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Región y sociedad

versión On-line ISSN 2448-4849versión impresa ISSN 1870-3925

Región y sociedad vol.35  Hermosillo  2023  Epub 01-Mar-2024

https://doi.org/10.22198/rys2023/35/1802 

Artículos

Jefas de familia, cuidadoras y trabajadoras agrícolas en Villa Juárez, Navolato, Sinaloa

Female Heads of Household, Care Providers, and Agricultural Workers in Villa Juárez, Navolato, Sinaloa

Leonor Tereso Ramírez* 
http://orcid.org/0000-0003-1511-5815

Celso Ortiz Marín** 
http://orcid.org/0000-0001-5159-5479

*Autora para correspondencia. Universidad Autónoma de Sinaloa. Facultad de Trabajo Social. Av. Los Sauces, Fraccionamiento Los Fresnos, C. P. 80019, Culiacán Rosales, Sinaloa, México. Correo electrónico: leonorteresoramirez@hotmail.com

**Universidad Autónoma Indígena de México. Posgrado en Estudios Sociales. Fuente de Cristal 2334, entre Coral y Cuarzo. Fracc. Fuentes del Bosque, C.P. 81229, Los Mochis, Sinaloa, México. Correo electrónico: cmarin@uaim.edu.mx


Resumen

Objetivo: conocer las convergencias entre el trabajo de cuidados, el trabajo remunerado y el de colectividad mediante las experiencias de las jefas de familia trabajadoras agrícolas de Villa Juárez, Navolato, Sinaloa. Metodología: se usa el enfoque cualitativo y el posicionamiento teórico-metodológico feminista interseccional en seis sesiones de grupo focal con nueve mujeres. Resultados: el género, la etnia, la lengua y la edad son categorías imbricadas en las cotidianidades de las mujeres trabajadoras agrícolas y muestran diferentes situaciones de opresión, lo que a su vez complejiza y obstaculiza las formas de respuesta a las necesidades de su entorno. Valor: la investigación aporta información al estado del arte de las investigaciones sobre la jefatura familiar en la población agrícola. Limitaciones: solo se consideraron las narrativas de las mujeres que asistieron a las seis sesiones. Conclusiones: no hay una línea que divida los espacios de trabajo, sino que se amplían continuamente, reduciendo las horas de descanso de las mujeres.

Palabras clave: trabajadoras agrícolas; mujeres indígenas migrantes; cuidados; interseccionalidad; jefaturas femeninas

Abstract

Objective: To know the convergences between care work, paid work and collectivity through the experiences of female heads of household agricultural workers in Villa Juárez, Navolato, Sinaloa. Methodology: A qualitative approach and the intersectional feminist theoretical-methodological positioning is used in six focus group sessions with nine women. Results: Gender, ethnicity, language and age are categories interweaved with agricultural working women’s day-to-day life and show different situations of oppression that at the same time complicates and hinders the ways of responding to the needs of their environment. Value: The research gives information to enrich family heads among agricultural population investigation state of art. Limitations: The study only considers the narratives of the women who were present in the six sessions. Conclusions: There is no dividing line between working spaces but they increase continuously, reducing women’s leisure time.

Keywords: agricultural working women; indigenous migrant women; care; intersectionality; female leadership

Introducción

Las transformaciones políticas, económicas y sociales han tenido implicaciones en las familias y son visibles en los índices demográficos. Las familias monoparentales aparecen y modifican el orden establecido en la estructura familiar patriarcal que prevalecía antes de la incorporación masiva de las mujeres a los espacios laborales remunerados. Puede tomarse como ejemplo la información del Consejo Nacional de Población (CONAPO, 2020): en México hay 35 millones de hogares, de los cuales 10 millones están encabezados por mujeres. Por otra parte, el aumento de la pobreza, derivado de la precarización laboral, ha afectado los espacios urbanos y rurales. En el último ha ocasionado migración no solo de los hombres, como sucedía antes de los años setenta, sino que también, a partir de esa década, familias completas han decidido migrar en búsqueda de mejores condiciones de vida. A tales procesos se les ha señalado como de reunificación familiar (Poggio y Woo, 2000). Una circunstancia poco estudiada y de la cual no hay datos actualizados es la jefatura femenina en las familias trabajadoras agrícolas. La poca información que hay se encuentra en la Encuesta Nacional de Jornaleros (ENJO 2009, citado en Comisión Nacional de Salarios Mínimos [CONASAMI], 2020): se menciona que en 2009 había 25 918 jornaleras jefas de familia.

Al respecto de la jefatura familiar, diversas son las vías de entrada a la monoparentalidad. Por viudez, al separarse o ante la falta de paternidades responsables y se responsabilizan del cuidado total de sus hijos e hijas, realizando, además, el trabajo agrícola que, a pesar de ser remunerado, las condiciones inherentes de esa labor no son suficientes para tener una vida familiar digna debido a la precariedad que la caracteriza.

Por otra parte, tampoco hay datos sobre los asentamientos de población jornalera en zonas específicas del país, porque los estudios se han dedicado a examinar las rutas migratorias a lo largo del país y a visibilizar los lugares expulsores y los receptores de mano de obra para el trabajo agrícola. Ya que la ruta del Pacífico es rica en producción para consumo local y para las exportaciones interna y externa, motiva a muchas personas a transitar por ella y con el tiempo decidir asentarse cerca de los campos agrícolas. La movilización de la ruralidad a la urbanidad, por diversos motivos ha ido en aumento. De acuerdo con el censo del Instituto Nacional de Estadística y Geografía (INEGI, 2020a), en 1950, 43% de la población total en México vivía en localidades urbanas; en 1990 el porcentaje era de 71%, en 2020 fue de 79%; mientras que al respecto de la población rural, en 1950 la cantidad de personas que habitaban en comunidades rurales representaba 57% de la población del país; en 1990 era de 29% y en 2020 se ubica en 21%.

Como el estudio se sitúa en la sindicatura de Villa Benito Juárez, Navolato, es importante describir que una de las características propias de ese contexto son los asentamientos que se han dado en los últimos años, que de voz de los pobladores se sabe asciende a más de cincuenta mil habitantes; incluso comentan que en los últimos años se han creado dos colonias por año, llegando en la actualidad a ser cerca de sesenta. Barrón (1999), estudiosa del fenómeno migratorio, menciona que “la década de 1990 está marcada por el cambio tecnológico en el mercado agroexportador con efectos importantes en la continuidad del trabajo a lo largo del año; ello tuvo impacto en el asentamiento en colonias” (p. 274). Las principales características de la población de Villa Juárez son que la mayoría de las personas tienen una historia personal y familiar de migración, es decir, se han dedicado a transitar por las rutas del trabajo agrícola una y otra vez. La mayoría es indígena, hablante de otras lenguas. Ahora son residentes definitivos con muchas carencias económicas, sociales y políticas. Cabe destacar que la presencia de mujeres asentadas y con familias monoparentales es significativa.

