SciELO - Scientific Electronic Library Online

 
vol.12 número20Dos culturas bancarias en México: Estrategias bancarias nacionales y extranjeras después del TLCANEl antiguo régimen y la transición en México índice de autoresíndice de materiabúsqueda de artículos
Home Pagelista alfabética de revistas  

Servicios Personalizados

Revista

Articulo

Indicadores

Links relacionados

  • No hay artículos similaresSimilares en SciELO

Compartir


Región y sociedad

versión On-line ISSN 2448-4849versión impresa ISSN 1870-3925

Región y sociedad vol.12 no.20 Hermosillo jul./dic. 2000

 

Reseñas

 

Fernando Escalante Gonzalbo (1998), Una idea de las ciencias sociales

 

Laura Velasco Ortíz*

 

Colección Inicios en las Ciencias Sociales, no. 2, México, Paidós, 204 pp.

 

* Investigadora del Departamento de Estudios Culturales de El Colegio de la Frontera Norte. Se le puede enviar correspondencia a Blvd. Abelardo L. Rodríguez no. 2925, Zona del Río, Tijuana, B. C., C. P .22320. Correo electrónico: lvelasco@colef.mx

 

Las ciencias sociales enfrentan el nuevo siglo debatiéndose en medio de las mismas polémicas que nutrieron el pensamiento social del primer tercio del siglo XX. Ello, desde un punto de vista optimista no resultaría un problema si no fuera porque la mayoría de los que nos desarrollamos como investigadores, científicos, profesores y profesionistas en ese campo desconocemos cuáles son los ejes de esas polémicas. Al parecer, nuestras dificultades por comprender y decir algo sobre este mundo social derivan no sólo de su naturaleza, sino también de nuestra ignorancia de cómo se ha discutido sobre esa naturaleza. El libro de Fernando Escalante, Una idea de las ciencias sociales, nos introduce a las rutas de esas controversias que han dominado el desarrollo de las ciencias sociales en los últimos doscientos años. A la novedad de iniciarnos en dichas ciencias a través de sus polémicas se agrega la intención de hacerlo desde la lengua española. Bajo la idea de que el idioma con el que se reflexiona sobre un campo de conocimiento no es sólo instrumental, sino también parte sustancial de la interpretación y apropiación de las polémicas, emerge el tema de la originalidad del pensamiento asociado con el idioma en el que se construye.

Escalante agrupa bajo el título de ciencias sociales a disciplinas como la sociología, la antropología, la psicología y la ciencia política, dando por sentado el consenso que impera en el medio académico, y las separa de la economía y la historia. La delimitación de las fronteras disciplinarias nos acerca a algunos de los temas polémicos en el campo de las ciencias sociales: las formas de conocimiento y la pertinencia del método.

Respecto al primer tema, la necesidad de una ciencia de la sociedad surge de la antigua necesidad humana de una forma de conocimiento superior que ayudara a enfrentar la incertidumbre y la inseguridad. La dilucidación de antiguas formas de conocimiento mítico, religioso y jurídico nos hace dudar de la juventud de las ciencias sociales. La distinción de esas formas de conocimiento del conocimiento científico se dio bajo el sello de la modernidad occidental, y fue a su vez producto del proceso de diferenciación de las esferas públicas y privadas de la vida social. Este proceso de diferenciación estuvo marcado por condiciones tales como: 1. la institucionalización de un tipo de conocimiento que por ser de interés común se convertía en polémica en la plaza pública. No parece extraño que los primeros problemas que se trataran de resolver en esta esfera hayan sido el orden y la justicia; 2. la exigencia de pruebas susceptibles de ser contrastadas para dirimir los asuntos de interés público; 3. el acuñamiento del requisito de objetividad basado en la contemplación y distanciamiento del mundo social, como condición formal del conocimiento científico; y 4. la formalización de los procedimientos de control para lograr tal objetividad como fundamento de un conocimiento verdadero, o sea científico.

La distinción entre formas de conocimiento científico y no científico, en el marco de un volumen de las ciencias sociales, es novedoso y contribuye a aclarar la confusión que impera en ciertos círculos académicos acerca de que reconocer su estatus de "logos" es equipararlos. Como lo sugiere Escalante, la idea es cobrar conciencia de que existen diferentes formas de conocimiento, entre ellas el científico, y que no tiene ningún sentido tratar de equipararlas, sino más bien situarlas a cada una en su lugar y comprender su propia lógica y desarrollo histórico.

