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Región y sociedad

versión On-line ISSN 2448-4849versión impresa ISSN 1870-3925

Región y sociedad vol.21 no.45 Hermosillo may./ago. 2009

 

Reseñas

 

Nacionalismo y revolución: los acontecimientos de 1911 en Baja California

 

Mario Alberto Magaña Mancillas*

 

Marco Antonio Samaniego (2008), Mexicali, Universidad Autónoma de Baja California, Centro Cultural Tijuana, 650 pp.

 

* Investigador adscrito al Centro de Investigaciones Culturales–Museo de la Universidad Autónoma de Baja California. Correo electrónico mario_magana@yahoo.com.

 

La lectura de una obra como Nacionalismo y revolución: los acontecimientos de 1911 en Baja California resulta interesante, sobre todo para quienes desconocemos la historia de la primera mitad del siglo XX de los grupos que habitaron el actual estado de Baja California, ya que nos introduce en una serie de eventos polémicos de la entidad y también en el espectro de los estudios sobre la Revolución Mexicana. El autor señala: "Había muchas afirmaciones que no tenían sustento y que eran realizadas al calor de una discusión sin mucha investigación que sustente lo señalado" (p. 16). Considero que la cita anterior muestra una característica de ese periodo, y también de buena parte de la historia de Baja California, ante la falacia de su supuesta "juventud" como estado y del poco conocimiento del trabajo académico histórico y del realizado por un sector de la opinión pública regional.

El libro está integrado por nueve capítulos, una introducción y las conclusiones, subtituladas "Propuestas para discusión: hacia otras vertientes". Los primeros dos capítulos, "El Distrito Norte de la Baja en 1911: la diversidad social" y "Filibusterismo y anexión: una larga historia en Baja California", están dedicados a los antecedentes y el contexto histórico regional. Los siguientes seis tienen que ver con el análisis de los sucesos ocurridos entre enero y junio de 1911 en el norte bajacaliforniano: "La toma de Mexicali: detalles de una revolución"; "¡Ahí vienen los filibusteros!"; "Los permanentes conflictos internos. Valle de Mexicali y Valle Imperial: una relación conflictiva"; "Los bajacalifornianos: resistencia y descontento"; "Tijuana: magonismo, maderismo y filibusterismo" y "Entre el magonismo y el maderismo". El último capítulo, titulado "Los últimos intentos de rebelión en 1911", trata sobre algunos hechos posteriores a junio del año citado y relacionados con los eventos y movimientos político–militares previos, y que son el núcleo del denominado "movimiento armado de 1911".

Parece desproporcionado dedicar 650 páginas al estudio de un conjunto de acontecimientos políticos, sociales y militares ocurridos entre el 29 de enero y el 2 2 de junio de 1911, es decir alrededor de cinco meses, entre los pueblos de Mexicali, Tecate, El Álamo y Tijuana, la parte más septentrional del entonces Distrito Norte de la Baja California. Esta apreciación se justificaría si el libro se refiriera a los sucesos y sujetos aislados, pero poco a poco, se comprende que la intencionalidad del autor es otra. Samaniego plantea, que "la presente obra tiene como intención demostrar cómo un movimiento armado con diferentes objetivos, en el contexto general de la Revolución Mexicana y de las relaciones México–Estados Unidos, fue considerado como anexionista" (p. 12).

Sin embargo, es en las conclusiones donde los lectores, en especial los historiadores, confirmarán lo que se fue desplegando en los capítulos, sobre todo a partir del tercero, y es que el estudio está centrado en el análisis de los discursos, tanto de los historiadores como de los participantes en el denominado movimiento armado de 1911, pero primordialmente del elaborado por los editores de los periódicos principales del sur de California, que como lo demuestra el autor se suman a los sujetos históricos de la época, e indica que "no se ha establecido que hubo profundas diferencias entre las empresas periodísticas, que resultan definitivas para comprender el sentido de la información que proporcionan" (p. 243).

