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Región y sociedad

versión On-line ISSN 2448-4849versión impresa ISSN 1870-3925

Región y sociedad vol.25 no.58 Hermosillo sep./dic. 2013

 

Reseñas

 

Joseph E. Stiglitz (2012), The Price of Inequality

 

Luis Ramón Moreno Moreno*

 

Nueva York, W.W. Norton & Company Inc., 414 pp.

 

*Profesor-investigador de la Universidad Autónoma de Baja California. Correo electrónico: nomarsiul@gmail.com.

 

En la convención nacional del Partido Republicano, de agosto de 2012, celebrada en Tampa, Florida, para elegir al representante para las elecciones del siguiente noviembre, el senador Marco Rubio argumentaba que la propuesta de campaña de Barack Obama pretendía una mayor intervención del gobierno en el sector de salud, financiada a través de más impuestos, así como la implementación de decenas de nuevas normas y regulaciones para toda la economía y, de forma particular, para el sector financiero; además de que una de las afirmaciones del actual Presidente estadounidense era que muchos de los ciudadanos se hicieron ricos a costa del resto de la población. Esta opinión la comparte Joseph E. Stiglitz, Premio Nobel de Economía en 2001, en su libro más reciente El precio de la desigualdad: cómo la sociedad dividida de hoy pone en peligro nuestro futuro, donde expresa que Estados Unidos hace mucho tiempo dejó de ser el país de la igualdad de oportunidades, y las recientes manifestaciones sociales representadas por el movimiento Occupy Wall Street son una muestra de ello. Asimismo, documenta que el sistema político actual se ha conformado de tal forma que beneficia a los más ricos, quienes han impedido —mediante el despliegue de un ejército de cabilderos— la puesta en marcha de un conjunto de regulaciones que disminuyan o modifiquen su comportamiento de búsqueda de renta o rent seeking, como la denomina el autor.

Asimismo, a pesar de centrarse en la evolución de los indicadores de la economía local y, de forma particular, en la desigualdad, Stiglitz hace un breve recorrido por los movimientos sociales de los últimos dos años en Túnez, Egipto, Libia, España y Estados Unidos; a partir de ellos identifica los siguientes elementos que compartieron los manifestantes, a pesar de las diferencias de lenguaje: a) presencia de fallas de mercado; b) fallas del sistema político en la corrección de las fallas del mercado y c) sistemas económicos y políticos injustos. En ese sentido, para el autor existe una relación íntima entre las tres temáticas; por ejemplo, la desigualdad es causa y consecuencia de las fallas del sistema político, y éstas contribuyen a una mayor desigualdad (esto se plantea como un círculo vicioso en el cual está inmerso Estados Unidos).

Uno de los aspectos que demostró la reciente crisis financiera global es la inestabilidad de los mercados y, al mismo tiempo, que los grupos financieros —representados por los bancos—, realizaron apuestas que sin la ayuda del gobierno podrían haber colapsado la economía (too big to fail). Para el autor, esto no fue un accidente, y el comportamiento de estos agentes no es sino el resultado de la presencia de un conjunto de incentivos económicos y una pobre regulación de los mercados. De forma particular, observa que la crisis financiera reveló que el sistema económico estadounidense no sólo era ineficiente e inestable —hasta entonces—, sino también injusto. Además, el estado actual de la economía mundial documenta que los mercados no son del todo eficientes, como lo plantea Adam Smith, y el resultado se puede observar en la escasa (y algunas veces nula) inversión para disminuir la pobreza, promover el desarrollo en países del Tercer Mundo o hacer ajustes para que la economía haga frente a los retos del calentamiento global. Habría que agregar la presencia de una cantidad importante de recursos subutilizados, una de cuyas expresiones principales es el desempleo rampante y éste, en palabras de Stiglitz, es la falla más grande del mercado, la mayor fuente de ineficiencia y la principal causa de desigualdad.

