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Revista pueblos y fronteras digital

versión On-line ISSN 1870-4115

Rev. pueblos front. digit. vol.5 no.9 San Cristóbal de Las Casas ene./jun. 2010

https://doi.org/10.22201/cimsur.18704115e.2010.9.161 

Artículos

Creación y destrucción de capital social comunitario en el movimiento de trabajadores desocupados de Solano-Argentina

Ignacio García1 

1UNIVERSIDAD DE BUENOS AIRES, ARGENTINA


Resumen

El presente artículo* tiene como objetivo analizar la construcción, sustentabilidad y usos del capital social comunitario en un movimiento social argentino que plantea la horizontalidad y la autonomía como valores fundamentales de organización social. A través del análisis de la dinámica de tres tipos de capital social —unión, puente, y nexo—, se observa que el movimiento en cuestión consigue crear rápidamente capital social comunitario y una identidad común diferenciadora. Sin embargo, el capital social rápidamente construido no logra sustentarse en el tiempo, debido a la incapacidad de sus integrantes en generar mecanismos descentralizados y eficientes de monitoreo mutuo, responsabilidad compartida y penalización moral que protejan el bien común y refuercen la identidad comunitaria a través de redes sociales densas.

Palabras clave: capital social; acción colectiva; dilemas sociales; movimientos sociales

Abstract

The objective of this article is to analyze the construction, sustainability and uses of community social capital in a social movement in Argentina that identifies horizontality and autonomy as fundamental values of social organization. By analyzing the dynamics of three types of social capital —bonding, bridging and linking— we can observe that the movement studied here is able to rapidly create community social capital and a differentiating common identity. Nevertheless, the social capital rapidly constructed is not sustained over time, because the movement’s members are unable to generate decentralized, efficient mechanisms for mutual monitoring, shared responsibility and moral penalization that will protect the common good and strengthen community identity through dense social networks.

Keywords: social capital; collective action; social dilemmas; social movements

INTRODUCCIÓN. LOS DILEMAS SOCIALES DE LA ACCIÓN COLECTIVA

La capacidad humana de desarrollar complejas acciones colectivas ha atraído a diversos investigadores al estudio de los dilemas sociales y al esclarecimiento de las condiciones que posibilitan la emergencia y continuidad en el tiempo del comportamiento cooperativo. En los términos más simples, los dilemas sociales son situaciones donde se desarrolla una tensión entre los intereses individuales y colectivos, pudiendo resumirse al dilema de «cooperar o no cooperar» en situaciones donde existe un bien común.

Si bien el abordaje de los dilemas sociales ha sido diverso y hasta contrapuesto, pueden identificarse dos grandes enfoques: 1. aquellos que consideran la toma de decisión estratégica basada en la racionalidad y el autointerés, donde la estructura de incentivos actúa como reguladora de los intereses individuales y facilita la cooperación ( Coleman 1990 , Macy 1997 ); y 2. aquellos que consideran la identificación y compromiso común entre miembros de un determinado grupo a través de la trasmisión e internalización de valores y objetivos compartidos, promoviendo así la cooperación voluntaria.

En cuanto el primer enfoque se basa en la teoría económica neoclásica, representada en la figura del «Homo Economicus» e intensamente abordada en los modelos formales de la teoría de juegos ( Leydyard 1993 ); el segundo enfoque otorga un peso mayor a la identidad como factor que motiva el comportamiento cooperativo, recibiendo especial atención por parte de la psicología social ( Turner 1982 ; Tajfel 1982 , Gamson 1991 ) y los estudios sobre movimientos sociales ( Gamson 1991 , Melucci 1995 ), entre otros.

Sin embargo, quien haya acompañado ambos enfoques percibirá que ninguno de ellos por sí solo logra explicar satisfactoriamente el carácter multidimensional y complejo del comportamiento cooperativo, el cual trasciende los modelos puramente racionales, de racionalidad limitada, o enfocados exclusivamente en aspectos identitarios.

Si bien aún resta por construir un marco teórico que integre ambas vertientes y logre capturar mejor la complejidad de los dilemas sociales, actualmente este camino puede beneficiarse de lo que entiendo como una categoría analítica interdisciplinaria para el estudio de la evolución de la acción colectiva y sus dilemas sociales. Me refiero a la categoría «capital social comunitario».

EL CAPITAL SOCIAL COMO CATEGORÍA ANALÍTICA DE LA ACCIÓN COLECTIVA

En el amplio marco de los estudios sobre la acción colectiva, particularmente durante los últimos diez años, se observa un destacado aumento en el uso de la categoría del capital social, la cual atraviesa los más variados ámbitos académicos y de desarrollo social.1 De esta manera, teoría y práctica se encuentran y discuten con distintas voces e intereses, buscando un denominador común que consiga explicar aspectos clave de la acción colectiva.

Sin embargo, esta categoría no denota aspectos marcadamente novedosos en el campo del estudio de la acción colectiva, ya que tal como mencionan Ostrom y Ahn:

El concepto de capital social pone el acento sobre varios aspectos que no son nuevos, pero que generalmente fueron pasados por alto durante el auge de la economía neoclásica y las teorías de la elección racional: confianza y normas de reciprocidad, las redes y formas de participación civil y las reglas o instituciones tanto formales como informales. La contribución de la perspectiva del capital social consiste en que incorpora estos factores aparentemente diversos al marco de la acción colectiva en particular ( Ostrom, Ahn 2003: 156 ).

Si bien el capital social constituye, a mi entender, una categoría demasiado laxa y, la mayoría de las veces, poco definida como para ser considerada un marco teórico unificador, su principal aporte radica en su utilidad como instrumento analítico de estudio de acciones colectivas de diversos tamaños y características, posibilitando el diálogo interdisciplinar y el abordaje multidimensional que identifique aspectos comunes a todas ellas.

Son dos los principales ingredientes que forman parte del capital social y desencadenan la cooperación. El primero es la «confianza» y el segundo la «reciprocidad». La confianza se construye a partir de las interacciones sociales pasadas y es el principal motor de la cooperación, ya que, según el razonamiento tautológico de Putnam: «Cuanto mayor es el grado de confianza dentro de una comunidad, mayor la probabilidad de cooperación. Y la cooperación, a su vez, refuerza la confianza» ( Putnam 1993: 171 ).

