SciELO - Scientific Electronic Library Online

 
vol.3 número6El Estado acercándose a la diáspora: Políticas emigratorias en el siglo XXIEl viraje epistemológico de la globalización índice de autoresíndice de materiabúsqueda de artículos
Home Pagelista alfabética de revistas  

Servicios Personalizados

Revista

Articulo

Indicadores

Links relacionados

  • No hay artículos similaresSimilares en SciELO

Compartir


CONfines de relaciones internacionales y ciencia política

versión impresa ISSN 1870-3569

CONfines relacion. internaci. ciencia política vol.3 no.6 Monterrey ago./dic. 2007

 

Ex libris

 

Petróleo: Las nuevas vías del poder

 

Orietta Perni*

 

Maugeri, L. (2006). The Age of Oil: The Mythology, History, and Future of the World's Most Controversial Resource. Estados Unidos: Praeger Publishers

 

* Departamento de Relaciones Internacionales y Ciencia Política, ITESM, Campus Monterrey. orietta@itesm.mx.

 

El petróleo ha cumplido con un papel único en la economía y en la historia de la era moderna. Ningún otro recurso se ha revelado tan decisivo en plasmar el destino de los países, el desarrollo de estrategias militares, el comercio internacional y las relaciones entre países. Ningún recurso ha alimentado promesas tan grandes de mejora del bienestar de naciones enteras - promesas, a veces sin cumplir, que se han transformado en una maldición. Ningún recurso ha tenido un impacto tan fuerte sobre el paisaje de nuestro mundo y sobre la manera en la cual nuestras sociedades se organizan e interactúan. Por todo lo anterior, el petróleo es uno de los elementos más controvertidos de la vida contemporánea.

En su libro más reciente, Leonardo Maugeri nos ofrece su gran experiencia en los temas energéticos para guiarnos en el laberinto del petróleo. Maugeri es director de estrategias y desarrollo de ENI (Ente Nazionale Idrocarburi, la mayor empresa italiana dedicada al sector energético); es editorialista de diarios económico (Il Sole 24 ore, Nesweek) y de publicaciones de difusión internacional (Foreign Affairs, Science, Wall Street Journal) y participa en los consejos de algunos destacados centros de investigaciones.

No es casualidad que, a lo largo de toda su historia, lo que se ha llamado 'el oro negro' haya dado origen a mitos, a obsesiones y a malas interpretaciones de la realidad conllevando a políticas equivocadas y marcando inexorablemente su percepción por parte de la opinión pública mundial. La lista de estas distorsiones es larga, sin embargo, algunas merecen un cuidado especial. Es el caso del mito del "fin del petróleo" -recurrente desde la segunda mitad del siglo XIX- puntualmente desmentido por rachas de sobreproducción. Es el caso de la obsesión para el control de las reservas y del mercado del crudo (control que, por sí mismo, se ha revelado un mito) que ha producido dolorosos e inútiles conatos de imperialismo petrolífero, alianzas políticas improbables y repetidos intentos de crear monopolios y oligopolios. Una obsesión que ha añadido drama al drama -sin ser, sin embargo, la causa de éste-cuando se ha entrelazado con las frágiles promesas institucionales y las dramáticas tensiones internas de estados jóvenes, creados por el cinismo colonial y destinados a existencias infelices. En el elenco de mitos que nos proporciona Maugeri está también el alimentado por teorías conspirativas centradas en la idea de una especie de gobierno mundial secreto vinculado a los asuntos petrolíferos, una elite formada por las grandes multinacionales del petróleo y los gobiernos de algunas potencias que dirigirían el curso de los principales eventos petrolíferos con la finalidad de moldearlos para lograr sus intereses.

