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Agricultura, sociedad y desarrollo

versión impresa ISSN 1870-5472

agric. soc. desarro vol.14 no.3 Texcoco jul./sep. 2017

 

Artículos

Espacios productivos y roles domésticos en granjas de leche en pequeña escala en México

M. Elizama Ruiz-Torres1 

Sergio Moctezuma-Pérez2 

C. Manuel Arriaga-Jordán2 

F. Ernesto Martínez-Castañeda2  * 

1 Facultad de Ciencias Agrícolas, Universidad Autónoma del Estado de México. (monica.ruiz.torres24@gmail.com).

2 Instituto de Ciencias Agropecuarias y Rurales. Universidad Autónoma del Estado de México (smoctezumap@uaemex.mx), (cmarriagaj@uaemex.mx), (femartinezc@uaemex.mx)


Resumen:

La participación de las mujeres en actividades agropecuarias en México ha sido invisibilizada puesto que son los hombres quienes toman las decisiones y ostentan el control sobre los medios productivos. Por el contrario, en el ámbito doméstico, la participación masculina no parece tener una contribución significativa ni visible, ya que son las mujeres las responsables de estos espacios. Este proceso de invisibilización de ambos géneros condujo este artículo hacia la exploración de los espacios y las relaciones de género que conforman la estructura social en el modelo (granja) producción de leche en pequeña escala en el Centro de México. Utilizando el método etnográfico fue posible definir al espacio físico como un componente básico de interacción y de relaciones entre lo femenino y lo masculino, y entre lo productivo y no productivo. Así, delimitaron dos espacios físicos de dominancia masculina: el terreno productivo y el establo, y de dos de dominancia femenina: la vivienda y el cuidado de la salud, y la milpa de traspatio. Se identificaron convergencias de ambos géneros en todos los espacios físicos y las actividades asignadas a través de esta estructura de género; aunque invisibles, soportan la reproducción social del modelo.

Palabras clave: espacios rurales; ganadería; invisibilidad de género; roles domésticos

Abstract:

The participation of women in agricultural and livestock activities in México has been made invisible because it is the men who make decisions and have control over the productive means. On the contrary, in the domestic sphere, the masculine participation does not seem to have a significant or visible contribution, since it is the women who are responsible for these spaces. This process of invisibilization of both genders led this article towards the exploration of the spaces and gender relations that make up the social structure in the small-scale dairy production model (farm) in central México. Using the ethnographic method, it was possible to define the physical space as a basic component for interaction and relationships between the feminine and the masculine, and between the productive and the non-productive. Thus, two physical spaces of masculine dominance were established: productive land and barn, and two of feminine dominance: household and health care, and the backyard milpa. Convergences of both genders were identified in all physical spaces and the activities assigned through this gender structure, although invisible, support the social reproduction of the model.

Key words: rural spaces; livestock production; gender invisibility; domestic roles

Introducción

En la mayor parte del estado de México, las actividades lecheras se desarrollan en esquemas de producción de pequeña escala, con participación de los miembros de la familia (Padre, Madre e hijos) como fuerza de trabajo (Martínez et al., 2012). En la granja (espacio productivo), Pini (2002) hace evidente la minimización de las mujeres en las actividades productivas, sin importar el incremento de responsabilidades dentro y fuera de la granja (Nkoli y Di Domenico, 1995), ya que los hombres son los titulares de las tierras y los sistemas productivos. En este sistema patriarcal, Haugen et al. (2015) evidencian el liderazgo productivo de mujeres campesinas, así como el incremento de horas y labores realizadas (Déa de Lima-Vidal, 2013). A pesar de lo anterior, las mujeres no se identifican como líderes, dado el peso cultural de las estructuras sociales (Haugen et al., 2015). Así, los roles tradicionales de género tienden a que el conocimiento masculino siga siendo, de manera general, más valorado (Grubbström y Sooväli-Sepping, 2012).

