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Norteamérica

versión On-line ISSN 2448-7228versión impresa ISSN 1870-3550

Norteamérica vol.16 no.2 Ciudad de México jul./dic. 2021  Epub 04-Abr-2022

https://doi.org/10.22201/cisan.24487228e.2021.2.495 

Análisis de actualidad

Justin Trudeau frente a los desafíos del populismo en América del Norte

Justin Trudeau and the Challenges of Populism in North America

Oliver Santín Peña* 

* Centro de Investigaciones sobre América del Norte (CISAN), Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), <oliversa@unam.mx>.


Resumen

Los personajes de la política que apelan a la sabiduría del pueblo y se asumen como sus defensores no son figuras casuales en tiempo ni en las formas que adoptan en el siglo XXI, su ascenso tiene décadas gestándose; de modo que las condiciones de exclusión y/o falta de oportunidades para amplios sectores de la sociedad han encontrado en las prácticas populistas liderazgos poderosos e influyentes en Canadá, Estados Unidos y México. En tal escenario, el primer ministro del Partido Liberal, Justin Trudeau, y su equipo han tenido que emplear estrategias hábiles que resultaron exitosas para minimizar los efectos de estas expresiones, las cuales hacen del conflicto y la polémica algunos de los principales capitales políticos con sus bases. En este artículo conoceremos a los protagonistas y sus características en América del Norte y la posición del gobierno de Trudeau frente a ellos.

Palabras clave: populismo; Justin Trudeau; Canadá; Estados Unidos; México

Abstract

Politicians who appeal to the wisdom of the people and present themselves as defenders of the people are not fortuitous figures in time nor in the forms they adopt in the twenty-first century. Their rise has taken decades. This means that the conditions of exclusion and/or the lack of opportunities for broad sectors of society have found in populist practices powerful and influential leaderships in Canada, the United States, and Mexico. In this scenario, Liberal Party Prime Minister Justin Trudeau and his team have had to use skillful strategies to successfully minimize populists, who make conflict and polemics their main political capital for their bases. This article outlines these protagonists and their characteristics in North America and the Trudeau government approach to them.

Key words: populism; Justin Trudeau; Canada; United States; Mexico

Introducción

Sin duda el concepto1 que deviene del término2 “populismo” genera múltiples acepciones dependiendo de quién y dónde lo expresa, bajo qué contexto particular lo hace, y en qué momento político particular lo usa. Para el caso de los tres países que conforman Norteamérica -pasadas las dos primeras décadas del siglo XXI-, el populismo se suele proferir para descalificar acciones que atentan contra la buena práctica en Estados democráticos. Por ello, el señalamiento de cualquier individuo como populista infiere una categorización perversa que amenaza la gobernanza y a la propia sociedad. Sin embargo, en realidad el término populismo es extremadamente ambiguo, débil y muestra flancos abiertos casi desde cualquier ángulo, sobre todo porque quienes lo expresan lo hacen desde trincheras ideológicas que buscan, ante todo, de forma apasionada, descalificar al objeto de su antipatía, sin posibilidad de debate.

Aunado a lo anterior, puede afirmase que el concepto populismo es confuso si no se contrasta con marcos teóricos firmes y estudios de caso claros en regiones específicas. Por ello, en este artículo nos proponemos analizar tres expresiones diferentes de populismo en América del Norte y la manera en que el liberalismo canadiense, en la persona de Justin Trudeau, lo ha encarado. La primera será Canadá, en donde las expresiones populistas tuvieron su origen y cobraron fuerza en los movimientos conservadores del oeste del país durante los años ochenta, desarticulando al tradicional conservadurismo moderado de las provincias centrales (Ontario y Quebec). La expresión más clara de ello fue la llegada al poder de un primer ministro evangélico y tradicionalista, Stephen Harper, pues los efectos de su mandato de 2006 a 2015 siguen resintiéndose en Canadá aún después del gobierno mayoritario liberal de Justin Trudeau de 2015 a 2019. Es conveniente añadir que tales manifestaciones populistas conservadoras canadienses encontraron en el People’s Party (Partido del Pueblo) y en su líder Maxime Bernier, una de las expresiones nativistas más extremas vistas hasta ese momento en el país; rechazado en los comicios federales de 2019, su mera existencia es un recordatorio de la amenaza latente de estos grupos. De igual forma, las expresiones conservadoras que llevaron al poder a Jason Kenney en Alberta en 20193 y a Doug Ford en Ontario en 20184 son un recordatorio activo de las potencialidades populistas canadienses del siglo XXI.5

Para el caso de Estados Unidos, se estudiarán las problemáticas que afrontó, y las acciones que puso en marcha Justin Trudeau para enfrentar a su homólogo estadounidense Donald Trump quien, durante su periodo en la Casa Blanca de 2017 a 2021, ejerció las prácticas más visibles que representan al populismo reaccionario y supremacista de la extrema derecha, de la que el propio Trump se erigió como el patriarca que representa la justicia y los valores de la América libre y grande que habría que retomar a toda costa, comprometiendo de paso los arreglos democráticos que se habían mantenido en ese país y cuyo modelo ha sido un paradigma a seguir en occidente (Valdés Ugalde, 2020: 285).

Por otro lado, para el caso mexicano se revisará la labor diplomática que el gobierno liberal de Trudeau llevó a cabo para solventar y administrar la lejana relación ideológica con su homólogo mexicano Andrés Manuel López Obrador -desde el inicio de su gestión a finales de 2018-, quien desde una posición cristiana conservadora de centro-izquierda, apela a ideales justicieros y morales antielitistas para arengar a sus seguidores con objeto de que realicen cambios profundos en el corto plazo.

Sin duda, las condiciones de gobierno que ha correspondido ejercer a Justin Trudeau han sido excepcionales durante el periodo 2015-2021, ya que ninguno de sus antecesores tuvo que afrontar movimientos conservadores tan disruptivos y poderosos al interior de su país, y al mismo tiempo tener que enfrentarse a un presidente populista y reaccionario de Estados Unidos con actitudes tan hostiles a Canadá, ni tampoco con un presidente mexicano tan indiferente y poco interesado en establecer una agenda bilateral más allá de la comercial, y que a cada oportunidad culpa al “neoliberalismo”6 del mal que aqueja a sus adherentes y al país, cuyos valores, por cierto, Trudeau promueve a nivel internacional a través del libre mercado.

Buscando entender los usos del populismo

Antes de sumergirse en las diferentes formas de interpretar el término populismo, es necesario señalar que la ubicación geográfica de su uso conlleva una carga política o identitaria particular, ya que no será lo mismo el populista europeo de izquierda que establecerá una agenda electoral para atender las demandas y necesidades de sus votantes, que un populista de extrema derecha que apelará a la ansiedad de un sector de la sociedad que ha ido perdiendo su predominio social frente al multiculturalismo contemporáneo.

Por ello, expresiones como el Reagrupamiento Nacional francés, el Partido de la Libertad holandés, la Alternativa por Alemania o la Liga en Italia enuncian lo que sus líderes consideran la voluntad popular y el verdadero nacionalismo. Asimismo, estas expresiones políticas partidistas han encontrado, sobre todo en el oeste y el norte de Europa, cabida entre blancos enfadados con bajo nivel educativo y empleos precarios. Dichos partidos, si bien no rayan en el neofascismo, sí han logrado atraer votos de individuos que se sentirían incómodos apoyando a un partido racista (Halikiopoulou, 2019). Lo anterior, considerando que dichas plataformas partidistas justifican sus posiciones con mensajes atractivos que apelan al pueblo y señalan a grupos sociales por no abrazar valores culturales occidentales como son la democracia, la libertad y la tolerancia. De ahí que el populismo europeo del oeste y del norte no apele a expresiones excluyentes y racistas per se, sino que suelen presentarse como manifestaciones de carácter cívico que señalan y acusan a grupos específicos de la población -principalmente de origen musulmán- de negarse a adoptar los valores consensuados por la sociedad en su conjunto, amenazando con ello la estabilidad y la prosperidad presente y futura (Halikiopoulou, 2019).