Así, Nacionalismo y revolución es un estudio de los textos generados durante y después de 1911, Samaniego indica: "Los textos reflejan y generan realidades sociales, están constituidos y a su vez constituyen las formaciones sociales discursivas que sostienen, resisten, impugnan o buscan transformar. Es decir, no están ahí porque sí, sino que fueron escritos con un fin, como parte de discusiones o propuestas en el contexto en que fueron elaborados y, por tanto, debemos entender sus fines" (p. 628).

Lo mismo sucedería con Nacionalismo y revolución, es indudable que si estas apreciaciones y definiciones de la intencionalidad de la obra reseñada hubieran aparecido en la introducción y en el título, el encuentro del lector con ella sería diferente. Se trata de una estrategia narrativa escogida por el autor, igual de válida que cualquier otra, aunque supeditada a un lector–destinatario específico, que no es explícito, que sería el seguidor de las diferentes explicaciones consagradas socialmente (magonismo versus filibusterismo), así como a historiadores que han apoyado alguna de estas posturas opuestas.

El autor nos presenta varias discusiones sobre las construcciones explicativas de lo que aconteció entre el 29 de enero y el 22 de junio de 1911 en el Distrito Norte de la Baja California, pero también acerca de las aportaciones que éstas tuvieron en la conformación de los imaginarios sociales desde entonces hasta el presente. Así, en una estructura narrativa en apariencia lineal en lo temporal, de los capítulos tres al nueve, de enero a diciembre de 1911 (con algunas referencias a hechos posteriores hasta 1913), se van analizando y explicando los acontecimientos para distanciar la propuesta del autor de los dos grandes esquemas explicativos: se trató de un movimiento magonista o uno filibustero. Además, estaría un tercer frente de deslinde académico, dedicado a las interpretaciones de la documentación por parte de los historiadores, que favorecen a alguno de los esquemas.

Entendida esta estructura de la obra Nacionalismo y revolución, el lector puede apreciar el hilo conductor que le permite a Samaniego expresar su interpretación de los sucesos y delimitar su postura frente a las conocidas de ellos hasta ahora, ya sea por historiadores, cronistas, partidarios o detractores de uno y otro bando, facciones o grupos socioétnicos. Hay que tomar en cuenta este enfoque, ya que en varias secciones existe una reiteración aparente de las argumentaciones sustentadas, que culminan en expresiones como: "De allí que estemos en desacuerdo con la hipótesis de que Velasco Ceballos fuera el inventor de la tesis de filibusterismo" (p. 227).

La lectura de esta obra es útil para los interesados en lo acaecido en 1911 en el Distrito Norte de la Baja California, así como para quienes buscan conocer las formas de lucha del inicio de la denominada Revolución Mexicana en el territorio nacional. Además, es un libro que los estudiantes de historia deben conocer para comprender las formas y estrategias interpretativas elaboradas por los historiadores en un marco más amplio, que una tendencia neopositivista enmascarada en la explicación profusa y detallada de los acontecimientos. Toda descripción debe estar acompañada de una interpretación de los significados de las acciones humanas en un tiempo y un espacio históricamente determinados, pero además de una definición del lugar desde donde escribe el estudioso.

Samaniego señala que cuando queremos encontrar lo que deseamos, lo logramos sin importar las evidencias contrarias. Si se quiere demostrar que el movimiento armado de 1911 en el Distrito Norte de la Baja California fue filibustero, magonista, maderista o revolucionario, se pueden encontrar documentos que apoyen esta hipótesis, pero se tendrán que ignorar las demás evidencias que no encajan con nuestra supuesta "verdad histórica", que es sólo nuestra interpretación de lo ocurrido, condicionada por una intencionalidad producto de nuestra historicidad como sujetos sociales. Es por ello que él introdujo a dos actores tradicionalmente olvidados por las corrientes explicativas predominantes: los indígenas y rancheros locales. Sobre los primeros, él indica que: "destacarlos es importante, porque su participación compromete seriamente las dos versiones" (p. 630), así como la colaboración de los rancheros locales, o más bien de los habitantes bajacalifornianos involucrados en las actividades político–militares.

