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Región y sociedad

On-line version ISSN 2448-4849Print version ISSN 1870-3925

Región y sociedad vol.29 n.69 Hermosillo May./Aug. 2017

https://doi.org/10.22198/rys.2017.69.a269 

Artículos

La representación social del narcotraficante en jóvenes sinaloenses

The social representation of drug traffickers among Sinaloense youths

Hiram Reyes-Sosa* 

Maider Larrañaga-Egilegor* 

José Francisco Valencia-Garate* 

* Departamento de Psicología Social y Metodología de las Ciencias del Comportamiento, Facultad de Psicología, Universidad del País Vasco / Euskal Herriko Unibertsitatea, Avda. de Tolosa, 70, 20018, Donostia, España. Teléfono: + 045 667 201 3788. Correo electrónico: hiramreyez@ gmail.com / teléfono: + 0034 943 015227. Correo electrónico: maider.larranaga@edu.eus / teléfono: + 0034 943 0118326. Correo electrónico: josefrancisco.valencia@edu.eus


Resumen:

El narcotráfico es una problemática instaurada en México, y gracias a la figura del narcotraficante ha cobrado gran relevancia social. Los objetivos del estudio fueron presentar un esbozo histórico del narcotraficante en épocas diferentes; conocer tanto la representación social que los jóvenes sinaloenses tienen del personaje, así como su valoración sobre él. En el estudio participaron, por partes iguales, hombres y mujeres de la ciudad de Culiacán, Sinaloa. Se aplicó un cuestionario de libre evocación de palabras, con una pregunta inductora, y se usó el software EVOC para tratar los datos, ya que los analiza con base en jerarquías de frecuencias y orden de evocación. Los resultados evidenciaron una valoración divergente del narcotraficante, que fluctúa entre lo positivo y lo negativo, que se aparta de las imágenes y valoraciones negativas difundidas por políticos y medios de comunicación.

Palabras clave: percepción social; imaginarios sociales; narcocultura; narcotraficante; narcotráfico; Sinaloa; jóvenes; impacto social; ideología

Abstract:

The problem of drug trafficking is present in México, and thanks to the drug trafficker’s figure, this phenomenon has become very socially relevant. This study’s objectives were to present a historical outline of drug traffickers at different times, and to know their social representation and assessment among Sinaloense youths. In Culiacan, Sinaloa, men and women participated equally in the study. A free evocation of words questionnaire, with an inducing question, was applied, and the EVOC software was used to process the data based on frequency hierarchies and evocation order. Results showed a divergent assessment of drug traffickers, which fluctuates between positive and negative and diverges from the negative images and assessments disseminated by politicians and the media.

Key words: social perception; social imaginaries; drug-trafficking culture; drug trafficker; drug trafficking; Sinaloa; youths; social impact; ideology

Introducción

El narcotráfico es una problemática presente en la vida cotidiana de la sociedad mexicana, y ha marcado el desarrollo social y cultural de gran parte de la población; en Sinaloa es donde históricamente ha echado raíces y encontrado un lugar para prosperar (Ibarra y Carrillo 2003; Moreno 2009). El narcotráfico se ha arraigado e influido en el estado, pero se ha puesto en boga gracias a la imagen del narcotraficante, sobre quien se han construido versiones diversas; algunas se refieren a un sujeto oriundo de la sierra y sin educación, otras lo presentan como benefactor del pueblo (sociedad), y también como delincuente, que vive al margen de la ley, entre otras (Astorga 1995; Simonett 2007).

No obstante, a pesar de la influencia y las apropiaciones que se han hecho del narcotraficante en diferentes épocas, en la actualidad su influencia es mayor. A través del cine, la música, los medios masivos de comunicación, la literatura o el arte, este personaje encontró un lugar para consolidarse como un sujeto exitoso. De esta manera se presenta una imagen de hombre con un capital económico exacerbado, de apariencia viril y con poder (en las instituciones gubernamentales), lo que le permite mantenerse fuera de la ley y vivir en aparente tranquilidad. Esta imagen, creada por el narcotraficante, que el medio social ha recreado, en apariencia es aceptada por los jóvenes sinaloenses, y también parece haber influido en diversos ámbitos de su vida cotidiana; algunos de ellos vinculados con la construcción de proyectos de vida, ya que a través del narcotráfico se puede obtener éxito (Moreno 2009), por lo menos económico, en las relaciones interpersonales (por ejemplo las de pareja) y en el estilo de vida (influye en las formas de vestir y de hablar). Por lo antes planteado, la finalidad del estudio fue conocer la representación social que tienen los jóvenes sinaloenses del narcotraficante y también su valoración (positiva/negativa) acerca de él.

