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Región y sociedad

versión On-line ISSN 2448-4849versión impresa ISSN 1870-3925

Región y sociedad vol.26 no.especial4 Hermosillo  2014

 

Reseñas

 

Raúl Lizana Zamudio (2012), A mí también me duele. Niños y niñas víctimas de la violencia de género en la pareja

 

Ma. del Carmen Castro Vásquez*

 

Barcelona, Gedisa, 301 pp.

 

* Profesora-investigadora del Centro de Estudios de Salud y Sociedad de El Colegio de Sonora. Hermosillo, Sonora, México. Correo electrónico: ccastro@colson.edu.mx

 

A los colegas de Investigación
y Educación Popular Autogestiva, A. C.,
por su trabajo a favor de los niños de México

 

Cuando decidí reseñar esta obra temía la dificultad que representaría para mí comprenderla en su justa dimensión, ya que no es mi área de experticia como académica. También temía el impacto que me dejaría el tema per se, tratándose del agravio al grupo de los más vulnerables de toda la población: los niños y las niñas, sobre todo los más pequeños. Sin embargo, pensé que aunque esta reseña sea un granito de arena en la inmensidad del océano que es el problema, hay que insistir en visibilizarlo desde todas las trincheras.

La violencia de género es un problema estructural, complejo y multidimensional, y las mujeres son las principales víctimas de la cultura patriarcal en la que aún está inmersa nuestra sociedad; a partir de esta premisa, Raúl Lizana Zamudio construye su investigación y de allí el eje central de la obra: niños y niñas víctimas de la violencia de género en la pareja.

Parte del valor del libro es que el autor trabajó como terapeuta con los agresores, en los inicios de su carrera, luego atendió a mujeres violentadas y, por último, a los niños y niñas como víctimas invisibles o apenas en la penumbra, como parte del problema de los adultos. El prologuista se refiere a Lizana como alguien que no ha perdido su capacidad de sorpresa, para seguir aprendiendo e indagando en el tema, a diferencia de muchos de sus colegas que logran poner distancia; él mismo recuerda la expresión de una madre de un grupo terapéutico: "No venimos solas", que le hizo caer en la cuenta que en su experiencia profesional no había volteado su mirada a esas pequeñas víctimas de la violencia de género en la pareja. Reconoce que haber atendido a agresores y agredidas le dio las herramientas profesionales y de conciencia para focalizar su trabajo en este grupo, aún más invisible como víctima de la violencia de género en la pareja.

Lizana se propone dos metas principales: a) acercar a los que trabajan desde la primera línea en la violencia de género, proporcionarles explicaciones claras, sistemáticas y fundamentadas en una amplia revisión bibliográfica y en la propia experiencia profesional y b) ofrecer una obra al público en general, no especialista, con el fin último de contribuir a " [recordarle] a nuestra sociedad la necesidad de un cambio profundo y estructural en relación con la desigualdad de género" (p. 25); a ésta me sumo, y reconozco que la logra. El libro está escrito en un estilo accesible y claro, sin que por ello limite el rigor y acuciosidad en las explicaciones de las distintas dimensiones del problema.

Esta obra está situada en el contexto de la sociedad española, del que se dan algunos datos, sin embargo me atrevo a asegurar que nuestra sociedad mexicana comparte muchas de sus características, sobre todo lo relativo a la invisibilización social, política, cultural y académica del problema, y la falta de recursos para atenderlo. Los seis capítulos que integran el texto pretenden contribuir a explicar cómo se desarrolla la violencia de género en la pareja y cómo afecta a los niños y niñas, cuáles son sus actores (agresores y agredidas), cómo la viven ellos, cuáles son sus recursos de sobrevivencia y cómo intervienen el Estado y la sociedad con sus alcances y limitaciones. Cuatro de los capítulos se centran en los niños y niñas, que presentan cierto equilibrio con otros dos que muestran la participación de sus madres (que sufren la violencia de pareja) y de sus padres (que la ejercen), y uno final en el que el autor plantea algunas dimensiones del trabajo de intervención y terapéutico con los niños y sus madres y padres. Hay que resaltar que cada capítulo remata con un apartado sobre ideas clave para repasar y recordar, lo cual siempre es un recurso útil.