En este contexto, Anthopoulou (2010) destaca la importancia de las mujeres en el sistema mundial de alimentos, dado que de ellas depende en gran medida la producción y conservación de los productos agrícolas, el mantenimiento y resguardo de la mano de obra familiar, gestión y administración de proyectos productivos locales de desarrollo (Arce-Rodríguez, 2012), cuidado de animales de traspatio, el incremento de la seguridad alimentaria (Sinn, 1999), entre otros. Es común relacionar las actividades productivas en ámbitos rurales como actividades masculinas y a las domésticas como de dominio femenino. Sin embargo, en la práctica los espacios de coincidencia favorecen acciones y estrategias de supervivencia que trascienden al género, puesto que una granja familiar está basada en la contribución conjunta de la pareja y la participación de ambos es clave para el éxito de la misma (Haugen et al., 2015).

La importancia de la agricultura familiar en el mundo, tanto por su contribución presente como en sus perspectivas a futuro para la producción de alimentos y el alivio a la pobreza es ampliamente reconocida (FAO, 2014).

Diversos estudios sobre agricultura familiar identifican por un lado la contribución tan importante que hacen las mujeres a la operación de las fincas productoras, pero igualmente estos estudios constatan cómo esa contribución tiende a ser invisibilizada por las estructuras sociales que privilegian el rol masculino en la producción agropecuaria.

Este trabajo profundiza en los estudios sobre el papel que las mujeres desempeñan en la producción agropecuaria; en este caso, en sistemas de producción de leche en pequeña escala que no habían sido estudiados desde esta perspectiva.

Por un lado, el artículo hace visible y patente la contribución tan importante de las mujeres en la vida y operación de las unidades de producción, pero también permite clarificar y dar luz a que esa invisibilidad no es únicamente por una hegemonía patriarcal absoluta en las estructuras sociales tradicionales, sino también por la apropiación de los espacios productivos que las familias hacen en función de género, y de cómo las mujeres y los hombres transitan entre estos espacios para desarrollar actividades y participar en el espacio del otro género.

En este artículo se retomó la visión de Haugen y colaboradores (2012) para exponer que las granjas de producción de leche en pequeña escala son exitosas en términos socio-productivos, gracias a la contribución y trabajo de ambos sexos. El objetivo del trabajo fue la exploración de los espacios físicos y las relaciones de género que conforman la estructura social en el Modelo (granja) producción de leche en pequeña escala en el Centro de México. Hemos definido estos espacios físicos como los componentes básicos de interacción y de relaciones entre lo femenino y masculino, entre lo productivo y no productivo. La invisibilidad no es solo una característica del sector femenino, ya que existen espacios donde los hombres participan activamente pero no se les reconoce.

Lugar de estudio

Los datos que se presentan fueron obtenidos a partir de la utilización del Método Etnográfico, el cual se inscribe en las tradiciones de la Antropología Descriptiva y la Sociología Rural. A partir de la observación participante y las entrevistas con productores y sus familias se definieron cuatro espacios físicos con la actuación de diferentes roles de género: 1) Vivienda; 2) Milpa de traspatio; 3) Terreno productivo; y 4) Establo.

En cada espacio físico se analizaron las actividades realizada por los integrantes de la granja. El trabajo de campo se realizó de enero de 2013 a agosto de 2014. Se monitorearon como unidades de observación familias con producción de leche en pequeña escala de dos delegaciones municipales de Aculco, Estado de México (Figura 1): 1) El Tixhiñu, localizada en las coordenadas 99o52’31” O y 20o06’54” N, con una altitud de 2438 m; y 2) La Concepción Ejido, ubicada en las coordenadas 99o52’23” O y 20o07’59” N, con una altitud de 2399 m (INEGI, 2010).

Fuente: Espinoza-Ortega et al., 2007.

Figura 1. Mapa de localización del área de estudio. 

Las unidades de observación se caracterizaron porque la producción de leche es la principal fuente de ingresos. El tamaño de hato se encuentra entre dos y treinta vacas en producción más reemplazos, y el principal insumo de alimentación del ganado son los forrajes locales. El promedio de producción es de 5000 litros/vaca/año.