Por su parte, los populismos de Europa del este son de carácter étnico-nacionalista y suelen recurrir a discursos más agresivos y directos; tales son los casos del Partido Popular Conservador de Estonia (EKRE, por sus siglas en lengua local) en Estonia, el Partido Orden y Justicia (PTT) de Lituania, el Partido de Ley y Justicia (PIS) de Polonia o la Unión Cívica de Hungría, cuyo líder y primer ministro, Viktor Orbán, declaró en su oportunidad: “Estoy convencido de que el presidente Trump ha salvado a los conservadores de Estados Unidos y se ha convertido en uno de los más grandes presidentes estadounidenses. Le deseamos a él y a nosotros mismos el éxito total en su elección” (Walker et al., 2020); así, puede entenderse que una de las expresiones populistas más agresivas contra la migración haya cobrado mayor notoriedad en Hungría. También debe considerarse que los populismos en Europa oriental, si bien no expresan un desapego a Europa, sí buscan contener y reorientar los procesos de unificación europea, fortaleciendo de ese modo una agenda partidista de defensa a la soberanía nacional y a los intereses propios (Santana et al., 2020).

En contraposición, los populismos en América Latina no suelen manifestarse con banderas nativistas o de promoción étnica, sino más bien se ciñen a una protección paternalista de un pueblo que se imagina desamparado y molesto, el cual, más que un líder, requiere de una reconstrucción y guía moral vertical para alcanzar sus elevadas metas. Los casos que históricamente han cobrado mayor notoriedad son los de Juan Domingo Perón en Argentina, Lázaro Cárdenas en México y Getulio Vargas en Brasil, quienes se constituyeron en paradigmas de la política latinoamericana a partir de los años cuarenta del siglo XX, cuyos preceptos continúan aún vigentes en el imaginario colectivo de las izquierdas en la región.

A partir de los años noventa, estos populismos latinoamericanos emergieron igual para gobiernos de izquierda o de derecha, como fue con Carlos Saúl Ménem en Argentina, Hugo Chávez en Venezuela, Alberto Fujimori en Perú, Abdalá Bucaram en Ecuador, entre otros. El siglo XXI trajo nuevas expresiones populistas a la región, entre las que sobresalieron: Luiz Inácio Lula da Silva en Brasil o Néstor Kirshner en Argentina, quienes se destacaban entre una camada de nuevos líderes latinoamericanos que ofrecieron mejorías a sus electores frente a escenarios de profundas crisis económicas y políticas. El común denominador de todos estos liderazgos fue un rompimiento con sus antecesores y la promesa de mejores tiempos en el corto plazo.

Así, el populismo latinoamericano del siglo XXI poco o nada tiene que ver con el populismo nativista presente en algunos Estados del este europeo, o con el populismo que promueve los valores occidentales en el norte o en algunos países del oeste de Europa. Lo único concreto es que, “en general, existe un marcado polimorfismo entre las distintas manifestaciones populistas que se observan hoy en el Viejo y en el Nuevo Continente y, además, una proliferación de estilos de discurso y liderazgo parcialmente populistas” (Savarino, 2006). Dicho lo anterior, es claro que hasta aquí el populismo se erige como un ente impreciso y difícil de clasificar de acuerdo con los elementos tradicionales de los que disponemos en la ciencia política y las relaciones internacionales. Por ello, es preciso hacer un recorrido de las acepciones más claras del término, para desde ahí cumplir con una tarea que puede ser complicada pero no imposible: interiorizar, reflexionar y entender las formas del populismo contemporáneo.

En primer término, la politóloga británica Margaret Canovan señala que el populismo es en realidad una paradoja de la democracia, pues a través de métodos democráticos es como los líderes populistas acceden al poder. Estos líderes, una vez encumbrados, pretenden mostrar su intención de llevar la política a la gente, creando una imagen ininteligible y persuasiva de lo que es el pueblo. Es decir, el líder populista en el poder crea una imagen mental entre sus seguidores, y en el camino busca reducir los temas más complejos de la política y la acción de gobierno a niveles simples y dogmáticos, generando así reacciones emocionales en la gente (Canovan, 2002: 25). Puede señalarse que, para ese punto, dicha gente llega a considerase a sí misma como parte de su líder, ya que finalmente se perciben incluidos y comprendidos por alguien.

De este modo, la paradoja de Canovan afirma que mientras la democracia y sus acepciones de inclusividad requieren hacerse más comprensibles para las masas, el populismo busca cerrar la brecha entre la gente y la política, tergiversando la forma en que la política funciona. Por ello, los populistas elevan sus arengas afirmando que la democracia ha sido traicionada por sus antecesores y movilizan a sus seguidores con la bandera de devolver la política al pueblo (Canovan, 2002: 26).

Por su parte, el académico Herbert Kitschelt define al populismo como una forma no convencional de participación política relacionada con el desempeño económico de las democracias contemporáneas. Estos procedimientos de las democracias modernas suelen generar insatisfacción entre algunos sectores de la ciudadanía, que desean remover a los intermediarios entre los gobernantes y el pueblo. Así, el pueblo puede rechazar los procedimientos políticos tradicionales, ya que prefiere una relación directa con su gobernante (Kitschelt, 2002: 180). Esta condición es aprovechada por el político populista, que rechaza también el intermediarismo habitual de la elite política por carecer de los instrumentos institucionales para hacer llegar sus acciones a los seguidores. De esa manera, el contacto directo del líder y sus adherentes se transforma en una relación simbiótica en donde uno difícilmente puede entenderse sin el otro, y sin los vehículos de comunicación directa creados exprofeso para ello.7

Seguramente amparado por dichos elementos, en los años sesenta el sociólogo estadounidense Lloyd Fallers señaló que los populistas afirman que la legitimidad reside en la voluntad del pueblo. De esta forma, el pueblo se asume como mito, más allá de una exacta definición terminológica; se eleva a niveles oníricos y emotivos (Bobbio et al., 1981: 1247). De tal forma, dadas algunas de estas descripciones, hasta ahora podría apuntarse que el populismo no es una ideología, sino más bien una inercia política que busca llenar vacíos de comunicación y acción directa entre gobernante y gobernados.

Para el filósofo y politólogo francés Pierre-André Taguieff, el populismo es una especie de síndrome que desafía a las tradicionales elites; esto sucede cuando un personaje logra atraer a su favor una gran “masa transclasista”, ya que no es el pueblo o la plebe únicamente la inconforme, sino un grupo social más extenso. Así, la pasión domina este síndrome que no puede identificarse con la izquierda o la derecha, pues sus líderes protestan y transgreden la política tradicional mediante discursos provocadores para trazar una diferencia con sus oponentes; les gusta ser demonizados porque así mantienen su atractivo y seducen a la masa que los elogia (Taguieff, 2016). Ésta, a su vez, en una especie de venganza se adhiere al líder populista que critica con fervor y elocuencia la displicencia y desdén de las elites que abrazaron la globalización y olvidaron al pueblo.

En una aproximación más comparativa entre lo que sucede en Europa y América en el siglo XXI, Yves Mény e Yves Surel afirman que las expresiones populistas de la actualidad son resultado del malestar democrático de la postglobalización, lo que ha provocado anomia política y protestas de sectores resentidos y desilusionados en democracias occidentales. Lo anterior toma fuerza en medio de una creciente volatilidad electoral entre sectores tradicionalmente moderados, y la emergencia de movimientos no representados por organizaciones partidistas tradicionales. Son, en sentido estricto, manifestaciones de malestar democrático que hasta estos momentos es difícil catalogar como un desafío de largo plazo a las instituciones democráticas capitalistas, o un problema transitorio (Mény y Surel, 2002: 1-2). En este sentido, quizá el populismo y sus personajes podrían calificarse como anomalías del propio sistema, que de una u otra forma tiende a ajustarse y superarlas periódicamente.

