cerro de las Juntas (Lombardo de Ruiz, op. cit.: 88). El destino de las piezas se dividió entre las colecciones de la Sociedad Anticuaría en Worcestor y el Museo Peabody de Harvard, ambas instituciones en el estado de Massachussets.17

Aymé declaraba en su propuesta que iba a documentar ampliamente sus descubrimientos, incluyendo dibujos, planos, fotografías y moldes o squeezes de los monumentos significativos. Este último método era común en la época; consistía en sacar una impresión en papier mâché de la superficie de un relieve en piedra o en estuco. Asimismo, prometía conseguir libros antiguos, manuscritos y vocabularios sobre lenguas indígenas; de estos últimos, sostenía que al momento había 27 ejemplares disponibles en Oaxaca.18 Para completar su misión necesitaría seis meses, a un costo de tres mil dólares USD. Al final de su propuesta, Aymé le advierte a Baird:

Sería mejor también hacer el nombramiento de la manera más discreta. Si se entera d Dr. Le Plongeon de mi misión, él sería capaz de informar y advertir al Gobierno mexicano que vigile lo que yo pueda exportar, siendo sus motivos hacer capital para sí mismo y ventilar su profundo rencor y odio contra la Institución.19

Dada su experiencia en Yucatán, era una buena medida tratar de mantener ocultas sus actividades en Oaxaca a los ojos de su adversario Le Plongeon.

Cuando comparamos la propuesta inicial de Aymé con las cartas posteriores que le escribió a Baird, encontramos una discrepancia entre lo que dijo que iba a hacer y lo que realmente logró. Por lo visto no sacó molde alguno de los monumentos, ni compró libros antiguos. Es más, en su propuesta mencionaba que excavaría los montículos del Cerro de las Peñas cerca de Eda, y otros cerca de Zaachila y Zimatlán, así como de toda la región entre la ciudad de Oaxaca y las ruinas de Mitla. Específicamente nombró los pueblos de Tlalixtac, Iztaltepec, Teotitlán del Valle, Tlacochahuaya, Papalutla, Tlacolula y Mida, como candidatos para el pico y la pala. Sin embargo, la correspondencia subsiguiente deja claro que no metió mano en ninguno de estos lugares. Así, la divergencia entre lo que Aymé proponía y lo que realmente lograba revelar una característica personal de prometer mucho pero cumplir poco.

Donde sí hizo extensas excavaciones fue en Nazareno, Oaxaca, de las cuales elaboró un reporte detallado y un plano de la exploración.20 Los documentos incluyen un dibujo de dos entierros y algunos objetos, y constituyen la única evidencia de un sitio que fue obliterado completamente por intervención humana. Según Aymé, la excavación se realizó en tres áreas: la primera en la hacienda que él llama "Nazarene", localizada al pie de Monte Albán en el pueblo de Xoxocodán; la segunda a orillas del río, una milla al este de la hacienda, y la tercera al norte del camino hacia la ciudad de Oaxaca, una milla al este de Nazareno. El plano que elaboró, aparentemente ilustra la tercera excavación. Al oeste había dos montículos de 30 pies de alto conectados por un terraplén. Aymé removió la mitad de uno de estos montículos casi destruyéndolo, y sin encontrar algo de importancia. Un poco al oriente de estas estructuras, cerca de un arroyo, descubrió una serie de entierros, muros y pisos, los cuales sin duda pertenecían a una residencia prehispánica (Figura 2). Dos de los entierros fueron ilustrados a escala en el plano con mucha atención en la orientación de los restos óseos: uno de los sepulcros se encontró en el grupo del arroyo y fue designado con la X, y el otro en un sitio 100 metros al sur, designado con la letra Z (Figura 3).

Aunque para la arqueología actual la excavación de Nazareno y la documentación asociada tienen gran importancia, en esa época los frutos de la exploración desilusionaron a los funcionarios del Instituto Smithsoniano, quienes esperaban objetos más espectaculares. Una vez más, Aymé había cometido el error de inflar las expectativas sobre el hallazgo. Quizá para guardar las apariencias, un mes después, en enero de 1885, emprendió una gran expedición para excavar cuevas cerca de Santa María Coatlán. El viaje fue motivado por documentos que Aymé había visto publicados por Martínez Gracida (1883), basados en los textos de la Relación Geográfica de Chichicapa, que dejaban entrever que había un tesoro escondido en la cueva. Desafortunadamente, el considerable costo y esfuerzo de su intento por descubrir riquezas no tuvo mucho éxito. Aymé le explicó a Baird, tal vez con el fin de encubrir su tremendo fracaso, que la población local se conjuraba para matarlo porque temían que descubriera "los escondites de sus dioses, ídolos, y alhajas".21 Aunque encontró pocos objetos arqueológicos en la cueva que visitó, Aymé juró volver al lugar con una escolta de 50 hombres armados, porque estaba convencido de que había un caudal por descubrir. Recientemente se publicó una investigación en internet que vuelve sobre los pasos de Aymé en su viaje a Coatlán (Pinkston, 2002).

