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Norteamérica

On-line version ISSN 2448-7228Print version ISSN 1870-3550

Norteamérica vol.11 n.1 Ciudad de México Jan./Jun. 2016

 

Contribución especial

Reflexiones sobre América del Norte *

Fernando Solana Morales


Introducción

Atendiendo a su posición geográfica, México es un país situado en la porción del Norte del continente americano. Por cultura y por vocación política, nuestro país forma parte del concierto de naciones latinoamericanas.

Esta aseveración, así parezca evidente al lector de nuestros días, tomó mucho tiempo y fatiga deliberativa para ser aceptada en la sociedad mexicana y en la comunidad hemisférica. Durante largos años, la pertenencia a ambas regiones se apreciaba como excluyente; no se podía ni se debía ser a la vez latinoamericano y asumir una posición geoestratégica privilegiada frente a las dos potencias de América del Norte.

El resultado de este debate es que tanto la América Latina como la América Sajona, nos advertía como punto límite, como frontera entre dos grandes civilizaciones unidas por la continuidad geográfica, pero divididas por un legado cultural distinto.

Este razonamiento no carecía, ni carece de verdad. Sin embargo, los interesados de México se ven mejor servidos asumiendo esta característica geopolítica singular: somos a la vez parte integrante de América del Norte y de nuestra América Latina. La exclusión, fuese de uno o de otro lado, no significaba más que una mutilación autoimpuesta de esta posición geográfica privilegiada. Lo mismo se advirtió con respecto a la Cuenca del Pacífico -de la cual nuestro país forma parte- y de los nexos históricos y muy antiguos de México con Europa. La diversificación de la política exterior de México tomó en consideración estas realidades, sin ignorar la historia, pero accediendo también a los intereses nacionales más prioritarios.

Con América del Norte no sólo nos une la geografía. El grueso de las transacciones económicas se realiza con esta región. América del Norte es parte consustancial de nuestra vida cotidiana. Así sólo fuese porque la mayor población mexicana fuera de nuestro territorio habita en Estados Unidos, así fuese sólo porque el mayor número de estadunidenses que vive fuera de Estados Unidos radica en México.

Dado el peso internacional de Estados Unidos de América, las negociaciones de todo tipo con Canadá -su vecino por partida doble- adquieren un carácter estratégico de primer orden. En las negociaciones del Tratado de Libre Comercio, Canadá advirtió en México a un socio privilegiado. El TLCAN les permitió, entre otras cosas, reabrir el acuerdo bilateral que habían suscrito en 1988. A México le abrió una nueva veta para la negociación con Washington y una nueva posición -ahora regional- frente a los grandes bloques comerciales y de integración que se vienen gestando en el mundo.

Estados Unidos concentra más de las dos terceras partes del comercio y las inversiones extranjeras en las que participa México. Asumir esta realidad, primero, y regularla en beneficio mutuo después, fue motivo de una de las negociaciones más intensas y complejas en las que nuestro país haya participado. A fines de 1993, luego de dos cambios de poderes en Otawa y en Washington, los congresos de los tres países ratificaron el Tratado de Libre Comercio con América del Norte. Con ello, se inauguró una nueva etapa en las relaciones regionales y frente a otros conglomerados multinacionales del mundo.

Cabe dejar registro que dichas negociaciones -si bien amplias- dieron pie para que México diferencie con la mayor claridad los alcances de sus derechos soberanos. Dentro del periodo de las negociaciones, México reafirmó su rechazo a los intentos de aplicación extraterritorial de leyes norteamericanas en nuestro país. Así lo puso de manifiesto el caso del nacional mexicano Humberto Álvarez Machain, secuestrado por instrucciones de la autoridad estadunidense en territorio de México. Lo propio sucedió con el amago de empresas de capital de Estados Unidos establecidas en México para aplicar la legislación estadunidense en suelo mexicano.

Estas y otras diferencias que se produjeron en los márgenes de la mesa de negociaciones dieron una muestra del grado de madurez alcanzado en las relaciones bilaterales. Los dos países aceptaron como fórmula de entendimiento que cualquier roce con alguno de los temas en la agenda bilateral común empañaría o contaminaría el curso general de las relaciones entre México y Washington. Las dos administraciones estadunidenses del periodo -la de los presidentes Bush y Clinton- aceptaron la propuesta mexicana de utilizar este medio de entendimiento para regular las relaciones bilaterales.

Estados Unidos y México dieron un gran salto adelante con la adopción mutua y convencida de este mecanismo diplomático.

Reuniones binacionales México-Estados Unidos

La agenda bilateral que existe entre México y Estados Unidos se singulariza por su extensión y complejidad. Los temas comprenden desde los asuntos migratorios hasta el destino de desechos tóxicos en ambos lados de la frontera.

La naturaleza de esta agenda exige una comunicación política fluida y permanente, de ahí que ambos gobiernos hayan reconocido la necesidad de que sus dos gabinetes -prácticamente en pleno- se reúnan una vez por año a uno y otro lado de la frontera, para discutir y estimular la buena marcha de las relaciones bilaterales. Desde hace más de diez años, el mecanismo de diálogo y negociación por excelencia ha sido la Comisión Binacional México-Estados Unidos.

Reuniones ministeriales México-Canadá

México y Canadá han registrado un incremento explosivo en sus vínculos bilaterales. Todavía en la década pasada, ambos países se advertían como aquellos territorios ubicados al otro lado de Estados Unidos. La vecindad común con Washington permitía identificar intereses comunes que no se habían materializado debidamente para provecho común. A principios de los años noventa, tanto Ottawa como México tomaron la decisión de reconocerse mutuamente por sus valores y perspectivas propias, más allá de la realidad de contar con un poderoso vecino común, fue así como surgieron las Comisiones Ministeriales México-Canadá.

La complementación, el beneficio común y una visión estratégica compartida han dotado a ese mecanismo de una agilidad y una visión de gran significado para las relaciones internacionales de México.

La política exterior de México para los años noventa

Agradezco a la Escuela de Gobierno de la Universidad de Harvard su invitación para exponer algunas líneas de la política exterior de México durante los años noventa. Abusando de la licencia que brinda la academia, me permitiré incurrir en los riesgos de la reflexión prospectiva.

En este foro, el tema de la política exterior mexicana cobra particular relevancia, por nuestra vecindad, y porque ahora México es uno de los países que marcan pautas acerca de cómo enfrentar y resolver algunos de los problemas del mundo en desarrollo.

Las reflexiones que siguen están organizadas en tres partes; primero me refiero a los cambios en el mundo; enseguida, se revisa la función central de la política exterior mexicana en la nueva estrategia general de desarrollo del país; finalmente, se reseña la política de México hacia Estados Unidos de América y se analizan las ventajas que podrían obtener ambos países de llegar a firmar un acuerdo equitativo de libre comercio.

El nuevo entorno internacional: oportunidades y riesgos

El fin del siglo XX será recordado como un periodo de acelerada transformación de las relaciones internacionales. Tenemos el privilegio de vivir en una época vibrante y de cambios vertiginosos, que marca nuevos cauces -llenos de riesgos pero también de oportunidades- para la convivencia entre los países. Aun cuando los cambios son múltiples, se trata de una transformación que podemos considerar en torno a cuatro fenómenos principales: globalización, distensión, multipolaridad y ampliación de las diferencias entre los países ricos y los países pobres ya que la interacción entre ellos define el marco del mundo actual.

La revolución tecnológica -en particular en la informática, las telecomunicaciones y los nuevos materiales- precipitó la llamada "globalización". El concepto incluye todos aquellos procesos tecnológicos, fenómenos políticos, reorganizaciones económicas y situaciones anímicas que hacen al planeta más interdependiente. Hoy, las decisiones de unos afecta más a los otros; los mercados, la producción industrial y los sistemas financieros se integran, y se derrumban barreras al comercio, a la inversión y a la interacción entre los países.

La globalización representa, de hecho, una verdadera revolución internacional, una de sus consecuencias más importantes es la distensión, que se presentó con una contundencia inusitada. La modernización y difusión de nuevos instrumentos de comunicación, permitieron que en pocos años la información y la propaganda modificaran las expectativas y las esperanzas de millones de seres humanos. A partir de esto, en unos cuantos meses se derribaron muros, gobiernos y sistemas de poder que aparentaban gran solidez, se cambió el mapa de Europa y se alteraron, de modo irreversible, equilibrios políticos y viejas alianzas.

El fin de la guerra fría detonó un proceso de reformulación de las relaciones internacionales y abrió espacios para un reacomodo profundo de la economía mundial. En principio -y subrayo, en principio-, parecería que permitirá dedicarse menos a temas de seguridad y más al impulso de desarrollo.