Se analizaron 30 granjas que representaron 14.70% del total de los productores en ambas unidades de observación. Se observó a los actores en dos contextos. El primero, la casa, porque es ahí donde se originan las reglas socioculturales que marcan pautas de comportamiento y los roles dentro del sistema (Harris, 2011). El segundo, la granja o establo, por ser el sitio donde se originan las relaciones de producción y la toma de decisiones con respecto a los ingresos familiares. Cada granja tiene en promedio 4.5 miembros; la actividad económica principal es la producción de leche. Poseen entre 0.25 y 6 hectáreas de pradera (usada comúnmente como forraje de corte y acarreo) y entre 1 y 20 hectáreas de maíz. La escolaridad promedio de los productores y sus esposas es de primaria; la edad promedio fue de 52 años para el caso de ellos y de 49 para ellas. Los hogares analizados en el área de estudio fueron 25 de tipo familia nuclear y 5 de tipo familia extensa.

Resultados y Discusión

Las tareas y funciones de cada uno de los integrantes de la familia se resumen en el Cuadro 1. Existen actividades exclusivas de un género por cada espacio físico, lo que en general determina si el producto del espacio es femenino o masculino.

Cuadro 1 Distribución de actividades por género. 

Vivienda Milpa de traspatio Terreno productivo Establo
Hombres Reparaciones y
mantenimiento
Labranza y siembra
del maíz
Labranza, siembra y
cosecha de cultivos
forrajeros.
Cuidado y
mantenimiento de los
canales de riego
Dos ordeñas por día
Alimentación del ganado
Corte y acarreado diario del
forraje para el ganado
Cuidado de la salud de los
animales Venta de leche
Venta de terneros
Mujeres “Dar de comer”
Cuidado de la salud
de los miembros de la
familia
Limpieza de la casa
Cuidado y
mantenimiento del maíz
para autoconsumo
Crianza e intercambio de
animales de traspatio
Seleccionar la semilla del
siguiente ciclo.
Apoyar en la cosecha
Lavar los utensilios
Limpieza de los corrales dos
veces al día.

Fuente: trabajo de campo, 2013-2014.

La vivienda

Comúnmente llamada “la casa”, la vivienda es el espacio físico donde habita la familia productora de leche. Es un área compartida, y el cuidado de ésta (limpieza, decoración, distribución de muebles, inspección de enseres, entre otros) son responsabilidades por excelencia femeninas. En todas las familias analizadas, la mujer es la responsable de llevar a cabo estos trabajos. Fue posible identificar tareas complementarias o coadyuvantes de la limpieza de la casa por parte de los infantes que se circunscriben a preparar la mesa para la comida, lavar platos, tender las camas, entre otros.

La acción de “dar de comer” podría ser la actividad más importante y esencial dentro de este espacio físico. Proveer de alimentos diarios al núcleo familiar resulta un trabajo duro. Las 30 mujeres analizadas han desarrollado estrategias claramente identificables donde destaca en primer lugar el almacenamiento de alimentos, la colecta de leche y la transformación de lácteos, seguido por el intercambio de animales y semillas y las actividades circunscritas a la milpa, tal y como lo expresan testimonios recogidos en las comunidades.

“Yo todas las mañanas antes de que mi marido entregue la leche guardo un par de litros para que desayunen mis hijos”. Mujer, 61 años, El Tixhiñú, Estado de México.

“Una vez al mes aparto leche para preparar galletas y dulces para mi marido y mis hijos”. Mujer, 40 años, La Concepción Ejido, Estado de México.

A través de las actividades del “dar de comer”, las mujeres expresan su rol de cuidadoras. Para González-Ortiz (2005) este se construye enfáticamente en la niñez y cuando la mujer se casa continúa en el cuidar, pero ahora bajo los criterios de la nutrición y la crianza de la prole. Yakovleva (2007) expresa que tradicionalmente las mujeres son responsables por el cuidado de los niños y otras actividades domésticas, labor que realizan incluso cuando trabajan fuera de la casa llevando a sus hijos a trabajar.

Este “dar de comer” no solo se limita a actividades alimenticias. El rol de la mujer tiene implicaciones en los ámbitos de seguridad alimentaria; la mejora de la salud y el modo de vida de las familias (Sinn et al., 1999). Sraboni et al. (2014) demuestran que el empoderamiento de la mujer en zonas agrícolas incrementa la diversidad en la dieta y la ingesta calórica de los hogares. Adedayo et al. (2010) revelan que la explotación de los recursos forestales por la mujer rural tiene un gran impacto en la provisión de alimentos, materiales medicinales, suministros de energía y en general en el bienestar de sus hogares.

