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Agricultura, sociedad y desarrollo

versión impresa ISSN 1870-5472

agric. soc. desarro vol.12 no.4 Texcoco oct./dic. 2015

 

Artículos

Ganado menor y enfoque de género. Aportes teóricos y metodológicos

Verónica Vázquez-García1 

1 Desarrollo Rural, Colegio de Postgraduados, Carretera Federal México-Texcoco Km. 36.5, Montecillo, Estado de México. 56230 México (vvazquez@colpos.mx).


Resumen:

La presencia de ovinos y caprinos en México es marginal, en comparación con otras partes del mundo. También es reducido su consumo en relación con la carne de res. Sin embargo, ambas especies son importantes para la tradición culinaria mexicana y para la economía campesina. Este artículo persigue dos objetivos: analizar las relaciones de trabajo en sistemas de producción ovina y caprina en México; y proponer nuevos acercamientos teórico-metodológicos para la investigación y el diseño de políticas públicas dirigidas al sector. En él se argumenta que el análisis de género de los sistemas productivos de ganadería menor permite comprender y documentar de manera más efectiva el trabajo de mujeres y hombres en la producción animal, así como las desigualdades de género en el acceso y control sobre tierras de pastoreo, insumos, servicios veterinarios y crediticios.

Palabras clave: acceso; control; división genérica del trabajo; pequeños rumiantes; sistemas productivos

Abstract:

The presence of sheep and goats in Mexico is marginal, compared to other parts of the world. Their consumption is also reduced compared to beef's. However, both species are important for the Mexican culinary tradition and for peasant economy. This article pursues two objectives: analyzing the work relationships in sheep and goat production systems in Mexico; and suggesting new theoretical-methodological approaches for research and public policy design for the sector. It argues that gender analysis of minor livestock productive systems allows understanding and effectively documenting the work of women and men in animal production, as well as gender inequalities in the access and control of grazing lands, inputs, veterinary services and credit.

Keywords: access; control; gender division of labor; small ruminants; productive systems

Introducción

Las mujeres rurales juegan un importante papel en la producción animal del mundo entero, en particular de aves, porcinos y pequeños rumiantes. Estos animales tienen la ventaja de que pueden criarse a bajo costo (cerca de la vivienda o en tierras de propiedad común) y proporcionan múltiples beneficios (alimento, fertilizante, tracción, ingresos, ahorro) (Peacock, 2005). Además de cuidarlos y alimentarlos, las mujeres participan en la elaboración y venta de productos derivados de la producción animal, por ejemplo lácteos y artesanías de piel y lana.

Esto no quiere decir, sin embargo, que formalmente sean las dueñas de los animales, o que se beneficien directamente de su procesamiento y venta. En general, las mujeres enfrentan dificultades de acceso y control sobre tierras de pastoreo, agua, forraje, crédito, servicios veterinarios, mercados y otros recursos esenciales para la producción, situación que dificulta sus labores (Eade y Williams, 1995; Budak et al., 2005; World Bank, 2009; FAO, 2012).

El ganado menor forma parte de muchos paquetes tecnológicos de apoyo al campo debido a su reconocida capacidad de fortalecer la seguridad alimentaria (Martínez-González et al., 2013). Sin embargo, las relaciones de género en torno a su producción no han sido adecuadamente estudiadas ni comprendidas en el diseño de política pública. En ocasiones las mujeres son quienes manejan los rebaños, pero no son reconocidas como tales por las personas que promueven los paquetes. Diversos estudios Todd, 1998; Flintan, 2008; Pollot y Wilson, 2009; Taj et al., 2012; FAO, 2012) han demostrado que los programas que integran cuestiones de género (información desagregada por sexo, investigación previa sobre las estructuras familiares y comunitarias que rigen el acceso a los recursos, extensionismo sensible al género) obtienen resultados positivos que benefician no sólo a las mujeres, sino a todo el grupo doméstico.

Este artículo persigue dos objetivos. El primero es analizar las relaciones de trabajo en sistemas de producción ovina y caprina en México, mientras que el segundo es proponer, a partir de este análisis, algunas ideas para hacer visible la participación femenina en la crianza de ganado menor de unidades campesinas. El artículo se compone de cuatro apartados restantes. Los dos primeros ofrecen un panorama de la presencia y utilidad de ovinos y caprinos en el país, mientras que los dos últimos analizan la conceptualización del trabajo y proponen nuevas maneras de hacerlo. Se argumenta que la perspectiva de género permite documentar y analizar el trabajo de hombres y mujeres en la producción animal, así como de la problemática de género en torno al acceso y control sobre tierras, insumos, servicios veterinarios y crediticios. Incorporarla al estudio de la ganadería menor conduce a un mejor diseño de la política pública orientada a fortalecer la seguridad alimentaria en comunidades campesinas de México.