El narcotraficante en el imaginario social

El narcotraficante es un personaje presente en la historia de la sociedad mexicana, y en Sinaloa tuvo un espacio para desarrollarse. La primera aparición del traficante (contrabandista) fue a finales del siglo XIX y principios del XX (Ramírez-Pimienta 2004). Este periodo se caracteriza por el establecimiento de la dictadura porfiriana, además estuvo marcado por una gran opresión y control de los recursos del país, por parte de una oligarquía pequeña (Ibarra y Carrillo 2003). En este clima social de inconformidad surgió Mariano Reséndez, uno de los primeros contrabandistas de textiles, a quien se le consideraba un bandido generoso, que proporcionaba apoyo social a las comunidades de la región. Además, puesto que estaba en contra del gobierno mexicano y retaba (se burlaba) al estadounidense, se consideraba un héroe y un elemento de resistencia civil (Ramírez-Pimienta 2004). Después se prohibió la venta de alcohol en Estados Unidos, a través de la promulgación de la Ley Volstead, 1919, o ley seca. Más adelante aparecieron algunos corridos sobre el tema del contrabando de drogas, como Morfina y cocaína y El contrabandista, que presentaban y comenzaban a describir a un personaje que se dedicaba al tráfico, por la situación de precariedad en la que se encontraba, y también a un sujeto cuyo trabajo era peligroso, que podía tener fuertes repercusiones si era capturado por la ley (Ramírez-Pimienta 2004).

En 1933, con la derogación de la Ley Volstead, la mercancía de contrabando para Estados Unidos ya no sólo era de textiles o alcohol sino de drogas (Ramírez-Pimienta 2004). De esta manera, a pesar de la prohibición, las fronteras de México y EE UU fueron zonas de transacciones clandestinas, y se perfiló el tráfico de opio (enervantes) como un negocio altamente rentable, que instituyó la figura del traficante de drogas (Burgos 2013). Además, al comienzo de la segunda guerra mundial, para obtener morfina para sus tropas, el gobierno estadounidense rompió el acuerdo firmado en 1914 (Convención Internacional del Opio) y estableció un pacto con México, para la producción de amapola (Astorga 2003). En esa época era bien conocido que quienes traficaban pertenecían a la clase política, ya que sus posiciones y la colusión entre los gobiernos permitía proteger el negocio (Astorga 1996). En este sentido, no existía una imagen clara del traficante de drogas, ya que era un negocio casi exclusivo de la clase política, los terratenientes o los ejidatarios. Sin embargo, en los medios de comunicación (prensa escrita) se creó la imagen de los “gomeros”,1 como se denominaba exclusivamente a los sujetos que se dedicaban al cultivo de la amapola y al tráfico de la goma de opio (Astorga 1995). Así, en los medios no eran las personas que cultivaban la amapola (serranos) quienes traficaban la droga, al principio ellos no tenían idea de lo que sembraban (Lizárraga 2003). Sin embargo, el clima de inestabilidad social, la situación de precariedad y el pobre desarrollo orilló a las personas a la siembra de enervantes para obtener un sustento económico.