Al respecto, Oliveira y Ariza (2004) consideran que el proceso de monoparentalidad en espacios urbanos fue consecuencia de, por un lado, el descenso de la fecundidad, la reducción de los miembros en los hogares, el aumento de la escolaridad y, por el otro lado, de las condiciones de vida precarias, producto del neoliberalismo centrado en el mercado, que no toma en cuenta las necesidades de las personas, la caída del salario y el aumento de los precios de los productos alimentarios. Esas situaciones obligan a que todos los integrantes de la familia sean parte de la mano de obra, muchas veces barata. Las mismas autoras consideran que en el campo las limitadas oportunidades de empleo asalariado fuera de la agricultura no difieren mucho de lo que sucede en las ciudades, porque la precariedad está presente también en los contextos rurales.

En esta lógica, se entiende que las mujeres que asumen la monoparentalidad desarrollan múltiples trabajos, tanto remunerados como no remunerados, y es que el incremento de tipología familiar es notorio en los datos. De acuerdo con la Secretaría de Desarrollo Social (SEDESOL, 2016), el número de jefas de familia ha crecido de forma significativa: en 2010 había 5.7 millones; en 2012, 6.4 millones; en 2014, 6.8 millones; y en 2016, 9.3 millones. Según el CONAPO (2020), a escala nacional, 11 474 983 hogares mexicanos están dirigidos por mujeres, lo cual indica su mayor participación en diversos espacios: la familia, la educación, el trabajo y la comunidad. En el caso de Sinaloa, de acuerdo con el INEGI (2020), 35% de las familias tienen dirección femenina y 65% masculina.

Datos de la Red Nacional de Jornaleros y Jornaleras Agrícolas (RNJA, 2020), sobre la población que aquí se estudia, indican que hay casi tres millones de personas jornaleras trabajando directamente en campos o empaques agrícolas. Si a esa cantidad se suman los miembros de las familias que acompañan a los trabajadores, la cifra aumenta a nueve millones. La Encuesta Nacional de Ocupación y Empleo (INEGI, 2020b), expone que entre 2005 y 2019 se agregaron al trabajo del campo 1 120 000 personas, de las cuales, 89% son hombres y 11% mujeres. Sin embargo, la RNJA (2020) afirma que, cuando se trata de jornaleros migrantes, la presencia de mujeres es mayor en entidades como Sinaloa, donde ellas llegan a representar 35% y en su mayoría están acompañadas de su familia. No obstante, datos específicos sobre las familias jornaleras encabezadas por mujeres son difíciles de encontrar, como ya se ha mencionado.

Por otra parte, Ortiz, entrevistado por Ernesto Perea para Imagen Agropecuaria (2020), mencionó que la localidad de Villa Juárez, Navolato, posee grandes extensiones para el trabajo agrícola y que se estima que se han asentado 80 000 trabajadores agrícolas. Muchos de ellos siguen transitando por diferentes campos de cultivo, pero al final regresan a sus hogares establecidos en Villa Juárez. También muchas familias se han asentado de manera definitiva en dicha localidad y solo trabajan en los campos locales, es decir, ya no siguen la ruta del trabajo agrícola. Un gran número de familias que se han asentado son monoparentales y son las mujeres quienes se han movilizado y se han apropiado de los espacios para establecerse con sus familias. Se las ve gestionando satisfactores para mejorar sus comunidades y también se las observa en las calles trabajando en el comercio informal. Además, han realizado procesos de gestión interesantes (luz, agua, drenaje e internet, además de la regularización de sus predios) para cubrir las necesidades educativas de sus hijos e hijas.

A pesar del gran número de familias monoparentales en México, los programas sociales dirigidos a ellas no logran enfocarse en sus necesidades. Como consecuencia, las mujeres deben tener múltiples trabajos, y al mismo tiempo deben conciliar por sí mismas todas las actividades asignadas a su rol de género, construido y reafirmado culturalmente. Un programa prioritario que pone a disposición el gobierno mexicano a través de la Secretaría de Bienestar (2022), es el Programa para el Bienestar de las Niñas y Niños, Hijos de Madres Trabajadoras. Su finalidad es apoyar con dinero sobre todo a las familias monoparentales -ya sea que la jefatura la asuma el padre o la madre-, donde haya un niño o una niña cuya edad esté entre un año de edad y hasta un día antes de cumplir cuatro años. El objetivo es coadyuvar a las madres o los padres solos, que no cuentan con servicios de cuidado de infantes y tienen la necesidad de considerar otras formas de solución cuando se van a trabajar. El apoyo se otorga a un máximo de tres niños o niñas por familia, en un mismo periodo, y la cantidad es de $1,600.00 bimestrales por cada infante. En el caso de que el niño o la niña tenga alguna discapacidad, el apoyo será de $3,600.00 bimestrales y la edad se extiende a un día antes de cumplir seis años.

El programa mencionado, aunque se supone que sustituya al Programa de Estancias Infantiles para apoyar a Madres Trabajadoras, al Programa de Seguro de Vida para Jefas de Familia y al Programa de Financiamiento para Casas a Madres Solteras, en realidad no provee todos los elementos y los beneficios que ofrecían los del sexenio presidencial pasado (2012-2018). Por el contrario, deja muchas dificultades a las familias monoparentales, porque el cierre de las estancias infantiles que administraba lo que fue la Secretaría de Desarrollo Social y la sugerencia de que las abuelas se quedaran con la responsabilidad de cuidar a los nietos y nietas, muestra y fortalece el discurso patriarcal de que a las mujeres les corresponde dicha tarea. Por ello, las jefas de familia trabajadoras agrícolas, al vivir solas con sus hijos e hijas, deben tejer redes con otras mujeres para resolver las tareas de cuidado o, en otro caso, quienes tienen menores de edad, deben llevárselos al campo. Lo expuesto es un claro ejemplo de las formas en que se difuminan los espacios domésticos y extradomésticos en las realidades de las mujeres indígenas migrantes, dedicadas al trabajo agrícola, porque, así como se amplía el trabajo de cuidados hasta el campo donde laboran, así mismo, el trabajo agrícola se amplía a sus hogares mediante la agricultura de traspatio, donde ponen en práctica los conocimientos desarrollados en el campo.

