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Región y sociedad

versión On-line ISSN 2448-4849versión impresa ISSN 1870-3925

Región y sociedad vol.25 no.56 Hermosillo ene./abr. 2013

 

Reseñas

 

Raquel Padilla Ramos (2011), Los irredentos parias. Los yaquis, Madero y Pino Suárez en las elecciones de Yucatán, 1911

 

Dora Elvia Enríquez Licón*

 

México, Instituto Nacional de Antropología e Historia, Colección Historia. Serie Logos, 212 pp.

 

Universidad de Sonora. Correo electrónico: denriquez@sociales.uson.mx

 

Durante las últimas décadas del siglo XIX se escribió mucho sobre los yaquis, y desde distintos ángulos. Tal interés se debe a sus continuas y notorias acciones en defensa de su identidad, territorio y autonomía. La abundante historiografía sobre este grupo indígena ha puesto particular énfasis en describir la muy larga cadena de rebeliones armadas, que fueron la nota dominante en el escenario regional sonorense durante el siglo XIX y las primeras décadas del XX, destaca asimismo el importante papel de las dirigencias en tales movilizaciones, como el caso de Juan Banderas, Cajeme y Tetabiate.

En el prolongado episodio conocido como la Guerra Yaqui, ocurrido en la también muy larga cauda de años porfiristas, una de las medidas extremas de los gobiernos federal y estatal para derrotar a esta etnia fue la deportación, cuyo propósito fue desarraigarla de sus pueblos en el río Yaqui, y enviar a sus integrantes, en calidad de prisioneros de guerra, a realizar trabajos forzados en la península yucateca. En la historiografía mencionada sólo se había enunciado tal política porfiriana; hasta hace poco tiempo no se disponía de investigaciones serias para conocer los impactos y secuelas de tan inhumana medida contra los indígenas. Gracias a la tesonera labor de Raquel Padilla Ramos, este proceso histórico ha cobrado nuevos significados, pues ofrece respuestas a preguntas fundamentales: ¿qué ocurrió con los yaquis en Yucatán una vez deportados?, ¿quiénes promovieron la deportación y qué beneficios obtuvieron?, y ¿cuándo y bajo cuáles circunstancias ocurrió su retorno a Sonora?

Raquel Padilla Ramos publicó, en 1995, Yucatán, fin del sueño yaqui. El tráfico de los yaquis y el otro triunvirato; en 2006, Progreso y libertad. Los yaquis en la víspera de la repatriación y en 2011, Los irredentos parias... en el que ofrece al lector una perspectiva fresca, crítica y con alto compromiso académico, al explicar cómo se dio la coincidencia de diversos factores y circunstancias que hicieron posible la "repatriación" de los yaquis a su añorado territorio. Con gran soltura va entretejiendo, a lo largo de doscientas páginas, acontecimientos, personajes, contextos, escenarios, perspectivas metodológicas, crítica historiográfica, hallazgos y ausencias (o límites en el conocimiento del tema), y da como resultado un libro de fácil lectura, no obstante la gran profusión de datos incorporados y la mención de numerosos actores sociopolíticos en tan compleja trama, todo ello combinado en una breve temporalidad (1911) en un escenario histórico de por sí convulso, el de la revolución maderista.

La intención que provocó la construcción de esta obra, según explica la autora, fue responder a la pregunta "cuáles fueron las condiciones sociales y políticas bajo las cuales los yaquis fueron exonerados de los trabajos forzados en las haciendas henequeneras de Yucatán y puestos en el camino a la repatriación en Sonora" (p. 23). El proceso indagatorio la llevó a sumergirse en acervos documentales, referencias historiográficas y, sobre todo, en fuentes hemerográficas (gubernamentales, eclesiásticas y comerciales) nacionales y extranjeras, que resultaron ser los cimientos del nuevo conocimiento generado, pues los datos empíricos localizados en periódicos y revistas guiaron búsquedas específicas en los acervos documentales del Archivo General de la Nación, el Archivo General del Estado de Sonora y el Archivo General del Estado de Yucatán, así como en la Colección Madero, ubicada en la biblioteca de la Universidad de Arizona.

Los soportes empíricos fueron organizados para su análisis en función de pautas teóricas y metodológicas claras y pertinentes, en las que se combinan los oficios del historiador y el antropólogo. La crítica rigurosa a las fuentes históricas se apoyó en la valiosa herramienta del análisis del discurso, enfocando la observación en la esfera cultural y la acción sociopolítica de los yaquis yucatecos, como se distinguió a los desterrados. Tal perspectiva teórico-metodológica permitió a Raquel Padilla Ramos allegarse de un modelaje metodológico adecuado, para lograr un importante producto historiográfico, que ahora ofrece en Los irredentos parias...

