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CONfines de relaciones internacionales y ciencia política

versión impresa ISSN 1870-3569

CONfines relacion. internaci. ciencia política vol.3 no.5 Monterrey  2007

 

Ex libris

 

El rey estaba desnudo: Análisis del discurso presidencial de Carlos Salinas de Gortari

 

José Fabián Ruiz Valerio*

 

Concepción, L. (2006). El discurso presidencial en México. El sexenio de Carlos Salinas de Gortari. México: Miguel Ángel de Porrúa, Universidad Autónoma de Baja California.

 

* Escuela de Graduados en Administración Pública y Política (EGAP), ITESM, Campus Monterrey. jfrv@itesm.mx

 

La obra comentada centra su atención sobre una de las figuras más influyentes, destacadas y crípticas de la política mexicana contemporánea. Vilipendiado por unos y aclamado por otros. Siempre, en todos los casos, controvertido. Es que Carlos Salinas de Gortari representó la culminación de la hegemonía priísta, con sus límites y sus potencialidades, con la capacidad para reformar a su antojo la economía mexicana, y su incapacidad (aunque no su inacción) para frenar una serie de cambios sociales y políticos que comenzaron al inicio mismo de su sexenio, con la famosa caída del sistema (que a la larga también fue la de su propia legitimidad), y terminaron en 1994 con la firma del TLC, el levantamiento zapatista, la muerte del candidato priísta a la presidencia de la república y el estallido de la economía mexicana.

Debo reconocer que la primera vez que leí la investigación de Luis Enrique Concepción (su tesis de doctorado presentada en la Universidad Complutense de Madrid, en febrero de 2002), un hecho llamó profundamente mi atención: su pregunta de investigación acerca de si el discurso de Salinas de Gortari reveló la realidad política de forma adecuada y, en todo caso, si el suyo fue un discurso contradictorio. Digo, llamó mi atención porque de inmediato me pregunté qué realidad, la de quién. En todo caso, la realidad contenida en los discursos no es más que una reconstrucción, más o menos abarcadora, realizada a la luz de categorías y modelos políticos, ideológicos y teóricos que, en suma, reflejan en un punto las filias y fobias del propio emisor. Al mismo tiempo, la interrogante de si se transmitió la realidad de un modo adecuado, nos hace preguntar según qué punto de vista, desde qué postura política, ideológica o posición social.

Sin embargo, entre aquella primera lectura y la aparición del libro que hoy comento, pasaron 6 años. Durante 5 de ellos he vivido en México y esta experiencia, con el conocimiento que trajo aparejada, cambió radicalmente mi lectura de la investigación.

Para el lector foráneo, quizás no resulte evidente el carácter casi sacralizado que adquirió el discurso presidencial dentro del régimen priísta, por lo menos hasta el sexenio de Luis Echeverría. Los presidentes que ejercieron el cargo entre los años 1940 y 1968, como advierte el autor, administraban sus discursos de manera parsimoniosa, hablando sólo en los aniversarios del partido, o en las grandes celebraciones nacionales. En los hechos cotidianos, las explicaciones provenían de los demás funcionarios de la administración, cuya tarea primordial no consistía en informar sino en proteger a la figura presidencial. En esos años, el régimen no sólo logró reivindicar con éxito el monopolio de la coacción, sino también el monopolio del discurso político. Ambos elementos, en realidad, no marchan por separado, puesto que el ejercicio de la coacción puede desarrollarse a través de mecanismos físicos, económicos y también psicológicos. Si, tal como surge del pensamiento de Hobbes, "el orden político está creado por su fíat, por su poder de crear las palabras, de definirlas, de imponerlas a sus súbditos"1, el orden creado por el régimen priísta fue político en el más estricto sentido de la expresión. Para crear este orden político, una de las herramientas fundamentales fue el discurso presidencial.

Coincidiendo con lo anterior, señala el autor que, El discurso de la Revolución, se convierte en un acontecimiento de referencia permanente. Los gobiernos posrevolucionarios se consideran herederos de los valores revolucionarios, continuadores suyos y, dado que la Revolución es un ideal permanente, aquellos se erigen en sus perpetuos guardianes (Concepción, L.; 2006: 553).

Sin embargo, también es cierto que estamos en la etapa del "desarrollo estabilizador", que brindó importantes resultados al país y a sus ciudadanos (o a parte de ellos), por lo que la hegemonía priísta también estaba respaldada por cierta eficacia y eficiencia en la gestión gubernamental, a pesar de algunos problemas estructurales que permanecieron irresolubles.