Metodología

El proceso metodológico consistió en un estudio de tipo descriptivo, con enfoque cualitativo y desde un posicionamiento de género e interseccional. Se considera que la interseccionalidad es una propuesta que posibilita la imbricación de varias categorías que van definiendo las opresiones y los privilegios que tienen las personas en diferentes espacios y que definen sus cotidianidades, tal como lo mencionan Muñoz y Larraín-Salas (2018). Según las ideas de Yuval y Davis (2006, citada en Cubillos, 2015), no es pensar la opresión como una doble o triple exclusión o como una sumatoria de múltiples dimensiones de exclusión y comprenderlas como dimensiones por separado. Más bien supone entender esas dimensiones como elementos interrelacionados y superpuestos o imbricados, que son irreductibles y que no se pueden categorizar de manera rígida o estática. La etnografía feminista tiene la particularidad de tomar la perspectiva de las personas que se estudian. Utiliza la confianza, los diálogos íntimos y horizontales y considera las expectativas de las mujeres que cuentan sus historias y nos privilegian con sus voces (Castañeda, 2010). El método es el adecuado debido a que desde hace varios años se han impartido talleres de capacitación a diferentes grupos de mujeres asentadas en Villa Juárez, Navolato sobre prevención de la violencia de género, prevención de embarazos adolescentes y prevención de adicciones. Se seleccionó a las participantes mediante un muestreo intencional para llevar a cabo seis sesiones de grupos focales1 en los que decidieron hablar abiertamente sobre sus experiencias como jefas de familia y trabajadoras agrícolas. El instrumento fue una guía de entrevista elaborada mediante un proceso de operacionalización del objetivo central, mismo que contenía preguntas detonadoras para cada sesión. Dichas preguntas se centraron en la trayectoria migratoria, para conocer la procedencia y el asentamiento definitivo en Villa Juárez; en la conciliación entre el trabajo de cuidados y familiar con el trabajo remunerado en los campos, para comprender aspectos de la jefatura familiar; en las condiciones laborales del trabajo agrícola, para ubicar sus principales actividades en ella. Algunas características relevantes de las participantes se encuentran en la Tabla 1.

Tabla 1 Características de las mujeres indígenas migrantes y trabajadoras agrícolas entrevistadas 

Núm. Nombre Edad Principal
actividad
Estado de
procedencia
Número de
hijos e hijas
1 Isidra 49 Regadora Veracruz 4 hijas
2 Nayeli 20 Recolectora Durango 1 hijo y 1 hija
3 Rosa Isela 47 Recolectora Baja California 2 hijos
4 Deysi 22 Apuntadora Oaxaca 3 hijos
5 Margarita 43 Recolectora Oaxaca 5 hijos
6 Susana 31 Recolectora Oaxaca 3 hijos
7 Cinthya 30 Semillera Sinaloa 2 hijos
8 Edith 33 Empacadora Sinaloa 2 hijas
9 Mayra 35 Rezagadora Sinaloa 2 hijos

Nota: los nombres de las entrevistadas son reales, debido a que ellas lo solicitaron y autorizaron mediante la firma de un consentimiento informado.

Fuente: elaboración propia a partir de los datos proporcionados por las participantes en las entrevistas realizadas en los grupos focales los días 9 y 23 de abril, 14 y 28 de mayo y 11 y 25 de junio de 2023.

Los datos de la tabla resultan importantes debido al enfoque interseccional que se usó. La interseccionalidad es un concepto acuñado por la jurista Crenshaw (1991), quien lo definió como la expresión de un sistema complejo de estructuras de opresión, múltiples y simultáneas. Su fin es mostrar las diversas formas en que la raza, el género y la etnia interactúan para dar forma a las discriminaciones complejas que sufren las mujeres (Cubillos, 2015). Como toda propuesta, tiene sus críticas; sobre todo en el sentido de que es muy amplia y no se puede dar una delimitación precisa del objeto de estudio; sin embargo, la acotación dependerá directamente de los objetivos de el o la investigadora.

Presentación y discusión teórica de resultados

El enfoque de interseccionalidad es necesario en la discusión de los resultados debido a las identidades de las mujeres de este estudio. Como se anotó en la tabla anterior, están marcadas por la condición migratoria y, aunque ahora ya son residentes definitivas de la sindicatura de Villa Juárez, siguen llevando esa etiqueta que las considera no pertenecientes, las otras, las que no son de aquí ni de allá. Además, la mayoría es indígena y es lamentable que solo unas cuantas hablan su lengua materna, lo que precisamente es consecuencia de los procesos racistas que las obligan a despojarse violentamente de su cultura. La edad también es una categoría que provoca desigualdad, así mismo sucede con la situación familiar. Todas estas categorías se derivan de aspectos estructurales complejos. Crenshaw (1991) menciona que:

las intersecciones de raza, género y clase constituyen los elementos estructurales primarios que conforman las experiencias de muchas mujeres negras y latinas, y así es importante que entendamos que también hay otros espacios donde intersectan las estructuras de poder. Para las mujeres inmigrantes, por ejemplo, su estatus como inmigrantes puede generar vulnerabilidad de formas igualmente coercitivas, y no fácilmente reducibles a la clase social. (p. 92)

El trabajo agrícola y la jefatura familiar son dos ejes que se articulan en el presente estudio, mismos que se presentan en la era de la posmodernidad con igual ímpetu que cuando se empezaron a visibilizar en los estudios de las décadas de 1970 y 1980 con perspectiva de género sobre el fenómeno de la migración de las mujeres (Plata y Ortiz, 2019). A pesar de las políticas de restricción y los esfuerzos por cerrar fronteras, las movilizaciones son necesarias para el desarrollo económico de los países y, por lo tanto, de las familias. Las mayores olas de migración, aunque principalmente se orientan hacia Estados Unidos, no dejan de darse en las rutas migratorias nacionales por las que transitan las personas dentro de México, pues, tal como lo argumenta Bauman (2022), en la era de las diásporas, un infinito archipiélago de asentamientos étnicos, religiosos y lingüísticos guían sus trayectos en la lógica de la redistribución global de los recursos vivos y las oportunidades de supervivencia peculiares del estadio actual de la globalización.

Bauman (2022) considera que la fase más reciente de la migración pone en duda el lazo incipiente e inquebrantable entre identidad y nacionalidad, entre el individuo y su lugar de habitación, y provoca convergencias entre ámbitos que se pensaban separados, tal como también se pensaba acerca de los ámbitos privado y público, pero que en el caso de las mujeres negras, indígenas y rurales no fue así, debido a que ellas han estado presentes en los dos ámbitos, por lo que esa división entre lo doméstico y lo extradoméstico converge en unas realidades más que en otras.

En esta lógica, ya no hay una marcada separación del ámbito privado y el público, sino que se supera dicho pensamiento binario en el caso de ciertos contextos, ampliándose las actividades que se hacen en ambos espacios, que se vuelven vinculantes, que se interconectan para dibujar realidades de mujeres que, además, lejos de sentirse vulnerables, se sienten fuertes, poderosas y con lo que tienen, salen adelante. Diseñan estrategias, negocian y desarrollan capacidades.