Antes de describir los capítulos, quiero agregar que es interesante que una obra de esta importancia ofrezca en línea un documento: (http://www.gedisa.com/descargas/Texto_adicional_Trauma_y_maltrado.pdf), que complementa la reflexión sobre el trauma y el maltrato en la vida de los niños y niñas víctimas de violencia de género en la pareja. El autor mantiene el mismo estilo de escritura, así como la línea de exposición; brinda los elementos teóricos y clarifica la propia posición; sin embargo, queda la duda de por qué no se incluyó en el cuerpo del libro como un capítulo, lo que la hubiera mejorado aún más.

En el primer capítulo, el autor refiere las posturas teóricas que definieron la violencia de género como un asunto de derechos humanos y de salud pública. Hace un recuento de los nombres con los que ésta se ha analizado, desde el primero, acuñado como violencia doméstica (1960), donde el problema tenía la cortina impenetrable de lo privado; luego se usó el de violencia familiar, violencia intrafamiliar (más en Sudamérica), violencia conyugal o marital y violencia de la pareja. Pero hasta aquí seguía sin reconocerse el abuso del poder y la desigualdad dentro de la relación y que las víctimas, las agredidas, eran las mujeres. Fueron los grupos de mujeres activistas y terapeutas quienes finalmente acuñaron el término de violencia de género, para explicitar estas desigualdades.

En el caso de los niños y niñas pasó algo similar. Lizana Zamudio señala que la lista es más corta, pero igual la evolución ha sido lenta. Las primeras referencias como problema reconocido lo señalaban como hijos de mujeres golpeadas, hijos de mujeres abusadas, hijos de la violencia marital, y quedaba claro que a los niños y niñas sólo se les tomaba como "hijos de...", términos que no aludían a sus condiciones de víctimas. Al avanzar un poco en esta evolución se empezó a hablar de niños testigos y niños expuestos; pero los testigos no necesariamente son afectados, sólo observan. El estar expuestos no refleja los daños que les puede causar la situación de violencia. Sin embargo, ellos experimentan, hacen, sienten mucho más, son víctimas, son personas dañadas por esta situación en distintos grados y gravedad. Por eso, Lizana aboga por que la referencia debe ser a niños y niñas víctimas de la violencia de género en la pareja. En la misma tónica de sentar las bases conceptuales, él desentraña varios mitos que mantiene la invisibilización o, cuando menos, relativizada la gravedad del problema, entre éstos se mencionan los siguientes:

A los niños y niñas que han visto violencia entre sus padres no les perjudica necesariamente [...]. A los niños y niñas que no han visto violencia entre sus padres no tiene por qué afectarles [...]. Los niños y niñas que han vivido esta violencia tienden a olvidar que ha pasado y siguen con sus vidas [...]. Los niños y niñas que han vivido esta violencia no se dan cuenta de lo que pasa en sus casas o no lo entienden [...]. Es mejor no ahondar en las heridas de estos niños y niñas, no tocar el tema con ellos [...].

Además, este apartado muestra que, a través de los mitos, se mantienen creencias y estereotipos basados en ideas sexistas y patriarcales, al final la función de los mitos, afirma el autor, es "intentar que no haya conciencia de la gravedad del problema y sus consecuencias [...] porque si hay conciencia, esto implicará la necesidad de hacer cambios [...] cuestionar una serie de valores" (pp. 42 y 43).

