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CONfines de relaciones internacionales y ciencia política

versión impresa ISSN 1870-3569

CONfines relacion. internaci. ciencia política vol.2 no.3 Monterrey ene./may. 2006

 

Artículos

 

¡Bárbaros en Delfos! Geopolítica del conocimiento y Relaciones Internacionales ante el siglo XXI*

 

¡Bárbaros en Delfos! Geopolitical knowledge and International Relations before the 21st Century

 

Mariano Ferrero** e Igor Filibi López***

 

** Universidad del País Vasco cjxfexxm@lg.ehu.es;

*** Euskal Herriko Unibertsitatea zifiloi@lg.ehu.es

 

Fecha de recepción: 17/05/05
Fecha de aceptación: 15/08/05

 

Resumen

Esta contribución parte de la íntima conexión entre saber y poder, conocimiento científico y política. Por tanto, ofrece una visión de sociología del conocimiento que reconoce el carácter socialmente, tanto como geopolíticamente, situado de los cientistas sociales y las comunidades académicas que conforman. Propone interpretar la (re)construcción del saber autorizado en Relaciones Internacionales en estrecha conexión con la evolución de las realidades de la política internacional. Así, la hegemonía de la superpotencia estadounidense en la post-guerra vino asociada al monopolio (Realista) de la centralidad académica en la disciplina. Por su parte, la actual etapa de descentramiento de los espacios académicos, y pluralización teórica, es expresión de las realidades mundiales post-Pax Americana/Guerra Fría.

Palabras clave: sociología del conocimiento, relaciones internacionales, teoría de las relaciones internacionales, Guerra Fría, geopolítica.

 

Abstract

The purpose of this article is to examine the connection between knowledge and power as well as scientific knowledge and politics. We use a sociology of knowledge perspective that provides a framework for the social and geopolitical situated nature of social science researchers and their academic communities. We will make sense of how the evolution of International Relations' (IR) knowledge production is tightly linked to the development of the international political context. From this point of view, American post-war hegemony came hand in hand with the Realist monopoly of the IR discipline. By the same token, the ongoing decentering process of academic spaces and theoretical approaches expresses the new world political landscape after the Pax Americana/Cold War era.

Key words: sociology of knowledge, international relations, theory of international relations, Cold War, geopolitics.

 

Hacer salir a los saberes de la ciudadela de los sabios...

(Bourdieu, 2001:10)

 

INICIO

En el año 480 a.C. el rey persa Jerjes invadió la Hélade al mando del mayor ejército que habían visto los ojos humanos. Los griegos, conscientes de que lo que estaba en juego era su propia civilización, decidieron consultar al oráculo de Delfos para saber qué podían hacer ante el avance de los bárbaros. Gracias al historiador Heródoto (Historia, libro VII, 140-2) ha llegado hasta nosotros lo que les dijo la pitonisa:

'¡Oh desgraciados!, ¿por qué permanecéis sentados? Huye a los extremos de la tierra, abandonando tus casas y las altas cimas de tu ciudad circular. [...] Ea pues, salid del santuario, mostrad entereza ante las desgracias'. Después de haber oído esto los consultores de oráculos atenienses, fueron invadidos por el mayor de los infortunios. [... ] [Pero los atenienses] entrando de nuevo [...] dicen: 'Oh señor, vaticínanos algo mejor sobre nuestra patria, mostrando respeto por estos ramos de olivo con los que nos presentamos ante ti (de lo contrario, ciertamente, no saldremos del santuario, sino que permaneceremos aquí mismo hasta morir)'; al decir esto, la profetisa les vaticina por segunda vez lo siguiente: 'No puede Palas aplacar a Zeus Olímpico [...] Pero a ti de nuevo te dirigiré esta respuesta [...] que una muralla de madera sea la única inexpugnable [...] ¡Oh divina Salamina, aniquilarás tú a hijos de mujeres, bien al esparcirse Démeter o bien al reunirse!'

Ya que esto era -y les pareció que era- más benigno que lo anterior, habiéndolo registrado, partieron hacia Atenas.

Esta cita ilustra magistralmente cómo en todo momento histórico existe una forma autorizada de saber. Además, este saber siempre se encuentra especialmente vinculado al poder político de su sociedad, aconsejándole a la vez que contribuye a mantener el orden social. En la Grecia Clásica era el Oráculo el que traducía los designios divinos en saber práctico para los hombres; en el mundo moderno la Ciencia se convierte en el nuevo Oráculo, apoyando y apoyándose en el Poder. Este trabajo explora dicha conexión, a través de una mirada geopolítica a la construcción del ámbito disciplinar de las Relaciones Internacionales en la última mitad del siglo pasado.

 

1. LA DANZA DE LAS ESPACIALIDADES: PODER, SABER Y HEGEMONÍA

Comienza Max Weber La ética protestante y el espíritu del capitalismo constatando que "sólo en Occidente hay ciencia en aquella fase de su evolución que reconocemos como válida actualmente." Igualmente, "también el Occidente es el único que ha conocido el Estado como organización política" (Weber, 1992: 5 y 8). El trabajo de Weber muestra que las ciencias surgen de la mano y en gran medida al servicio del Estado moderno. Esto resulta especialmente relevante en el caso de las ciencias sociales, tan vinculadas al surgimiento del Estado nacional que han llegado a ser denominadas como "ciencias estatales" (Niemann, 2000: 68).

Pero, más allá de esta vinculación genealógica, la conexión entre el poder y el saber afecta a aspectos centrales de la forma concreta de hacer ciencia. Afirmaba Henri Lefebvre que la operación de "reducir" y simplificar, procedimiento científico legítimo para abordar la complejidad, en ocasiones conduce al reduccionismo, que se introduce bajo la apariencia de cientificidad y construye sus modelos reducidos de la sociedad, de la ciudad, de las instituciones... De esta forma "el espacio social se reduce al espacio mental por una operación 'científica' donde la cientificidad disimula la ideología". Más allá de la aparente cientificidad de su "lógica interna", el pensamiento crítico es consciente de que "la reducción sistemática y el reduccionismo corresponden a una práctica política". Dado que el Estado y el poder político desean ser (y fundarse como) "reductores de las contradicciones", la reducción y el reduccionismo aparecen entonces como medios a su servicio, "no tanto como ideologías sino como saber, no al servicio de tal Estado o tal gobierno, sino al servicio del Estado y del poder en general." Es así como "el Estado y el poder político redujeron las contradicciones (los conflictos que nacen y renacen en la sociedad)", "por la mediación del saber, usando estratégicamente una mezcla de ciencia y de ideología" (Lefebvre, 1974: 126-7).

Estos modelos reducidos -"construits par tel ou tel spécialiste"-, construidos desde una práctica reductora, no son neutros o inocuos por ser abstractos; por el contrario, descienden a la práctica e imponen un orden, componen los elementos de este orden. Ahora bien, esta "reducción" no afecta por igual a las distintas clases y grupos sociales, que ven cómo unos sufren mucho más que otros los efectos de múltiples reducciones y, por tanto, de "sus capacidades, sus ideas, sus 'valores' y, en fin, de sus posibilidades, su espacio y su cuerpo". En fin, este reduccionismo "al servicio del poder", "constituye la ideología científica por excelencia" y supone pasar de una metodología a un dogmatismo, a la vez que "una práctica homogeneizante bajo cobertura científica" (Lefebvre, 1974: 127-128). A su vez, la geopolítica del conocimiento viene a destacar cómo la enunciación de ese conocimiento, y la construcción de las distintas disciplinas académicas, se localiza en unos lugares y no en otros, cómo su origen está geopolíticamente marcado (vid. Mignolo, 2001). En ese sentido, permite comprender que el conocimiento funciona como la economía, generando centros y periferias, no sólo materiales sino también intelectuales que se reflejan en una determinada cartografía espacial del saber autorizado.

Karl Mannheim desenmascaró hace ya mucho la supuesta neutralidad de los científicos e intelectuales, recordando que ellos también eran actores situados en su sociedad y no unos simples observadores ajenos a la realidad que analizan (Mannheim, 1991). Sin que ello implique negar la misma posibilidad de hacer buena ciencia, sí es necesario ser (auto)consciente de esta conexión. Por su parte Michel Foucault, que estudió profusamente el entramado poder-saber sostuvo que, "desde el momento mismo en que se da una relación de poder, existe una posibilidad de resistencia [...] siempre es posible modificar su dominio en condiciones determinadas y según una estrategia precisa" (Foucault, 1998: 162). Para explorar los senderos de esas estrategias de resistencia resulta muy útil un hallazgo de Henri Lefebvre: "El espacio (social) es un producto (social)" (Lefebvre, 1974: 35). Ya está aquí introducido, desde la proposición inicial, este elemento conflictivo, que afecta desde la lucha de clases -"que también interviene en la producción del espacio"-, hasta cualquier otro tipo de formación social.