Afortunadamente, el petróleo ha hecho imposible su control comportándose como un espíritu libre capaz de estropear los designios de las grandes potencias, de las multinacionales y de los dictadores. Quienes han creído poderlo controlar para su beneficio o de prever sus tendencias y sus precios, su demanda y su oferta ha sido sistemáticamente sorprendido por sus ciclos, caracterizado por erráticas alternancias de picos y caídas, por fases improvisas de escasez y periodos prolongados de sobre-abundancia, por la irrupción de tensiones y crisis políticas o económicas que, a veces, han condicionado su disponibilidad y, a veces, han producido una oferta excesiva.

Sin embargo, los mitos y malas interpretaciones de la realidad son difíciles de desmentir, gracias a su poder de triunfar sobre los hechos y de sobrevivir más allá de la memoria histórica de estos mismos hechos y de sus interpretaciones más lúcidas. En un mundo tan complejo y técnicamente tan difícil, como el del petróleo, el mito encuentra, además, un terreno muy fértil porque da una explicación sencilla, aparentemente convincente, dramáticamente potente de procesos, a veces difíciles de representar en forma sintética.

No es del todo sorprendente, entonces, que, frente a la nueva crisis petrolífera que ha marcado el comienzo del siglo XXI, los mitos y los miedos hayan vuelto a aparecer condicionando las interpretaciones de la misma, fomentando el debate sobre las posibles soluciones y proyectando obscuros escenarios para el destino de la humanidad. Sin embargo, una vez más, no estamos al borde del precipicio, ni estamos viviendo una revolución copernicana del mundo de la energía que hace de nuestro tiempo una excepción respecto a ciclos ya vividos en el pasado.

Maugeri busca desenredar los mitos y las distorsiones de la realidad que aún caracterizan las interpretaciones sobre el presente y el futuro del preciado hidrocarburo. Para hacerlo, no puede no empezar por la fascinante historia de esta materia prima que, con sus tendencias y contra tendencias, puede ofrecernos la mejor clave para entender el tiempo que estamos viviendo y por qué lo estamos viviendo justo ahora.

La historia del petróleo ocupa la primera parte del libro, la más larga. Inicia desde los albores de la industria, surgida frenéticamente por el espejismo colectivo de riqueza suscitado por el primer pozo petrolífero moderno, el del 'coronel' Drake en Pensilvania occidental (1859), y luego organizada con cinismo científico y despiadado por John D. Rockfeller. Este panorama concluye con los principales acontecimientos de nuestros días - desde los precios del crudo fluctuando alrededor de los 80 dólares por barril, hasta la dramática situación de Irak pos-Saddam Hussein; desde el temor de un agotamiento del petróleo hasta la amenaza del Islam radical a los principales países productores, pasando por el increíble crecimiento de los consumos de China. El lector atraviesa historias de hombres y naciones, personajes característicos y hazañas extravagantes, planes de grandes potencias y aspiraciones de países emergentes, junto con los acontecimientos que han caracterizado la subida del petróleo a elemento fundamental de la sociedad moderna. El hilo conductor que atraviesa esta historia es representado por el repetirse de eventos distinguidos por elementos comunes, sin embargo, no previsibles en su origen y en sus consecuencias.

En la reconstrucción de los hechos, Maugeri intenta acabar con la mayoría de los mitos y de las obsesiones generadas por cada ciclo y que aún contribuyen a la percepción colectiva del universo petrolífero. Entre ellos, probablemente el más longevo, es el representado por el vínculo entre el miedo a la escasez del crudo y la lucha global para el control de las reservas y la seguridad de los aprovisionamientos. Es el temor a la escasez que lleva a las grandes potencias a desarrollar las primeras políticas de fuerza con la finalidad de dominar las fuentes del oro negro disponibles a principios del siglo XX. Más adelante, fue la percepción de una progresiva disminución de los recursos petrolíferos de los Estados Unidos que inspiró la estrecha relación entre el gobierno americano y el de Arabia Saudita y fue la preocupación que el petróleo árabe pudiera caer bajo la influencia de la Unión Soviética para condicionar buena parte de la política exterior estadounidense, en Medio Oriente, después de la Segunda Guerra Mundial. Sin embargo, la obsesión de un mundo con dificultad de abastecimiento de petróleo ha sido sistemáticamente desmentida por la realidad.