En la década de 1950, y con el fin de la segunda guerra mundial, el gobierno de México obligó a los campesinos a dejar de cultivar la amapola. Sin embargo, este grupo, al ver los beneficios económicos que obtenía, continuó cosechando. De esta manera, para los años sesenta el fenómeno del narcotráfico se ramificó y desarrolló, esto se atribuye al inicio del culto a las drogas, los jipis y al término de la guerra de Vietnam, lo cual dejó decenas de militares adictos (Lizárraga 2003). Pese a este desarrollo, fue hasta las décadas de los años setenta y ochenta cuando el tráfico de drogas y la figura del narcotraficante tuvieron auge. Además, por la implicación y visualización del fenómeno surgió el término de narcotraficantes, para nombrar indistintamente a las personas que traficasen con cualquier tipo de enervante (Astorga 1995). Así, se comenzó a construir una imagen concreta del sujeto que se dedicaba al narcotráfico. En esta representación se incluyen personajes como Pedro Avilés, Rafael Caro y Manuel Salcido Cochiloco. Así emergió un discurso propio de la población para caracterizar al narcotraficante como un sujeto bragado, serrano, con mucho dinero y que se burla (vive al margen) de la ley. Aunado a esto, debido a las ayudas y obras sociales que estos personajes realizaban en zonas serranas fue que empezaron a tener una aceptación social creciente y a ser percibidos como benefactores, como lo menciona (Arturo Lizárraga 2003): “Bueno, hay muchos de ellos que han ayudado al pueblo. Esa gente ayuda. Caro Quintero hizo escuelas, puso alumbrado en algunos poblados. Hacía más que el gobierno. Ahí está también El Cochiloco, él fue un verdadero benefactor. Entre ellos hay gente bien derecha” (2003, 202).

En la década de 1990, el narcotráfico se convirtió en un fenómeno visible, por su impacto e implicación tanto social como política. Esta visibilidad se debió a dos sucesos: la Operación Cóndor, en 1977, y el asesinato de Enrique Camarena, agente de la Administración para el Control de Drogas, de Estados Unidos, en 1985 (Alzaga 2015). En este contexto se capturó a Miguel Ángel Félix Gallardo, uno de los capos más importantes y representativos, con esto evolucionó la imagen del narcotraficante serrano. Así se presentaba a un personaje con influencia y relaciones con deportistas, políticos y visible en la vida social (clase alta). En palabras de Astorga, este personaje era hábil, sagaz, discreto, refinado e insólitamente austero; amigo de políticos de todos los rangos, con relaciones en el comercio, la agricultura, la ganadería, la prensa y hasta en la academia (Astorga 1995).

En los periodos de 2000 a 2006 y de 2006 a 2012, el narcotráfico se convirtió en un tema nacional debido a dos circunstancias, primero al cambio de gobierno, ya que en el sexenio de 2000-2006 fue desplazado el partido hegemónico, que rigió el país los últimos 70 años (Morales 2011). La segunda fue que Felipe Calderón, presidente de 2006 a 2012, llegó a la Presidencia de México en un clima de desconfianza y desprestigio, pues diversos medios de comunicación plantearon que su campaña política fue como una guerra sucia y desprovista de legitimidad (Camacho 2006). Estos hechos orillaron al nuevo gobierno a enfrentar al narcotráfico con mano dura, ya que era una forma de legitimar y posicionarse en el poder. Sin embargo, esta narcoguerra trajo consecuencias brutales, como el alto índice de asesinatos (Burgos 2013). En este sentido, el gobierno lanzó un mensaje común para cohesionar a la población y señalar a los culpables, en este caso a los narcotraficantes, pero a pesar de su esfuerzo, y del apoyo de algunos medios de comunicación por desprestigiar y encasillarlos, al narcotráfico y sus huestes se les siguió tolerando y, por ende, aceptando. De esta manera, los narcotraficantes continuaron ganando presencia en el cine o la televisión. Así, el narcotraficante no aparece como personaje secundario, ni tampoco se presenta al narcotráfico como parte de la historia, sino como temáticas centrales que representan un mundo en torno a la riqueza, a la opulencia y al poder (Mercader 2012).

En la actualidad, la imagen del narcotraficante tiene una gran repercusión social. Se puede percibir que la narcocultura se ha insertado con mayor fuerza en las prácticas y la vida cotidiana de los ciudadanos, quienes se apropian de los estilos de vida, de la vestimenta, de los comportamientos e incluso de los gustos musicales (narcocorridos), propios del mundo del narcotráfico (Polit 2007). Por ejemplo, se puede señalar la captura de La Barbie (narcotraficante), cuya particularidad era su vestimenta de marca (camiseta estilo London) la cual fue imitada por la población (Zócalo-Saltillo 2011). También adquirieron relevancia El Chapo Guzmán, los Beltrán Leyva o los Arellano Félix, todos oriundos de Sinaloa, con gran poder y capital económico. La población también construye una percepción divergente (positiva-negativa) del narcotraficante, ya que los hechos violentos han deteriorado el tejido social y la han orillado a tener un cierto rechazo por este grupo y su actividad. En suma, se debe considerar que la influencia actual del narcotráfico/narcotraficante tiene una base histórica la cual ha logrado crear una identidad en Sinaloa. Además, por las implicaciones que estos personajes han tenido en el proceso de desarrollo de la sociedad, no es de extrañar que la población siga aceptándolos, a pesar del costo social que la actividad le ocasiona a su vida cotidiana.