Por otra parte, el politólogo francés Guy Hermet retoma en sus trabajos las reflexiones del brasileño Helio Jaguaribe respecto al populismo; en ellas, Hermet menciona que los liderazgos populistas suelen mantener una interlocución diferente y más dinámica con sus agremiados, generan confianza y con ello esperanzas. Así, la relación debe ser directa y sin intermediarios para mantener viva la promesa de soluciones inmediatas; ésa es, precisamente -a juicio de Jaguaribe-, la característica que define a los populismos (Hermet, 2003: 9). Sin mediación de por medio y evitando las complicaciones institucionales, el líder populista garantiza respuestas inmediatas y elimina en la conciencia colectiva de sus seguidores las barreras que separan a los de arriba de los de abajo, lo que al final de cuentas genera la ilusión de que la acción política y de gobierno en realidad son cosas sencillas. Pero eso sí, siempre existirán agentes mal intencionados que forman parte de las elites corruptas del pasado, que harán todo lo posible por obstaculizar la realización del sueño (Hermet, 2003: 10).

Quizá una de las referencias más precisas que ayudan a entender el concepto en comento sea la del académico griego Yannis Papadopulus, quien afirma que el fenómeno del populismo suele ser referido de manera reduccionista como una patología o amenaza y que más bien, lo que existe es un vínculo entre el populismo y la propia democracia, ya que los tradicionales hacedores de política y creadores de sistemas constitucionales han desconfiado desde siempre de las formas populistas de la democracia. Papadopulus cita el ejemplo de la Constitución estadounidense, en la cual James Madison buscó limitar -o negar- la posibilidad de vínculos entre su proyecto y la democracia pura (Papadopulus, 2002: 46). En este sentido, puede agregarse que en los escritos de El Federalista, Alexander Hamilton fue más preciso y crítico en contra de políticos contrarios a su proyecto constitucional, al calificarlos como populistas y potenciales usurpadores, pues manipulando a las mayorías molestas y excluidas en ciertos momentos, podrían utilizar la democracia para llegar al poder con fines contrarios a las elites. Basta recordar el capítulo LV de dicha obra en donde se afirma: “Nada puede ser tan engañoso que fundar en principios aritméticos los cálculos políticos” (Hamilton et al., 1943: 215).

Papadopulus agrega que el populismo es hostil a la deliberación pues sospecha del poder y predominio de las elites tradicionales durante dicho proceso. Sin embargo, a su juicio, el problema radica en que las democracias modernas sustentan buena parte de sus activos políticos sobre la propia deliberación, en donde las elites tienen una gran influencia. De este modo, las decisiones que se toman en tales deliberaciones generalmente no tienen autores visibles -más allá del propio sistema- (Papadopulus, 2002: 50-52). De tal forma, la complejidad de los procesos decisorios entre las elites tradicionales causa molestia e irritación en extensos sectores sociales, que posteriormente se sentirán identificados con el agente populista que los denuncie.

Finalmente, bien valdría considerar la propuesta de Papadopulus en donde afirma que el populismo contemporáneo es resultado de sociedades complejas, heterogéneas y fragmentadas al mismo tiempo, lo que genera elevados niveles de conflictividad.

Ante ello se plantea la pregunta: ¿cómo pueden tomarse decisiones adecuadas o salidas viables en sociedades fragmentadas? El autor plantea que la gobernanza puede ser una válvula de escape eficiente, pues implica la implementación de políticas públicas por parte de distintos organismos que forman redes (Papadopulus, 2002: 54). Sin embargo, por lo regular el populismo no confía tampoco en actores independientes ni protagonistas autónomos de la propia sociedad civil, pues ello le quita espacio como interlocutor directo de las masas, tal y como ha sucedido con los liderazgos en Norteamérica que aquí se analizan.

El populismo insurrecto del oeste canadiense y su expansión nacional

En la década de los ochenta, amplios sectores conservadores de la provincia de Alberta y en menor medida de Saskachetwan y Manitoba expresaron su malestar con el estilo del entonces dominante Partido Conservador Progresista, que había aglutinado a las elites de dicha fracción en torno a dinámicas de gobierno similares a las del Partido Liberal. Así en 1987 nació de manera oficial el Partido Reformista, que agrupó en su momento las expresiones más tradicionalistas del país alrededor de ideas como recortes al gasto público, estímulos fiscales a la inversión privada, fortaleza de valores cristianos y familiares, apoyo a la industria energética del oeste basada en la explotación de petróleo y gas natural, disminución de sus contribuciones federales, menor intervención del gobierno federal en asuntos provinciales, menor atención a las demandas quebequenses como sociedad distinta, entre otras cosas.

Su líder, fundador y creador del ideario reformista conservador en Canadá, Preston Manning, fue calificado en su momento de forma reiterada como un chauvinista, demagogo y populista que buscaba alienar con sus ideas al oeste canadiense (Newman, 2005: 243). Una vez conformado el partido y el movimiento, Manning fue descrito por los medios como un líder parecido a Juan Bautista (CBC, 1993), que predicaba la política y el evangelio con fervor sin diferencias una del otro. En este sentido, es interesante conocer que uno de los ideólogos más importantes del conservadurismo contemporáneo canadiense -quien además fungió durante varios años como asesor del primer ministro Stephen Harper-, Tom Flanagan, afirmaba que los miembros del tradicional Partido Conservador Progresista identificaban y señalaban al movimiento reformista como una expresión de la extrema derecha, e insensible a los programas sociales canadienses (Flanagan, 2009: 143).

Los postulados de esta nueva expresión conservadora populista canadiense descansaban en varios principios rectores que continuarían su curso durante las décadas siguientes: ser el partido de la derecha, el partido anglosajón de Canadá, representar, promover y defender los valores del oeste (Alberta y Columbia Británica) y las tierras medias (Saskachetwan y Manitoba) pero, sobre todo, ser el partido de la gente. El discurso del Partido Reformista y su líder Preston Manning saturaron con mensajes apelando a la fe cristiana, al ejemplo de humildad de Jesús, a la buena voluntad de los políticos y la gente; por ello, el reformismo canadiense fue calificado como un movimiento populista que expresaba sólo lo que la gente quería escuchar (Flanagan, 2009: 49-50). Esta percepción se reforzó cuando el propio Manning pidió a los diputados de su partido en el Parlamento reducir sus salarios y planes de pensión, así como rechazar los servicios que por ley les correspondían a algunos, como tener autos o choferes.

Esta forma de hacer política en Canadá tuvo éxito entre el electorado a finales de la década de los años ochenta, pues el Partido Reformista desplazó al Partido Conservador Progresista en el Parlamento canadiense a partir de las elecciones federales de 1993. El heredero de esta nueva ideología evangélico-populista en la política canadiense fue Stephen Harper, cofundador del Partido Reformista, quien después de una serie de maniobras y negociaciones logró unir a los partidos de derecha en Canadá en 2003 en torno a un nuevo Partido Conservador.

Stephen Harper fue un político más moderado en sus discursos pues disminuyó las alegorías cristianas evangélicas; prefirió mantener en la privacidad sus creencias religiosas, pero no puede negarse que su base política procede en buena medida del movimiento populista impulsado por su mentor Preston Manning, con quien, desde luego, comparte no sólo su religión, sino también un proyecto político dirigido a debilitar a las tradicionales elites canadienses y, al mismo tiempo, estimular a los individuos para que fortalezcan y profundicen sus lazos con la comunidad, la iglesia y los valores familiares. En este sentido, Harper ha afirmado que el populismo conservador merece ser considerado en la actualidad, porque toma en cuenta las aspiraciones legítimas de quienes no gustan de la comunidad global (Geddes, 2018).

