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Revista pueblos y fronteras digital

versión On-line ISSN 1870-4115

Rev. pueblos front. digit. vol.7 no.13 San Cristóbal de Las Casas ene./jun. 2012

 

Notas de investigación y reseñas

Historias de vida y aprendizaje entre alumnos de la Universidad de Quintana Roo

Miguel Lisbona Guillén* 

* Universidad Nacional Autónoma de México, Proimmse-IIA

Creer y aprender. Retratos culturales de estudiantes universitarios. Higuera Bonfil, Antonio. Universidad De Quintana Roo, México: 2010.


En un año de celebraciones centenarias, la lectura del libro Creer y aprender. Retratos culturales de estudiantes universitarios me remitió a la Revolución mexicana, aunque no se trate de un libro histórico ni sea esa su pretensión. ¿Por qué remontarse a cien años atrás? La respuesta es sencilla si no se intenta realizar un análisis exhaustivo de la educación en dicho periodo. Hace cien años se fundó la Universidad pública más grande del país en la actualidad, y también la de más peso en número de alumnos de Latinoamérica. Al mismo tiempo, a partir de ese periodo la educación se convirtió en uno de los pilares de las propuestas de transformación social de los diversos gobiernos revolucionarios y posrevolucionarios. La educación fue pensada como una necesidad de modernización destinada a alcanzar los niveles de desarrollo y progreso, en el vocabulario de la época, y fue concebida, a la vez, como la maquinaria que construiría un nuevo ciudadano mexicano apegado al proyecto de nación que, en buena medida, sigue vigente hasta nuestros días. Es por ello que leer un libro sobre las disímiles experiencias de alumnos con orígenes diversos me remitió al papel que la educación, y especialmente la educación superior, juega en la construcción institucional de territorios estatales, o de entidades federativas dentro de un Estado federal, como es el caso de Quintana Roo. La creación de su primera Universidad pública significa, por supuesto, la apuesta por dotar a su región, pero sobre todo a sus habitantes, de posibilidades de movilidad social, tan costosa en países con graves desigualdades económicas. Es por ello que plantearse un estudio o, al menos, una serie de entrevistas a profundidad con estudiantes de diverso origen cultural y social remite, sin que sea su pretensión, repito, a esa calidad universal que los estudios universitarios deben prestar y al carácter de trascender orígenes sociales.

Antes de leer el texto podía imaginar que se abordaría en sus páginas el seguimiento de estudiantes tras la finalización de sus carreras, algo que se ha convertido en una posibilidad para evaluar el nivel de profesionalización de los estudiantes, así como es un termómetro del mercado laboral referido a carreras concretas. Sin embargo, y con el texto ya en mis manos, la impresión fue otra, por supuesto. Si arriba se mencionó la condición universalista de los estudios superiores, por lo menos en su origen, el libro se enfrentaba a ello con algún agregado propio del estado de Quintana Roo: la condición de frontera con Belice y el marcado carácter plural de la población que lo habita, plural por su origen y procedencia, que queda claro con la presencia de un gran número de mayahablantes.

El libro, dividido en tres partes claramente delimitadas, hace suya esa condición plural y fronteriza del estado donde se ubica la Universidad para mostrar, y a la vez analizar, los casos de alumnos con disímil origen, todo ello presentado a través de historias de vida. Taiwaneses radicados en Belice, hablantes de maya y miembros de congregaciones de testigos de Jehová. Tres experiencias vitales por cada grupo que, con sus similitudes, también pueden mostrar diferencias.

Las historias de los nueve ejemplos, en total, llevan de la mano al lector por las experiencias vitales de los jóvenes sujetos de estudio, tanto en su incorporación a la carrera universitaria como por las modificaciones sufridas en su vida, al mismo tiempo que aparecen sus anhelos tras la experiencia en la educación superior.

Dichas historias de vida tienen como pretensión, también, situar a individuos dentro de su ámbito cultural de referencia y origen, en el caso de los taiwaneses y de los mayahablantes delimitado por un idioma materno no castellano y, por lo que respecta a los miembros de la congregación de los testigos de Jehová, marcado por sus creencias paracristianas.

