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CONfines de relaciones internacionales y ciencia política

versión impresa ISSN 1870-3569

CONfines relacion. internaci. ciencia política vol.1 no.1 Monterrey ene./jun. 2005

 

Artículos

 

El mundo unipolar y las contradicciones y límites de la globalización*

 

The Uni-polar World and the Contradictions and Limits of Globalization

 

Víctor López Villafañe**

 

** Centro de Estudios sobre Norteamérica ITESM, Campus Monterrey. Correo: villafane@itesm.mx

 

Resumen

A partir del llamado triunfo absoluto del liberalismo, en el que las viejas estructuras institucionales y políticas han sido rebasadas por la nueva realidad, el autor analiza las implicaciones de una nueva etapa global en la que los Estados Unidos parecen tener un poder de decisión y acción inconmensurables. El artículo examina cómo la falta de atención, por parte de actores hegemónicos, a las contradicciones y desigualdades económicas, así como a las crisis políticas e ideológicas, provoca que los problemas estructurales del sistema internacional sigan a la deriva, haciendo realmente preocupante la situación actual del mundo.

 

Abstract

Because of the triumph of liberalism, in which the old political and institutional structures have been surpassed by the new reality, I analyze the implications of a new global era in which the United States seems to have an incommensurable power of action and decision making. The article explores how structural problems of the international system are created by the lack of attention from hegemonic actors to issues such as economic inequalities, as well as political and ideological crises. I explain why the former creates a very troubling situation at the present moment.

 

Estamos iniciando el siglo XXI con una gran incertidumbre sobre el futuro. El fin de la guerra fría que suponía "el fin de la historia", basado en el triunfo absoluto del liberalismo, ha desembocado en uno de los periodos más críticos y difíciles de la historia de la humanidad. El tránsito de la presidencia de Clinton a George W. Bush ha significado la entrada de los Estados Unidos a una nueva etapa que puede ser caracterizada como la doctrina de las guerras preventivas contra los focos terroristas, con todo lo que ello implica desde el punto de vista económico, político y social, en el sistema global. El llamado sistema bipolar de la guerra fría se ha desintegrado y el sustituto es un sistema de poder mundial en el que los Estados Unidos parecen tener un poder de decisión y acción inconmensurables.

La decisión de invadir Irak, en marzo de 2003, sin el refrendo de la ONU y con la oposición a esta acción de parte de muchos otros países en todo el mundo, entre ellos Alemania y Francia, nos indica que las viejas estructuras institucionales y políticas que daban sentido al sistema de poder internacional han sido rebasadas por la nueva realidad. Sin embargo, los Estados Unidos del presidente George W. Bush se manejan políticamente cada vez más como una potencia autoritaria, unilateral y arrogante; estrategia que tiene un alto costo político al corroer las viejas alianzas del sistema liberal internacional y que produce también, a nivel doméstico, un incremento de la oposición a esta política por los problemas que causa a los derechos civiles y políticos de los ciudadanos en los Estados Unidos. Por otra parte, su sistema económico es ahora altamente dependiente de los recursos financieros externos, situación que de continuar pondrá en riesgo en el futuro la hegemonía del dólar y creará la posibilidad real de la conversión del euro en la moneda central del sistema económico mundial1.

La pérdida de rumbo y la lucha contra el terrorismo como la bandera principal de los Estados Unidos, están determinando que los problemas estructurales de fondo del sistema internacional sigan a la deriva y esto es lo que hace realmente muy preocupante la situación actual del mundo en su totalidad. Antes del 11 de septiembre de 2001, había algunos signos alentadores como la propuesta de debate sobre la nueva arquitectura financiera mundial, por ejemplo. Después de esta fecha, la agenda de los problemas económicos mundiales simplemente ha sido relegada a un segundo plano. El presidente Bush y el grupo de conservadores "amantes de la guerra", como los define Chalmers Johnson, están manejando los asuntos mundiales como si se tratara de los asuntos de su corporativo empresarial. Este nuevo grupo en el poder es entusiasta de la idea de que los Estados Unidos se conviertan en una nueva Roma, un coloso sin restricciones de ningún tipo y sin respeto por la ley internacional2 . Es como la culminación de la privatización del orden global que puede terminar con una gran crisis o un colapso de todo el sistema en su conjunto.

En los próximos años, tanto la dinámica política como la económica de los Estados Unidos tendrán un gran peso sobre las transformaciones del sistema mundial internacional. Si se confirma la doctrina de la guerra preventiva del presidente Bush, seguramente la agenda mundial deberá continuar girando alrededor del tema de la seguridad nacional de los Estados Unidos, extendiendo éste su poder militar a todas las regiones en las que eventualmente se vislumbre algún tipo de peligro. La seguridad nacional alteraría también la vieja correlación de fuerzas en el mapa mundial y haría que se incrementen los gastos militares, en particular y, en general, los gastos vinculados con la seguridad renacerían no sólo en los Estados Unidos, sino en todo el mundo, como ya se está atestiguando desde septiembre de 2001. Otros efectos importantes geopolíticos a escala mundial serían el rearme de Japón — lo que antes parecía una idea imposible parece cada vez más una realidad— no sólo para enfrentar el clima de inseguridad provocado por Corea del Norte, sino también por el ascenso de China como una gran potencia regional y mundial. Por otra parte, la Europa Unida deberá tanto continuar el proceso definitorio de una política exterior unitaria como revalorar la pertinencia de la alianza militar del Atlántico con los Estados Unidos.

Una ratificación del poder del presidente Bush en el 2004, confirmaría, a su vez, el poder de grandes intereses económicos ligados con empresas petroleras e industrias extractivas y, en general, con el llamado complejo industrial-militar; por lo tanto, la adopción de políticas globales responderían a estos intereses en escala global. Estamos asistiendo a la imposición de una gran cantidad de medidas que, bajo el paraguas de la defensa contra el terrorismo, en realidad significan barreras al libre tránsito tanto de personas como de bienes; por ejemplo, por medio del registro sea de personas visitantes a los Estados Unidos sea de empresas exportadoras, por el temor a ataques bioquímicos. Es decir, que bajo el argumento del control y vigilancia de fronteras, territorio y bienes que se importan al mercado de los Estados Unidos, éste podría imponer todo tipo de barreras, protecciones, controles, etcétera, sobre el mundo. Por lo tanto, el unilateralismo ejercido por este país se vería reforzado. La seguridad nacional, colocada como la política mundial hegemónica, significa, en el fondo, el fracaso de una alternativa democratizadora y liberalizadora del mundo después de la guerra fría y, por ello, su enorme limitación como salida a los cientos de movimientos populares y reivindicatorios que se han sucedido en, prácticamente, todas las regiones del mundo.

