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Revista pueblos y fronteras digital

versión On-line ISSN 1870-4115

Rev. pueblos front. digit. vol.8 no.15 San Cristóbal de Las Casas ene./jun. 2013

https://doi.org/10.22201/cimsur.18704115e.2013.15.94 

Notas de investigación y reseñas

Reseña a Identidad y migración en la formación y revalorización de los territorios rurales, 2011

Luis Rodríguez Castillo1 

1Universidad Nacional Autónoma de México, PROIMMSE-IIA, lurodri@unam.mx

Identidad y migración en la formación y revalorización de los territorios rurales. 2011. Robles Berlanga, Héctor M.; Santos Cervantes, Cristóbal. Universidad Autónoma Metropolitana, Xochimilco: Mundos Rurales, ISBN: 978-607-477-662-1.


INTRODUCCIÓN

La lectura del libro Identidad y migración en la formación y revalorización de los territorios rurales me hizo rememorar la fábula de los cinco ciegos del Indostán que encontraron su camino bloqueado por un enorme elefante. La referencia me permitirá realizar, al final de esta reseña, comentarios sobre dos aspectos, por un lado sobre los problemas metodológicos irresueltos sobre los que bien vale la pena reflexionar luego de revisar el contenido de la obra y, por el otro, sobre las influencias que las políticas públicas tienen sobre el quehacer de las organizaciones dedicadas a la educación superior.

La obra en cuestión se encuentra conformada por tres capítulos que abordan desde estudios de caso las estrategias de los actores sociales frente a las trasformaciones del campo mexicano. En ese contexto de cambio las unidades domésticas recurren a la multiactividad y a la migración como parte de sus estrategias de reproducción social. Los coordinadores del libro destacan tres aspectos en relación con los trabajos que ahí se presentan: 1. La frescura de los resultados presentados que son producto de investigación de campo, 2. Que se encuentran marcados por el compromiso de las y el autor con los actores sociales investigados, y 3. Constatan que «la nueva ruralidad adquiere rasgos, matices y dinámicas específicas que los actores le imprimen» (p. 12).

Por otra parte, el texto fue publicado con financiamiento del Programa Integral de Fortalecimiento Institucional (PIFI) destinado al cuerpo académico consolidado «Economía agraria, desarrollo rural y campesinado» de la Unidad Xochimilco, Universidad Autónoma Metropolitana. Como bien destacan los coordinadores, los capítulos del libro corresponden a síntesis de trabajos para obtener el grado de maestría que se defendieron entre diciembre de 2009 y julio de 2010.

Contenido de la obra

El capítulo de Víctor Hugo Sánchez Reséndiz, «Jiutepec: de la caña de azúcar a la urbanización salvaje. La emergencia de nuevos actores sociales», analiza el especio rural de Jiutepec, desde los actores que se identifican en la dicotomía «nativos-avecindados»; dicotomía que permite estructurar un campo de relaciones sociales en el que encuentra sustratos de la identidad y la historia local. Es por ello que el autor remonta la historia al periodo colonial y al establecimiento de haciendas azucareras en la región para después ahondar en el relato de las disputas por tierra y agua entre los pueblos originarios y las haciendas; aunque esa relación asimétrica se caracterizaría por el despojo.

El autor da cuenta de la manera en que durante el periodo cardenista aparentemente esa relación se invierte, ya que los habitantes ganaron seguridad jurídica en la tenencia de la tierra, pero en realidad perdieron el control sobre el proceso productivo al declararse, para 1942, la «zona cañera al servicio del ingenio Emiliano Zapata» (p. 22) de Zacatepec; convirtiéndose así en el principal producto en la región -junto con el arroz-, que mantuvo en las décadas de los cincuenta y sesenta una productividad por encima de la media nacional. Situación que se trastoca en los setenta con la construcción de la Ciudad Industrial Valle de Cuernavaca, cuando inició el proceso de conurbación.

