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Revista pueblos y fronteras digital

versión On-line ISSN 1870-4115

Rev. pueblos front. digit. vol.8 no.15 San Cristóbal de Las Casas ene./jun. 2013

https://doi.org/10.22201/cimsur.18704115e.2013.15.87 

Artículos

¡Y nos fuimos para el norte! Migración juvenil chiapaneca a Estados Unidos: algunas aproximaciones a su realidad

And we went north! Aproaching the realities of youth migration from Chiapas to the United States

Iván Francisco Porraz Gómez1 

1CESMECA-UNICACH, pacon_83@hotmail.com


RESUMEN:

La heterogeneidad del actor migrante se ha evidenciado en los últimos decenios, mostrando que las graves consecuencias de la globalización han profundizado las diferencias, el descenso de la calidad de vida o las dificultades que tienen día con díapara sobrevivir en su lugar de origen. En el siguiente artículo compartiré la experiencia de algunos migrantes chiapanecos en su travesía hacia el llamado «sueño gringo o americano», en su mayoría jóvenes, que se vaninsertando al mercado laboral internacional. Me interesa destacar los discursos del migrante que entrañan una definición sobre sí mismo, en los momentos y contextos más significativos de su inserción a dichos flujos. Es decir, hago un acercamiento a la interpretación de sus relatos, para concluir con una breve reflexión.

Palabras clave: jóvenes; migración internacional; Chiapas

ABSTRACT:

In recent decades, the heterogeneity of migrant actorshas become evident. This demonstrates how the serious consequences of globalization have deepened differences, reducedthe quality of life or increased thedifficulties people face ona day to day basis in order to survive attheir place oforigin. In this article,I share the experience of some migrants from Chiapas in their journey towardthe so-called «Americanor gringo dream».Most of these migrants are young people who areinserting themselves into the internationallabormarket. I am interested in highlightingmigrant discourses whichdepicta self-definitionduringthe most significant moments and contexts of their insertion intothesemigratory flows. In other words, I approach the interpretation of theirstoriesand conclude with a brief reflection.

KEY WORDS: youth; international migration; Chiapas

Migrante es el participio presente del verbo migrar. Y en

cuanto tal, contempla la acción misma del migrar, la acción

presente y no acabada de moverse de un territorio a otro. El

mismo verbo migrar no se contempla como tal, sino

solamente en sus acepciones de inmigrar y emigrar.

¿Límites de un idioma? Quizás o tan sólo límites del

lenguaje que aún no es capaz o no quiere ser capaz de

explicar -y reconocer- un fenómeno real: el del migrante

(Matteo Dean 2011)

INTRODUCCIÓN

En los últimos decenios se ha hecho evidente que el migrante es un actor heterogéneo, esto nos ha demostrado que algunas de las consecuencias de la globalización han provocado la profundización de las diferencias, el descenso de la calidad de vida o las dificultades que enfrentan los seres humanos para sobrevivir día a día en su lugar de origen. Lo anterior se ve reflejado en la movilidad de la población en cualquier ámbito: migración interna, interestatal, entre otras. La mayoría de estos desplazamientos son en busca de «mejores condiciones de vida, para realizar sus sueños tanto del migrante como de su familia».

«Por tanto, migrar trastoca y muta la subjetividad: el sentir y el sentido social. Cada pregunta, cada por qué en el camino del migrante forma parte de una nota extensa al pie de página de su vida social, de sus actitudes, percepciones, sentimientos, emociones y acciones, todas representadas relacional, individual y/o colectivamente (Narváez 2012: 87).

En el presente artículo compartiré la experiencia de algunos migrantes chiapanecos en su travesía hacia el llamado: «sueño gringo o americano», en su mayoría jóvenes, que se vienen insertando al mercado laboral internacional. Me interesa destacar los discursos del migrante que entrañan una definición sobre sí mismo, en los momentos y contextos más significativos de su inserción a dichos flujos. El artículo se desarrolla en la cabecera municipal y otras localidades de Las Margaritas, Chiapas.1En un primer momento describiré el contexto de la migración chiapaneca, posteriormente me centraré en los casos de algunos jóvenes que relatan la partida, el cruce y algunas experiencias en Estados Unidos, enseguida describo la experiencia de jóvenes migrantes al retornar a su lugar de origen, producto de entrevistas y estancias de campo realizado en diversos periodos entre enero de 2009 y julio de 2011. En suma, el objetivo del trabajo es contribuir al análisis de lo que está sucediendo con jóvenes retornados en el municipio, pues algunos de ellos enfrentan problemáticas derivadas de su incursión en el fenómeno migratorio.