Si bien las vías de entrada a la monoparentalidad son diversas, una significativa es la decisión propia, misma que se da por las circunstancias de la movilidad y por la falta de estabilidad donde se puedan construir y reforzar lazos familiares; o bien, porque es parte del plan de vida de muchas mujeres. Incluso la monoparentalidad puede deberse al hecho de que las mujeres hayan experimentado la autonomía derivada del trabajo remunerado desde su infancia, tal como lo explican las mujeres del presente estudio, pues emigraron con sus familias desde muy temprana edad y aprovecharon su mano de obra para obtener mayor salario con el fin de ayudar a la sobrevivencia familiar. Cabe destacar que en Villa Juárez hay tres generaciones de migrantes: la primera, que una vez que salieron de sus lugares de origen recorrieron una y otra vez la ruta agrícola; la segunda generación son las familias que decidieron asentarse en Sinaloa y con ello buscar estabilidad; la tercera son los hijos e hijas cuyo destino puede o no ser el trabajo agrícola, ya que la mayoría ha podido educarse, es decir que los hijos y las hijas de las jefas de familia han tenido acceso a la educación y por esa razón se plantean otras alternativas de vida en las que por lo general no consideran trabajar en el campo.

Navarro (2010) señala que, una vez que la mujer experimenta la vida laboral siendo joven, difícilmente la deja, sobre todo cuando su vida reproductiva llega a su fin o bien cuando asume la jefatura y los hijos no necesitan muchos cuidados o pueden quedarse bajo el cuidado de hermanas mayores o abuelas o que, en el caso de estudio, son mujeres que no tienen redes familiares y por lo tanto dejan a sus hijas e hijos al cuidado de otras mujeres, ya sean amigas, vecinas o compañeras de trabajo. A pesar de que ellas tienen independencia y autonomía que se derivan de la monoparentalidad, no siempre pueden despojarse del trabajo de cuidado. Las circunstancias descritas muestran que las mujeres, desde los albores de la humanidad, se han dedicado al trabajo de cuidados y toda la responsabilidad del destino de hijos e hijas es una carga emocional para ellas. Deysi, una de las participantes del estudio, menciona que lo complicado de ser madre radica en que los hijos no fracasen en la vida.

Yo entré a trabajar a los campos desde los siete años, porque teníamos que ayudarle a mi mamá, porque antes no era de que uno es niño y no puede, sino que uno le entraba también al trabajo y apoyar a mi mamá que estaba soltera. Yo tengo tres hijos y soy soltera también. Soy jefa, como usted dice, y lo más difícil de serlo, es que los hijos se vayan por la rienda derecha. Eso es lo más difícil. (Deysi, participante 4, mujer, 22 años, conversación, abril de 2023)

Sin importar cuál sea la vía de entrada a la monoparentalidad, todas determinan la cotidianidad de las mujeres que asumen dicha jefatura y, en la mayoría de los casos, esa asunción las obliga a conciliar los espacios domésticos con los extradomésticos, por lo que es interesante escuchar de las mujeres que el trabajo de cuidados, propio del ámbito privado, se amplía a los campos agrícolas donde laboran, pues mientras las madres recolectan, los niños y las niñas juegan en los surcos y, aunque ya no se permite el trabajo infantil, en muchos campos, no falta quien haga uso de su mano de obra ágil y barata aún.

En el trabajo de cuidados participan muchas generaciones. Los hijos e hijas no solo crecen al cuidado de la madre, sino también de la hermana, la tía, la abuela, la vecina y la amiga. Por esa razón, las alianzas con otras mujeres son fundamentales para las trabajadoras agrícolas que asumen jefatura familiar y que tienen hijos e hijas menores de edad. Las redes de sororidad ayudan a sobrellevar el trabajo doméstico y de cuidados no remunerados, y también sirven para intercambiar productos alimentarios cuando se da la agricultura de traspatio y se puede ofrecer lo que se siembra a otras mujeres; es decir, hacen trueque y con ello sobreviven ante el alza de precios de los productos básicos.

Se presentan los resultados en el siguiente orden: la extensión del trabajo doméstico a los campos agrícolas; la extensión del trabajo agrícola a los hogares; la negociación como capacidad de sobrevivencia y fortalecimiento de redes sororales entre mujeres.

La extensión del trabajo doméstico a los campos agrícolas

Muchas jefas de familia desconocen la implementación que hizo el gobierno de Andrés Manuel López Obrador (2018-2024) del Programa de Apoyo para el Bienestar de Niñas y Niños, Hijos de Madres Trabajadoras. Tereso y Espinoza (2018), consideran que lo paradójico en las políticas de conciliación entre la vida familiar y laboral de las jefas de familia es que, a pesar de los esfuerzos usados en el diseño de estrategias que minimicen la carga de trabajo de las mujeres, sobre todo la de quienes asumen la jefatura familiar, no han sido suficientes para lograr el objetivo, debido a que los programas requieren que las beneficiarias inviertan tiempo, pues deben asistir a reuniones periódicas con el fin de gozar los beneficios; es decir, es una forma de coerción social y política que implica que las familias monoparentales utilicen tiempo y ellas carecen de él.

La carencia de tiempo es un obstáculo para tener acceso a la información de cómo obtener los beneficios, lo que se suma a la dificultad de utilizar internet, que es el medio desde el cual se da a conocer y fluye la información sobre los programas sociales. Es decir, los canales de difusión no son los adecuados para esta población de mujeres y por eso quedan sin conocerlos. En consecuencia, no les queda otra opción más que utilizar sus propios recursos y estrategias para resolver el trabajo de cuidados. Por lo tanto, en este punto se difuminan los ámbitos público y privado. Cuando las mujeres jefas de familia se incorporan al trabajo remunerado, aunque no es precisamente algo exclusivo de ellas, negocian que se les permita llevar a sus hijos e hijas al espacio laboral. Barrancos (citada en Valobra, 2019) precisa que la construcción de esta separación tajante entre lo público y lo privado de la sociedad patriarcal del siglo XIX, que también es propia de los contextos latinoamericanos actuales, se cuestionará cada vez más y se pondrá en evidencia como absurda y desigual. En este sentido, la crítica feminista se ha especializado en demostrar las consecuencias de esa división que articula la moderna disposición jerárquica de los sexos.

El trabajo de cuidados, de acuerdo con Lagarde (2003), “está en el centro de las contradicciones de género, en la organización antagónica entre sus espacios y como deber de género es uno de los mayores obstáculos en el camino a la igualdad por su inequidad” (p. 3). El cuidado es una jornada que implica no solo esfuerzo físico, sino también la denominada doble presencia, porque, aunque se deje a los hijos e hijas al cuidado de otras personas, las mujeres siempre están pensando en su bienestar o malestar y eso implica trabajo mental que desencadena estrés y agotamiento. Por otro lado, si los llevan al trabajo, también deben estar al pendiente para evitar accidentes, pues solo de ellas es esa responsabilidad. Una vez que están en casa, el trabajo de cuidados no cesa. Por ese motivo a muchas mujeres les hace falta el tiempo libre para descansar o hacer otra actividad de su interés personal.