La perspectiva estructural de las representaciones sociales

Desde sus inicios, la teoría de las representaciones sociales, de (Moscovici 1961), ha hecho diversos aportes teóricos lo que, en la práctica, se ha convertido en una estrategia metodológica eficaz para el estudio del medio social (Wagner et al. 2011). Cabe destacar tres perspectivas teóricas representativas de este enfoque: a) la procesual, orientada al estudio del contenido de la representación (Moscovici 2001); b) las inserciones sociales, encaminada al análisis de los posicionamientos sociales (Doise 2003) y c) la estructural, al estudiar la estructura representacional con base en el núcleo central y en el sistema periférico (Abric 2001).

Aquí se tomó la aproximación estructural de la representación, debido a que permite identificar la organización y jerarquización de los elementos que tienen mayor importancia al representar un objeto social. En concreto, la teoría del núcleo central postula que toda representación se organiza alrededor de un núcleo central, que constituye los elementos que otorgan significado y estabilidad a la representación global (Abric 2001). Por lo tanto, desde esta perspectiva y de acuerdo con (Wagner et al. 2011), las representaciones sociales se deben comprender: “No como constructos mentales homogéneos y unitarios. Más bien, se circunscriben a un grupo de creencias y actitudes, las cuales en conjunto forman una estructura jerárquica ordenada de dependencia mutua” (Wagner et al. 2011, 128).

La definición anterior enfatiza que los elementos que conforman la estructura de la representación social mantienen una relación de dependencia y tienen diversos grados de importancia, y se diferencian en elementos centrales y periféricos (Rateau y Lo Manaco 2013). Los primeros proporcionan lo consensuado y están ligados a la memoria colectiva e histórica del grupo. Los segundos permiten el funcionamiento de la representación social, para adaptarse a las prácticas sociales concretas, y diferenciar el contenido de ésta (Kornblit 2007). Por ello, conocer la estructura de la representación social, del narcotraficante fue de gran importancia para este estudio. Los elementos nucleares permitieron identificar los consensuados y de mayor relevancia al representar a un narcotraficante y, por medio de los periféricos, se conocieron los discursos nuevos que emergen sobre dicha representación.

En suma, debido a la cercanía que la figura del narcotraficante ha mantenido con la sociedad sinaloense, el objetivo fue saber la representación social que los jóvenes tienen de él. A través de la perspectiva del núcleo central se pretendía conocer la organización y estructura de los elementos que construyen la representación social del narcotraficante, así como el tipo de valoración (positiva-negativa) de los jóvenes sobre este colectivo.

Método

Participantes

La muestra fue de 443 estudiantes de psicología (mitad de hombres y mujeres), cuya edad media era de 21.32 años, de estratos sociales diferentes y alumnos de la Universidad Autónoma de Sinaloa, la Universidad de Occidente y de la Universidad de San Sebastián, las tres ubicadas en Culiacán. El instrumento se aplicó con el consentimiento de las autoridades institucionales, y una vez otorgado el permiso, los directivos solicitaron al grupo de investigadores una presentación para los docentes, que mostrara la importancia del estudio. De esta manera, los profesores también dieron su aprobación. Después, en las aulas se les expuso a los alumnos el interés por el estudio de la representación social del narcotraficante. Se les distribuyó un formulario de consentimiento informado donde se explicaba que todas sus repuestas eran anónimas. Si bien la mayoría accedió a participar en la investigación, otros se negaron argumentando la complejidad del tema. Por último, cabe señalar que el cuestionario fue aplicado por los investigadores.

Instrumento y procedimiento

Para conocer la representación del narcotraficante, se aplicó un cuestionario de libre evocación de palabras (Tosoli et al. 2008). La pregunta inductora para el estímulo fue: ¿qué se le viene a la mente cuando piensa en un narcotraficante? Los jóvenes respondían con cinco características que pensaran que describía mejor al estímulo de respuesta. Después de una presentación breve de la investigación se solicitó la participación voluntaria.