Presencia y distribución de pequeños rumiantes en México

Tanto los ovinos como los caprinos fueron introducidos a América con la invasión española de 1492 (Nahed-Toral, 2002). Los que existen hoy en el territorio nacional son denominados "criollos" por descender de aquellos traídos por los españoles, aunque en los últimos 25 años nuevas razas han sido introducidas (Tovar, 2009). Ovinos y caprinos han sido adaptados a la cultura rural y culinaria de México para la elaboración de platillos tradicionales como la barbacoa (centro del país), cabrito (en el norte) y chivo cebado (en la Mixteca poblana y oaxaqueña).

En los últimos cinco años, México ha presentado un incremento en el inventario de ovinos: de 6'050,000 en 2005 a 8'219,386 cabezas en 2011 (Pérez et al, s.f; SAGARPA, 2011). EL Cuadro 1 muestra que la mitad (49 %) se distribuyen en cinco estados: Estado de México (15.9 %), Hidalgo (13.4 %), Veracruz (8.1 %), Oaxaca (6.1 %) y Puebla (5.5 %). La presencia de ovinos ha disminuido particularmente en San Luis Potosí y Chiapas (dos estados tradicionalmente fuertes) y aumentado en Veracruz y Sinaloa debido a la introducción de razas australianas en el noroccidente y la expansión del pelibuey en Veracruz (Amendola et al., 2006). La distribución regional tiene mucho que ver con el tipo de animal. En el norte se utilizan razas especializadas en producción de carne, mientras que en el centro predomina la cruza de razas que se alimentan principalmente en agostaderos. Finalmente, en el sur del territorio nacional prevalecen las razas de pelo (Pérez et al., s.f.).

Cuadro 1 Inventario de ovinos y caprinos (2011). 

Especie Número de cabezas Estados predominantes
Ovinos 8'219,386 Estado de México (15.9%)
Hidalgo (13.4 %)
Veracruz (8.1 %)
Oaxaca (6.1 %)
Puebla (5.5 %)
Resto (51 %)
Caprinos 9'004,377 Puebla (14.9 %)
Oaxaca (13.4 %)
Guerrero (7.5 %)
Coahuila (7.3 %)
San Luis Potosí (6.8 %)
Resto (50 %)

Fuente: SAGARPA (2011).

A finales del siglo XIX, los caprinos eran el tercer producto de exportación de México. Entre 1994 y 2004 se presentó una reducción de 10 % en el número de cabezas a nivel nacional, mientras que en el mundo aumentó en 21 % (Gómez et al., 2012). A lo largo de la década de 2000, la caída en México siguió presentándose (Tovar, 2009). A pesar de ello, el inventario nacional de caprinos es un poco mayor que el de ovinos. SAGARPA (2011) documenta un total de 9'004,377 cabezas, la mitad de las cuales (50 %) están en cinco estados: Puebla (14.9 %), Oaxaca (13.4 %), Guerrero (7.5 %), Coahuila (7.3 %) y San Luis Potosí (6.8 %) (Cuadro 1). Los caprinos se han adaptado en las regiones áridas o semi-áridas de estos estados gracias a su habilidad para sobrevivir en situaciones de escasez y al manejo extensivo que se le da a los rebaños (Nagel et al., 2006; Escareño et al., 2012).

El número de ovinos y caprinos que existen en México es bajo, en comparación con otros lugares del mundo. Datos de la FAO (en Pérez et al., s.f.:3) indican que la población mundial de ovinos en 1999 era de 1,083 millones de cabezas, distribuidas en Asia (38.3 %), África (19.7 %), Oceania (15.8% ), Europa (15 %), Sudamérica (9.7 %), y Norte y Centro América (1.5 %). Sobre las cabras, Escareño et al. (2012) señalan que existen 617 millones, con mayores proporciones en Asia (66 %) y África (27.4 %) y menores en Europa (3.5 %) y América (3 %).

