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Región y sociedad

versión On-line ISSN 2448-4849versión impresa ISSN 1870-3925

Región y sociedad vol.19 no.38 Hermosillo ene./abr. 2007

 

Reseñas

 

José Luis Moreno Vázquez (2006), Por abajo del agua. Sobreexplotación y agotamiento del acuífero de la Costa de Hermosillo, 1945–2005

 

Hermosillo, El Colegio de Sonora, 507 pp.

 

Luis Aboites Aguilar*

 

* Profesor–investigador del Centro de Estudios Históricos de El Colegio de México. Correo electrónico: laboites@colmex.mx

 

El libro del geógrafo e historiador José Luis Moreno Vázquez es sugerente y crítico; además de documentar la brevísima historia de un distrito de riego por bombeo (hecha por primera vez en México), invita a la reflexión sobre problemas del agua y propicia el análisis sobre la historia general de este país, durante el siglo XX y la situación a inicios del XXI.

La obra cuenta una historia breve, densa y compleja; trata de cómo en unos cuantos años empresarios, jornaleros, colonos, ejidatarios, políticos, burócratas, ingenieros, comerciantes y demás dieron vida al distrito de riego de la Costa de Hermosillo. El aspecto medular es la explotación del agua subterránea que hizo posible la apertura de 70 mil hectáreas al cultivo en una década (de 1945 a 1955), gracias a la perforación y puesta en operación de casi 500 pozos profundos. Con base en una diversidad de recursos metodológicos y fuentes de información, por ejemplo la sugerente y hasta pedagógica visión de cuenca hidrográfica, el autor arma un relato convincente sobre la manera en que vio la luz esta nueva área agrícola del próspero noroeste, en el periodo de gran crecimiento económico conocido como el "milagro mexicano". Este texto debe colocarse en la lista de trabajos de primera línea que versan sobre la agricultura del noroeste del país; tales como el de Jacques Chonchol, de 1957 y el de Cynthia Hewitt de Alcántara, de 1976.

El argumento central tiene que ver con la algarabía de un grupo pequeño de beneficiarios del negocio agrícola, en principio compuesto por el cultivo de trigo y algodón, que lograron forjar condiciones inmejorables para manejar casi a su antojo los factores indispensables de su actividad productiva. Como buenos patriarcas, creyeron controlarlo todo: la fuerza de trabajo, el poder político y el agua. Pero también, como es común que les ocurra a los patriarcas, pronto algo se salió de control, en este caso el agua subterránea. El síntoma inicial fue el abatimiento del nivel del acuífero, lo que hizo más costosa la extracción y la producción agrícola. Surgieron voces que alertaron sobre los riesgos de continuar con semejante ritmo de extracción, especialmente del gobierno federal. Éste tomó medidas: vedas, reglamentos, planes de reducción de la extracción y de la superficie irrigada, y dispuso la instalación de medidores para conocer con alguna exactitud el volumen extraído. Aquí empiezan las sorpresas: no le hicieron caso al gobierno federal. El segundo síntoma y más grave, fue la aparición de otra clase de agua, la del mar, que inutilizó una cantidad considerable de hectáreas, propiedad de los agricultores más pequeños, quienes tuvieron que irse.1 Entonces, los grandes, ubicados hacia el centro del distrito de riego, quedaron a salvo, pues le hicieron caso al mar, no tanto al gobierno federal. El autor explica que el abatimiento y la intrusión salina obedecieron al régimen de explotación del acuífero: durante años se extrajo mucha más agua que la recarga natural, más de mil millones de metros cúbicos contra 350.También explica algo que debe ser estudiado con más detalle: las mentalidades. La noción de que el agua subterránea era infinita, en parte porque no se ve, era una verdad a mediados del siglo XX en todo el planeta.