El libro consta de tres apartados, y contiene un prólogo escrito por el doctor Antonio Escobar Ohmstede. El primer capítulo narra las condiciones sociales y laborales de los yaquis desterrados, informa al lector sobre las nuevas formas de convivencia que debieron adoptar para sobrevivir en un ambiente obviamente hostil para ellos; dibuja el entorno en que desempeñaron su trabajo "forzado" en las haciendas henequeneras, los accidentes laborales, los estragos causados por la fiebre amarilla, las resistencias que opusieron (entre ellas el suicidio), las movilizaciones sociales que protagonizaron y, sobre todo, destaca la tenacidad indígena para reconstituir (para no dejar morir) su identidad cultural; así, enfatiza la autora, "el amor yaqui por lo yaqui" (p. 24).

El segundo capítulo se ocupa de analizar la compleja trama política que posibilitó la "liberación" de los yaquis del trabajo forzado y la preocupación de los empresarios henequeneros al perder la mano de obra; el traslado de los indígenas a la ciudad de Mérida, el papel que jugó en todo el proceso un líder obrero-campesino (Tomás Pérez Ponce) y sus vínculos con una de las facciones, que en esos momentos de agitación política disputaba la gubernatura del estado, con fuertes enlaces nacionales; saltan al escenario dos figuras ampliamente conocidas: Francisco I. Madero y José María Pino Suárez. Una vez "liberados" de las haciendas, los yaquis pasaron a formar parte de los contingentes militares que, en apoyo del candidato (y luego gobernador) José María Pino Suárez, poco después vicepresidente de la república, mostraron su eficacia como "grupo de choque" en el escenario electoral, así como barrera de contención del descontento social provocado por el turbio resultado de las elecciones yucatecas de 1911, de esto se ocupa el tercer capítulo.

Como podemos apreciar, Raquel Padilla Ramos entrega en Los irredentos parias. una recreación completa de los aspectos más significativos que rodearon la estadía de los yaquis deportados en Yucatán; son de gran relevancia los aportes historiográficos a este episodio que, como reconoce la autora, está revestido de ignominia y ha dejado deudas históricas que es preciso cubrir, y en ello ha puesto su empeño de manera exitosa.

Padilla equipara las haciendas henequeneras porfiristas con "torres de babel", en las que coincidieron chinos, coreanos, cubanos, españoles, huastecos, mayas y yaquis; la diferencia fundamental fue que los indígenas sonorenses fueron trasladados a ese lugar contra su voluntad, debido a un pacto celebrado entre las altas jerarquías políticas y económicas regionales y nacionales; al llegar debieron cambiar su vestimenta usual por el clásico atuendo maya: traje de manta los hombres y huipil blanco de escote cuadrado las mujeres. A diferencia del resto de los inmigrantes, el salario no era significativo para ellos, lo importante era canalizar todos sus esfuerzos por mantener unida la familia, la comunidad, conservar sus tradiciones culturales y, ante todo, luchar por el regreso a su tierra. Por ello, no obstante el atuendo maya, se distinguían como foráneos por sus gustos culinarios, lengua, ceremonias y rituales. Aunque parezca paradójico, en un entorno extraño y hostil, los yaquis tuvieron más oportunidad de expresar abiertamente sus rasgos marcadores de identidad, pues en Sonora debieron ocultarlos debido a la guerra de exterminio que enfrentaban.

Además de analizar, desde la perspectiva de género, los comportamientos de los yaquis en las haciendas henequeneras, Raquel Padilla analiza con sumo detenimiento el tipo de relación establecida entre ellos y los hacendados, descartando en definitiva la posibilidad de que tal relación haya sido de tipo esclavista, como ha manejado tradicionalmente la historiografía. Sostiene, por el contrario, que los vínculos eran de "carácter paternalista" (una relación de tipo tradicional, de Antiguo Régimen), caracterizada por ataduras de diversa índole. Para este análisis, el concepto de "economía moral" mostró su pertinencia, pues amplía el espectro de factores que intervienen en una relación social de tipo paternalista, en la que tan importantes son los aspectos económico-laborales, como que el patrón hable la lengua, se comprometa con el parentesco ritual a través del compadrazgo, que esté pendiente del peón y se haga cargo de las ceremonias significativas en el ciclo vital de él y su familia (bautizos, bodas, funerales).