Entre las acciones que más caracterizaron la administración de Stephen Harper de 2006 a 2015, sobresale su tendencia negacionista al calentamiento global, su preferencia hacia la explotación de energías no renovables -principalmente petróleo de la rica provincia de Alberta-, el diseño de una agresiva estrategia de recortes a la inversión pública y una disminución en el pago de impuestos para los contribuyentes, al mismo tiempo que promovió estímulos fiscales a la inversión privada. Esta tendencia negacionista o desdén respecto al calentamiento global que caracteriza a los líderes populistas en Norteamérica en años recientes fue más evidente en Canadá cuando la administración de Harper cortó financiamiento a instituciones de investigación científica dirigidas a reducir el calentamiento global, argumentando eficiencia presupuestaria, al mismo tiempo que el despido de científicos especializados en monitoreo de agua, aire y vida silvestre se convirtió en una práctica habitual (Linnitt, 2013); esto último, porque los resultados de sus investigaciones cuestionaban las afirmaciones gubernamentales que minimizaban los efectos de la explotación de arenas bitumi nosas en Alberta para obtener petróleo no convencional, cuyo proceso de extracción incrementa las emisiones de gases de efecto invernadero.

A nivel internacional, el gobierno de Harper apoyó las aventuras militares estadounidenses en el Medio Oriente y brindó un apoyo irrestricto a Israel tras afirmar que Canadá no era un árbitro en la región; que Canadá estaba a favor de una de las partes y que esa parte era Israel (Clark, 2014: 80). Este apoyo constante al gobierno de Jerusalén fue interpretado en Canadá como resultado de las creencias religiosas de Harper y gran parte de su gabinete, ya que como evangélicos creen firmemente que la segunda venida de Cristo será posible sólo hasta que el pueblo judío sea reunido en Israel (Engler, 2012: 114).

Las acciones y políticas desarrolladas por Stephen Harper durante sus casi diez años en el poder generaron una serie de protestas por parte de sectores progresistas en Canadá, ya que su gobierno estaba fortaleciendo a las fracciones más intolerantes canadienses, en cuyo caso, los populismos emergentes provinciales y las expresiones nativistas serían la consecuencia en el mediano plazo. Una muestra de ello fue su iniciativa First Canada, en la que responsabilizaba a las administraciones anteriores de sacrificar los intereses nacionales canadienses en favor de intereses externos y la globalización (Harper, 2018: 119).

Fue justamente durante ese periodo que la figura de Justin Trudeau tomó mayor fuerza como un elemento que podría frenar esta corriente conservadora, cuyos orígenes evangélicos y populistas tenían (para ese momento, al menos) más de dos décadas en marcha desde los primeros años del reformismo conservador en Alberta.

Así, después de una serie de tropiezos electorales, el Partido Liberal eligió en 2013 a Justin Trudeau como líder, y de inmediato comenzó a posicionarse como una figura capaz de contender por la primera magistratura en contra del experimentado primer ministro Stephen Harper. Pronto, Trudeau representó lo contrario al líder conservador al mostrarse como un personaje progresista, liberal, feminista, promotor del multiculturalismo y la inmigración, así como de tomar acciones para contener el cambio climático, entre otras cosas.

Con una estrategia diseñada para no entrar en confrontaciones directas con el primer ministro conservador, evitando así ingresar a un terreno favorable para Harper que gustaba de la confrontación directa, Trudeau desarrolló un discurso moderado y conciliador frente a un sector del electorado cansado de la retórica de Harper y la virulencia de sus acciones frente a sus opositores. De esta manera, en los debates de la campaña electoral federal de 2015, Justin Trudeau logró centrar las discusiones en temas polémicos con el primer ministro, sin caer en confrontaciones discursivas y ofreciendo mayor apoyo a las clases medias y a los más necesitados del mundo. El éxito de Trudeau se basó en afirmar que sus rivales conservadores no eran los enemigos sino los vecinos de cada uno de sus seguidores; que su liderazgo estaría basado en la unidad de los canadienses, sin importar que tuvieran visiones diferentes ni que procedieran de diferentes regiones del mundo; que la división sería superada por la unidad y que él sería el garante de que cada canadiense tomara sus propias decisiones (El Mundo, 2015).

Así, las elecciones federales de 2015 en Canadá demostraron que, más allá de la década de gobierno y desgaste de Harper, el éxito de la campaña de Trudeau se basó en una retórica de apoyo a los más necesitados, la no confrontación tóxica con su contrincante conservador y la capacidad para expresar de manera firme su voluntad de gobernar para todos los canadienses, sin distinción de regiones o banderas partidistas. Esta estrategia de moderación en su discurso y reconciliación sería retomada con éxito por el demócrata Joe Biden para derrotar a su opositor Donald Trump en las elecciones estadounidenses de 2020.

Ahora, si bien el primer periodo de gobierno de Trudeau de 2015 a 2019 comenzó a desarticular algunas de las medidas más polémicas de su antecesor, como incrementar impuestos a la industria energética, relanzar proyectos de apoyo a las clases medias, permitir el ingreso de refugiados musulmanes sirios, involucrarse de nueva cuenta en operaciones multilaterales de Naciones Unidas o reabrir el debate científico y el flujo de inversión pública al desarrollo de la ciencia, lo cierto es que las tendencias populistas encontraron regiones fértiles para posicionarse y reafirmar esta corriente en provincias específicas. Tal fue el caso de Alberta y Ontario en sus elecciones locales, ya que elevaron al cargo de premières (primer ministro provincial) a figuras como Jason Kenney o Doug Ford, respectivamente, quienes arengaron a sus bases durante las campañas con discursos excluyentes, religiosos, plagados de alusiones de devolver el poder al pueblo, con tendencias contrarias a otorgar refugio, limitar el multiculturalismo, los matrimonios del mismo género pero, sobre todo, contrarios a las tradicionales elites liberales y conservadoras de Ottawa.

Jason Kenney comenzó su carrera política en el Partido Reformista, del que fue diputado en el Parlamento federal canadiense desde finales de los años noventa. Fue titular de diversos ministerios durante la gestión de Stephen Harper, como el de Defensa, Empleo y Desarrollo Social, pero sin duda protagonizó su labor más polémica como ministro de Ciudadanía e Inmigración, pues se le conoce como el ingeniero de la política restrictiva en materia de ciudadanía, puesta en marcha durante la gestión de Harper al privilegiar los perfiles más útiles para el mercado laboral canadiense, sobre otras consideraciones de carácter más humanitario o de reunificación familiar; a nivel de refugio, durante su gestión la llegada de personas bajo este estatus se redujo más del 25 por ciento (International Business Times, 2013). En 2019, Jason Kenney ganó las elecciones provinciales de Alberta después de unificar a los partidos conservadores de toda la región; desde ahí, amparado por un gobierno de mayoría en la asamblea local, Kenney emprendió una serie de medidas legislativas para promover y defender la industria energética de la provincia, derogar los impuestos sobre el carbono, establecer programas de austeridad y recorte de gastos a la burocracia para equilibrar la hacienda pública.

Con la intención de convertirse en el principal detractor de Trudeau y del liberalismo canadiense, Kenney ha buscado enfrascarse en duros choques mediáticos con el primer ministro, por considerar que no impulsa de manera activa la industria petrolera local y por no defender el desarrollo de oleductos conectados con Estados Unidos tras la llegada de Biden al poder. Su discurso, en general, se encuentra plagado de referencias antisistema y antielites; por ello, no es casualidad que en Canadá se le considere como el premièr populista más popular (Hamilton Spectator, 2020). Su cercanía con Stephen Harper lo ha perfilado como uno de los potenciales lideres del conservadurismo nacional en el mediano plazo, pues es pública la afinidad de ambos personajes; Harper, incluso, es uno de los asesores más cercanos al gobierno de Kenney. “Kenney aprendió de Harper… Al igual que Harper y los conservadores federales, Kenney y su partido han adoptado un estilo agresivo, sin complejos y autoritario, mezclado con desinformación y buscando peleas que no tienen mucho sentido” (Livesey, 2021). Su estilo vertical y duro es similar y debe considerarse que Stephen Harper, el principal asesor, maestro y mentor de uno de los líderes conservadores de mayor influencia en Canadá como Jason Kenney, afirma que en la actualidad existe una pugna de poder entre elites versus populistas, y que el camino para solucionar esta pugna es optar por el conservadurismo populista (Aiello, 2019).

