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Revista pueblos y fronteras digital

versión On-line ISSN 1870-4115

Rev. pueblos front. digit. vol.4 no.8 San Cristóbal de Las Casas jul./dic. 2009

https://doi.org/10.22201/cimsur.18704115e.2009.8.179 

Notas de investigación y reseñas

Reseña a Las grandes sequías mayas. Agua, vida y muerte. Richardson B. Gill

Alma Amalia González1 

Fanny López1 

1PROIMMSE-IIA, UNIVERSIDAD NACIONAL AUTÓNOMA DE MÉXICO

2008. Richardson B., Gill. Las grandes sequías mayas. Agua, vida y muerte. México: Fondo de Cultura Económica


La obra captura desde el título, seduce al lector a través de la enigmática desaparición de la cultura maya. A lo largo del texto el autor va tejiendo una red conceptual y modelos explicativos que derivan en el planteamiento central de su obra:

En este libro, adopto la posición de que la causa de la hambruna inducida por la sequía y las consiguientes muertes es la propia sequía; que sin la sequía la sociedad hubiera seguido funcionando con todas sus predisposiciones intactas. Sostengo, además, que la mortalidad masiva de una sequía severa es mediada por una cascada de procesos que llevan a la muerte a través de inanición, sed, enfermedad y conflicto … La premisa básica y fundamental de este libro es que, cuando una sociedad carece de alimento y agua, el pueblo muere (p. 134).

La hipótesis de Richardson B. Gill no está exenta de provocar un escenario de seguidores y detractores. No obstante, más allá de la polémica que plantea, es una invitación a la revisión de un profundo trabajo de investigación en campos disciplinarios extremadamente distintos. Después de la seducción inicial que el título en sí mismo desencadena, es de remarcar que su aparición en español hace accesible a los lectores hispanófonos los resultados de un arduo trabajo de investigación arqueológica, editado por primera vez en inglés en el año 2000. El autor hizo su formación doctoral en la Universidad de Texas, en Austin, y se desempeña actualmente como profesor de la Universidad de Nuevo México en Alburquerque.

Al encontrarse con el sugestivo título de la publicación, algunos lectores se sentirán atraídos por la importancia que hoy adquiere la escasez de agua en el orden planetario; otros más se dejarán seducir por el siempre atractivo misterio del colapso de la cultura maya. He aquí, pues, dos grandes ejes-motivo para leer el libro.

La obra de Gill está compuesta por catorce capítulos. Los cuatro primeros —I. Clima y catástrofe; II. Energía y medio ambiente; III. La autoorganización; IV. Las hambrunas y el individuo— van aportando elementos que habrán de permitir la elaboración de la hipótesis sobre las temáticas anunciadas. Ninguno de ellos dejará desencantado al lector. Sin embargo, vale la pena leer con especial atención el capítulo III: La autoorganización, donde el autor retoma la teoría de Ilya Prigogine —laureado con el Premio Nobel de Química y conocido como precursor de la teoría del caos— para exponer la teoría de las estructuras disipativas y la autoorganización. Gill comienza por atribuir «un papel activo e indispensable al ambiente en los seres humanos» (p. 67). El autor habrá de cuestionar el antiguo rechazo de antropólogos y arqueólogos ante la idea de retomar ideas derivadas de las ciencias naturales para explicar los procesos sociales. De igual manera arguye que el ser humano vive en un mundo natural y con bastante frecuencia queda vulnerable ante las leyes de la naturaleza.

Gill lleva al lector por una serie de planteamientos que retoman los conceptos de jerarquía y heterarquía para explicar la organización de la sociedad maya. La idea de flujos de energía le permite postular cómo el rompimiento de la producción de alimentos por un factor ambiental desencadenó el colapso de la cultura maya. Gill señala que:

Los sistemas autoorganizados complejos exhiben una organización jerárquica en la que los constituyentes del nivel inferior conservan su autonomía de acción y generan el potencial creador para organizar el siguiente nivel superior. Los niveles superiores aportan una función reguladora o de control, establecen normas y, a veces, fijan metas o resultados deseados (p. 104).

El concepto de jerarquía le permite explicar a Gill la forma en que al romperse el flujo de energía —producción de alimentos— cayeron las estructuras superiores en términos jerárquicos, quedando únicamente aquéllas hasta donde fue posible sostenerse con la energía disponible. El autor irá ilustrando con explicaciones profundas el ritmo y secuencia que derivó en el despoblamiento de sitios enteros.