En muchas de las haciendas donde fueron "implantados", los yaquis pudieron expresar con entera libertad sus tradiciones culturales; no obstante, según lo expuesto en Los irredentos parias... fueron las mujeres quienes asumieron con mayor compromiso la tarea de cuidar la continuidad de los rasgos identitarios, no dejaron debilitar en sus hijos la memoria por el lejano territorio del que habían sido arrancados, exaltando sus virtudes y alimentando el ansia del regreso, o repatriación, como se le llamó; dieron continuidad al uso de la lengua cahita (aunque los monolingües debieron aprender maya y español), cuidaron las tradiciones alimenticias y, sobre todo, los rituales asociados a momentos significativos del ciclo vital: nacimiento/bautizo, matrimonio y muerte. En la medida de lo posible, procuraban que cada detalle de la vida cotidiana "se aproximara a lo propiamente yaqui". Con gran audacia, Raquel Padilla quiere ver en Yucatán un rasgo duro en las mujeres yaquis, manifestado en Sonora en lo más álgido de la Guerra Yaqui, puntualmente en la célebre matanza de Mazocoba: preferían el sacrificio de los hijos (con vulnerabilidad extrema a enfermedades como la fiebre amarilla), a que tuvieran que enfrentar las desventajosas condiciones de sometimiento y explotación en una tierra que les era ajena. Destaca que los suicidios fueron frecuentes entre los yaquis en Yucatán, "los lazos con lo atrás dejado eran tan fuertes que algunos yaquis optaron por dar fin a sus vidas y rechazar la adaptación o asimilación cultural que el destierro les imponía". Algunos comieron tronco de henequén, que les enfermaba de gravedad, otros no consumían alimentos, y afirma que a muchos la fiebre amarilla les hizo el favor (p. 70).

Los yaquis deportados percibieron una oportunidad de lograr la ansiada repatriación a principios de 1911. Poco antes del triunfo de la revolución maderista ocurrieron revueltas rurales en Yucatán, quizá alentadas por algunos ricos henequeneros marginados del poder político. En este agitado ambiente, los yaquis consiguieron armas y se sumaron a los "revoltosos" iniciando así su proceso de "liberación", mediante nuevos vínculos que beneficiaron a ambas partes: los líderes políticos buscaron a los yaquis no sólo por su número significativo, sino por su experiencia en los campos de batalla y su crecida fama de grandes guerreros.

De acuerdo con lo que nos informa Raquel Padilla, "1911 fue un año de descontento social y movimientos populares. En algunos de ellos hubo participación yaqui [...] Los yaquis aparecen a veces como francotiradores, a veces como hueste pasiva, pero siempre azuzados por otros grupos o personas para incorporarse a las rebeliones". Aquí aparece en escena el dirigente Tomás Pérez Ponce, como "instigador y protector" de los yaquis (p. 90).

Los empresarios henequeneros denunciaron, ante el presidente interino Francisco León de la Barra, que los peones eran "soliviantados" por agitadores que prometían el reparto de las haciendas (p. 91). Era obvio que a los yaquis no les interesaba hacerse de un pedazo de tierra en un medio extraño y hostil, pero sí buscaban la oportunidad de regresar a Sonora por lo que, alentados por su "jefe" Pérez Ponce, abandonaron las haciendas y se mudaron a la ciudad de Mérida, donde se suponía debían esperar el medio de transporte que los llevaría de regreso a su patria chica.

Padilla Ramos analiza con detenimiento este proceso de "liberación" yaqui, y pone al descubierto los intereses particulares de las facciones confrontadas por hacerse cargo del poder político en la coyuntura electoral de septiembre de 1911, en la que midieron fuerzas los candidatos Delio Moreno Cantón (apoyado por "oligarcas y miembros de las elites económicas e intelectuales de antigua matriz conservadora") y José María Pino Suárez (apoyado por "clientelas urbanas y rurales del viejo peoncismo, lidereadas por hacendados y hombres de negocios"), y apadrinado por el triunfador Francisco I. Madero. La autora afirma que en la disputa electoral se enfrentó entre sí la oligarquía henequenera, cuyas bases sociales estaban conformadas por jornaleros del campo, entre ellos yaquis.

El "benefactor" y "libertador" de los yaquis, Tomás Pérez Ponce, se adhirió a Pino Suárez y movilizó jornaleros a su favor, en oposición a Delio Moreno. En julio de 1911, Pérez Ponce dijo a los yaquis "que eran libres, que no volvieran a las fincas donde trabajaban y que el Sr. Madero enviaría un buque de guerra a buscarlos" (p. 118). ¿Formó parte la "liberación" de los yaquis yucatecos de una intención socialmente reivindicadora de la revolución maderista?