Dichas trasformaciones llevan una identificación negativa del campesinado. La unidad doméstica pierde progresivamente los ingresos seguros provenientes de los cultivos comerciales, la autosuficiencia alimentaria, crecen las expectativas y las necesidades asociadas al progreso, y los miembros de las familias rurales tendrán que emplearse en trabajos poco valorados. Por otra parte, en el discurso hegemónico se idealiza al progreso y todas sus ventajas -sobretodo- por el acceso a bienes y dinero. Con la mercantilización, afirma el autor, «desaparece la reciprocidad», y con ello «las instituciones comunitarias se debilitan y se pierde el control social del territorio» (p. 43). Aunado a ello, el acceso a la educación y al trabajo asalariado conllevó cambios en las relaciones de género, pues «El deseo y las ganas de amar corrieron en muchas ocasiones de la mano de quien se atrevió a salir a la calle a gritar en defensa de sus derechos laborales» (p. 47).

El proceso de conurbación no siguió patrones homogéneos ni fue del todo planificado, lo que aumentó la presión sobre tierra y agua. Se crearon casas de campo de grupos pudientes, unidades habitacionales para obreros, así como colonias populares producto de invasiones. Estos últimos son los «migrantes pobres pero violentos» (p. 35), y así afirma el autor, «La ciudad llegó a las pueblos invadiendo e inutilizando las tierras ejidales […] Los hijos y los nietos estudiaron y se volvieron obreros, licenciados, taxistas, maestros […] La tierra se empezó a vender» (p. 61). No obstante, de ese sector es de donde surgen los que integrarán el grupo que reivindica la «nueva ruralidad» de Jiutepec: losneo-rurales; aquellos quienes llegaron «buscando la paz de la región rural, el campo, y ante los procesos de urbanización salvaje están dispuestos a defender ―su estilo de vida‖» y de aquellos para los que «el campo es una referencia de sus padres o abuelos, una nostalgia en ocasiones ajena o un lejano recuerdo de la niñez» (p. 66).

Es de destacar el hecho de que a lo largo del texto se recupera la categoría «comunidad», esta es una construcción propia del autor, pues, sus entrevistas dan cuenta del «ejido» o del «pueblo». El uso que se hace de dicha categoría adquiere por momentos tintes de romanticismo, tanto en las interpretaciones que hacen los actores sociales que reinventan un Jiutepec idílico, como por parte del autor, por ejemplo cuando afirma que «no es tan fácil desarraigar relaciones sociales que se fueron creando durante siglos en torno a las fiestas, la identidad» (p. 32); o cuando habla de la autonomía como una capacidad de autogobernarse de las comunidades que «perdió sentido al no controlar ni las tierras ni sus sitios sagrados y, en ocasiones, ni el mismo pueblo» (p. 61), cuando no se han abordado esos tópicos en el texto.

La que a mi parecer es la aportación más importante del documento de Víctor Hugo Sánchez Reséndiz se encuentra poco destacada. Justo se trata del identificar los sustratos culturales que explican la acción social de lo que él llama neo-rurales. Si bien documenta que comparten objetivos de carácter medioambientalista, se plantean acciones para preservar el entorno ecológico y mantienen un patrón de «sus pequeñas y efímeras organizaciones» (p. 68); cabría preguntarse por qué ocurre esto y se mantiene, en la mirada que nos proporciona, la división entre acciones y organizaciones de oriundos e inmigrados. Sus referentes teoréticos más relevantes, Gilles Lipovetsky y Ulrich Beck, podrían ser utilizados aquí de manera más provechosa para explicarnos las lógicas de individuación en la modernidad y la sociedad del riesgo, para explicarnos que las lógicas de los actores locales se encuentran marcadas por las trayectorias migrantes. Así entender que las imágenes, símbolos y valores a los que apelan son diferentes.