Esta actividad es de tal importancia que cuando por alguna razón la madre (ama de casa) no está, quien toma a cargo esta responsabilidad son: la abuela, la hija mayor, o las hermanas de la madre. Solo uno de los productores no es casado y come en casa de su hermana. En ese caso, en particular, es la hermana quien ha interiorizado que es ella quien debe preparar los alimentos del hermano no casado.

En este espacio físico los hombres contribuyen con actividades de mantenimiento y de conservación. Todos los productores hacen las reparaciones y modificaciones que el inmueble demande que, de acuerdo con Aguilar-Montes de Oca et al. (2013), se definen a sí mismos a través de su capacidad de alcanzar resultados asociados a la fortaleza física y a la rudeza corporal.

“Yo arreglo todo lo que se descompone en la casa”. Hombre, 58 años, El Tixhiñú, Estado de México.

Ayala-Carrillo (2007) expresa que para los hombres es de suma importancia mantener su masculinidad, por lo que no debe ni puede realizar trabajos que no vayan de acuerdo con su rol y estatus masculino.

En las viviendas con maridos migrantes, el rol de proveedores se concentra en las remesas que ellos mismos envían. Solo se registró un caso de esta naturaleza en este estudio. Para Corona (2014), la migración ha sido y seguirá siendo la estrategia para mitigar el empobrecimiento en el lugar de origen. Es común que los hogares con jefatura femenina que reciben remesas no son necesariamente los más vulnerables, pero sí dependen de las mismas (Cruz Islas, 2014). En el caso registrado de migración, las remesas son utilizadas para los gastos escolares de los hijos y las mejoras de la vivienda. El resto de gastos corrientes son cubiertos por la actividad lechera.

Milpa de traspatio

La milpa de traspatio, localizada a un costado de la vivienda, es el área destinada a la producción de alimentos para autoconsumo e intercambio. Tiene como eje central al maíz (Zea mays) articulado con otros cultivos, como calabaza (Cucurbita pepo L.), plantas de follaje comestible denominadas quelites, hongos, plantas medicinales, y de ornato y árboles frutales. Además, incluye animales como conejos, cerdos, ovejas y aves de corral.

Del total de los establos analizados, 100 % cultiva maíz, colecta follaje comestible y hongos; 50 % calabaza; y 70 % tiene árboles frutales de pera, manzana e higo.

El cultivo de la milpa y la crianza de animales de traspatio es otra estrategia de almacenamiento de activos desarrollada por las mujeres en granjas lecheras de pequeña escala, dado que se asocian como una alacena viva ya que proveen a las familias de vegetales y proteínas animales como carne y huevo. La crianza de borregos y cerdos no es alacena como tal, ya que en muchas ocasiones tiene un fin determinado (compra de útiles escolares, tratamientos médicos, fiestas) y constituye también un seguro financiero para las familias. Stroebel et al. (2011) mencionan que el ganado es una alternativa de acumulación de capital, toda vez que el acceso a instrumentos financieros es nulo. Este ganado se convierte en cuentas de ahorros que proveen de efectivo y liquidez al momento de la venta. Además, otra ventaja del ganado en condiciones de traspatio es que no tiene estacionalidad y puede ser vendido en cualquier época del año. Kariuki et al. (2013) expresan que el ganado juega un rol importante en la seguridad alimentaria de las familias a través de que permite acceder a fuentes directas de alimentos y proporciona ingresos en efectivo a partir de su venta. En este estudio fue posible documentar tres granjas con cría y engorda de cerdos, 14 con cría de borregos, neve con cría de conejo y 28 con aves de corral.

Farah Quijano (2003) considera que, por un lado, el cuidado de los animales garantiza el consumo de algunos alimentos en las familias y, por el otro, genera ingresos monetarios para atender necesidades que van desde el pago de crédito contraídos hasta la reserva para fiestas y celebraciones o calamidades domésticas como enfermedades o gastos funerarios.