El presidente Bush ha cambiado violentamente los signos de la economía de los Estados Unidos y esto también es un factor importante. Las presiones histórico-estructurales de la economía estadounidense sobre el endeudamiento han renacido, luego del ciclo de expansión de los noventa, que no sólo equilibró el presupuesto fiscal, sino que produjo excedentes. La deuda neta del gobierno de los Estados Unidos podría crecer hasta representar el 40% del PIB en los próximos años3. Como hemos mencionado, la economía de los Estados Unidos se ha vuelto dependiente del flujo de recursos financieros del extranjero para sostener este colosal crecimiento de su deuda. En especial las economías asiáticas, sobre todo Japón y China, son ahora las principales tenedoras de la deuda de este país.

El endeudamiento de los Estados Unidos, en realidad, es un problema antiguo que ha estado presente desde fines de la presidencia de Kennedy y que alcanzó su máximo durante los ochenta con los gobiernos de Reagan y de Bush, padre. El presidente Clinton logró con su política económica y financiera no sólo reducir el déficit sino crear excedentes fiscales. Por otro lado, los Estados Unidos no están solos en esta situación ya que casi todas las grandes economías desarrolladas están contaminadas por altas deudas públicas lo que, en realidad, contradice uno de los grandes objetivos de las políticas neoliberales: disminuir el papel del Estado y sus gastos. Prácticamente, se redujeron los gastos sociales y las deudas públicas representan ahora enormes transferencias de recursos de las poblaciones a los gobiernos.

Así, nos ha tocado ser testigos de una gran época de rápidas transformaciones económicas y políticas. En el orden de políticas económicas globales, hemos visto el fin de los programas keynesianos y toda la implementación de las políticas neoliberales que fueron generadas en Inglaterra y Estados Unidos a fines de los setenta y principios de los ochenta. Estas últimas, por supuesto, no se aplicaron de manera estandarizada, y las formas de adaptación o incluso de rechazo abierto o velado, como en el Este y Sudeste de Asia, marcaron diferencias importantes en sus resultados finales. Una primera conclusión es que los países con menor capacidad de maniobra o falta de capacidad estratégica, fueron, en general, quienes adoptaron con mayor vigor los programas neoliberales de apertura y desregulación y también quienes mostraron mayor fragilidad e inestabilidad financiera. Las deudas contraídas en una fase de extraordinaria liquidez mundial, en los setenta, se iban a saldar con los excedentes, los cuales prometían un mayor crecimiento sea por la apertura de los mercados sea por la plena eficiencia de los recursos que provocaría una ilimitada liberalización. Las políticas neoliberales contaron con una extraordinaria mercadotecnia impuesta desde los centros de poder económico y también con la aquiescencia de nuevas élites tecnocráticas que, en general, vinieron a remplazar a los políticos de viejo corte en muchas partes del mundo. También en esto se dieron diferencias importantes de región a región y de país a país. Conozco el caso de muchos países asiáticos en los que las nuevas élites mantuvieron políticas industriales que impulsaban programas de exportación con poderosos arrastres sobre sus sectores domésticos, a diferencia de América Latina, en donde, por lo regular se aplicaron políticas de manera ortodoxa, de manera indiscriminada y sin programas industriales endógenos4.

Como consecuencia de las políticas neoliberales, las desigualdades crecieron en casi todas las regiones del mundo, pero fueron más atenuadas en donde se mantuvieron en pie redes de seguridad social o en donde había sistemas de distribución de la riqueza más equitativos5.

El desempleo también creció tanto como parte de la política de "reducción de costos", como también por el impacto de las nuevas tecnologías convirtiéndose, desde mi punto de vista, en uno de los temas centrales. Vivimos ahora una época en la que el desempleo se vuelve prácticamente estructural en una gran parte de la economía mundial, como producto de la revolución tecnológica en marcha. Por otro lado, los Estados se han olvidado de establecer políticas de empleo, para enfrentar estos grandes cambios estructurales, lo que nos ha hecho transitar prácticamente de la etapa del pleno empleo a la del desempleo pleno en la economía mundial, dando lugar a otro fenómeno muy importante, consistente: el crecimiento de los mercados laborales informales. Por ejemplo, en América Latina, entre el 40 y 60 por ciento de su población económicamente activa se encuentra ahora en estos mercados informales de trabajo. Los salarios reales cayeron debido a todo lo anterior y, además, en los países industrializados las corrientes migratorias de trabajadores empujaron los salarios a la baja, o como en el caso de Japón, la fortaleza del yen que obligaba a los empleadores a reducir los salarios para mantener la competitividad internacional. Todo esto nos ha llevado a la trampa de la caída de la demanda mundial, por un lado, y a la concentración de la riqueza, por el otro.

El descenso de los salarios reales ha sido una de las características de los últimos cambios mundiales. Es, a su vez, una de las explicaciones estructurales de la sobrecapacidad industrial del mundo desarrollado, pues incluso en muchas de estas economías, como en los Estados Unidos o Japón, la reducción del salario real fue uno de los objetivos de las políticas de reconversión económica en un mundo altamente competido. Los mercados internos, por lo tanto, se han reducido y ello conduce a procesos de descenso en la producción industrial. La llamada nueva economía, basada en la producción de bienes de la nueva revolución tecnológica, estará destinada a ser de corta duración, ya que se interpondrá una demanda limitada por este cuello de botella estructural del mundo contemporáneo. En el pasado, las innovaciones tecnológicas tenían un largo proceso de evolución y absorción en los mercados mundiales debido, fundamentalmente, a que el entrelazamiento de los mercados era mucho más tenue, había mayores barreras al comercio y la incorporación tecnológica procedía de manera más lenta y cuidadosa. Esto cambió con la globalización y desregulación de los mercados. Los impactos tecnológicos pueden ser casi inmediatos, pero también, al no realizarse la producción por falta de demanda, los tiempos de la saturación pueden sobrevenir mucho más rápidamente. Éste parece ser el entorno actual del cambio tecnológico que no puede realizar todo su potencial debido, principalmente, a la limitación de la demanda de los mercados mundiales.