Otro personaje contemporáneo en Canadá es Doug Ford, premièr de Ontario que llegó al poder en 2018 y alcanzó un gobierno mayoritario tras una campaña con mensajes enfocados a la ciudadanía, en donde su lema “Para el pueblo” ocupó un lugar central en el debate público. En sus discursos prometió defender a la gente en contra de las elites y trabajar para protegerlos de los abusos de los políticos tradicionales (Ontario PC, 2021). Como es una práctica muy común entre líderes populistas que afirman representar al pueblo, Doug Ford, una vez juramentado como premièr, decidió improvisar, descendió las escalinatas de la sede del gobierno y se mezcló entre sus seguidores para recibir abrazos y tomarse selfies con ellos (Benzie, 2018).

Amparado en su mayoría legislativa, Ford impulsó la disminución de impuestos al carbono y se erigió como un duro crítico del proyecto nacional liberal para el pago de impuestos a la emisión de contaminantes, eliminó los proyectos de energía verde por considerarla más cara para los contribuyentes, congeló los salarios para burócratas y decretó la suspensión de nuevas contrataciones para reorientar el presupuesto y ahorrar recursos. Sus referencias insistentes en contra de las elites y su desprecio por el pueblo, y el paternalismo de su discurso al asumirse como el defensor de la gente común hicieron que el diario británico The Guardian lo calificara como el típico político antisistema en Norteamérica (Kassam, 2018).

Doug Ford, que impulsó en su provincia programas como “Hecho en Ontario” para estimular el consumo de productos locales, se declaró admirador de Donald Trump, hasta que en medio de las presiones estadounidenses para la negociación de un nuevo acuerdo comercial en Norteamérica (el Tratado México, Estados Unidos y Canadá, T-MEC) y ante el embargo para importar equipo médico durante la primera ola de Covid-19 en Canadá, se manifestó decepcionado, molesto y retador con Trump (Benzie, 2020), lo cual aprovechó el primer ministro Justin Trudeau quien, pese a haber recibido duras críticas en 2018 por parte de Ford, extendió la mano a su oponente ideológico para encarar los agravios de Donald Trump al país y a la provincia. Trudeau se acercó a Ford gestionando mayores apoyos económicos para culminar obras de infraestructura en Toronto, además de incrementar presupuesto para planes médicos y enviar de inmediato al ejército -a petición del propio Ford- para auxiliar en el cuidado de los hogares de retiro en toda la provincia que habían sufrido estragos durante la primera ola del Covid-19 (Crawley, 2019).

Del mismo modo, Trudeau fue aprovechando los conflictos de Doug Ford con la dirigencia conservadora a nivel nacional, pues el líder del Partido Conservador, Erin O’Toole, no expresa simpatía ni coincidencias con el estilo áspero del premièr Ford. Ante dicha situación, Trudeau ha mostrado empatía y apoyo a Ford respondiendo de forma expedita cuando éste requiere apoyo económico o político en momentos de apremio. Todo ello ha sido beneficioso para ambos, pues en correspondencia, Doug Ford ha servido de puente entre el gobierno federal de Trudeau y los premières de Alberta, Saskachewan y Quebec, que se han mostrado críticos y adversos hacia el gobierno federal liberal (Crawley, 2019). Esta estrategia de Trudeau ha sido provechosa para el primer ministro, pues en las elecciones federales de 2019, su partido ganó la mayoría de asientos en la provincia de Ontario, y al mismo tiempo, esta relación propositiva perfila a Doug Ford con buenos números para elecciones futuras, ya que su imagen de político agresivo ha sido matizada por el estilo negociador de Trudeau, más orientado hacia los acuerdos sin caer en provocaciones, como cuando el propio Ford describió al primer ministro liberal como el engendro de satanás (Goldstein, 2020).

De este modo, en realidad Justin Trudeau ha logrado ir solventando los embates de las diferentes expresiones populistas al interior de Canadá; muestra de ello es su victoria en los comicios federales de 2019, pues más allá de las pugnas naturales con sus contrincantes del Partido Conservador y la herencia de su fundador Stephen Harper, lo cierto es que Trudeau ha mantenido una gestión exitosa pese a los diversos frentes abiertos en su contra, tanto a nivel interno como externo, tal y como lo veremos a continuación.

En lo que corresponde al Partido Conservador, una vez concretada la salida de Harper como su líder en 2015, y en un afán por mostrarse como un partido más tolerante frente al electorado nacional, han buscado mantenerse al margen o como mediadores frente a los liderazgos populistas regionales más sobresalientes, como es el caso de Jason Kenney quien, como se ha visto, es una figura con alcances nacionales. Esta postura del liderazgo conservador ya ha provocado escisiones en sectores más radicales y de derecha del propio partido, como fue la encabezada por el líder populista más extremo, Maxime Bernier, quien abandonó el Partido Conservador en 2018 después de haber encabezado varios ministerios durante el gobierno de Stephen Harper. Bernier señaló que el Partido Conservador había perdido la batalla de las ideas y que había llegado el momento de defenderlas de manera abierta con pasión y convicciones firmes, y que por ello fundaría un nuevo partido (National Post, 2018).

Esta nueva agrupación, llamada Partido Popular de Canadá, se definió como libertario y populista, criticando de manera firme y contundente los liderazgos conservadores por considerarlos políticos tradicionales. Maxime Bernier, como líder de este nuevo partido, estableció que su plataforma rechazaba el calentamiento global, eliminaba subsidios a la tecnología verde, estimulaba el capital privado en los sistemas de salud provincial, limitaba la inmigración y eliminaba todos los fondos federales para promover el multiculturalismo y así preservar la cultura y los valores canadienses (People’s Party, 2021). En realidad, su discurso y la naturaleza de su propaganda resultó muy agresiva en las elecciones federales de 2019, pues causó asombro entre diversos sectores sociales.

Pese a que el Partido Popular logró registrar trescientos veintiséis candidatos en las trescientas treinta y ocho circunscripciones electorales existentes en el país, en realidad no pudo alcanzar el triunfo en ninguna de ellas, ni siquiera su propio líder y fundador Maxime Bernier. A nivel nacional, dicha agrupación alcanzó el 1.62 por ciento de los votos nacionales (Elections Canada, 2021). Ahora, si bien el rechazo a su plataforma fue contundente por parte de los electores canadienses, su simple existencia es un recordatorio de que este tipo de expresiones extremas, que aluden al pueblo y se erigen como sus defensores, manifiestan el potencial del populismo al interior de uno de los países con mayor riqueza multicultural en el mundo. En este sentido, bien valdría la pena considerar que el propio primer ministro Justin Trudeau afirmó en 2016 que no existía una identidad única canadiense; que eran los valores del respeto, la compasión, solidaridad y justicia los que definían al país, y que estos valores en su conjunto convertían a Canadá en el primer Estado posnacional del mundo (New York Times Magazine, 2015.)

Justin Trudeau y el populismo reaccionario de Donald Trump en Estados Unidos

Los cuatro años de gestión de Donald Trump en Washington significaron uno de los retos más complejos para el gobierno de Justin Trudeau, pues pese a que los primeros meses fueron tersos, pronto las diferencias ideológicas entre ambos líderes, con un Trudeau abiertamente liberal y con ideas más progresistas y tolerantes, y un Trump abiertamente populista conservador e intransigente, mostraron ser barreras que no lograrían superarse entre ambos mandatarios hasta la salida de Trump de sus oficinas de Washington en 2021.