La reciprocidad es otro potente motor para crear y regular el comportamiento cooperativo en la acción colectiva. La norma de reciprocidad se puede observar en el intercambio de bienes y favores tanto en sistemas formales como informales y en los más diversos tipos de organización social, desde el complejo sistema de intercambio de dones en las comunidades premercantiles de las islas Trobriand del Océano Pacífico, hasta los sistemas informales de ayuda mutua en las comunidades barriales de Argentina de finales de la década de los noventa. En estos tipos de comunidades, los intercambios de diversos bienes, ayuda mutua y favores, atraviesan las esferas económica, familiar, política y religiosa de la comunidad en la que se llevan a cabo, trascendiéndolas y constituyendo lo que Marcel Mauss (1990) denomina «fenómeno social total».

Si bien parece existir un consenso general sobre la naturaleza relacional e intangible2 del capital social, sus principales estudiosos divergen en el enfoque sobre quien se apropia y beneficia de los recursos que de él se desprenden, de ahí que se identifique un enfoque individual y otro comunitario del capital social.

Si para el enfoque individual el capital social se basa en los recursos que pueden ser alcanzados y aprovechados por un individuo a través de sus redes egocentradas ( Bourdieu 2001 ); para el enfoque comunitario corresponde a los recursos que emergen de las redes complejas de un grupo, comunidad o incluso nación, y que facilitan la acción colectiva y el bien común ( Coleman 1988 , Noth 1990 , Putnam 1993 ). De esta manera, uno de los principales exponentes de esta segunda acepción define el capital social comunitario como: «… los rasgos de organizaciones sociales, como redes, normas y confianza, que facilitan la acción y la cooperación en beneficio mutuo» ( Putnam 1993: 35 ).

Si bien considero que el enfoque comunitario del capital social resulta más ubicuo para estudiar la evolución de la acción colectiva en el ámbito macrosocial, es importante recordar que el capital social es una categoría multidimensional, donde los niveles individual y grupal se interrelacionan y retroalimentan de maneras complejas y dinámicas, pudiendo crearse pero también debilitarse, destruirse, fortalecerse y trasformarse.

EL CAPITAL SOCIAL Y LAS REDES SOCIALES

El capital social se encuentra fuertemente vinculado al enfoque de las redes sociales. Tal es así que una condición ampliamente difundida para la creación del mismo es el aumento en la intensidad y cercanía de las interacciones sociales como atributo facilitador de la acción colectiva. En esta línea se encuentran los trabajos simientes de Coleman sobre la importancia de los lazos «fuertes», característicos de las relaciones cercanas y directas basadas en el parentesco y la amistad, a partir de las cuales aumenta la cohesión intragrupo y se crean las condiciones para el refuerzo de normas y sanciones que puedan regular y guiar el comportamiento comunitario ( Coleman 1988: 107 ).

Este concepto de vínculo fuerte está asociado con un tipo particular de capital social denominado «capital social de vinculación» —«bonding social capital»—, el cual conecta individuos en situaciones demográficamente similares y caracterizadas por el parentesco, la amistad y la vecindad ( Putnam 2000 ).

Por otra parte, Mark Granovetter (1973) apunta que son los vínculos externos al ambiente restringido de parientes, amigos y vecinos cercanos, los que resultan más fructíferos a la hora de conseguir recursos individualmente o llevar a cabo acciones colectivas exitosas. A este tipo de vínculos externos —indirectos o con menor frecuencia de interacción— se los conoce como «vínculos débiles». En su famoso artículo «La fortaleza de los vínculos débiles», Granovetter menciona: «… aquellos con quienes estamos débilmente vinculados son más propensos a moverse en círculos distintos al propio y, por tanto, tendrán acceso a una información diferente a la que nosotros recibimos» ( Granovetter 1973: 11 ). Esta idea es posteriormente retomada por Ronald Burt en su teoría de los «agujeros estructurales» ( Burt 2000 ), en la cual se enfatiza la importancia de la calidad de los vínculos débiles que actúan como puente —en oposición a la cantidad o densidad de los vínculos fuertes propuesta por Coleman—, como la principal manera de tener acceso a informaciones y oportunidades provenientes de entornos lejanos e inaccesibles al individuo. El concepto de vínculo débil está asociado con un tipo particular de capital social denominado «capital social puente» —«bridging social capital»—, el cual se caracteriza por conectar individuos ubicados en diversos grupos con características demográficas similares. Finalmente, otro tipo de vínculo débil es denominado «capital social nexo» —«linking social capital»—, mismo que conecta actores que no comparten características demográficas y se ubican en diferentes posiciones de autoridad, tal como las relaciones entre los miembros de una comunidad y representantes de instituciones públicas y privadas ( Woolcock 2001 ).

EL CAPITAL SOCIAL Y EL DETERMINISMO CULTURAL

La teorización sobre el capital social comunitario, que caracteriza entre otros el enfoque de Putnam (2000) , contiene un fuerte determinismo cultural derivado implícitamente de la teoría del equilibrio económico ( Durston 1999: 16 ). Esto se ve representado en el clásico caso de estudio que analiza, donde compara el desarrollo del capital social de Italia en el norte y el sur, llegando a una conclusión universal, según la cual existe un doble equilibrio social de retroalimentación: el equilibrio positivo de las sociedades con una gran dotación de capital social; y el equilibrio negativo de las sociedades que se caracterizan por la desconfianza, la traición y el autoritarismo ( Putnam 1993: 177 ). Sin embargo, esta visión determinista no consigue explicar satisfactoriamente la emergencia de capital social comunitario en territorios donde aparentemente este era escaso o tradicionalmente negativo,3 como es el ejemplo que trataremos a continuación.

Por otro lado, aun en casos donde el capital social comunitario es rápidamente creado a partir de acciones colectivas exitosas, se torna fundamental dilucidar cuáles son los factores que lo tornan sustentable en el tiempo.

Finalmente, es importante analizar los usos y efectos, tanto beneficiosos como perjudiciales, que los distintos tipos de capital social comunitario —de unión, puente y nexo— pueden producir en la acción colectiva en general y en un movimiento social en particular.

Teniendo en cuenta estos tres últimos planteos, a continuación describiré etnográficamente los eventos y aspectos que considero más relevantes en la evolución de un movimiento social del sur de Gran Buenos, analizando sus dilemas sociales e identificando las principales causas para la creación y debilitamiento del capital social comunitario.

SURGIMIENTO DE LA ACCIÓN COLECTIVA (1997-1998)

El 8 de agosto de 1997 se realiza una asamblea atípica en la parroquia llamada Nuestra Señora de las Lágrimas, la cual se localiza en un humilde barrio de la localidad de San Francisco Solano, al sur del conurbano bonaerense.