En los años '20, es decir, cuando la industria petrolífera moderna apenas se estaba consolidando, ya se empezaba a hablar de escasez, aunque ya había habido pruebas de que se trataba de ciclos o de altibajos en la producción que rápidamente desmentían a los más pesimistas. De hecho, en los años '30, hubo una de las más terribles crisis de sobreproducción que causó una prolongada caída de los precios. De manera análoga, en los años setenta, una serie de previsiones negativas prospectó la llegada de un juicio final para el petróleo. La misma CIA estuvo entre los profetas que preveían que la producción mundial ya hubiera llegado a su máximo o estuviera muy cerca por el rápido agotamiento de los depósitos accesible de crudo convencional presentando la posibilidad de guerras de diferente intensidad para acapararse las pocas fuentes disponibles de energía. En 1986, un nuevo ciclo de sobreproducción determinó una de las más dramáticas caídas de los precios de todos los tiempos.

Comprender el origen y las consecuencias culturales y psicológicas de la mayoría de los mitos y de las percepciones equivocadas que han llevado a una evaluación errónea de la situación es fundamental para entender los problemas que el mundo del petróleo debe enfrentar hoy en día. A este argumento es dedicada la segunda parte del libro, más breve y técnica que la primera. Vistas las premisas históricas, esta parte es la más controversial ya que contesta a los estereotipos principales acerca de la naturaleza de la crisis que estamos viviendo y sus posibles consecuencias. Así que, si el lector está convencido de que el oro negro se está agotando, descubrirá que el mundo reposa aún sobre abundantes reservas de crudo que esperan ser explotadas adecuadamente. Si cree que China y otros países emergentes representan una espada de Damocles para el futuro energético de la Humanidad, descubrirá que son un falso problema, ya que es mucho más preocupante el caso de Estados Unidos. Si el lector piensa que las grandes empresas multinacionales son las herederas de las 'siete hermanas' de los años '50 descubrirá que, hoy en día, éstas tienen sólo una pequeña fracción de los recursos petrolíferos mundiales. Y si, además, opina que los grandes países productores y su principal organización -la OPEP- puedan ejercer cierto control, descubrirá estar equivocado porque el mundo del petróleo está fragmentado entre muchos actores en competencia y, a menudo, abiertamente hostiles entre ellos dado que persiguen designios diferentes. Sobre todo, el lector descubrirá que por mucho que la geopolítica y los eventos políticos de muchos países y áreas del mundo jueguen un papel importante y, probablemente, único en el universo del crudo, las leyes de la economía son las que determinan los fenómenos estructurales de este ámbito. Leyes que no responden a las órdenes de nadie, capaces de mover repentina e inesperadamente el péndulo del mercado petrolífero en la dirección opuesta a la que todos estábamos acostumbrados a considerar normal.

Por estas misma razones, el lector descubrirá que es necesario no sobrestimar el vínculo entre islamismo radical y cuestión petrolífera, ni alimentar temores injustificados acerca de la naturaleza y la confiabilidad de muchos gobiernos de grandes productores de crudo. La intensidad del radicalismo islámico no es diferente a la del panarabismo nasseriano - que, por otra parte, tuvo efectos mucho más concretos sobre la realidad del mundo árabe. Además, el mito muy conocido de la posibilidad de un chantaje petrolífero a Occidente por parte de los países productores orientados a posiciones extremistas -aunque pueda tener cierta veracidad a corto plazo - en el largo, no toma fuerza por la realidad misma del mercado. El mismo chantaje que acompañó la primera crisis petrolífera de 1973, en realidad, pertenece más a la psicología colectiva y de la cual derivan sus efectos.