Globalización y distensión produjeron un nuevo espacio económico y político, donde se perfila un número limitado de polos de poder. El mundo bipolar de la posguerra desaparece. Todavía pueden darse transformaciones importantes, pero es previsible que a principios del siglo XXI predominen más de dos centros de fuerza económica, política y militar.

Estados Unidos seguirá siendo factor determinante y sitio de donde emanarán las principales decisiones, pero lo será cada vez con menos peso relativo. Al concluir la segunda guerra mundial, Estados Unidos generaba prácticamente el 50 por ciento del PIB mundial, hoy produce entre el 26 y el 27 por ciento, y es muy probable que dicha participación continúe reduciéndose. El predominio que tiene actualmente tenderá a moderarse. El rezago tecnológico acumulado durante varios lustros de escaso ahorro y baja inversión, su relativamente menor productividad frente a sus principales competidores, y la situación de sus finanzas públicas, hacen difícil anticipar otro resultado.

A partir del impulso y de la sinergia que le da su nueva estructura económica y política, la Comunidad Europea consolidará un peso creciente en la comunidad internacional, con Alemania ineludiblemente al centro.

Japón basará el nuevo perfil de su presencia internacional en su fuerza económica y terminará de definir un área de influencia en la cuenca asiática del Pacífico, la que adquirirá importancia creciente.

A pesar de innumerables problemas, la Unión Soviética continuará ocupando un lugar destacado en el escenario internacional. Dadas sus dimensiones, recursos naturales, población y poderío militar, incluso si no lo actualiza, seguirá siendo objeto de atención, quizá precisamente por el riesgo que significaría que perdiera su estabilidad interna. Otros polos, aunque de menor fuerza económica y política, podrían ser Brasil, China, India, incluso el resto de América Latina, si avanzaran realmente en sus procesos de integración y modernización.

La multipolaridad se muestra también en lo militar. Hay cinco potencias que cuentan con fuerte equipamiento de armas nucleares. Además, veintisiete países mantienen ejércitos con más de doscientos mil hombres y cincuenta dedican más del 3 por ciento de su producto nacional a gastos de "defensa".

En los albores del siglo XXI, en un contexto de globalización, distensión y multipolaridad, han aumentado dramáticamente diferencias entre los niveles de vida de los países industrializados y los del mundo en desarrollo. El producto promedio per cápita de los países de la OCDE aumentó de 1980 a 1988 de 9200 a 17 500 dólares. Para el mundo en desarrollo, cambió el año pasado: el producto por habitante ascendió a sólo 860 dólares esto es, 20 veces inferior al de la OCDE.

La participación en el producto mundial de los países que conforman el Grupo de los Siete pasó de 1980 a 1988 del 64 por ciento al 69 por ciento. En ese mismo periodo, el producto por persona del G-7 aumentó de dieciséis a veintidós veces, respecto al del mundo en desarrollo.

Los cambios del entorno internacional son relevantes, no sólo por la manera como configuran el mundo de hoy; lo son, sobre todo, porque sugieren un escenario internacional sustancialmente diferente para la primera parte del siglo XXI.

El nuevo escenario internacional parece ofrecer oportunidades extraordinarias. Por ejemplo:

• Una gran expansión de la economía mundial, impulsada por ganancias de productividad a nivel global.

• Suponiendo un éxito relativo de la Ronda Uruguay del GATT, las nuevas políticas en material comercial abrirán mercados potenciales adicionales para el mundo en desarrollo.

• La inversión podría fluir hacia aquellas regiones que configuren nuevos ámbitos de competitividad.

• La distensión podría -quizá debería- permitir concesiones y alivios adicionales para los países en desarrollo.

• La transmisión de ideas y conocimientos se daría de manera aún más fluida, universalizando información y conocimientos.

• Personas y bienes podrían moverse cada vez con mayor libertad, dando lugar a un mayor progreso de las comunicaciones y a un mundo mucho más cercano para todos.

Existen oportunidades, pero el nuevo entorno internacional no carece de riesgos y peligros. El más evidente y grave es quedar al margen del proceso de transformación de la economía y de las relaciones globales. Eso podría sucederles a algunos países en desarrollo si no inician pronto una estrategia explícita y exitosa para incorporarse a la dinámica mundial.

Además de ese riesgo básico, existen otros. Señalo algunos:

• Los problemas financieros podrían posponer o de plano impedir la gran expansión de la economía mundial.

• Todo parece indicar que pueden profundizarse las diferencias entre los niveles de vida de los países ricos y de los pobres. Hasta ahora, la distensión no se ha traducido en acciones concretas orientadas a moderar siquiera a esa injusticia.

• Los nuevos bloques comerciales podrían convertirse en zonas cerradas con un renovado proteccionismo.

• Podrían acentuarse las pretensiones de hegemonía ideológica y los intentos de universalizar valores y formas sociales.

Las oportunidades y los riesgos definen el espacio donde México debe desenvolverse. Las cosas del mundo no volverán a ser iguales. Es claro que el gran proceso de transformación apenas empieza, ya que son más las interrogantes que las respuestas. Por ello, no deberíamos sorprendernos demasiado ante la confusión, pero tampoco podemos perder tiempo para tomar las decisiones fundamentales que se necesitan.

La política exterior mexicana

La multipolaridad, que implica una nueva distribución del poder, y la rapidez del cambio, obligan a países como México a revisar sus estrategias. Se trabaja a favor de los objetivos nacionales en materia de soberanía, desarrollo, democracia y justicia; de aprovechar las oportunidades que ofrece la nueva dinámica del mundo; y de prever y evitar los riesgos que se presentan con los ajustes y reacomodos del poder.

Al presidente Salinas de Gortari le gusta insistir que México ha decidido cambiar para seguir siendo México. Quiere, y con él queremos los mexicanos, que nuestro país preserve y fortalezca sus valores, su manera de ser, su lengua, sus gustos, su estilo de vida, su latinoamericanidad y su capacidad para continuar tomando las decisiones fundamentales que afectan su destino. Por eso hemos resuelto cambiar; para fortalecernos y preservarnos; para asumir resueltamente las transformaciones y las oportunidades que ofrecen los nuevos tiempos; y para estar en condiciones de participar en las decisiones que están conformando el mundo del siglo XXI.

Sabemos que nada de eso es fácil, pero estamos resueltos a lograrlo. Por eso, hemos puesto en marcha un gran proyecto de modernización. Para que la historia no nos deje atrás, tenemos que aumentar nuestra productividad, moderar las grandes desigualdades sociales que hay en nuestro país y acabar con la pobreza extrema. Tenemos que perfeccionar nuestro sistema político, y lo estamos haciendo: dar trabajo a los mexicanos en México y ser capaces de competir dentro y fuera de México con nuestros productos.

Para lograrlo, hemos abierto nuestra economía, hemos simplificado trámites administrativos y hemos aumentado la eficacia del gobierno, por eso, el presidente impulsa una política exterior que busca abrir los espacios que requiere el México que estamos construyendo. Una política exterior basada en los principios que son fruto de nuestra historia y orientada por objetivos precisos, que no son otra cosa que nuestros propósitos hacia el futuro.

Precisamente por la dinámica del cambio internacional y por el importante efecto del entorno sobre el desarrollo de México, la política exterior se caracteriza por una actividad intensa y respetuosa con la que no sólo busca participar en el acontecer internacional sino, también, en las grandes decisiones que orientan al mundo.

La política exterior de México tiene un claro objetivo de diversificación. Los mexicanos reconocemos sin ambages los factores geográficos que determinan la prioridad de nuestra relación económica y comercial con Estados Unidos, pero también trabajamos para ampliar nuestras posibilidades de cooperación y de intercambio comercial con Europa y la Cuenca del Pacífico y, por razones de identidad y prioridad histórica y cultural, con América Latina.

México encuentra opciones reales para estrechar sus relaciones con otros países, en algunos casos a causa de la geografía; en otros, por recomendación de la historia, o bien por afecto o por la economía, y en varios más, por nuestra visión de futuro.

Ponemos atención especial en los países con los que colindamos: Guatemala, Belice y Estados Unidos. Atendemos nuestras fronteras mediatas, como el resto de Centroamérica, Canadá y el Caribe. Seguimos con atención especial a la Europa comunitaria, sobre todo a España, por razones históricas y culturales, y a Alemania, por la dimensión presente y futura de su economía. Trabajamos para fortalecer nuestros vínculos con Japón, y mantenemos un vínculo estrecho y único con nuestros hermanos de América Latina.

En el sur del continente están sucediendo cosas importantes y positivas. Argentina, Brasil y Uruguay han avanzado mucho en facilitar el comercio entre ellos, los dos primeros han triplicado su comercio bilateral en sólo dos años; Chile y México han suscrito un compromiso para caminar hacia el libre comercio entre ambos; Chile y Venezuela y Colombia y México piensan hacer algo similar.