¿Del arraigo ancestral a la diáspora por la sobrevivencia? Breves apuntes de la migración chiapaneca

José Alejos (1999) nos dice que un espacio de fundamental importancia en la conformación de las identidades étnicas en Chiapas ha sido sin duda la problemática agraria, pues es allí donde la mayoría de la población interactúa en una forma más intensa y conflictiva. Es decir, la tierra en Chiapas ha sido el tema de mayor conflicto.

Ciertamente, el estado de Chiapas ha sido históricamente agrícola, predominando los cultivos como el maíz y el café; sin embargo, también la ganadería bovina y la explotación de maderas preciosas fueron actividades importantes en la región. Todas estas actividades convirtieron al estado en el abastecedor de alimentos y materias primas de las entidades del centro del país que habían emprendido un desarrollo industrial pujante. Esta «vocación» productiva explica que su fuerza de trabajo estuviera, hasta muy recientemente, orientada al sector primario; más aún, que la movilidad de su población laboral se diera al interior del mismo estado, y muy lentamente se articulara a algunos mercados laborales del centro del país.

La explotación de las riquezas naturales del estado ha tenido sus consecuencias. La región fronteriza, por ejemplo, como muchas otras partes del estado, enfrenta serios problemas, entre los que destacan los ecológicos, económicos y sociales. Jan de Vos (1992) y Villafuerte, García y Meza (1997), refieren que los primeros están relacionados con la explotación irracional que se ha realizado de la selva desde mediados del siglo pasado, cuando se establecen las «monterías»; después con el surgimiento de las fincas cafetaleras, y la «milpa que camina», dando lugar a la expansión discriminada de la frontera agrícola y la frontera ganadera.2

Otro fenómeno que ha impactado la vida de los chiapanecos es la conversión religiosa que se incrementa a partir de los años setenta, dando lugar al nacimiento de conflictos comunitarios, particularmente entre quienes exigen el respeto de las costumbres y quienes atentan contra ésta, al estar confrontada con los valores y principios de las nuevas iglesias. Fábregas (1985) señala que la zona fronteriza se trasforma en un frente de expansión tanto de los grupos religiosos protestantes como de neocatólicos; estos últimos seguidores de una pastoral indígena comprometida socialmente y derivada de la teología de la liberación. Particularmente, desde los años ochenta las distintas vertientes religiosas se convierten en arenas para un conflicto que rebasa el campo religioso, se torna político y económico, en mucho, derivado de las disputas agrarias (Cruz y Robledo 2001, Rivera et al. 2005). El hecho más significativo son las tensiones entre las Iglesias cristianas y la Iglesia católica, en su versión teológica liberacionista, adscrita al mundo religioso y político de la comunidad, tensiones que hicieron que el municipio de Las Margaritas, junto con el municipio de Chamula, se convirtieran en las comunidades más conflictivas del estado de Chiapas (Rivera et al. 2005).

La presencia del EZLN en la región es también un hecho crucial. Desde 1995 se han registrado numerosos conflictos entre los simpatizantes del movimiento y los adherentes de partidos políticos. Un aspecto más será la lucha política entre los partidos políticos y sus organizaciones, la participación política de los campesinos parece remontarse al periodo de reforma agraria. Por ejemplo, tenemos el caso de la Central Nacional Campesina (CNC), organización filial del Partido Revolucionario Institucional (PRI) que por muchos años tuvo control sobre numerosos adherentes, lo que le permitió tener el poder en varios ayuntamientos de la región. Sin embargo, desde los años ochenta otra organización ha venido adquiriendo una fuerte presencia, la Central Independiente de Obreros Agrícolas y Campesinos (CIOAC) que conjuntamente con el Partido de la Revolución Democrática (PRD) conforman los primeros regímenes no priistas en gobiernos municipales como Las Margaritas, Independencia, entre otros (Escalona 2009). Es decir, numerosas trasformaciones políticas en algunos municipios de la región fronteriza tienen que ver con pactos y negociaciones entre partidos políticos y organizaciones sociales.

Estos antecedentes históricos dan cuenta de un panorama difícil en el espacio rural chiapaneco. Aunado a lo anterior, hay que sumarle los graves problemas de pobreza que se vive en muchos hogares de la región, la Encuesta Nacional de Ingreso y Gasto de los Hogares (ENIGH) 2008, refiere que Chiapas es la entidad con mayores porcentajes de población en situación de pobreza de patrimonio: 75.7% (3,248,450 personas) se registran en dicha situación. De igual manera, se denota que 47% de la población (2,017,517 personas) se encontraba en pobreza alimentaria. El Índice de Rezago Social 2005, en el que se incorporan indicadores de educación, de acceso a los servicios de salud y a los servicios básicos: activos, calidad y espacios en la vivienda; revela que en Chiapas existe un grado muy alto de rezago social, ocupando la primera posición en este rubro, con porcentajes muy por encima de la media nacional. A nivel municipal, y conforme a los 118 municipios que integraban el estado para el año 2010 (Coneval 2010), 55 se encuentran en un grado alto de marginación, 39 en grado medio, 15 en muy alto, 8 en bajo y 1 en muy bajo.