La construcción de una verdad común a un grupo humano, como conocimiento científico, requirió distinguir dos órdenes: el físico y el social. Precisamente, la idea de una ciencia social deriva de que aceptemos que existe algo invariable y común a todos los miembros de la especie humana que la distingue de la naturaleza. Sin embargo, esa invariabilidad ha estado sujeta a múltiples interpretaciones que hacen de las ciencias sociales un campo lleno de ambigüedades, equívocos y malentendidos. En la búsqueda de esta invariabilidad, el método ha jugado un papel central. La frontera entre el conocimiento científico y el no científico en la tradición naturalista no depende de su objeto, sino de sus procedimientos para llegar a la Verdad. Por ello la ciencia requiere un sólo procedimiento que perciba, ordene, explique y demuestre, bajo la hipótesis de la unidad de la razón. La unidad del método sigue siendo polémica para los científicos sociales. Entre las múltiples críticas a esa unidad destaca el hecho de que la actividad científica crea prácticas, recursos e intereses que afectan la idea de la ciencia. Por ello la demarcación científica puede ser un resultado de la convención de grupos, en cuyo seno no sólo está en juego la verdad, sino también el prestigio, el destino profesional y los estilos de vida.

El proceso de diferenciación de las formas de conocimiento no hubiera sido posible sin el proceso de secularización. A los dos grandes temas de interés común que definieron la esfera pública, como son el orden y la justica, se agregó el tema de la libertad. O sea la capacidad del ser humano para crear ese orden y esa justicia, así como para crear una conciencia de la libertad.

Según el autor, el orden social es el gran tema de las ciencias sociales. Alrededor de él se organizan las polémicas y disputas en torno a su interpretación y conceptualización. La idea de la existencia de regularidades significativas, formas y pautas previsibles domina el pensamiento social. Desde este eje epistemológico, Escalante organiza las corrientes de pensamiento social rastreando la herencia de la gran polémica que fragmenta a las ciencias sociales desde el siglo XIX: las tesis de la Ilustración y las tesis de la reacción conservadora que derivó en las posturas románticas de los últimos dos siglos.

Planteemos los términos de la disputa. La herencia de la Ilustración se expresa en la persistencia por alcanzar explicaciones racionales de índole universal. El orden social que imaginó la Ilustración fue un orden perfectamente racional. La ruptura con el orden tradicional se acompañó de dos tendencias. Primero, la secularización con el consecuente debilitamiento de la iglesia, la desacralización de las instituciones sociales y la pérdida de la fe como orientación de la acción humana. Segundo, la moderna exaltación del individuo. Estas tendencias del nuevo orden causaron resistencias que se organizaron bajo lo que Escalante llama el pensamiento conservador de la época y que siguió algunas rutas que vale la pena señalar. El pensamiento antiilustrado veía en la exaltación del individuo un peligro a las instituciones sociales como la familia, la iglesia y la monarquía, que eran las formas naturales del orden social. La idea del ser humano totalmente racional minaba la posibilidad de la religión de actuar sobre las áreas más oscuras del ser humano. Por ello, esta postura reclamaba la insuficiencia de la razón para conocer la verdad y la dificultad de concebir la historia como el resultado de la acción humana deliberada, sino de una fuerza trascendente a los individuos. Sólo así se podía explicar que cada pueblo tuviera su propio destino sin una estructura de validez universal.

El enfrentamiento entre estas dos formas de ver el orden social delineó las bases de la disputa que dominó el pensamiento social en los siglos XIX y XX.

Las principales propuestas paradigmáticas de las ciencias sociales son herederas de esa polémica entre el pensamiento ilustrado y la reacción romántica. Este es el caso del proyecto sociológico de Comte, en el cual se reúne por primera vez en forma coherente la idea ilustrada de ánimo racionalista y la idea conservadora, con su énfasis en los factores irracionales, la continuidad histórica y la atención a las entidades colectivas. La herencia de Comte todavía marca nuestra idea sobre el progreso del conocimiento y sobre su utilidad en la sociedad.

En la otra sociología, Escalante ubica a pensadores como José Ortega y Gasset, Georg Simmel y Norbert Elias en forma opuesta a Comte. En una aproximación que podríamos llamar microsociológica, este conjunto de pensadores supone la existencia de pautas uniformes que son relativamente independientes de la conciencia y la voluntad individuales, y que aunque son formas de conducta regulares, no son universales e inalterables como aquellas pautas que estudian la botánica o la astronomía, sino más bien procesos y relaciones más o menos uniformes que no son del todo mecánicos como tampoco del todo libres e indeterminados. Para la microsociología, las configuraciones sociales que derivan de la interacción pueden ser estudiadas en forma independiente del todo social que es la civilización. En una configuración social, las acciones de cada sujeto están conectadas con las de otros, de acuerdo con un sistema de reglas que ciñen los términos de su libertad. Precisamente, esa constricción normativa al actuar individual es lo que ha permitido que se desarrolle la civilización.