Para Canabal Cristiani (2006) las mujeres tienen la responsabilidad de hacer funcionar la economía familiar mediante la parcela o traspatio u otros ingresos extras. La administración de la milpa permite a las mujeres renovar el menú diario de la casa. Se identificaron patrones culinarios relacionados con las épocas del año. Por ejemplo, en época de lluvias, 80 % de los hogares aprovechan los recursos estacionales, como los hongos y los quelites, y los añaden como complementos en los platillos. En el mes de cosecha las amas de casa incluyen elotes en la dieta y en otoño, ensaladas con manzanas y peras. Es importante señalar que los elotes ofrecidos provienen de la milpa. Resultados similares pueden ser encontrados en el trabajo de Magdaleno-Hernández et al. (2016), quienes destacan la importancia del cultivo de otros colores de maíz en predios pequeños para uso comestible familiar y en fiestas patronales. Sereni Murrieta (2003) considera que los huertos familiares son herramientas eficaces de negociaciones entre los hogares, donde la supervivencia juega un papel importante.

En todos los casos analizados es el hombre quien decide el o los cultivos que se harán en la milpa. Sin embargo, son las mujeres las que influyen en el tipo o variedad a sembrar. De acuerdo con Lope-Alzina (2010) estas conductas productivas se han reproducido constantemente en el medio rural.

“Mi padre me enseñó a sembrar maíz y a trabajar en el campo hace más de 40 años, y yo le estoy enseñando a mis hijos varones porque así siempre tendrán cómo mantener a sus familias”. Hombre, 55 años, El Tixhiñú.

Es en la milpa de traspatio y en la vivienda donde los niños aprenden el hacer en el campo. Aquí se les enseña todo lo relacionado con la selección de la semilla, preparación del terreno para la siembra, deshierbe, colocar abono y cosechar. En este proceso de enseñanza son las mujeres quienes guían a los hijos; cabe mencionar que aunque las actividades que los niños aprenden son social y culturalmente masculinas, el proceso de enseñanza corresponde al ámbito femenino. Este espacio agrícola asociado a la casa es un símbolo en la historia de la familia que motiva a la expectativa de que los niños cuidarán de la granja (Grubbström et al., 2012).

Para Wheeler et al. (2012), la sucesión de la granja es un proceso complejo que puede tardar muchos años en completarse. En granjas de producción de leche en pequeña escala este proceso se inicia con los niños, quienes aprenden a operar el sistema a partir de la observación de los adultos y de la asignación de pequeñas tareas en la milpa, como puede ser ayudar a sus madres a desyerbar, recolectar hongos, limpiar los utensilios, entre otros. De acuerdo con los productores entrevistados, en promedio destinan entre 4 a 6 horas a la semana para estas actividades. Después de los doce años de edad se les asigna su vaca, cuyo ordeño es responsabilidad del muchacho con supervisión del padre.

Terreno productivo

El terreno productivo se compone por praderas cultivadas y los sembradíos de maíz empleados para alimentar al ganado lechero, ya sea como grano, forraje o ensilado; este espacio está asociado directamente al sexo masculino. Para Lope-Alzina (2010) estos cultivos de género (asociación cultural entre las especies de cultivo y el sexo del productor) son propensos a reforzar las relaciones de poder entre hombre y mujeres que sustentan la reproducción social de un grupo social determinado. En este trabajo, la siembra y cosecha es responsabilidad total del hombre. Sin embargo, fue posible identificar la participación femenina en el terreno. El 70 % de los productores cosechan su maíz para el ganado y es justo antes de la molienda que las mujeres seleccionan la semilla que será utilizada en el siguiente ciclo agrícola. El 30 % restante está compuesto por productores que ensilan y son los hombres los responsables de la selección. La tarea de selección de la semilla es de suma importancia para las granjas de producción de leche en pequeña escala y los resultados del trabajo no coinciden del todo con lo reportado por Cid Aguayo et al. (2015), quienes mencionan que el trabajo femenino en zonas agrícolas, por lo regular, se asocia a la cocina, la huerta y las semillas.