Como bien destaca Luis Enrique Concepción, hacia la segunda mitad de la década de 1960 dicho monopolio se fue resquebrajando, cada vez con mayor evidencia. Es cierto que ya desde finales de los cincuenta la pax priísta comenzaba a dar signos de vulnerabilidad. Las protestas de maestros, médicos, ferrocarrileros, el fenómeno interesantísimo que fue el navismo potosino, dan cuenta acabada de ello. Pero son los hechos del año 1968 fundamentalmente, asociados a un contexto signado por el endeudamiento excesivo, la caída de los precios internacionales del petróleo, la inflación y las consiguientes crisis económicas en que desembocaron estas cuestiones, las que fueron minando la eficacia discursiva del régimen. De tal forma, Daniel Cosío Villegas, luego de señalar que "La Revolución Mexicana realmente otorgó al país, especialmente a sus dirigentes, una ideología y un lenguaje; de modo que mientras no aparezcan nuevas ideas y expresiones, es más fácil -y acaso sea indispensable- seguir gobernando con la ideología y el lenguaje antiguos" 2, afirmaba que la Revolución se encontraba en "artículo mortis"3 .

PEs cierto que ya para entonces la Revolución era el gran significante vacío del régimen, puesto que además de una serie de hechos históricos, también concentraba la acumulación de interpretaciones, símbolos, imágenes, mitos y evocaciones crecidos a su sombra. Sin embargo, dicho significante era lo suficientemente poderoso para legitimar a un régimen camaleónico que encontraba en la Revolución "la solución pertinente" para cada momento, tal como lo afirmó Lázaro Cárdenas, puesto que la misma "está siempre en marcha", como señaló previamente el Jefe Máximo.

A partir de 1970, con el inicio del sexenio de Luis Echeverría cambió la práctica discursiva presidencial. Frente a un Ejecutivo con su legitimidad acotada (no olvidemos que en las elecciones presidenciales de 1970 votó menos del 40% del padrón electoral) y sometido a severos cuestionamientos por los hechos de 1968, el nuevo presidente decidió hacer frente a estos hechos y, la herramienta elegida, fue el discurso. Con Echeverría los presidentes abandonan la parsimonia en la administración de sus mensajes y hacen gala de un protagonismo discursivo en los medios, que resulta notorio. La función del discurso cambia, intentando corregir las falencias del régimen. De tal forma,

Las carencias que se dan en la realidad, son corregidas por el discurso. Así, las demandas de la sociedad son minimizadas por el discurso y la eficacia del gobierno para resolver los problemas resulta exaltada. Como instrumento de gobernabilidad, el discurso presidencial es capaz de equilibrar las demandas, controlándolas y respondiendo a ellas. Son dos los elementos característicos que permiten la gobernabilidad en el primer período posrevolucionario: la estabilidad política y el crecimiento económico (Concepción, L.; 2006: 554).

La brecha entre el régimen, su eficacia, su discurso y la situación vital de colectivos cada vez mayores de mexicanas y mexicanos, se fue profundizando con los sexenios sucesivos de Echeverría Álvarez, López Portillo y De la Madrid Hurtado. Al mismo tiempo, como esta fue una historia a dos voces, la sociedad civil ganaba progresivamente mayores márgenes de autonomía frente al régimen, lo cual quedó claramente evidenciado en los hechos que siguieron a los terremotos acaecidos en la Ciudad de México en 1985 y, especialmente, en las elecciones presidenciales de 1988. De tal modo que para ese año, 1988, lo que quedaba del régimen amparado en la Revolución era severamente cuestionado por parte de la ciudadanía, por la situación política, social y económica, e incluso, por algunos de los miembros más destacados del partido, quienes decidieron cruzar el Rubicón para tomar distancias y expresar sus discrepancias con el partido y su dirigencia, exponiendo aún más el deterioro generalizado. Lo paradójico de la situación es que el PRI no sólo se mostró incapaz de recomponer la situación sino que, además, le proporcionó a la Revolución una figura capacitada y dispuesta a dispararle el tiro de gracia: Carlos Salinas de Gortari.

El nuevo presidente intentó modernizar al país en todos sus ámbitos. Debido a las transformaciones económicas, políticas y sociales que se experimentaron en la vida nacional, el discurso también se modificó. Los paradigmas y los conceptos tradicionales fueron sustituidos por nuevas ideas y, progresivamente, los ciudadanos se familiarizaron con la problemática de la globalización, el mercado político, la competitividad, etc. En este sentido, el discurso de Salinas de Gortari se articuló con la problemática de la transformación mundial, la integración económica, la reforma del Estado, el crecimiento, etc. Esto hizo que pasara a segundo plano la "palabrería" referida a la Revolución Mexicana. De tal forma,

El discurso revolucionario se convierte en un discurso desgastado, vacío de contenido. La implantación del nuevo discurso se produce en la medida en que se transforma el modelo de desarrollo, la política económica, social y las instituciones. Con el lanzamiento del discurso se intenta iniciar la modernización de la vida del país (Concepción, L; 2006: 558).

