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Región y sociedad

versión On-line ISSN 2448-4849versión impresa ISSN 1870-3925

Región y sociedad vol.20 no.41 Hermosillo ene./abr. 2008

 

Nota crítica

 

¿Cuál triángulo sonorense?

 

Ignacio Almada Bay*

 

* Profesor–investigador del Centro de Estudios Históricos de Región y Frontera de El Colegio de Sonora. Correo electrónico: ialmada@colson.edu.mx

 

¿Qué tan violenta fue la Revolución Mexicana? ¿Qué tipos de violencia se registraron? ¿Cuál fue la naturaleza de la violencia de las elites y cuál la de las bases —ésta también denominada "social" o difusa—? ¿Cuál fue el papel de los revolucionarios provenientes del estado de Sonora? Estas y otras preguntas se podrán responder con mayor precisión gracias a las nuevas biografías de los generales José María Maytorena (1867–1948), Manuel M. Diéguez (1874–1924), Plutarco Elías Calles (1877–1945) y Francisco R. Serrano (1889–1927), escritas por Laura Alarcón Menchaca (2004), Mario Aldana Rendón (2006), Jürgen Buchenau (2007) y Pedro Castro (2005).

Francisco Roque Serrano Barbeytia nació en la cuña de Sinaloa, Sonora y Chihuahua, en un rancho ubicado en el distrito de El Fuerte, cerca de las pequeñas localidades de Toro y Baca que sobrevivían del tráfico de la ciudad de El Fuerte con Chínipas, Chihuahua. En 1894, su familia se avecindó en Huatabampo, en el bajo río Mayo, distrito de Álamos, Sonora; de 1912 a 1913 fue secretario particular del gobernador José María Maytorena; en la primavera de 1913 se incorporó a las órdenes de Álvaro Obregón Salido, para combatir al ejército federal huertista; aquí se selló la vinculación más duradera sostenida por Serrano en la revolución: fue subordinado directo de Obregón —jefe de su Estado Mayor durante las campañas victoriosas de 1914–1915— casi de manera continua entre 1913 y 1924. Serrano fue oficial mayor de la Secretaría de Guerra en 1916 con el presidente Venustiano Carranza, subsecretario de Guerra en 1920 con Adolfo de la Huerta y luego con Álvaro Obregón (1920–1924), prosiguió una carrera de ascensos con éste como encargado del despacho y luego como secretario del ramo. Alejado Serrano del Gabinete presidencial del general Calles por una comisión de estudios a Europa y luego incorporado como gobernador del Distrito Federal, de junio de 1926 a junio de 1927, desde 1925 empieza la etapa de oscilante tensión entre Obregón, Calles y Serrano como parte de la sucesión presidencial de 1928. Puede ubicarse el rompimiento público entre Serrano y Obregón en el verano de 1927, que tras un periodo estrujante de tres meses culminó con el asesinato de Serrano y trece de sus colaboradores y simpatizantes en Huitzilac, Morelos, el 3 de octubre de 1927, a manos de unos militares a las órdenes del Presidente de la república.

La noticia de los crímenes de Huitzilac —conocidos así y no como los de Tres Marías, el otro caserío contiguo al lugar de los hechos— provocó en Martín Luis Guzmán —a la sazón en Madrid— escribir de una tirada La sombra del caudillo. Puede decirse que desde entonces la representación dominante de los asesinatos de Huitzilac es una reiteración de la responsabilidad de Calles y Obregón, con variantes en el grado en que la comparten. Ahí, usualmente, la figura de Serrano pasa de manera instantánea de la frivolidad al martirio. La matanza de Huitzilac vino a quedar, entre las clases medias ilustradas, como uno de los grandes crímenes políticos de México, junto con las de Tacubaya en la guerra de Reforma y la de Veracruz en el porfiriato (El Día gráfico moderno, 12 de agosto, 1935).1