A pesar de que la misión de Aymé sufrió muchos percances, a través de "sus agentes" locales logró reunir una colección considerable de material arqueológico de Oaxaca, constituida por centenares de muestras de cerámica, piedra, concha y hueso. Todos estos materiales se encuentran hoy en el Museum Resource Center del Instituto Smithsoniano, en el estado de Maryland. Previamente Aymé había sugerido en su propuesta a Baird varios métodos para sacar de contrabando las antigüedades por la aduana de México.

Hay muchas maneras de hacer esto; esconder las muestras en barriles o cajas que contienen colecciones de mineralogía o botánica. Como ha sido sugerido los cactus son un buen "vehículo". Sobornar a los oficiales de la Aduana; enviar desde puntos remotos y poco importantes donde la ley en torno a la exportación de antigüedades está olvidada, y lejos de la influencia de oficiales del Gobierno. Utilizaré uno o todos estos planes.22

Es posible que finalmente Aymé haya utilizado un método más pedestre. Recurrió a los servicios de flete de Constantino Rickards para enviar las cajas de contrabando desde Oaxaca al puerto de Veracruz, donde un vapor las esperaba para llevarlas a Nueva York.23 Rickards era un rico minero inglés que vivía en la ciudad de Oaxaca. Es probable que el empresario ejerciera su considerable influencia para asegurar que las cajas pasaran la aduana sin revisión. Una nota de interés es que Rickards era el padre de otro conocido coleccionista de antigüedades oaxaqueñas, Constantino Rickards hijo, quien puede haber sido el cerebro que engendró vasta industria de falsificaciones de urnas zapotecas a principios del siglo XX (Sellen, 2004). Cuando Aymé andaba en Oaxaca, Constantino hijo tenía ocho o nueve años de edad, pero seguramente conoció al extravagante señor y, tal vez quedó maravillado con su colección de antigüedades.

Un adolescente es fácil de impresionar, pero en realidad las excavaciones no produjeron la riqueza de objetos que le había prometido a su patrón Baird. Aymé empezó, entonces, a comprárselos a los coleccionistas locales. Este es un método menos emocionante, y quizás más costoso, pero es una manera segura de obtener las piezas. En sus cartas, Aymé no nombra de manera explícita a los coleccionistas a quienes les compraba, pero en algunos casos es posible identificar objetos que envió al Museo que provenían de colecciones locales. Un ejemplo claro es la siguiente pieza que menciona en su inventario:

Una excelente muestra. Tiene 32 cm. de alto y 25 cm. de ancho. Es una gran vasija cuya parte hueca es una gran figura sentada, humana, con la cabeza de tigre (ocelott). A examinarla, es evidente que esta cabeza es solamente una máscara, porque debajo de las orejas puntiagudas (ocelott) vemos las orejas de un hombre con ornamentos curiosos de un nuevo diseño. Alrededor del cuello tiene una cuerda. Brazaletes de seis cuentas cada uno decoran las muñecas, y las manos sostienen un tipo curioso de cesta, cuya función confieso que ignoro. La figura está en posición sentada y porta el maxtlatl . Procede de Zaachila.24

La pieza que describe se encuentra actualmente en el acervo del Smithsoniano (figura 4), y la fotografía a la que se refiere forma parte de los apuntes de W. H. Holmes.25 Antetiormente esta pieza estuvo en la colección arqueológica del Dr. Manuel Ortega Reyes, un médico que vivió en la ciudad de Oaxaca.26 En 1857 Johann Wilhelm Müller, un científico y viajero alemán, publicó parte de la colección de Ortega Reyes, donde el objeto aparece con el número II en la ilustración (Figura 5).