Revitalizado por la paz y la unidad política, el mercado común centroamericano avanza todavía con lentitud. Día a día esos países buscan superar múltiples obstáculos, entre los que destaca la escasez absoluta de divisas adicionales del exterior. Hay una extraordinaria miopía en la lenta respuesta, casi abandono, de parte de la comunidad internacional de Centroamérica.

Ubicada en la parte norte de América Latina, la economía mexicana es una de las más abiertas del mundo. En el marco de la ALADI otorgamos concesiones especiales a los países latinoamericanos y tenemos un sistema de preferencias que favorece en especial a los países centroamericanos y a aquellos de menor desarrollo relativo.

El grupo de Río se amplió para incorporar a Chile y Ecuador, y se invitó ya a Bolivia y a Paraguay, a un representante por Centroamérica y otro por el Caribe a formar parte del grupo. El diálogo fue fructífero en múltiples temas, particularmente en el análisis de los criterios de apertura comercial propuestos por el presidente de México. Los resultados confirman la vigencia del Grupo de Río como el foro central de concertación latinoamericana.

La política exterior hacia Estados Unidos

Las principales relaciones económicas de México han sido, son y seguirán siendo con Estados Unidos de América. Al definir la relación rica, compleja, a veces difícil pero llena de oportunidades de México con este vecino del norte, deben considerarse tres elementos fundamentales: la vecindad, la historia y el futuro.

Somos países que colindan en 3234 kilómetros y nuestras fronteras registran doscientos millones de cruces al año. México vende a Estados Unidos el 65 por ciento de sus exportaciones. Los mexicanos somos su tercer abastecedor, ya que le proporcionamos el 5.7 por ciento de sus importaciones totales. Por su singularidad, la frontera entre los dos países constituye una de las zonas de mayor crecimiento en el orbe y previsiblemente lo seguirá siendo. Esto genera una dinámica demográfica, urbana, económica y política que requerirá cada vez más atención. En Estados Unidos viven 4 700 000 000 de mexicanos, cifra que ascendería a quince millones si incluyéramos en ella a los estadunidenses de origen mexicano.

La historia, aunque a veces nos incomode, es también elemento determinante de la relación entre ambos países. Durante casi dos siglos, México ha oscilado entre la emulación y el rechazo cuando piensa en Estados Unidos. Al inicio de nuestra vida independiente nos dejamos influir por el modelo constitucional norteamericano. La América mexicana, como la llamó Morelos en 1814, se convirtió en 1824 en los Estados Unidos Mexicanos, que poco después, en 1848, se vería obligada a reconocer la pérdida de más de la mitad de su territorio. Y así seguimos, entre emulación y rechazo, perdiendo La Mesilla, en 1853, y salvando apenas otras amenazas, no menos severas, durante la segunda mitad del siglo pasado y el primer tercio del presente.

También Estados Unidos ha visto hacia México con ambivalencia, con indiferencia cuando vamos bien, con preocupación cuando los "expertos" en seguridad nacional consideran que "vamos mal".

La historia está ahí, y no es aparentando olvidos o escondiéndola en como vamos a construir una nueva relación respetuosa y creativa.

Empezamos a vivir tiempos en los que nos reconocemos a través de miradas más realistas e inteligentes. Afortunadamente, porque es justamente respeto, creatividad, inteligencia y equidad lo que se necesita para sacar en el futuro mayor beneficio mutuo de las innumerables oportunidades que a ambos ofrece nuestra vecindad.

La política exterior hacia Estados Unidos se basa en un hecho evidente del futuro: ambos países seguiremos siendo vecinos y compartiendo una historia. Además, la interacción entre ambos aumentará sustancialmente. A pesar de que disminuya la preponderancia global de Estados Unidos respecto al resto del mundo, para México seguirá siendo el centro inmediato de poder económico y político.

Estos tres elementos establecen parámetros básicos para la política mexicana hacia el país del norte. Se trata, en esencia, de una política que parte de la vecindad, reconoce la historia y enfrenta el futuro. La decisión fundamental es buscar la mejor relación posible, superando los estándares del pasado.

Los responsables directos de la relación política hemos trabajado de facto con nuevos criterios que facilitan la solución de las diferencias, la posibilidad de la cooperación y la acción conjunta para obtener ventajas mutuas de las oportunidad que ofrece nuestra vecindad. Entre esos criterios destacaría tres:

• Reconocer las diferentes características y valores de ambos países, y ver en ellos un activo valioso para enriquecer la relación bilateral, y no una fuente para la disputa o el conflicto.

• Aceptar que no tenemos -ni podemos- estar siempre de acuerdo. Hemos aprendido a escuchar los puntos de vista de cada uno, a señalar los desacuerdos cuando los hay, y a respetarlos.

• Concentrar la atención en los puntos de coincidencia entre ambos países.

En los últimos dos años, diversas acciones de los respectivos gobiernos han buscado cumplir con esos propósitos a fin de mantener una relación buena, constructiva y de confianza entre los dos países.

La próxima etapa de las relaciones entre Estados Unidos y México podría partir de la suscripción de un acuerdo inteligente y creativo de libre comercio. La decisión tomada por ambos presidentes es trascendental. Para lograrlo requerirá de los dos países, del trabajo, de una ardua negociación y del respeto; de igual forma debemos realizar un esfuerzo especial para convencer, en el interior y en el exterior de nuestros países, que los beneficios derivados de un acuerdo equitativo son mucho más que sus costos; y también dejar en claro que ninguna nueva posibilidad comercial habrá de limitar las posiciones que cada país tenga, en función de sus respectivos valores, principios e intereses.

Conviene hacer algunas precisiones. Un trabajo de libre comercio no impide que cada parte amplíe sus relaciones económicas con terceros países. Ése es el caso de algunos compromisos que tiene México con naciones de América Latina; y el de Estados Unidos, que mantiene acuerdos de libre comercio con Israel y Canadá. Ninguno de ellos se vería afectado por una nueva relación comercial.

Los alcances de un tratado de esta naturaleza no tienen que ver con lo que en sentido estricto se llama "mercado común": no se establecerían aranceles comunes con respecto a terceros países ni habría acuerdos para coordinar las políticas monetaria y crediticia, ni menos aún se plantearían condiciones políticas entre ambos.

La justificación fundamental del tratado se encuentra en el siglo XXI: Norteamérica, como región, sólo podría competir con Japón, con la Europa comunitaria y con Alemania si opera aprovechando las ventajas que representa una integración económica mucho mayor.

¿Qué esperaría México de un tratado de libre comercio?

Una garantía de acceso para los productos en que es competitivo, dejando atrás los viejos vicios proteccionistas de Estados Unidos; un sistema justo, no unilateral, de solución de diferencias; un motor para dinamizar su economía, acelerar la transformación de su industria y alentar nuevas inversiones que aportaran no sólo recursos sino tecnologías de punta y nuevos mercados; un estímulo para avanzar en el proceso de modernización del sistema de educación superior, particularmente el de las altas tecnologías; nuevas oportunidades de trabajo para los mexicanos en su país, pues hoy somos ochenta y dos millones, y un millón se suma al mercado de trabajo cada año. Los queremos -dice el presidente Salinas- trabajando en México, no emigrando a Estados Unidos.

De manera más específica, los beneficios para México de un tratado razonable y equitativo de libre comercio serían, entre otros:

1. Eliminar incertidumbre acerca del acceso de productos mexicanos al mercado estadunidense.

2. Contar con un mecanismo bilateral, equitativo y justo de solución de controversias.

3. Permitir instrumentar una estrategia más agresiva para penetrar el mercado estadunidense, al que México vende sólo el 5.7 por ciento de sus importaciones totales.

4. Adquirir mayor competitividad respecto a otras regiones del mundo, ya que sus exportaciones podrían incorporar insumos estadunidenses libres de aranceles y en mejores condiciones.

5. Ser destino de un flujo adicional de inversiones del exterior, de empresas que buscan producir para los mercados internacionales y que, por ello, introducirán tecnologías de punta.

6. Acelerar el crecimiento de la economía mexicana, lo que a su vez permitiría generar más empleos y reducir la dolorosa pérdida de mexicanos que emigran, en especial hacia Estados Unidos.