Presidida por un joven y carismático cura e integrada por una veintena de vecinos, mayoritariamente mujeres, el objetivo de esta reunión no era celebrar misa sino buscar soluciones colectivas a los problemas individuales de los vecinos del barrio, tales como la falta de alimentos, la dificultad en continuar pagando los servicios básicos y los problemas de vivienda. Todas consecuencias directas de la desocupación alarmante en la zona, que afectaba aproximadamente a 50% de la población adulta.

Tales preocupaciones no eran exclusivas de esta región empobrecida de la provincia de Buenos Aires, sino que se extendía a todo el país, encarnando los efectos socioeconómicos de un gobierno nacional de corte fuertemente neoliberal, el cual, después de un primer periodo de euforia económica —débilmente sustentada en la privatización indiscriminada de los bienes del Estado— comenzaba a evidenciar los estragos sociales en su peor rostro: el desempleo estructural.

A escala nacional la creciente desocupación fue un factor clave para el desarrollo de acciones colectivas novedosas en distintos puntos de Argentina. A partir de aquí, las grandes movilizaciones de la protesta social ya no serán protagonizadas por trabajadores en busca de mejoras laborales —característico del movimiento obrero—, sino mayoritariamente por desocupados, creando una diversidad de nuevos movimientos sociales genéricamente denominados como «movimientos piqueteros», dado su método de acción directa de corte de flujo de mercaderías y personas en las principales vías de acceso nacionales con el fin de extraer recursos del Estado y del mercado ( Mazzeo 2004 ).

De esta manera, uno de los primeros y más representativos movimientos de desocupados surgidos en esa época se constituirá a partir de reuniones parroquiales, donde las ideas movilizadoras del joven y carismático párroco recuperaban, entre otros aspectos discursivos, experiencias colectivistas de toma de tierras ocurridas en esa región durante la década de los ochenta, las cuales habían sido apoyadas por un sector de la Iglesia vinculado con la teología de la liberación. Esta memoria de acciones colectivas pasadas ayudaron a reconstruir estrechos lazos de confianza en un espacio de fuerte pertenencia local: la parroquia del barrio. Los lazos de confianza y reciprocidad de este movimiento en ciernes se van fortaleciendo a medida que la parroquia pasa a ser lugar sistemático de reuniones, y la ayuda mutua comienza a establecerse como práctica cotidiana más allá de los lazos familiares, de amistad y vecindad preexistentes.

Es en una de estas reuniones que se vota dar inicio a la primera acción directa marchando al municipio de Almirante Brown, consiguiendo arrebatarle al Estado los primeros subsidios asistenciales tradicionalmente administrados por el gobierno provincial a través de una poderosa red clientelar basada en el patronazgo y la manipulación social con fines electorales. Dos meses más tarde realizarán el primer corte de ruta por promesas incumplidas, experimentando la eficiencia de este tipo de acción directa que, de ahora en más, pasará a ser su principal mecanismo de extracción de recursos y manifestación social. La respuesta del gobierno provincial fue la de presionar sobre el obispado para trasladar al cura revoltoso y desarticular a los desocupados organizados en torno a la parroquia. Sin embargo, tal presión desencadenó la ocupación del espacio sacro por parte de los desocupados y su principal líder, quien no dudó en correr, literalmente, bancos y santos para hacerles un lugar a los integrantes del movimiento en ciernes.

La toma de la parroquia —que duró casi tres años— finalizó con el desalojo forzado de los desocupados por parte de la gendarmería nacional y la cesantía del cura a su cargo de párroco. Sin embargo, el tiempo trascurrido ya había cimentado fuertes lazos confianza, reciprocidad y cooperación entre los integrantes, los cuales pasaron a ocupar la plaza lindera a la parroquia por otros tres meses, consiguiendo nuevamente extraer recursos del Estado sin intermediación de partidos políticos ni instituciones eclesiales.

En el trascurso de los primeros años, el protomovimiento irá progresivamente adquiriendo características propias de una comunidad, ya que: 1. comienzan a interactuar de manera directa, multifacética, y frecuente; 2. establecen relaciones de reciprocidad y ayuda mutua; y 3. comienzan a compartir ideas, valores y creencias comunes que los identifican y diferencian como grupo ( Bowles and Gintis 2000: 3 ).

Una de las principales ideas que surgirán durante este primer periodo se intentará sostener a lo largo de su evolución: la de construir espacios de autonomía del Estado y del mercado a través de la organización descentralizada y participativa. De esta manera, el comienzo de una utopía comunitaria en plena región suburbana de exclusión social ganaba el nombre de Movimiento de Trabajadores Desocupados de San Francisco Solano —a partir de ahora MTDS—, sustentándose en una identidad común y capital social comunitario.

DESARROLLO DE LA ACCIÓN COLECTIVA (1998-2003)

La conquista de los primeros recursos arrebatados al Estado a través de la acción directa constituirá el principal motor de crecimiento del movimiento, pero también su principal obstáculo, dada la naturaleza del bien adquirido y el dilema social que de él se deriva. El principal recurso que identifico es de naturaleza monetaria —equivalente a aproximadamente 50 dólares estadounidenses—4 y constituye un bien privado ideal, ya que es individual y excluyente —un plan para uno y solo un beneficiario—, denominándose ampliamente como «planes asistenciales» e implementados por el gobierno con el objetivo de asegurar un ingreso mínimo mensual a un importante grupo de la sociedad bajo desempleo.

A partir de estos bienes privados, colectivamente conseguidos a través de las acciones directas del movimiento, MTDS intentará generar un bien común público y no excluyente—, intentando resignificar su origen individual y asistencialista, trasformándolo en un facilitador de formas de organización autónomas. En otros términos, la aceptación de los planes asistenciales y su reconversión parcial en un bien común del movimiento —denominado por ellos como «fondo común»— posibilitará el financiamiento de distintas acciones colectivas, dentro de las cuales se destaca la producción para el autoconsumo.5 Este bien común es generado a partir de la suma de lo que ellos denominan «aportes solidarios»; siendo, en principio, de carácter no compulsorio y representando aproximadamente 15% de cada plan asistencial, con lo cual el integrante que decide aportar al fondo común mantiene 85% de su bien privado.