[…] por eso las mujeres no tenemos tiempo libre, según tú dices. ¡Ah! Llegó domingo para no trabajar y descansar, pero nada, que tienes todo el domingo para lavar, cuidar a tus hijos, hacer la comida. Es muy difícil. Yo necesito llegar todas las noches y bañar a los niños para que estén limpios y duerman limpiecitos, y nada, que cuando se bajan de la cama, otra vez ya están sucios. (Mayra, participante 9, mujer, 35 años, conversación, abril de 2023)

Lagarde (2003) dice que la condición de cuidadoras gratifica a las mujeres afectiva y simbólicamente en un mundo gobernado por el dinero, por la valoración económica del trabajo y por el poder político. Entonces, el trabajo doméstico y de cuidados al no tener un pago económico, sino solo gratificación simbólica, se vuelve un trabajo que no harían los hombres, dado que se asocia a la maternidad; sin embargo, no sirve a las mujeres para su desarrollo individual y moderno, y tampoco pueden ser trasladados del ámbito familiar y doméstico al ámbito del poder político institucional.

En una nota publicada por Lawson et al. (2020), en el portal de Oxfam Internacional, en el mundo, las mujeres y las niñas realizan más de tres cuartas partes del trabajo de cuidados no remunerado, y constituyen dos terceras partes de la mano de obra que realiza este tipo de trabajo de forma remunerada, dedicando al trabajo de cuidados no remunerado 12 500 millones de horas diarias. Si este trabajo se remunerase aplicando el salario mínimo, representaría una contribución a la economía global de al menos 10.8 billones de dólares anuales, una cifra que triplica el tamaño de la industria mundial de la tecnología. En la misma publicación se menciona que, en países de renta baja, las mujeres de las zonas rurales dedican hasta 14 horas diarias al trabajo no remunerado de cuidados. En todo el mundo, 42% de las mujeres no tiene acceso a un empleo remunerado porque son las responsables del trabajo de cuidados, en comparación con el 6% de los hombres. La múltiple jornada de trabajos que hacen las mujeres no les permite desarrollarse plenamente en los ámbitos laboral, educativo y personal. Aún con las carencias, ellas crean estrategias para proveer a la familia con todo lo necesario.

Yo tengo dos niños pequeños. La niña es de pañales. Con mi primer niño yo no hallaba la puerta, mi papá me ayudaba un poco con el gasto de la leche y los pañales. Yo solo terminé la preparatoria. Aunque ya no estudié, sí me gustaría, porque para una mujer es importante estudiar porque te garantiza un poco la estabilidad y, aparte, saber cosas es bueno. Batallo mucho con la niñera, porque es bien difícil. A veces hablo con mi tía y que ella me los cuide una semana sí y una semana no, pero de todas maneras una está con la preocupación de que si comieron bien o si están bien. (Nayeli, participante 2, mujer, 20 años, conversación, abril de 2023)

En la narrativa anterior se puede entender que el trabajo de cuidados es un trabajo generacional, en el que las mujeres de la familia y otras son las que reciben esa responsabilidad en este sistema. El cuidado de los hijos e hijas lo hacen la abuela, la tía, la hermana, la prima, la amiga o la hija; casi siempre las mujeres. En las ocasiones en que ellas trabajan en los campos agrícolas, se llevan a sus progenies al lugar de trabajo. El cuidado se comparte con las demás compañeras, es decir, todas están al pendiente de los niños y las niñas que están en los surcos jugando, haciendo tareas escolares o incluso ayudando al corte de algunos productos.

Mi mamá se quedó sola con los nueve hijos, porque mi papá la dejó y se regresó. Y estuvo bien porque había mucha violencia en casa. Y mi mamá le echaba muchas ganas. Ella quería que estudiáramos y rompiéramos con esa cadena de cosas. Ella nos llevaba al campo y nos cuidaba ahí. Nosotros jugábamos en los surcos y ella recolectaba. Ya cuando tuvimos más edad, le entramos al trabajo. (Susana, participante 6, mujer, 31 años, conversación, abril de 2023)

El tiempo que se destina a un solo tipo de trabajo es un privilegio que las jefas de familia trabajadoras agrícolas no tienen, prácticamente ven reducidas de manera significativa sus horas de descanso.

Me levanto a las 3 de la mañana y me acuesto a las 11 de la noche. En cuanto me levanto, hago el lonche, me alisto y pa´ cuando pasa el camioncito, ya estoy preparada. Me baño con agua de la llave, porque no tengo calentador ni nada de eso, pero así me baño. El camión pasa a las 5:20 am. Yo siempre ando contenta, nada de que ande de flojera. Yo le entro a lo que sea, al trabajo. Soy feliz y me gusta hablar con todas las personas. (Isidra, participante 1, mujer, 49 años, conversación, abril de 2023)

Llegando a casa, pues me pongo a limpiar, a hacer comida. Voy a comprar cosas que me hacen falta, tortillas y comemos lo que haiga, quesito, salsita, lo que haiga, lo que no cueste tan caro, porque el gas está muy caro y hay que ahorrar, porque con los doscientos diarios que ganamos, no alcanza. Aunque cuando nos quedamos hasta la tarde ganamos cuatrocientos pesos. Conviene, pero llegamos muy tarde, y ya no alcanza el tiempo para las otras cosas de la casa. Pero a mí me gusta trabajar hasta la tarde, porque, de otra manera, llego a la casa y estoy dioquis (regionalismo sinaloense que significa no hacer nada). Mejor me gano los otros doscientos pesos y así ya le saco un poco más. Yo me siento orgullosa de todo lo que hago, corro para acá y corro para allá, pero soy feliz, aunque no duerma. Yo no soy perezosa, voy y camino al Centro a comprar donde venden barato las verduras, y ya me regreso; le busco. (Isidra, participante 1, mujer, 49 años, conversación, abril de 2023)

Mariarosa Dalla Costa (1972), citada en Federici (2020), menciona que el trabajo doméstico es mucho más que limpiar la casa. Es la crianza y el cuidado de hijos e hijas, que en un futuro serán trabajadores. Se les cuida desde su nacimiento y durante sus años escolares, asegurándose de que ellos también actúen de la manera que espera el capitalismo, con los valores y resistencias propios de esta época posmoderna, “significa que, tras cada fábrica, cada escuela, oficina o mina se encuentra oculto el trabajo de millones de mujeres que han consumido su vida, produciendo la fuerza de trabajo que se emplea en esas fábricas, escuelas, oficinas o minas” (p. 26).