Este libro de Pedro Castro, A la sombra de un caudillo. Vida y muerte del general Francisco R. Serrano (2005), cuenta con nueve capítulos, prólogo, epílogo, notas, bibliografía e iconografía, y es una vindicación de Francisco R. Serrano y de su papel en la Revolución Mexicana, mostrando que había margen de maniobra a la sombra del llamado triángulo sonorense —incluido el vértice del caudillo— para aspiraciones más personales. Sin ambages, el autor reconoce que sin la "ayuda y apoyo" de Reynaldo Jáuregui Serrano —sobrino carnal del general y hermano de una de las víctimas sacrificadas en Huitzilac— "este trabajo no habría podido escribirse" (p. 91). Otra de las obras de Castro es una vindicación de Adolfo de la Huerta, como individuo y como político (Castro 1998). Aquí pasa revista a la coyuntura de la sucesión presidencial 1923–1924 y al papel de Serrano, como secretario de Guerra, en el hostigamiento al delahuertismo político y luego en el combate a la llamada rebelión delahuertista (pp. 69–88).

La biografía de Francisco, Pancho, Serrano realizada por Pedro Castro tiene, entre otros, los siguientes puntos fuertes: la consulta de diversas y amplias fuentes primarias —como el borrador de las memorias de Jorge Prieto Laurens y reportes de los servicios de espionaje del general Calles—, colecciones hemerográficas —en las cuales sobresale el rescate de una serie de artículos de José C. Valadés sobre el archivo de Serrano, aparecidos en 1935 en La Prensa de San Antonio, Texas— y fuentes secundarias; y la interpretación del autor ofrece ángulos poco conocidos de Serrano, como su postura firme y articulada a favor de la negociación del presidente interino Adolfo de la Huerta, para la pacificación de Francisco Villa en el verano de 1920, ante la reprobación abierta del general Obregón —presidente en ciernes— (pp. 51 –52), la oposición pública de Serrano al establecimiento del servicio militar obligatorio que éste tomaba como embrión de un militarismo pernicioso en el entorno de una reforma del Ejército en 1925, ventilada en la prensa de la capital (pp. 93, 98–100) y la importancia económica de difundir en Europa alimentos y artículos industriales producidos en México, avizorada por Serrano hacia 1926 (p. 95).

Este libro lleva a preguntarse acerca de la dinámica interna del llamado triángulo sonorense (1920–1923), formado por Obregón, Calles y De la Huerta y de los integrantes de su entorno, sobre todo de los provenientes de Sonora. En un contexto de institucionalización incipiente, de ancha descentralización, de debilidad de la autoridad civil, de una fragmentación reciente del poder, ¿qué otros elementos, como los de raíz cultural, podrían explicar las pugnas sucesivas por el poder registradas en 1920,1923–1924, 1927 y 1929, con participación visible de los jefes revolucionarios de Sonora? ¿No hay una decadencia apreciable —en el análisis del entorno, en la enumeración de agravios— notable hasta en la retórica, entre el Plan de Agua Prieta dirigido contra Carranza y Bonillas —un golpe de Estado exitoso— en 1920 y el Plan de Hermosillo en 1929, lanzado para deponer a Portes Gil y ajusticiar a Calles? En estos años, ¿no son los operadores del sofocamiento de una rebelión que dirime una sucesión presidencial, las cabezas del siguiente levantamiento? ¿No son los asesinatos de Serrano y los trece miembros de su comitiva y la persecución y fusilamiento de Arnulfo R. Gómez y seguidores en 1927 una prueba de vocación fraticida, de un baño de sangre hermana?

Veamos un patrón paradigmático de este degüello de deudos: el candidato presidencial general de división Arnulfo R. Gómez (1890–1927), navojoense, fusilado en el panteón de Coatepec, Veracruz, al lado de su sobrino carnal y socio en negocios en Tamaulipas, el coronel Francisco Vizcarra Gómez —subjefe del Estado Mayor Presidencial de Calles por seis meses— (Excélsior, 6 de noviembre, 1927),2 por un pelotón, a las órdenes de su paisano y ex subordinado coronel Manuel de Jesús Limón Márquez, primo del general Obregón por la rama Palomares.3 El general José Gonzalo Escobar dirigió la operación de aplastamiento de este brote rebelde, apoyado en dos destacamentos de guardias presidenciales al mando del general Gilberto R. Limón Márquez, que formaron el pelotón de fusilamiento (El Universal, 6 de noviembre, 1927).