Este tipo de bien común establece un dilema social tangible y empíricamente observable que se materializa en la decisión de cooperar o no a través del aporte voluntario al «fondo común» del movimiento. Si todos aportan, entonces todos se benefician a través del financiamiento de distintas actividades comunitarias —tales como: compra de insumos básicos, servicios de salud, trasporte, actividades recreativas y educativas, y financiamiento de proyectos productivos—. Sin embargo, desde un enfoque estrictamente racional y en ausencia de mecanismos de monitoreo mutuo y penalización moral, los integrantes autointeresados siempre preferirán esperar a que otros cooperen, beneficiándose del fondo común sin asumir los costos por cooperar. Este comportamiento, conocido como «free rider» —literalmente, «aquel que viaja gratis»—, beneficia al individuo autointeresado y perjudica la acción colectiva como un todo. La paradoja radica en que si la mayoría se comporta de esta manera, entonces no existirá bien común, llevando al fracaso a toda la acción colectiva.

Este dilema se intensifica a medida que va aumentando el número de integrantes del movimiento, lo cual sucede prácticamente en cada piquete exitoso, al obtenerse una mayor cantidad de planes asistenciales que de integrantes existentes, convirtiéndose en un poderoso incentivo privado para el ingreso de nuevos miembros al movimiento. Otros individuos, al observar a MTDS como un camino alternativo a los partidos políticos para la obtención de recursos, ingresarán al movimiento motivados por la posibilidad de obtener un plan asistencial en el corto plazo, comenzando a participar de las actividades del movimiento.

A través de las entrevistas realizadas a distintos miembros del movimiento, queda claro que para 85% de ellos la motivación principal para ingresar a MTDS es la posibilidad de obtener un plan asistencial y otros beneficios derivados del bien común. Solo una pequeña minoría manifiesta haber ingresado al movimiento impulsada principalmente por las ideas autonomistas y descentralizadas que comienzan a ser gestadas, siendo en su mayoría provenientes de sectores de clase media con una formación previa en el campo de las luchas sociales; lo que los posicionará rápidamente como líderes y portavoces de todo el movimiento.

En síntesis, desde el enfoque estrictamente racional, el aumento en la cantidad de integrantes llevará a una disminución en la probabilidad de que estos contribuyan voluntariamente al bien común. Siendo éste un planteo clásico de la teoría de la acción colectiva, Mancur Olson (1980) propone como solución la «teoría del sub-producto», en donde afirma que los bienes privados constituyen los «incentivos selectivos» que estimulan la cooperación voluntaria en los grandes grupos constituidos por individuos racionales. Esto significa que para que el individuo racional contribuya al bien común no basta con la limitación en el número de integrantes del grupo, sino que es necesario un incentivo extra a través de un bien privado.

Sin embargo, la solución propuesta por Olson, en principio, no resulta satisfactoria para el caso de MTDS, ya que, como mencioné anteriormente, la identificación de un fondo común tangible es construido a partir de la suma del 15% de cada bien privado aportado voluntariamente, por lo que el restante 85% ya constituye un incentivo privado extra para estimular la cooperación voluntaria y, sin embargo, no resuelve el dilema.

Para representar los efectos del tamaño del grupo en la acción colectiva, en la Gráfica I se observa la evolución aproximada del número de integrantes del movimiento a lo largo de lo que interpreto como las tres principales etapas de su evolución: 1. surgimiento, 2. desarrollo, 3. desarticulación. Allí se destaca una primera parte de aumento sostenido del número de integrantes que va desde su surgimiento, en 1997, hasta la mitad de la etapa de desarrollo en el año 2000, donde llegaron a tener aproximadamente 2,000 integrantes distribuidos en 7 subgrupos, identificados por los barrios linderos al municipio de San Francisco Solano.

Gráfica I. Evolución del número de integrantes del movimiento Fuente: elaboración propia a partir de entrevistas y documentos disponibles. 

Si bien desde una perspectiva macrosocial se podría considerar al movimiento como una unidad cohesionada a través de capital social de unión, un análisis más detallado de la composición y localización de los distintos subgrupos revela que cada uno de éstos se caracteriza por desarrollarse a partir de capital social de unión basado en redes locales de parentesco, amistad y vecindad, muchas de ellas preexistentes al movimiento.

A su vez se establece capital social puente dentro del movimiento, integrando los distintos subgrupos barriales. Este tipo de capital se construye fundamentalmente en los espacios de identidad común, tales como plenarios y acciones directas, por ejemplo piquetes y marchas, donde la ocupación del espacio público y el enfrentamiento a las fuerzas represivas del Estado representan momentos intensos de comunalidad, autodefensa y cohesión del movimiento como un todo. Sin embargo, es a través de aquellos integrantes más proactivos de cada subgrupo que se establecen los puentes más estables e influyentes. Si bien la rotación de representantes de cada subgrupo será un mecanismo que se intentará implementar con el objetivo de no enquistar los papeles de intermediación siempre en las mismas personas y, de esta manera, estimular la horizontalidad; a medida que aumentan las interacciones sociales, la rotación irá progresivamente reduciéndose a los intermediadores más proactivos que, generalmente, terminarán siendo los líderes de cada subgrupo.

Otro tipo de capital social puente, pero esta vez externo, conecta a MTDS con otros movimientos semejantes, con los cuales comparte características demográficas, ideacionales y comportamentales, pero constituyen grupos diferenciados entre sí. El ejemplo más claro es el de la Coordinadora Aníbal Verón, la cual congrega a otros Movimientos de Trabajadores Desocupados del Conurbano Bonaerense, con quienes comparten rasgos identitarios, tales como ser movimientos de desocupados, reivindicar la obtención de recursos del Estado y buscar distintos niveles de autonomía y de descentralización —de aquí que se los conozca como «movimientos piqueteros autónomos»—, en oposición a otros movimientos de desocupados subsumidos a estructuras políticas o sindicales.

Por último, en esta etapa el movimiento desarrolla vínculos externos con instituciones académicas y sin fines de lucro, constituyendo un valioso «capital social nexo» que posibilita nuevas oportunidades de apoyo intelectual, político y financiero. Más adelante veremos como la centralización de los lazos con ONG extranjeras es un punto crítico en la evolución del movimiento.

DEFINICIÓN DE VALORES Y NORMAS ORGANIZACIONALES

Si bien las discusiones sobre los valores y objetivos que definen el movimiento estarán presentes desde el comienzo de la acción colectiva, será a partir del primer «plenario»6 —que reúne a los distintos subgrupos del movimiento—, realizado en abril de 2001, donde se explicitan y formalizan los valores que ellos denominan «principios del movimiento», determinados como horizontalidad, democracia directa, autonomía y lucha.