Esta es la situación que enmarca, explica y justifica las interrogantes de Luis Enrique Concepción. Darle una explicación a estas preguntas (y también una respuesta), le demanda al autor casi 600 páginas de análisis concienzudo, riguroso, sólidamente documentado (podemos decir sin exagerar que la prueba documental que exhibe el trabajo resulta apabullante), y sí, también impiadoso.

Como destaca Lorenzo Meyer en el Prólogo de la obra, la investigación de Concepción Montiel no descalifica nunca al objeto de su análisis, sino que expone de manera implacable la "contradicción fundamental entre un esquema de ideas y la verdadera naturaleza de la acción política del salinismo". De tal forma, lo que debía ser según los propios dichos del presidente, un gobierno aperturista, orientado a restablecer y, en algunos casos a crear el bienestar de mexicanas y mexicanos, inspirado por las ideas bienhechoras del liberalismo social (idea creada en el siglo XIX, pero retomada por Salinas y transformada en auténtico oximorón del régimen), se convirtió en una receta que, más allá de su impacto transformador, ni democratizó al país ni prosperó a la ciudadanía. Sólo benefició a pocos a costa del padecimiento generalizado.

En su sexto informe de gobierno, Salinas señalaba, "en materia económica, el reto que asumí al iniciar mi mandato fue claro: reducir la inflación, y recuperar el crecimiento sobre bases perdurables, para crear empresas y elevar el nivel de vida de la mayoría. Hoy, al realizar un balance y sin dejar de reconocer lo que falta por hacer, podemos sentirnos alentados por la solidez de nuestros logros." ¿Imagina el lector el sentido y la oportunidad de estas expresiones de auto-elogio a meses de una crisis que habría de despojar a ingente cantidad de mexicanos de sus empleos, de los bienes duramente adquiridos con base en el esfuerzo y el trabajo de años, y de la esperanza de disfrutar de un futuro mejor para ellos y para sus hijos?

A partir de estos hechos, Luis Enrique expone las ideas que centran su investigación. Esto es, que el discurso salinista fue un discurso:

• Inédito en la realidad política mexicana,

• Articulado, en tanto que sus partes se encuentran concatenadas,

• Homogéneo en función de sus objetivos,

• Moderno, ya que intenta captar los cambios del momento en el que surge,

• Congruente, con las acciones políticas implementadas por el gobierno,

• Legitimador, en la medida que dio sustento a las transformaciones ocurridas en los últimos años.

• Sin embargo, estas características no lo salvaron de ser un discurso profundamente contradictorio entre sus propósitos y sus resultados.

Al decir del autor, durante este sexenio se constata la consolidación de un México moderno y otro marginal. La modernización propuesta desde la presidencia, presenta grandes deficiencias y costos sociales. Lo mismo ocurre en el ejercicio de los poderes públicos: el Legislativo seguirá actuando como caja de resonancia de la voluntad presidencial y como "un instrumento envilecido del ejercicio del poder por parte de los grupos gobernantes".

Como resultado del escenario planteado, signado por el déficit social, la carencia económica, la modernización incompleta, la falta de competitividad de los pequeños empresarios dentro de una economía abierta y, especialmente, ante la incertidumbre política, resulta imprescindible llevar a cabo una nueva reforma política. Para ello se utiliza como bandera al liberalismo social, el que no es más que una estrategia discursiva utilizada por el gobierno contra sus oponentes: los refractarios al cambio (que defienden el statu quo y los antiguos privilegios), así como los críticos del sistema y del modelo neoliberal. Como concluye Luis Enrique Concepción,

El liberalismo social no es más que neoliberalismo disfrazado, el cual se basa en la eficiencia del mercado, mientras que, por otra parte, no genera automáticamente los beneficios sociales ni la equidad prometida (Concepción, L.; 2006: 564).

A pesar de insistir en la competitividad interna, el neoliberalismo practicado en México generó monopolios, oligopolios, competencia desleal y desigualdades manifiestas. En lo referido a la privatización de la economía pública, el sector paraestatal cobijó a más de mil entidades, aumentando de forma indiscriminada y provocando un nivel de déficit fiscal que en 1982 llegó a casi 17% del PIB. Esto condujo a la necesidad de redimensionar el sector paraestatal a través de una política de privatización de empresas.