A partir de esos conceptos, Lefebvre sugiere que para analizar la compleja noción de espacio social resulta útil distinguir entre: a) la práctica social, "que engloba tanto la producción como la reproducción, lugares específicos y conjuntos [ensembles] espaciales propios de cada formación social, que aseguran la continuidad dentro de una relativa cohesión"; b) las representaciones del espacio, que descansan en las relaciones de producción, y son impuestas por las fuerzas dominantes, imponiendo así sus signos, sus códigos (se trata de las "relaciones frontales" de la sociedad: son públicas, declaradas y codificadas); y c) los espacios de representación, donde los grupos dominados presentan sus simbolismos (con o sin código) complejos, en la clandestinidad de la vida social, caracterizados por las transgresiones; y también es donde aparece el arte, "que eventualmente se puede definir no como el código del espacio sino como el código del espacio de representación" (Lefebvre, 1974: 42-43).

En suma, la práctica social de una sociedad va secretando lentamente su propio espacio, por lo que sólo descifrando éste descubriremos aquélla. Se trata de una relación dialéctica en la que existen unas representaciones del espacio, que se corresponden con las concepciones del espacio de los grupos dominantes de una sociedad (modo de producción)1. Las concepciones del espacio tenderán hacia un sistema de signos verbales elaborados intelectualmente. Frente a este espacio dominante se encuentran los espacios de representación de los habitantes, aquellos espacios que desafían -no necesariamente desde perspectivas emancipadoras- el orden espacial vigente, tratando de modificar y de apropiarse de la imaginación. Volviendo a la proposición inicial de Lefebvre de que "el espacio (social) es un producto (social)", este autor insistirá en que entonces, "si el espacio es un producto, el conocimiento reproducirá esta producción, la expondrá" (Lefebvre, 1974: 46-49).

Dentro de las Relaciones Internacionales, del mismo modo que en cualquier otra disciplina científica, se ha construido un espacio oficial de la ciencia: las direcciones de las asociaciones científicas, los temas y la agenda de los congresos, las invitaciones a dictar cursos y conferencias, así como los temas y debates de las revistas, los filtros de sus comités evaluadores en la selección de quienes finalmente verán publicados sus trabajos, el propio prestigio de las revistas... todo ello condiciona un campo de juego marcado por el adjetivo "oficial" que incluso determina la propia noción de "lo científico" en un momento y un lugar histórico determinados. Claro que frente a este espacio oficial se alzan otros que resisten las definiciones y construyen sus propios espacios, en ocasiones en los escasos intersticios que quedan libres, abandonados, por la ciencia oficial.

Por su parte, debe señalarse que la (re)construcción de la espacialidad académica de Relaciones Internacionales ha estado estrechamente imbricada con la evolución experimentada por el orden mundial articulado, con la presencia protagónica de EE.UU., en la segunda mitad del siglo XX. En este sentido la situación hegemónica estadounidense en el orden de Guerra Fría/Pax Americana ha sido reconocida, desde muy diversos postulados teóricos y perspectivas ideológicas (Kennedy, 1987; Keohane, 1988; Wallerstein, 1984), dentro de nuestra disciplina. Todos estos enfoques comparten, en cualquier caso, una concepción puramente materialista de la hegemonía haciendo referencia con ella a la posición dominante de un Estado, basada en su gran superioridad de recursos materiales de poder, respecto al resto de Estados, determinando el orden internacional de la época. Por el contrario, desde una perspectiva neogramsciana debe resaltarse que la posesión de este conjunto de capacidades materiales no se traduce automáticamente en hegemonía, en tanto ésta requiere el desarrollo de constructos culturales e ideológicos que otorgan al orden resultante un carácter (pretendidamente) universalista y 'naturalizado' garantizando su aceptación básicamente consensual (Cox, 1996a).

En este orden de ideas ha sido especialmente significativa la incidencia de las ciencias sociales, y de algunas de sus orientaciones teóricas más 'prestigiosas' (Oren, 2000), en la 'batalla cultural' impulsada y financiada por agencias estatales estadounidenses como la CIA (Saunders, 2001). En el caso de Relaciones Internacionales, el saber (Realista) autorizado resultó decisivo en la construcción y perpetuación de la Guerra Fría como representación del espacio 'naturalizada' en la cual se legitiman prácticas socio-espaciales que refuerzan el poder de EE.UU. Desde inicios de los años setenta el creciente recurso al unilateralismo de la política exterior estadounidense, y el contemporáneo debate sobre el declive hegemónico, (se) traducen (en) un cuestionamiento del carácter universalista y natural de la espacialidad geopolítica establecida, reflejando la erosión experimentada por la hegemonía que la sustenta. Dicha situación, en la cual EE.UU. desempeña un rol de agente hegemónico, hace crisis de modo paradójico con su pírrica 'victoria' escenificada con el colapso de la U.R.S.S.

En este contexto, por consiguiente, asistimos a una crisis de hegemonía entendida como "un complejo cultural de prácticas y representaciones asociadas con un orden geopolítico particular sin necesidad de un agente territorial dominante" (Agnew y Corbridge, 1995: 17), de tal modo que su (in)existencia no requiere necesariamente la primacía de un Estado hegemónico. Con la llegada a la Casa Blanca de Bush Jr., e intensificado a partir del 11-S2, se asiste a un creciente unilateralismo militarista de EE.UU. que reabre los debates en torno a las clásicas cuestiones del poder, la hegemonía y el imperio. Sin embargo, un año después de la invasión de Irak, parece cada vez más evidente que EE.UU. exhibe alta capacidad de destrucción pero escasas habilidades de construcción de consensos como ha quedado patente con su aislamiento en diversos foros internacionales (Cumbre Mundial del Medio Ambiente, Debate sobre la Aprobación de la Corte Penal Internacional, etc.). Esta situación hace evidente la inexistencia de una condición hegemónica que se caracteriza fundamentalmente, por la capacidad de lograr sus propósitos mediante la articulación de amplios consensos que hagan innecesario el recurso al uso o amenaza de la pura fuerza (Wallerstein, 2002; García Segura y Rodrigo Hernández 2004).

En el momento histórico actual, en que la emergencia de prácticas socio-espaciales transterritoriales está alterando el predominio interestatal en la sociedad mundial, esta precisión permite comprender el ensanchamiento de los imaginarios de representación del espacio que están teniendo lugar en Relaciones Internacionales. En este sentido, el actual descentra-miento de los espacios académicos de la disciplina se halla estrechamente vinculado con el desarrollo de divergentes espacios de representación que inspiren órdenes mundiales alternativos en términos que, en gran medida, exceden la (antigua) centralidad territorial de EE.UU. Por tanto, se trata de un proceso en que la geopolítica del conocimiento y la geopolítica internacional se presentan como dinámicas que se desenvuelven con un alto grado de simetría.

 

2. ÉRASE UNA VEZ EN (NORTE)AMÉRICA: LA CENTRALIDAD ESPACIAL DE LA ACADEMIA Y EL ORDEN INTERNACIONAL DE LA POSGUERRA

Las referencias 'canónicas' a la evolución de las Relaciones Internacionales como disciplina académica descansan sobre la identificación de sucesivos debates. La auto-imagen disciplinar del momento actual se ha categorizado, hasta fechas recientes, con la influyente -y en ocasiones confusa- noción del tercer debate, de carácter inter-paradigmático. En los últimos años ha comenzado a ganar predicamento una visión de la disciplina centrada en el mapa metateórico wendtiano que ofrece(ría) una adecuada cartografía del cuarto debate (Sodupe, 2002).