Por su parte, el capítulo «Generaciones migrando esperanzas. Dinámicas migratorias desde la perspectiva generacional. La Esperanza, Guerrero» de Liliana Garay Cartas, parte del reconocimiento de que la migración se presenta hoy día de manera muy acelerada, de tal manera que se presenta e interpreta de manera diferente de una generación a otra. Plantea la tesis que las dinámicas migratorias «son parte sustancial de la dimensión cultural y, por tanto, son un referente identitario que determina las relaciones comunitarias» (p. 91); determinación que es importante para los intereses reales de su investigación: cómo esos factores -económicos, recursos naturales y educación- dependientes de la etapa del ciclo de vida de la persona influyen en las «estrategias de desarrollo locales: su existencia, su ausencia, sus características o elementos potenciales» (p. 92).

Al igual que Sánchez, Garay señala que una categoría central para el estudio que realiza es el de «unidad doméstica»; pero a diferencia del texto de Sánchez, donde nos enteramos por referencias secundarias de dónde son algunos de los migrantes a Jiutepec, Garay es mucho más clara al especificar que el fenómeno migratorio en La Esperanza empezó aproximadamente hace veinte años y la mayor parte se dirige a «zonas receptoras de mano de obra internas como el noroeste de México, otras zonas de Guerrero, Morelos o centros urbanos» (p. 90).

El artículo aborda cuatro aspectos de la influencia de la migración en La Esperanza: las trasformaciones en las formas de producir, cómo la migración impacta en el sentido de pertenencia y la identidad de distintas generaciones, y la modificación del vínculo entre cultura y naturaleza, que implica cambios en el uso de los recursos y cambios en la educación.

Respecto al primer punto, señala que no se podría entender la situación de las unidades domésticas si no es por la multiactividad; es decir, determinada por la combinación de diferentes actividades a lo largo del ciclo agrícola, la producción de mezcal y las artesanías de palma. Ahí señala que los ancianos y adultos conservan una lógica de subsistencia, mientras que los jóvenes que han migrado cambian su lógica a la de producir excedentes en función de una mejora económica; aunque observa que «la ganancia económica es ahora uno de los principales sentidos de la migración» (p. 96), ya sea para arrancar un negocio, construir una casa, iniciar una familia; o incluso ser mayordomo o padrino o para dedicarlo al consumo suntuario que otorga estatus social e incide en las relaciones de poder y prestigio de la comunidad.

Respecto al segundo aspecto, observa que el «proceso migratorio implica un cambio en los referentes territoriales» (p. 103) y, a través de las categorías de multilocalidad y redes migrantes, da cuenta de la diversidad de lugares que se construyen a partir de la movilidad. Entonces se genera una desterritorialización de la identidadcomunitaria que se encuentra en una compleja relación con «el territorio cultural [que] permanece pero de forma multilocal» (p. 105). Afirma entonces que los significados sobre el territorio y la comunidad son diversos generacionalmente, pero se encuentran condensados por los principios de reciprocidad y apoyo que se exigen desde la localidad tanto para el trabajo como para los ciclos rituales; cuyo aspecto positivo para los propósitos de la autora es que son espacios de socialización, construcción de sentidos e identidad. Dicho en otros términos: comunidades dispersas territorialmente, pero que se mantienen unidas porque comparten símbolos comunes.

Así, echa mano de la propuesta de Edgar Morín y señala que los constructos culturales sobre el medio natural se ven influidos por las estrategias sociales de supervivencia que han desarrollado. La migración, entonces, pone en contacto a los sujetos con otras concepciones culturales sobre la naturaleza, particularmente, con la mercantilización de ella, propia del sistema capitalista que en el documento se asocia a las prácticas agroindustriales y el deseo de riqueza de la juventud. Sin embargo, en lugar de seguir esta línea de reflexión, regresa al argumento de la identidad en relación con la naturaleza que socialmente les pertenece: el ejido y el ciclo festivo coincidente con el ciclo pluvial.