Los dos primeros principios refieren a una búsqueda de maneras de organización descentralizadas donde se intenta eliminar la lógica del «caudillo», arraigada localmente, reemplazándola por la figura del «referente», entendido como aquel cuyas ideas ganan mayor peso debido a la reputación socialmente construida. Sobre este punto Mansilla y Conti (2003) mencionan que:

Ellos [MTDS] han identificado al caudillismo como un déficit de la cultura política argentina, déficit reforzado por la práctica de la cultura propia de la izquierda que reivindicó esa figura. La responsabilidad de los referentes del movimiento es enorme en función de la erradicación del ethos del caudillo, de la admiración del hombre fuerte y justiciero, concepciones que siguen arraigadas en los sectores y que retroalimentan las prácticas clientelares ( Mansilla 2003: 62 ).

Por su parte, la autonomía refiere a la búsqueda de independencia, primero ideológica y luego financiera, de cualquier estructura dominante, sea está política, sindical o religiosa.

Finalmente, la lucha social es considerada como el medio principal para alcanzar los otros principios organizativos. Este concepto no se limita a los cortes de rutas y a las marchas, sino que además se extiende a todos los aspectos de la vida comunitaria, donde el desocupado no se resigna a su condición de excluido social sino que lucha por un cambio social y económico. Esto se ve plasmado en la consigna del movimiento: «Trabajo, Dignidad y Cambio Social», la cual es compartida por los otros MTD autónomos que integran la Coordinadora Aníbal Verón. Este aspecto constituye el núcleo fuerte de la identidad común de estos movimientos y, particularmente, de MTDS.

Junto con la explicitación de los valores vendrá la definición de las «normas» básicas y comunes a todos los integrantes, con el fin de regular lo que en la literatura de la acción colectiva se conoce como «inequidad en el esfuerzo de trabajo» ( Taylor 1982 ).

Si bien suelen darse variantes o normas ad hoc según cada subgrupo, las tres principales —denominadas por ellos «criterios del movimiento»— son:

  1. Trabajar, como mínimo, cuatro horas por día en algún taller productivo —p. e., comedor, panadería, marroquinería, huerta— o área del movimiento —p. e., finanzas, educación, salud.

  2. Participar en las asambleas del movimiento. Esto incluye las asambleas específicas al taller o área de trabajo en el que participa y las asambleas generales del subgrupo barrial al que pertenece.

  3. Participar en las movilizaciones del movimiento. Esto incluye fundamentalmente los cortes de ruta y las marchas.

La definición de las normas ayudaron a esclarecer y difundir las responsabilidades compartidas y el monitoreo mutuo sobre la inequidad en el esfuerzo de trabajo. Sin embargo, es interesante observar que nunca fueron definidas formalmente las sanciones sociales a la violación de estas normas. Por lo tanto, aun en presencia de mecanismos informales de regulación, como el monitoreo mutuo dentro y entre subgrupos, y de mecanismos de penalización moral informales, como el ostracismo y la disminución de la reputación, la falta de penalización formal contribuyó a la violación sistemática de las normas, sobre todo por parte de aquellos integrantes menos comprometidos con los valores del movimiento, los cuales solo se distanciaban, definitiva o intermitentemente, luego de transitar por distintas áreas y talleres.

Al ser entrevistados sobre la ausencia de penalizaciones claramente explicitadas y compartidas, algunos líderes manifiestan su rechazo a penalizar, aduciendo que «es parte del aprendizaje de una nueva manera de organizarse», y que «… ninguno de nosotros tiene el derecho de penalizar si no es a través del acuerdo de toda la asamblea» (entrevista al líder conocido como «el cura», septiembre de 2004). Por otro lado, son varios los integrantes que reconocen que la falta de penalizaciones claras y compartidas torna cada vez más difícil la puesta en práctica de las normas explicitadas, perjudicando sus actividades cotidianas y desmotivándolos a contribuir con su esfuerzo personal. Esto último puede observarse en las asambleas, que son los ámbitos donde algunos integrantes suelen manifestar, directa o indirectamente, las violaciones a las normas, decidiéndose colectivamente cómo proceder. Hasta finales de 2005 ninguno de los entrevistados recuerda haber sido aplicada siquiera una penalización concreta en una asamblea y, sin embargo, sí recuerdan haber escuchado o participando de la exposición de varias infracciones a las normas. Esto fue confirmado en las observaciones directas realizadas en más de una docena de asambleas a través de la cuales se manifiesta el progresivo aumento de la desconfianza, particularmente entre subgrupos.

COMIENZO DE LA REDUCCIÓN EN EL TAMAÑO DEL MOVIMIENTO

Como fue planteado anteriormente, los obstáculos para la acción colectiva se irán intensificando a medida que el tamaño del grupo aumenta y la densidad y calidad de las interacciones dentro del movimiento disminuye. Por lo tanto, puede pensarse que con la disminución en el tamaño del grupo se reducirán los problemas relacionados. Sin embargo, esta hipótesis no se cumple, ya que coincidentemente con la explicitación de los valores y las normas, comienza a percibirse una salida significativa de integrantes causada por diversos factores internos y externos; salida que se acentuará en los años siguientes y, sin embargo, como veremos en la última etapa, donde continuarán intensificándose los conflictos internos.

Una de las principales causas de la salida de integrantes durante todo 2001 estuvo vinculada a las elecciones provinciales celebradas en octubre de ese mismo año, que se materializaron en una intensa actividad de cooptación y presión hacia integrantes del movimiento por parte de «punteros» del Partido Justicialista, a través del ofrecimiento de beneficios materiales —dinero, bolsas de alimentos, insumos para construcción, etcétera.

Al año siguiente, una nueva salida de integrantes es producida a partir de una brutal represión. El 26 de junio de 2002 las fuerzas de choque del Estado reprimen violentamente una manifestación donde movimientos piqueteros cortaban uno de los principales accesos a la ciudad de Buenos Aires —el Puente Pueyrredón— , dando como resultado el asesinato de un militante del MTD Guernica y otro del MTD Lanús —ambos movimientos pertenecientes a la Coordinadora Aníbal Verón. El «miedo post-represión» se internalizará inmediatamente dentro de este y otros movimientos durante los meses siguientes con la consecuente salida de integrantes. A partir de las repercusiones de este hecho, tanto el gobierno como algunos movimientos piqueteros buscarán nuevas maneras de relacionarse entre sí.