La visita de Trudeau a la Casa Blanca en febrero de 2017 parecía dirigir por un buen cauce las relaciones Trump-Trudeau, sobre todo si se considera que en esos momentos los insultos y agravios hacia México eran la práctica común desde las oficinas de Washington. En esa reunión Trump afirmó que le preocupaba más el comercio con México que con Canadá en una renegociación del Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN). En general existía la percepción de que Canadá y Estados Unidos mantendrían un agradable ambiente bilateral, pese a algunos señalamientos en Canadá y también en México que afirmaban que los conflictos de Trump con Canadá y Justin Trudeau eran sólo cuestión de tiempo (Rodríguez, 2017).

Con un Donald Trump comprometido con sus bases para realizar una serie de cambios, entre los que se incluía una renegociación del tlcan por considerar que afectaba los intereses de los estadounidenses, es que comenzaron tales pláticas en agosto de 2017. Muy pronto fue evidente para los negociadores canadienses que el nuevo mecanismo comercial afectaría a algunos sectores claves de su economía, como es la industria láctea. Al mismo tiempo, como una medida de presión, Donald Trump decidió imponer aranceles al acero y al aluminio de Canadá -y a otros países del mundo-, en una acción que fue rechazada abiertamente por el primer ministro Trudeau.

Esta presión en contra de Canadá se agudizó cuando se dio a conocer, en agosto de 2018, que los negociadores mexicanos habían logrado un acuerdo por separado con Estados Unidos para poner en marcha el nuevo mecanismo comercial; ello, justo cuando la parte canadiense buscaba negociar de manera trilateral. Dicha acción dejó al gobierno de Trudeau solo frente a su contraparte estadounidense que, de manera insistente, en voz del propio presidente Trump, declaraba que el acuerdo ya se había logrado con México, que Canadá debía hacer lo mismo que ya había una fecha límite, que ya habían sido décadas de abusos en contra de los agricultores estadounidenses, y que si Canadá no estaba de acuerdo, entonces, no había necesidad política de mantenerlos en el nuevo trato comercial (Watles y Lobosco, 2018).

Toda esta situación se dio en medio de agresivas declaraciones de parte de Donald Trump en las que calificaba al primer ministro Trudeau de manso, apacible, deshonesto y débil, y de que su director de la oficina de política comercial, Peter Navarro, afirmara que por hablar mal de Estados Unidos, Justin Trudeau se había ganado un lugar especial en el infierno (Shribman, 2019); esto, después de que Trudeau se sumara a la declaratoria oficial tras la cumbre del G-7 celebrada en Charlevoix, Quebec, en 2018. En este evento Trudeau afirmó que nadie debía pisar a Canadá ni a los canadienses con aranceles ilegales, abusivos e inaceptables, en franca alusión al presidente Trump y su agresiva política arancelaria para presionar en las negociaciones del nuevo acuerdo comercial. En esa reunión, el propio Trump afirmó que Estados Unidos era la alcancía que todo el mundo estaba robando y que él iba a defender a los trabajadores de su país de tales abusos. Como respuesta directa a esas afirmaciones -en la misma cumbre-, Justin Trudeau señaló que él no quería afectar a los trabajadores estadounidenses, que eran sus amigos y vecinos, pero que el trabajo era garantizar el bienestar de los canadienses (bbc News, 2018); precisamente, las afirmaciones de Trump y las arengas constantes a sus seguidores respecto al comercio con Canadá generaron una percepción poco favorable de lo que es este país y de la realidad en su histórica relación con Estados Unidos.

Así, unas horas antes de culminar el plazo impuesto por la potencia para concluir negociaciones, la noche del 30 de septiembre de 2018 los gobiernos de Trudeau y Trump cerraron un proceso de tensas pláticas para dar paso a los aparatos legislativos de los tres países, que ratificarían el nuevo mecanismo comercial. El resultado final, el T-MEC, si bien no fue el anhelado por Canadá, al menos cerró ese difícil capítulo que Donald Trump utilizó mediáticamente para promover su imagen como defensor de la clase trabajadora estadounidense en un ejercicio que, como se ha señalado, resulta fundamental para los líderes que hacen del populismo su sello mediático de gobierno.

A partir de ese episodio la relación Trump-Trudeau quedó fracturada, pues el primer ministro se abstendría de volver a entrar en controversias con su contraparte en Washington, y procuró en todo momento mantenerse lo más alejado posible de Donald Trump, pues fue consciente de que su sola exposición al lado del presidente de Estados Unidos se podría interpretar como un signo de sumisión y debilidad frente al mandatario estadounidense, sobre todo después de la serie de descalificaciones personales en su contra. Bajo estas circunstancias, cuando el gobierno de México invitó de forma insistente a Trudeau para visitar Washington en julio de 2020 y llevar a cabo un acto que celebraría la entrada en vigor del T-MEC, él esperó el tiempo necesario para generar expectativas, pero un par de días antes de dicho evento Trudeau confirmó su negativa a asistir, consciente de que, si lo hubiera hecho, habría dado respaldo a la campaña electoral que Donald Trump estaba a punto de iniciar para intentar su reelección a finales de año.

Del mismo modo, el largo silencio de Trudeau de más de veinte segundos en una rueda de prensa en Ottawa para expresar su opinión después de que el gobierno de Trump decidiera dispersar por la fuerza a manifestantes en Washington en junio de 2020, dentro del movimiento Black Lives Matter, fue otra expresión clara de la estrategia que el primer ministro ha decidido emplear frente a políticos que hacen de la retóricas beligerante su leitmotiv, como es el caso de Donald Trump. Sin embargo, el poder de su silencio de veintitrés segundos tuvo, quizá, un mayor impacto entre la comunidad internacional que una expresión beligerante hacia Trump después de que éste ordenó reprimir a manifestantes civiles en la capital de su país. Las palabras de Trudeau: “Todos vemos con horror y consternación lo que está sucediendo en Estados Unidos” (Newton, 2020) fueron lapidarias, pues no dio paso a polémicas.

El inicio del colofón de esta compleja relación Trump-Trudeau llegó desde las oficinas del primer ministro en Ottawa, cuando fue de los primeros mandatarios en reconocer el triunfo del demócrata Joe Biden en noviembre de 2020, justo en momentos en que Trump insistía en denunciar un fraude electoral y en el que otros jefes de Estado se negaban a reconocer aún la victoria de Biden, como el mexicano AMLO, de Bolsonaro en Brasil o de Viktor Orbán en Hungría, por citar algunos. De este modo, la felicitación publica de Trudeau no dejó lugar a dudas de que había tomado partido de inmediato en cuanto la situación se lo permitió, desacreditando, sin decirlo, las acusaciones de fraude del aún presidente Trump. Poco después, el asalto al Capitolio por parte de cientos de seguidores convocados por Trump el 6 de enero de 2021 significó una última oportunidad para que Justin Trudeau descalificara el estilo agresivo del populismo del estadounidense, tras afirmar que dicho evento fue un asalto a la democracia por parte de alborotadores violentos incitados por el propio presidente (Reuters, 2021). De esta forma, el liberal Trudeau dejó muy claras sus diferencias ideológicas y de estilo respecto a Trump, algo que no sucedió con su contraparte mexicana, AMLO, que sería otro populismo regional con el cual Trudeau tendría que lidiar durante su gestión.

Justin Trudeau y el populismo dogmático de López obrador en México

La llegada al poder de Andrés Manuel López Obrador (AMLO) en diciembre de 2018 al frente del movimiento político de su creación, el llamado Movimiento de Regeneración Nacional (Morena), significó de inmediato un nuevo estilo en la forma en que se concibe la importancia de Canadá para el gobierno de México. De entrada, desde la puesta en marcha del TLCAN en 1994, los anteriores mandatarios mexicanos -en calidad de presidentes electos- hacían su primera visita al extranjero a Canadá como una muestra de la importancia que representa la relación bilateral; así sucedió con Ernesto Zedillo en noviembre de 1994, Vicente Fox en agosto de 2000, Felipe Calderón en octubre de 2006 y Enrique Peña Nieto en noviembre de 2012 (SRE, 2018). Lo anterior no significó para AMLO una reflexión publica al respecto.