Una de las expresiones de la pobreza estructural ha sido desde los años setenta la multiplicación de los conflictos agrarios, y aunque el reparto agrario continuó incluso a un ritmo más elevado que en las décadas anteriores, el número de campesinos sin tierras siguió creciendo inexorablemente (Villafuerte et al. 2002, Viqueira 2008). El anuncio del fin de la reforma agraria en 1992, resultado de la reforma del artículo 27 de la Constitución, terminó con las esperanzas de decenas de miles de jóvenes campesinos que habían luchado por acceder a un pedazo de tierra. La crisis agrícola, particularmente la crisis en los precios internacionales del café y en los granos básicos, como el maíz, terminó arruinando a muchos productores campesinos e indígenas; a ello se aúna la precariedad del sector segundario que lo hace incapaz de generar empleos en las ciudades (Viqueira 2008; Villafuerte y García 2006, 2007 y 2009).

El modelo agroproductivo es el que hizo crisis en los años noventa del siglo pasado. La intensificación de la migración es uno de los indicadores más visibles de esta crisis, pues la migración figura cada vez más en el proyecto de vida de sus habitantes. En el caso de Chiapas, se considera que hasta hace pocos años el fenómeno migratorio no mostraba gran intensidad, incluso las migraciones internas o interestatales eran consideradas como parte de un acomodo constante de la población (Fábregas, en Cruz et al. 2007). No obstante, existen trabajos que han documentado la migración de los chiapanecos por distintas razones dentro de las fronteras estatales desde hace dos siglos. La migración interna se tiene registrada desde el siglo XIX, y se relaciona con distintos eventos, desde las necesidades de subsistencia de campesinos indígenas, la repartición de tierras y procesos de emigración, en búsqueda de tierras en áreas entonces poco pobladas como la Selva Lacandona, hasta por problemas políticos y religiosos. Respecto a ello, García, Basail y Villafuerte afirman:

La migración interna en Chiapas ha estado relacionada con la demanda de mano de obra del mercado laboral (por ejemplo en las zafras cafetaleras o azucareras), la construcción de infraestructura carretera u otro tipo, los procesos de colonización y poblamiento de la selva, así como los conflictos religiosos, agrícolas y políticos, incluso armados (2007: 148).

Se trató de migraciones internas, de regiones altamente pobladas a regiones con baja densidad demográfica, convocadas por políticas gubernamentales o por movimientos espontáneos, en atención a las necesidades de tierra o trabajo. Sin embargo, también se presentaron desplazamientos forzados por conflictos políticos y religiosos.

Por otra parte, con respecto a la migración interestatal, se registra en los últimos años una mayor diversidad de lugares de destino. De acuerdo con Rodrigo Pimienta y Marta Vera, en su estudio basado en las encuestas del Inegi, en 1970 residían fuera de la entidad chiapaneca 90,578 personas. Las entidades receptoras más importantes eran el Distrito Federal y el Estado de México, siguiéndole en importancia los estados vecinos de Tabasco, Veracruz, Puebla y Oaxaca. Cabe decir que Chiapas se encuentra dentro del grupo de emigración media con el 2% de población expulsora, de un total de 5 grupos.

En la década de los 90 aparecen nuevas entidades receptoras, como Quintana Roo y Jalisco. Para el 2000, sobresalen las entidades del norte como lugar de destino: 20,214 chiapanecos se desplazaron al estado de Baja California; cerca de 20,500 lo hicieron a Tamaulipas, Chihuahua, Sonora, Sinaloa y Coahuila. No obstante, el Estado de México, con 49,990 migrantes chiapanecos, y Quintana Roo con 31,818, siguieron siendo las entidades más importantes de recepción (García y Olivera 2006: 33).

La mayor parte de la población migrante, tal como lo mencionan Rodrigo Pimienta y Marta Vera (2005), se encuentra en edades productivas. En el 2000, la proporción de migrantes internos tenía entre 15 y 49 años. Asimismo, en Chiapas, la proporción de migrantes internos varones es de 48.5%, y la de las mujeres alcanzó 51.5%. Es decir, es posible que estén emigrando parejas jóvenes sin hijos o quizá sólo el jefe(a) del hogar o ambos padres, como un modus vivendi de supervivencia familiar. Es importante precisar que los datos arrojados no reflejan especificidades del grupo referido, sin embargo, podemos inferir que en su mayoría se trata de jóvenes campesinos e indígenas de múltiples grupos culturales y dialectales que, por supuesto, tienen prácticas culturales diferentes a las de la sociedad receptora, concebida como no indígena.