 

Es probable que Aymé le comprara varios objetos al doctor, porque lo menciona al referirse a un hacha de piedra de Veracruz que también ilustró en el texto de su reporte: "Hasta ahora sólo conozco tres ejemplares: uno grande, redondo, cabeza humana en posesión de mi gran rival aquí; otro, [con la] misma forma como aquél, pero un mejor ejemplar en posesión del Dr. Manuel Ortega Reyes (él quiere $1500.00 para su ejemplar), y éste".27 La cita confirma que tuvo contacto con Ortega Reyes y que éste se encontraba en el proceso de vender partes de su colección en aquel año. Aymé habla de un "gran rival", aunque no está claro a quién se refiere. Una posibilidad es que se trate de Fernando Sologuren, un cirujano local y, sin duda, el coleccionista más prolífico que se hubiera visto en el estado (cf. Sellen, en prensa), el cual andaba muy activo excavando y coleccionando en el año en que Aymé se presentó en Oaxaca28, y hay varias piezas en su colección que coinciden con la descripción del estadounidense.

Indicios de otros coleccionistas también ayudan a seguirle los pasos a Aymé en Oaxaca. Martínez Gracida, el historiador local y autor de un trabajo inédito sobre material arqueológico y antigüedades documentales,29 menciona una urna que Aymé había obtenido en el pueblo de Atzompa. Después de una larga descripción de otra vasija efigie de San Juan Bautista Atatlahuca, de la cañada de Cuicatlán apunta:

Comparando la fisonomía de la escultura se ve desde luego que pertenece á las tribus de filiación zapoteca, y lo comprueba más la ornamentación del tocado, pues muchas de las figuras son idénticas á la ornamentación de una urna cineraria de Azompa [sic] que llevó á Oaxaca el Sr. D. Luis Aymí [sic] el año de 1882 bajo el núm. 388.

Una urna en la colección del Instituto Smithsoniano tiene el número 388 (Susan Crawford, comunicación personal 22/06/2005), cuya figura fue publicada por Frank Boos (1966: 130, fig. 115, y en color después de la página Aymé registró la procedencia de esta pieza como de Zaachila y no de Atzompa como sostiene Martínez Gracida (Figura 6a). La escultura que este último utiliza para su comparación se encuentra en el Museo Nacional de Antropología. Alfonso Caso (1949) argumenta que esta misma pieza representa al "dios mariposa" de los cuicatecos (Figura 6b). Dado lo que ya sabemos sobre la icono zapoteca, podemos confirmar que ambos objetos tienen representaciones mariposas en sus tocados, y es evidente que son los elementos idénticos de ración que comenta Martínez Gracida.30

 

Al final Aymé logró reunir una colección importante de objetos de Oaxaca, provenientes tanto de sus propias excavaciones como de los acervos de los coleccionistas locales. Sin embargo, no deberíamos medir su legado por la cantidad de material arqueológico que se llevó del país, sino porque dio pie al inicio de controles gubernamentales para hacer cumplir las leyes mexicanas ante las violaciones. En 1885 el Gobierno creó el puesto de inspector general de monumentos arqueológicos, y Leopoldo Barres Huerta (1852-1926) fue nombrado el primer -y único- inspector federal. En parte, la creación del cargo tenía la finalidad de reforzar la política educativa cultural de la Secretaría de Instrucción Pública y Bellas Artes, pero también constituía una respuesta directa al incremento del saqueo arqueológico cometido por agentes locales y foráneos (Valderrama y Velasco, 1981: 99-100). Previamente Batres había expuesto varios argumentos ante la Secretaría de Justicia para promover la creación de un inspector federal:

Semejante intervención es tanto más necesaria cuanto que por su falta, debido á causas que son notorias, se han cometido abusos frecuentes y á despecho de leyes dadas para evitados, estrayéndose [sic] clandestinamente numerosos objetos que se han ido á vender al extranjero, enriqueciendo así museos de otras naciones con perjuicio del nuestro, cuyas colecciones importa completar cuanto es posible.31

Aunque Batres nunca señala a personas específicas como violadores de la ley, es evidente, por lo expuesto, que la reputación de Aymé le precedía. Las autoridades ya tenían un expediente del escándalo que perpetró en Yucatán, y al momento en que Batres asumió el puesto de inspector, el estadounidense era bien conocido en Oaxaca entre el grupo de coleccionistas locales.