Análisis de los datos

Para el tratamiento de los datos recolectados se utilizó el software EVOC, que los analiza con base en jerarquías de frecuencias y orden de evocación (Vergès 2003). Este programa permite identificar y organizar los elementos que componen la representación social del objeto de estudio en su núcleo central y su sistema periférico. Una vez ordenadas las palabras, a través del análisis lexicográfico, se realizó una categorización para estudiar la relación entre los discursos, mediante el índice de implicación, que señala el porcentaje en que las personas que hacen referencia a algún término de una categoría pueden hacerlo en términos de otra (Larrañaga et al. 2012). El análisis lexicográfico y de categorización se realizó con el programa EVOC, y el del índice de implicación con el SIMI 2003 (Vergès 2003).

Resultados

Con base en la pregunta de investigación sobre un narcotraficante, se analizó 86.6 por ciento de las evocaciones del discurso. Los puntos de corte fueron la frecuencia intermedia de 21 y el rango intermedio de 3.0 (véase Figura 1). Con las palabras que conforman el núcleo central (primer cuadrante) de la representación, se identificó que en el consenso social existen dos tipos de valoraciones sobre el narcotraficante; una positiva, que lo describe a través de los lujos de su vida cotidiana, como el dinero, los autos, los lujos (joyas o casas), la ropa (vestimenta) y el poder. Hay otra negativa, que hace referencia a las formas de comportarse, así se evocan conductas como el ser violento, corrupto y agresivo. En la primera periferia (segundo y tercer cuadrante), se mantuvo la representación formada en el núcleo central. En este sentido, los elementos periféricos complementan y refuerzan a los centrales. En relación con la representación positiva, emergen rasgos que aluden al hecho de ser una buena persona: rico (gran capital económico); negociante (el narcotráfico es un trabajo cualquiera) e inteligente o vende (se refiere a ser un comerciante). En cuanto a la representación negativa, se evocan características relativas a que es una persona enferma, sin educación, violenta, mala, fría, prepotente, inmoral, analfabeta, inculta y peligrosa. En la segunda periferia (cuarto cuadrante) aparecen de nuevo elementos positivos y negativos; entre los primeros están: narcocorridos, alhajas, mujeres (conquistar), economía, vida (estilo de vida), ambicioso y casas, y entre los negativos: drogadicto, prófugos (vivir al margen de la ley), sanguinario, lenguaje (forma de hablar) y valores (sin valores morales).

Fuente: elaboración propia.

Figura 1 Frecuencias de evocaciones sobre un narcotraficante 

Por lo planteado, se puede decir que, al representar a un narcotraficante, los jóvenes sinaloenses evocan un estereotipo concreto y dos valoraciones (positiva-negativa). El estereotipo es de un sujeto que se dedica al tráfico de drogas, tiene gran capital económico y vive con lujos. Además, resalta su conducta en términos de ser una persona agresiva. Por ejemplo, los jóvenes destacaron lo siguiente:

Hombre que importa y exporta drogas. Personas que tienen muchos bienes materiales como joyas y artículos caros y de lujos. Traen muchos carros de lujo y tienen dinero. De vestidura extravagante. Puede ser una persona violenta, agresiva y prepotente. Trabaja en negocios de mercado ilegal.

Por otra parte, la valoración positiva señala todo lo relacionado con los estilos de vida, poder (influencias) y objetos materiales que un narcotraficante puede tener mediante el negocio ilícito. Así, los jóvenes refirieron que:

Tienen mucho dinero, autos de lujos y ropa de valor. Con muchas casas, llenos de alhajas y camionetas (autos) bonitas. Con poder e inteligente ya que sabe cómo dominar y evadir la ley. Influyente, tiene mucho poder en la sociedad y en la policía.

La valoración negativa de los narcotraficantes se refiere a su comportamiento (agresivo y violento), y a que son personas sin educación. Los jóvenes también evocaron los hechos violentos, propios del negocio ilegal, como los asesinatos o la violencia. En las respuestas señalaron que:

Matan a cualquiera que se interfiera en su camino. Matón, es una persona que no mira si hace bien o mal a las personas.Tiene alto temperamento, es vulgar, sin educación y sin moral. Son personas sanguinarias, ignorantes y crueles.