Una de las afirmaciones del autor, que en buena medida refleja el sentido de este trabajo, es cuando escribe que Estados Unidos ha creado una maravillosa máquina económica, pero evidentemente sólo funciona para quienes se encuentran en la cima de la distribución del ingreso. En el documento se especifica que la desigualdad no sólo es el resultado de elementos internos y externos, y es en este último punto donde argumenta que el problema no es que la globalización sea mala o buena, sino que está siendo manejada de forma deficiente por los gobiernos, para el beneficio de intereses particulares. La interconectividad de las personas, países y economías alrededor del mundo representa un desarrollo, que puede ser utilizado de forma efectiva tanto para promover la prosperidad económica como para expandir la avaricia y miseria. Lo mismo aplica para la economía de mercado, es decir, el poder de éste es enorme, pero no cuenta con un carácter moral inherente y la sociedad debe decidir cómo conducirlo.

Para los jóvenes indignados y manifestantes en todas partes del planeta, el capitalismo está fallando en generar lo que les prometió, y les está dando todo lo contrario: inequidad, contaminación, desempleo y, lo más importante de todo, una degradación de los valores hasta el punto donde todo es aceptable y nadie es responsable. Al mismo tiempo, el sistema político en vez de corregir las fallas del mercado las ha estado reforzando, por ello, una de las tesis centrales del libro es que a pesar de la existencia de fuerzas económicas en funcionamiento, los políticos han modificado el mercado de tal forma que les otorga ventajas a los que están en la cima de la distribución a costa del resto y, en ese sentido, la elite económica estadounidense ha presionado para poner en marcha un marco regulatorio que les beneficia y a la vez castiga al resto de la sociedad.

La obra está organizada en diez capítulos, que en buena medida pueden resumirse en tres apartados: a) el problema estadounidense de 1 por ciento y los efectos nocivos de la desigualdad; b) el comportamiento de búsqueda de renta y c) lo que se puede hacer para minimizar esta problemática, de tal forma que no comprometa el desarrollo de Estados Unidos y su presencia en el entorno mundial. En el primer apartado se advierte que en Estados Unidos la desigualdad no es resultado de la reciente crisis hipotecaria y financiera, sino que es un proceso que se originó hace más de tres décadas; sin embargo, lo que sí trajo como consecuencia la recesión fue una intensificación en la desigualdad, y que no podía ser ignorada por más que se deseara en los altos círculos políticos.

Como ejemplo de ello, el autor presenta algunas estadísticas interesantes, que permiten documentar las disparidades: para 2007, 0.1 por ciento de los hogares contaban con ingresos 220 veces superiores, en comparación al promedio obtenido por el restante 90; además, 1 por ciento de la población concentraba más de una tercera parte de la riqueza, el resultado fue que de 2002 a 2007, ese 1 por ciento más rico obtuviera más de 65 de la ganancia en el ingreso nacional total. Asimismo, para 2007, el salario promedio después de impuestos para 1 por ciento de la población fue de 1.3 millones de dólares, mientras que para 20 por ciento apenas alcanzó los 17 800 dólares anuales. Los que están en la cima reciben, en un día y medio, lo que 90 por ciento de los que están en el fondo obtienen durante un año. La fracción de estadounidenses en pobreza pasó de 12.5 por ciento en 2007 a 15.1 en 2010. En términos globales, casi uno de cada seis puede considerarse como pobre, a pesar de que el país cuente con la riqueza y los recursos suficientes como para eliminar esta condición.

Cabe destacar que los valores anteriores no son el reflejo de la excelente conducción en las instituciones privadas por ese 1 por ciento de la población, sino que en buena medida las políticas públicas han jugado un papel central en la creación de tal discrepancia. Stiglitz afirma que algo de desigualdad es inevitable y, en ese sentido, una buena parte de ella es el resultado de las distorsiones existentes en el mercado; con esto quiere decir que este fenómeno no sólo se determina por el monto que se le paga a un trabajador calificado, comparado con uno no calificado, sino también por las habilidades que un individuo ha adquirido con el paso de los años.