Hay que destacar que las historias de vida reflejadas en el libro no son un simple recuento anecdótico centrado en su cotidianidad universitaria, sino que en los tres bloques de entrevistas se observa un interés por sistematizar la información recabada a través del uso de metodologías concretas y, en buena medida, pensadas como posibilidades para establecer políticas públicas que tomen en cuenta la diversidad de los distintos estudiantes según sus orígenes y experiencias sociales. Este último aspecto es realmente difícil de lograr, pero que al menos debe ser un acicate para las autoridades universitarias a la hora de pensar sus líneas de trabajo institucional.

El primero de los bloques que componen el libro está a cargo de María del Rosario Reyes, quien se enfrenta en las entrevistas a los casos más exóticos del contexto local, me refiero a los estudiantes taiwaneses. La llegada a Belice, como posibilidad de aprender el idioma inglés en distintas condiciones personales, el choque cultural y los aprendizajes vitales, algunos de ellos atravesados por los desprecios por su condición de chinos, significan algo más que una experiencia universitaria puesto que muestran cómo la emigración individual debe tomarse en cuenta, siempre, a la hora de plantear aspectos puntuales, y a veces demasiado generalizados, de la migración.

En el caso de los taiwaneses, el aprendizaje del idioma inglés lejos de su país de origen, en una doble prueba por pasar de Belice a México, implica para el análisis de María del Rosario Reyes una posibilidad de penetrar en sus creencias epistemológicas, creencias relacionadas con las suposiciones que se tienen sobre la naturaleza del conocimiento y su aprendizaje. Este hecho adquiere dimensiones propias con dichos estudiantes por provenir de un contexto social y educacional con características muy diferentes a las que se encuentran en la Universidad de Quintana Roo.

Griselda Murrieta se hace cargo de las tres historias de vida referidas a los hablantes del idioma maya. Las precarias condiciones económicas para realizar los estudios de buena parte de los estudiantes que tienen en el idioma indígena su lengua materna, la preocupación por la movilidad social que algunos de sus familiares muestran para incentivarlos al estudio, las carencias en la formación con la que arriban a la Universidad o el esfuerzo para sacar adelante sus carreras, son algunos de los aspectos que resaltan en las narraciones de los alumnos. En concreto el último punto, el del esfuerzo, resulta una marca de reivindicación de su actividad como estudiantes frente a sus compañeros pero, sobre todo, un análisis social sin necesariamente pretenderlo. La limitación en la movilidad social ya mencionada en párrafos anteriores adquiere, en el caso de hablantes de algún idioma indígena, casi siempre alejados de los núcleos de población mayores del estado, un carácter reiterativo y que debe seguir siendo punto para la reflexión de instituciones y autoridades educativas. Con claridad lo manifiesta uno de los alumnos entrevistados:

Eso, por ejemplo, caracteriza a los estudiantes indígenas de que, por ejemplo, he visto en ellos mucho interés por salir adelante, tal vez porque para nosotros es muy difícil estar aquí; siento que le echamos muchísimas ganas al estudio y mis compañeros siento que son los mejores de los que conozco y para mí, por ejemplo, para mí los estudiantes chetumaleños son diferentes. Siento que nosotros somos como luchadores, y los de aquí, bueno, no puedo generalizar, pero hay muchos que estudian o a veces ni estudian, tienen las posibilidades de hacerlo y no, no lo aprovechan, siento que no lo hacen (p. 156).

Tales opiniones que muestran una percepción singular de los estudiantes entrevistados se prolongan, por ejemplo, en las actividades rituales en las que se formaron los alumnos indígenas, como destaca Wilbert, el alumno de la Maestría de Antropología Aplicada, al señalar los ritos de paso que pretenden marcar el destino profesional y vital de los jóvenes indígenas a través del Het’s Mek: «cuando se hace ese ritual si se tiene una computadora se le pone una computadora a lado del niño para que cuando crezca sea bueno en eso; si quieren que sea bueno en el campo, pues, le ponen machetes; si quieren que sea bueno estudiando, le ponen lápices, libretas» (pp. 201-202).