La importancia de los temas abordados en estas visitas de los presidentes mexicanos electos a Canadá quedó demostrada cuando, al no programar AMLO una visita a Ottawa y no existir proyectada una visita de Estado del primer ministro canadiense a México, Justin Trudeau contactó a AMLO -como candidato electo- para solicitarle interceder ante Donald Trump para incluir a Canadá en las negociaciones del mecanismo comercial y alcanzar un nuevo TLCAN. Ante esta petición, AMLO afirmó públicamente que Trudeau lo había buscado y que sería su canciller el que trataría esos temas; además, dejó en claro ante la prensa que su gobierno no iría más allá, afirmó incluso que no sería oficioso o servicial con Trudeau; que no forzaría nada y que cada gobierno tenía sus propias causas para alcanzar un nuevo acuerdo comercial (Oncenoticias, 2018). Con esta declaración, incluso antes de asumir la presidencia, AMLO estableció de manera pública a Trudeau que su gobierno no abordaría temas importantes de la región de manera extraoficial con su administración, haciendo de lado la tradicional complacencia y buen tono que los gobiernos mexicanos solían externar hacia el gobierno de Ottawa de manera pública.

Una vez en el poder, y a través del contacto con sus adherentes y con el objetivo de marcar la agenda pública del día a día, AMLO en sus conferencias mañaneras fue externando de forma gradual sus coincidencias ideológicas con el mandatario estadounidense Donald Trump, pues en realidad poco fue su interés por involucrarse en asuntos internos de México. De hecho, en su única conferencia conjunta AMLO agradeció públicamente a Trump que no tratara al país como colonia (DW, 2020). Este ejercicio de conferencias mañaneras del presidente mexicano (que, como se ha visto, resulta fundamental para liderazgos populistas, pues le permite el contacto permanente con sus bases y adherentes), llega a tales niveles que el académico del CISAN de la UNAM, Leonardo Curzio, lo ha calificado como una especie de “cártel de la comunicación”, pues “quiere tener desde la generación de la información hasta la polémica, el diálogo con la audiencia, las cartas al lector y el derecho de réplica, pero no puede tener todas las atribuciones un mismo actor… Estos regímenes populistas usurpan esta función de la conversación pública como si fuera atribución sólo del gobierno” (García, 2020).

Este estilo directo y vertical del líder con su base, que también desarrolló Donald Trump en Estados Unidos, dejó en cierta desventaja mediática al primer ministro Trudeau ya que las alusiones a su persona y a su gobierno hechas por ambos mandatarios, AMLO y Trump, no se respondían en el mismo tono ni con el mismo alcance, incluso ni ante sus propias bases en Canadá, ya que, como se ha visto, el estilo liberal de Trudeau es moderado y cauto frente a dislates externos.

Dentro de este escenario complejo de Canadá frente a México y su presidente, deben considerarse las solicitudes de AMLO a su contraparte canadiense para interceder con las mineras de su país a fin de cumplir con los pagos de sus impuestos, pues a juicio del presidente mexicano hay muchas empresas de este tipo que no cumplen la ley. En este sentido, AMLO afirmó que existía una campaña internacional en su contra, pero que él no iba a ceder para privilegiar el interés nacional; además advirtió que su administración revisaría los contratos leoninos en materia de energía eléctrica (Pérez, 2020).

El asunto de la inversión extranjera en el sector de energías renovables también ha sido un tema de roce entre ambos mandatarios, pues mientras que el gobierno de Trudeau, a través de su embajada en México, protestó por los cambios en las regulaciones que cancelaron la construcción de proyectos canadienses,8 AMLO insistió en que daría un giro absoluto en este sector al considerarlo estratégico para su proyecto, pues ha afirmado muchas veces que esta inversión no es deseable para el país. Sus razones van desde aspectos estéticos, ya que “afectan el paisaje y la imagen natural [comprometiéndose a no otorgar] nunca más permisos para la contaminación visual” (YouTube, 2020), hasta aspectos económicos y sociales. Sin embargo, la Cámara de Comercio de Canadá ha enviado diversos documentos y reclamos al primer ministro en el que le piden recordar al gobierno de AMLO el Artículo 32.11 del T-MEC, en el cual México otorgó un trato de nación más favorecida a Estados Unidos y Canadá en materia de inversión. Asimismo, le solicitan recordar al presidente mexicano que se comprometió a tener una política de energía baja en emisiones y promover la inversión privada en energías renovables y no discriminatoria a inversionistas extranjeros para beneficiar a la Comisión Federal de Electricidad (CFE) o a Petróleos Mexicanos (Pemex) (El Universal, 2020).

Así, las acciones y declaraciones del presidente de México respecto a la inversión privada y extranjera en materia energética han sido un frente abierto y pendiente para Trudeau, pues ante cuestionamientos de prensa adepta a su gobierno en las conferencias mañaneras de AMLO, éste ha afirmado que las compañías privadas de energías renovables deberían ofrecer disculpas y no demandar nada (Animal Político, 2020). Ante este complejo escenario, Trudeau ha preferido no expresar polémicas ni confrontaciones con él, consciente que ese escenario es en el que el presidente mexicano se encuentra en su zona de confort. Ya en la gestión de Joe Biden en Estados Unidos, quien desde el primer día retomó la postura liberal de promover políticas medioambientales -como la cancelación de los trabajos del oleoducto Keystone-, otra podrá ser la postura del primer ministro canadiense amparándose en acuerdos del T-MEC.

Pero, sin duda, uno de los episodios más complejos en la relación de Trudeau con AMLO fue, paradójicamente, el ejercicio oficioso que el presidente mexicano pretendió jugar con Trudeau al fungir como enlace para convencerlo de asistir al evento de la Casa Blanca en julio de 2020, para celebrar el inicio operaciones del T-MEC. Lo delicado de este asunto es que el gobierno mexicano estaba al tanto de los conflictos entre Trudeau y Trump, y que el propio Trump usaría la presencia de los mandatarios de México y Canadá para reforzar su imagen como líder triunfador frente a sus bases; ello, precisamente con dos de los países a los que más agravió de diversas formas durante el transcurso de las negociaciones.

Ciertamente, la respuesta negativa de Trudeau generó críticas en algunos sectores de México, pues al gobierno de AMLO le habría servido muchísimo la presencia del primer ministro canadiense para amainar las críticas por asistir a Washington a dicho evento. Los cuestionamientos fueron tales que incluso el propio presidente mexicano tuvo que salir al paso y señalar que Trudeau había solicitado visitar México cuando se supere la pandemia del Covid-19 la cual, por cierto, ante la cuestionada gestión que se ha dado en México para enfrentarla generó otro episodio incómodo entre Ottawa y México, cuando el gobierno de Trudeau suspendió de manera unilateral los vuelos provenientes de territorio mexicano a Canadá por los altos índices de contagio en México. Con esta acción y fiel a su estilo, Trudeau descalificó sin decir una sola palabra la gestión de AMLO frente al Covid-19 y sus altos índices de contagio y mortandad, que colocan al país en los primeros sitios a nivel mundial. Todo ello significó nuevas críticas a AMLO pues se afirmó que así como Trudeau se había desmarcado de Trump, ahora lo hacía de forma discreta también con AMLO (El Financiero, 2021).

De esta manera, el estilo cauto y pausado en sus acciones frente a personajes populistas al interior de Canadá desde hace varios años y sus conflictos con Trump han servido para que el primer ministro Trudeau decidiera emplear una estrategia similar frente al jefe de Estado mexicano en turno, que hace de sus palabras cada mañana un dogma para millones de seguidores, que se ha manifestado poco tolerante a las críticas y muy frontal y beligerante frente a los que considera sus opositores, dentro de los cuales no existe Trudeau en el discurso, pero sí en muchas de sus acciones y dichos.