No, sostiene Raquel Padilla Ramos, fueron liberados "para cumplir con un papel electorero-militar" que benefició a Pino Suárez y a su protector, Francisco I. Madero, ante quien los yaquis de Sonora habían demandado el regreso de sus parientes (p. 120 y 132).

A los yaquis se les prometió no sólo mejor paga sino la repatriación; para la campaña electoral "hicieron las veces de acarreados, de paramilitares, de porristas, de grupo de choque y, tarde o temprano, de jornaleros de campo nuevamente, pero esta vez con nuevos patrones, básicamente aquellos que apoyaron la aspiración de Pino", refiere la autora (p. 148). Con su "liberación", los yaquis fueron utilizados pero también resultaron beneficiados por la nueva situación: se deshicieron del estigma de deportados o prisioneros de guerra, y alentaron la posibilidad del retorno a Sonora (p. 121), mismo que quedó en suspenso hasta diciembre de 1911, cuando fue embarcada la "primera remesa" de 500 indígenas; se estima que en ese momento residían en Yucatán más de cinco mil (p. 141).

Raquel Padilla Ramos apunta una paradoja importante: mientras en Sonora los yaquis enfrentaban con las armas a Madero y al gobernador José María Maytorena, por no haber cumplido los términos de la negociación pactada, en Mérida se afiliaron al maderismo en apoyo a la candidatura de José María Pino Suárez; participaron en las elecciones del 15 de septiembre "armados hasta los dientes para 'cuidar' que todo se desarrollara dentro de la legalidad" (p. 193), contribuyendo así a la imposición de un gobierno impopular derivado de elecciones fraudulentas, pues fue evidente el triunfo de Delio Moreno Cantón en las urnas, pero Pino Suárez fue declarado electo (p. 194).

¿Fueron los yaquis "utilizados" en Yucatán? ¿Se aprovecharon los políticos de su situación dominada, subyugada, para usar en su beneficio la dimensión numérica y la experiencia bélica de los indígenas sonorenses desterrados? Aunque Padilla Ramos recurre al término "utilizados", lo usa con cautela. Según la Real Academia Española, "utilizar" significa "aprovecharse de algo", es decir, "sacar provecho de algo o de alguien, generalmente con astucia o abuso". Sin duda, en el acercamiento de los "pinistas" a los yaquis hubo astucia, pero quizá no abuso pues se dio una negociación pactada: los dirigentes obtendrían de los desterrados el apoyo electoral/militar a cambio de hacer realidad su expectativa de regresar a los ocho pueblos del río Yaqui, idea que resultó muy atractiva para los yaquis, motivo por el cual se enrolaron en esta aventura que políticamente les significaba muy poco.

Como lo afirma Raquel Padilla Ramos, si bien los yaquis fueron utilizados para imponer un nuevo gobierno en Yucatán, las ventajas obtenidas "fueron muchas, y les sacaron partido". Ante todo, su nuevo estatus alentó con mayor fuerza su propósito principal: regresar a sus pueblos en el río Yaqui. Como apunta la autora, "la resistencia activa y la oposición pasiva, son manifestaciones que los grupos subalternos emplean y nos muestran que no se dejan manipular ciegamente, sino que también utilizan a los grupos dominantes para forjarse un sitio ventajoso, para pactar [ ...]" (p. 194).

Si bien Raquel Padilla pudo constatar que no se registró una "repatriación masiva" de yaquis deportados, también encontró que, debido a su participación activa en esta coyuntura de la historia yucateca, los yaquis peninsulares mejoraron en forma notable su estatus social alcanzando mejores niveles económicos, mayor autonomía y la posibilidad de seguir engrosando las filas revolucionarias al amparo de su gran experiencia bélica, que a la postre les permitiría reconstituirse y retomar con renovadas fuerzas la lucha por su territorio en el río Yaqui, por su autonomía e identidad cultural.

El recuento presentado hasta aquí resume el contenido de Los irredentos parias..., cuyo entramado ofrece al lector una visión historiográfica fresca y de gran calidad académica. Aunque Raquel Padilla Ramos reconoce que no le fue posible, como hubiera querido, "dar seguimiento a la repatriación yaqui hasta su retorno a Sonora y su reasentamiento en los Ocho Pueblos", sin duda cumple generosamente con una expectativa importantísima: saldar deudas históricas con los yaquis y, sobre todo, constituirse en homenaje a hombres, mujeres y niños "caídos en la lucha por la defensa de su Tierra y Autonomía" (p. 202).

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