Como recordamos, Le Plongeon había predicho que las actividades ilegales de Aymé, cometidas sin restricciones, estropearían las oportunidades para la investigación científica en Yucatán. Tal vez en ese momento el francés no imaginaba que su pronóstico se cumpliría en toda la República. Las intrigas de Aymé y otros endurecieron la posición del Gobierno hacia la exploración foránea, aun cuando ésta la realizaran instituciones serias. Años después muchos se quejaban amargamente de que el inspector Batres los acosaba cuando querían excavar, así como de las dificultades en obtener permisos para exportar objetos destinados a los museos de sus países (Nuttall, 1910: 278-282; Saville, 1911). Es difícil sentir simpatía por Batres en cuanto a que tuvo un poder casi ilimitado y cometió muchas arbitrariedades en el ejercicio de su cargo. Sin embargo, es necesario conocer la historia previa para entender de dónde surgieron tales actitudes. Los actos vergonzosos de los cónsules Aymé y Thompson demuestran que había fundadas razones para sospechar de expediciones arqueológicas foráneas que recibieron el apoyo de grandes instituciones. Si bien la colección de antigüedades que Aymé sacó de Oaxaca constituye una fuente importante de información sobre las culturas antiguas de esa región, también representa un acto de saqueo ilegal. Desafortunadamante esa último repercutirá siempre en la manera de aproximarnos tanto al material arqueológico como al legado de Aymé y a las instituciones que lo apoyaron.

 

Epílogo

Eventualmente Aymé dejó de tener contacto con México, pero sus planes arqueológicos continuaron. Ya fallecido Spencer Baird, entabló correspondencia con H. Holmes, el curador del Departamento de Antropología en el Instituto Smithsoniano. En una carta Aymé le habla de su intención de organizar una expedición a Egipto, "para explorar cabalmente la gran pirámide mediante brocas con punta de diamante, lámparas eléctricas, y ventiladores de vapor; así también la Esfinge y otras estructuras."32 Podemos estar agradecidos de que las antigüedades de Egipto se salvaran del exuberante plan de Aymé, aunque en ese momento ya había todo un ejército de desenfrenados aventureros en camino de profanar las pirámides Fagan, 2004). El cese de las aspiraciones arqueológicas de Aymé ocurrió cuando reasumió su servicio en el cuerpo diplomático. En 1898 lo mandaron a la isla de Guadalupe, donde, aislado y afligido, se quejaría amargamente de la falta de vestigios antiguos en la zona. Debido a la cercanía con la isla de Martinica, fue una de las pocas personas en atestiguar las terribles consecuencias de la explosión del volcán Pelée, el 8 de mayo de 1902, cuando un flujo piroclástico destruyó la ciudad de Saint Pierre y, con ella, a 29,000 almas. Es claro que la vida de Aymé tuvo muchas facetas, por lo que nunca podremos caracterizarla como común y corriente.

 

Siglas

A/SRE Archivo de la Secretaría de Relaciones Exteriores, "Genaro Estrada", México D. F, México.

AGN/IPBA Archivo General de la Nación, Instrucción Pública y Bellas Artes, México D. F, México.

AGN/SJIP Archivo General de la Nación, Secretaría de Justicia e Instrucción Pública, México D. F, México.

AH/MNA Archivo Histórico, Museo Nacional de Arqueología, México D. F, México.

DAA/SI Department of Anthropology Archives, Smithsonian Institution, Washington D.C., Estados Unidos.

NAA/SI National Anthropological Archives, Smithsonian Institution, Washington D.C., Estados Unidos.

SIA Smithsonian Institutional Archives, Smithsonian Institution, Washington D.C., Estados Unidos.

 

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Notas

1 Agradezco las sugerencias y críticas de John Senders, Javier Urcid y Ron Van Meer que me ayudas a mejorar este trabajo. Por supuesto, los errores y fallas de análisis son de mi responsabilidad.

2 Esta información biográfica proviene del registro de 1913 del Departamento de Estado, Estados Unidos de América.

3 Traducción mía.

4 Traducción mía.

5 La Razón del Pueblo, 12 mayo 1880, núm. 57, 3" época, Año III.

6 Traducción mía.

7 Su petición y el escándalo que resultó están documentados en AGN/IPBA caja 147, exp. 4, fe 13-17.

8 "Prohibición de extracción de antigüedades mexicanas en Yucatán", El Monitor Republicano, II agosto 1892 (Lombardo de Ruiz, op. cit.: 96).

9 A/SRE Consular 1880-83, legajo 15-1-63, f. 3.

10 AH/MNA vol. 6, exp. 7. fe. 16-17.

11 A/SRE legajo 42-27-95, f. 9 [traducción mía].

12 AH/MNA vol. 7, exp. 8. fs. 69-70. Documentos sobre este caso también se puede encontrar en AGN/IPBA caja 147, exp. 4, fs. 1-12.