El colapso del periodo clásico en Copán, por ejemplo, se detuvo en el nivel de cabeza de linaje. Cobá se desplomó de Estado a jefatura. En Colha, la sociedad al parecer decayó en una agricultura de subsistencia cuando la ciudad fue abandonada, y sólo sobrevivieron poblaciones rurales. En Tikal, sin embargo, el colapso fue total (p. 102).

El capítulo IV: Las hambrunas y el individuo, tipifica la hambruna y explica sus causas. Describe de forma cruda la fisiología de la inanición para dar una idea del escenario dantesco de los efectos del hambre y la sed durante el siglo IX, abordando con igual importancia estudios sobre conducta social en condiciones de hambruna.

La agudeza del autor y su pasión por explicar el pasado le han llevado a la búsqueda de datos duros en diversos campos disciplinarios: climatología, geología, vulcanología, hidrológicos y paleoclimatología en el ámbito planetario, para explicar los fenómenos locales del territorio maya. Apasionante y sumamente clarificante resulta la lectura de los capítulos IV a X, donde se confirma lo anterior.

Cada uno de los capítulos de la obra está acompañado de minuciosos mapas y esquemas que, paso a paso, ayudan al lector a comprender la intrincada relación entre corrientes marinas y movimiento de masas de aire, que explican la incidencia de la sequía en tierras mayas.

El capítulo VI: La circulación termohalina, se adentra en información oceanográfica para lanzar su hipótesis meteorológica central:

… los periodos fríos, cualesquiera que sea su origen, pueden coincidir con sequía en Yucatán. No es necesario identificar el origen del frío y, además, no todos los periodos fríos deben tener la misma causa. La hipótesis que vincula el frío con sequía no nació y murió sobre la base de identificar la causa del periodo de frío (p. 299).

Gill dedica el capítulo VII a la exposición de información que tiende a fundamentar que los volcanes pueden haber desempeñado un papel importante en el colapso durante el periodo Clásico.

Si las erupciones del siglo IX tanto de El Chichón como en el Popocatépetl fueron lo bastante grandes para inducir o exacerbar periodos de frío, estas perturbaciones climáticas pudieron ir acompañadas de sequía en las tierras bajas, como lo fueron tantas erupciones volcánicas durante la época colonial (p. 301).

Para aquellos lectores posados en los problemas actuales de la agricultura en la zona maya, este libro ofrece información detallada sobre los sistemas de manejo de agua. Así se pone en evidencia la vulnerabilidad de la población, ya que la distribución de lluvias en la zona maya se caracteriza por un fuerte periodo de sequía, lo que explica que la agricultura haya dependido de eficientes sistemas de captación y derivación de agua. El capítulo IX, en particular, ameritará especial atención para los preocupados por esta temática.

Los arqueólogos estarán interesados en las hipótesis explicativas sobre la ocupación de los sitios en los periodos de estudio para la cultura maya. Escribe con apasionante hilo conductor el estudio del periodo Posclásico, lo que de entrada plantea la dificultad de ubicarse en tiempo y espacio. Remitiendo inmediatamente al problema de antaño sobre Tula y Chichén, ¿qué fue primero?, en este caso, Richardson Gill sostiene un diálogo con historiadores, arqueólogos, epigrafistas y todos aquellos que han tratado el problema. Se habla entonces de fechamientos de Carbono 14, de evidencias de cuevas, de cerámica, de relecturas de las estelas mayas, de esculturas como la de Chacmol y otros elementos que permiten suponer que Chichén Itzá existió en un periodo anterior al que actualmente se le ubica. Al parecer, y de acuerdo con este autor, el mencionado sitio se encontraba abandonado poco antes del año 900 dC. El autor con fundamento contribuye a disuadir el pensamiento arraigado de que Chichén Itzá fue un sitio conquistado por toltecas, sin negar que hubo algún tipo de relación especial entre Tula y éste.

La amplia bibliografía reportada permitirá a los interesados, en cada vértice que pone en evidencia el autor, seguir un camino que les conduzca a trabajos más específicos y fuentes primarias.

La densidad y diversidad de información llevó a Gill a escribir el capítulo XIII, un excelente e ilustrativo resumen y discusión de su obra. El último capítulo constituye el epílogo, donde se exponen nuevas investigaciones que apuntalan y refuerzan la teoría del autor.

¡Buena lectura!

Recibido: 28 de Noviembre de 2008; Aprobado: 19 de Enero de 2009

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