Me levanto a las 4 de la mañana. Tenía que dejarle listo a mis niñas y niño el lonche, los uniformes, todo listo y me iba. Y todos los días llegaba a las 4 de la tarde y pues las niñas se quedaban solas. Antes me las cuidaba mi mamá, pero después murió y entonces ya no tuve quién me ayudara. Cuando llegaba del trabajo, pues tenía que seguir haciendo los quehaceres, lo que ocupaban las niñas y así es un día. (Susana, participante 6, mujer, 31 años, conversación, abril de 2023)

Federici (2020) considera que lograr un segundo empleo nunca nos ha liberado del primero y, en efecto, las narrativas dan cuenta de ello. El doble empleo tan solo ha supuesto para las mujeres tener incluso menos tiempo y energía y más problemas de salud que le impiden luchar contra ambos. Además, una mujer que trabaja a tiempo completo en casa o fuera de ella, tanto si está casada como si está soltera, tiene que dedicar horas de trabajo para reproducir su propia fuerza de trabajo, y las mujeres conocen de sobra la tiranía de esta tarea, porque en tiempos en que no se cosecha, las trabajadoras agrícolas optan por el trabajo informal fuera de los campos, regularmente en la venta de productos que ellas mismas elaboran.

Desde que me levanto hasta que me acuesto estoy trabajando. Es raro el momento que yo tenga libre para acostarme a ver una película. En realidad, el día no me alcanza para todo lo que tengo que hacer. A veces sí trato de darme tiempo para jugar con mis hijas, pero ya descansar yo, pues no. Solo de repente, cuando las niñas se van a la escuela, siento libertad y digo “Ay, qué machín”. Me pongo a coser en la máquina ropa, o si hay tantito tiempo, me acuesto y pongo alarma para levantarme a ir por ellas. Es que a veces nosotras queremos descansar hasta de las niñas, porque a veces cansan, enfadan y hasta hartan. Pues es que a veces necesitamos descansar, aunque eso signifique que nos digan que somos malas madres, porque eso dice la gente. (Edith, participante 8, mujer, 33 años, conversación, abril de 2023)

Incluso, aunque las mujeres tengan el beneficio de una guardería, eso no las libera. Muchas tienen el tiempo contado para hacer sus otras actividades y luego tienen que correr nuevamente por los hijos e hijas, por eso Federici (2020) dice que dichas instancias de cuidado nunca han proporcionado tiempo libre, sino que han liberado parte de nuestro tiempo para dedicarlo a más trabajo adicional.

Cuando una tiene tantos hijos, una se pone a pensar. Por ejemplo, yo pensaba, cuándo descansaré, porque cuando no estaba embarazada, estaba criando. Era algo de nunca terminar con cinco hijos que yo tenía. No veía para cuándo terminaría, y me liberaría de eso. Ahora, en mi caso, yo distribuyo las actividades de tal manera que ya no cumplo el rol de madre, sino que mis hijos saben valerse por sí mismos. Yo sé que siempre seré su mamá, pero ya no me siento en la obligación de hacer todo y que dependan totalmente de mí. Una debe recuperar su vida de mujer, de darse tiempo. Yo he aprendido a aprovechar mi libertad, de no estar casada. Quizás algún día me vuelva a juntar, pero será una decisión con toda libertad. (Margarita, participante 5, mujer, 43 años, conversación, abril de 2023)

Por lo que se ha explicado en este apartado, en efecto, como lo ha expresado la presidenta del Instituto Nacional de las Mujeres, Nadine Gasman Zylbermann (Instituto Nacional de las Mujeres, 2021), es necesario y urgente un sistema de cuidados que reduzca y redistribuya la carga que tienen las mujeres. Los gobiernos de todo el mundo deben verlo como una inversión, porque la desigualdad de este trabajo es evidente, en especial, en las familias con jefatura femenina, porque en las mujeres, como ya se ha dicho reiteradamente, recae todo el trabajo doméstico y familiar.

La extensión de trabajo agrícola a los hogares y a la familia

Una de las características más prominentes de la localidad de Villa Juárez en Navolato, Sinaloa, es el gran número de asentamientos de personas indígenas dedicadas al trabajo agrícola que, por alguna razón, dejaron de interesarse en la ruta migratoria y decidieron buscar ahí la residencia definitiva. El asentamiento trae consigo no solo el trabajo en los campos, sino también realizar cualquier otra actividad para obtener recursos económicos para alimentar a sus familias, sobre todo en la temporada baja. De acuerdo con el concepto de seguridad alimentaria propuesto por la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO, 2011), debe haber disponibilidad, estabilidad en la oferta, acceso y consumo y utilización biológica de los alimentos, y las mujeres están involucradas de forma directa en todas esas dimensiones.

De todas maneras, yo siempre busco qué hacer: vendo comida o cualquier cosa, donas, panes. Me arranco a vender con mi canasta o mi cubeta y vámonos. (Isidra, participante 1, mujer, 49 años, conversación, mayo de 2023)

Debido a que las mujeres se encargan de todo el proceso alimentario de sus familias, también negocian con los administradores del campo para comprar a un mejor costo los productos que se cosechan ahí. No siempre es posible, pero cuando sí lo es, lo aprovechan.

En los campos, también a veces nos regalan frijol que ya tiene cinco o seis años guardado, y entre nosotras nos intercambiamos los productos que necesitamos o nos los compramos entre nosotras mismas, pero más barato. Yo, como mujer, sé que siempre tengo que guardar el dinerito. No compro cosas que no me sirvan. Como mujer, eso lo sé. Sé cuánto cuestan los productos y para qué cosas me alcanza. Tengo que guardar, porque cuando llegan los meses de junio y julio, que ya no hay tanto trabajo, bueno, sí hay, pero en campos más lejos, y no me gusta ir sola, porque ya me han asaltado. Entonces, como ya tengo un guardadito, mejor me controlo un poco y voy solo si el camioncito viene por mí más cerca. (Isidra, participante 1, mujer, 49 años, conversación, mayo de 2023)

Mas o menos tienes que sacar una cubeta por cuatro pesos. Imagínese, para sacar doscientos pesos, cuántas cubetas tienes que sacar, y luego cargar esas dos cubetas para vaciarlas. Sí es cansado, pero me gusta. Tanto me gustaba, que yo llegaba a ganar seiscientos pesos, que eran más o menos ciento cincuenta cubetas. En periodo en que no había trabajo, yo me dedicaba a vender comida los fines de semana, aunque hubiera trabajo en los campos, de todas maneras, siempre he hecho otras cosas. (Susana, participante 6, mujer, 31 años, conversación, mayo de 2023)

Por otra parte, con el aprendizaje obtenido en el trabajo agrícola, las mujeres han aprovechado sus patios pequeños para sembrar algunas hortalizas; a pesar de que el espacio sea pequeño, aprovechan las macetas. La agricultura de traspatio, de acuerdo con López, Damián, Álvarez, Parra y Zuluaga (2012), ofrece muchas posibilidades de mejorar la seguridad alimentaria de las familias en distintas formas. Siembran gran variedad de alimentos nutritivos, pueden vender o intercambiar productos con otras personas que también siembran en sus patios, y logran una reserva de alimentos para los periodos de escasez.