Los hechos mencionados, llevan a que Concepción Montiel concluya que:

En el contexto descrito, resulta natural que Carlos Salinas de Gortari quiera distanciarse del neoliberalismo. Intenta diferenciarse, por lo menos discursivamente, de un modelo estructuralmente injusto que sólo beneficia a unos cuantos, mientras la mayoría queda excluida de los servicios sociales mínimos. Esto es lo que hace Salinas al no reconocer su política neoliberal. Para ello inventa, también discursivamente, al liberalismo social. En sus propios términos, este último implica una contradicción mayúscula, ya que el liberalismo apuesta por el individualismo y no por la dimensión social. La contradicción en el plano ideológico también se da en el sincretismo que intenta realizar entre el liberalismo social y la ideología de la Revolución Mexicana, afirmando que el liberalismo social es la "reforma de la Revolución" (Concepción, L.; 2006: 566).

Esta conclusión no deja de ser llamativa si se la contrasta con los niveles de popularidad y adhesión que obtuvo el presidente en los momentos dorados de su sexenio. A la larga, y en vistas de los resultados obtenidos, queda claro que el "estadista" aclamado por buena parte de la opinión pública, la clase política y la propia academia4, igualaba a aquel rey que se paseaba desnudo creyendo vestir lujosos ropajes, hasta que un niño, inocente, se atrevió a manifestar lo que era público y notorio: la desnudez regia. Sólo que en nuestro caso no sólo el rey, sino que parte de las élites del país creían en lo espléndido de sus ropajes y pocos se atrevían a desafiarlo, mientras que cada vez se advertía con mayor crudeza la contradicción entre los dichos y los hechos.

Para llevar a cabo su análisis, el autor recurre a elementos tomados de los estudios en semiótica de Greimas, al que complementa con aportaciones de la lingüística, la sociología y la teoría política. El contexto analítico propuesto es complejo, denso en muchas partes de la obra, pero oportuno para llevarnos a un fin claramente delimitado: el análisis de los elementos que configuran el discurso político en México, especialmente durante el sexenio de Salinas de Gortari.

Como señalé anteriormente, la obra no sólo se encuentra notablemente documentada, sino que también es un texto rico por las ideas que lo guían. En primer lugar, Luis Enrique Concepción analiza los discursos que animaron el pasado (en cierto sentido, con ramificaciones sobre el presente) del Revolucionario Institucional. No se limita a señalar hitos y citas, sino que también los engarza, relaciona e interpreta. De forma tal que el autor tiene una historia para contar, argumentos para demostrar, y cuenta con abundante evidencia para sostenerse en uno y otro sentido.

Desde luego, un texto ambicioso y complejo como el que comento genera interrogantes profundas en los lectores. Casi tantos como los que provocó en la prensa, la academia y la opinión pública un sexenio complejo, dinámico, diferente, en el que se abrieron varios de los derroteros que habría de seguir el país con posterioridad, los que nos siguen ocupando y preocupando hasta la actualidad.

 

Notas

1 Sartori, G. (1992). La política. Lógica y método en las ciencias sociales, Ciudad de México: Fondo de Cultura Económica, pp. 210.         [ Links ]

2 Cosío, D., (1978). "La Revolución Mexicana, entonces y ahora", en Ross, Stanley (Ed.), ¿Ha muerto la Revolución Mexicana?, Ciudad de México: Premia, p. 125.         [ Links ]

3 Cosío, D., (1947). "La crisis en México", en Cuadernos Americanos, Volumen XXXII, marzo - abril, pp. 29-51.         [ Links ]

4 En una encuesta realizada por la firma Investment Harris patrocinada por la Industria de la Cámara de Radio y Televisión, el 23 de noviembre de 1994, 2 días antes de que Salinas dejara el cargo, el 82% de los consultados consideraba que se habían observado cambios en el país durante el sexenio; el 74% pensaba que el país estaba mejor en 1994 que cuando Salinas tomó el cargo en 1988; el 78% pensaba que dicho cambio fue positivo, y el 72% estaba de acuerdo con la forma de gobernar de Salinas de Gortari. Citado por Luis Enrique Concepción (2006: 455).

 

Información sobre el autor

José Fabián Ruíz Valerio. Es profesor de la Maestría de Análisis Político y Medios de Información de la ECAP, cuyo claustro integra desde el año 2003. También es investigador a cargo del área de Instituciones Políticas de la Red de Investigaciones Políticas -REDIP- del centro de Análisis y Evaluación de las Políticas Públicas -CAEP-. Ha sido profesor de la Universidad Complutense de Madrid y profesor investigador de la Universidad del Salvador en Buenos Aires, Argentina.

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