A la par de lo anterior, la recesión estadounidense aparece de la mano con un mercado de trabajo débil y sin red de seguridad, una disminución en el ingreso para el retiro y viviendas en riesgo; en este último punto, destaca que millones de hipotecas están bajo el agua (el monto de la deuda, es mayor al valor actual), y en buena medida las casas han dejado de ser el activo que serviría para pagar el retiro o la educación universitaria de los hijos.

Para terminar este apartado, y de acuerdo con el autor, es un mito que en la actualidad Estados Unidos sea un país donde exista la igualdad de oportunidades. Para ello documenta que los hijos de familias ricas, con desempeño académico promedio o bajo, tienen mayores probabilidades de ser exitosos, comparados con los hijos de familias pobres y que obtienen calificaciones más altas. Incluso, si estos últimos se gradúan de la universidad, se encuentran en peor posición ante el mercado de trabajo en comparación con los primeros, lo que se asocia en buena medida a las conexiones familiares y personales.

En el segundo apartado, el esfuerzo del autor se centra en documentar el comportamiento de búsqueda de renta (rent seeking), y cómo ha sacado ventaja de las oportunidades que le ha generado el sistema político y las fallas del mercado, para la obtención de riqueza de la clase media y baja. Cabe destacar que este comportamiento puede tomar la forma de trasferencias ocultas y de las transparentes, subsidios del gobierno, leyes que hacen que los mercados sean menos competitivos, o como una aplicación superficial de las leyes existentes para el fomento de la competencia.

Por otro lado, este comportamiento de búsqueda de rentas no es privativo de Estados Unidos, sino que también aparece en los países que cuentan con abundancia de recursos naturales, como algunos de América Latina y África, o también cuando el Estado concesiona o vende activos por debajo de los precios de mercado, en el libro se menciona como ejemplo el caso de Carlos Slim en México; también aparece cuando el gobierno adquiere productos y servicios a precios superiores de los existentes en el mercado (industria militar y médica) o por prácticas monopolísticas. Una afirmación que documenta de forma adecuada este apartado es que la desigualdad no es sólo el resultado de las fuerzas abstractas del mercado, sino también de políticas económicas que dan forma y dirigen las fuerzas de la tecnología y el mercado, así como amplias fuerzas sociales; en ese marco, el gobierno juega un papel primordial en este proceso, ya que es el agente que diseña, aplica y supervisa las reglas del juego, otorga recursos y altera la dinámica de riqueza, a través de la redistribución del ingreso.

En ese marco, la creciente desigualdad estadounidense es el resultado de que el sistema político ha estado trabajando —directa o indirectamente— a favor de incrementar la desigualdad de producción y de reducir la igualdad de oportunidades. El comportamiento que han tenido hasta ahora quienes se encuentran en la cima de la distribución es lo que se denomina búsqueda de renta, y ello implica la obtención de ingresos no como una recompensa por la creación de riqueza, sino la apropiación de una porción grande de la riqueza que de otra forma habría sido producida sin su esfuerzo. Existen dos formas de hacerse rico: crear riqueza o tomarla de los demás; la primera agrega a la sociedad y la segunda resta de la sociedad, y en el proceso, parte de esta riqueza se destruye.

Así pues, este comportamiento originó que en la reciente crisis el sector financiero persiguiera sus propios intereses, lo que representó un juego de suma negativa, es decir, lo que obtuvo como ganancia fue poco comparado con la pérdida para el resto de la sociedad. Lo anterior es consecuencia de que los incentivos de los ricos no estaban (están) alineados con los de la sociedad, y esto por lo común aparece cuando existen externalidades, información asimétrica y ausencia de mercados de riesgo.