Los sectores de alta tecnología de la llamada nueva economía se dinamizaron por la transformación del trabajo y los salarios que permitieron crear los excedentes para la inversión en las nuevas áreas. La expansión de la economía de Estados Unidos, en los noventa, tuvo como fundamento, además, la abundancia de crédito al consumo y la burbuja especulativa en la bolsa de valores que contribuyó a reforzar las tendencias expansionistas de todo el proceso económico.6 En el caso de Japón, aparte de enfrentar el fin del ciclo especulativo de las ochenta y una crisis financieraa impuesta por los límites a su expansión y hegemonía en el sistema mundial, la aguda competencia y la revaloración del y en crearon también las presiones para limitar los aumentos salariales a fin de mantener la competitividad de las empresas. Se ha afirmado que la crisis de Japón, que es multidimensional, ha sido así mismo una manifestación de la crisis de su mercado interno.7

En Europa, el desempleo se convirtió en el factor estructural de la crisis del modelo de bienestar. Igualmente, hay que subrayar el hecho de que la contratación de mujeres y trabajadores por tiempo parcial o bajo contratos temporales aumentó aceleradamente en todo el mundo, así como la llamada economía informal, refugio del ejército de expulsados de los sistemas formales de mercado tanto en la venta como en la compra de mercancías. De esta forma, la globalización se ha manifestado como una cruzada mundial para abaratar los costos de producción en la que el factor trabajo se ha convertido en el elemento principal de dicha reducción. Se trata entonces de un proceso totalmente inverso de lo que el propio sistema económico mundial había implantado en la posguerra, basado en el aumento del empleo, los salarios y el gasto público.8

Las transformaciones más visibles en los países desarrollados, como uso intensivo de las computadoras, redes de información, comercio electrónico, etc., ha dado lugar a nuevos conceptos y a una realidad que, sin embargo, está muy lejos de ser uniforme a escala global. Por eso se dice ahora que vivimos ya la época de las economías "virtuales", es decir, economías de mercado que se han convertido o estarían prontas a graduarse como economías de servicios, esto es, países en donde ya predominan abrumadoramente los servicios como el eje del desarrollo, con grandes transferencias del parque manufacturero a los países en desarrollo como México, China, Brasil, etc. Las inversiones en el sector de servicios generados por la nueva revolución tecnológica, tienen los más altos rendimientos y la manufactura es relocalizada en mercados de bajos salarios. De ahí, entonces, una de las más grandes contradicciones del sistema económico actual que lleva a un estado más complejo y profundo las desigualdades del sistema mundial. Estaríamos, por tanto, ante formas más sofisticadas de configuración de las disparidades entre el centro y la periferia de la economía y la política mundiales.9

Además, los capitales se movilizaron a las nuevas industrias más rentables y a las inversiones financieras de carácter especulativo. Entre otros factores, estos procesos apuntalaron el ciclo de expansión de los Estados Unidos desde 1993 hasta el año 2000. Sin embargo, muchas industrias manufactureras tradicionales entraron en ciclos de baja demanda o de mayor competencia, con lo que también surgió una sobrecapacidad industrial que ha hecho más difícil la vida económica de muchas empresas a escala global (la industria automotriz es un ejemplo). Esta sobrecapacidad forma parte del proceso de fusiones industriales y financieras que se han sucedido con mayor vigor en los noventa y continúa en los primeros años del siglo XXI. Otro desequilibrio importante entre el mundo industrializado y las zonas subdesarrolladas consiste en la importancia que el sector servicios tiene ya en los primeros y en los transplantes manufactureros que ello ha implicado con todas sus consecuencias para los segundos. Así se crea una aguda competencia, entre estos últimos, por la atracción de la inversión extranjera. Parte de la culpa de las crisis financieras ha tenido que ver con este fenómeno, ya que muchas economías son presionadas a ofrecer condiciones "competitivas" lo que, en muchos casos, origina la reducción de costos vía procesos devaluatorios para bajar los salarios. También está el tema de la alta valoración que el conocimiento tiene en la etapa actual del desarrollo capitalista frente a la manufactura, lo que crea otro desequilibrio importante en la transferencia de la riqueza a escala global.

La globalización, a su vez, ha incluido un proceso de regionalización económica, sustentado en dos fenómenos principales; por una parte, en el desarrollo económico de las regiones sede de las viejas alianzas anticomunistas como Japón, Asia del Este y Europa occidental y, por otro lado, la integración de nuevas áreas en este proceso como, la de la ex Unión Soviética y su antigua periferia en Europa oriental y China, en Asia, con su proyecto de apertura e inserción en la economía mundial desde fines de la década de los años setenta. Debemos enfatizar que ha sido China, precisamente, la economía que más altas tasas de crecimiento ha tenido en los últimos años y que, aun en el clima recesivo de principios del siglo XXI, aparece como la economía más vital del sistema económico mundial. Sin embargo, el desarrollo continuo de China dependerá de la evolución de sus mercados clave, como son el de los Estados Unidos, Asia y Europa, y de que su gran estrategia de crecimiento en las zonas costeras, que ha creado grandes desigualdades regionales, pueda ser insertada en sus provincias pobres y atrasadas en las próximas décadas.

La crisis del petróleo de 1973, la recesión mundial de principios de los ochenta, el aumento del peso económico de Japón y Alemania, las disputas comerciales, tuvieron como resultado un aumento del proteccionismo mundial, por una parte, y el reforzamiento de los procesos de integración económica regional, por la otra. En Asia, Japón fue un país clave al extender sus redes productivas, mientras que en Europa predominó el diseño político de largo plazo. En Norteamérica surgió la alianza comercial y productiva bajo la hegemonía de los Estados Unidos a través del TLCAN y el Mercosur fue la respuesta del cono sur.

Esta regionalización se debe entender como un proceso de generación de bloques, mientras que los programas neoliberales eran las herramientas para facilitar estas integraciones bajo la hegemonía de los actores clave en cada una de las regiones. La incorporación de China al bloque asiático ha constituido el factor más importante en las nuevas reconversiones que suceden en esa región e incluso se la ve como una verdadera amenaza para la industria manufacturera de México y de los Estados Unidos en el bloque TLCAN. En general, podemos afirmar que Asia ha podido mantener una gran dinámica económica, a pesar de la crisis de 1997 y que Europa, con el surgimiento del euro y los proyectos de ampliación, sigue en una línea de gran fortalecimiento político y económico. Por eso, el momento actual de la supuesta abrumadora hegemonía de los Estados Unidos se debe mirar en el contexto histórico de los grandes cambios de las últimas décadas y de lo que podría sobrevenir en el futuro. Las divisiones políticas en el mundo industrializado con respecto a la guerra de Irak también demuestran los embriones de las próximas luchas hegemónicas.

Como producto de los cambios en las reglas de competencia mundial existe, ahora, la enorme brecha de la desigualdad económica dentro de los países, entre los mismos países y éstos y los grandes actores económicos. Los Estados como promotores principales de estos cambios pierden, a la vez, peso y autonomía política. Todos los cambios en las formas —un mercado ampliamente diversificado en sus instrumentos financieros y sin fronteras— así como la profundización del papel de las corporaciones financieras en la evolución de los mercados, nos han conducido a una gigantesca concentración de capital económico y financiero en el mundo, en el que, incluso, muchas empresas industriales se transforman, en poderosas corporaciones de servicios financieros, haciendo más grave la diferencia entre la economía real y la especulativa. La dinámica de la bolsa de Nueva York, no sólo es uno de los factores de la gran expansión de los Estados Unidos en la década de los noventa sino que ha satelizado prácticamente a todas las bolsas del mundo —las que aparecen más bien como oficinas regionales del complejo de Maniatan —y las ha colocado en la especulación internacional como uno de los actores determinantes de las políticas nacionales, vía el flujo y reflujo constante de inversión financiera.