Principales productos: carne, lana de borrego y leche de cabra

México ocupa el lugar 17 en la producción de carne a nivel mundial (Escareño et al., 2012). Sin embargo, en el sector de rumiantes, la de res concentra aproximadamente 95 % del valor del mercado. El consumo de carne ovina equivalía al 1 % del total en 2001, con 1.0 kilogramos de consumo per cápita, en comparación con 16.5 kilogramos de carne de res. Para 2005, la cantidad sólo había subido a 1.3 kilogramos anuales por persona, y en 2011 su consumo fue de 0.95 % (Pérez, s.f.; Morales et al., 2004; Améndola et al., 2006; Arteaga, 2012). Con la carne de caprinos sucede algo similar, ya que representa 0.85 % del mercado nacional (Gómez y Echavarría, 2006).

Otros productos obtenidos de pequeños rumiantes son la lana de borrego y la leche de cabra. La primera tiene presencia en cuatro estados con tradición artesanal textil (Hidalgo, México, Zacatecas y Tlaxcala), pero se encuentra en declive debido al aumento en el uso de fibras sintéticas. En 2008 se producían 4518 toneladas de lana, con una caída de 31 % respecto a 1980. En 2011, la producción se quedó prácticamente igual (4696 toneladas). La lana tiene un precio muy poco redituable (3.49 pesos el kilo) y actualmente se importa de Argentina, China y Estados Unidos (Salinas et al., s.f.; Financiera Rural, 2010; Arteaga, 2012). Por su parte, el 75% de la producción de leche de cabra se aglutina en La Comarca Lagunera (Coahuila y Durango) y Celaya (Guanajuato) (Améndola et al., 2006).

Los problemas de comercialización de estos productos son los siguientes: mercado inestable, ausencia de precios de garantía (Hernández, 2000); intermediarismo (Gómez y Echavarría, 2006); bajos niveles de producción y uso de tecnología (Pérez et al., s.f.); bajo rendimiento y margen de ganancias (Salinas et al., s.f.; Gómez et al., 2012). Para evitar el intermediarismo se propone la agregación de valor y la creación de microempresas (por ejemplo de queso de cabra) que, sin embargo, también suelen enfrentar problemas de mercadeo.

Los tres tipos de sistemas productivos

Un sistema productivo es un conjunto de elementos técnicos y humanos relacionados entre sí, que presenta distintos arreglos en uso de insumos, formas de manejo y relaciones de trabajo. La producción de pequeños rumiantes generalmente opera bajo una de tres modalidades: intensivo, semi-intensivo o mixto y extensivo. En el primero, los animales se encuentran confinados en instalaciones tecnificadas (corrales, pesebres, comederos, bebederos). Se utilizan razas de alto rendimiento, insumos industriales y sistemas de sanidad, manejo de desechos, programas de nutrición y reproducción. El sistema mixto combina la agricultura con la crianza de animales, los cuales generalmente se alimentan de pastizales inducidos o cultivados, pastos ubicados en las orillas de caminos, esquilmos agrícolas, granos básicos (por ejemplo, trozos de mazorca o granos de maíz), alimentos elaborados por sus dueño/as y concentrados industriales en cantidades limitadas. Los animales son concebidos como un complemento a la nutrición familiar y la economía doméstica. Por último, en el sistema extensivo los animales se pastorean durante el día y se guardan en la noche (Toledo 2003; Améndola et al. 2006; Martínez-González et al., 2013).

El sistema mixto es el predominante para el caso de los ovinos mexicanos. Vieyra et al. (2009:249) señalan que en 66 % de las unidades de producción ovina del país, los animales se utilizan tanto para la venta como para el autoconsumo. La proporción para el estado de Veracruz es similar (63 %) (Pérez et al., s.f.). En el Estado de México, 73 % de las unidades de producción son mixtas (Martínez-González et al., 2011). Para los caprinos, Tovar (2009) señala que 400 000 familias (millón y medio de personas) tienen como actividad principal o complementaria, la cría de cabras bajo el esquema de una ganadería extensiva que se practica en las regiones áridas y semi-áridas del país (Hernández, 2000). En Guerrero, el sistema mixto es el predominante (68 %) debido a la baja disponibilidad y mala calidad de las áreas forrajeras para los hatos caprinos (Martínez-González et al., 2013).