Según Fernando Escalante, el mejor exponente de la herencia contradictoria entre la racionalidad de la ilustración y la autenticidad y sentimentalismo del romanticismo es Max Weber. De acuerdo con este pensador clásico, el objetivo de las ciencias sociales es buscar regularidades empíricas y secuencias probables, teniendo en cuenta que la causa sólo es inteligible si se comprende el sentido que dan a su acción los sujetos que intervienen en la secuencia causal. Escalante subraya dos de las preocupaciones de Max Weber: la explicación científica y el papel de los valores en la construcción de esa explicación científica. Para Weber una buena explicación requiere de una adecuación causal y una adecuación de sentido. El papel de los valores en el curso de esa explicación es distinto dependiendo del momento de la investigación científica. Weber reconoce su importancia en el momento de la construcción del problema y en lo que él llama la conversión de datos empíricos a hechos históricos. Pero, una vez que está transformación ha sido realizada, la explicación científica se atiene a los principios lógicos de no contradicción e identidad, así como a formas de razonamientos y criterios de verificación que ya no tienen ningún contenido de valor. Weber modificó radicalmente la idea sobre el tipo de objetividad científica a la que pueden aspirar las ciencias sociales.

En los últimos capítulos, Escalante recupera la actualidad de la polémica entre la razón ilustrada y las ideas románticas sobre la naturaleza humana y el conocimiento científico, a través de la actualidad del giro lingüístico y el renovado interés en el psicoanálisis. Lo distintivo de la especie humana no está en su capacidad para utilizar signos, sino para pensar sobre ellos. La conciencia sobre la autonomía del lenguaje es una de las grandes novedades del siglo XX y proviene del giro lingüístico en la filosofía, básicamente de la teoría de Wittgenstein, para quien los límites del lenguaje son los límites del mundo. De esta propuesta se siguieron dos caminos divergentes: la filosofía del lenguaje ideal y la filosofía del lenguaje ordinario. En la primera postura el lenguaje es un instrumento, cuya función es representar el mundo de manera verificable. Es el lenguaje ideal de las ciencias: preciso, con referentes explícitos y con conexiones formalmente probables. La segunda postura parte de una idea sencilla: el lenguaje es ante todo una actividad humana, por lo que su estudio es inseparable del análisis de las circunstancias en que se usa, remitiendo siempre a una forma de vida. Esta es la propuesta de la pragmática que hemos visto difundirse en la última década entre los antropólogos, sociólogos y comunicólogos. Esta última aproximación es la mejor heredera del romanticismo y resulta tremendamente atractiva para las ciencias sociales porque permite ordenar los problemas que surgen de la conciencia que los actores tienen acerca del sentido de su propia acción.

La importancia del psicoanálisis no sólo está en su fuerza como teoría y como terapia, sino también en su eficacia para lograr uno de los propósitos de la reflexión social: formar parte del sentido común del siglo XX. Más allá de la validez de sus supuestos y de sus procedimientos, el núcleo teórico del psicoanálisis forma parte del lenguaje cotidiano y de las interpretaciones con las que la gente vive a diario. La vitalidad de la tesis de que el inconsciente se manifiesta permanente y sistemáticamente de manera deformada en la acción humana atañe a la cultura misma. El origen del malestar de la cultura está en el desarrollo de la conciencia moral, que reprime impulsos hostiles y destructivos y que se vuelven contra el individuo mismo bajo la forma de culpa. Sigmund Freud fue heredero de la polémica que está presente en el pensamiento social de los dos últimos siglos. Como médico, se propuso seguir un programa científico bajo los cánones de la ilustración, pero los temas que abordaba lo colocaban en el ala romántica de la misma polémica.

Como lo manifiesta el autor, el panorama de las ciencias sociales a fines del siglo XX no inspira entusiasmo. No sólo seguimos bajo la gran polémica del siglo XIX, sino que también hemos perdido memoria del origen y desarrollo de dicha polémica. Esto último parece lo más grave; nuestra práctica científica y académica está marcada por la inmediatez y la vivencia excesiva del presente desechable. No obstante, somos herederos de esas polémicas y nuestras prácticas académicas no siempre reflejan lo mejor de ellas. Una muestra de ello es el dominio de dos focos de preocupación en las ciencias sociales en México: el énfasis en la profesionalización y el culto a la idea del método. La primera intenta reducir las distintas disciplinas a los términos formales de una profesión (como la ingeniería o la odontología) a un conjunto de habilidades prácticas para resolver problemas. La segunda corresponde a la idea de que el conocimiento científico está garantizado por el método, entendido éste como un conjunto de reglas y procedimientos. En ambas preocupaciones, la imaginación científica y la originalidad de la investigación quedan en un segundo plano.

A lo largo del libro, Fernando Escalante nos alienta a recuperar la herencia crítica del pensamiento social. Qué mejor manera de hacerlo a través de reconocer las polémicas filosóficas, teóricas y metodológicas que nos han perseguido a lo largo de estos últimos dos siglos, aun cuando las hayamos pasado por alto.

Creative Commons License Todo el contenido de esta revista, excepto dónde está identificado, está bajo una Licencia Creative Commons