En cuanto a la educación observa que se subvaloriza la «educación informal» y la existencia de un «discurso educativo muy arraigado en el que la cultura dominante es la única verdaderamente válida» (p. 133). Generacionalmente los ancianos tuvieron menos opciones que la juventud, y entre los adultos hay una fuerte valoración de la educación formal que se asocia con mejores oportunidades para modificar sus condiciones de vida; particularmente es útil para una migración exitosa. Así la autora abunda en las problemáticas compartidas de la educación ofrecida por el Estado y los modelos supuestamente adaptados a las necesidades de la población migrante; con lo cual da cuenta de las deficiencias que dichos modelos conllevan.

Liliana Garay Cartas realiza una aguda observación en su trabajo «Al hablar de comunidad no nos referimos a un colectivo homogéneo, sino con heterogeneidades de diversas índoles pero principalmente con procesos de estratificación social con distribución desigual de bienes» (p. 109). Así, cuando aborda los temas de los ciclos rituales y la migración para continuar estudios afirma que se liga a esa estratificación y al sistema de poder; pero estos aspectos son aquellos sobre los cuales no se profundiza. Y sobre el que declaró sería el objetivo del trabajo, apenas dedica una líneas finales para afirmar que «la relación entre las dinámicas migratorias y los procesos de desarrollo local de La Esperanza es ambigua» (p. 149), y se reduce a una mirada idealizada cuando afirma que «dar voz a personas de todas de las edades -principalmente a niños y jóvenes, quienes muchas veces son olvidados en la construcción de alternativas de desarrollo- permite abrir oportunidades de aproximación al futuro imaginado» (p. 150).

El capítulo de Kelly Giovanna Muñoz Balcázar, «Las caras de la migración de los expoliados, encrucijadas rur-urbanas», aborda la llegada de migrantes pobres al pueblo de Santa Cruz Acalpixca de Xochimilco para incorporarse como mano de obra no calificada en el Distrito Federal. La autora describe el escenario de trasformaciones que inicia en la década de los ochenta -descapitalización, nula asistencia técnica, infraestructura e instituciones de crédito desmanteladas, entrada en vigor del Tratado de Libre Comercio- que genera las condiciones para que el campesino se dedique a otras actividades y, en su estudio de caso, se integre a las dinámicas rur-urbanas; proceso que fue acelerado al final de los ochenta con la ampliación del periférico y otras obras viales para conectar a Chalco. Así, la población que buscaba mejores oportunidades en el DF provenientes de Puebla, Oaxaca, Michoacán y Veracruz, encontraron en Xochimilco una posibilidad de asentarse, aunque lo hicieron -la mayoría de las veces- de manera irregular.

La autora señala que la migración se presenta de una manera bidireccional; los oriundos ante nuevas oportunidades y aumento en la escolaridad salen de la localidad; mientras que otros llegan al punto que la población inmigrante sobrepasa a la nativa «lo que provoca una serie de situaciones novedosas y problemas no sólo económicos y de infraestructura urbana, sino también sociales y culturales» (p. 162). Comenta la autora que desde la perspectiva de la nueva ruralidad lo que se observa es una tercerización de lo rural; aunque en esos procesos migratorios se han producido también situaciones de marginalidad, exclusión y pobreza extrema.

Aborda, entonces, las historias de las migraciones a Xochimilco con algunas citas a testimonios que dan cuenta de las restricciones en las localidades de origen para continuar con las actividades agrícolas, la búsqueda de nuevas formas de ganarse la vida, las condiciones materiales y sociales para establecerse en Xochimilco, gracias a la existencia de una red de relaciones familiares que les facilitan el proceso migratorio y la combinación de prácticas que llevan a la multiactividad.

En efecto, se argumenta que la migración y la pobreza van de la mano, siendo ésta la principal razón para decidir migrar; aunque el ascenso socioeconómico es limitado y difícil para los más pobres, quienes entran en una feroz competencia por un espacio para su asentamiento, con la consecuente segregación residencial, y para el trabajo, ya que muchos de ellos se insertan en los circuitos de la economía informal en el ambulantaje. Desde luego, esto ha derivado a que los nuevos asentamientos «urbanos» carezcan de los servicios públicos; pero posibilita la reproducción de prácticas de las comunidades «rurales», al poder sembrar huertos de traspatio.