De acuerdo a Parsons et al. (2011), dos tercios de la población rural más pobre combinan la agricultura con la ganadería a pequeña escala, por lo que los sistemas productivos encontrados en México son comunes en otras partes del mundo. Esta predominancia se explica por tres razones principales. Primero, el pastoreo semi-intensivo y extensivo es quizás la mejor, si no es que la única manera de utilizar zonas áridas e infértiles (Eade y Williams, 1995). Segundo, el ganado menor tiene múltiples funciones: es utilizado para fiestas y ceremonias y favorece la circulación de nutrientes (por ejemplo con el uso de estiércol como abono), por lo que es complementario a la agricultura (Okaly y Sumberg, 1995; FAO, 2012). Tercero y último, el sistema mixto es bastante eficiente en la generación de ingresos dentro de un esquema diversificado. Cuando Martínez-González (2011:371) señalan que 78 % de las unidades de producción del Estado de México "conciben a la ovinocultura como una actividad de ahorro o complementaria", están apuntando hacia las estrategias que los y las campesinas utilizan para protegerse de gastos imprevistos. Parsons et al. (2011) indican que el sistema mixto provee de mayores ingresos que el intensivo debido a que utiliza recursos locales.

Relaciones de trabajo en la ganadería menor: un análisis de género

En la caracterización de los sistemas productivos hay un tema central: el papel del trabajo. Entre más intensivo sea el sistema, se requerirá de menos mano de obra debido a la tecnificación del proceso productivo y viceversa. En otras palabras, se distingue entre el modo de producción intensivo, que ahorra en fuerza de trabajo, y el extensivo o mixto, que sí la utiliza en abundancia (Escareño et al., 2011). Esta sección analiza, bajo el enfoque de género, el papel del trabajo en la ganadería menor practicada en México.

El productor

Algunos trabajos refieren que el cuidado animal está a cargo del "productor", que se asume de sexo masculino, de facto jefe de familia y principal proveedor. El productor se encarga de labores agrícolas, la generación de ingresos y la crianza de animales. Esta visión conduce a afirmaciones como la siguiente: "dentro de las desventajas de los productores de subsistencia se encuentra el contar con poco tiempo para dedicar al cuidado de ovinos, ya que se emplean en otras actividades para adquirir ingresos, principalmente como obreros" (Pérez et al., s.f.:27). Esta frase asume que nadie más puede encargarse de los hatos. Los productores son considerados dueños de los animales, tomadores de todas las decisiones relacionadas con ellos y, por lo tanto, beneficiarios naturales de servicios financieros, técnicos y veterinarios. No se investigan las distintas responsabilidades de género que hacen posible que las familias campesinas sobrevivan diversificando actividades.

Trabajo familiar

Otros trabajos utilizan el concepto de "trabajo familiar" para referirse a la enorme cantidad de actividades que implica el cuidado de animales. Constituye un mejor acercamiento a la realidad, puesto que reconoce que el productor vive en familia. Por ejemplo, Hernández (2000) señala que la producción caprina de Puebla involucra de seis a diez horas de mano de obra familiar, mientras que Escareño et al. (2011:239) sostienen que "los miembros de la familia representan una fuente de labor importante" entre "pequeños productores" de la Comarca Lagunera. Gómez et al. (2012) indican que la crianza de los nueve millones de cabras que existen en el país es una "actividad familiar". Sin embargo, estos trabajos no reflexionan sobre las implicaciones de que la mano de obra familiar sea no pagada, lo cual necesariamente tiene que involucrar negociaciones e intercambios al interior de la familia sobre la cantidad de trabajo, el tiempo invertido y los ingresos generados, desde una posición de poder o falta de éste.

Varios autores y autoras suponen que las decisiones relacionadas con los rebaños son tomadas por "la familia" y no por los hombres y las mujeres la conforman. Véanse, por ejemplo, las siguientes afirmaciones: "si la familia puede permitírselo" (Arriaga-Jordán y Pearson, 2004:107) o "una vez que la familia ha ahorrado suficiente" (Arriaga-Jordán et al., 2005a:590; traducción propia), el ganado menor (ovinos, caprinos) se vende o intercambia por especies mayores (bovinos, equinos). La familia es concebida como un ente abstracto, con poder de decisión propio, más allá de sus integrantes.