7. Dar a los consumidores mexicanos acceso a mejores productos.

Los beneficios para México de un tratado de libre comercio equitativo serían importantes, pero también lo serían para Estados Unidos. Podrían, por ejemplo:

a) Asegurar un mercado adicional de consumidores -cien a fin de siglo- con una creciente capacidad de consumo.

b) Contar con reglas permanentes para las exportaciones hacia el sur de no haber tratado. México tendrá que reaccionar de manera más enérgica frente a prácticas desleales de comercio o represalias proteccionistas de Estados Unidos, que con frecuencia golpean a nuestras exportaciones de tomate, cemento, vidrio, camarón, entre otras, y hace apenas tres días, de atún. En ausencia de un acuerdo, los mexicanos tendríamos que recurrir cada vez más a contramedidas comerciales que, a su vez, podrían provocar nuevas represalias, eso no conviene a nadie.

c) El tratado tendería a estimular un mayor crecimiento económico de México, lo cual se traduciría en mayores importaciones que, finalmente, beneficiarían a los productores y exportadores estadunidenses.

d) Ganar acceso a un espacio con ventajas adicionales para sus inversiones en el exterior, con vistas a penetrar terceros mercados.

e) Aminorar el flujo de inmigraciones de mexicanos. En la medida en que nuevas inversiones acudan a México, será posible retener la mano de obra, con el efecto de evitar que busquen empleo en el país del norte.

g) Aumentar el atractivo como destino para inversiones de terceros países. La ubicación de nuevas plantas en esta región tomará en cuenta las ventajas específicas que cada uno de los países que la conformen, así como la ventaja de su espacio de libre comercio.

La mejor manera de lograr todos esos beneficios es suscribir un tratado de libre comercio equitativo. Sería la forma más transparente, eficaz y expedita de avanzar en esa dirección. De cualquier manera, las fuerzas de la economía de la región norte del continente americano empujan en ese mismo sentido. Con un tratado, liberaríamos y ordenaríamos esas fuerzas con beneficio de todos.

Yendo aún más lejos, México, Canadá y Estados Unidos configurarían el mercado más grande del mundo. Este mercado, de más de 360 000 000 de personas, sería mayor que el mismo mercado europeo de 1992, y más adelante, el mercado hemisférico sólo sería la antesala de un mundo de libre comercio.

Consideraciones finales

El siglo XX ha sido de preeminencia de Estados Unidos de América. Ya desde los años finales del XIX, la industria de esa nación había superado la producción de la inglesa. Los espacios que abrieron la nueva frontera y el fin de la guerra civil crearon las condiciones para el ímpetu creador de la generación que construyó, en el último tercio del siglo pasado, las bases de la que sería la mayor potencia del mundo.

En 1990, los estadunidenses saben que han perdido su posición de liderazgo en varios campos tecnológicos, que su productividad no crece al ritmo de la de sus principales competidores y que en 1992 dejarán de ser el mayor mercado del mundo.

México, por su parte, se pasó el siglo XIX dirimiendo conflictos internos que lo debilitaron enormemente y abrieron el espacio para que perdiese territorios, capacidad económica y prestigio, por ello, no logró consolidarse como estado estable y moderno sino hasta 1867 cuando Juárez restableció la república. A partir de entonces caminan juntas, lado a lado, por la historia, dos naciones distintas, casi siempre desconfiadas la una de la otra, viéndose con simpatía o antipatía, según los tiempos, los humores y los hechos.

Es necesaria una nueva actitud. La dimensión demográfica de ambos países, la abrumadora evidencia de su complementariedad económica, la fuerza de sus respectivos valores nacionales y las oportunidades -no sin riesgos- que ofrece las revolución tecnológica y la globalización, que están transformando al mundo en este fin de siglo, invitan y obligan a una estrategia nueva de respeto mutuo y de cooperación profunda y eficaz.

La velocidad del cambio podría superar nuestra capacidad de reflexión. Sin embargo, se ha pasado de la sorpresa a un optimismo razonable sobre las oportunidades que se presentan, pero no hay garantía de que las transformaciones conducirán a una época de crecimiento sostenido y prosperidad generalizada. Debemos estar atentos y trabajar arduamente, juntos, todos los países del mundo, para lograrlo.

Ante la expectativa de un mejor porvenir para las naciones, producto de la globalización y la distensión, se ciernen varias amenazas: una recesión internacional; olas adicionales de proteccionismo; competencia por los escasos recursos financieros; indiferencia sobre el problema que la deuda externa plantea todavía a muchos países en desarrollo; la profundización de las diferencias entre los países y, dentro de cada uno de ellos, el peligro de que lleguen a levantarse fortalezas económicas, centradas en los nuevos bloques comerciales; las pretensiones de hegemonía ideológica de algunos sectores y países; la fuerza incontrolada de algunos centros supranacionales de toma de decisiones, y el debilitamiento -de facto- del derecho entre las naciones.

Es justamente el respeto al derecho internacional un factor que puede ayudar a fortalecer las posibilidades del gran cambio y a moderar los peligros del mismo. Cumplir la norma cada uno, más que pretender imponer nuestros criterios a los demás es el único código de conducta que puede prometer una paz duradera, o, en palabras más breves y conocidas, el respeto al derecho ajeno.

En México hay clara coincidencia de las oportunidades y riesgos que conlleva la vertiginosa transformación del mundo, por ello, se está dando el gran esfuerzo interno para ajustar y modernizar nuestra economía, así como nuestros sistemas político y social. Sin faltos optimismos, México avanza seguro al encuentro del siglo XXI. Los mexicanos estamos en buenas condiciones y en mejor ánimo para enfrentar los retos y aprovechar las oportunidades que se perciben ya en el horizonte.

*La revista Norteamérica ha decidido publicar estos textos tras el fallecimiento reciente del ingeniero Fernando Solana, quien tuvo una destacada trayectoria como diplomático, legislador, académico y servidor público, y quien tuviera un notable papel en la historia reciente de México. Consideramos que la difusión de sus ideas acerca de la región de América del Norte es un homenaje merecido y que estos textos son de interés para los lectores de Norteamérica.

**Además de desempeñarse como secretario de Educación Pública de 1977 a 1982, el ingeniero Solana encabezó la Secretaría de Relaciones Exteriores de 1988 a 1993. Los textos que presentamos fueron escritos en ese periodo y conciernen a la política de exterior de México, especialmente a su relación con la región de Norteamérica. En ellos da cuenta de los grandes cambios políticos causados por la globalización, así como del impacto de la guerra fría y sus contradictorios efectos en el mundo. Con vistas a la firma del TLCAN subraya el carácter complementario que las economías de México, Estados Unidos y Canadá tienen. También apunta a los problemas que derivan de la situación geográfica de México, unido con Estados Unidos, pero a la vez vinculado siempre tan estrechamente con Latinoamérica. Por tanto, debe plantearse, en opinión del excanciller, la necesidad de nuevas relaciones con Estados Unidos, basadas en el respeto y la cooperación; así pues, propone una agenda binacional en donde los temas sean discutidos separadamente, de tal forma que uno no contamine a los otros. Agradecemos encarecidamente a sus hijos Eugenia y Juan Manuel por la autorización para publicar estos textos, recogidos en el libro Cinco años de política exterior (1994), así como a Javier Barros Valero por habernos ayudado en esta tarea.

1Conferencia presentada en The Forum Institute of Politics, organizado por la John F. Kennedy School of Government, Universidad de Harvard, el 19 de octubre de 1990.

2Universidad del Sur de California, en Los Ángeles, California, 15 de marzo de 1993.

3Palabras ante el Consejo de Asuntos Mundiales de Los Ángeles, California, 24 de mayo de 1993.

4Toronto, 16 de febrero de 1993.


Articles

México y Estados Unidos en el nuevo orden mundial4

Agradezco al doctor Lowenthal y a la Universidad del Sur de California su invitación para hablar sobre México y Estados Unidos ante el nuevo orden mundial.

El llamado "nuevo orden mundial" llegó intempestivamente. Muy pocos imaginaban, hace apenas cuatro años, que la estructura de poder bipolar dejaría de existir en tan breve lapso. El cambio ha ocurrido, para sorpresa de muchos, en forma pacífica, ha sido ésta una gran transformación cuya trascendencia política y económica plantea todavía muchas interrogantes.

Pero, ¿qué es realmente eso que llamamos "nuevo orden mundial"?

Una nueva etapa mundial

Más que de un nuevo orden, se trata de una nueva etapa que presenta, entre otras, las siguientes características:

• La consolidación de una superpotencia militar única.

• El surgimiento de fórmulas "triunfadoras" de adopción casi universal: la democracia electoral, la economía de mercado y la llamada reforma de Estado.

• La preeminencia de tres grandes centros económicos: América del Norte, la Co mu nidad Europea -con Alemania a la cabeza-, y el Pacífico Asiático con Japón.

• La creciente polarización de la riqueza y del bienestar en el mundo, ya que la distancia entre los países -y los grupos sociales- ricos y pobres han aumentado.

• La consolidación del poder internacional de las corporaciones multinacionales.