El capítulo de Kelly Giovanna Muñoz Balcázar, al igual que el de Sánchez, carecen de una orientación hacia el lector respecto a cuál es el objetivo del capítulo; aunque ella presenta de manera mucho más clara el perfil de los otrora migrantes a la localidad rural. No obstante, habrá que señalar que ese perfil se extrae de un diagnóstico participativo que realiza una organización civil. Es decir, el que quizá podría catalogarse como el aporte del capítulo no es parte de esa «mirada fresca» del trabajo de campo para el trabajo de grado que ensalzan los coordinadores

Nota crítica y exhorto a la lectura

La fábula de los cinco ciegos y el enorme elefante, tiene al menos las siguientes enseñanzas metodológicas:

  1. a partir de los datos sensoriales, cada individuo interpreta y guía sus conclusiones;

  2. sin un acuerdo intersubjetivo del problema, los ciegos no pueden actuar de forma concertada;

  3. se puede definir un problema y resolver un problema que no era el que estaba planteado.

El libro Identidad y migración en la formación y revalorización de los territorios rurales, nos hace reflexionar, desde sus diferentes aristas, en este tipo de problemas.

En primer lugar, destaco la influencia de las políticas, en particular el llamado PIFI, cuyo objetivo es elevar la calidad de la educación en las instituciones de educación superior. Con dichos fondos, las universidades han incrementado sus publicaciones. Sin embargo, cabría preguntarse si publicar resultados de investigación de los egresados del programa de posgrado puede considerarse como una acción estratégica para alcanzar el objetivo planteado. Con estas acciones, las organizaciones educativas están teniendo un comportamiento de tercer tipo: resuelven problemas no planteados.

Por su parte, los coordinadores del libro nos invitan a seguir un comportamiento aproximado al tipo uno; cuando suscriben que los capítulos constatan que: «la nueva ruralidad adquiere rasgos, matices y dinámicas específicas que los actores le imprimen» (p. 12). Podríamos, entonces, reificar una verdad de Perogrullo o asignar a los científicos sociales la tarea de documentar y confirmar la enorme variabilidad de la experiencia humana; sin buscar explicaciones a la misma.

Por su parte, los autores de los capítulos aparentemente parten de un «acuerdo intersubjetivo», pero en realidad se parte de un conjunto de presuposiciones, es decir, declaraciones teóricas que -tal como afirma Jeffrey Alexander- se consideran como verdades autoevidentes que no requieren de mayor explicación o sobre las cuales no es necesario aportar más evidencias empíricas. Identifico al menos tres de ellas: 1. Que la mercantilización propia del sistema capitalista es la explicación teleológica a la emergencia de las nuevas dinámicas rurales -entre ellas la migración-; 2. Que la migración tiene un impacto sobre los proyectos de desarrollo local; y 3. Que eso se debe al «cemento de la sociedad» -me permito el uso del famoso título del libro de Jon Elster- de las sociedades rurales y campesinas que permiten prever -a pesar de las dinámicas de desterritorialización- una conducta cooperativa. Sin embargo, sus fuentes teóricas para interpretar estos tópicos son diversas en cada una de las colaboradoras del libro y no encontramos una evaluación final que ubique al lector acerca de las limitaciones y potencialidades de esos diversos marcos interpretativos.

No obstante, este material, sin duda alguna, será de utilidad a los interesados en los tópicos que anuncia el título del libro -identidad y migración- y que resulta necesario revisar toda vez que esos temas de añoso trillado en las ciencias sociales se ponen nuevamente en el centro de la discusión ante los debates políticos y de política internacional vigentes en el contexto actual. Los lectores encontrarán que cada capítulo cuenta, desde luego, con sus propias fortalezas y debilidades y podrán ponderar los aportes que hacen a la discusión.

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