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Polis

versión On-line ISSN 2594-0686versión impresa ISSN 1870-2333

Polis vol.13 no.2 México jul./dic. 2017

 

Artículos

Estudios psicosociales: entre el psicoanálisis, la psicología crítica y todo lo demás

Psychosocial studies: between psychoanalysis, critical psychology and everything else

David Pavón-Cuéllar1  *

Mario Orozco Gúzman2  **

1 Profesor en la Universidad Michoacana de San Nicolás de Hidalgo (México). davidpavoncuellar@gmail.com

2 Doctor en Psicología por la Universidad de Valencia (España). Psicoanalista, miembro de Espace Analitique y Profesor en la Universidad Michoacana de San Nicolás de Hidalgo (México).


Resumen:

El presente artículo ofrece una introducción al campo transdisciplinario emergente de los estudios psicosociales. Tras discutirse la denominación del campo y su distinción con respecto a la psicología y otras disciplinas, se sondean sus fundamentos y sus antecedentes, no sólo en la obra de Freud y en la teoría socio-cultural del psicoanálisis, sino también en tradiciones ajenas o adversas a la perspectiva psicoanalítica. Luego, remontándose a los orígenes y contándose la historia de este campo, se empieza por sus primeros pasos entre los cincuenta y los setenta para llegar a su rápida implantación en las universidades británicas a partir de los ochenta. Se revisan posteriormente algunas ideas y contribuciones importantes de los estudios psicosociales, así como las cuestiones centrales de las que se ocupan, entre ellas la compenetración y la unidad entre lo psíquico y lo social. Tras destacarse el distintivo pluralismo teórico y metodológico del campo, se hace un balance de sus principales divergencias y controversias, tanto externas con respecto a la psicología como internas entre las opciones monista psicosocial y dualista psico-social. Finalmente, se reconoce una serie de problemas y deficiencias de los estudios psicosociales, poniéndose el acento sobre su claudicación en el proyecto crítico marxista, para concluir apuntando a las aperturas y oportunidades inéditas que aquí se ofrecen.

Palabras clave: estudios psicosociales; psicoanálisis; psicología; psiquismo; sociedad

Abstract:

This is the first introduction in Spanish to the emerging transdisciplinary field of Psychosocial Studies. After discussing the denomination of the field and its distinction with respect to psychology and other disciplines, its foundations and its antecedents are probed, not only in Freud’s work and in the socio-cultural theory of psychoanalysis, but also in traditions independent from or adverse to the psychoanalytic perspective. This field’s origins and history are then explored, from its first steps in the 50s and 70s to its dissemination in British universities since the eighties. Some particularly important ideas and contributions of Psychosocial Studies are reviewed, as well as its central questions, among them the unity between the psychic and the social. After highlighting the distinctive theoretical and methodological pluralism of the field, a balance is made of its main divergences and controversies, both external, concerning psychology, and internal, between the psychosocial monistic and psycho-social dualistic options. Finally, some problems and deficiencies of the Psychosocial Studies are recognized, emphasizing their claudication in the critical Marxist project. The conclusion points to openings and new opportunities offered by Psychosocial Studies.

Keywords: psychosocial studies; psychoanalysis; psychology; psyche; society

Introducción: denominación y distinción

El término “psicosocial” es frecuentemente utilizado en la psicología para describir la combinación, adición, fusión, relación interna o conexión externa entre lo psíquico y lo social. Además de entenderse así en sentido amplio, el término se emplea desde hace unas tres décadas, especialmente en el ámbito académico angloparlante, para designar de manera precisa el campo de reflexión e investigación de los estudios psicosociales (EP). Este campo emergente, que se ha desarrollado especialmente en el contexto británico, ha ido conformándose y consolidándose como un “dominio distinto de estudio e investigación” (Rustin, 2014: 197). Los EP han dado ya nombre y lugar a encuentros académicos, a numerosos libros y artículos, a tesis y asignaturas universitarias, a grados específicos de posgrado, a una sociedad científica (la Association for Psychosocial Studies) y a una publicación periódica especializada (el Journal of Psycho-Social Studies).

A pesar de su progresiva institucionalización, los EP no se han cerrado y solidificado aún como una estricta especialidad académica disciplinaria, sino que permanecen receptivos a las más diversas teorizaciones y metodologías, mantienen su carácter interdisciplinario y transdisciplinario, se despliegan en un espacio insuficientemente delimitado y aparecen como una inestable constelación de ideas y argumentos que no se han dotado todavía de un cuerpo conceptual bien definido y demarcado. Los EP se nos muestran como un campo constituido por el debate mismo, como algo esencialmente “comunicativo”, como una “serie de actos de habla” (Burman, 2008: 377). Quizás alcance a vislumbrarse aquí un esbozo de “lenguaje compartido”, pero es provisional, tentativo y no definitivo, “ni exhaustivo ni indiscutible” (Redman, 2016: 88-89). Esta indefinición e ilimitación de los EP suele ser valorada positivamente por sus principales exponentes, quienes ven aquí una garantía de apertura para la reflexión y la discusión (Frosh, 2003; Burman, 2008; Stenner, 2014; Rustin, 2014; Redman, 2016).