• Una nueva agenda multilateral que responde a las preocupaciones de las grandes potencias. El narcotráfico, la migración y el medio ambiente, suplantan a la antigua agenda del desarme, el desarrollo y la pobreza.

• Los derechos humanos se imponen como moral internacional. Sin embargo, en determinados casos se hace uso de ellos como instrumento de poder: se utilizan criterios distintos para calificar a los países amigos y a los que no lo son.

• Surge una amplia conciencia global en torno al medio ambiente, sin embargo afloran diferencias profundas entre los países del norte y los del sur sobre la forma de protegerlo.

• El narcotráfico aumenta y amenaza la estabilidad de algunos Estados.

El llamado nuevo orden es, en realidad, una nueva era de la historia que para México ha tenido un gran significado. De golpe, nos encontramos al lado de la única superpotencia militar y política del mundo.

Inexorablemente juntos

Durante muchos años, se privó la concepción, a ambos lados de la frontera, de que las relaciones entre México y Estados Unidos jamás podrían ser constructivas, respetuosas, cordiales y mutuamente benéficas. Sin embargo, en los últimos cuatro años, se ha avanzado significativamente en esa dirección.

México y Estados Unidos han encontrado una fórmula eficaz para mejorar el entendimiento político. Desde 1989, a propuesta de México, se acordó separar las distintas áreas de nuestra relación para que los problemas que pudieran surgir en alguna no contaminaran a todas las demás, como ocurrió muchas veces en el pasado. Ahora hemos aprendido a continuar colaborando activa y positivamente en la mayor parte de los asuntos, aun cuando tengamos diferencias y dificultades serias en alguno de ellos.

Dificultades específicas recientes como el secuestro de mexicanos en nuestro territorio por autoridades estadunidenses, incidentes fronterizos u opiniones divergentes en los foros internacionales no han interrumpido la cooperación y el entendimiento en los demás campos. Así lo demuestra la lucha contra el narcotráfico, el respaldo positivo de Estados Unidos al proceso de pacificación en Centroamérica, los convenios para proteger el medioambiente fronterizo y, por supuesto, las negociaciones para establecer la zona de libre comercio en América del Norte. La amplitud y complejidad de nuestros nexos exigía una estrategia política de ese tipo.

Compartimos la frontera más dinámica y compleja del mundo: el año pasado se registraron más de trescientos millones de cruces, la mitad de ellos en la porción californiana. En términos comerciales, México y Estados Unidos intercambiaron, en 1992, bienes y servicios por un valor total de 75 000 000 000 de dólares. Las inversiones estadunidenses acumuladas suman ya la cifra de 28 000 000 000 de dólares.

Casi cinco millones de turistas estadunidenses visitan México anualmente. En nuestro país reside el más alto número de norteamericanos fuera de Estados Unidos, el mayor número de mexicanos y de personas de origen mexicano que viven en el extranjero.

Una interacción tan intensa entre dos naciones tan distintas sólo podría manejarse de manera creativa y positiva, con una estrategia como la que se concertó en 1989, en la Ciudad de México, y que ha sido ratificada, por ambos países, hace diez días en Washington.

El ambiente de nuestros vínculos incluye también la participación de México y de Estados Unidos en los foros regionales y multilaterales. La paz y el desarrollo en América Central y el Caribe son temas de seguridad nacional tanto para Estados Unidos como para México, de igual modo nuestros dos países participan, aunque con posiciones a veces diferentes, en la reflexión y el debate en la ONU, la OEA y en organismos especializados como el GATT o la Comisión de Derechos Humanos.

Pocas naciones en el mundo tienen tantos puntos de confluencia, de discusión y de interés común como México y Estados Unidos, e imaginación de fórmulas nuevas y efectivas de entendimiento político al más alto nivel.

Los presidentes Salinas y Bush se reunieron once veces en cuatro años; el presidente Clinton tuvo su única entrevista como presidente electo con el presidente de México; lo mismo ha sucedido con las comisiones binacionales a nivel ministerial: en los últimos años se han reunido de ocho a diez miembros de cada uno de los gabinetes presidenciales en sesión de un día entero; el encuentro de este año ya se ha fijado para el mes de junio, en Washington; adicionalmente, congresistas de México y Estados Unidos y gobernadores de los estados fronterizos celebran reuniones periódicas. Los gobernadores de los estados de ambos países con costas en el Golfo de México se han propuesto crear mecanismos de colaboración. Contamos, así, con mecanismos de con sulta y cooperación en todos los niveles de gobierno.

La existencia de este marco general de entendimiento político ha permitido que México y Estados Unidos incursionen en proyectos conjuntos cada vez más ambiciosos. El ejemplo más elocuente de ello han sido las negociaciones sobre el Tratado de Libre Comercio de América del Norte.

América del Norte como región

Desde un punto de vista político, el objetivo del TLCAN es fortalecer la posición internacional de México, Estados Unidos y Canadá. Ésta es, además, la primera ocasión en que América del Norte se concibe a sí misma como una región que comparte propósitos comunes. Los efectos del TLCAN sobre nuestras sociedades no serán homogéneos, habrá sectores que apenas notarán su impacto, otros, estarán expuestos a una competencia sin precedente, otros más, se beneficiarán por su participación en lo que sería el mercado más grande el mundo. El gran proyecto con el que nos hemos comprometido creará, a partir del 1° de enero de 1994, un mercado de 365 000 000 de personas, con un producto de siete millones de millones de dólares.

El tlcan reunirá a la primera, la séptima y la decimotercera economías más grandes del orbe. Las asimetrías al interior de este mercado suelen causar un desconcierto natural respecto a la viabilidad general del proyecto. La economía canadiense casi duplica en producto anual a la mexicana, a su vez, la economía de Estados Unidos es de diez veces mayor que la canadiense y veinte veces más grande que la de México. Las preguntas obligadas son si puede establecerse una zona de libre comercio con estas diferencias y si ésta conviene a las dos economías menos fuertes.

La evolución de la Comunidad Europea sugiere que la respuesta es afirmativa en ambos casos. Entre Alemania, la economía más poderosa de la Comunidad, y Luxemburgo, la de menor volumen, hay una diferencia de 165 veces en producto. Frente a Irlanda, este diferencial es de treinta y cinco veces y, frente a Portugal, de veinticuatro.

Sobre estas bases, México y Canadá están mejor preparados para compartir un espacio comercial con Estados Unidos que los socios más débiles de la Comunidad Europea. Además, al paso de los años, la brecha del desarrollo entre los socios europeos más ricos y más pobres se ha ido cerrando. Este fenómeno habrá de repetirse en nuestro lado del Atlántico.

Los efectos del TLCAN no serán sólo de carácter económico, los habrá también muy positivos y de la mayor importancia en la moderación de las corrientes migratorias, en el mejoramiento ambiental y en el fortalecimiento de la seguridad nacional. Y esto, que es importante para ambos países, lo es mucho más para los Estados de la frontera, como es el caso de California.

México y California

La prosperidad de México está íntimamente ligada a California, este estado es nuestro segundo socio comercial, después de Texas. Desde que se inició la recuperación de la economía mexicana, en 1987, las exportaciones californianas hacia el país se han duplicado. Actualmente, México es el destino final del 10 por ciento de las exportaciones totales de California, equivalentes a cerca de 5 000 000 000 de dólares anuales. En esta zona se registra el 15 por ciento de las transacciones comerciales totales entre nuestros dos países.

En la franja fronteriza entre México y California, se ubica el 42 por ciento de las plantas maquiladoras, con ello, ya se ha desplazado del primer lugar al cordón industrial de El Paso-Ciudad Juárez. Más allá de su importancia productiva, el impacto social -especialmente en términos de migración- tiene una gran relevancia.

México quiere exportar productos y servicios, no personas. El acceso fluido de bienes mexicanos al mercado estadunidense es un medio más eficaz para controlar la migración que cualquier dispositivo policiaco o la erección de muros divisorios.

California es ya un socio político y económico determinante; para este estado es fundamental, y lo será cada vez más, su comercio con México. En el mediano plazo, el crecimiento limpio y sostenido de México será un asunto de interés prioritario para California.

La madurez y el dinamismo que han alcanzado los vínculos entre México y Estados Unidos abren una perspectiva histórica excepcional. Las bases de entendimiento político que hemos sentado permitirán traducir la vecindad en oportunidades más amplias de colaboración y beneficio mutuo, por ello, debemos valorar lo que hemos logrado construir conjuntamente. El contraste con lo que acontece en otras partes del planeta es notable, debido a que nuestros esfuerzos se dirigen hacia un mejor aprovechamiento de las ventajas comparativas y a garantizar un espacio de paz, seguridad y desarrollo para la región.