Las fuentes de esta riqueza financiera se han multiplicado desde que en los setenta, se adoptó la política de flotación del dólar, lo que en realidad significó crear las condiciones para hacer más fácil el comercio de divisas y, por lo tanto, abrir un gran negocio de ganancias derivadas de las fluctuaciones de las monedas a escala global. Además, se cambiaron tanto las reglas para hacer más relajada la política de préstamos y de inversiones financieras en los Estados Unidos e Inglaterra, como otros factores que serían el reciclamiento de los ahorros generados por los llamados treinta años gloriosos de crecimiento de la posguerra; especialmente importantes fueron los ahorros para las pensiones y el reciclamiento de los petrodólares como producto de las ganancias provenientes del aumento del precio del petróleo desde 1 973. Lo que hemos visto desde esos años ha sido el incesante crecimiento de este sistema financiero mundial en cuya cúspide se posaron estos nuevos actores mundiales de intermediación, los llamados fondos de inversión y, en general, todas las compañías que se dedican a los negocios financieros que crecieron en estos años. La aguda competencia y la inestabilidad que se produjo en todo el sistema crearon las condiciones que alimentaron, ya desde los ochenta, las crisis bancarias y financieras que en los noventa se constituirían en uno de los rasgos distintivos del sistema económico mundial. Las políticas relajadas de gasto fiscal adoptadas desde el gobierno de Kennedy en los Estados Unidos y que continuaron hasta que el presidente Clinton redujo el desequilibrio fiscal, contribuyeron a generar nuevas condiciones para el aumento de esta riqueza financiera mundial.

Las presiones inflacionarias adquirieron un rasgo estructural de todo el sistema por la abundancia de la riqueza financiera y su gradual pero incesante desconexión de las economías reales. Por ello, la meta de combate a la inflación desplazó los objetivos sociales y políticos; incluso los programas económicos, en casi todo el mundo, subordinaron los temas del empleo y del crecimiento a las presiones inflacionarias. También los problemas devaluatorios se convierten en un elemento estructural distribuido desigualmente en el mundo, en donde las monedas débiles sufren mucho más intensamente esta presión. La preocupación por mantener la estabilidad de las monedas débiles en esta aguda competencia financiera mundial, derivado de esta gigantesca transformación global, es la raíz de la adopción de programas monetarios en América Latina en donde el dólar se convierte en el ancla de la paridad, o bien, se utiliza como sustituto de la moneda nacional. En otras partes del mundo, los procesos son similares, es decir, de presiones para alinearse con las monedas más fuertes regionalmente. En el caso de Europa, el proyecto de la moneda común, el euro, es una respuesta coordinada de convergencia financiera para tratar de inmunizarse ante las oleadas de inestabilidad financiera mundial, y minimizar los procesos especulativos en el interior de la Unión Europea.

La crisis mundial de la deuda en los ochenta fue especialmente aguda en América Latina, y tuvo al menos dos efectos importantes. Por un lado, remitió grandes transferencias de recursos financieros hacia los países industrializados, en especial a los Estados Unidos, lo que agudizó, a su vez, el problema del ahorro interno en estos países.

El otro efecto importante consistió en la adopción de políticas para desregular los mercados internos y hacer más intensa la integración con los mercados mundiales de capitales. En cambio, en otras áreas del mundo, especialmente en Asia, los proyectos de reconversión industrial y de mantenimiento de sus exportaciones seguían siendo el motor de su crecimiento. Incluso en esa época se unieron a este clima de desarrollo los países más atrasados del sudeste, como Indonesia, Malasia y Tailandia. En el centro de las conexiones financieras y productivas interregionales se encontraban los Estados Unidos quienes absorbían los recursos monetarios de América Latina y de otras partes del mundo para continuar ensanchando su poderío financiero, al mismo tiempo que sustentaban los proyectos exportadores de los países asiáticos al mantener alta su demanda de importaciones manufactureras provenientes de esta región.10

De las crisis de las deudas se pasó al ciclo de las crisis financieras de los noventa, representadas no sólo por una continuidad de los antiguos problemas en las balanzas de pago de los países, sino por una profundización de la insolvencia y por procesos devaluatorios que se iniciaban en un país para transmitirse a una región para, luego, impactarse en todos los mercados mundiales. Así, las crisis financieras se globalizaron y aun regiones que habían permanecido inmunes en el pasado, como Asia, tuvieron que enfrentar crisis de este tipo como la de 1 997. Realmente las políticas económicas mundiales, impuestas por el Fondo Monetario Internacional y otros organismos mundiales, modificaron sustancialmente las políticas de equilibrio por programas llamados de estabilización que, en verdad, hicieron que los países afectados por las crisis adoptaran programas de austeridad con un régimen de altas tasas de interés, sin ajustes reales a sus políticas endógenas que les permitieran en el largo plazo salir de este ciclo de crisis financieras recurrentes. Muchos países se enfrentaron de esta manera a ciclos perversos de crisis al atraer a los capitales extranjeros a invertir en sus mercados de capitales, pero sin poder generar capacidad de pago necesaria más allá de ciertos límites. Déficits comerciales, debido al proteccionismo comercial de los países avanzados, y limitaciones industriales y tecnológicas de los propios modelos adoptados, que impedían el crecimiento económico y, sobre todo, la captación de divisas para hacer frente a los compromisos financieros. Así, una vez agotados estos límites financieros, una nueva crisis llegaba y con ella la necesidad de un nuevo ciclo de refinanciamiento. Las crisis se autogeneraron porque se abandonaron las políticas de desarrollo endógeno de los países y se sustituyeron por políticas de estabilidad financiera a cualquier costo social y aun político. La globalización financiera se desconectó tanto del crecimiento de los mercados reales de producción y consumo como de las necesidades de las poblaciones. Su resultado fueron años de crisis financieras en, prácticamente, todas las regiones del mundo. Como hemos mencionado, Asia, que había estado inmune a las crisis financieras, tuvo que enfrentar una severa crisis económica. El caso de Japón es nuevamente paradigmático, pues, sus préstamos no cobrables han llegado a alcanzar la cifra de 1.2 billones de dólares11 y a la fecha, pese a los rescates financieros, todavía se estiman en 350 mil millones de dólares los créditos que los bancos tienen en números rojos. Especialmente América Latina, con México, Argentina y Brasil, pasó por serias crisis financieras, pero también Turquía, que tuvo crisis reincidentes, y los asiáticos que, después de 1997, se enfrentaron a procesos de inestabilidad financiera. En suma, otra característica del sistema mundial en los noventa es que incorporó estructuralmente en el sistema económico global las crisis financieras.12

Por lo que respecta a la deuda, ésta se insertó bajo nuevas modalidades. El sector público, aunque siguió siendo importante objeto de cuantiosos préstamos externos, dejó al sector privado con mayor libertad de contratar directamente deuda en los mercados internacionales, sea para enfrentar la nueva competencia en los mercados locales (en el caso de América Latina), sea para comprar empresas estatales que por los procesos de privatización habían llegado a sus manos, y también para ser más competitivos en los mercados mundiales, como en el caso de las grandes corporaciones coreanas (Chaebol). Las últimas crisis han producido un nuevo efecto en las estructuras financieras de los países, es decir, en las transferencias directas de la población para solventar las crisis de sus sectores privados.