En cualquier caso, estas diversas imágenes que la disciplina -en verdad, su comunidad académica- desarrolla de sí misma, y que es transmitida a quienes se inician en sus 'arcanos', no son sino "la manifestación histórica de una serie de interpretaciones en conflicto cuya unidad e identidad son el producto de una victoria en dicho conflicto". Por tanto, las disciplinas académicas deben ser vistas como "campos de batalla entre interpretaciones rivales: la 'autonomía' e 'identidad' de un campo son consecuencia de un juego de poder entre elementos plurales" (Smith, S., 1995: 6). Una disciplina, por ende, se (re)construye socialmente como espacio académico autorizado -como 'morada' de la Ciencia- a través de un proceso de establecimiento de sus límites que le otorga, y legitima, su autonomía. Por lo demás, este proceso ocurre en estrecha relación con una constelación de factores políticos y sociológicos que condicionan -en ocasiones de modo determinante- qué discurso(s) logra(n) autoridad.

Estas circunstancias caracterizan, de modo singular, la definitiva conformación de la moderna disciplina de Relaciones Internacionales y el status hegemónico alcanzado por los Estados Unidos en el orden mundial emergente de la inmediata segunda posguerra. En efecto, si el nuevo orden de Guerra Fría/Pax Americana cristaliza en torno a 1947, Hans Morgenthau publica la gran 'obra fundacional' de la nueva Ciencia internacional en 1948. Este dato, lejos de ser anecdótico, marca el inicio de trayectorias 'vitales' paralelas entre el Oráculo y el Poder Imperial que construyen espacialidades simétricas, en la academia y el orden internacional, en torno a la centralidad estadounidense. La estrecha imbricación entre ambos, expresiva del nexo poder-saber, se construyó en buena medida sobre el hecho de que:

[La obra] de Morgenthau fue significativa durante la Guerra Fría debido a la elevada legitimidad de que dotó al Realismo en los círculos de política exterior estadounidense. Con su énfasis en la lógica medios/fines de la vida internacional y su foco tradicional en el 'arte diplomático al servicio del Estado' significó, para el planificador y profesional de la política [exterior] un relato (engañosamente) simple y adulador de quién y qué eran fundamentales para la existencia contemporánea de [una] power politics (George, 1994: 91-2).

Dentro de este contexto se va a construir en (Norte)América las Relaciones Internacionales como espacio académico virtualmente monopolizado por el Realismo cuyas prácticas intelectuales establecen y 'patrullan' sus límites conceptuales, temáticos e interpretativos. De este modo construyen la disciplina como entidad autónoma, dotada de una identidad homogénea en torno a los principios del Realismo, centrada en el estudio Científico del 'ser' del mundo internacional. Ello la convierte en el Oráculo del nuevo Poder Imperial a quien le descubre la verdad inmutable de la vida internacional y le aconseja sobre los mecanismos para controlarla. En este proceso se enfrentan a una tradición fuertemente arraigada en la academia, no menos que en la sociedad estadounidense en su conjunto, como es el liberalismo (Shimko, 1992), con el cual se convertirán en 'extraños compañeros de cama' en la elaboración de las estrategias de la política exterior estadounidense. En la construcción del espacio disciplinar, por su parte, el liberalismo se constituye en el Otro relevante tanto al interior -en la forma de idealismo- (Thies, 2002) como al exterior -bajo el manto del pluralismo, característico de la ciencia política 'doméstica'- (Little, 1996) en el proceso de articulación de la identidad (Realista) de Relaciones Internacionales.

En consecuencia, el momento constitutivo está signado por unas prácticas intelectuales disciplinadoras de la 'disidencia' que, al tiempo que sitúan al Realismo en el corazón del nuevo espacio intelectual y trazan sus contornos a medida, expulsan hacia la periferia a la tradición liberal. Ésta situará en los márgenes temáticos, y también geográficos, del espacio (social y político) 'occidental' su proceso de conocimiento: su interés por las instituciones, la economía, las interacciones sociales cooperativas y las ideas -temas 'menores' frente a la high politics Realista- se plasma, de modo especial, en el estudio de la integración europea, región geopolíticamente 'periférica' en la inmediata posguerra (Zacher y Matthew, 1995). Por su parte, en el clima de macarthismo intelectual de inicios de la Guerra Fría, las aportaciones internacionales desde la tradición de pensamiento marxista resultan silenciadas y/o ignoradas en este nuevo espacio académico (Smith, H., 1994). La producción internacionalista generada en el 'bloque soviético' -crecientemente simétrica al Realismo occidental-, por lo demás, no tiene cabida alguna en el espacio intelectual estadounidense-céntrico de Relaciones Internacionales (Light, 1988). Por consiguiente es a partir de esta centralidad, con todas sus implicaciones de provincianismo metropolitano en términos de tradiciones intelectuales, preocupaciones prácticas y prioridades axiológicas, que se 'universaliza' Relaciones Internacionales como una espacialidad disciplinar autónoma.

En este proceso, la disciplina es sucesivamente importada por todos los países occidentales operando, de modo especial en Europa continental, una negación de la reflexión endógena, preexistente o contemporánea, sobre lo internacional (Jorgensen, 2000). En tanto estos enfoques no se ciñen a las estrechas fronteras disciplinares que delimitan el nuevo espacio académico se convierten en outsiders dentro de la 'historia oficial' que cuenta de sí misma la comunidad científica internacionalista de sus propios países. Esta pauta emulativa obedece, en buena parte, a la potencia incontestada que ostenta el aparato de creación y diseminación de conocimiento estadounidense en esos años que, en el caso de Relaciones Internacionales, puede ilustrarse en la difusión alcanzada por la revista especializada World Politics en los departamentos y escuelas que aparecen en diversas zonas del mundo. En un sentido más general, esta difusión privilegiada de la visión estadounidense de la política mundial puede leerse como parte integral de un proceso más amplio de expansión cultural y proyección de los valores esencialmente liberales del American way of life que vino asociada a la construcción hegemónica del orden mundial de posguerra. En este contexto, la construcción social del conocimiento es una manifestación de los procesos cultural-ideológicos que sirven a la construcción social de la hegemonía (norte)americana como líder de un Nosotros -el Mundo Libre, 'Occidente'- frente a la 'amenaza comunista' (Klein, 1990).

El nexo poder-saber debe ser explorado asimismo en sentido inverso, siguiendo un sendero que tiene al Oráculo en su centro alumbrando la conducta del Poder Imperial, en tanto es el discurso 'verdadero' de la ortodoxia el que dota de significación a la realidad 'externa' y enmarca las posibilidades de acción. Las específicas condiciones políticas y académicas de Estados Unidos proveyeron el terreno fértil para el desarrollo de una disciplina Realista de la política mundial en que las prioridades de investigación se correspondían de manera notable con las preocupaciones de los delineadores de la política exterior nortemericana (Hoffmann, 1991). En este sentido los realistas de los años cuarenta y cincuenta -(supuestos) ganadores del 'primer debate'- sentaron las bases conceptuales y temáticas de una Ciencia de la política internacional que, al tiempo que construía el espacio disciplinar, desplegaba un discurso autorizado que ofrecía a los

analistas de política exterior estadounidense [...] una forma de leer a la Unión Soviética que les otorgaba la certeza que ansiaban. Ahora, respaldados por la sabiduría del experto, tenían un lenguaje y una lógica que les permitía sintetizar la ambigüedad, dar identidad a la fragmentación, y transformar las meras interpretaciones en un hecho. En consecuencia [...] los funcionarios estadounidenses comenzaron el proceso de construcción de una realidad encerrada en sí misma, auto-afirmativa, que devino la Guerra Fría para las sociedades occidentales y para las Relaciones Internacionales (George, 1994: 85).

Hacia comienzos de los años sesenta, ya consolidada la autoridad del Oráculo realista para comprender los 'arcanos' de lo internacional, el 'segundo debate' es expresión de la pretensión de reforzar dicha autoridad mediante el perfeccionamiento de sus procedimientos científicos. En este sentido es una disputa que tiene lugar dentro de los contornos espaciales preestablecidos y se expresa por sus canales editoriales de mayor prestigio como World Politics o American Political Science Review. Repercute en la proliferación de estudios de carácter más acotado y específico, con metodologías (pretendidamente) más precisas y científicas, que presentan una orientación analítica claramente problem-solving. Este movimiento, que asocia una vez más las prioridades académicas a las necesidades de gestión estadounidense de un orden nuclear bipolar y un incipiente no-alineamiento del Tercer Mundo, es parte del proceso infructuoso de traducción de las máximas prácticas del tradicional 'realismo diplomático europeo' en una teoría causal explicativa (Guzzini, 1998). De este modo, para dotarse de legitimidad como el Oráculo, la comunidad académica (Realista) acomete insistentemente "la búsqueda del equivalente científico de la piedra filosofal", cuya existencia es convicción profundamente arraigada en (Norte)América (Hoffmann, 1991: 21 y 28).