En un ensayo reciente, el doctor Lowenthal se pregunta si América Latina está preparada para establecer nuevas formas de asociación con Estados Unidos. La cuestión podría invertirse: ¿está Estados Unidos preparado para un nuevo tipo de relación con América Latina que respete nuestras soberanías, entienda y aprecie nues tras diferencias, y destierre viejos prejuicios sobre nuestras realidades?

América Latina está lista para inaugurar una nueva etapa de colaboración continental y para participar más activamente en las grandes corrientes mundiales. Sus economías son hoy más competitivas y sus sistemas democráticos más estables. A diferencia de otras regiones, América Latina, la reforma económica y la reforma política han ido de la mano. El cambio se ha dado sin los desaciertos y las calamidades que hoy agobian a Europa del Este y a algunos países asiáticos.

México está profundamente ligado a América Latina, de la que es parte esencial y que ha iniciado un proyecto conjunto con Canadá y Estados Unidos que ha suscitado el interés de la región entera. Europa y el Pacífico asiático siguen también de cerca la evolución de nuestras relaciones. En adelante, México, Estados Unidos y Canadá serán vistos, por terceros países, como socios. Esta situación nos dará una mejor posición negociadora con los mercados de otros continentes.

Nuestra participación dentro del TLCAN no debe mutilar, sino fortalecer la posición de nuestros tres países como Estados de la Cuenca del Pacífico, ni distanciarnos de Europa, con la que nos unen antiguos nexos históricos y una fluida relación de intercambio en todos los órdenes.

Sabemos que California comparte y comprende esta perspectiva. Su condición de puente con América Latina y con el Pacífico ha favorecido su posición privilegiada dentro de Estados Unidos. Cancelar alguna de estas opciones iría en detrimento de su crecimiento y de su bienestar.

En la nueva dinámica de la relación entre México y Estados Unidos, un ánimo genuino de enriquecimiento mutuo, en todos los campos, debe ser la guía y el incentivo primordial para proyectar nuestros vínculos hacia el futuro.

California juega un papel central en este proceso. Aquí estamos, distintos, pero inexorablemente juntos, frente al gran océano que será el centro de la actividad mundial durante el siglo XXI. Asumamos que, también inexorablemente, el resto del mundo nos verá juntos.


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California, socio privilegiado de México5

En primer término haré referencia a la intensa relación existente entre México y el estado de California. Posteriormente, describiré algunos retos a los que se enfren ta este estado y mi país. En la parte final, me centraré sobre las grandes oportunidades que México y California compartirán en el futuro, individual y de manera conjunta, en el contexto del pacífico.

Una relación excepcionalmente intensa

El comercio, la migración y el turismo entre México y California se han elevado de manera extraordinaria en los últimos años. La frontera entre las dos Californias se ha convertido en una de las áreas más dinámicas y promisorias en el mundo.

En los años recientes, el comercio entre México y Estados Unidos ha crecido a una velocidad excepcional. Entre 1987 y 1992 ascendió hasta el 130 por ciento; las exportaciones estadunidenses a México alcanzaron los 41 000 000 000 de dólares el año pasado.

California es el segundo socio comercial más grande de México, después de Texas. México es el tercer destinatario de las exportaciones californianas, luego de Japón y Canadá. Entre 1987 y 1989, las exportaciones de este estado hacia México se triplicaron, creciendo mucho más rápido que sus exportaciones al resto del mundo.

La mitad del comercio en ambas direcciones consiste en productos eléctricos y electrónicos, maquinaria, computadoras y equipo de transporte. Esto se debe principalmente al comercio de las maquiladoras, el cual representa el 80 por ciento de las exportaciones mexicanas hacia California.

Existen 2100 plantas de este tipo a lo largo de las 2000 millas de frontera entre ambos países. La industria maquiladora ha generado 250 000 empleos en Estados Unidos para los proveedores de componentes y materias primas, y otros cien mil empleos para los distribuidores de productos ensamblados en México.

Debemos mencionar también los cientos de miles de empleos estadunidenses que se han preservado por la gran productividad de California, cuya competitividad ante el resto del mundo descansa, al menos en parte, en el bajo costo de producción de la industria maquiladora mexicana.

Otro efecto multiplicador de las maquiladoras se basa en los salarios percibidos por los trabajadores mexicanos en esta industria. Dos terceras partes de sus nóminas se gastan en bienes producidos en Estados Unidos.


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Las relaciones México-Estados Unidos, fundamentales en el hemisferio

Nos reunimos en un momento de incertidumbre internacional.

Con la excepción de algunos países de la cuenca asiática del Pacífico, persiste el estancamiento de la economía mundial. El desempleo en los países industrializados se acerca ya a los treinta millones de personas y 1993 será el tercer año consecutivo en que el producto del mundo crece menos que la población.

Las perspectivas de la propuesta económica y política de Maastricht son todavía inciertas. Europa Oriental enfrenta serias dificultades en su transición a la economía de mercado: su producto disminuyó el 17 por ciento el año pasado. El futuro de Rusia, por sí mismo, es una inquietante interrogante para el mundo.

Los escenarios de África y del Asia menor acusan un grave deterioro; los conflictos regionales generan una preocupación global; fuerzas de Naciones Unidas participan en operaciones en trece países; los sucesos de Yugoslavia angustian, pasman y recuerdan al mundo el potencial autodestructivo de algunos países europeos; y los de Somalia muestran los peligros de la injerencia, así sea ésta multilateral y esté inspirada en las más generosas intenciones humanitarias.

Frente a este inquietante escenario, la situación en el continente americano abre espacios para el optimismo. Avanza la economía y se fortalecen la democracia y las instituciones nacionales y regionales. El producto de América Latina, excluyendo a Brasil, aumentó en los últimos dos años al 4.6 por ciento. Hay, además, una clara tendencia a la estabilidad macroeconómica; los programas de ajuste y modernización se perfeccionan y profundizan; las economías se abren y van consolidando proyectos de integración subregional de gran importancia; la inversión sigue fluyendo hacia la región; aumenta el comercio exterior; y se generan ya nuevas fuentes de empleo. América Latina inicia una etapa promisoria.

Las experiencias políticas recientes de Brasil, Venezuela, Perú, y particularmente las de Guatemala, demuestran que la democracia latinoamericana resiste ya los inten tos de golpes y autogolpes de Estado, que la democracia está consolidada y que cuenta con la madurez institucional para resolver las crisis de poder, por vías constitucionales.

Esta América Latina de fin de siglo es otra. Y ello no debe pasar desapercibido para nuestros vecinos del norte del hemisferio.

En América del Norte exploramos nuevos entendimientos políticos. Con base en ello, la región estará mejor preparada para superar sus problemas económicos y cultivar una vecindad dinámica y respetuosa. Y juntos, Canadá, Estados Unidos y Mé xico, tienen listo un Tratado de Libre Comercio que anuncia una etapa de crecimiento económico sin precedente para los tres socios originales y para todo el hemisferio.

Dos culturas

Las relaciones entre México y Estados Unidos juegan un papel central en las relaciones hemisféricas. En nuestra frontera común, confluyen las dos culturas predominantes del continente: es la frontera entre la América Latina y la América Sajona, el punto de encuentro entre la América milenaria, la América Latina y la América Sajona; es el punto de encuentro entre la América milenaria y la América que dio al mundo una nueva visión de la modernidad en el siglo XX.

De ahí la importancia de las consultas que hoy realizamos. La Comisión Binacional es el mecanismo de diálogo político por excelencia para la conducción de las relaciones entre México y Estados Unidos.

El día de hoy, el nivel de nuestras delegaciones reafirma la alta prioridad que los presidentes Salinas de Gortari y Clinton asignan a los vínculos entre nuestros dos países.

A este X Encuentro de la Comisión Binacional concurrimos diez miembros del gabinete del presidente Salinas, más diecinueve altos funcionarios, incluyendo miembros del gabinete ampliado y subsecretarios. Se trata, en verdad, de un foro único en las relaciones internacionales modernas.

Para la delegación mexicana, la reunión de este día en Washington tiene un significado muy especial, pues es la primera que sostenemos con el gabinete del presidente Clinton y este encuentro es propicio para reafirmar las fórmulas de comunicación política que habrán de normar nuestros contactos.

La base de nuestro nuevo, positivo y respetuoso entendimiento es justamente la decisión estratégica de no permitir que los problemas que pudieran surgir en algún tema determinado de la relación contaminen al resto de los asuntos bilaterales. El trabajo por áreas, sin perder la visión de conjunto que permite estas reuniones binacionales, ha sido un instrumento precioso para mejorar la relación de dos vecinos tan distintos y, por lo mismo, con un potencial tan grande de entendimiento, complementariedad y cooperación.