Las crisis financieras han agudizado el problema del ahorro de los países en la periferia del sistema y han convertido a estos países en más dependientes de la inversión extranjera, aunque ésta se encuentra concentrada en los propios países avanzados y en un selecto grupo de países en vías de desarrollo de América Latina y Asia, principalmente. Así, en general, encontramos que las crisis financieras han presionado a los países deudores para profundizar sus reformas de apertura y desregular con mayor velocidad sus reglas de protección a fin de hacer más fluido el ingreso del capital extranjero. Paralelamente a los procesos de privatización de las empresas públicas, proceso que arrancó con la crisis de la deuda principalmente pública de los ochenta, las crisis financieras de los noventa han producido políticas de una mayor apertura al capital extranjero. Incluso algunos países del área del Asia Pacífico como Corea del Sur, que tenía tradicionalmente mayor resistencia a la operación directa del capital extranjero en su economía, han tenido que abrir su economía al capital extranjero después de la crisis de 1997. Como consecuencia de todos estos procesos financieros las economías en desarrollo se han vuelto más dependientes del financiamiento externo y se han visto inmersas, en general, en procesos de desnacionalización de sus principales sectores, ya que sus empresas nacionales encuentran mayores dificultades para competir en un entorno de competencia aguda dentro de su propio mercado y aún más en el entorno mundial, en donde tienen que enfrentar a empresas más sofisticadas, tecnológicamente, y más fuertes, financieramente. Con frecuencia el poder de las multinacionales se ha acerecentado de manera tal que muchas de ellas tienen mayor poder económico que paises enteros. Un dato interesante es que las grandes empresas latinoamericanas, prácticamente, han desaparecido de la lista de las corporaciones más importantes a escala mundial. Sólo Corea ha podido mantener a sus principales corporativos dentro de la lista de las 500 empresas más grandes del mundo.13

Por otro lado, enormes corporativos como Enron, WorldCom, Parmalat y otros más están atravesando por problemas de actos de corrupción en la contabilidad, como un reflejo de los problemas financieros internos que enfrentan dichos conglomerados.

En cuanto a si los Estados nacionales han visto reducir su poder de maniobra, lo que hemos observado, sobre todo en América Latina, es que muchos proyectos de apertura, en realidad, fueron los programas de las nueva elites, como en México con Salinas o en Argentina con Menem. En otros lados, por ejemplo en Malasia, los programas del FMI fueron rechazados. En general, podemos decir que vemos un nuevo ciclo de políticas empujadas por nuevas coaliciones de poder, después del desastre social y económico que han padecido muchos países, especialmente en América Latina. El ascenso tanto del presidente Lula en Brasil como de Kirchner en Argentina representa estos giros y pondrá en tensión al sistema. Políticamente ambos representan el agotamiento de las políticas neoliberales en el continente y ahora, incluso, se traducen en oposición a los Estados Unidos, especialmente al posible Acuerdo de Libre Comercio de las Américas (ALCA)14.

Como hemos afirmado antes, el mundo se globalizó y se regionalizó, pero ¿cuáles son los proyectos estratégicos de los bloques mundiales? Existen dos momentos, en el último medio siglo, que explican el surgimiento y la evolución de la regionalización del mundo en bloques más o menos definidos. El primero de ellos consistió en la política de contención del comunismo, adoptada por los Estados Unidos en la posguerra, política que creó las condiciones estructurales en el mundo para definir las zonas de defensa frente al avance de los movimientos comunistas. No sólo se trató de la defensa militar, para lo que se formaron alianzas estratégicas en Europa, Asia y América Latina principalmente, sino que al mismo tiempo se apoyaron los esfuerzos de reconstrucción económica. La prioridad de los Estados Unidos fue Europa y el Plan Marshall fue un reflejo de ello, pero el apoyo decidido a Japón y a países como Corea del Sur y Taiwán fueron también factores determinantes en el surgimiento de regiones aliadas e incorporadas al sistema de dominio de los Estados Unidos. América Latina fue un caso diferente ya que aquí la influencia de los Estados Unidos se ejercía mucho más directamente a través de los mecanismos políticos y económicos establecidos en el continente como la OEA, el TIAR, BID, etc.; además se contaba con una fuerte presencia directa por conducto de empresas transnacionales estadounidenses. Esta participación e influencia directa de los Estados Unidos en América Latina representa una diferencia notable con respecto a las otras áreas del mundo que se regionalizaron estratégicamente pero que pudieron al mismo tiempo mantener grados de autonomía e independencia que no se presentaron en este continente.15

Otra diferencia muy importante, es que en la región de América Latina ningún país logró desempeñar el papel de arrastre que desempeñó Japón en Asia. Los llamados milagros económicos de México y Brasil de la posguerra no pudieron llegar a convertirse en palancas del desarrollo regional como aconteció en Asia con el fenómeno japonés.

El segundo momento de la regionalización se da cuando el modelo de crecimiento y la ideología que impulsaba al desarrollo de la posguerra se agota en la década de los setenta y se inicia una reconversión económica e ideológica. Para Estados Unidos el mundo presenta nuevos retos en esta etapa:

Japón y Europa se han convertido en fuertes competidores en un ambiente mucho más inestable por la crisis energética y la recesión de fines de esa década. La política del presidente Reagan en los ochenta, enfatiza la recuperación hegemónica de los Estados Unidos con un programa militar y con políticas de desregulación en el exterior y proteccionismo en el interior, sobre todo en el manejo de la política comercial con Japón. Todos estos procesos reforzaron las políticas de regionalización económica en el mundo, especialmente en Asia, en donde Japón impulzó, en alianza con otros países como Australia, la cooperación económica y los lazos comerciales. Europa, igualmente, reforzó con el trabajo de Maastrish, en 1992, tanto las políticas de convergencia económica para hacer más expedito el camino de la unión económica, como las primeras políticas de ampliación de los países europeos a la comunidad. Estados Unidos, por su parte, firmó el Tratado de Libre Comercio con Canadá y se iniciaron las pláticas para extenderlo a México. América Latina había creado la Asociación Latinoamericana ALADI en 1981 pero a diferencia de las grandes regiones del mundo, este proyecto de integración fue muy limitado por los problemas que la crisis de la deuda de esa década le generó a la mayoría de los países de América Latina.16 Por consiguiente, este segundo momento de la regionalización mundial tuvo características muy diferentes en las principales áreas del mundo.