El terreno es propiedad del productor y puede ser trabajado por diferentes miembros de la parentela, ya que puede formar frontera con terrenos vecinos de hermanos o parientes. Para Vizcarra Bordi et al. (2006), el trabajo tipo “la vuelta en mano” (yo trabajo tu tierra, tú me ayudas a trabajar la mía) es una práctica común que coexiste cada vez más con el contrato de jornaleros. Cabe mencionar que en la zona de estudio se detectó que, pese a que el trabajo es colectivo, la cosecha del producto es individual para cada granja de producción de leche en pequeña escala; además, los excedentes de las cosechas de maíz presentes en granjas con más de 10 ha son comercializados, diversificando así los ingresos de la granja lechera.

“Entre mis hermanos y yo trabajamos en colectivo nuestras cinco hectáreas de pastura, pero cada quien toma solo lo que necesita para alimentar sus vacas”. Hombre, 57 años, El Tixhiñú.

Los hombres reconocen como única responsabilidad de su género el proveer los recursos monetarios necesarios para la familia, situación que los identifica con este espacio físico. Estas funciones de género, como proveedores y responsables de familia, son mandatos que la familia y la sociedad en general establecen y que han sido transmitidos a lo largo de generaciones (Pérez-Nasser, 2012). Las tareas realizadas por ellos en los terrenos productivos son sembrar, desyerbar, fertilizar, cosechar y realizar corte de pradera, además del pago de cuotas y faenas para el mantenimiento de los canales de irrigación.

En la época de cosecha se hace uso de mano de obra familiar; mujeres e hijos adolescentes suelen trabajar en los campos para evitar pagar peones. Posadas-Domínguez et al. (2014) resaltan que el trabajo familiar permite una mayor competitividad de los sistemas lecheros de pequeña escala, por lo que esta estrategia económica es un aspecto fundamental en la reproducción de las granjas. La efectividad de esta práctica se origina en el hecho de que los miembros de la familia son conscientes de que “un buen trabajo en el terreno” beneficia económicamente a toda la parentela. Aunado a lo anterior, durante la cosecha, los jóvenes ponen en práctica todas las enseñanzas que desde niños les ha transmitido la madre sobre el hacer en el campo.

Pese a la presencia de las mujeres en este espacio, ellas no perciben su trabajo como productivo. Galiè et al. (2013) afirman que, a pesar de que su participación en el trabajo agrícola es creciente, su papel como agricultora es subestimado y denegado; además, los diversos determinantes sociales (capital, educación y experiencia de trabajo) afectan su propia capacidad para afirmar su identidad como agricultoras, por lo que los hombres son los agricultores, mientras que ellas solo son sus ayudantes, o bien, solo se limitan a su rol en el hogar (Anthopoulou, 2010).

El establo

El establo es el espacio físico utilizado para la estabulación del ganado lechero y otros animales de trabajo, por ejemplo, los caballos. Se realizan dos ordeñas diarias y los arreglos para la venta de la leche.

Para soportar su rol de proveedores, adicional a la comercialización de leche, los productores se encargan de la venta de las crías del ganado una vez al año, actividad realizada directamente en la granja, debido a que la mayoría de ellos ya tienen sus clientes. También existe la posibilidad de obtener ingresos a partir de la renta de instrumentos agrícolas como el tractor, o bien, de emplearse en trabajos asalariados. La labor masculina en el establo se asocia a la capacidad de este sexo para realizar tareas físicas y se enfoca principalmente en la limpieza de los corrales, las ordeñas diarias, cuidado de la salud del ganado, traslado de los animales a través de las instalaciones de la granja, traslado de los forrajes desde el terreno hasta los comederos, manejo del estiércol (como abono en praderas y campos de maíz) y en la venta del producto leche. A este respecto, Tyler y Fairbrother (2013) comentan que la fuerza física está comúnmente ligada a los conceptos de masculinidad rural y a menudo se relaciona con la idealización de controlar la naturaleza.

La participación femenina dentro de este espacio físico se asocia con la limpieza, ya sea de los instrumentos de ordeña como mantas y botes contenedores, y esporádicamente los corrales, actividad que realizan por las mañanas y por las tardes. Cabe mencionar que estas actividades no son reconocidas como productivas, tanto por los hombres como por las mujeres, debido a que para ambos el término productivo está asociado directamente con la obtención de recursos económicos. La percepción anterior es interiorizada por las mujeres y expresada en la descripción de las actividades que consideran forman parte de su dominio de género.