 

3. VIDAS PARALELAS: LOS AVANTARES DEL IMPERIO, LOS SOBRESALTOS DEL ORÁCULO

Sobre finales de los sesenta, e ingresando en la década de los setenta, asistimos a la incipiente impotencia del Poder Imperial para controlar de modo 'natural' el orden internacional, y a la creciente ceguera del Oráculo para atisbar los derroteros de la política mundial. En efecto, este paralelismo vital se reflejará, una vez más, en un relativo (y transitorio) descentramiento de sus respectivos espacios -orden mundial y comunidad disciplinar- que pueden ser identificados como la era de détente y 'revuelta tercermundista', y la etapa del debate inter-paradigmático respectivamente.

En este sentido la incontestada hegemonía estadounidense de posguerra experimenta una progresiva erosión, enfrentada a diversos frentes de cuestionamiento: del desafío representado por la renovada pujanza económica de aliados como Alemania o Japón, a la 'revolución' cultural que abandera la juventud del '68; del auge de los 'movimientos de liberación nacional' en el Tercer Mundo, a la 'convencionalización' de la esfera de influencia soviética sustentada por una superpotencia militar y atómica. En este contexto, la détente significa una (cierta) reducción de la interacción conflictiva y de poder coercitivo entre Estados, y abre espacios para un fortalecimiento de vinculaciones sociales y económicas transnacionales entre grupos y personas. El fracaso de las prácticas de modernización rostowiana en el Tercer Mundo, impulsadas y apadrinadas por EE.UU., se plasma en instancias diversas que van de la derrota militar en Vietnam, a la presión económica de la OPEP, y a la alianza tercermundista en pro de un Nuevo Orden Económico Internacional. En estas circunstancias, la sabiduría del Oráculo (Realista) de Relaciones Internacionales se ve asimismo cuestionada en tanto se revela incapaz de cumplir adecuadamente la función que venía desempeñando: muchos de estos acontecimientos y tendencias eran imperceptibles para Él, en tanto otros -como la derrota en Vietnam- podían considerarse resultado de haber actuado siguiendo buena parte de sus consejos.

Esta situación revierte en una pérdida de autoridad por parte del Realismo, y una cierta desorientación al interior de la propia comunidad disciplinar, generándose las circunstancias idóneas para la emergencia de mayor diversidad intelectual dentro de este espacio académico. En este sentido, la usual interpretación kuhniana del tercer debate sugiere que la aparición de nuevos enfoques paradigmáticos respondería a las persistentes anomalías del paradigma dominante (Banks, 1985) -i.e. la(s) ceguera(s) del Oráculo-. De este modo, la pérdida del férreo control centralizado de la disciplina por el Realismo da lugar en la década del setenta a una ampliación de los límites temáticos, conceptuales e interpretativos del espacio de Relaciones Internacionales. Sin embargo una utilización trivializada de la epistemología de Kuhn, combinada con un perspectivismo cognitivo, permite reducir los paradigmas a 'lentes diferentes' para ver la misma 'realidad externa' (Guzzini, 1998: 116-20). Asimismo, resulta frecuente la aseveración de que los diferentes paradigmas 'enfocan' prioritariamente aspectos diferentes de la realidad política internacional. Con este criterio, R. Little y M. Smith (1991) organizaron su compilación de textos clave en este debate: 'la política del poder y la seguridad' -realismo-, 'la política de la interdependencia y las relaciones transnacionales' -globalismo-, 'la política de la dominación y la dependencia' -estructuralismo-. De esta manera se preserva el sentido último del Oráculo moderno, la Ciencia, en tanto tarea de descubrimiento de la verdad como correspondencia, esto es (objetivamente) fundada en los hechos empíricamente observables del 'mundo exterior' (Neufeld, 1993).

Según el relato canónico, en esta década el primado del (viejo) paradigma dominante -Realismo- se vería desafiado por dos nuevos paradigmas -globalista y estructuralista- que, no obstante, contienen enfoques significativamente diferenciados (Viotti y Kauppi, 1987). Sin embargo, las referencias al carácter históricamente situado del proceso de producción social del conocimiento, así como al nexo poder-saber, son solamente de tipo superficial (pero vid. Arenal, 1989). Desde esta perspectiva, la vertiente transnacionalista del globalismo, encarnada sobre todo en la obra conjunta de Keohane y Nye, representa el intento más acabado de (re)apropiación del Oráculo por parte de la tradición liberal mediante una ampliación controlada de los límites del espacio disciplinar para adaptarlo a las nuevas necesidades del Poder Imperial (en incipiente declinación). Por el contrario, la vertiente mundialista del globalismo, representada de modo especial por la investigación del World Order Models Project (Johansen, 1994), que nuclea a los sectores más progresistas del liberalismo anglosajón -Rob Walker, Richard Falk, etc.- y se abre al diálogo con otras civilizaciones, continúa en los márgenes de la disciplina frecuentemente estigmantizado como idealistas.

El denominado paradigma estructuralista, por su parte, constituye un desarrollo proveniente, de modo simultáneo, de las periferias -tanto intelectual como geográfica- del espacio de Relaciones Internacionales. En su vertiente de análisis de los sistemas mundiales, su elaboración corresponde a estudiosos de tradición marxista centrados en las Humanidades, como el caso de Immanuel Wallerstein. En su vertiente dependentista, representa un desarrollo intelectual 'autóctono' de América Latina que es producto de elaboraciones sucesivas de economistas y sociólogos no necesariamente marxistas -como Fernando H. Cardoso y Enzo Faletto, entre otros- progresivamente más críticos de las consecuencias de la teoría de la modernización impulsada por Estados Unidos. Estas voces críticas del orden mundial bajo hegemonía estadounidense constituyen una presencia 'novedosa' en la disciplina, aunque resultan frecuentemente caricaturizadas y convenientemente ignoradas en los espacios editoriales que adquieren centralidad como International Organization.

En definitiva, y a pesar de ciertas expresiones de 'ansiedad cartesiana' (Holsti, 1989), los dispositivos disciplinarios asociados a la metáfora paradigmática permitieron una estabilización de este espacio intelectual derivando, a lo largo de los ochenta, hacia un recentramiento Realista. En efecto, las voces disidentes se vieron marginalizadas a través de la primacía (en ocasiones implícita) reconocida al realismo para definir la agenda del debate, así como del expediente de la inconmensurabilidad que evitaba cualquier crítica entre paradigmas y era una buena legitimación para la rutina científica. Este contexto recuerda a un escenario de tolerancia represiva à la Marcuse, en tanto el (supuesto) debate triangular "fue de facto sobre todo un debate a lo largo de un lado del triángulo" entre realistas y liberales transnacionalistas (Waever, 1996: 151). Sobre esta nueva centralidad, esencialmente estadounidense, se operará progresivamente un proceso de recentramiento del espacio disciplinar que se plasma editorialmente en la centralidad de la revista International Organization, en cuyas páginas se puede seguir la evolución teórica que desemboca en el debate de los ochenta entre neo-realismo y neo-liberalismo institucional (Baldwin, 1993). En dicho proceso, un Realismo remozado por las aportaciones de K. Waltz, R. Gilpin y otros recuperará el centro del espacio académico de Relaciones Internacionales, cuyos contornos serán definidos por este neo-realismo predominante (Rioux, Keenes y Légaré, 1988).