La historia del agua subterránea de la Costa de Hermosillo se ubica en lo que Eric Hobsbawm llama "la época de oro", esto es, la expansión capitalista vertiginosa de la posguerra, la era de progreso cimentada, entre otras cosas, en el optimismo tecnológico o la capacidad de la humanidad de dominar la naturaleza. En el caso de esta zona sonorense, afirma Moreno Vázquez, se trata de una explotación minera del agua subterránea, que consistía simplemente en extraerla hasta agotarla, si es que eso llegaba a ocurrir algún día, cosa que nadie creía. Las opiniones tan calificadas como la de Jorge L. Tamayo, quien pensaba que se podía seguir sobreexplotando el acuífero, porque en pocas décadas podría disponerse de agua de Alaska o Nayarit son impactantes y hasta conmovedoras (p. 264). No se trata de enjuiciar, sino de comprender la lógica de la organización social y política y las mentalidades, que daban paso a una manera concreta de percibir la relación hombre–naturaleza en un periodo determinado. El autor pudo llevar su argumento por el lado del juicio (el científico juzga a la sociedad y a la historia, pero también la geografía y la antropología nos juzgarán, absolverán, enterrarán o resucitarán). Pero, por suerte, el autor no lo hizo y prefirió escribir este libro de más de 500 páginas para tratar de entender los hilos que movieron de ese modo y no de otro a la Costa de Hermosillo.

La obra de Moreno Vázquez cumple con lo que cabe esperar de un trabajo interesado en las cosas del agua, es decir, que además del estudio detallado de los usos del agua vaya más allá y se asome, desde la perspectiva peculiar ofrecida por esta clase de estudios especializados, a fenómenos más amplios y complejos, que son cuando menos cuatro.

 

El desarrollo de la ciencia: la geohidrología

Estudiar los usos del agua lleva, casi por necesidad, a nutrirse de las ciencias llamadas duras, en este caso la geohidrología. El repaso de los estudios geohidrológicos realizados en esta zona sonorense es una de las partes mejor logradas del libro, específicamente el apartado "La recarga y la intrusión salina: los temas de interés en los estudios sobre el acuífero" (pp. 258–287).Tal repaso no sólo nos enseña una manera de acercar disciplinas científicas, la siempre reivindicada interdisciplinariedad, a partir de un problema concreto, sino que revela las posibilidades de nutrir un argumento historiográfico, sociológico o geográfico con los indicios y hallazgos de aquellas disciplinas. Al hacerlo así, Moreno Vázquez nos enseña y deja ver las ventajas de esa ampliación de perspectiva. El autor supo sacar partido de la actividad geohidrológica, y plantear un problema de investigación importante: el desarrollo de la ciencia en México. Sostiene que en particular dos de los estudios geohidrológicos realizados en la Costa de Hermosillo sirvieron para dar un respaldo "científico" al patrón de extracción de agua, es decir, se sumaron a la fuerza económica de los beneficiarios del negocio agrícola, basado en la sobreexplotación del acuífero. Surge la duda de si la geohidrología, como actividad científica, sólo puede ganar presencia y legitimidad si acaba diciendo lo que los grupos económicos más poderosos quieren escuchar. Por ejemplo, la existencia de un segundo acuífero, según reveló el estudio de 1968, renovó ánimos, optimismos y justificaciones para continuar con el modo de extraer agua subterránea. ¿Es tan clara la conexión entre ciencia y economía? Cabe preguntarse si había alguna diferencia entre la geohidrología privada y la gubernamental. ¿Era más "científica" una que otra? Y más en general, ¿cuál es la contribución de la geohidrología y de otras ingenierías a la expansión de los usos del agua en general? ¿No debería hacerse un análisis pormenorizado del desarrollo de las ingenierías desde la perspectiva de las ciencias sociales, de la historia? Seguir la huella de la mecánica de suelos, iniciada en México por la Comisión Nacional de Irrigación, y relacionarla con la formación y expansión de Ingenieros Civiles Asociados (ICA), el gigante de la construcción, es apenas un ejemplo.