La puesta en vigor del Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN), a principios de 1994, significó que se entraba de lleno a la era de la regionalización comercial en el mundo, sobre todo porque participaban los Estados Unidos como promotores fundamentales y esa era una señal inequívoca de lo que sería la norma para las demás regiones del mundo que, en algunos casos, se habían anticipado. Además, el GATT fue sustituido en esa misma década por la nueva OMC y el llamado libre comercio tendría en estas dos nuevas formas, la de carácter general y la regional, sus expresiones más acabadas. El TLCAN ha sido muy importante no sólo porque incluía a dos países desarrollados, Estados Unidos y Canadá, y a uno — México — en vías de desarrollo, sino porque implicó el reforzamiento y florecimiento de acuerdos comerciales en prácticamente todo el mundo. Además, integró el vasto mercado de mano de obra mexicana dentro de las políticas de expansión económica del presidente Clinton. En algunas regiones, como en el sur del Continente Americano, el Mercosur había anticipado en 1991, año de su gestación, la necesidad de aliarse para enfrentar las tendencias mundiales. En Asia, igualmente APEC, formada en 1989, surgió para afianzar el comercio intraregional en el área del Asia Pacífico. Tenemos un nuevo fenómeno en la globalización comercial, que se refleja en el florecimiento de una gran cantidad de tratados de libre comercio realizados tanto dentro de los grandes bloques mundiales como entre socios interregionales. El bilateralismo comercial no sólo parece confrontar la lógica multilateral impuesta por la OMC, sino también parece constituirse en una respuesta a los grandes desajustes que la globalización desigual impone a muchos países, que buscan nuevas alianzas comerciales para evitar pérdidas de mercado17.

La verdad es que la desregulación económica y el libre comercio han significado, en la realidad, la promoción de la inversión de grandes corporaciones a zonas de bajos salarios y el desarrollo del comercio intrafirma, es decir, el comercio llevado a cabo por empresas filiales pertenecientes a un mismo grupo o bien el comercio de bienes y servicios dentro de cadenas industriales amplias que, aunque muy extensas, significan límites al desarrollo de las empresas locales que no tienen la capacidad financiera ni técnica para participar dentro de estas cadenas comerciales. Así, la inversión extranjera y el comercio efectivamente han tenido un gran aumento en ciertas áreas del mundo en la última década, pero controlado generalmente por grandes multinacionales asociadas, en algunos casos, con empresas locales. Sin embargo, en muchas ocasiones esta inversión no ha implicado necesariamente un aumento en el nivel de empleo, pues, en general, se compran empresas o plantas ya establecidas y, luego, se organizan las tareas para incrementar la productividad, las cuales terminan casi siempre con la reducción del personal antiguo.

En lo relativo a los sistemas políticos, éstos han sufrido transformaciones prácticamente en todas partes del mundo, aunque los cambios fueron también muy desiguales según las regiones y los países. La visión de Estados pasivos ante las políticas neoliberales prácticamente no se ajusta a la realidad, en especial a la de América Latina en donde los gobiernos, en la década de los ochenta, impulsaron vigorosamente las transformaciones económicas que tuvieron impactos en la conformación de las alianzas políticas, en las que los grupos conectados con el sector financiero nacional e internacional pasaron a tener un papel preponderante. En Asia, los Estados sufrieron una doble transformación: primero, en la década de los ochenta mantuvieron, en general, lo que se ha llamado un Estado promotor del desarrollo con políticas industriales para hacer eficientes sus estructuras exportadoras; después, en un segundo momento, ya en la primera década de los noventa, en especial los países del sudeste asiático, cambiaron hacia políticas de mayor apertura frente al capital internacional, lo que contribuyó a exacerbar los desequilibrios y, eventualmente, a llevarlos a la crisis financiera del año de 1997.

Sin lugar a dudas, el caso de China merece un lugar especial, pues sus reformas económicas se iniciaron desde fines de los setenta y, en todas estas etapas, pudo profundizar su papel dentro de la nueva economía mundial favoreciendo el ingreso de inversión extranjera, la tecnología occidental y el sector exportador como motores del desarrollo, especialmente en sus regiones costeras. En China, políticamente el cambio tuvo una gran importancia ya que trajo, a la esfera del poder, una nueva tecnocracia económica que ha sustituido a la vieja guardia revolucionaria y a sus herederos, en una transformación que continúa. Así, en general, se puede afirmar que, antes del colapso de la URSS, los países que se decidieron a adoptar las políticas de liberalización económica tuvieron que elegir estrategias para reducir el peso de los grupos nacionalistas, proceso que se reforzaría después de la caída del muro de Berlín y del colapso de la URSS. Durante este periodo, se deben agregar al entorno de cambio político a aquellos países que se separaron de la periferia soviética y que adoptaron planes económicos para ajustarse a la realidad impuesta por el neoliberalismo en el mundo. La tendencia mundial política, por lo tanto, tenía dos niveles: el primero, general, de adaptación a la corriente de apertura y desregulación, lo que se llama el famoso consenso de Washington18, pero que tuvo —he aquí el segundo nivel— particularidades propias en cada región del mundo y en los países en particular. En algunos casos viejas burocracias nacionalistas se reconvirtieron al credo neoliberal (caso de México); en otros, las burocracias comunistas se reconvirtieron a este credo modificando las formas del poder político (Europa oriental); finalmente, como en China, se dan casos en los que se conserva la forma política socialista, pero las fuerzas del mercado internacional, en conjunción con los programas internos de ajuste, definen el marco de actuación de la clase gobernante. Las llamadas transiciones políticas, entonces adoptaron diversas modalidades, desde cambios promovidos por las propias élites, hasta cambios producidos por el colapso de la URSS, o cambios como en Indonesia donde, después de la crisis financiera de 1997, surgió un movimiento popular que puso fin al gobierno de Suharto. Por eso pensamos que es muy arriesgado y difícil hablar de transiciones democráticas en general, ya que en muchos casos, en efecto, fueron transmisiones de poder económico y político a grupos que arribaron por las condiciones estructurales internacionales y que, aun cuando tomaron el poder como resultado de movimientos sociales o populares, finalmente, adoptaron las mismas políticas neoliberales aplicadas en otros países, como en Polonia a principios de los noventa.

Por consiguiente, el campo de lucha política se ha transformado: existen luchas políticas entre grupos desplazados del poder por el cambio mundial, pero también una serie de nuevas luchas populares que devienen de la implementación de las políticas impuestas por el reacomodo de fuerzas nacionales y locales ante los procesos de globalización económica y política. Así, surgen nuevos movimientos de lucha y resistencia, como el movimiento zapatista de los indios mayas en México y muchos movimientos ecologistas, separatistas y autonomistas en Europa, Asia, etc.19 De la capacidad política de estos movimientos para llevar adelante sus programas económicos y sociales dependerá, en gran medida, la evolución del sistema internacional en el futuro cercano.