Mujeres, niños y ancianos

Algunos trabajos desglosan la categoría "trabajo familiar", al señalar específicamente qué integrantes de la familia son responsables de la crianza de animales. Arriaga-Jordán et al. (2005b:833; traducción propia) indican que el cuidado de ovinos entre los Mazahuas del Estado de México está a cargo de "mujeres, niños y ancianos", los cuales constituyen una fuerza de trabajo subutilizada, un "recurso de la unidad doméstica... que de otra manera no sería utilizado". Gómez et al. (2012:2) reportan una situación similar ocasionada por la migración masculina en San Luis Potosí. Hernández et al. (2001:238) ofrecen los siguientes porcentajes para la caprinocultura de la mixteca poblana: "el pastoreo lo realiza el mismo productor (44,9 p.100 de casos), su hijo (34,8 p.100), su esposa (3,1 p.100), o personal contratado (17,1 p.100)". Tovar (2009:42; traducción propia) reporta que en ciertas regiones del país, "las mujeres juegan un papel fundamental [en la producción caprina], si no es que todo", sin profundizar en esta afirmación.

Este enfoque visibiliza a tres distintos grupos de personas (mujeres, niños, ancianos). Sin embargo, no analiza las diferencias entre ellos. Sigue pendiente adentrarse de manera más decidida en los intercambios al interior de la familia para identificar los factores que hacen que, bajo ciertas circunstancias, trabajen ciertas personas más que otras. Estas circunstancias pueden estar relacionadas con el tipo de animal, de sistema productivo o de ecosistema, y requieren ser analizado usando un enfoque comparativo (Ajala, 1995).

Las pastoras-artesanas de Chiapas

Los trabajos dedicados a las pastoras tzoztiles de los altos de Chiapas resaltan su contribución al ingreso familiar (al menos 30 % del total) a través de la elaboración y venta de artesanías textiles (Perezgrovas y Castro, 2000; Gómez-Castro et al., 2011). El reconocimiento de los conocimientos y necesidades de las mujeres ha servido para diseñar intervenciones participativas destinadas a la mejora genética de la especie y reducir el índice de mortalidad neonatal (Perezgrovas et al., 1994; Alemán et al., 2002).

En estos trabajos la mirada se concentra no sólo en el hato animal, sino en el ciclo completo del proceso productivo, incluyendo la venta de ciertos productos (artesanías) y las interacciones con otros elementos, por ejemplo la agricultura (a través del uso de abono y rastrojos). Sin embargo, estos trabajos son más la excepción que la norma y es necesario fomentarlos. Hay que añadirles, además, un enfoque de género que sea capaz de analizar la división genérica del trabajo, las diferencias de género en el acceso a recursos y beneficios, y el distinto poder de decisión entre hombres y mujeres. Es decir, además de reconocer el trabajo femenino, hay que escudriñar cómo se construye la relación entre trabajo, poder y acceso diferenciado a recursos y beneficios.

Alternativas teórico-metodológicas para el estudio del ganado menor con enfoque de género

El enfoque de género es producto de la segunda ola del feminismo que surgió en los años sesenta del siglo pasado. Ha sido utilizado para analizar la construcción simbólica del mundo social a partir de la diferencia sexual. Este análisis ha hecho posible documentar la existencia de un sistema educativo y un mercado laboral segregado por género, la doble o triple jornada laboral de las mujeres, distintas formas de violencia de género, la escasa participación femenina en espacios formales de la política, entre otras muchas contribuciones.

El concepto de género se refiere al conjunto de roles, rasgos de personalidad, actitudes, comportamientos y valores socialmente construidos y asignados a cada sexo. Mientras que el sexo biológico está determinado por características anatómicas, el género es aprendido a través de la socialización y, por lo tanto, puede variar en el tiempo y en el espacio de una cultura a otra. El género es una categoría relacional que no se refiere únicamente a las mujeres o a los hombres, sino a las relaciones entre ambos. En este sentido, el análisis de género es la estrategia utilizada para estudiar el impacto diferenciado de leyes, políticas y programas en mujeres y hombres. Como tal, supone la obtención de información desagregada por sexo para entender las distintas oportunidades, formas de participación y beneficios que mujeres y hombres derivan de determinadas iniciativas (UNEG, 2014).