No obstante, aunque podamos asegurarnos que la situación respecto a las diferentes facetas vinculadas al mundo del petróleo no es tan catastrófica, en estos días estamos en una situación de crisis que deriva directamente de la posesión, búsqueda y almacenamiento del preciado líquido. Por muy increíble que pueda parecer, el alto costo que el mundo paga hoy en día por el petróleo es la consecuencia de precios bajos que por casi dos decenios han desincentivado la investigación y el desarrollo de nuevos yacimientos en las áreas del planeta que son más ricas en crudo. Con el paso del tiempo, la capacidad productiva global se ha reducido: las cantidades en reserva, necesarias para hacer frente a los momentos imprevistos de crisis, han llegado al mínimo (se estima en un 2 por ciento de los consumos mundiales), trasformando el precio del petróleo en un rehén de cualquier evento político y hasta climático, de cualquier miedo real o alimentado por las indiscreciones del mercado y las especulaciones.

Frente a los precios del crudo, que han llegado ha oscilar entre 70 y 80 dólares al barril, todos tendemos a olvidar que, desde mitad de los años ochenta hasta principios del nuevo siglo, el crudo ha costado entre 18 y 20 dólares el barril; precio deprimido por un exceso de oferta que, por dos veces, ha explotado generando el colapso de los precios (1986 y 1998-99). En ambos casos, el precio bajó también a menos de 10 dólares el barril, consolidando la convicción de que el oro negro se volvía "un bien como todos los demás". Sin embargo, mientras el mundo se ilusionaba, el fuego ardía bajo las cenizas.

Obsesionados por el riesgo de sobreproducción, ya en los años '80 los grandes países petrolíferos habían renunciado a invertir en la búsqueda de nuevos yacimientos, limitándose a producir sólo en los activos. Las proporciones de este fenómeno son impresionantes, sin embargo, desconocidas. En los últimos 25 años, más del 70% de la explotación petrolífera mundial se ha concentrado en los Estados Unidos y en Canadá - áreas ya maduras que tienen menos del 3 por ciento de las reservas de crudo del planeta. En cambio, en Medio Oriente, las actividades de exploración han sido sólo del 3 por ciento del total mundial, a pesar de que la región controla más del 70 por ciento de las reservas. En todo el Golfo Pérsico (65 por ciento de las reservas) se han perforado menos de 100 pozos de exploración entre 1995 y 2004; en el mismo periodo, en los Estados Unidos se han realizado 15.700. Yendo más atrás, en el tiempo, las proporciones no cambian. En Arabia Saudita, por ejemplo, se han perforado sólo 300 pozos de exploración desde el comienzo de la era petrolífera del reino en los años '30 del siglo XX, contra los varios centenares de millares de los Estados Unidos. Para Irán e Irak la situación es aún peor. Rusia paga, aún hoy, el precio de un retraso tecnológico y de los daños a la gestión de los yacimientos heredados de la era soviética e invierte muy poco para ampliar su base productiva. Venezuela podría doblar su oferta de crudo en diez años atrayendo tecnología y capital extranjero: al contrario, razones políticas determinan una caída de la producción.

En realidad, la mayoría de los grandes países petrolíferos obtiene el producto de yacimientos muy antiguos, descubiertos en la primera mitad del siglo XX y activos desde entonces. En muchos casos, su producción es sostenida por tecnologías y medios atrasados de hace cincuenta o sesenta años. Las grandes y pequeñas compañías occidentales pueden relativamente poco frente a esta situación. En conjunto, controlan menos del 8 por ciento de las reservas mundiales de crudo; de éstas, más del 90 por ciento pertenece a países que no permiten su control a sujetos extranjeros y que- además - no tienen capacidad para desarrollarlas por sí mismos.