Esta 'resurrección' de la centralidad Realista corre paralela a la contemporánea 'resurrección', a inicios de los ochenta, del discurso/práctica de confrontación bipolar por parte de la Administración Reagan que dio en llamarse 'nueva Guerra Fría'. El redireccionamiento de la política internacional hacia un terreno signado por la seguridad militar y la lógica de conflicto Este-Oeste resultó determinante para que un hegemónico sensiblemente desgastado lograra disciplinar a sus aliados y 'pasarles la factura' de una economía severamente endeudada. Al mismo tiempo invisibilizó el eje Norte-Sur, altamente problemático durante la década anterior, y terminó quebrando el desafío tercermundista bajo el peso del endeudamiento externo. En conjunto, los 'años de Reagan', especialmente los de su primer mandato, destacan por el talante impositivo y la actitud unilateralista de su política exterior haciendo valer de modo 'descarnado' su predominio recursivo -aún muy importante- y su posición estructural para (volver a) controlar (a su antojo) el orden internacional. Las diversas variantes neo-realistas contribuyeron a racionalizar, si no a legitimar, estos cursos de acción al tiempo que ofrecían fórmulas de reafirmación de la identidad (Realista) del espacio disciplinar delimitando sus contornos con (relativa) certeza. En este sentido, la aportación de Waltz constituyó una fórmula claramente conservadora -o reaccionaria, en vista de la etapa precedente- de delimitación espacial al pretender ceñir las Relaciones Internacionales a los estrechos límites politicistas pre-debate paradigmático. La propuesta de Gilpin ofreció una solución relativamente novedosa con la ampliación espacial resultante de la idea de Economía Política Internacional, aunque con una formulación conservadora claramente anclada en los parámetros Realistas (Guzzini, 1998: 125-183).

En este marco, las páginas de International Organization, World Politics, e International Studies Quarterly resultan el 'punto de encuentro' de una comunidad disciplinar recentrada en torno a una serie de temas inseparablemente ligados a las prioridades internacionales de Estados Unidos. En los primeros años ochenta, en un contexto de (aparente) recuperación del Poder Imperial, priman los debates en torno a la estabilidad hegemónica; promediando la década comienza a rescatarse el rol de las instituciones y de la gestión cooperativa del orden internacional. Estas preocupaciones, asociadas con el clima de nueva distensión entre superpotencias tanto como con la constatación de la creciente necesidad de EE.UU. de obtener (negociadamente) el apoyo -y el respaldo recursivo- japonés y europeo, resultarán centrales en la articulación del enfoque neoliberal institucionalista (Keohane, 1993). Sobre finales de la década y comienzos de la siguiente el debate neo-realismo/neo-liberalismo coagula en torno a la oposición ganancias absolutas/ganancias relativas de la cooperación, guardando un admirable paralelismo con las preocupaciones del gobierno estadounidense respecto a las relaciones con sus aliados -en especial Japón (Mastaduno, 1993).

Esta forma estrecha de entender las prácticas de orden mundial desarrolladas por el Oráculo (estadounidense) se perpetuará en la comprensión del fin de la Guerra Fría como una 'victoria' sin ambages de EE. UU. y su ideario liberal. Asimismo, se propondrá guiar la actuación de la Superpotencia Solitaria (Huntington, 1999) que, en la era de post-Guerra Fría

continúa articulando sus ambiciones hegemónicas en términos de retener la responsabilidad preeminente para enfrentar selectivamente aquellos 'males' que amenazan no sólo nuestros intereses, sino los de nuestros aliados o amigos, o aquéllos que pueden desestabilizar seriamente las relaciones internacionales (Lapham, 1992: 9, en George, 1994: 6).

Sin embargo, desde inicios de los ochenta, autores de diversa inspiración teórica pero encomiable espíritu crítico, acometieron en los espacios editoriales 'oficiales' una tarea de cuestionamientos contundentes del estrechamiento intelectual del espacio disciplinar puesto en marcha por el neo-realismo (Cox, 1996b; Ruggie, 1983; Ashley, 1984). Con la desestructuración definitiva del orden mundial de Guerra Fría/Pax Americana a inicios de los noventa, un coro polifónico de estudiosos va a generar prácticas intelectuales alternativas tendentes a romper la clausura del espacio disciplinar (George, 1993) y terminar con el 'aura' de Oráculo reivindicado por el cientifismo neo-realista (Waltz, 1995). En las relaciones internacionales de los noventa se alcanza un punto de no retorno: ni la academia ni el orden internacional volverán a ser lo que fueron desde 1945.

 

4. LA VIDA DESPUÉS DEL IMPERIO/DEL ORÁCULO: DIVERSIDAD DE ESPACIOS ACADÉMICOS Y ALTERNATIVAS DE ORDEN MUNDIAL EN LOS ALBORES DEL SIGLO XXI

En la década de los noventa, la comunidad académica de Relaciones Internacionales se vio enfrentada a un doble orden de cambio: por una parte, la realidad mundial de la post-Guerra Fría enseñaba las 'huellas' de transformaciones de gran calado que, resumidas bajo el rótulo de globalización, operaban una mutación de la sociedad mundial en su conjunto (Holm/Sorensen, 1995). Este proceso abierto de reestructuración del orden mundial, y las dinámicas más profundas de transformación de las pautas modernas -westfalianas- de organización de la vida internacional, repercuten en un cuestionamiento de la identidad (Realista) del espacio disciplinar en vista de su incapacidad para abordar el estudio del cambio (Kratochwil, 1993).

El clima de efervescencia intelectual, y el consecuente cuestionamiento de los límites ortodoxos de Relaciones Internacionales, se refleja en la gran pluralidad de enfoques teóricos que abordan/desbordan el estudio de lo internacional. La profundidad de la crítica metateórica, que alcanza en el plano epistemológico los fundamentos últimos del Oráculo al rechazar toda pretensión de "algún punto de Arquímedes de última referencia más allá de la historia y la sociedad" (George, 1994: 22), ha despertado azoradas respuestas impregnadas de 'ansiedad cartesiana' (vid. Jarvis, 2000). Estas 'hordas bárbaras', que hablan lenguajes extraños provenientes de la teoría social y política, se han atrevido a mancillar la ciudadela sagrada, a derribar las murallas que protegían Delfos y su Oráculo. Estos son los sentimientos que experimentan muchos miembros de la comunidad académica de Relaciones Internacionales enfrentados a quienes argumentan, desde las diferentes posturas crítico-reflexivas, que

el mundo es siempre una cosa interpretada, y es siempre interpretada en condiciones de desacuerdo y conflicto en un grado u otro. En consecuencia [...] no puede haber un cuerpo común de datos de observación o tests a los que podamos recurrir para un conocimiento neutral, objetivo del mundo. No puede haber un conocimiento último, por ejemplo, que en efecto corresponda a la realidad per se (George, 1994: 24).

El mismo tipo de reacciones, sin duda, ha conducido en la bibliografía iberoamericana especializada a ignorar estas nuevas voces por casi una década. La reciente contribución a una cartografía metateórica de la disciplina (Sodupe, 2003) constituye un saludable punto de inflexión, aportando a la comprensión de la presente diversidad temática, conceptual e interpretativa de la teoría internacional. En la presente contribución pretendemos brindar una visión complementaria, con un matiz geopolítico, a la comprensión del estado actual de la disciplina vinculada a la tradición de sociología del conocimiento evitando, a la vez, las insuficiencias de intentos recientes (Waever, 1998; Crawford y Jarvis, 2001). Para ello, proponemos el recurso a la metáfora espacial, entendiendo la disciplina de Relaciones Internacionales -en el momento presente- como un espacio descentrado en el que conviven al menos tres espacialidades diferenciadas -y parcialmente autónomas- en que se (re)definen los límites de la propia comunidad académica y de sus temas, conceptos e interpretaciones autorizadas. Es éste un momento de (re)construcción disciplinar no estadounidense-céntrico que sucede en paralelo con la etapa de transición que, desde inicios de los noventa, caracteriza al orden mundial que ha perdido su centralidad hegemónica (Borón, 1994).

Por lo demás, puede constatarse, en vista del estrecho vínculo entre saber y poder, los significativos solapamientos que presentan estas tres espacialidades intelectuales con algunos de los escenarios alternativos que se han previsto para el orden mundial futurible. En efecto, pueden preverse diversas posibilidades lógicas entre las cuales señalaremos:

1) un revival de la hegemonía declinante; 2) un revival de los universales de la hegemonía declinante sostenidos no por un solo Estado sino por una oligarquía de Estados poderosos que tendrían que concertar sus poderes; 3) un orden contrahegemónico anclado en una amplia difusión del poder, en el cual un gran número de fuerzas colectivas, incluyendo Estados, logren cierto acuerdo sobre principios universales de un orden alternativo sin dominación (Cox, 1992: 179-180).