Arnulfo R. Gómez fue el brazo derecho de Benjamín Hill y Calles en la defensa de Naco, durante el asedio prolongado y tenaz de esta plaza de septiembre de 1914 a enero de 1915 por las fuerzas yaquis de Maytorena y había sido herido en combate; estaba casado con Encarnación Elías, presunta pariente del general Calles (El Universal, 7 de noviembre, 1927). La estela represiva alcanzó al general de brigada José J. Obregón Salido, quien fue puesto en disponibilidad (El Universal, 25 de octubre, 1927). Causaron baja del Ejército el coronel de caballería Carlos T. Robinson, el teniente coronel Joaquín Urrea Quiróz y el capitán José S. Obregón Esquer, también originarios del distrito de Álamos (El Universal, 11 de noviembre, 1927). En contraste, el subjefe del Estado Mayor Presidencial, coronel Ramón F. Limón Márquez, observa desde el balcón presidencial del Palacio Nacional el desfile de las fuerzas llegadas de Veracruz, luego de fusilar a Gómez y aplastar otros focos de los denominados "rebeldes gomistas–serranistas" (El Universal, 13 de noviembre de 1927). Gilberto R. Limón será secretario de la Defensa Nacional (1946–1952) en el primer periodo presidencial encabezado por un civil, el licenciado Miguel Alemán Valdés, hijo del general del mismo nombre, quien secundó la rebelión anticallista de marzo de 1929 y fue muerto ese mismo mes (Segovia y Lajous 2002, 195).

Pedro Castro practica un inventario semejante —incluyendo los vínculos en inversiones y negocios— en torno a los masacrados en Huitzilac y asesinados en otras partes del país, como el general Alfonso de la Huerta en Sonora —hermano de Adolfo— y de Margarito Gómez, hermano de Arnulfo, además de lazos diversos entre estas redes, como el matrimonio de Lamberto Obregón Salido con Amelia Serrano Barbeytia (pp. 188–252). Este censo confirma un patrón de alianza y animadversión incrustado en la médula de las redes del breve triángulo sonorense y su desfile sangriento.

Los hechos consumados, el homicidio justificado, el apetito por los despojos, los arreglos infrajudiciales o extralegales, el predominio de los particulares, las alianzas con facciones de indios nativos, el familismo —la hegemonía de la familia en la formación de las alineaciones para posicionarse frente a un conflicto o para defender intereses—, eran prácticas extendidas entre el común de la población de Sonora, debido en parte al aislamiento de la región durante el siglo XIX —que se rompe en el porfiriato—; a la violencia endémica por el combate con apaches, filibusteros, indios nativos rebeldes y entre las elites, como en la lucha prolongada por la ubicación de la capital de la entidad y a la ocupación de facto —sin títulos— de los bienes de los indios, misiones y vecinos desaparecidos o aniquilados (Almada Bay 2006).

La implantación tardía y débil de las instituciones estatales en este espacio, donde la Iglesia no fue ni la gran educadora ni la gran propietaria, coadyuvó a que la familia fuera la única institución reproducible y extendida, cuyo modelo fue aplicado a las luchas políticas —que tratándose de alianzas daba la ventaja de la incorporación de redes compactas fundadas en la consanguinidad, el matrimonio, el compadrazgo y el paisanaje— tenía la desventaja de que en caso de conflicto interno grave, éste llevaba al desconocimiento del padre, hermano o hijo que tomara parte en el bando contrario y la única forma de zanjar la disputa era la desaparición física: la muerte o el exilio. No había puente o árbitro componedor eficaz, sólo el resentimiento insaciable que provocan los agravios entre familiares o viejos allegados. La búsqueda de sentido para el sufrimiento y la derrota por los supervivientes perdura por generaciones.

Por otra parte, un conjunto de datos a lo largo del libro fortalece la hipótesis de una relación ambigua Obregón–Calles, sustentada en la conveniencia mutua y el recelo, eficaz políticamente, sin que hubiera conocido una etapa de confianza y credulidad, como la que Calles y De la Huerta sostuvieron unos años al grado de encargarse las familias.

Una veta para la mejor comprensión de los objetos de estudio de este texto es diferenciar las representaciones que han suscitado Serrano, Huitzilac, Calles y Obregón, entre distintas generaciones o contextos.