DESARTICULACIÓN DE LA ACCIÓN COLECTIVA (2003-2006)

Si bien los problemas de la acción colectiva están presentes desde el comienzo del movimiento, el periodo que se inicia a mediados de 2003 es identificado como de «crisis» por sus propios integrantes.7 En palabras del líder del subgrupo San Martín: «Lo que está perjudicando al proyecto [refiriéndose a MTDS] es la falta de confianza entre los cumpas [compañeros], eso se está perdiendo y nos complica a todos para seguir avanzando» (junio 2003).

Durante el año 2003 se suceden tres eventos importantes que afectan al movimiento de diversas maneras. El primero y principal ocurre en abril, cuando las asambleas de MTDS deciden abandonar su principal metodología de lucha y obtención de recursos –el «piquete»— y pasar a concentrarse en los talleres productivos como camino hacia la autonomía. Se identifican, en esta decisión, los siguientes argumentos:

  1. Desgaste, ante la opinión pública, del piquete como medio de protesta.

  2. Debilitamiento progresivo de la acción colectiva causada por los dilemas sociales relacionados con el ingreso masivo de integrantes y motivados principalmente por la obtención de planes asistenciales.

  3. Disminución en el número y eficacia de los últimos piquetes, debido a la poca convocatoria entre los integrantes del movimiento.

  4. Dificultad en financiar las actividades del movimiento exclusivamente a partir de los aportes solidarios de los integrantes al fondo común.

El segundo evento ocurre en septiembre, cuando el movimiento anuncia su distanciamiento de la Coordinadora Aníbal Verón, aduciendo que la búsqueda de horizontalidad y autonomía de MTDS ya no coincide con las prácticas de la coordinadora que aglutina a los otros MTD. En la carta de renuncia publicada online se destaca el siguiente párrafo:

… Ha sido una decisión difícil, madurada en discusiones en asambleas en todos los barrios. Toda división en el campo popular favorece al enemigo. Sin embargo en aras de la unidad no podemos entregar nuestra autonomía. En este caso, nos retiramos porque no aceptamos prácticas que reproducen lógicas del sistema, la coordinadora hoy tiene dirigentes y representantes mediáticos que no los elegimos y que se van transformando en una dirección política ( MTDS 2003 ) 8 .

Con esta separación, MTDS destruye parte importante y estratégica de su capital social puente con organizaciones semejantes y comienza un periodo de progresivo aislamiento del campo de los movimientos sociales.

Por último, en noviembre de 2003 el subgrupo del barrio La Zarita decide separarse del resto del movimiento y formar uno propio, el cual se desarticulará poco tiempo después. Con esta fractura desaparece el capital social puente que unía a este subgrupo con el resto del movimiento, llevando consigo alrededor de 750 integrantes.

El aislamiento respecto de otros movimientos semejantes y la progresiva reducción en el número de integrantes llevará a MTDS a intensificar la búsqueda de autonomía mediante el desarrollo de talleres productivos orientados al mercado informal y a la economía de subsistencia para el autoconsumo, algunos de ellos ya existentes pero en estado incipiente de desarrollo. Estos aspectos son vistos como positivos por parte de la mayoría de los integrantes entrevistados, aduciendo que al verse reducido el tamaño del grupo y al eliminar los incentivos de ingresar al movimiento en busca de planes asistenciales, se vería facilitada la internalización de los valores y normas del movimiento a través del trabajo cooperativo en los talleres.

Al abandonar la acción directa como método de lucha pierde vigencia la norma que hace referencia a la participación en las movilizaciones, al mismo tiempo que se intensifica la norma sobre la regulación de la cantidad de horas mínimas de trabajo en los talleres productivos.

Coincidentemente, cuatro meses después de decidir abandonar la práctica del piquete, el gobierno nacional lanza el «Plan Manos a la Obra», mismo que tiene como finalidad financiar proyectos integrales de desarrollo territorial socioproductivo. De esta manera MTDS presentará, a través de su asociación civil, distintas propuestas para financiar la compra de maquinarias, insumos e infraestructura para los talleres productivos nuevos así como para los ya existentes.

Sin embargo, la esperanza depositada en los talleres productivos como camino para la autonomía no obtuvo los resultados esperados, ya que la mayoría de ellos no logrará superar el primer año de vida, siendo abandonados o mantenidos en su mínima expresión ( García 2007 ). Entre los principales obstáculos a la sustentabilidad de los proyectos se pueden mencionar:

  • Continuidad con el problema de la inequidad en el tiempo de trabajo.

  • Falta de incentivo individual —además del plan asistencial— para quienes participan en los talleres productivos.

  • Poco capital inicial para cubrir la compra de insumos e infraestructura mínima.

  • Baja capacitación, acompañamiento y asesoría externa.

  • Falta de organización para la producción, como consecuencia del alejamiento prolongado del mercado laboral por parte de los integrantes y del rechazo a la cultura del trabajo por parte de algunos líderes.

  • Falta de consenso interno entre producir para el autoconsumo y producir para la creación de excedentes y venta en el «mercado capitalista».

  • Incapacidad de desarrollar vínculos duraderos de confianza y cooperación con otros movimientos sociales e instituciones dispuestas a establecer mercados alternativos de trueque de mercaderías y servicios.

  • Falta de trasparencia en el manejo de los recursos destinados a los talleres productivos, principalmente por parte de los líderes fundacionales, localizados en los subgrupos de Santa Rosa y parte de San Martín.

Particularmente este último punto, referido a la falta de trasparencia por parte de un subgrupo de líderes fundacionales, fue lo que a mi entender debilitó definitivamente el capital social comunitario, conduciendo a la desarticulación del movimiento. A continuación profundizaré sobre este punto.

CENTRALIZACIÓN Y MANIPULACIÓN DEL CAPITAL SOCIAL COMUNITARIO

La emergencia de líderes con características proactivas, capacidad oratoria y reputación dentro y fuera del movimiento se torna evidente desde la etapa de surgimiento, pero irá tomando distintas formas según el subgrupo y el momento en el que se desarrolla. La comparación entre los liderazgos de los dos subgrupos ayudará a esclarecer dos estilos diferentes, siendo ambos coincidentes en la centralización de los lazos externos, aunque diferentes en la extensión y el uso de los recursos externamente obtenidos.