“Las actividades que realiza mi marido están de la puerta para afuer, y yo me hago cargo de las cosas de aquí dentro de la casa”. Mujer, 60 años, El Tixhiñú, Estado de México.

Esta percepción de lo masculino y lo femenino se adquiere desde la niñez, lo que permite que en el momento en que una mujer se case con un productor lechero sus aspiraciones coincidan con las demandas culturales de esta región.

“Yo aprendí desde muy chica a trabajar en el campo y a ordeñar las vacas. Me enseñó mi papá y ahorita apoyo a mi marido en las tareas del establo”. Mujer, 40 años, La Concepción Ejido.

Durante la investigación se registraron ocho establos (27 % del total) con administración femenina: cinco donde el marido es asalariado, dos en los que el hombre está medicamente imposibilitado y en otro el marido es migrante. También se identificaron dos establos con administraciones mixtas (hombre y mujer), ya que el tamaño del hato (>30 vacas) sobrepasa la capacidad de ser atendidos por solo una persona. Para Espinoza-Cortés y Diez-Urdanivia (2006) estas situaciones responden a la migración del hombre o a la viudez y son temporales (Canabal Cristiani, 2006), ya que, al regreso del marido, se restablece el mandato masculino. En la zona de estudio, tanto los hombres como las mujeres tienen asimilado que la ausencia de los varones no significa una apropiación total de las zonas productivas por parte de las mujeres. Ambos coinciden en que la división sexual del trabajo está mediada por la diversidad de estrategias de sustento a las que se puede acceder para mantener las unidades productivas y familiares.

Para García Arias et al. (2015) las granjas donde los productores son de mediana edad son más susceptibles a diversificar las actividades fuera de la granja. Los cinco productores asalariados respondieron que el trabajo no agropecuario era para pagar los estudios universitarios de los hijos. Lo anterior es un indicativo de que los padres promueven el incremento del nivel educativo de los jóvenes para que puedan diversificar sus fuentes de ingreso en el momento en que lleguen a la adultez.

Conclusiones

El éxito de las granjas de producción de leche analizadas se debe a la participación conjunta de la pareja y a las estrategias y actividades desarrolladas en cada espacio físico.

Los espacios físicos de dominación masculina son el terreno productivo y el establo, donde las actividades femeninas son importantes pero invisibles. Ambos espacios físicos están relacionados directamente con la obtención de recursos monetarios con los que el hombre cumple el rol de proveedor.

Los espacios de dominación femenina son la vivienda y la milpa de traspatio donde las actividades masculinas son necesarias, aunque sean imperceptibles. Dichos espacios aseguran el rol de cuidadora, cuya tarea más importante es materializada a través del “dar de comer”.

La invisibilidad de género ocurre en todos los espacios físicos que componen a la granja. Sin embargo, lo anterior no genera conflictos entre géneros; por el contrario, la búsqueda de la productividad económica y el cumplimiento de las actividades no productivas pero necesarias para el sostenimiento de todo el sistema agropecuario trasciende la división sexual del trabajo. Lo anterior se confirma con el hecho de que las actividades propias de la vivienda, la milpa, el terreno y el establo son trasmitidas desde la infancia, con la finalidad de que en la etapa adulta sepan realizar cada una de ellas, dependiendo del dominio de género y del estatus socioeconómico de la unidad granja.

Agradecimientos

Nuestro agradecimiento a los productores de las dos delegaciones municipales de Aculco, Estado de México, por su entera disposición y colaboración. Este trabajo fue financiado por el proyecto de Ciencia Básica 129449/2009 de CONACyT. Nuestra gratitud a CONACyT por la beca de estudios otorgada a Monica Elizama Ruiz Torres.

Literatura Citada

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Recibido: Octubre de 2015; Aprobado: Noviembre de 2016

* Autor responsable: F. Ernesto Martínez-Castañeda. femartinezc@uaemex.mx

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