Esta fórmula, inspirada a la vez en el respeto, el pragmatismo y la inteligencia política, responde a la necesidad de dar a nuestras sociedades la garantía de una vecindad constructiva, capaz de expandir nuevas alternativas de desarrollo y prosperidad.

A medida que nuestras sociedades se conocen mejor, es más evidente el potencial extraordinario de nuestra vecindad. México y Estados Unidos interactúan cada día con mayor dinamismo y en las formas más variadas y nuestras relaciones son hoy más ricas y más complejas que nunca.

Nos une la frontera más activa del mundo, esta línea común registró más de tres cientos millones de cruces el año pasado. En Estados Unidos vive el mayor número de mexicanos fuera de nuestro territorio nacional, pero también el mayor número de estadunidenses residiendo en un país fuera de Estados Unidos vive en México.

Cinco millones de estadunidenses se internan en México como turistas anualmente. Estados Unidos es el primer socio inversionista de México. Mi país es el tercer consumidor mundial de productos de Estados Unidos y ya es el segundo de productos manufacturados. En 1992, adquirimos de Estados Unidos 41 000 000 000 de dólares y nuestro comercio total asciende ya a 76 000 000 000 de dólares.

América del Norte contribuye con un 30 por ciento del total de los bienes y servicios que se producen en el mundo. Los intercambios sumados entre México, Canadá y Estados Unidos, representan el 18 por ciento de todo el comercio mundial. Una América del Norte próspera y en expansión tendría una influencia determinante sobre la salud económica del planeta.

El Tratado, nuevo capítulo

Durante el presente años los congresos de nuestros dos países deberán pronunciarse sobre un tratado de trascendencia regional y mundial. La ratificación del Tratado de Libre Comercio abrirá un nuevo capítulo en la historia de nuestros nexos. El Parlamento de Canadá ha dado ya los primeros pasos y esperamos la confirmación definitiva del tratado en el resto de la región. Evitemos que las presiones de ciertos grupos de interés frenen el impulso que han alcanzado las relaciones entre México, Estados Unidos y Canadá. Cualquier retroceso traería consecuencias económicas, políticas y de seguridad no sólo para nuestras relaciones bilaterales, sino para los vínculos de este gran país con América Latina. América del Norte en su conjunto vería limitada la pro moción de sus intereses frente al resto del mundo.

A más de dos años de iniciadas las negociaciones del TLCAN, los propósitos se mantienen inalterables. Buscamos elevar los niveles de seguridad y bienestar de nuestras sociedades, aprovechar cabalmente las economías de escala y las ventajas comparativas, estimular la creación de empleos mejor remunerados en los tres países, proteger el medioambiente de la región que compartimos, hacer más competitivas a nuestras industrias al estimular producciones compartidas que aumenten nuestra productividad y competitividad respecto al resto del mundo.

Un mercado de cerca de cuatrocientos millones de habitantes hacia el año 2000, con reglas de inversión claras y mecanismos eficaces de solución de controversias, siempre será una mejor propuesta que una relación caracterizada por la incertidumbre, los antagonismos y la cancelación de oportunidades.

El tratado es ilustrativo del rumbo general que siguen nuestras relaciones. En todos los temas de la agenda, buscamos contar con mecanismos para conciliar intereses, resolver diferencias y estimular el beneficio mutuo, con ese ánimo, en la sesión de este día abordaremos los asuntos más diversos: los temas políticos bilaterales, regionales y multilaterales, los problemas migratorios, la violencia en la zona fronteriza, el Tratado de Extradición, la lucha contra el narcotráfico y la farmacodependen cia, la cooperación fiscal y financiera, el comercio, el medio ambiente, y los asuntos laborales, de educación, de comunicaciones, de cultura, de pesca y de turismo, entre otros.

Reconocemos que no todos los intercambios entre nuestros dos países son positivos, ante el tráfico de drogas emprendemos acciones para combatir la producción, el consumo, el lavado de dinero y las secuelas de inseguridad pública que se le asocian; cooperamos en esta lucha con pleno respeto a nuestras respectivas jurisdicciones soberanas.

En un mundo en profunda transformación y lleno de incertidumbres, México y Estados Unidos han sabido adaptarse y sacar ventaja de la nueva realidad. Conocemos en México los esfuerzos que realiza Estados Unidos para sanear sus finanzas, reestructurar sus servicios públicos y reconvertir su industria. En México con el liderazgo de Carlos Salinas de Gortari, hemos vivido también cuatro años de intensa actividad transformadora. Se están produciendo cambios irreversibles en la estructura productiva, en el papel del Estado, en las formas de convivencia social y política, en la protección del medio ambiente y, ante todo, en la mentalidad con que encaramos los retos. Por vías distintas, ambos países buscamos garantizar un mejor futuro a nuestras sociedades, y en un entorno mundial seguro y favorable para el desarrollo.

La reunión que hoy iniciamos reafirma nuestro propósito de preservar un marco de entendimiento político que permita avanzar en cada una de las áreas de interés bilateral. Estoy cierto de que el ánimo de cooperación y la inteligencia de las dos delegaciones, y la prioridad que ambas concedemos a nuestro vecino inmediato, arrojará resultados positivos para beneficio de nuestros dos pueblos.


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Canadá y México sociedad económica de mutuo beneficio6

Es muy grato para mí estar aquí esta tarde. Quisiera compartir con ustedes algunas ideas sobre la relación entre nuestros dos países; comentarles algunos aspectos sobre el desempeño reciente de la economía mexicana; desde luego, abordar el tema que está en la mente de todos nosotros, que es el Tratado de Libre Comercio; y, finalmente, mencionar algunos asuntos de interés común entre nuestras naciones.

La relación bilateral

Los vínculos entre Canadá y México se establecieron formalmente hace casi cincuenta años y la relación bilateral se ha transformado profundamente en los últimos cinco años.

Ayer, al concluir en Ottawa la IX Reunión de la Comisión Ministerial México-Canadá, catorce ministros de ambos países pudimos percatarnos de la riqueza y madurez que han alcanzado nuestros contactos. Sin embargo, es todavía mucho lo que podemos y debemos hacer en beneficio de nuestras sociedades. Buena parte de esa tarea corresponde realizarla a los empresarios, los profesionistas, los científicos, los intelectuales y artistas.

A nivel gubernamental, contamos con mecanismos de entendimiento y negociación privilegiados. En los últimos cuatro años, el presidente Salinas se ha reunido en siete ocasiones con el primer ministro Mulroney. De hecho, es el mandatario extran jero en funciones con el que el presidente de México se ha entrevistado un mayor número de veces. En el plano ministerial, los miembros de ambos gabinetes nos reunimos una vez al año.

Paralelamente a estos dos mecanismos, los parlamentarios de ambos países celebran encuentros periódicos y un creciente número de empresarios organizan seminarios, ferias, misiones y exposiciones comerciales para el año próximo. Destacan las exposiciones "Canadexpo 94", que se realizarán en Monterrey, donde se espera que participen entre trescientos cincuenta y cuatrocientos empresarios; y en la Ciudad de México, con la presencia de quinientos empresarios de equipo y servicios industriales.

México es, hoy en día, el país latinoamericano con el que Canadá mantiene un comercio más activo. Sin embargo, nuestros intercambios aún no reflejan la posición que nuestras economías ocupan a nivel internacional. Canadá es, actualmente, la séptima economía del mundo, mientras que México se ubica en el décimo tercer lugar. Esto permite suponer que nuestro comercio bilateral, ya cercano a 3 000 000 000 de dólares, se multiplicará en el curso de los próximos años.

Este notable incremento se debe, en parte, a las expectativas que ha despertado la suscripción del TLCAN. Pero también al acercamiento y al incremento creciente que se ha dado entre las comunidades empresariales de nuestros respectivos países.

Previamente, la entrada en vigor del tratado fortalecerá estas tendencias a partir del reconocimiento de que nuestras economías son plenamente complementarias.

En lo referente a las inversiones se presenta un fenómeno similar. Hasta mediados del año pasado, la inversión canadiense en México sumaba 514 000 000 de dólares, equivalentes apenas al 1.5 por ciento del total de las inversiones extranjeras en México. Recientemente, el embajador de Canadá en México anunció que, en los próximos meses, Canadá invertirá alrededor de mil millones de dólares en proyectos agroindustriales, telecomunicaciones, manufacturas de autopartes y turismo. Además, está en proyecto la creación de una empresa para la promoción de inversiones en ambos países.

En los últimos cuatro años, México ha absorbido una cifra cercana a los 25 000 000 000 de dólares en inversiones extranjeras. De acuerdo al Banco Mundial, México figura hoy como destino privilegiado para las inversiones a nivel internacional. La expli cación de fondo de este fenómeno no sólo radica en las expectativas creadas por el TLCAN sino, sobre todo, en la profunda reforma económica que hemos impulsado los mexicanos.