En el campo de los sistemas agropecuarios, el trabajo pionero de Boserup (2007), publicado por primera vez en 1970, dejó claro que la modernización tiene un impacto diferenciado en hombres y mujeres, en detrimento de estas últimas en lo que se refiere a las políticas de reforma agraria, transferencia tecnológica y servicios crediticios. Las mujeres han recibido mucho menos tierra que los hombres, han sido excluidas de innovaciones tecnológicas y del acceso a créditos. Esta es una realidad que todavía se constata en la mayoría de los países del mundo, a pesar de que fue detectada hace ya varias décadas (World Bank, 2009).

Distintas autoras han desarrollado conceptos que ayudan a explicar la persistencia de estas desigualdades. La corriente Género, Medio Ambiente y Desarrollo (GMAD) incorpora la mirada de género a la discusión sobre la sustentabilidad, al analizar la división genérica del trabajo y el papel de distintas instituciones en recrear la inequidad en el manejo de recursos naturales dentro de ecosistemas específicos (Rico, 1997; López-Castellano, 2013). Las estrategias propuestas para reducir dicha inequidad son el empoderamiento femenino y la transversalización de la perspectiva de género en las leyes, políticas y programas de todas las áreas del desarrollo y niveles de gobierno, con la finalidad de que mujeres y hombres disfruten de los mismos derechos y oportunidades (Inter-Agency Standing Committee, 2006; Holvoet & Inberg, 2012).

La corriente de GMAD puede hacer notables contribuciones al estudio de la ganadería menor en México. Permite redefinir algunos conceptos básicos, por ejemplo, "sistema productivo" que, como su nombre lo dice, se refiere primordialmente al trabajo del "productor", asumiendo que realiza sus actividades de manera aislada y que su trabajo es el más importante porque implica la transformación de bienes, la provisión de servicios y la generación de valor. Esta visión impide considerar al trabajo reproductivo, es decir, el tiempo dedicado a la crianza de hijos e hijas, al cuidado de otras personas y a labores domésticas, que comúnmente están a cargo de las mujeres. El trabajo reproductivo no ha sido reconocido como tal y no es tomado en cuenta en el análisis científico y la formulación de políticas. Incorporarlo al análisis permite diferenciar por género la disponibilidad de tiempo y los conocimientos específicos sobre determinados procesos y ámbitos de acción. Considerar tanto el trabajo productivo como el reproductivo, además, permite tomar en cuenta cuestiones básicas de justicia de género, por ejemplo, la doble jornada de las mujeres, evitando así que los programas de cuidado animal la reproduzcan o incrementen (Leach et al., 1999).

Otro concepto que debe ser reformulado para un mejor análisis es el de familia, cuya definición bajo la mirada patriarcal incluye al hombre proveedor y a la mujer cuidadora, donde el primero es quien aporta recursos monetarios y toma las decisiones económicas (inversiones, adquisiciones) mientras que la segunda realiza labores domésticas y provee de atenciones físicas, psicológicas y afectivas a hijos e hijas. Se supone que ambos roles son complementarios y se viven en harmonía. Trasladar esta visión al estudio de la producción campesina implica considerar a las mujeres como incapaces de generar recursos monetarios, tomar decisiones y realizar ciertas actividades (Kabeer, 1995). En el caso del ganado menor, significa desconocer su manejo de hatos y contribución a la economía doméstica. Esta visión limita mucho el tipo de participación que ellas pueden tener en determinado programa.

Amartya Sen (1987) propone transitar del modelo de harmonía familiar a uno donde se reconozca "el conflicto cooperativo". Este nuevo modelo demanda visualizar diferencias de poder por género, edad, parentesco, entre los y las integrantes de una familia, además de una visión no unitaria donde siempre cabe la posibilidad de cooperar por el bien común, pero también de entrar en conflicto en torno al uso, acceso y control sobre recursos materiales y simbólicos. Esta propuesta permite entender de manera más fehaciente la distribución del trabajo entre distintas personas, los patrones de propiedad de los animales, el proceso de toma de decisiones en torno a la adopción de nuevas tecnologías, las estrategias familiares de mercadeo de determinados productos, las limitantes que impone la falta de acceso a tierras de pastoreo, agua, cultivos, forraje, por mencionar sólo algunos aspectos importantes para la crianza animal.

En pocas palabras, la familia es una entre muchas instituciones que determina el acceso de hombres y mujeres a recursos que pueden ser críticos para la sobrevivencia. Cada integrante tiene distinto poder para decidir, negociar y actuar, producto de las asimetrías de género. En muchas culturas, los hombres gozan del privilegio de imponer medidas en los demás (Kabeer, 1995). Este hecho no puede pasar desapercibido para los y las promotoras de tecnologías de crianza animal cuando lo que se quiere hacer es precisamente incrementar las posibilidades de éxito de sus intervenciones.