Por un lado, el subgrupo del barrio Monteverde es uno de los más antiguos y está compuesto por aproximadamente cuarenta integrantes, la mayoría mujeres unidas por lazos familiares y de amistad cercana. En este subgrupo se identifican claramente tres líderes, de las cuales dos son hermanas. Una de las líderes posee un sólido capital social de unión intragrupo, desempeñando el papel de coordinadora del «taller comedor», espacio clave donde se preparan cotidianamente los alimentos para consumo de los integrantes y sus familias, y donde se producen pan y derivados para la venta y subsecuente financiamiento de las actividades del subgrupo, particularmente del comedor. Por su parte, las otras dos líderes, que también poseen un capital social de unión fuerte, se caracterizan por haber desarrollado capital social puente con otros subgrupos del movimiento, y capital social nexo incipiente con agentes externos. Su principal actividad es actuar como nexo con el Estado, realizando las tareas administrativas referidas a los planes asistenciales de las integrantes del subgrupo.9 En los últimos años, y a partir del comienzo de la desarticulación de movimiento, se observa la intención de desarrollar vínculos estratégicos externos con el fin de conseguir apoyo y recursos para la subsistencia del subgrupo.

Pese a la centralización explícita de los lazos externos en estas dos líderes, se observa que la alta densidad de las redes de ayuda mutua, cooperación y confianza, establecen mecanismos de monitoreo intragrupo eficientes, donde las líderes comunican y discuten las actividades que realizan en pro del bien común. La densidad de estas redes se sustenta en las interacciones cara a cara cotidianas, las cuales son facilitadas por el tipo de red familiar y de amistad, en un subgrupo de pequeño tamaño con integrantes estables y donde el liderazgo practicado es de estilo pragmático, orientado a solucionar problemas concretos, y circunscripto al subgrupo Monteverde.

El capital social de este subgrupo fue observado no solo a través del trabajo de campo etnográfico realizado desde mediados de 2003 hasta finales de 2006, sino también a través de la conducción de tres juegos experimentales derivados del dilema del prisionero ( García 2005 ), los cuales fueron llevados a cabo en 2004 con diez integrantes que desarrollaban actividades en el comedor del subgrupo, donde se encontraban las tres líderes mencionadas. Específicamente uno de estos experimentos —conocido como «Juego del bien común», «Public Goods Game»— plantea el dilema social de la cooperación a partir de la existencia de un fondo común al cual los integrantes pueden optar por aportar o no distintos porcentajes de los bienes privados que les son previamente distribuidos en forma de dinero. Este dilema del prisionero, iterado y grupal, permite observar la evolución del comportamiento cooperativo en torno a un dilema social experimental, donde los participantes tienen incentivos racionales para no contribuir al bien común, pero donde la contribución de todos dará mejores resultados, reproduciendo el dilema social de la cooperación.

Si bien la predicción racional para este juego es que ninguno contribuirá al fondo común, conservando su bien privado y esperando que otros contribuyan, se observó una marcada desviación a la predicción racional, ya que los aportes promedios realizados durante las ocho iteraciones del juego fue de 67.25% de los bienes privados que se les otorgó a todos. Al ser entrevistadas sobre los posibles significados del bien común experimentalmente creado, las participantes manifestaron analogías con el comedor, el cual constituye, efectivamente, un bien común fundamental para la subsistencia del subgrupo y sus familias extendidas. Más específicamente, mientras que la mayoría de las integrantes realizó aportes estrictamente equitativos, 50%, los aportes más altos —cercanos a 100% del bien privado— fueron realizados por las tres líderes, manifestando un comportamiento totalmente orientado al bien común y justificado a través de comentarios como: «dar el ejemplo mediante la práctica cotidiana». Estos resultados refuerzan lo observado en la vida cotidiana de este subgrupo, donde el liderazgo centralizador se orienta al bien común del mismo, sustentándose en las redes de capital social existentes.

Por otro lado, en el segundo subgrupo analizado se destaca el fuerte liderazgo establecido por tres líderes fundacionales del movimiento —dos de los cuales son hermanos— que durante el periodo de «crisis» se congregan en el subgrupo del barrio Santa Rosa, junto con familiares y amigos.

Estos líderes se caracterizan por concentrar la mayor parte del capital social puente que unía a los distintos subgrupos del movimiento y al propio movimiento con otros semejantes. Sin embargo, una característica fundamental de este estilo de liderazgo es la monopolización del capital social nexo establecido a través de los proyectos productivos presentados ante el Estado; los comunicados, entrevistas y conferencias por ellos realizados en los medios de comunicación y las universidades; y los viajes al exterior y relaciones con ONG extranjeras, con las cuales financiarán proyectos productivos y de salud.

Este estilo de liderazgo, mucho más amplio e influyente que el de las tres líderes del subgrupo Monteverde, se caracteriza por desarrollar, en un comienzo, los atributos carismáticos planteados por Max Weber, donde:

Es el líder carismáticamente calificado como tal el que es obedecido en virtud de la confianza en él depositada y en la confianza de su revelación, su heroísmo, sus cualidades ejemplares, enmarcadas dentro de la creencia del individuo en su carisma (Weber 1968: 47).

De esta manera, así como el concepto weberiano de razón termina en el carisma irracional, el estilo de liderazgo carismático de los líderes fundacionales del movimiento ayudará a dilatar su reputación, tanto interna como externa, construida durante los primeros años, retardando los cuestionamientos internos y los pedidos de esclarecimiento, una vez que comience a ser cada vez más evidente la manipulación del capital social comunitario de todo el movimiento para beneficio exclusivo de las redes nepotistas de parentesco y amistad cercanas a estos líderes. Una de las líderes del subgrupo Monteverde se refiere a los de Santa Rosa de la siguiente manera:

Nosotras confiábamos mucho y los admirábamos mucho, sobre todo al cura por todo lo que él hizo al comienzo del movimiento … Por eso nos costó un montón avivarnos que los mismos que nos enseñaban a ser horizontales y cooperativos, al final nos terminaron usando y traicionando … Todavía nos cuesta entender lo que pasó y cómo recuperarnos de esa traición (agosto 2006).

Si a comienzos de 2003 el abandono de las acciones directas contribuirá a disminuir momentos intensos de cohesión y comunión entre subgrupos, ya hacia finales de 2005 el progresivo aislamiento y diferenciación entre subgrupos aumentará aún más a partir de la reducción de los ámbitos horizontales de trasmisión de información y de toma de decisión colectiva, disminuyendo junto con ellos el monitoreo intergrupal y la responsabilidad compartida, y aumentando la incertidumbre y subsecuente desconfianza intergrupal.