La conclusión de algunas coincidencias populistas en Norteamérica y la postura de Justin Trudeau

Puede señalarse que el populismo es una reacción a la tendencia globalizante de los últimos tiempos. Los excluidos de tales beneficios se han alineado en torno a poderosas figuras mediáticas que denuncian esa realidad, minimizando la gestión política y responsabilizando a las elites del estado de las cosas. Para los políticos liberales contemporáneos como Justin Trudeau, esta realidad ha sido un desafío, pues en medio de marejadas de personajes con dichas características ha tenido que llevar a la práctica una estrategia diversa, para no entrar en el escenario que sus antagonistas desean.

Por ello, Trudeau ha sabido emplear de forma ejemplar el poder del silencio y las acciones discretas, tanto al interior de Canadá como en el exterior de Norteamérica, en este caso Estados Unidos y México, evitando así ahondar las diferencias y generar más conflictos de los potencialmente existentes. Así, en realidad los populismos en Norteamérica son expresiones sociales de inconformidad cuyas puntas del iceberg son Donald Trump y Andrés Manuel López Obrador. Empero, también hay que considerar que al interior de Canadá son una amenaza latente al liberalismo y al multiculturalismo que han construido el país y sus elites a lo largo de varias décadas, y en donde figuras como Jason Kenney, Doug Ford o el propio Stephen Harper deben ser consideradas.

Dicho esto, el cuadro que se presenta a manera de conclusión muestra las coincidencias y diferencias que este artículo ha encontrado en tales movimientos populistas en la región, tanto en la retórica como en las acciones de gobierno. Este cuadro busca contribuir a la construcción de una definición más precisa del populismo en Norteamérica, el cual, pese a tener orígenes diversos, comparte en la práctica dinámicas bastante similares en más de un sentido, como puede verse.

Cuadro 1 CARACTERÍSTICAS DE LOS GOBIERNOS IDENTIFICADOS CON PRÁCTICAS POPULISTAS EN NORTEAMÉRICA 

Características Populismos
canadienses
(Manning,
Harper,
Kenney
y Ford)
Donald
Trump
(EU)
Andrés
Manuel
López
Obrador
(México)
Gustan de mensajes directos y sin intermediarios con sus bases X X X
No reconocen o no manifiestan empatía con el tema del calentamiento global y eliminan subsidios a la generación de energía verde X X X
Privilegian la explotación de energías fósiles y/o gustan de las energías no renovables X X X
Culpan a los gobiernos anteriores de los males presentes X X
Se refieren constantemente en contra de las elites y su desprecio por el pueblo X X X
La moral y el cristianismo ocupan un lugar central en sus discursos X X X
Proveen de recursos líquidos a sus adherentes en forma de programas sociales creados exprofeso para ellos X X
Impulsan y privilegian la inversión privada en el sector energético X X
Desestiman la ciencia y a los científicos que los cuestionan X X X
Gustan mezclarse entre sus seguidores para recibir abrazos y muestras de cariño X X X
Congelan salarios de los burócratas y/o recortan plazas para ahorrar gasto público X X X
Han pedido a sus funcionarios renunciar a prerrogativas de ley para acercarse al pueblo X X
Afirman que todas sus acciones son para el pueblo y por el pueblo X X X
Su estilo de mando es vertical, desestimando atribuciones de los demás poderes X X
Sus ataques a la prensa son muy beligerantes al considerarlos opositores X X
Promueven la disminución de impuestos para los contribuyentes X X X
Se asumen como únicos interlocutores válidos frente a sus bases X X X
Afirman que sus gobiernos se encuentran bajo ataques internos y externos X X
Procuran e impulsan estímulos fiscales a la inversión privada en todos los ámbitos públicos, incluido el sector salud X X

Fuente: Elaboración propia según los datos aportados en el texto.

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1El concepto, según la Real Academia de la Lengua (rae) es una idea que concibe formas de entendimiento, una opinión o un juicio respecto a algo. A nivel lingüístico se identifica como una representación mental asociada a un significante, precisamente lingüístico, mientras que a nivel verbal, se describe como algo que se tiene en mente después de ser examinadas diversas circunstancias o eventos (véase RAE a, s.f.).

2El término, según la misma rae, es un recurso que se utiliza para dar significado a una situación en que se halla algo o alguien. A nivel filosófico puede interpretarse como un silogismo (véase RAE b, s.f.).

3Jason Kenney fue electo diputado del conservador Partido Reformista desde 1997. Tras la llegada de Stephen Harper al poder fue titular de varios ministerios: Inmigración, Ciudadanía y Multiculturalismo (2008-2013), Empleo y Desarrollo Social (2013-2015), y Defensa (2015). Kenney es un político abiertamente antiaborto y contrario a los matrimonios de personas del mismo género, lo que le ha generado críticas, pero también el apoyo de sectores conservadores canadienses.

4Doug Ford es un rico empresario convertido en antisistema que critica a las elites y tiene fuerte apoyo entre sectores vulnerables tradicionalistas de la provincia. En su momento se le comparó con Donald Trump por su discurso orientado hacia las masas y de crítica a las elites canadienses.

5Debe señalarse que el sistema político canadiense funciona como una monarquía parlamentaria que reconoce al titular de la Corona británica como jefe de Estado. No obstante, el primer ministro es, en sentido estricto, el personaje político más poderoso del país ya que, además de ser titular del Poder Ejecutivo, es también cabeza del Legislativo y líder del partido en el poder. Esta situación se acentúa cuando el primer ministro en turno encabeza un gobierno de mayoría, ya que sus propuestas legislativas pueden aprobarse sin mayores problemas puesto que es jefe directo de los miembros del Parlamento de su partido. Esta situación es comparable con la que se vive en un sistema federal presidencialista -como lo son Estados Unidos y México- sólo cuando el partido del presidente en turno controla ambas cámaras. Para una mayor información del funcionamiento del sistema político canadiense véase Santín (2014).

6Es necesario establecer que los usos del término neoliberal dados por el titular del Ejecutivo mexicano tienden más a la descalificación de un modelo económico que Andrés Manuel López Obrador (AMLO) -y sus asesores- exponen para buscar diferenciarse de sus opositores. No obstante, tal y como sucede con el término populismo en diversos escenarios, el neoliberalismo también suele emplearse en México para criticar, con tintes ideológicos, la corrupción de los antecesores al gobierno de AMLO. Cabe señalar que no es objeto de este artículo desenredar los orígenes y acepciones del término neoliberalismo, pero sí puede mencionarse que el término “neoliberal” surgió en la década de los años treinta del siglo XX para identificar el movimiento que un grupo de intelectuales de la época que debatían los contradictorios resultados de la organización social capitalista en Europa, sobre todo después de la primera guerra mundial y el ascenso del fascismo y el socialismo en el viejo mundo. Después de la segunda guerra mundial, de manera particular en 1947 a raíz de la Sociedad de Mont Pelerín, estos mismos liberales europeos centraron sus análisis para estudiar las críticas del marxismo al sistema capitalista. Así, la corriente de pensamiento occidental neoliberal del siglo XX impulsó a nivel mundial: la dignidad humana, la libertad individual, de pensamiento, de prensa, el estado de derecho, la propiedad privada, la división de poderes, el internacionalismo, entre otros conceptos, todo ello en medio de discusiones entre una mayor o menor intervención estatal. Sus exponentes más reconocidos internacionalmente fueron Friederich Hayek, Milton Friedman, Karl Popper, George Stigler, Walter Lippmann, entre muchos otros. Para mayor información véase Guillén (2018).

7De ahí la importancia de Twitter durante la presidencia de Donald Trump, de las conferencias mañaneras de AMLO en México, o de las redes sociales para los liderazgos conservadores opositores a Justin Trudeau en Canadá.

8Se estima que para mediados de 2020 Canadá tenía invertidos poco más de nueve mil millones de dólares canadienses en dicho sector (Milenio y Efe, 2020).

Recibido: 19 de Febrero de 2021; Aprobado: 27 de Abril de 2021

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