Este libro de Pedro Castro invita a replantear el análisis del llamado triunvirato o triángulo sonorense, incluyendo las sucesiones presidenciales conflictivas de 1920, 1924 y 1928.También es recomendable para despertar el interés de las nuevas generaciones por aquellos hechos terribles de 1927, con la guerra cristera de trasfondo, cuyo filo polémico hacía que el mantel de la mesa oliera a pólvora en casa de mi padre.

 

Archivos

Archivo Histórico de la Secretaría de la Defensa Nacional.

 

Bibliografía

Alarcón Menchaca, Laura. 2004. José María Maytorena. Una biografía política. Tesis de doctorado, Universidad Iberoamericana–Santa Fe. (En proceso de edición).        [ Links ]

Aldana Rendón, Mario. 2006. Manuel M. Diéguez y la Revolución Mexicana. Zapopan: El Colegio de Jalisco.        [ Links ]

Almada Bay, Ignacio. 2006. Ilícitos, solidaridades y tradiciones locales en la construcción de una identidad territorial en la frontera norte de México. ¿Sonora, una tierra de excepción? Ponencia presentada en el Panel 25 "Fronteras y frontera en el septentrión novohispano–mexicano, 1750–1885, de la XII Reunión de historiadores mexicanos, estadounidenses y canadienses, Vancouver.        [ Links ]

Buchenau, Jürgen. 2007. Plutarco Elías Calles and the Mexican Revolution. Lanham: Rowman & Littlefield Pub. Co.        [ Links ]

Castro, Pedro. 2005. A la sombra de un caudillo. Vida y muerte del general Francisco R. Serrano. México: Plaza Janés.        [ Links ]

––––––––––. 1998. Adolfo de la Huerta. La integridad como arma de la revolución. México: Universidad Autónoma Metropolitana–Siglo Veintiuno Editores.        [ Links ]

Excélsior. 1927. 6 de noviembre.        [ Links ]

El Día gráfico moderno. 1935. 12 de agosto.        [ Links ]

El Universal. 1927. 13 de noviembre.        [ Links ]

––––––––––. 1927. 11 de noviembre.        [ Links ]

––––––––––. 1927. 7 de noviembre.        [ Links ]

––––––––––. 1927. 6 de noviembre.        [ Links ]

––––––––––. 1927. 25 de octubre.        [ Links ]

Pesqueira, Héctor A. 1998. Parentescos extendidos de Sonora. Hermosillo: edición del autor.        [ Links ]

Segovia, Rafael y Alejandra Lajous. 2002. La rebelión escobarista. En Jorge Ibargüengoitia. El atentado. Los relámpagos de agosto, coordinado por Juan Villoro y Víctor Díaz Arciniega, 189–199. Madrid: Edición Crítica.        [ Links ]

 

Notas

1 Con el título "¡Ejecútelos! dijo Calles y mataron a Francisco Serrano y a sus amigos. Relato del Gral. Fox sobre la muerte de estos connotados revolucionarios". El contenido se refiere mayormente al relato que hizo en septiembre de 1933 el general Claudio Fox al ingeniero Vito Alessio Robles. Archivo Histórico de la Secretaría de la Defensa Nacional, Cancelados, Francisco R. Serrano, foja 1819.

2 Se le halla implicado en los preparativos de un atentado contra los diputados partidarios de De la Huerta, en otoño de 1923, donde a balazos caerían asesinados varios de ellos. El diputado Martín Luis Guzmán denuncia el complot, lo que le lleva a un ríspido intercambio en la prensa con el secretario de Guerra, el general Serrano. La responsabilidad de la trama se achaca al jefe de la guarnición de la Ciudad de México, general Arnulfo R. Gómez (Castro 2005, 69–72). A partir de ésta, la consulta de periódicos y recortes de prensa proviene del Fideicomiso Archivos Plutarco Elías Calles y Fernando Torreblanca, Archivo Joaquín Amaro.

3 Para el parentesco de los hermanos Limón Márquez con Obregón, véase Pesqueira (1998) y testimonio recogido por Manuel Hernández Salomón, cronista de Navojoa en octubre de 2006.

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