En suma, y con base en los datos de Rodrigo Pimienta y Marta Vera (2005), podemos afirmar que desde los años setenta es visible una tradición migratoria interestatal, primero a los estados del centro, y a partir de los noventa su posterior tránsito hacia la zona turística de Quintana Roo y hacia algunos estados del norte de la República.

Ahora bien, en el caso de la migración internacional se registra un notable incremento a partir de los años noventa (Villafuerte y García 2006, Jáuregui y Ávila 2007, Viqueira 2008). Esto obedece a diversas causas, entre las que destacan los cambios en los mercados laborales de los países tradicionalmente receptores, el recrudecimiento de la pobreza, el desempleo en los países expulsores y el desarrollo de las comunicaciones que posibilitó el flujo de ideas e información en una escala global. Chiapas, al igual que otras entidades del sur de México, se inserta en los flujos migratorios internacionales en los años noventa, específicamente hacia Estados Unidos y Canadá, fenómeno que se incrementa en los primeros años de este siglo.

Actualmente Chiapas se ha consolidado como uno de los principales estados expulsores de migrantes; según información del Consejo Nacional de Población (Conapo), con base en datos de la Encuesta sobre Migración en la Frontera Norte de México (EMIF), en 2008 Chiapas fue el estado que más migrantes envió a Estados Unidos (14%), incluso por encima de Guanajuato (8,6%) y Oaxaca (7,2%), de antigua tradición migratoria. (Villafuerte y García 2006, Jáuregui y Ávila 2007, Viqueira 2008). Otros analistas que han trabajado la migración en Chiapas mencionan que la incursión de chiapanecos en el fenómeno internacional e interestatal es principalmente de carácter laboral, esto es, tiene como objetivo atenuar la grave crisis en la que se encuentran miles de familias campesinas que han visto disminuir su capacidad productiva y, con ésta, el deterioro progresivo del empleo y los ingresos.

En el problema del campo en Chiapas, se identifican puntos de inflexión que explican los momentos y las causas de la migración hacia las entidades del norte del país y hacia Estados Unidos: la crisis de los precios internacionales del café en 1989; el fin del reparto agrario, después de la reforma agraria de 1992; las recurrentes crisis agrícolas; el conflicto zapatista de 1994, y recientemente los desastres naturales, entre los más importantes.

Por otra parte, un estudio realizado por el Instituto Nacional para la Evaluación de la Educación refería que en el ámbito estatal el porcentaje de desplazamientos migratorios de jóvenes sin educación básica se presentaba de manera diferenciada, como es el caso de Chiapas, Guerrero y Veracruz, donde más de 70% de los jóvenes no había concluido el nivel secundario (81, 72 y 70%) (INEE 2008). La referencia anterior y algunos datos adquiridos en el trabajo de campo nos permiten sostener la idea de que el mercado laboral en el que se insertan numerosos chiapanecos es integrado por trabajos que exigen poca calificación: agricultura, construcción, servicios, y la maquila en el caso de las mujeres en el norte del país.

La partida rumbo al llamado sueño americano

El viaje comprende numerosos significados y connotaciones, suelen ser dilatados, instantáneos o de larga duración. Todo viaje de sur a norte, este, oeste o viceversa, implica rebasar fronteras, disolverlas o reconstruirlas nuevamente. Derivado de la situación actual, en donde el tiempo es efímero y el sistema es voraz, rapaz y caótico, los jóvenes se ven obligados a migrar en busca de una oportunidad para sobrevivir, eso implica enfrentarse con algo desconocido, donde pueden existir un cúmulo de experiencias insospechadas o peligrosas.