Respecto a las fallas de mercado que se acaban de comentar, por lo general los gobiernos hacen un buen trabajo para corregirlas, sin embargo, para el caso estadounidense y de acuerdo con el autor, el sector financiero ha utilizado su poder político para asegurarse de la no corrección de estas fallas, lo que permitió que las recompensas del sector privado permanecieran muy por encima de la contribución que realizan a la sociedad. Una de las formas más escandalosas en la búsqueda de rentas ha sido la habilidad de los integrantes del sector financiero de aprovecharse de los pobres y de los poco informados, a través de la implementación de préstamos predatorios (predatory lending) y prácticas abusivas en tarjetas de crédito. Ahora bien, una de las formas de preservar esa riqueza fue la posibilidad de conformar un sistema impositivo en el cual pagan menos de lo que les corresponde, es decir, se aporta proporcionalmente una fracción menor de su ingreso en comparación con los más pobres, lo que es reflejo de un sistema impositivo regresivo. El multimillonario Warren Buffet ya ha criticado esto último, y argumenta que el sistema impositivo es bastante bondadoso para los ricos, a pesar de que él es uno de los beneficiados.

Las sociedades con amplia desigualdad son ineficientes, además de que la economía no es estable ni sostenible en el largo plazo.

De acuerdo con Stiglitz, los ricos no existen en un vacío, es decir, necesitan de una sociedad en funcionamiento a su alrededor, para sustentar su posición, que les permita generar ingresos de sus activos; además, una desigualdad elevada da lugar a una reducción en la inversión en infraestructura pública, con amplios beneficios sociales, que en buena medida es aprovechada por los propietarios del capital financiero. Este fenómeno también distorsiona la economía, así como el marco legal y regulatorio, y tiene efectos sobre la moral de los trabajadores, lo que termina perjudicando la productividad. En suma, la desigualdad da como resultado mayor inestabilidad, y en sí misma ésta genera más desigualdad.

A pesar del panorama desalentador que plantea Sitglitz, de continuar con la tendencia actual, destaca una serie de reformas que se deben poner en marcha si se quiere mejorar la distribución del ingreso en Estados Unidos, y disminuir la desigualdad de oportunidades; dichas reformas son: a) la reducción del proceso de búsqueda de rentas y nivelación del campo de juego; b) la reforma tributaria y c) la ayuda al resto de la población.

En específico, en el caso de la primera se busca poner un freno al sector financiero, a través de leyes de competencia más robustas, así como una mayor eficiencia en su implementación; también se hace necesaria una modificación profunda en lo que concierne a las leyes de bancarrota, con especial énfasis en productos derivados, viviendas bajo el agua y préstamos estudiantiles. Por último, se requiere terminar con la asistencia social a las corporaciones (incluyendo los subsidios ocultos) y con los regalos del gobierno, ya sea en la forma de enajenación de activos públicos o en su contratación.

En relación con la reforma tributaria, argumenta que se debe crear un sistema impositivo progresivo a los ingresos individuales y corporativos y minimizar, en la medida de lo posible, las lagunas fiscales, además de la configuración y establecimiento de un sistema impositivo al patrimonio, más efectivo y aplicado de una forma más eficiente, lo que evitará la formación de una nueva oligarquía.

En el apartado de ayuda al resto de la población dice que se hace necesario mejorar el acceso a educación, reconstruir el sistema de salud y fomentar la tasa de ahorro por parte de los ciudadanos. En buena medida se plantea regresar al pleno empleo, a través de la utilización de la política fiscal y monetaria; asimismo, restablecer el crecimiento sostenible y equitativo, sobre todo con una agenda basada en la inversión pública y una redirección de los apoyos públicos hacia la innovación, que permita preservar empleos y el medio ambiente.

Para Stiglitz, esta tendencia de desigualdad en Estados Unidos puede revertirse, como lo ha estado haciendo Brasil en los últimos años, primero mediante un aumento importante en el gasto educativo y luego con la ampliación de programas sociales, como una forma de reducción de la pobreza. Habría que agregar que el costo de eliminar o disminuir la desigualdad, por medio de un sistema impositivo progresivo, es bastante bajo comparado con la opción de no hacer nada, y dejar que esta tendencia se mantenga o incremente en el corto y mediano plazo.

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