Antes de los ataques terroristas del 11 de septiembre de 2001 a las torres gemelas en Nueva York y al Pentágono, el sistema mundial, como hemos visto, sufría ya de crisis en varios de sus niveles. Autores como Immanuel Wallerstein habían ya advertido sobre el agotamiento de toda una época del sistema mundial y de la transición hacia una etapa extraordinariamente incierta.20 Después de esta fecha, podemos afirmar, la crisis es sistémica, es decir, abarca una crisis política, una crisis económica y una crisis ideológica.

En el ámbito político, nos alejamos del viejo sistema bipolar, herencia de los llamados arreglos de Yalta de 1945 y que conformaron un mundo en donde los conflictos tenían ciertas reglas entre las dos grandes superpotencias, los Estados Unidos y la Unión Soviética. El mundo de la posguerra tuvo una serie de conflictos regionales y guerras, dos de ellas importantes, como la de Corea entre 1950 y 1953 y la de Vietnam entre 1965 y 1975. También crisis serias, por ejemplo, la que tuvo como causa la posible instalación de misiles nucleares en Cuba en 1962. Además, los Estados Unidos insinuaron, en un par de ocasiones en la década de los cincuenta, la posibilidad de usar bombas nucleares contra China. Pero, en general, todos estos conflictos y guerras tenían como fundamento no exceder ciertos límites en el campo militar, porque las dos potencias tenían equilibrio nuclear, lo que producía el concepto de guerras convencionales y de luchas estratégicas en el terreno político, es decir, de cómo buscar aliados locales o internacionales.

En suma, la posguerra produjo un mundo en el que continuaron los conflictos; no obstante, éstos se resolvían bajo las reglas que las estructuras bipolares habían determinado en cada uno de ellos. Vale la pena recordar que, precisamente en Afganistán, se libró una de las últimas guerras de la bipolaridad en la década de los ochenta. Debemos también puntualizar que muchos grupos terroristas provienen de estas épocas en que fueron utilizados como mercenarios; fuerzas especiales en actividades encubiertas para apoyar golpes de Estado; o bien, fueron creados para servir como movimientos contrarrevolucionarios.

Se trata también de una crisis política aguda porque los elementos institucionales de solución de los conflictos internacionales, esto es, las reglas jurídicas y las instituciones, principalmente el papel de la ONU, son relegadas a un segundo término. Las decisiones de los Estados Unidos de atacar a Afganistán después del 11 de septiembre de 2001 y de invadir Irak en el 2003, se han tomado de manera unilateral. Se ha conformado así la doctrina Bush de "guerras preventivas" en la lucha antiterrorista, sin incluir posiciones de negociación. Militarizar en el mundo el combate al terrorismo podría ser muy contraproducente y nefasto para la estabilidad del sistema mundial. Como un ejemplo de lo anterior, está el hecho de que en Estados Unidos mismo la población considera ahora como prioridad los asuntos del combate al terrorismo, la seguridad, etc., dejando en un segundo plano las cuestiones relativas a la educación, atención a los viejos, etc., que antes del 11 de septiembre aparecían como temas centrales.

El mundo ha visto desaparecer el bipolarismo y, entonces, lo que ha surgido es la emergencia de un solo superpoder, los Estados Unidos. La pregunta vital es, por lo tanto, si este superpoder tendrá la capacidad real de estructurar el mundo y resolver sus enormes conflictos regionales, los que, por cierto, aumentaron en los noventa como producto del colapso del sistema bipolar; así lo atestiguan los numerosos movimientos separatistas, étnicos, problemas fronterizos, crisis políticas, etc. Un ejemplo de lo anterior está precisamente en la región del Medio Oriente, en donde la política de los Estados Unidos enfrenta las mayores resistencias, no sólo por el conflicto palestino-israelí sino por décadas de aplicar políticas cambiantes, según sus propios intereses. Otro gran desafío para la hegemonía estadounidense consiste en saber si tendrá la capacidad de instaurar las nuevas reglas para resolver los grandes problemas económicos del mundo, ambientales, etcétera.

De esta manera, la política mundial se está militarizando y existe la posibilidad de que los conflictos del Medio Oriente se salgan de cauce y tengamos una serie de crisis en varias regiones del mundo. Vivimos, ahora, en realidad, una especie de nueva guerra fría de los Estados Unidos contra el terrorismo, la que arrastra a todo el planeta hacia un camino de gran incertidumbre. De verdad, el terrorismo es un problema difícil de resolver y la pregunta fundamental es si las medidas adoptadas podrán lograr su objetivo. Además, debemos interrogarnos sobre la autoridad moral de los Estados Unidos para encabezar esta lucha debido a su historia de guerras, invasiones, apoyo a golpes de Estado, y además en los últimos 50 años, historia que ha desgastado su discurso democratizador y libertario. En cierto sentido, los Estados Unidos atraviesan por una pérdida de confianza dentro de las poblaciones del mundo y, por lo tanto, de liderazgo. Éste es, por cierto, un factor muy importante para el sistema mundial, es decir, la cuestión del liderazgo moral de la potencia hegemónica.

Por lo que respecta a la crisis económica, ésta ya estaba presente antes del 11 de septiembre, como hemos indicado. En la práctica, salvo los Estados Unidos y China que tuvieron un ciclo de expansión económica, la gran mayoría de los países del mundo atravesaron por crisis financieras o lento crecimiento con gran desempleo, como en el caso de Europa y Japón. Los Estados Unidos basaron su crecimiento, en los noventa, debido a los beneficios de la introducción de la industria de la información, a la reconversión de sus empresas, al enorme consumo apoyado en el crédito, a las importaciones de China, México y de otros países de manufactura barata y, especialmente, a las ganancias extraordinarias de la bolsa de valores.

Finalmente, tenemos también una crisis ideológica. Un sistema mundial tiene como fundamento un sistema de valores. Un escenario de una política de guerra por parte de los Estados Unidos, sería no sólo un pobre sustituto sino un gran riesgo para la convivencia mundial, dadas las graves condiciones que existen en todas partes del mundo. Además, plantearía una gran contradicción entre la democracia y la libertad que se dice defender y los medios para lograrla, la fuerza militar. Si a esto le añadimos que la política del presidente Bush, al colocar al Islam en el extremo de la confrontación, le confiere al conflicto un sustrato cultural y religioso, es decir, divide al mundo en culturas y religiones buenas y malas, produciremos un cocktail explosivo a escala planetaria. La pluralidad y la diversidad constituyen nuestra riqueza mundial. A esto le debemos añadir la paz, la cooperación y el desarrollo.