Mientras el mundo industrializado teme por la seguridad de la oferta futura de energía y de su precio, los países productores, hasta ayer, tuvieron la preocupación opuesta: la seguridad de la demanda. ¿Se mantendrían estables los consumos del crudo? En caso negativo, ¿quién habría pagado las inversiones para una capacidad productiva que no habría tenido mercado? Además, ¿por qué contribuir a la disminución del precio del petróleo cuando muchos gobiernos de los países industrializados, a través de los impuestos, los hacen doblar (Japón) o hasta triplicar (Europa)?.

Asimismo, en el momento en el cual la sobreproducción y los precios bajos ahogaban los presupuestos y las expectativas de los países productores, nadie, en Occidente, se preocupaba ni del problema de la seguridad de los aprovisionamientos, ni de los riesgos económicos y sociales de los productores. Desde hace años, la OPEP pedía en vano un diálogo constructivo con los países industrializados para estabilizar los precios a niveles más altos, para, así, permitir las inversiones necesarias y desarrollar la oferta que, de lo contrario, habría sufrido recortes en los gastos. Occidente no contestó; sin embargo, en el corto plazo, las admoniciones de la OPEP se materializaron. El mundo se encuentra, ahora, en una situación totalmente opuesta y la crisis del petróleo (y del gas) ha invertido los roles. Occidente es el que pide un diálogo constructivo con los países productores para estabilizar y asegurar la oferta, mientras la mayor parte de aquellos goza de una fase de bonanza y se muestra indiferente a las peticiones. Algunos presentan una solución sencilla para hacer segura la oferta futura: sería suficiente que los países industrializados suscribieran contratos de compra de crudo a largo plazo (diez años) a un precio fijado con antelación de 45-50 dólares el barril. Sin embargo, Occidente quiere también precios bajos o, por lo menos, un precio determinado por las libres fuerzas del mercado en un contexto de plena competencia entre los productores. Hoy como ayer, las exigencias de las dos partes parecen aún lejanas.

¿Cómo y cuándo se podrá salir de este estado de crisis? Una vez más, la respuesta es una paradoja: sólo precios elevados del petróleo (alrededor de los 35 dólares por barril, sería suficiente) pueden ser un antídoto doloroso, pero eficaz, para las tensiones actuales. En parte, ya vemos los efectos, sin embargo, se necesita tiempo. Gracias al aumento de los precios en los últimos dos años, el ciclo de las inversiones petrolíferas se ha puesto en marcha permitiendo a las sociedades privadas implementar grandes proyectos en áreas costosas y difíciles y a los grandes productores, volver a encontrar las razones para invertir. Esto no significa, necesariamente, que podamos esperar estabilidad o que sea posible evitar otras crisis a futuro. Incertidumbre y volatilidad son características comunes a todas las actividades humanas y, como Maugeri nos avisa, han sido una constante de toda la historia de la industria petrolífera. Sin embargo, concentrarse sólo en los aspectos negativos, utilizándolos como base para construir obscuras visiones del futuro, significa perder de vista lo global. El autor nos transmite claramente que la era del petróleo no acabará por el fin del mismo, así como la edad de la piedra no acabó porque terminaron las piedras. No obstante el mundo del oro negro esté hecho de crisis, tensiones, intereses y dinero, no podemos decir que esto nos condena a una lucha violenta para garantizar la seguridad de nuestras futuras exigencias energéticas. Sólo la incapacidad de los decision maker de comprender esta realidad y actuar al respecto, puede llevarnos al borde del abismo.

 

Información sobre la autora

Orietta Perni tiene una maestría en Relaciones Internacionales y una maestría en Historia, además de ser candidata a doctor en Relaciones Internacionales por la Universidad Autónoma de Barcelona. Sus líneas de investigación abarcan las organizaciones internacionales y las migraciones internacionales. Es profesora del Departamento de Relaciones Internacionales y Ciencia Política del ITESM, Campus Monterrey y miembro del Comité Editorial de CONfines.

Creative Commons License Todo el contenido de esta revista, excepto dónde está identificado, está bajo una Licencia Creative Commons