Los cambios en la economía mexicana

Después de una década de enormes ajustes, crecimiento negativo y un oneroso servicio de la deuda externa, hemos dado pasos decisivos para abrir la economía a la competencia internacional, privatizar más de las tres cuartas partes de las empresas que estaban en manos del Estado, y revisar a fondo toda aquella legislación que entorpecía la buena marcha de la economía.

A la fecha, no existe prácticamente ningún renglón de la vida económica que no haya sido alcanzado por las reformas en curso: regulación de la competencia y protección del consumidor, propiedad intelectual, modificación al régimen de tenencia de la tierra, desregulación en materia de transporte terrestre, telecomunicaciones, aerolíneas, puertos, construcción de carreteras, servicios financieros y de seguros, entre muchos otros.

En el plano macroeconómico los avances también han sido notables. La inflación se ha reducido de tasas anualizadas cercanas al 160 por ciento en 1987, a una tasa del 11 por ciento en 1992. La perspectiva es favorable para que en el presente año el índice inflacionario sea de un solo dígito.

En materia arancelaria, tres años antes de iniciar las negociaciones del TLCAN, México redujo sus tasas promedio ponderadas del 100 al 10 por ciento. De ahí que se reconozca con frecuencia que hemos pasado de ser una de las economías más cerradas a una de las más abiertas del mundo.

Las finanzas públicas arrojan datos igualmente reveladores. Por primera vez desde el fin de la segunda guerra mundial, México alcanzó un superávit financiero equivalente al 0.4 por ciento del PIB. En 1992, el PIB creció el 2.7 por ciento. Los tres años previos el crecimiento fue superior al 3.3 por ciento. Este dato es especialmente significativo en un marco mundial de recesión y estancamiento. No olvidemos que en 1991 se registró, por primera vez en cincuenta años, un crecimiento negativo de la economía internacional.

Las tendencias alentadoras de la economía mexicana se verán reforzadas con la entrada en vigor del TLCAN. Estamos convencidos de los beneficios de la liberalización comercial. Por ello, hemos negociado un acuerdo con Chile y hemos avanzado significativamente en negociaciones similares con los países centroamericanos, y con Colombia y Venezuela. Tan sólo en el caso de Chile, a un año de haberse concluido la negociación del tratado comercial, los intercambios bilaterales registraron un incremento del 60 por ciento; estos resultados refuerzan la visión de construir un mercado libre a nivel hemisférico, que coadyuve a superar las graves carencias y la marginación en la que viven millones de personas en nuestro continente.

El Tratado de Libre Comercio

Estamos en el umbral de una nueva era; con creatividad, imaginación y mucho esfuerzo, estamos forjando nuevas formas, nuevas reglas, en fin, una nueva manera de hacer las cosas.

Un tratado de libre comercio de América del Norte no sólo significa la creación de una zona de libre comercio. En sí esto es importante, pues facilitará los intercambios comerciales entre nuestros países y resultará en la dinamización de nuestras economías, el aprovechamiento de economías de escala, una mayor competitividad y productividad y, finalmente, un mayor bienestar para nuestros pueblos.

Pero el TLCAN va mucho más allá: incursiona en campos nuevos, no explorados; no se detiene en el comercio de los bienes; abarca temas que en los foros multilaterales se consideran nuevos, como los de comercio de servicios, inversión, propiedad intelectual. El gran avance logrado en el tratamiento de estos y otros aspectos, seguramente hará del tratado un modelo futuro para las negociaciones bilaterales y multinacionales.

Aún más, puede decirse que el TLCAN está revolucionando desde ahora, desde antes de terminar el proceso de ratificación, el marco institucional de la relación bilateral y trilateral entre nuestros países.

Basta mencionar algunos ejemplos. Desde septiembre de 1992, los tres países iniciaron el diálogo para la cooperación trilateral a fin de mejorar el medio ambiente de Norteamérica y del continente, y puede considerarse que el TLCAN fue el detonador de estas conversaciones. Asimismo, Canadá ha comenzado a participar, como observador, en el grupo de trabajo entre México y Estados Unidos en materia de transporte. Y en esta IX Reunión de la Comisión Ministerial estamos creando un nue vo grupo de trabajo entre México y Canadá, destinado a mejorar la cooperación en materia de minería.

Si esto es una muestra de lo que puede suceder una vez que entre en vigor el TLCAN, podemos asegurar una expansión explosiva de los intercambios económicos entre México y Canadá, y podemos creer los resultados del sinnúmero de estudios sobre el impacto que tendrá el tratado. En general, estos estudios -incluido el análisis que recientemente dio a conocer la Comisión Internacional de Comercio de Estados Unidos- indican que se propiciará un desempeño favorable de nuestras economías con elevación de salarios y de empleo en los tres países y con un significativo impulso al crecimiento económico.

En tiempos de recesión mundial, ésta es una perspectiva muy grata; la creación de la zona de libre comercio ayudaría a consolidar la recuperación económica de Estados Unidos y Canadá y, en la medida en que el tratado propicie el crecimiento regional, aumentará también la demanda para los productos de otras partes del mundo. Habrá efectos positivos no sólo sobre el comercio intrarregional, sino también para la economía global.

Algo más: los mecanismos de solución de controversias del TLCAN consolidan, desarrollan y amplían aquellos que quedaron plasmados en el acuerdo entre Estados Unidos y Canadá. En momentos en que arrecian las tendencias proteccionistas, proliferan los conflictos comerciales y nos elude una conclusión exitosa de la Ronda de Uruguay, es alentador el desarrollo de alternativas viables para poder dirimir las diferencias, con justicia y de manera imparcial. No hay mejor garantía para la paz, la convivencia y el entendimiento entre nuestros pueblos.

Los intereses comunes

Desde la perspectiva mexicana, nuestras dos economías poseen estructuras productivas que las hacen complementarias. La competencia leal entre ambas será frente de nuevas oportunidades de comercio, inversión y generación de proyectos conjuntos. La manera en que estructuremos nuestras relaciones económicas a partir de la entrada en vigor del TLCAN permitirá incrementarlas en forma exponencial y ordenarlas.

Sin embargo, debemos deslindar las cuestiones trilaterales de las binacionales, y ambas de aquéllas de estricta competencia interna. Los mexicanos reconocemos y respetamos la identidad propia y el rico mosaico cultural que conforma el Canadá contemporáneo. A medida que conocemos mejor la diversidad canadiense, identificamos con mayor precisión el potencial de cada una de sus regiones.

México está empeñado en profundizar los vínculos con todas las provincias canadienses, con las provincias centrales se han identificado fuentes de intercambio en materia de minería, agricultura, silvicultura y energía.

Ontario es una provincia con importantes avances en materia de tecnología, finanzas y servicios.

Columbia Británica convierte a Canadá en un país del Pacífico. Y compartimos con él un enorme interés por fortalecer y profundizar las funciones y objetivos de los foros multilaterales de la Cuenca del Pacífico. Con el respaldo canadiense se ha facilitado el probable ingreso de México a la APEC, lo cual nos ofrecerá un vínculo adicional para trabajar con Canadá. En el mismo sentido, reco nocemos el apoyo de Canadá en la conformación de una comunidad del Pacífico, que logre superar creativamente las divergencias de intereses, y en nuestro proceso de acercamiento a la OCDE, en donde estamos convencidos que podemos contribuir conjuntamente al análisis de los principales problemas de la economía internacional, con nuestras propias experiencias y perspectivas.

Canadá es para México paradigma del desarrollo con equidad y diversidad cultural. México es un país con valores y tradiciones milenarias, se ha convertido en socio de primera importancia para Canadá. Deseamos que Canadá conozca también la diversidad de México y los cambios que estamos introduciendo, solamente sobre la base de un mejor conocimiento mutuo lograremos que la creación del mercado norteamericano no se limite a su expresión numérica, sino que implique una mejor calidad de vida para nuestros pueblos y se convierta en fuente de oportunidades para el resto del mundo.

La dinámica de la relación entre México y Canadá se ha modificado radicalmente en muy poco tiempo. Hemos creado ya las condiciones para una asociación amplia, profunda y duradera. Para que ésta se convierta en realidad, tenemos que trabajar juntos de una manera imaginativa y creativa, que nos permita afrontar los retos y solucionar los problemas que naturalmente seguirán.

Hoy podemos afirmar que nos une una agenda amplia y diversa enmarcada por un entendimiento político privilegiado, y el deseo compartido de jugar un papel constructivo en el ámbito internacional.

En 1994, con la aprobación parlamentaria del TLCAN y la celebración del cincuentenario de nuestras relaciones bilaterales, los dos países se unirán en una sociedad económica de mutuo beneficio.

México y Canadá estarán preparados para ese reto.

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