En este contexto, el primer escenario, de (re)afirmación de la supremacía de EE.UU., se asocia con una espacialidad académica típicamente estadounidense cuyo eje temático revierte sobre las diversas formas -unilaterales y/o multilaterales- de recuperar la primacía del (viejo) Poder Imperial. El segundo escenario, de pax consortium básicamente trilateral, se corresponde con una espacialidad geográficamente euro-estadounidense -en menor medida japonesa- centrada en la gobernanza multilateral 'consensuada' de la economía política mundial existente. Por último, el tercer escenario entronca con la aspiración, sustentada por una diversidad de colectivos humanos subordinados, y crecientemente articulada a diversos niveles -con el Foro Social Mundial como forma más emblemática- de que 'otro mundo (más justo y plural) es posible'. A nivel disciplinar encuentra un paralelo en una espacialidad plural, caracterizada por su espíritu crítico y su búsqueda de elaborar de modo consciente conocimiento socialmente situado, traspasando las estrechas (y anquilosadas) barreras disciplinares y orientado hacia una praxis contra/anti/post -hegemónica.

Ante el avance de los bárbaros, algunos de los más conspicuos representantes del Oráculo (Realista) se han refugiado en la pequeña ciudadela interior intentando preservar el 'saber autorizado'; sólo dejan entrar en este espacio sagrado a sus eternos adversarios liberales para continuar sus seculares 'conversaciones'. Esta es la fisonomía del primer espacio, cuya comunidad académica abrumadoramente estadounidense se encuentra esencialmente en revistas como Foreign Affairs, International Security, o American Political Science Review, nucleándose en torno al eje neo-realismo vs. neo-liberalismo (Jervis, 1999). Es ésta una espacialidad cuyos límites continúan siendo definidos y patrullados por el Realismo, en especial su vertiente político-securitaria, en torno al conflicto y la cooperación entre Estados en situación de anarquía internacional. Dentro de estos estrictos parámetros, así como del rígido canon positivista de la Ciencia, se han valorado ciertos aportes que el constructivismo podría hacer a los temas -dilemas de seguridad, paz democrática, balance de amenazas, cooperación e instituciones- (Hopf, 1998).

Por tanto centran su atención en un 'mundo de Estados', básicamente incambiado por la globalización (Waltz, 1999; Gilpin, 2000), sobre cuyo unipolarismo o multipolarismo argumentan con base en una concepción recursiva del poder -en especial su dimensión militar- en la tradición del power materialism. En cualquier caso, sus debates giran en torno a las estrategias más apropiadas para que el poder preponderante de Estados Unidos 'consolide' su hegemonía global -unilateralismo vs. multilateralismo- así como al tipo de recursos y capacidades más relevantes -poder duro y/o poder blando- para dicho fin (Nye, 2002). Este espacio académico se pretende depositario del 'saber autorizado' que puede ofrecer nuevas certezas en la elaboración de la política exterior estadounidense, cuyas estrategias de post-Guerra Fría -de Clinton a Bush Jr.- han combinado un (crudo) realismo de medios y un (pretendido) liberalismo de fines en la promoción de la democracia, los derechos humanos, y la economía de mercado/economía internacional liberal. El conocimiento de las concepciones debatidas en este espacio resulta significativo para comprender la actual política exterior de Estados Unidos por las mismas razones dadas por Guzzini respecto al Realismo.

Esté o no 'allí fuera' el mundo representado por el realismo, el realismo sí lo está. El realismo no es una teoría causal que explique las Relaciones Internacionales pero, en tanto el realismo continúa siendo un poderoso mind-set, necesitamos comprender el realismo para entender [la forma en que se conduce, al menos parte de] las Relaciones Internacionales (Guzzini, 1998: 235).

Buena parte de los antiguos moradores de Delfos, por su parte, adoptaron una política de asimilación de los bárbaros alentando la convivencia y el diálogo para comprometerlos en la tarea de reconstrucción aggiornada del Oráculo en la 'zona media' delimitada por el/los constructivismo(s) (Adler, 1997; Zehfuss, 2001). La construcción de esta espacialidad ampliada -tanto intelectual como geográficamente- implica una simultánea delimitación de sus fronteras cuyo control se lleva a cabo por discretos medios de vigilancia antes que a través de un ostentoso patrullaje. En este sentido, el constructivismo como 'cara amable' de los recién llegados permite que

Relaciones Internacionales como disciplina sea revivida y recentrada en modos que la hacen aparecer abierta a nuevas tendencias intelectuales [...] se rejuvenece reduciendo las tradiciones extrañas [y críticas] a residuo. [El objetivo] ha sido mostrar como R.I. produce y seduce 'efectos de verdad' alrededor de discursos extraños como si los estudiosos de R.I. realmente se tomaran en serio estos discursos (Weber, 1999: 445-6).

De esta manera, este segundo espacio va a nuclear a gran parte de una comunidad académica cada vez más paritariamente euro-estadounidense, generando intercambios intelectuales entre los constructivistas y los 'racionalistas' -liberales o realistas- (Checkel, 1997). En efecto, se constata una creciente fortaleza organizativa de la disciplina en Europa, ayudada por tendencias 'europeizadoras' como la creación del Instituto Universitario Europeo de Florencia o la publicación de revistas especializadas como European Journal of International Relations (o, en lengua castellana, las aportaciones de la Revista CIDOB d'Afers Internacionals), así como la afinidad intelectual del constructivismo con el medio académico europeo (Groom y Mandaville, 2001). En este orden de ideas se entiende el carácter de 'puente' transatlántico que ha ido adquiriendo la obra de la escuela inglesa y, de modo particular, el concepto de sociedad internacional desarrollado por ella (Roberson, 2002). Algunas de las más prestigiosas revistas, como International Organization, se han volcado decididamente hacia este segundo espacio -que cuenta también con ámbitos editoriales de especialización diversa como Global Governance (sistema de Naciones Unidas) o Journal of European Public Policy (integración europea) y otras, como Global Society o Global Networks, cuyos nombres expresan su adhesión a las nociones en boga sobre la sociedad-red global- en tanto renovado esfuerzo por (re)construir el Oráculo para el siglo XXI. En este sentido, se ha señalado que el debate 'posmodernista' (refiriéndose a los enfoques críticos en general) no ha tenido cabida en International Organization "ya que I.O. ha estado comprometida con una empresa que el posmodernismo niega: el uso de la evidencia para adjudicar entre pretensiones de verdad" (Katzenstein, Keohane y Krasner, 1998: 678).

Asimismo, se genera una ampliación intelectual de los límites disciplinares, tanto en términos interpretativos -uso de metodologías no positivistas- como temáticos y conceptuales. En este sentido, si bien el estatocentrismo sigue siendo central en sus representaciones de la 'realidad mundial' (Wendt, 1999; Katzenstein, 1996) entienden a ésta modificada por los efectos de la globalización -concebida como una mezcla de interdependencia acentuada e incremento de relaciones transnacionales (Risse, 1999)-, así como por el aprendizaje e institucionalización de relaciones cooperativas e identidades colectivas por parte de los Estados (Wendt, 1995). De este modo, esta comunidad académica transatlántica destaca por su orientación básicamente liberal (Sterling-Folker, 2000), centrándose en una temática de gestión cooperativa del orden existente que puede resumirse con la omnipresente noción de gobernanza. En este orden de ideas, sus preocupaciones intelectuales resultan coincidentes con las necesidades del entramado de instituciones de 'estado global' que se ha ido consolidando a través de la fusión del poder estatal occidental y el marco legitimatorio de Naciones Unidas (Shaw, 2000) y más en general las principales instituciones internacionales formales -Banco Mundial, FMI, OMC, OCDE- e informales -G-7/G-8-. Por lo demás, la búsqueda de construir consenso social para sustentar estos mecanismos de gobernanza a escala global y/o regional, requiere poner en práctica una concepción más sofisticada del poder que el puro match recursivo.

En este sentido las visiones del poder manejadas dentro de este espacio 'constructivista' de Relaciones Internacionales responden, en lo fundamental, a la idea elitista de socialización, entendiendo por tal un proceso

en el cual las normas y orientaciones valorativas de los líderes en los Estados secundarios cambian y reflejan de modo más fiel las del Estado dominante. En estas circunstancias, la aquiescencia se logra mediante la transmisión de normas y la remodelación de las orientaciones valorativas y no simplemente mediante la manipulación de incentivos materiales (Ikenberry y Kupchan, 1990: 285-286).