El inicio del siglo XXI se abre con muchas dudas respecto al futuro económico de los Estados Unidos, Japón y Europa y, por consiguiente, a las posibilidades reales de encontrar un camino para el desarrollo de todos los países pobres y atrasados del planeta. Una incógnita importante es si tendremos una recuperación duradera en estas grandes regiones y, sobre todo, si los Estados Unidos podrán mantener un crecimiento económico atenuando el gran problema de la deuda que ha renacido como principal obstáculo a su desarrollo. Con la excepción de China y la India, que lucen economías en plena bonanza, las demás regiones subdesarrolladas siguen afligidas por crisis económico-financieras y por lento o bajo crecimiento21.

 

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Notas

* Este artículo aparece también como capítulo en el libro Escenarios futuros sobre la globalización y el poder mundial, coordinado por Víctor Batta y Samuel Sosa y publicado por la editorial de la UNAM, 2004.

1 La inversión financiera y directa en los Estados Unidos representa aproximadamente mil 500 millones de dólares diarios, en acciones, bonos del tesoro, fábricas y bienes raíces. Solamente en compras de bonos del tesoro los extranjeros poseen más de 1 billón 300 mil dólares, o sea el 36% del total de estos bonos en circulación, destacando en los últimos años las compras de inversionistas como Japón y China. Información de The Wall Street Journal en Reforma, 15 de enero de 2004.

2 Véase Johnson, 2003.

3 Según el FMI, éste es el asunto de mayor preocupación para el futuro de los Estados Unidos y del orden económico mundial. Véase el estudio de este organismo sobre la economía de los Estados Unidos en http://www.imf.org

4 Hemos analizado esta temática en el libro Asia en transición, Cap. 3 (López Villafañe, 1999).

5 Actualmente, el promedio de los ingresos reales en el mundo desarrollado es 75 veces más alto que en las regiones más atrasadas del planeta. Especialmente la desigualdad internacional, medida por el coeficiente Gini, se incrementó en más del 20 por ciento en los últimos 25 años. Véase Daniel Drache y Marc Froese (2003). La desigualdad y el aumento de la pobreza se dio en países como los propios Estados Unidos, en donde la brecha entre ricos y pobres se duplicó entre 1979 y el año 2000. En este último año el 1 por ciento más rico poseía recursos equivalentes al 40 por ciento de la población en la base de la pirámide social. Igualmente, el número de pobres se había incrementado a un 12.1 por ciento del total de la población en el año 2002. Véase The New York Times, 25 y 26 de septiembre de 2003.

6 Véase Pollin, 2003.

7 Véase Itoh, 2000: 20-21.

8 Véase Heilbroner, 1 997: 95-101.

9 El problema del crecimiento de los servicios y sus grandes rendimientos es que no se puede medir su productividad como en el sector industrial o en la agricultura. En este sentido, existe una crisis de las relaciones entre el sector terciario, que mantiene los mayores ingresos, y el sector industrial que sigue siendo el que reporta la mayor productividad, pero recibe menores ingresos. Véase Mussolino, 1997: 184-187.

10 En el periodo de 1960 hasta fines de los ochenta, América Latina redujo su participación en las exportaciones mundiales del 8% a menos del 4%, mientras que los países de reciente industrialización en Asia como Corea, Taiwán, Hong Kong y Singapur, pasaron del 2% al 8% en esos mismos años. Para un análisis comparativo véase se Naya, 1990: 160.

11 Véase el trabajo de Jennifer Foo (2003: 326-335).

12 Un caso ejemplar de la deuda de América Latina es Argentina, en donde ésta ha sido el factor estructural que ha determinado la adopción de políticas económicas que terminaron por desindustrializar al país, crear altos niveles de desempleo y aumentar la pobreza. Véase el excelente análisis de Jorge Schvarzer (2002).

13 De las 100 economías más grandes del mundo, 51 pertenecen a corporaciones multinacionales, el resto, o sea 49, corresponden a países. Véase al respecto Anderson y Cavanagh (2000).

14 En la reunión ministerial del ALCA en noviembre de 2003 en Miami, estos países impulsaron la idea de la flexibilidad en las formas de integración a dicho acuerdo, lo que restaría influencia económica a los Estados Unidos. Posteriormente, en la Cumbre Extraordinaria de las Américas en Monterrey en enero de 2004, el presidente Kirchner acusó a Estados Unidos y al FMI de ser culpables del deterioro económico de América Latina. Propuso además un Plan Marshall de reconstrucción para el continente como verdadera salida a los problemas estructurales de la región.

15 Además, la diferencia entre América Latina y Asia consistió en que las desigualdades en América Latina eran derivadas de una larga presencia del capital extranjero y la ausencia de una reforma agraria. En el Este de Asia la presencia de las corporaciones transnacionales se dio después de 1965 y se hizo en forma asociada al capital nativo; por otra parte, las reformas agrarias que hicieron viable la producción del pequeño agricultor, permitieron a la clase trabajadora negociar mejores salarios. Véase Evans, 1997.

16 Para un recuento de los esfuerzos de la integración latinoamericana puede consultarse Guillén Romo, 2001. Es importante anotar el hecho de que América Latina, como Europa, tiene políticas de integración desde la posguerra, pero sin mucho éxito. En casi 40 años de experimentar una y otra vez, sus avances y resultados concretos son minúsculos.

17Países como México, campeón en acuerdos de libre comercio, han marcado la pauta en este fenómeno, pero ahora le siguen otros como Chile, Brasil y los propios Estados Unidos. Incluso China está ahora en negociaciones con los países del sudeste asiático para la firma de un acuerdo de libre comercio.

18 El Consenso de Washington consiste en una lista de 10 recomendaciones en política económica en las que el economista John Williamson recogió las prescripciones que Washington y Wall Street daban a los países menos desarrollados o post-comunistas. Véase al respecto Naím, 2000.

19 Véase Mittelman, 2000.

20 Véase Wallerstein, 2000. También en "Los atentados y la 'nueva guerra' comienzo del derrumbe del viejo orden mundial" en La Jornada, 27 de septiembre de 2001.

21 Sobre los escenarios económicos de los Estados Unidos véase Paul Krugman, "Fear Itself" en New York Times Magazine, 30 de septiembre, 2001, quien considera que la economía de este país pudiera manifestar, en los próximos años, el síndrome japonés de recaídas constantes en su crecimiento económico.

 

Información sobre el autor

Víctor López Villafañe es Director del Centro de Estudios sobre Norteamérica del ITESM, Campus Monterrey. Fue investigador visitante, entre otros, del Institute of Developing Economies de Tokio, Japón. Fue Investigador Fullbright en la Graduate School of International Relations and Pacific Studies, de la Universidad de California; en la Academia de Ciencias Sociales de China, en Beijing; y en la Universidad Ristumeikan de Kioto, Japón. Autor de varios artículos, ensayos y libros, entre los que destacan: La Formación del Sistema Político Mexicano, Globalización y regionalización desigual, y Asia en Transición. Auge, crisis y desafíos.

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