En el terreno de enfrente sembramos algunos vegetales. Hemos aprendido tanto del campo, que tratamos de implementarlo en nuestras macetas o en el pedazo de tierra que tengamos. (Margarita, participante 5, mujer, 43 años, conversación, mayo de 2023)

En mi patio tengo muchos alimentos. He sembrado de todo lo que he podido: en cada pedacito de patio, en las macetas, en donde se pueda. Así ya nada más, si ocupo un chilito o un limón, voy y lo corto. (Isidra, participante 1, mujer, 49 años, conversación, mayo de 2023)

Hernández, Santos, Pérez y Silva (2010) sostienen que el traspatio es una práctica social basada en la experiencia y en el conocimiento de los campesinos e indígenas para conservar en sus viviendas rurales parte de la biodiversidad vegetal y animal que se encuentra en los ecosistemas que habitan y donde conviven con la naturaleza, pero, además, es una oportunidad para aprovechar la tierra y el clima sinaloenses, que permiten la siembra variada de hortalizas.

Hemos realizado labores de gestión de semillas para plantarlos en nuestros patios: que si el tomatito, el chile, algunos frutos. Y eso nos hace felices, sobre todo cuando vemos nuestra cosecha y comemos de lo que nosotras mismas sembramos. (Margarita, participante 5, mujer, 43 años, conversación, mayo de 2023)

Es cierto que muchas mujeres dedicadas a la agricultura lo hacen por gusto y están motivadas por la cercanía con la tierra y la naturaleza, pero eso no justifica las condiciones deplorables en las que muchas veces trabajan o se las trata. Toda persona merece trato digno y respeto a sus derechos.

La verdad, a mí me gusta mucho eso de ser jornalera, de trabajar la tierra, de recolectar los frutos o lo que el campo te dé. Una aprende mucho. Aprende que la tierra es todo lo que una tiene y debe tratarla bien, porque es la que te da de comer. Yo, por ejemplo, también he recibido semillas y las he plantado. (Susana, participante 6, mujer, 31 años, conversación, mayo de 2023)

Yo también lo que he aprendido en la semillera, de cómo combinar semillas, cómo tratar a las plantas, como si fueran sus hijitos, lo he puesto en práctica en las macetas de la casa. Una aprende que un pequeño espacio de tierra puede darte mucho si pones manos a la obra. (Cinthya, participante 7, mujer, 30 años, conversación, mayo de 2023)

La relación directa de la mujer con la alimentación y, más recientemente, la relación de la mujer con la agricultura y la comercialización e intercambio de la misma, requiere una reflexión más profunda sobre el papel del Estado para proveer a las mujeres de espacios de vivienda dignos y adecuados para practicar la agricultura de traspatio y con ello mitigar la pobreza que las aqueja.

La negociación como capacidad de sobrevivencia y fortalecimiento de las redes de colectividad entre las mujeres

En diferentes ámbitos las mujeres demuestran su gran capacidad negociadora, a pesar de las condiciones de pobreza, de desempleo, de falta de apoyo para el cuidado de sus hijos e hijas y debido a que asumen la jefatura familiar, ellas logran ser estrategas. Cuando se habla de trabajadoras agrícolas asentadas, la pregunta obligada es ¿cómo sobreviven durante la temporada baja? Es decir, cuando no es tiempo de cosecha en los campos. La respuesta es que en Sinaloa, en diferentes campos, todo el año hay trabajo. La división sexual del trabajo ya no es tan marcada, de tal manera que muchas mujeres realizan trabajo que antes era exclusivo para los hombres.

Siempre hay trabajo. A veces agarramos los trabajos de los hombres que ya no quieren trabajar. Piensan que se acaba todo con la temporada de cosecha y no. el trabajo sigue, pero es mucho más pesado, porque, por ejemplo, alguien debe ir a sacar madera, y si no hay hombres disponibles, pues lo hacemos las mujeres. (Rosa Isela, participante 3, mujer, 47 años, conversación, junio de 2023)

Aquí, cuando no llega haber trabajo, es en las heladas. Rezamos para que no llegue la helada acá en Sinaloa, porque alguna vez que pasó, no sabíamos qué hacer. Estábamos desesperadas. Fue una temporada dura, no teníamos reserva de despensa para comer, las heladas hacen que mucho producto se eche a perder y eso hace que suban mucho los precios y, aparte, nos bajan las tareas y, por tanto, el salario. (Mayra, participante 9, mujer, 35 años, conversación, junio de 2023)

En 2022 se tradujo el documento Seguridad alimentaria e igualdad de género: Una sinergia poco estudiada publicado por Cooperative for Assistance and Relief Everywhere (CARE, 2002), en el que se expone el estado de la seguridad alimentaria y la nutrición en el mundo. Explica que las mujeres tienen menos alimentos que los hombres en todas las regiones de la Tierra, por lo que la brecha en la seguridad alimentaria entre hombres y mujeres es amplia. En 2021, el documento suponía que podría haber 150 millones más mujeres con inseguridad alimentaria que hombres. La estimación más conservadora de esa cifra, que solo considera la diferencia entre hombres y mujeres mayores de 15 años, muestra que hay 126.3 millones más mujeres que hombres que pasan hambre. De ahí la importancia del análisis de la feminización en distintos temas, como el de la pobreza. Aún con este panorama, y por ser las mujeres las encargadas directas de la seguridad alimentaria de sus familias, buscan las formas de proveer lo mínimo o lo básico a cada miembro.

Yo, cuando es temporada de frijol, compro costal y voy haciendo mi reserva. O cuando gano más dinero, compro y guardo sopas, arroz y lo que se pueda, así, como el ratón, para cuando sea temporada baja, yo ya tengo y no me preocupo tanto o, también, intercambiamos productos entre nosotras mismas. (Isidra, participante 1, mujer, 49 años, conversación, junio de 2023)

Una valora los precios. Cuando los productos están caros, cambias tus recetas y así una se va acomodando, pero siempre nos colaboramos. (Mayra, participante 9, mujer, 35 años, conversación, junio de 2023)

Nosotras nos levantamos temprano para que nos alcance el tiempo. No compramos comida fuera, sino que siempre llevamos nuestro lonche, con lo cual ahorramos, pues ya no compramos nada. (Rosa Isela, participante 3, mujer, 47 años, conversación, junio de 2023)

Es claro que se debe sacar el mayor provecho de las temporadas altas, cuando se requieren manos para trabajar. Las redes de comunicación entre las mujeres asentadas están hechas para pasar la voz, así se enteran en qué campos se necesita personal. Dado que no hay un contrato formal, las trabajadoras agrícolas pueden transitar de un campo a otro, dependiendo del pago, de los horarios y del trato que mejor les convenga; sin embargo, en todos los casos no es así. De acuerdo con lo que las mujeres expresaron en los grupos focales, en algunos campos se aprende a resistir y a aceptar la violencia, aunque eso ocurre más con las mujeres migrantes, temporada tras temporada. Debido a la carencia de redes, ellas solo llegan a trabajar y se van cuando termina el trabajo por el cual se “les contrató”.