Finalmente, Antonio Higuera despierta el interés por uno de los factores que poco o nada se toma en cuenta a la hora de las clasificaciones efectuadas en los centros de educación superior, es el caso de las creencias religiosas de los alumnos. La asunción de México como un país católico contrasta con la realidad cotidiana, especialmente visible en las últimas cuatro décadas en el sureste de la República. La hipótesis de partida de las entrevistas con los tres alumnos testigos de Jehová se dirige a confirmar la fragmentación de tiempo y disposición para el estudio con los compromisos adquiridos con su denominación religiosa de adscripción, al mismo tiempo que se toma en cuenta la preocupación que dicha denominación tiene por la formación de sus miembros. De lo anterior se infiere que el entrenamiento universitario, aunque deba compatibilizarse con las actividades religiosas, tiene relevancia como creyente «porque la preparación académica les da nuevas habilidades para realizar cualitativamente mejor su labor como ministros religiosos» (p. 253).

Genealogías o cronogramas de actividades le sirven al investigador para contar con los antecedentes religiosos familiares y el camino del entrevistado para llegar a su credo, y para conocer la distribución del quehacer diario, tomando en cuenta las obligaciones de su devoción y el tiempo invertido en atender los requerimientos universitarios. La primera de estas herramientas, junto al uso de conceptos antropológicos como el de liminalidad, denotan la vocación de Antonio Higuera, su mirada disciplinar, sin embargo, no tiene empacho en hacer uso de otras más sociológicas, como aquellas que nos conducen a conocer los niveles porcentuales de instrucción superior de los testigos de Jehová en el país.

Tres ejemplos, tres adscripciones sociales, nacionales o religiosas de alumnos de una Universidad son los que aparecen en este libro Creer y aprender. Retratos culturales de estudiantes universitarios. Casos que podrían caracterizarse por las marcadas diferencias de los lugares de nacimiento de ciertos estudiantes, así como por las experiencias educativas donde se formaron, pero que tienen algunos denominadores comunes cuando se observan las dificultades para desenvolverse en espacios de mayor libertad cognitiva, como los ofrecidos, o que al menos deben ofrecerse, en la Universidad. La superioridad del profesor o la memorización en Taiwán, esta última también recurrente en el caso mexicano, o las complicaciones para abstraerse a los conocimientos preconcebidos, otorgan una visión más cercana de un alumno de educación superior, aunque en el libro se haga hincapié en sus siete rasgos singulares en comparación con una supuesta homogeneidad, nunca mencionada en la obra, por supuesto, del resto de estudiantes inscritos en la Universidad de Quintana Roo.

Si el deseo y logro de los autores ha sido destacar las características peculiares de sus casos de estudio, que sin duda se reflejan en las historias de vida y en los análisis llevados a cabo con distintos enfoques disciplinares y metodológicos utilizados, en lo personal el libro me abre muchas interrogantes sobre el desconocimiento que las instituciones educativas de nivel superior tienen de sus alumnos, de los futuros profesionistas del país. No cabe duda que sería una tarea imposible efectuar un examen de esta naturaleza de todos los estudiantes que ingresan en centros de educación, pero una mínima exploración, aunque sea cuantitativa y estadísticamente presentada, sería un acicate, al mismo tiempo que motivo de preocupación para los docentes y para los venideros enfoques de las políticas educativas. Creo que es un encomiable esfuerzo de trabajo y sistematización este libro, así como una fuente de información de primera mano contada por los mismos universitarios.

La historia remitía, al principio de esta reseña, a la condición constructora de futuros escenarios de prosperidad social y pujanza nacional de la educación superior pública; este libro lo muestra con experiencias vitales. La realidad vivida y expresada por los actores siempre tiene un tono más creíble y, por qué no, más humano.

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