Los capítulos dos y tres se refieren a cómo viven los niños y niñas la violencia y cuáles son las consecuencias de ella en sus vidas. Sobre lo primero, el autor detalla que los niños y niñas están conscientes de la violencia que vive la madre y de que el agresor es su padre, las dos personas con mayor vínculo en sus vidas. Lizana describe el ciclo de violencia (acumulación de tensión, episodio de violencia y manipulación afectiva o reconciliación), y refiere que los niños y niñas saben identificar estos momentos, aprenden a decodificar la tensión y los daños que se producirán después, hasta llegar a una etapa de desesperanza, una vez que la violencia se ha vuelto crónica. Los niños y niñas experimentan sentimientos de culpa y responsabilidad, se enfrentan a la disyuntiva de actuar o no y cómo protegerse de la violencia, y, ante ésta, diseñan estrategias, muchas veces ineficaces al no impedirla, o bien ser ellos mismos violentados por el padre, para mantener el control.

En la relación entre hermanos y hermanas aparece el cuidado mutuo y la solidaridad como estrategias para vivir la violencia, mientras que en otras redes como los amigos(as), familiares y personal de salud, no se comenta porque les da vergüenza la situación, el temor al rechazo y a las represalias por parte del padre por solicitar ayuda. A esto se suma que estas mismas redes no saben cómo actuar ante la violencia.

En este contexto de violencia, la relación con el mundo cambia, sobre todo con la madre y el padre, las dos personas más importantes. Con la primera aparecen la culpa, la responsabilidad y el cuidado, entre otros sentimientos encontrados que generan tensión en su relación. Con el padre, las relaciones son aún más confusas, hay sentimientos de cariño y odio a la vez, existe la necesidad de su atención y también la de sacarlo de sus vidas. Esto genera en los y las pequeñas gran dolor, incertidumbre y ansiedad, circunstancia que continúa a pesar de la separación definitiva del padre.

Esta situación de violencia en ocasiones tiene consecuencias muy graves para el resto de la vida de los niños y niñas; el capítulo tres está dedicado a esta problemática. Entre las repercusiones más visibles están los problemas de baja autoestima, ansiedad, estrés, miedo, rabia y violencia hacia otros, culpa, vergüenza, síntomas de depresión; pero el común denominador es la ansiedad e inseguridad inmediata y sostenida, aun con altibajos. Lizana enfatiza las precauciones para no caer en un diagnóstico psicopatológico de conductas originadas en la violencia de género en la pareja. Los y las niñas enfrentan dificultades para entablar relaciones sociales, y usan la violencia como la forma de hacerlo. La escuela es el espacio donde escapan temporalmente de la violencia; sin embargo, presentan problemas de aprendizaje en general debido a la angustia por la situación en casa, o bien porque estén tan cansados que no puedan participar.

El autor califica a las consecuencias en el ámbito de las creencias y los valores como las más dañinas, con efectos perdurables. Se refieren a creencias y valores sexistas que reproducen los roles de género; esto influye en el establecimiento posterior de relaciones sociales y la probabilidad de que los niños y las niñas reproduzcan la violencia. También están las creencias y valores abusivos, es decir, se puede pasar sobre quien sea, normalizando el daño que se causa, la violencia está justificada y no se siente culpa o responsabilidad por ejercerla. La violencia crónica influye en la apropiación de creencias sobre un mundo peligroso, inseguro; construyen una contradicción entre el amar y el dañar.

También la violencia deja sus efectos en el desarrollo físico de las y los niños mermando su salud, y haciéndolos más proclives a los abusos físicos e incluso a los sexuales, dañando seriamente la sexualidad. La violencia mina las condiciones materiales de vida de las familias, ya que el padre controla y decide sobre los ingresos económicos, y el acceso a ciertos productos y servicios. Todas estas consecuencias se conjugan deteriorando el desarrollo general de los y las niñas, quienes ante la violencia pueden aprender lo que el autor denomina roles inversos, es decir, cuando los niños asumen que su principal rol es cuidar y atender a sus hermanos y hermanas, incluso a su madre y padre, cubrir sus necesidades a pesar del costo emocional y físico que esto conlleva, pues son ellos los que deberían recibir dichos cuidados.