Esta idea de la difusión de valores y normas liberales ha sido investigada profusamente, no sólo a escala universal, sino también se ha aplicado al estudio de la ampliación europea (Schimmelfennig, 2000). Por su parte el establecimiento de una gobernanza multilateral consensuada requiere, en un contexto de creciente presencia de actores no-estatales transnacionales, la búsqueda de 'consenso' (elitista) con los grandes agentes económicos como en el Global Compact que propuso el asesor del Secretario General de Naciones Unidas (Ruggie, 2001), así como con grupos 'representativos' de la sociedad civil global (Coate, Alger y Lipschutz, 1996). En definitiva, estas ideas han dado lugar al establecimiento de un cierto patrón de good governance internacional (Woods, 1999) cuyos parámetros son definidos y evaluados 'universalmente' por la oligarquía de Estados que componen ese 'estado global' (occidental).

Por último, un número no desdeñable de los recién llegados decidieron quedarse, perseverando al mismo tiempo en su apuesta por modos de vida alternativos -juzgados como bárbaros por gran parte de los antiguos moradores- y rechazando todo intento por recrear límites infranqueables con sus 'hermanos' de la teoría social y política e incluso de las humanidades. Esta espacialidad alternativa, nacida y desarrollada en los intersticios y periferias intelectuales y geográficas, presenta un carácter radicalmente plural en tanto (se) alimenta (de) la diversidad de aproximaciones al estudio de la realidad mundial. Por lo demás, optan por tomar parte de una espacialidad 'transversal', de carácter transdisciplinar (Mittelman, 2002; Rosow, 2003), abocada a comprender las profundas transformaciones de la vida social contemporánea que acarrea la globalización en cuanto proceso multidimensional de cambio de época. En este sentido, han venido a constatar, en un contexto de (re)organización del conjunto de la sociedad mundial, la difuminación de los límites dentro/fuera (Walker, 1993) y público/privado (Peterson, 2000) que contenían la estrecha identidad de las Relaciones Internacionales como estudio de la política internacional.

De este modo, este espacio alternativo se caracteriza por el privilegio de prácticas crítico-reflexivas en detrimento de estrategias disciplinadoras con pretensiones de delimitar los contornos temáticos, conceptuales e interpretativos que debe(ría)n respetarse para ser considerado saber disciplinar autorizado. En este sentido, más allá de ciertos criterios básicos de consistencia analítica que todos aceptan (Smith, S., 2003: 36-37), quienes participan de esta (descentrada) comunidad académica adoptan una dinámica de diálogo, confrontación y mixtura entre perspectivas intelectuales plurales. Este espacio de coexistencia intelectual se basa en la premisa compartida de la imposibilidad de reconstruir el Oráculo sobre fundaciones trascendentes -i.e. la verdad como correspondencia con la 'realidad externa'-, entendiendo el proceso de (re)producción del conocimiento como una actividad humana históricamente situada y condicionada por las circunstancias sociales y políticas contingentes (Murphy y Tooze, 1991; Peterson, 1992).

En este sentido, si bien se trata de una espacialidad académica intersticial esparcida por contextos académicos nacionales diversos, la localización de una masa crítica de intelectuales relevantes se concentra a una distancia social y espacial similar de los centros del mundo actual. En efecto, puede constatarse la presencia de importantes segmentos de esta comunidad académica alternativa en ámbitos académicos ubicados, por así decirlo, en 'las periferias de los centros y los centros de las periferias', fenómeno que ha sido analizado de modo especial en relación a Canadá (Neufeld y Healey, 2001). Este país, con su doble vertiente anglófona y francófona, resulta representativo de otras periferias anglófonas como Australia, así como de la periferización que ha venido experimentando la Francophonie, incluida la propia Francia3. Por lo demás, las redes académicas más o menos formalizadas -como CLACSO, o el Subaltern Studies Group- refuerzan los contactos entre intelectuales -en ocasiones expatriados- de regiones periféricas significativas como América Latina, el Mundo Árabe o el subcontinente indio4 que aportan a esta (re)definición transversal de los estudios mundiales. Esta espacialidad asimismo ha encontrado creciente cabida en una serie de revistas, de amplia difusión dado su uso de la lingua franca académica, especializadas no sólo en relaciones internacionales -Millennium o (en parte) Review of International Studies- sino también en temas de desarrollo -Third World Quarterly- economía política -New Political Economy, Review of International Political Economy- y humanidades -Alternatives, Environment and Planning D: Society and Space, Theory, Culture & Society, o (en parte) European Journal of Social Theory.

Más allá de las divergencias, en ocasiones sensibles, de sus enfoques interpretativos, los estudiosos que participan de este espacio alternativo comparten una concepción del mundo como espacialidad estructurada en torno a algún tipo de sentido hegemónico. En este orden de ideas destacan, con categorías conceptuales diversas, la existencia de un poder estructural construido socialmente a través de prácticas hegemónicas (Cox, 1996a) por un ensemble de agentes -políticos, económicos, sociales- enraizados material y culturalmente en Occidente, que sesga tendencialmente el orden mundial existente en su favor (Guzzini, 1993). Dentro de este marco, los posestructuralistas sitúan su reivindicación de una superación de la estrecha concepción de lo político (Edkins, 1999), los constructivistas radicales establecen una crítica cultural de la construcción de la 'esfera' internacional (Jahn, 2000), y los poscolonialistas ofrecen una revisión de la experiencia colonial desde la perspectiva cultural de las civilizaciones no-occidentales (Darby y Paolini, 1994). Asimismo desde las aportaciones, tremendamente diversas, del feminismo se ha incidido en el carácter sesgado en términos de género de las Relaciones Internacionales (Grant y Newland, 1991) tanto como de las prácticas que conforman la actual economía política global (Steans, 1999). El estudio crítico de la economía política mundial ha sido un ámbito de encuentro entre perspectivas inspiradas en Gramsci (Gill, 1993), Braudel (Germain, 2000), Polanyi (Inayatullah y Blaney, 1999), o la geografía crítica (Agnew y Corbridge, 1995) que analizan las condiciones materiales de existencia generadas por el orden mundial existente. En este aspecto desarrollan una de las dos almas de la teoría crítica, en última instancia incompatibles, con la tradición de trasfondo liberal que han desarrollado Andrew Linklater o David Held (Jahn, 1998).

En definitiva todos ellos comparten, tal como vimos, la convicción de que

[toda] teoría es siempre para alguien y para algún propósito. Todas las teorías tienen una perspectiva. Las perspectivas derivan de una posición en el tiempo y el espacio, específicamente [de tipo] social y político. El mundo es visto desde un punto de vista definible en términos de nación o clase social, de dominio o subordinación, de poder ascendente o declinante, de un sentido de inmovilidad o de crisis actual, de experiencia pasada, y de esperanza y expectativas para el futuro. Por supuesto, una teoría sofisticada nunca es sólo la expresión de una perspectiva. Mientras más sofisticada es una teoría, más reflexiona sobre, y trasciende, su propia perspectiva; pero la perspectiva inicial está siempre contenida en la teoría y es relevante para su explicación. Por consiguiente, no existe algo como una teoría en sí, divorciada de un punto de vista en tiempo y espacio. Cuando alguna teoría se auto-representa [en estos términos], es aún más importante examinarla como ideología, y desnudar su perspectiva oculta (Cox, 1996b: 87).

En este sentido, el espacio académico alternativo engloba perspectivas que se aproximan al estudio de la actual sociedad mundial en globalización desde puntos de vista subordinados en términos de género, clase, experiencia nacional o perspectiva civilizacional. Por su parte, se acercan a dicha realidad desde las expectativas, que ayudan al mismo tiempo a articular, de una sociedad mundial organizada en torno a mayores cotas de participación democrática, condiciones socialmente justas de existencia, y respeto por la diversidad en todas sus formas. Por consiguiente entienden su función como productores de conocimiento socialmente situado, rechazando la metáfora del Oráculo descubridor de las verdades ahistóricas, a favor de una academia ubicada en el Ágora -de cuyos debates se alimenta, al tiempo que contribuye a los mismos con un saber orientado a la praxis contra/anti/post-hegemónica.