Las tensiones del mundo actual han provocado la emergencia de otras formas de sentir, actuar, pensar e incluso, permítase la palabra, de luchar. Algunos de los jóvenes chiapanecos3 que migraron en la época de los noventa reconocen que la decisión de dejar la comunidad para ir a Estados Unidos fue propia, también señalaron que los riesgos y las inseguridades las enfrentaron individualmente; algunos de ellos decidieron radicar en lugares del norte de México, porque no se logró pasar la frontera estadounidense, lo cual significó la incorporación forzosa a una pandilla y, con ello, el sometimiento a sus reglas y códigos. Los jóvenes que emigran en esta primera década del siglo XXI también reconocen que la decisión fue de ellos, sin embargo la partida inicial fue grupal, un joven migrante nos dice: «ahora es diferente para ir a “los Estados”, algunos paisanos son “coyotes” en nuestro municipio, también ya salen camiones desde acá en Margaritas, y pues yo por ejemplo ya tengo algunos “primos” que viven en las ciudades fronterizas». Lo descrito por el joven migrante me lleva a pensar que en épocas recientes los lazos o redes de migrantes se han ampliado, que el desembarco es menos traumático y que quienes han tenido que quedarse en alguna ciudad del norte del país han encontrado opciones laborales aunque con salarios muy bajos y sin derechos laborales. Es decir, hay una mayor socialización sobre los avatares de las travesías al norte del país y de éste a «los Estados».4

Los jóvenes también comentan que si bien no existe una red establecida entre migrantes y conocimiento de lugares de destino en Estados Unidos, el desembarco en algunas ciudades del norte como Tijuana o Nogales, Sonora, donde hay pequeños grupos de conocidos y familiares asentados en esas ciudades, los hacen «entrar en confianza para el cruce».

¿Seguir soñando o despertar del «sueño americano»?

El cruce para muchos jóvenes en los noventa no fue tan difícil, según me relataron, no fue tan traumático porque la frontera estaba menos resguardada y no había muchos mecanismos de seguridad; un número importante de entrevistados mencionó que el cruce lo habían realizado desde Tijuana. Sin embargo, los que hicieron el cruce después de 2001 narran experiencias distintas, además los lugares de cruce se diversificaron: Altar, Sonora, Nogales, Nuevo Laredo, Agua Prieta, y Tijuana. Especialmente, para muchos jóvenes que cruzaron después de los atentados del 11 de septiembre el panorama fue más difícil por el incremento de la seguridad en la frontera y el endurecimiento de las políticas migratorias. En sus relatos se percibe que cuando recuerdan el cruce fronterizo es como volverlo a vivir, y lo narran con un sentido ya de desafío o ya rememorando las penalidades sufridas.

A su llegada a Estados Unidos los jóvenes migrantes chiapanecos registran diversos significados de lo que verdaderamente es el lugar o los lugares de «recepción» donde se presumen puede hacer posibles sus sueños. En este sentido comentan que después de haber cruzado no tenían idea de dónde trabajar, la única posibilidad era buscar y unirse a otros grupos de migrantes ya establecidos allá. Un lugar que se privilegiaba era California, pues según ellos había muchos paisanos y el inglés no era tan predominante ahí, otro factor es que existe la creencia de que para los que llegan por primera vez «ahí es seguro encontrar trabajo casi de inmediato». Otros destinos que fueron señalados son los estados de Florida y Texas, a los que se han ido sumando otros estados: Oklahoma, Illinois, Colorado, Oregón, Nuevo México, Nueva York, Charlotte, Washington, Virginia, Carolina del Norte, Georgia.

Muchos jóvenes entrevistados dicen que también se internaliza y se acepta como un costo, que ha de llevar a cuesta día a día el desprecio, la discriminación, la violencia y la intolerancia en la sociedad «gringa», de igual manera el miedo y temor a ser aprehendido por las autoridades migratorias es constante, lo peor que les puede pasar es ser deportados: «eso sí duele, pues parece que se acaba todo, esperanza de uno y su familia, además si regresa uno sin nada queda uno como fracasado, con las deudas y sin poder lanzar los sueños de uno, y si hay familia hasta quienes se quedaron allá».

Con todo, los jóvenes migrantes reconocen que «en algún momento, o la mayor parte del tiempo, a todos nos agarra una profunda tristeza y dolor por no estar en la casa, aunque hayan razones duras para no estar allá». Pese a que, como ellos mismos admiten, al final no es mucho lo que se gana, el ingreso sí es mayor al que obtendrían quedándose en México.

Más allá del sueño americano: el retorno de algunos jóvenes chiapanecos

La inserción de los jóvenes en el mundo del trabajo bajo la forma de una migración laboral internacional ha abierto un campo hasta hoy poco abordado en los espacios de origen. Este tiene que ver con la representación social del ser joven. Los jóvenes solteros que tienen experiencia migratoria y que regresan a sus comunidades por voluntad propia, repatriados, entre otros, recrean y resignifican los avatares de su vida social y cultural fuera de su comunidad de origen. Es decir, quienes han retornado de manera temporal o definitiva tienden a agruparse, y ante la admiración de otros jóvenes sin experiencia migratoria están produciendo comportamientos diferenciados, como el uso de una estética, un estilo o una facha muy particular, como dicen los jóvenes margariteños, cuya apariencia corporal visibiliza ya la vestimenta norteña, ya la del pocho o la del joven rockero.