La apertura de los EP se manifiesta de manera concreta en sus orientaciones interdisciplinaria y en especial transdisciplinaria, las cuales, emancipándolo de las coerciones y restricciones disciplinarias, permiten respectivamente que relacione y que atraviese diversas disciplinas, que circule entre ellas y que incursione en ellas. La transdisciplinariedad ha sido incluso considerada el “rasgo distintivo” por el que los EP se distinguirían de campos disciplinarios “contiguos” como los de la psicología y la sociología (Redman, 2016: 83). En el caso del campo psicológico, el simple hecho de “cruzar fronteras disciplinarias” implica ya un trabajo exterior al “marco” de una “psicología dominante” cuyo dominio se ejerce en el interior de la disciplina y está necesariamente condicionado por su aislamiento y cerrazón (Walkerdine, 2008: 343). Los EP rechazarán esta reclusión, tan común en la psicología, por la manera en que restringe la autonomía académica y favorece el dominio y las opciones dominantes dentro de la disciplina, pero también por sus efectos empobrecedores para el conocimiento y, además, en otro sentido, por el “origen político e ideológico” de las fronteras disciplinarias (Frosh, 2003: 1559-1560). La demarcación de las disciplinas, en efecto, parece explicarse más por factores culturales e históricos, circunstanciales y coyunturales, que por fundamentos objetivos y razones epistemológicas (Redman, 2016). Más que ser un reflejo de la realidad, la disciplina es ella misma un fenómeno psicosocial que puede ser objeto de los EP, como lo ha mostrado Stenner (2015: 311-312) al estudiar la contraposición entre las opciones que asocia con las figuras de Atlas y de Hermes: entre la disciplina y la transdisciplina, entre la territorialidad y el nomadismo, entre la reproducción y la transformación, entre el control y la invención, entre lo “posicional” y lo “transicional”.

La opción transdisciplinaria de quienes cultivan los ep obedece a menudo a su “desilusión” ante los “puntos ciegos” de las disciplinas de las que provienen, entre ellas particularmente la psicología, percibida como irremediablemente “individualista” (Hollway, 2006: 468). En contraste con el psiquismo individual que la disciplina psicológica suele abstraer de la sociedad, el objeto de los EP radica en el vínculo interno fundamental por el que lo psíquico y lo social existen y se constituyen lo uno en relación con lo otro. Este objeto se ha descrito de muy diferentes maneras que han ido concentrándose y polarizándose en dos grandes corrientes que se oponen ahora en los EP y en las que nos detendremos más adelante.

Por un lado, con la noción de lo “psicosocial”, se promueve una “identidad entrelazada”, una “entidad sin costura”, una “conexión íntima” entre lo psíquico y lo social, descartándose tanto la “esencialización” de lo social y de lo individual como la “reducción” de lo individual a lo social o de lo social a lo individual (Frosh, 2003: 1547). Por otro lado, a través del guión de lo “psico-social” que “une y separa”, se insiste en la “distinción”, en la “irreductibilidad” y en la “complementariedad” entre lo psíquico y lo social (Hoggett, 2008: 379-383). Sin embargo, aun entre los partidarios del guión en lo “psico-social”, no deja de buscarse trascender el “dualismo” psicología/sociología (Hollway, 2006: 468), pues el propósito central de los EP sigue siendo el de “conectar el individuo y la sociedad, la biografía y la historia, la persona y la cultura” (Jefferson, 2008: 372).

Según Stephen Frosh (2003: 1549), además de lo psicosocial o psico-social como denominación del vínculo entre lo psíquico y lo social, hay al menos otro “concepto clave” unificador en los EP: el del “sujeto”. Este concepto posee también un valor distintivo para los EP al referirse a una realidad que tiende a ser negada en el objetivismo empirista, positivista y cientificista de las ciencias humanas y sociales, especialmente de la psicología. Los EP se distinguen claramente de las corrientes psicológicas dominantes por tener su objeto en un sujeto, en un no-objeto que resiste a cualquier objetivación y a cualquier análisis objetivo, y por concebirlo psicosocialmente, no sólo psicológicamente, como algo “siempre social y siempre biográfico” (Jefferson, 2008: 370), diferenciándose así del objeto de la psicología entendido como una “esencia individual separada de la sociedad”, el sujeto es descrito en los EP como algo esencialmente “social” que está “imbricado y construido en y a partir de la socialidad” (Frosh, 2003: 1551).