La violencia puede reproducirse en las relaciones futuras de los y las niñas, la pueden vivir como una suerte de "herencia" o "contagio", lo que se ha denominado la transgeneracionalidad de la violencia; esto implica una "multiplicación y propagación" de ella. El autor concluye el capítulo argumentando que estas consecuencias no son iguales para todos, al existir ciertos factores protectores (capacidad de adaptarse, habilidad cognitiva, relación con la madre con buena salud mental) y otros de riesgo (pobreza, enfermedad, ser ellos mismos víctimas de violencia, ser muy pequeños o bien, estar cercanos a la adolescencia) para enfrentarla.

En el cuarto capítulo se desarrolla el tema de las madres que sufren violencia de género en la pareja, menciona las premisas socioculturales que definen el ser madre como el rol principal de las mujeres. Hace referencia al término de maternalidad que incluye los cuidados, educación y protección que las madres dan a sus hijos e hijas; con este término el autor busca reconocer dichas tareas de las mujeres y diferenciarlo del concepto de parentalidad. Las madres que viven violencia se cuestionan sobre sus tareas, el sentirse como "mala madre" al no cumplir con las expectativas socialmente impuestas. El maltratador, por su parte, se encarga de fortalecer esta idea, hasta acabar con su maternalidad, con lo cual él obtiene mayor control sobre ella.

Las madres en todo momento emplean estrategias y acciones de protección para sus hijos e hijas; sin embargo, dichas estrategias son pequeños muros ante la dimensión de la violencia. A esto se suma que cuando las mujeres toman la decisión de buscar ayuda son culpabilizadas y responsabilizadas de la violencia; se les exige terminar la relación, sin ofrecer los recursos para que puedan hacerlo. Esto se debe a que los profesionales que atienden estos casos reproducen la visión patriarcal de la sociedad provocando mayor daño a la madre, hijos e hijas.

En el capítulo cinco se analiza a los padres que ejercen la violencia de género en la pareja. Encuentra como elemento común en estos hombres una cultura patriarcal, que refuerza la idea de la superioridad masculina sobre la femenina. Rechaza la idea de un perfil de los maltratadores, ya que cada caso requiere ser evaluado. Menciona que el uso de la violencia tiene la finalidad de solucionar algo en su vida familiar y en ese sentido es lógico utilizarla, ya que en las sociedades patriarcales el padre es quien toma las decisiones, a él se le debe obediencia y respeto. Por tanto, los padres perciben que la familia les pertenece, y ejercen este terrorismo patriarcal para someter y controlar a las víctimas. Estos hombres, refiere el autor, no se percatan del daño que causan y de que necesitan ayuda para trabajar sobre estas ideas patriarcales y sexistas. Todo esto implica un proceso profundo, y requiere un cambio en las normas socioculturales que cuestionen el rol tradicional del padre.

En el último capítulo, "La intervención de ayuda: algunos elementos a considerar", se presentan reflexiones dirigidas a los actores sociales que brindan ayuda a mujeres, hijos e hijas víctimas de violencia. Menciona la importancia de que el personal esté capacitado, que pueda reconocer todos los estereotipos de género y que además se requiere de una coordinación entre las dependencias sociales vinculadas a la problemática. En el trabajo con las mujeres, un elemento importante es respetar el tiempo y ritmo de ellas en su proceso de recuperación. Con los niños, el primer paso es devolverles la idea de la seguridad física y emocional, construir un ambiente predecible, con límites y estructuras, y fortalecer la relación materna como estrategia reparadora. El autor menciona que lo más importante de cualquier intervención terapéutica es no enjuiciar, y reconocer los mecanismos de desigualdad y discriminación que dan lugar a la violencia de género en la pareja.

Mi recomendación es definitiva. He aprendido mucho con la lectura de esta obra, y me parece que Raúl Lizana Zamudio cumple su propósito de llegar a lectoras como yo, no especialistas en el tema, además de poner en escena un problema tan lacerante para nuestros niños y niñas.

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