 

La relación oligarquía–Estado

Uno de los aspectos más destacados del libro es su énfasis en la desigualdad social, en la concentración de tierras, pozos y aguas que explican el lugar privilegiado de unas cuantas familias de notables. No se habla de "usuarios" o "sociedad", tampoco de "actores", sino con todas sus letras de un grupo de familias privilegiadas de distintas maneras.2 Desde el principio, el autor nos alerta y organiza su exposición sin perder de vista a esas familias. Lo anterior es importante no sólo porque el uso y abuso de términos como usuarios disimula las profundas desigualdades sociales. Además, es primordial porque marca una crítica con respecto a los enfoques de otros libros sobre cuestiones de agua.

A algunos estudiosos del agua nos encanta insistir en el poderío del Estado, en la fuerza que le da su capacidad de gasto e inversión, sus políticas e instituciones, su burocracia y controles corporativos. En cambio, en este libro aparece un Estado que en general dejaba hacer a los grandes agricultores y, más aún, que contribuyó de distintas maneras a garantizarles el éxito con subsidios, carreteras, etcétera. Y entonces surgieron dudas sobre dicho poderío: el Estado de la Revolución de 1910 no pudo reducir la extracción de agua, ni las vedas alcanzaron su propósito, tampoco logró la instalación o el buen funcionamiento de los medidores, para conocer con mayor precisión el volumen de extracción.

En la conclusión, el autor señala que los agricultores aumentaron o disminuyeron la extracción de agua de acuerdo con la posibilidad de obtener ganancias crecientes, sin atender a normas o disposiciones gubernamentales ni criterios de cuidado ambiental. Entonces, si estos grandes agricultores a final de cuentas hicieron con el agua subterránea lo que les vino en gana, ¿acaso sugiere el autor que al hacer investigaciones precisas sobre los distritos de riego se encontrará una fortaleza oligárquica poco conocida y menos entendida; y al mismo tiempo, un Estado mucho más constreñido y hasta débil en cuanto al manejo y explotación de los recursos naturales, rasgos también poco estudiados y menos entendidos? Y las preguntas sobran: ¿esta relación oligarquía–Estado sólo se aprecia en la Costa de Hermosillo?, ¿y sólo en materia de aguas? Se comprenderán sin dificultad las implicaciones teórico–conceptuales que pueden resultar del desahogo empírico de este tipo de interrogantes. Sería voltear de cabeza el paradigma predominante acerca del poder del Estado mexicano posrevolucionario, y todavía más en materia de usos del agua. Implicaría por supuesto preferir, como hemos hecho algunos, estudiar a las principales redes de familias y no al Estado. Hace años conocí o supe de la existencia de dos grandes archivos de dos distritos de riego de primera importancia: Valle del Yaqui y Mexicali. ¿Qué nos dirían esos papeles?

 

Ambientalismo y desigualdad

El tercer fenómeno general es el ambientalismo contemporáneo y su ingrediente primordial: la escasez de agua. En la Costa de Hermosillo la disminución drástica de la extracción de agua subterránea y la consecuente reducción de la superficie cultivada, ocurridas después de 1970, se explican por el temor al mar y por la adopción de innovaciones tecnológicas que hacían más eficiente el consumo. Estos dos fenómenos ocurrieron en años de "vacas flacas" de los mercados agrícolas, no podía ser de otra manera. El autor advierte que la reducción de la extracción de agua y de la superficie cultivada tiene una dimensión claramente clasista, si puede decirse así: la intrusión salina afectó a los propietarios más pequeños de la orilla del distrito, y sólo los agricultores más pudientes adoptaron las innovaciones. El resultado es que, con los años, el proceso de reducción de extracciones y superficies ha desembocado en la concentración del agua en pocas manos, apuntalada además por disposiciones legales (Ley de Aguas de 1992), que legaliza la renta y venta de agua, y por la trasferencia del distrito de riego no a los usuarios ni a la sociedad, como reza el discurso gubernamental, sino a las familias de agricultores más importantes.