La ciencia animal y la política pública destinada al sector tienen grandes retos por delante. Es importante diseñar herramientas de campo sensibles al género (talleres y entrevistas con mujeres y hombres, cuestionarios que pregunten por las labores de todos los integrantes de la familia). En la fase de recolección de información, no es recomendable dirigirse únicamente al "jefe de familia", asumiendo que él lo sabe todo con relación a los animales. Sólo así se podrán tener datos como los de Merkel et al. (2009:145), que identificó una "proporción mayor de mujeres que de hombres que se caracterizan a sí mismas como productoras de tiempo completo" en la industria caprina de Estados Unidos. La generación de datos desagregados por sexo es fundamental para conocer las actividades de mujeres y hombres en los sistemas productivos del país y diseñar políticas y programas acordes a las necesidades de los y las beneficiarias.

Desde un punto de vista conceptual es recomendable abandonar los términos "productor" y "trabajo familiar" para explorar la división genérica del trabajo que opera en cada sistema productivo, es decir, distinguir exactamente qué actividades realizan mujeres y hombres de distintas edades, por qué, y cómo varían de un contexto a otro. Hay que trascender la mera descripción de actividades (quién hace qué), ya que cada actividad está cargada de valor y otorga poder a quien las realiza (Kabeer, 1995). En México y otros lugares de Latinoamérica, algunos estudios utilizan el término de "amas de casa" para referirse a las mujeres del campo, y se piensa que sus labores constituyen una "ayuda" para el jefe de familia (Deere y León, 2003). Es necesario trascender estos términos para comenzar a identificar patrones de participación laboral por género en las distintas modalidades de la ganadería menor mexicana. ¿Qué actividades realizan mujeres y hombres de distintas edades en los sistemas productivos ovino y caprino en México, bajo qué circunstancias y por qué? ¿Cómo influyen los ecosistemas, el tamaño de los hatos, las actividades de otros integrantes de la unidad de producción? ¿Cómo podemos relacionar todos estos elementos en modelos analíticos que visibilicen el trabajo y los aportes de mujeres y hombres de distintas edades en cada uno de los tres sistemas productivos de ganado menor?

También es necesario comparar los aportes monetarios obtenidos de animales en relación con otros: agricultura, venta de productos de origen no animal, remesas, trabajo asalariado. Un análisis más fino llama incluso a explorar la relación entre ganancias netas y patrones en el uso de los ingresos por parte de hombres y mujeres. Los intercambios y negociaciones al interior de la familia en torno a responsabilidades y cargas de trabajo, las relaciones de poder en la toma de decisiones y la distribución de los beneficios, las diferencias de género en el acceso y control sobre insumos (agua, tierra, crédito, servicios veterinarios) son fundamentales para entender la dinámica del sistema productivo desde la perspectiva de género.

Al momento de hacer el análisis, las unidades de producción deben ubicarse dentro del contexto más amplio de la liberación comercial, el retiro de apoyos para la agricultura familiar y diversificada, la creciente demanda de carne de res, la expansión de la ganadería intensiva, la monopolización de los mercados, el proceso de arrebato de tierras y la pérdida de recursos genéticos (Eade y Williams 1995; Sinn et al. 1999; World Bank 2009; FAO 2012; Califano y Echazú s.f.). De acuerdo a la FAO (en LEISA editorial, 2002:6), un tercio de los 4,000 razas de animales domésticos está en peligro de extinción. Las unidades productivas responden a estos retos haciendo cambios en los usos del suelo o priorizando ciertas actividades por encima de otras, lo cual tiene consecuencias diferenciadas por género y edad.

En el caso de México, no está de más añadir a este panorama los siguientes elementos contextuales: la migración y violencia en el campo; los proyectos de generación de energía, mineros y eólicos; las sequías e inundaciones ocasionadas por el calentamiento global; la pérdida de biodiversidad (pastos y hierbas silvestres). Cada uno tendrá impactos diferenciados en el trabajo que mujeres y hombres realizan en relación con los animales. Por ejemplo, el acceso a los recursos naturales y humanos puede verse reducido, así como la capacidad de tomar decisiones. Las cargas de trabajo y los derechos de propiedad variarán con cambios en la tenencia de la tierra. El estado nutricional de mujeres, niñas y niños puede verse afectado a medida que se produce para el mercado más que para la autosubsistencia. Si las mujeres se distancian o abandonan por completo la producción animal, se ponen en riesgo invaluables recursos genéticos y conocimientos tradicionales relacionados con ellos, además de la seguridad alimentaria de sus hogares.