Tengo una tía que es encargada de siembra en un campo y cuando son las jornadas de siembra, pues llama a mi mamá y a mis tíos, y así, y ya, pues, cuando se termina, ya mi mamá no trabaja. Soy jefa de familia, soy mamá soltera y me hago cargo de mi hijo y de mi mamá (Cinthya, participante 7, mujer, 30 años, conversación, junio de 2023)

El panorama para las trabajadoras agrícolas asentadas no es muy distinto a las que aún migran; sin embargo, sí tienen la posibilidad de dedicarse a otros trabajos informales e independientes y aprovechar los lazos de amistad y sororales forjados durante su vida cotidiana. Incluso hay mujeres que, una vez asentadas, empezaron a trazar planes de vida en los que ya no se veían en los campos, sino en otros trabajos que ofrecieran mejores condiciones. Algunas, incluso se profesionalizaron, e incluso como profesionistas no rompen redes, sino que se vuelven fortaleza para otras mujeres. Tal es el caso de Margarita:

Yo trabajé once años en campo y ya lo dejé. Y para nada volvería a trabajar ahí. Por eso me puse a estudiar. Lo que pasa [es] que fue como la etapa de sufrimiento, porque a mí no me rendía nada, ni el corte ni el amarre ni el desbrote ni nada, y aparte el calor, el cansancio. Siempre era de las últimas en terminar [se ríe]. Ganaba nomás para el paracetamol. (Margarita, participante 5, mujer, 43 años, conversación, junio de 2023)

Velasco, Zloninski y Coubès (2014), en la hipótesis de su estudio exponen que en el Valle de San Quintín el proceso de asentamiento tiene un carácter multidimensional que no se agota en el plano de su transformación económica, demográfica y social, sino que también ha provocado procesos de diferenciación y segmentación étnica y ocupacional en los mercados de trabajo, diferentes tipos de residencia y nuevas formas organizativas en los niveles comunitario y político, por medio de las cuales los nuevos residentes tratan de defender sus derechos laborales, civiles, políticos y culturales. Ejemplo de eso es el trabajo de gestión de las mujeres asentadas en Villa Juárez, mediante el cual buscan obtener servicios básicos en sus colonias; incluso han demandado colectivamente para presionar a las autoridades para que las escuchen.

Conclusión

De acuerdo con la construcción sociocultural de los roles de género, a las mujeres se les ha asignado el trabajo de cuidados, mismo que representa no solo cansancio físico, sino también emocional y una gran inversión de tiempo, cuya consecuencia es la reducción de las oportunidades para desarrollarse en otros espacios, principalmente educativos y laborales. El trabajo de cuidados se complejiza en las familias cuando la jefatura es femenina, debido a que las mujeres son las únicas responsables de la manutención, educación y cuidado de sus hijos e hijas, lo que a su vez las obliga a mantener el equilibrio no solo de lo afectivo, sino también de la economía familiar. En la medida en que se van imbricando las dificultades en las categorías que se entretejen en las cotidianidades de las mujeres, tales como la condición migratoria, ser indígena y la edad, entre otras, se desdibuja también la separación entre lo privado y lo público, por lo que el trabajo de cuidados se amplía en todos los momentos y espacios en los que se movilizan las mujeres continuamente.

La situación anterior lleva a considerar que el trabajo de cuidados no se limita al hogar y a la presencia física de la madre, sino que también es una actividad que implica trabajo mental. De ahí que las mujeres desarrollen estrategias para el cuidado que no son rutinarias, porque las actividades escolares, familiares y sociales en las que estén implicados los niños y niñas cambian cada día.

En esta lógica, la vida de las mujeres trabajadoras agrícolas muestra dos realidades en torno al trabajo de cuidados que realizan como jefas de familia. La primera realidad es que no tienen otra opción mas que llevarse a sus hijos o hijas a los campos donde trabajan, lo cual puede ser incluso más estresante, debido a los riesgos que de por sí implica dicho espacio; sin embargo, el hecho de tener redes con otras mujeres puede ayudar a disminuir dicha presión, porque entre todas cuidan a los niños y las niñas mientras desarrollan sus actividades laborales.

En la segunda opción se ubican las mujeres que si bien tienen la posibilidad de dejar a sus hijos e hijas bajo el cuidado ya sea de otras personas o de instituciones, como las guarderías, esa situación no contrarresta la preocupación que sienten por el bienestar de sus hijos e hijas, es decir, hay una doble presencia, porque, aunque no están físicamente con sus hijos durante la jornada de trabajo, sí están mentalmente al pendiente de ellos.

En ambas realidades las mujeres son totalmente responsables del trabajo de cuidados. Ellas solas deben diseñar sus estrategias para conciliar sus múltiples actividades y no existe la corresponsabilidad con los padres de sus hijos o hijas, porque por lo regular ellos están ausentes. De ahí la importancia y la urgencia de crear un sistema de cuidados que tenga un marco jurídico que lo respalde y que las instituciones que lo dirijan resuelvan de manera efectiva e integral las necesidades de cuidado, de acuerdo con las necesidades de todas las mujeres, de tal forma que ellas puedan disminuir las múltiples presencias en sus múltiples jornadas de trabajo.

Por último, estudiar las jefaturas familiares femeninas en contextos agrícolas conduce a la reflexión sobre las convergencias entre los ámbitos privados y públicos del trabajo de cuidados. Examinar este fenómeno en contextos de nuevos asentamientos donde -aparte de la jefatura familiar ya mencionada- las características relevantes de las mujeres son su historia migratoria, su dedicación al trabajo agrícola y ser indígena, ofrece un panorama mucho más complejo que necesita enfoques de género y de interseccionalidad, para comprender el cúmulo de opresiones por los que una sola persona transita en su cotidianidad. Estas realidades dibujan el panorama de Villa Juárez Navolato Sinaloa.

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1Se llevaron a cabo dos sesiones en abril (domingos 9 y 23), dos en mayo (domingos 14 y 28) y dos en junio (domingos 11 y 25) de 2023.

Cómo citar: Tereso Ramírez, L., y Ortiz Marín, C. (2023). Jefas de familia, cuidadoras y trabajadoras agrícolas en Villa Juárez, Navolato, Sinaloa. región y sociedad, 35, e1802. https://doi.org/10.22198/rys2023/35/1802

Recibido: 01 de Julio de 2023; Aprobado: 13 de Octubre de 2023; Publicado: 13 de Noviembre de 2023

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