 

EPÍLOGO

En definitiva, nuestra contribución ha pretendido realizar una cartografía espacial de la disciplina de Relaciones Internacionales a comienzos del siglo XXI, inmersa como se halla en un proceso de profunda redefinición. A ello no es ajena la crisis terminal de la hegemonía mundial de EE.UU. en cuyo contexto 'floreció' como empresa intelectual autónoma bajo la 'objetividad científica' del Realismo. Escribiendo, como lo hacemos, desde Iberoamérica no podemos dejar de preguntarnos, finalmente, por el modo en que esta construcción geopolítica del conocimiento repercutió en el desarrollo de nuestras comunidades académicas de internacionalistas. Este proceso ha estado jalonado, sin duda, por las contribuciones de relevantes estudiosos 'autóctonos' -de Antonio Truyol i Serra (español) a Helio Jaguaribe (brasileño), de Juan Carlos Puig (argentino) a Roberto Mesa (español)- que sólo recientemente han comenzado a recibir cierta atención en el medio anglosajón (Tickner, 2003). Sin embargo, aquí nos interesa resaltar las repercusiones de, por así decir, el contexto 'externo' en la producción científica iberoamericana en relaciones internacionales. En este orden de ideas, los parámetros Realistas marcaron la 'recepción' de la disciplina en Iberoamérica, no menos que en otras partes, perpetuándose por las prácticas miméticas que adoptaron estas nuevas comunidades académicas. Así, la presente fragmentación espacial de las Relaciones Internacionales constituye un proceso sociointelectual particularmente difícil de 'digerir' para quienes, en estos países, han desarrollado meritorias carreras académicas y han consolidado su prestigio como depositarios del 'saber autorizado' en la era de la Guerra Fría/Pax Americana.

Para ellos, la renovación crítica de la disciplina constituye un enorme terremoto vital, en tanto sienten lógicamente afectada su propia identidad, tanto individual como colectiva, como comunidad científica de Relaciones Internacionales. En ese sentido, se advierten estrategias intelectuales tanto defensivas -intentando preservar las fronteras clásicas- como de aggiornamiento más o menos gatopardista -aferrándose para ello a formas relativamente convencionales del constructivismo-. De este modo han operado, a través de prácticas más o menos (in)conscientes de enseñanza, criterios de publicación y otras, un disciplinamiento del espacio disciplinar (relativamente) reacio a una profunda renovación crítica. Sin embargo, junto con la pionera aproximación al posestructuralismo del chileno Luciano Tomassini (1991), deben destacarse iniciativas más recientes que exhiben una sana curiosidad intelectual por escrutar los aportes de alguno de estos nuevos enfoques (García Segura, 1999; Rodríguez Manzano, 2001). En cualquier caso, en un momento en que las transformaciones globales generan mayores inquietudes a nivel general por el conocimiento de la realidad mundial, estos enfoques contribuyen a que la disciplina que se ha especializado en su estudio se renueve críticamente, y se abra transdisciplinarmente, refundándose como Estudios de la Sociedad Mundial.

En este sentido debe tenerse presente la creciente vitalidad que viene adquiriendo la nueva espacialidad académica crítica, que se plasma tanto en metáforas y conceptos como en ámbitos de publicación y foros de reunión y debate propios. En efecto, la creación de este espacio propio/apropiado es una exigencia para pasar de lo puramente ideológico a cobrar verdadera "existencia social" (Lefebvre, 1974: 65-70). Desde este nuevo "espacio de saber" se acomete al mismo tiempo una práctica intelectual profundamente política que permite (re)crear novedosos espacios de representación que se consoliden frente a las representaciones oficiales del espacio. En cierto sentido, se trata de encarar una geopolítica del conocimiento alternativa, rompiendo con la 'colonialidad del saber' que se ha venido denunciando, por ejemplo, en relación a América Latina (Lander, 2000).

Esta es una necesidad vital desde la perspectiva subordinada en la que los pueblos iberoamericanos se enfrentan al actual proceso de profunda transformación social y reconfiguración de un orden mundial para las primeras décadas del siglo recién iniciado. El espacio iberoamericano, por lo demás, se halla geoestratégicamente situado en tanto engloba una parte significativa de 'las periferias de los centros y los centros de las periferias' (incluida la 'minoría' latina/hispana en EE.UU.). En este orden de ideas, se requiere un conocimiento socialmente situado que asuma sus particulares condiciones de producción

en un campo social, histórico, cultural y lingüístico de debate y conflicto político, no en algún campo idealizado de verdad, evidencia o hechos de carácter absoluto (apolítico, asocial, ahistórico). [En fin] reconoce que todas las perspectivas teóricas/interpretativas están asentadas en un contexto político y normativo [...] conectando al estudioso con ese mundo [en que está enraizado] e imponiendo en la academia un régimen de auto-reflexión y conciencia crítica tristemente ausente en gran parte de la literatura de Relaciones Internacionales (George, 1994: 24).

En definitiva, esta actitud crítico-reflexiva conduce a abandonar la Ciencia como proyecto de Oráculo moderno para abrazar con decisión la ciencia como conocimiento académico consistente, enraizado en el Ágora y orientado de modo consciente a articular alternativas para la praxis política.

En el fondo, tal vez la pitonisa de Delfos -en sintonía con las preocupaciones contemporáneas de la filosofía griega, que marcaría el legado de la propia civilización occidental- era muy consciente de la naturaleza profundamente social del saber. La pitia comprendió que, aun de modo insconsciente, aquellos atenienses que volvían a consultarla no eran ya los mismos. Su actitud ante el saber era distinta. Ahora no pretendían del oráculo una verdad inconmovible, sino un conocimiento orientado a la praxis que les permitiera disponer de su propio destino.

 

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Notas

* Una primera versión de este artículo fue presentada como ponencia en el VI Congreso Vasco de Sociología (Bilbao, 26 al 28 de febrero de 2004). Los autores quieren agradecer a: Leire Moure, investigadora de Relaciones Internacionales de la Universidad del País Vasco, por inspirar algunas de las ideas que dieron origen al presente artículo; al profesor Alberto Spektorowski por sus comentarios y ánimos para intentar publicar este texto; y a los dos evaluadores anónimos, cuyas sugerencias sirvieron para enriquecer la versión original. Por supuesto, los errores y limitaciones son responsabilidad exclusiva de los autores.

1 Las representaciones del espacio son penetradas por el saber, una mezcla de conocimiento e ideología siempre relativa y en transformación. Por ello el concepto de representación dentro de una práctica socioespacial, engloba y supera al de ideología, y puede servir de instrumento para el análisis de los espacios y de las sociedades que los generan y se insertan en ellos (Lefebvre, 1974: 51 y 55-6).

2 Más allá de su impacto mediático, el 11-S constituye, en términos analíticos, un efecto más que una causa. En este sentido, coincidimos con la afirmación de que "reconociendo las limitaciones de la comparación histórica, uno podría comparar el 11 de septiembre con la crisis de los misiles cubanos: una crisis de altísima tensión pero que no alteró radicalmente el sistema internacional" (Merke, 2004: 720).

3 En el caso canadiense, podemos referirnos a economistas políticos críticos como Robert Cox, Stephen Gill, Randall Germain, teóricos críticos como Mark Neufeld, feministas com Sandra Withworth o Laura MacDonald, posestructuralistas como R.B.J. Walker. En Australia, teóricos críticos como Andrew Linklater y Richard Devetak, poscolonialistas como Philip Darby y A. J. Paolini; en Francia aproximaciones posestructuralistas como la de Zaki Laïdi, o de geopolítica crítica con Gérard Dussouy.

4 Se trata de estudiosos que no se inscriben en la disciplina, sino que aportan al estudio de lo internacional desde la teoría política como Atilio Borón (argentino), la economía política como Theotonio Dos Santos (brasileño) o Samir Amin (egipcio), la sociología como John Saxe-Fernández (mexicano), los estudios-culturales como Edward Said (palestino) o Sankaran Krishna (indio).

 

Información sobre los autores

Mariano Ferrero (Rosario-Argentina, 1972). Es licenciado en Relaciones Internacionales y en Derecho por la Universidad Nacional de Rosario. Actualmente es doctorando en el departamento de Relaciones Internacionales de la Universidad del País Vasco/Euskal Herriko Uniberstsitatea; su tema de Tesis Doctoral versa sobre "Problemas de legitimación del MERCOSUR en la era de la globalización.

Igor Filibi López (Bilbao, 1971). Es Doctor en Ciencias Políticas por la Universidad del País Vasco (UPV) y licenciado en Ciencias Políticas y en Sociología Política. Fue becario predoctoral del Gobierno Vasco, en el departamento de Relaciones Internacionales, y en la actualidad es investigador contratado por el Departamento de Ciencias Política de la UPV en el proyecto europeo EUROREG, financiado por la Comisión Europea (2004-2007).

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