Se trata de la conjugación de una serie de prácticas y representaciones que intentan dar forma a un sentido quizá de protesta y de interpelación a las instituciones tradicionales con distintas dotaciones de poder. Respecto a ello un relato de Diego, joven migrante de la cabecera municipal de Las Margaritas, refiere:

Los que migramos pal otro lado y después regresamos a nuestro lugar de origen, se siente uno como extraño en la comunidad, hace diez años que no había regresado y a veces me siento incómodo, ya me había acostumbrado allá, y luego también a uno lo critican por vestirse de cierta manera, en cambio allá en «los Estados» (refiriéndose a Estados Unidos) no hay nada de eso, porque hay muchos que se visten igual que uno, así es la moda pues, en cambio aquí de todo se espantan (diciembre 2009).

José Vázquez, habitante del barrio Sacsalum, de la misma cabecera municipal, comenta:

Yo fui migrante, pero me doy cuenta que hay muchos ahora que ya vienen con vestimenta diferente y se ve más aquí en la cabecera del municipio; cuando es la fiesta de la virgen de Margarita, la patrona del pueblo, vienen de muchas comunidades y llegan vestidos de botas, tejano y camisas de los que llevan allá en el norte y otros vienen con aretes por todos lados y con sus pantalones aguados, también con playeras largas y sus gorras por atrás de las de equipos que juegan en Estados Unidos, y pues ya los chavos más chamacos se quieren vestir así porque ven que así se visten los que migraron (julio 2009).

La respuesta local tiende, generalmente, a la identificación del joven retornado, particularmente el que asume como suyos los patrones culturales del lugar donde trabajó, como sujeto de riesgo, aunque existe una percepción ambigua, en tanto involucra a jóvenes que son «nuestros», pues son: «hijos del compadre, del vecino, del hermano o míos». Asimismo, otro relato de un habitante del mismo lugar alude:

Me he dado cuenta que a veces los que regresan de Estados Unidos, en especial los jóvenes, ya vienen bien diferentes, por ejemplo con sus vestimentas de otros lados, a veces ya te quedan mirando feo y ni respetan a los mayores; me contaron que en el barrio de Sacsalum (ubicado en la periferia de la cabecera municipal), una vez un muchacho que regreso de allá fue amenazar a un señor que le debía dinero al papá del muchacho con pistola en mano, también usted puede ver como ya aparece pintado en las paredes de las casas eso de: «banda cholos», «barrio 13», yo pienso que han de ser de esos jóvenes que regresan de allá y como son solteros vienen a ser (sic) sus perjuicios aquí (diciembre de 2009).

Con los acercamientos al estudio de caso se puede vislumbrar que en la migración juvenil, en un contexto rural, intervienen varios factores para que los jóvenes solteros o con compromisos conyugales consideren la decisión de salir de sus comunidades; si bien es cierto que la falta de empleos en sus lugares de origen es un factor explicativo, también es cierto que la información les permite comparar entre la realidad social en la que viven y la de otros contextos de zonas urbanas, nacionales o internacionales. Esta información, recuperada por distintos medios proporciona una visión más amplia sobre las expectativas y las posibilidades para definir proyectos de vida que desbordan el marco de la comunidad de origen.5

En el caso de las personas solteras el disfrute de lo juvenil se ha convertido en un factor determinante de atracción. Al contar las ciudades con condiciones necesarias para ofrecer mayores espacios de esparcimiento y diversión, los jóvenes tienen la oportunidad de adquirir prácticas y conocimientos vinculados a las culturas juveniles y modelos de vida de otros contextos. Para quienes tienen alguna responsabilidad conyugal la migración no es sólo posibilidad para conocer otras realidades o divertirse, sino que le atribuyen una oportunidad para mejorar sus condiciones socioeconómicas y adquirir bienes para el futuro inmediato de su familia, es decir, que quizá nos encontremos con diversas formas de pensar, de sentir, de percibir y de actuar, y de enriquecer la visión que tienen de la migración y de otras formas de vida.

Por tanto, puede plantearse que las repercusiones en el ámbito familiar son múltiples en los lugares de origen. Por un lado, el costo social es significativo, pues puede provocar la desintegración familiar y precarizar los valores y principios de comportamiento familiar y comunitario que moduló su identidad hasta antes de emigrar; por otro, desde la perspectiva económica puede significar realmente un mejoramiento de la familia. Sin embargo, debe reconocerse que en la familia rural ante la falta de un miembro cambia el sistema familiar (Esteinou 2005, Urteaga 2008), máxime cuando se tienen responsabilidades como el matrimonio y el sustento de la familia.