13 AGN/IPBAcaja 147, exp. 4, f. 9, Ortega de Toledo a Baranda, 5 noviembre 1884.

14 AGN/IPBA caja 147, exp. 4, fs. 11-12v.

15 AGN/IPBA caja 148, exp. 10, f. 4.

16 SIA George Brown Goode 1877-1896, Correspondencia recibida, caja 1, legajo 7, Cox a Brown Goode, 20 julio 1886, fs. 8-9.

17 DAA/SI micropelícula, acc. #15230, Aymé a Baird, 24 junio 1884, f. 5.

18 DAA/SI micropelícula, acc. # 15230, Aymé a Baird, 24 junio 1884, f. 2.

19 DAA/SI micropelíeula, acc. # 15230, Aymé a Baird, 24 junio 1884, f. 5 [traducción mía].

20 El plano que dibujó Aymé de sus excavaciones en Nazareno está resguardado en los National Anthropological Archives (NAA), con el número de catálogo MS 7481, y fue elaborado entre el 1 y el 5 de diciembre de 1884. Hay también una carta escrita al profesor Baird (9 de diciembre de 1884) que sirve de explicación al plano (NAA MS 1201).

21 DAA/SI micropelícula, acc. #15858, Aymé a Baird, 2 febrero 1885, f. 9.

22 DAA/SI micropelícula, acc. #15230, Aymé a Baird, 24 junio 1884, f. 5 [traducción del autor].

23 DAA/SI micropelícula, acc. #15686, Aymé a Baird, 1 enero 1885, f. 1.

24 DAA/SI micropelícula, acc. #16290, inventario de los objetos en la caja marcada M.X.V [traducción mía].

25 NAA Grupo fotográfico 93, caja 9.

26 Para mayor información sobre la vida y colección de Onega Reyes, véase Van Meer (en prensa).

27 DAA/SÍ micropelícula, acc. #16107, Aymé a Baird, 8 marzo 1885. f. 3.

28 Esto se sabe por Manuel Martínez Gracida, quien en su catálogo inédito (1910) describió docenas de piezas en la colección Sologuren y también proporcionó las fechas de descubrimiento.

29 En 1910, Manuel Martínez Gracida terminó parte de su magnum opus que documenta las ruinas y objetos del estado de Oaxaca, titulada: "Los indios oaxaqueños y sus monumentos arqueológicos". El trabajo permanece inédito. El documento original se encuentra en el Fondo Reservado de la Biblioteca Pública Central de la ciudad de Oaxaca, y una copia en micropelícula se guarda en el Archivo Histórico Antonio Pompa y Pompa del Museo Nacional de Arqueología, México, D. F.

30 Aun cuando podemos estar seguros de que se trata de las dos piezas que él comparó, hasta la fecha no podemos resolver por qué hay dos procedencias distintas para la marcada con el número 388.

31 AGN/SJIB caja 226, exp. 49, Batres a Baranda, octubre, 1885, ff. 3-4.

32 DAA/S1 micropelícula, acc. #16290. Aymé a Holmes, 31 marzo 1887, f. 2.

 

Información sobre el autor

Canadiense. Cursó la licenciatura en Estudios Latinoamericanos en la Universidad de Toronto y el doctorado en Estudios Mesoamericanos en la UNAM. Investigador en la Unidad Académica de Ciencias Sociales y Humanidades, de la Coordinación de Humanidades de la UNAM. Su especialidad son las culturas antiguas de Oaxaca y en torno a este tema ha trabajado la iconografía y la epigrafía zapoteca, enfocado en particular en las denominadas "urnas zapotecas". En su trabajo combina métodos arqueológicos y históricos para estudiar colecciones antiguas de museos y ha participado en proyectos multidisciplinarios donde se analizan piezas cerámicas mediante técnicas geofísicas para determinar procedencia y autenticidad. Sus intereses recientes son la historia de la arqueología y el coleccionismo en los estados de Oaxaca y Yucatán en la época porfiriana. Entre sus últimas publicaciones pueden citarse: "Is this the Face that Launched a Thousand Fakes?" (2004), "The Lost Drummer of Ejutla: The Provenance, Iconography and Mysterious Disappearance of a Polychrome Zapotec Urn" (2005) y, en coautoría con otros varios, Cartografía de tradición hispano-indígena: Mapas de mercedes de tierra, siglo XVI y XVII (2003). adams@rom.on.ca

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