El autor señala que difícilmente puede hablarse de una escasez de agua, cuando existe la sobreexplotación de los acuíferos. Más que escasa, el agua está sobreconcesionada, mal utilizada, contaminada y muy mal regulada (p. 426). Lo que llama la atención es el manejo del discurso de la escasez, que parece manipularse para excluir a los más débiles y al mismo tiempo para darles razones a los que ya la tienen, para reclamar dotaciones de agua aún mayores. Por lo visto, que el agua escasee más que conducir a un manejo más cuidadoso y esmerado lleva ante todo a la concentración, y más allá a los privilegios y su refuerzo, de determinados grupos. Cabe la pregunta de si al concentrarse el agua se le cuidará mejor. Según entiendo, el autor sostiene que no. Esta caracterización, resultante del estudio de la Costa de Hermosillo, puede retomarse como hipótesis de trabajo para guiar una investigación amplia y urgente encaminada a mostrar si detrás del ambientalismo y el discurso de la escasez, tan costosos para el Estado y ciertos organismos internacionales y estudiosos del agua, presenciamos en general un movimiento poderoso de reapropiación y concentración del agua, un tema poco presente en la agenda académica. El problema es que si Moreno Vázquez tiene razón, en el futuro próximo habrá mucho discurso ambientalista, sobre la escasez de agua y la amenaza nacional y todo eso y, por abajo y al mismo tiempo, una concentración voraz de este recurso productivo, y por si fuera poco, cada vez más deteriorado.

 

Mentalidades

El último problema general, que también ameritaría una investigación detallada, se refiere a los dos grandes periodos que cubre el libro: el tránsito de la época optimista, de progreso sostenido y expansión, cuando las cifras crecen año tras año, y ello es muestra del buen rumbo general de la colectividad; a otra de pesimismo, de reducción y contracción, cuando las cifras decrecen año tras año, y ello es muestra del mal rumbo general de la colectividad. Las gráficas dos y tres (pp. 283 y 284) del libro son precisas: el pico de la curva de la extracción de agua y de la superficie cultivada se ubica en 1969–1970, y desde entonces sólo desciende. De alguna manera, esta zona sonorense se adelantó a la crisis general del capitalismo, cuyo inicio comúnmente se ubica en 1973. Me hubiera gustado que el autor reflexionara sobre los fenómenos que acompañan a una y otra época. Por ejemplo, en lo que se refiere a la noción del agua subterránea como infinita, el modo minero de extracción, la confianza ciega en la tecnología que llevaba a pensar que podía obtenerse agua de lugares muy distantes. Sobre la segunda época, por qué no reflexionar sobre la elaboración del pesimismo resultante de la naturaleza frágil del acuífero, de la reducción de la superficie cosechada, del empequeñecimiento del distrito de riego, luego de varios años de crecimiento sostenido espectacular. ¿Los discursos y posturas de las nueve familias también registran ese tránsito? Esta dimensión de la mentalidad mexicana debe trabajarse de alguna manera. Recuérdese que a partir de la década de 1970 (o 1968) se inicia la sucesión de crisis económicas y políticas, queda atrás el milagro mexicano y salvo el optimismo lopezportillista por la abundancia petrolera, la fantasía salinista de convertirnos en país primer–mundista o la democrática ilusión de 2000, cuando muchos pensamos que la cuestión electoral quedaba superada para siempre, el tono de estas últimas décadas ha sido más bien de pesimismo, alimentado con indicadores que van a la baja (cuando antes iban al alza) y con los que van al alza (pero deberían ir a la baja), como el deterioro ambiental y la desigualdad social.

Como es sabido por todos, el tema del agua da para muchas cosas. Este libro, cuya lectura recomiendo ampliamente, lo recuerda cuando nos pone a pensar no sólo en el agua de la Costa de Hermosillo sino en un conjunto de problemas generales del siglo pasado mexicano y de los primeros años del siglo XXI.

 

Notas

1 Es dramático observar las ruinas tan recientes en las zonas abandonadas por la intrusión salina. El abandono de tierras fértiles de cultivo en tan pocos años es un acontecimiento que quizá sea único en el país. Los sonorenses pueden enorgullecerse de muchas cosas, pero de esa no.

2 Al respecto, véase el magnífico libro de Stuart Voss sobre las familias de notables de Sonora en los siglos XVIII y XIX.

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