En el marco del trabajo de campo exploratorio que he venido realizando, he podido constatar una diversidad de situaciones. Aunque la mayoría de los jóvenes que retornan encuentran un espacio acogedor en su comunidad de origen, existen experiencias contrarias, es decir, que el joven retornado es percibido negativamente, sobre todo en aquellos que adoptaron prácticas y formas de conducta que los hace diferentes en la comunidad, propiciando el rechazo al ser considerados como un factor de peligro, lo que obliga a salir nuevamente de sus lugares de origen y enfrentarse a un espacio del que tal vez intentó desprenderse al haber decidido el regreso a su casa.6 Aunque en el municipio de Las Margaritas los jóvenes no enfrenta tal situación de manera generalizada, no debe perderse de vista la vulnerabilidad y los riesgos que jóvenes, de origen campesino, enfrentan al ser arrojados a un espacio social que no integra, sino excluye y discrimina, por ejemplo a pequeñas comunidades de pandilleros como forma de sobrevivencia, con resultados a veces lamentables.7

Además del rechazo social, los jóvenes pueden también ser víctimas de las adicciones a las drogas. Un estudio hecho por el DIF y los Centros de Integración Juvenil (CIJ) en algunas ciudades del país reveló que los menores de entre 12 y 17 años de edad que no tenían ningún contacto con las drogas en México y que vivieron y trabajaron durante más de tres meses en Estados Unidos ahora consumen marihuana, cocaína, crack, metanfetaminas, éxtasis, solventes inhalantes y heroína. Según un artículo publicado por El Universal, 62% de los jóvenes mexicanos que son deportados iniciaron el consumo de drogas en Estados Unidos (El Universal, octubre 2007).

En suma, los jóvenes chiapanecos se encuentran en un mundo frágil que no les ofrece otras oportunidades. La migración está siendo vista como un imaginario que les hace entrar en contacto con otras manifestaciones culturales que en un primer momento resultan seductoras para ellos, pues al estar en otro espacio se gestan nuevos vínculos sociales en disputa o en conexión con la tierra de sus ancestros y la de los «sueños prometidos». Sin embargo, ese sueño prometido se está convirtiendo en una pesadilla para muchos jóvenes que regresaron voluntariamente, repatriados o que nunca querían saber más de la tierra que los vio nacer.

ALGUNAS BREVES REFLEXIONES

La migración se está fraguando cada vez más como un eje articulador de numerosos aspectos de la vida económica, social, política y cultural de municipios y localidades de la sociedad chiapaneca. Debido a que miles de jóvenes son parte de los movimientos interestatales e internacionales que se gestan en el estado, se están reconfigurando los espacios rurales y semiurbanos en Chiapas, los impactos tienden a ser recurrentes y permanentes, proyectando cambios profundos en el mundo de la economía, las sociabilidades e imaginarios sociales.

Es posible que el mundo subjetivo de los jóvenes se construya en torno a lo global, pero lo local, lo nacional, eso que es de «nosotros/as», aún se encuentra fuertemente consolidado en el imaginario social, en las prácticas sociales y culturales, el habla, la interacción, los modos de vida (Piña 2007). Sin embargo, el fenómeno migratorio provoca cambios significativos en los modos de vida que los jóvenes interiorizan en sus espacios de origen. Esto conlleva a que el joven migrante a su regreso se encuentre en un proceso de conflicto con instituciones como la familia, el barrio o su comunidad. Como he descrito, estas identidades y adquisiciones de nuevos patrones culturales solo dan fe de aquel significado extra nacional que entra en conflicto o conecta lo local-global (Piña 2007).

Constantemente los medios de comunicación dan cuenta de cómo día a día muchos jóvenes se unen a las pandillas como la mara, los cholos, entre otros, que sin temor a errar, se ven seducidos ante el cobijo que encuentran en ellas o muchas otras veces son utilizadas como una estrategia para migrar a otros espacios, y por lo tanto utilizan un sistema de redes propias, locales o que se encuentran ligados a otras «clicas o bandas» pertenecientes a la pandilla principal y con ello hace más fácil el tránsito de un espacio a otro. En este ir y venir, en el desplazamiento de los jóvenes migrantes muchos quedan excluidos de cualquier ámbito y se ven condenados a delinquir, a incorporarse a las redes del narcotráfico, algunos más pierden la vida en un accidente durante el tránsito o mueren en riñas entre pandillas.