Hacia el final de la etapa de desarticulación, la idea de un movimiento integrado con una identidad única apenas podrá ser externamente sostenida en los discursos de los líderes del subgrupo Santa Rosa y parte del de San Martín,10 llevando a cabo un uso nepotista de los recursos obtenidos en nombre de todo un movimiento para beneficio exclusivo de un pequeño subgrupo familiar y de amistad cercana. A partir de aquí, los subgrupos que logran subsistir lo hacen de manera aislada y con base en su capital social de unión intragrupo, estableciéndose colaboraciones esporádicas entre líderes y subgrupos con empatía, como las que se darán entre el subgrupo Monteverde e Iapi. Sin embargo, el fin de una utopía e identidad colectiva estaba sellado.

CONCLUSIÓN

La categoría del capital social propone un terreno fértil para abordar elementos clave de la acción colectiva y los dilemas sociales de la cooperación.

Su naturaleza relacional, intangible y multidimensional, promueve las discusiones teóricas y prácticas, posibilitando el desarrollo interdisciplinar de un enfoque superador de los clásicos reduccionismos basados únicamente en el autointerés o en la identidad.

A partir del abordaje descriptivo de un caso de estudio emblemático de los movimientos sociales de finales de los noventa en Argentina, en el presente trabajo se intentó contribuir a la reflexión de algunos de los principales aspectos en torno a la construcción, sustentación en el tiempo y usos del capital social comunitario.

A diferencia del enfoque determinista de Putnam y North, el análisis del surgimiento del Movimiento de Trabajadores Desocupados de Solano, MTDS, demuestra que a partir de la integración de motivaciones autointeresadas, atributos identitarios y lideranzas carismáticas, es posible construir rápidamente capital social comunitario en espacios donde la confianza, reciprocidad y cooperación se limitan tradicionalmente a las redes de parentesco y amistad cercanas.

En cuanto a la dinámica y sustentabilidad de este capital social comunitario rápidamente construido, se evidenció cómo los dilemas sociales planteados se intensifican a medida que aumenta el tamaño del movimiento, siendo éste un clásico obstáculo a la acción colectiva. En este proceso de crecimiento, los lazos fuertes que caracterizan al capital social de unión pasan a circunscribirse al núcleo duro de cada nuevo subgrupo barrial que se suma al movimiento, pasando a interconectarse entre sí a través de lazos débiles de capital social puente. Esto torna las redes sociales de confianza, reciprocidad y cooperación de todo el movimiento menos densas, facilitando la emergencia de comportamientos que debilitan el bien común.

Pese a ser el tamaño del grupo uno de los principales obstáculos de la acción colectiva, más adelante se observó cómo los eventos internos y externos que se sucedieron a partir del año 2000 ayudaron a reducir sistemáticamente el tamaño del movimiento y, sin embargo, lejos de aumentar la densidad de las redes continuó debilitándose el capital social comunitario. En el ámbito interno, se redujeron los espacios de interacción y comunión intergrupal, debilitándose el capital social puente que unía a los distintos subgrupos entre sí, enquistando y centralizando los roles de intermediación a los líderes de cada subgrupo. En el ámbito externo, se debilitó el capital social puente que unía el movimiento con otros movimientos semejantes, alejando progresivamente al movimiento del campo organizado de las luchas sociales.

Este doble aislamiento favoreció la concentración y manipulación nepotista del capital social nexo desarrollado por un pequeño grupo de líderes fundacionales del movimiento a lo largo de los años. Considero que es éste el punto de quiebre definitivo de la confianza del movimiento, lo cual muestra como una lideranza fundacional y de estilo carismático comienza a aprovecharse de la confianza en ellos depositada y de la ausencia de mecanismos eficientes de regulación del autointerés, accediendo a recursos externos en nombre de todo el movimiento y utilizándolos para beneficio de su red familiar y de amistad cercanas.

De esta manera, el capital social comunitario rápidamente creado no logra sustentarse en el tiempo debido a la incapacidad de sus integrantes en generar mecanismos descentralizados y eficientes de monitoreo mutuo, responsabilidad compartida y penalización moral que protejan el bien común y refuercen la identidad comunitaria a través de redes sociales densas.

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*Agradecimientos: a los integrantes del ex MTD Solano, y particularmente a las mujeres del barrio Monteverde. Agradezco también a Cecilia Hidalgo y a Guillermo Quirós por sus comentarios.

1Considero que el término «categoría» es más pertinente que el término «concepto» para referirse al capital social, ya que este se caracteriza por su capacidad de abarcar conceptos clave en torno a la cooperación en general y a la acción colectiva en particular.

2Sin embargo, es posible tornarlo tangible a través de metodologías como la documentación estadística de la participación en actividades civiles y comunitarias y el análisis de redes sociales, entre otras.

3John Durston critica el enfoque determinista de Putnam colocando como contraejemplo la rápida construcción del capital social en el caso de estudio de la comunidad rural de la región guatemalteca de Chiquimula (Durston 1999: 16).

4Aunque esta suma de dinero esté muy por debajo de la línea de indigencia estipulada por el Instituto Nacional de Estadística y Censos de la República Argentina, INDEC, una familia tipo puede conseguir —ya sea por las vías clientelares o a través de los movimientos piqueteros— tantos planes como integrantes adultos tenga, aumentando el ingreso familiar final.

5Se identifican otros bienes comunes, de carácter intangible, entre los cuales se destaca el propio capital social comunitario del movimiento.

6Los «Plenarios» son largas jornadas de discusión y puesta al día de las actividades del movimiento, las cuales buscan integrar a los distintos subgrupos que lo constituyen.

7Este periodo también coincide con mi trabajo de campo en los principales subgrupos de MTDS, y particularmente en el subgrupo Monteverde.

9También administran los planes asistenciales de integrantes que pertenecían a otros subgrupos ya desarticulados o sin capacidad administrativa.

10Aun luego de desarticulado el movimiento, los líderes del subgrupo Santa Rosa continúan viajando al exterior en representación de todo el movimiento; tal como sucedió en el Festival de la Digna Rabia, celebrado en ciudad de México y San Cristóbal de Las Casas entre diciembre de 2008 y enero de 2009. Sin embargo, ya se tornan externamente evidentes algunas de las problemáticas presentadas en este artículo.

Recibido: 01 de Julio de 2009; Aprobado: 21 de Septiembre de 2009

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