Conclusiones

Ovinos y caprinos son marginales en México, en comparación con su presencia en otras partes del mundo. En relación con la carne de res, su consumo también es reducido. Sin embargo, ambas especies son parte importante de la tradición rural y culinaria mexicana. El tamaño del hato ovino de México ha aumentado en los últimos años, en comparación con el caprino. Actualmente, el principal producto de los ovinos es la carne, ya que la lana se encuentra en decadencia debido al creciente uso de materias sintéticas. En el caso de los caprinos, es más importante la producción de leche que la de carne, pero se concentra sólo en dos regiones del país (Comarca Lagunera y Celaya, Guanajuato).

La producción de pequeños rumiantes ha sido clasificada en tres tipos: intensiva, semi-intensiva o mixta y extensiva. La primera se refiere a animales confinados con alto uso de la tecnología; es una minoría en ambas especies. En la segunda, la producción animal se combina con la agricultura, por lo que los animales aportan nutrientes a los cultivos de los cuales frecuentemente se alimentan. La tercera y última se refiere al pastoreo como actividad principal. El tema de las relaciones de trabajo es central a la discusión, porque se asume que a menor mano de obra, mayor será el grado de tecnificación y viceversa.

Se encontraron cuatro formas de analizar las relaciones de trabajo en estos sistemas productivos. En la primera, se asume que el productor (en masculino) es el encargado de mantener a toda la familia, realizar y decidir sobre todas las actividades, incluyendo la producción animal. La segunda ya reconoce que éstos viven en familia y utiliza el término trabajo familiar, sin distinguir ni explicar quién trabaja y por qué. En la tercera, el término de familia va adquiriendo rostro: se trata de mujeres, niños y ancianos, sin distinguir aportes entre ellos. El cuarto enfoque es más integral porque abarca no sólo el cuidado animal, sino también el procesamiento de sus derivados, lo cual visibiliza el trabajo de las mujeres. Sin embargo, este último enfoque tendría que incorporar elementos clave de la teoría de género para aumentar la complejidad de su análisis, entre ellos la división genérica del trabajo, las diferencias de género en el acceso a recursos y beneficios, y el distinto poder de decisión de hombres y mujeres.

El artículo ofrece nuevas rutas teórico-metodológicas para analizar los sistemas productivos de ganado menor de manera más efectiva. La corriente GMAD permite redefinir algunos conceptos básicos, por ejemplo, sistema productivo, familia, trabajo, lo cual conduce a su vez a estrategias metodológicas que visibilizan la participación de mujeres y hombres de distintas edades en los tres sistemas productivos identificados en el país, y en las diversas etapas que involucra cada uno. También permite analizar la producción animal en relación con todas las estrategias de diversificación realizadas por los distintos integrantes de la familia.

Estas nuevas definiciones nos permiten reformular preguntas básicas que ya creíamos contestadas: ¿para qué tiene animales la gente? ¿Cuántos? ¿Cuáles prefieren ellos y ellas? ¿Por qué? ¿De quiénes son realmente? ¿De quién es la tierra, el agua, el forraje con el que se les alimenta? ¿Qué hacen con el dinero que ganan cuando venden uno? ¿De qué otras actividades obtienen recursos económicos para sobrevivir? La respuesta a estas preguntas, enmarcadas siempre dentro del contexto más amplio de globalización y liberalización de mercados, permitirá superar los términos que invisibilizan la división genérica del trabajo, la dinámica de acceso a los recursos y la distribución de beneficios por género en la producción animal.

En conclusión, los y las científicas especializadas en producción animal, y los y las diseñadoras de programas, deben partir del hecho de que las relaciones de género son muy importantes para el mantenimiento o mejoramiento de cualquier sistema productivo. Estas relaciones deben ser analizadas en iniciativas de investigación y tomadas en cuenta en programas de intervención con el fin de incrementar la equidad en la distribución del trabajo y de los beneficios entre la población atendida.

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Recibido: Junio de 2014; Aprobado: Junio de 2015

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