Otro punto a enfatizar es que la migración juvenil cambia el escenario demográfico. Como se describió en numerosas ocasiones, se truncan las expectativas del desarrollo y reemplazo generacional. Se puede argumentar que hay una «venta de juventud», ya que los y las jóvenes migrantes parten cuando se encuentran en la etapa reproductiva, se consideran la mano de obra principal para potencializar el país, además en los pueblos, municipios, localidades, cada día se quedan sin jóvenes, y con ello se desvanece lo que algún día se pensó que eran la esperanza del futuro inmediato.

Estos jóvenes, potencia y fuerza de trabajo real, desde el Sur o en el mismo Norte, son influenciados con nuevos materiales que alteran las prácticas e identidades que les ha particularizado; se construyen desde la contingencia, por ello, la subjetividad juvenil es diversa y diferenciada, en tanto se engarzan de modos múltiples con la estructura social, de la que derivan pautas culturales y simbólicas igual de diversas (Reguillo 2000, Valenzuela 2003, Nateras 2001).

FUENTES DE CONSULTA

Alejos García, José, 1999, Ch’ol/Kaxlan. Identidades étnicas y conflicto agrario en el norte de Chiapas, 1914-1940, UNAM, México. [ Links ]

Ariza, Marina, 2005, «Juventud, migración y curso de vida. Sentidos y vivencias de la migración entre los jóvenes urbanos mexicanos», en Mier y Terán, Marta y Cecilia Rabell (coords.), Jóvenes y niños, un enfoque sociodemográfico, UNAM, FLACSO, Miguel Ángel Porrúa, México. [ Links ]

Basail Rodríguez, Alain, Ma. del Carmen García y Daniel Villafuerte, 2007, «Migración y religión en Chiapas. Mapas migratorios y espacios religiosos a través de estudios de casos», en Basail Rodríguez, Alain y Ma. del Carmen García (coords.), Travesías de la fe. Migración, religión y fronteras en Brasil / México, Universidad de Ciencias y Artes de Chiapas, México. [ Links ]

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Entrevistas

Diego Hernández, joven migrante chiapaneco, repatriado. Diciembre de 2009. Las Margaritas, Chiapas. [ Links ]

José Vázquez, habitante de Sacsalum, cabecera municipal. Julio de 2009. Las Margaritas, Chiapas. [ Links ]

Santiago Vázquez, habitante de Sacsalum, cabecera municipal. Diciembre de 2009. Las Margaritas, Chiapas. [ Links ]

1Debo señalar que son uno de los resultados preliminares que corresponde a la tesina de maestría y que dará continuación en el doctorado.

2De Vos (2002) describe que las migraciones a la Selva Lacandona se incrementaron principalmente en el periodo de 1940 a 1950, aunque se prolongó hasta 1970; ya que fueron incentivadas por programas gubernamentales de colonización y dotación de tierras, esto como parte de una estrategia para mitigar los conflictos agrarios y poblar territorios hasta entonces vírgenes en los municipios de Ocosingo, La Trinitaria, Palenque, Las Margaritas y La Independencia, así pues se establecieran campesinos de diversas partes del entorno chiapaneco y de otras partes de la República mexicana.

3Los entrevistados señalaron que emigraron en los años noventa del siglo pasado y lo hicieron en una edad de entre 17-27 años.

4Entrevista realizada en julio de 2011, Las Margaritas, Chiapas.

5Mucho de la cual se deriva de los que ya han tenido experiencia migratoria, de igual manera los bienes materiales que se apropian los que han retornado de manera definitiva o parcialmente (Trabajo de campo, julio 2009).

6Por ejemplo en el municipio de San Pedro Michoacán dos jóvenes presuntamente migrantes fueron encarcelados ya que fueron acusados por «quebrantar» las normas de convivencia de la comunidad (Cuarto Poder, 8 de febrero de 2010).

7Respecto a ello, está el caso de las Maras en Centroamérica, México y Estados Unidos, en donde pertenecer a estas implica un desarraigo de la familia y la incorporación a los «homies» del barrio, el grupo primigenio y la señal más inteligible de lealtad y pertenencia. Además señalar la vulnerabilidad de caer en las drogas, por ejemplo un estudio hecho por el DIF y los Centros de Integración Juvenil (CIJ) en algunas ciudades del país reveló que los menores de entre 12 y 17 años de edad que no tenían ningún contacto con las drogas en México y que vivieron y trabajaron durante más de tres meses en Estados Unidos ahora consumen marihuana, cocaína, crack, metanfetaminas, éxtasis, solventes inhalantes y heroína. El 62% de los jóvenes mexicanos que son deportados iniciaron el consumo de drogas en Estados Unidos (El Universal, octubre 2007).

Recibido: 14 de Junio de 2012; Aprobado: 02 de Septiembre de 2012

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