En suma, resulta interesante que en el discurso los jóvenes priorizaron el aspecto positivo que describe a un narcotraficante. Así, evocaron elementos referidos a los objetos materiales, al estatus social/ económico y de poder (influencia), a todos los que se puede acceder con un trabajo exitoso, y que permita ganar gran capital. Esto lleva a pensar en la noción de meritocracia; mediante esta lógica se pudiese comprender que el ser narcotraficante es considerado por los jóvenes como un trabajo que permite acceder a una vida de lujos. Además, resulta interesante señalar que pese a la focalización positiva, los jóvenes no dejaron de lado el aspecto negativo, ya que evocaron elementos que describen los comportamientos agresivos y hechos delictivos típicos de estos sujetos, y que deterioran el tejido social.Todo esto lleva a pensar que ellos idealizan el estilo de vida del narcotraficante, más que a él. De esta manera, lo que moviliza son los lujos, y la violencia se excluye. Como señala Lizárraga, lo que las personas quieren del narcotráfico son los beneficios no la violencia (2003).

Distribución de los elementos representacionales: análisis categorial

Con base en los resultados del análisis lexicográfico, el programa evoc permite crear categorías para su estudio posterior. Se crearon cuatro sobre el narcotraficante (hasta ahora sólo se habían analizado las respuestas con una frecuencia mínima de ocho), que engloban todos los elementos representacionales en su campo semántico respectivo (véase Figura 2), y son las siguientes: (N1), características positivas (alhajas, economía); (N2), características negativas (inculto, sin educación); (N3), comportamiento (agresivo, inmoral) y (N4), hechos violentos y actos delictivos (matan, corrupción). Las categorías centrales y más utilizadas para el estímulo narcotraficante fueron la (N1), con 74.4 por ciento, con un rango intermedio de 2.8, y la (N3), con 66.2 por ciento, con un rango intermedio de 2.9.

Fuente: elaboración propia.

Figura 2 Categorías sobre un narcotraficante 

Por otra parte, el análisis para conocer la inclusión de los campos semánticos (véase Figura 3 ) mostró que todas las categorías presentaban índices de implicación altos (alrededor de 60 por ciento), y también que se vinculaban fuertemente con la (N1), utilizada por 74.4 por ciento de los sujetos. Con esta categoría se evocaron, en forma paralela, tres más, con gran presencia en el discurso de los jóvenes, la (N3), utilizada por 66.2 por ciento de ellos; la (N2), por 58.2, y la (N4), por 57.8.

Fuente: programa SIMI 2003.

Figura 3 Estímulo narcotraficante 

Resulta interesante la distribución del análisis de implicación, ya que permite corroborar que al representar al narcotraficante los jóvenes de nuevo evocaron dos discursos: uno que señaló los aspectos positivos, categoría (N1) relacionados con el económico y el social (poder) y otro con los rasgos negativos, categoría (N3), como ser agresivo o violento. Además, llama la atención que predominaran las características positivas en el discurso. Esto lleva a pensar, una vez más, que los jóvenes consideran al narcotráfico como un negocio en el cual se puede acceder a un estilo de vida alto; así, los narcotraficantes pasan a trasfigurarse en sujetos exitosos. De esta manera, los jóvenes no excluyen al narcotráfico ni al narcotraficante, pero sí los hechos violentos y la conducta, que generan el clima de inseguridad en el contexto cotidiano de la población. En este sentido, se puede destacar que los jóvenes construyeron una valoración divergente sobre el narcotraficante; no aceptan la violencia generada por estos sujetos. Sin embargo, y detrás de todo lo negativo expresado, hubo cierta valoración positiva relacionada con los lujos y estilos de vida de estas personas.

Conclusiones

La aproximación estructural de la teoría de las representaciones sociales permitió encontrar elementos interesantes sobre el narcotraficante, que construyen la representación y condujeron a conocer el estereotipo que los jóvenes tienen de él, centrado en los estilos de vida. Destacaron los beneficios económicos como los lujos, casas o carros que proporciona el narcotráfico, y que se materializan a través del narcotraficante. Además, llama la atención que en los elementos centrales y periféricos hubo una representación divergente sobre el narcotraficante; por una parte, tuvieron una valoración positiva, en la cual los factores evocados aludieron al aspecto económico y de estatus del personaje, como el poder (influencia político-social); negociante (forma de ganarse la vida); inteligente (sabe evadir la ley) y lujos (alhajas, casas o dinero). Por otra, en la valoración negativa se evocaron aspectos del comportamiento e individuales (personalidad), que caracterizan al narcotraficante, por ejemplo que es analfabeto, sanguinario, inmoral, prepotente o vulgar.