Esta obra nos enfrenta a las interpretaciones de los historiadores, una de las discusiones relegadas del quehacer historiográfico, pero además a la utilización de la metodología como instrumento de delimitación de los objetos de estudio, que son resultado de consensos entre los participantes de la historia, y que algunos los dan por hecho para "explicar" los acontecimientos y sujetos históricos. Nacionalismo y revolución propone la necesidad de impulsar más el trabajo de reconstrucción, construcción y deconstrucción de los sucesos y sujetos de los grupos humanos en el pasado.

Por otra parte, es interesante cómo algunos lectores, especializados en los siglos XVIII y XIX de la misma región, encontramos en las incongruencias aparentes de las formas de actuación de los sujetos históricos del movimiento armado de 1911, sobre todo de los rancheros e indígenas del septentrión del Distrito Norte de la Baja California, expresiones de imaginarios sociales propios del siglo XIX, en especial las que pudieran interpretarse como filibusterismo anexionista. Lo que nos llevaría a la necesidad de realizar el estudio hasta ahora pospuesto sobre el filibusterismo decimonónico estadounidense, durante el periodo denominado antebellum o lapso anterior a la guerra de Secesión (1861), donde el Destino Manifiesto motivó toda una corriente ideológica entre los "jóvenes estadounidenses" de búsqueda de riqueza y gloria fuera de sus recién establecidas fronteras, que los llevó a atacar Hawai, Canadá, Cuba, México y Centroamérica. Nacionalismo y revolución hace evidente que esta forma de filibusterismo, a inicios del siglo XX, seguía teniendo seguidores entre adolescentes estadounidenses que buscaron enlistarse con los "insurgentes" en Tijuana, de acuerdo con la información difundida por el San Diego Sun de que "había muchos jóvenes en el grupo; incluso indicó que una tercera parte eran estudiantes de las universidades de Yale, Harvard y Princeton" (pp. 490–491).

Pero además, seguía presente el recuerdo de la expedición filibustera de Willian Walker al septentrión del entonces Partido Norte de la Baja California (1853–1854), y que en general perjudicó ala costa occidental, donde Emilio Guerrero estuvo atacando a rancheros, colonos y comerciantes en 1911, ya que su efecto económico, político y demográfico fue devastador para la región. Como ejemplo, se puede señalar que para 1855 se estima una población no indígena, es decir de rancheros, colonos y sus familias en alrededor de 3 72 personas. En 1870, seis rancheros iniciaron una serie de juicios contra el gobierno estadounidense por los daños causados por Walker y su gavilla, al violar las leyes de neutralidad y el monto solicitado fue de 5 544 110 pesos. Esta cantidad indica una estimación elevada del daño causado por el filibusterismo decimonónico a los habitantes de esta zona.

Samaniego utiliza un aspecto interesante, como las referencias sobre las leyes de neutralidad, como si fueran asuntos separables de los movimientos filibusteros, por ejemplo cuando señala que "el cónsul de México en Los Angeles contrató a un investigador, Fred A. Rico, pero éste llevaba la encomienda de encontrar pruebas de que se violaban las leyes de neutralidad, no de filibusterismo" (p. 327). La denominada Ley de Neutralidad se refiere a la promulgada en 1818, en la cual se establecía como un delito menor invadir, atacar o suministrar medios desde el territorio de Estados Unidos para cualquier expedición militar que se realizara contra territorios o dominios de cualquier Estado–nación, colonia, distrito o personas con las cuales el gobierno estadounidense se encontrara en paz. Dicho delito era castigado con multas de hasta tres mil dólares o con prisión de hasta tres años. En los juicios realizados durante el siglo XIX y principios del XX, la argumentación legal era la violación a las leyes de neutralidad y no cargos por filibusterismo, aunque ambos caían en la misma categoría. Para las autoridades californianas siempre fue muy difícil saber a quiénes correspondía aplicarlas, y esa es otra herencia decimonónica regional.

Por último, los historiadores debemos reconstruir los periodos y sociedades en estudio en su propio devenir histórico, para comprender, deconstruyendo la información disponible de esa época y posteriores, lo que significaban y representaban los sucesos que estaban viviendo y las circunstancias que condicionaran su respuesta, como lo hace Nacionalismo y revolución: los acontecimientos de 1911 en Baja California.

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