La representación divergente se pudo confirmar, ya que siguiendo el análisis de implicación, se encontró que en los discursos de los jóvenes los aspectos positivos y los estilos del comportamiento negativo del narcotraficante fueron los más utilizados y evocados para describirlo. Además, resulta sumamente interesante que los aspectos positivos fueron los más relevantes, esto lleva a pensar en la noción de meritocracia. A través de este concepto se puede comprender que los jóvenes perciben al narcotráfico como una forma de vida que permite obtener lujos, lo que se ve materializado en el estilo de vida que el narcotraficante proyecta a diario. Estos discursos no se deben interpretar sin relacionarlos y contextualizarlos con el medio en que estos jóvenes se desenvuelven en su vida diaria. En este sentido, se debe enfatizar que las condiciones de precariedad y las del desarrollo personal son limitadas. Así, dichas condiciones, generadas por los gobiernos y, en particular, por el sinaloense, orillan a que los jóvenes busquen una forma de obtener los estilos de vida u objetos materiales que son aceptados en la sociedad. Es decir, si bien es cierto que no tener una vía para el desarrollo personal puede ser un motivo para que los jóvenes ingresen al narcotráfico, el consumismo de lo extravagante, que culturalmente se ha cimentado en Sinaloa, es otra para que ellos lleguen a ser, a cualquier costo, lo que se pudiese considerar como una persona exitosa. En Sinaloa, consumir un objeto que cubra la necesidad comunicativa (compra de un celular) no es suficiente, se debe adquirir uno “lujoso”, que defina el poder adquisitivo del sujeto. No obstante, a pesar de lo señalado, se debe enfatizar también que los jóvenes no dejan de lado los daños que el narcotráfico (narcotraficante) causa en el tejido social (muertes e inseguridad), lo cual hace que no sea completamente aceptado. En este sentido, y parafraseando a (Lizárraga 2003), lo que las personas buscan del narcotráfico sólo es su beneficio monetario, nadie quiere los efectos colaterales como la inseguridad, los asesinatos y las confrontaciones entre grupos delictivos.

Por otra parte, se debe puntualizar que no es nuevo el hecho de que la figura del narcotraficante y la actividad del narcotráfico tengan cierta aceptación en la sociedad sinaloense; históricamente, esto ha acompañado el desarrollo de Sinaloa y ayudado a la sociedad. Como se destacó en el aspecto histórico de esta investigación, hay comunidades beneficiadas por algunos narcotraficantes con la construcción de caminos, alumbrado y hasta la continuación de escuelas. Además, la producción de enervantes fungió en diversas épocas (como en la actualidad) como una fuente de empleo para diversos grupos sociales. En este punto se busca destacar lo que se ha enfatizado en otros trabajos: para comprender la dinámica, la valoración, la evolución y el establecimiento de un objeto social en la actualidad es primordial comprender su historia y su cambio a través del tiempo (Reyes et al. 2015). En este sentido, se puede entender la aceptación actual del narcotráfico y del narcotraficante, y que la narcocultura haya influido profundamente en los comportamientos, las formas de relacionarse y hasta el lenguaje de los jóvenes sinaloenses, porque el narcotraficante ha sido objeto de coerción social a lo largo de la historia. Además, a través de la música, el cine o la literatura este personaje ha logrado posicionarse; por ello, tanto él como su actividad han ganado espacios sociales y continúan haciéndolo.Ya que la población considera que el primero genera opciones de vida y la segunda materializa los beneficios brindados como una oportunidad para el desarrollo personal.

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1Cabe mencionar que entonces la imagen del traficante era negativa (por la moralidad de la época). Así, ser gomero era sinónimo de dedicarse a un negocio inmoral, funesto, nocivo y mortal (Astorga 1995). A estos sujetos se les consideraba inmorales, por dedicarse a una actividad que deteriora la condición humana.

Recibido: 20 de Mayo de 2015; Aprobado: 14 de Diciembre de 2015

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