Fundamentos y antecedentes

Hay cierto consenso al poner el acento en la teoría social y cultural del psicoanálisis como el más visible, decisivo e incontestable de los fundamentos y antecedentes de los EP (Walkerdine, 2008; Frosh y Baraitser, 2008; Redman, 2016). El trabajo precursor más remoto de los EP se encontraría, de hecho, según Redman (2016), en las reflexiones del propio Freud sobre cultura, masas y religión. Estas reflexiones se encuentran especialmente, como sabemos, en Totem y tabú (1913), Psicología de las masas y análisis del yo (1921), El porvenir de una ilusión (1927), Malestar en la cultura (1930) y Moisés y la religión monoteísta (1939). Donde Freud reconoce que sólo hay psicología social

Los EP también se han asociado con un amplio abanico de contribuciones inseparables de la herencia freudiana. Estas contribuciones abarcan una gran parte de lo que el psicoanálisis legó a la filosofía y a las ciencias humanas y sociales en el siglo XX, como puede apreciarse cuando reordenamos cronológicamente aquellos enfoques y autores que los actuales exponentes de los EP identifican al referirse a lo que fundamenta y lo que antecede su trabajo: desde los años treinta, la Escuela de Frankfurt (Redman, 2016); a partir de finales de los cuarenta, el trabajo psicoanalítico grupal-institucional del Instituto Tavistock de Investigación Social en el Reino Unido (Walkerdine, 2008; Redman, 2016); en los cincuenta y sesenta, en el mismo contexto británico, Isabel Menzies Lyth y otras(os) cultivadores(as) del paradigma kleiniano de las defensas sociales contra la ansiedad (Walkerdine, 2008; Armstrong y Rustin, 2014; Redman, 2016); desde los cincuenta hasta los setenta, las propuestas estructuralistas de Jacques Lacan y de Louis Althusser en Francia (Walkerdine, 2008; Frosh y Baraiser, 2008); paralelamente, el feminismo francés de Luce Irigaray, Hélène Cixous y Catherine Clément (Walkerdine, 2008); desde hace ya más de medio siglo hasta ahora, perspectivas poscoloniales y decoloniales de autores como Frantz Fanon en el pasado y Homi K. Bhabha en el presente (Hook, 2008); y, ya en las últimas tres décadas, la izquierda lacaniana o autores(as) próximos(as) a ella, entre ellos Slavoj Žižek y Judith Butler (Frosh y Baraitser, 2008).

Hay además otros aportes que son ajenos o relativamente externos, a veces incluso hostiles a la tradición freudiana, y que también han sido señalados por quienes enumeran las fuentes y los precedentes de los ep: la filosofía de Alfred North Whitehead (Stenner, 2008; Frosh y Baraitser, 2008); la Escuela de Cultura y Personalidad, incluyendo las perspectivas pre-freudianas de Margaret Mead y Ruth Benedict (Redman, 2016); el post-estructuralismo francés, en especial Michel Foucault, Gilles Deleuze y Jacques Derrida (Walkerdine, 2008; Frosh y Baraitser, 2008); las teorías y prácticas feministas en general (Burman, 2008); de modo igualmente general, la lingüística, la filosofía de la ciencia, la fenomenología, la teoría social, el trabajo social, los estudios culturales, los estudios de discurso, la teoría de sistemas y la psicología crítica (Frosh, 2003); de modo un poco más específico, la psicología social crítica y el construccionismo social, así como la teoría queer, la perspectiva sociológica de Bruno Latour y contribuciones como las de Stuart Hall a los estudios culturales (Frosh y Baraitser, 2008).

Orígenes e historia

Si nos remontamos hasta los orígenes más remotos de los EP, retrocederíamos casi siete décadas y llegaríamos hasta el texto Culture as a psycho-social process de Eric Trist (1950/1990), uno de los fundadores del Instituto Tavistock. Luego encontraríamos la primera experiencia colectiva institucional con el nombre de EP en 1973, en los Estados Unidos, en el Centro de Estudios Psicosociales de la Penn State University (Redman, 2016: 78). Además de ostentar la expresión explícita de lo “psicosocial”, esta experiencia institucional y el texto de Trist ya dejan ver el interés, característico de los EP, en el vínculo entre lo psíquico y lo social. Casi podríamos considerar que tenemos aquí los primeros ejemplos de EP, de no ser porque se trata de prefiguraciones aisladas que no muestran continuidad ni biográfica ni institucional con el trabajo posterior de los EP en sentido estricto. Hay que buscar esta continuidad en otras clases de experiencias, algunas externas al ámbito académico y universitario, entre ellas, en el Londres de los años setenta, la que parece haber sido la más temprana de todas, la del colectivo Peoples Aid and Action Center (PAAC), el cual, dirigido por el maoísta Sue Hollan y en el que ya se involucra el entonces trotskista Paul Hoggett, aparece como una “tentativa temprana de proyecto psico-social” en el que se ofrece una “consejería” y una “psicoterapia de acción social” basadas en el reconocimiento de la manera en que la clase, la raza y la pobreza contribuyen al “sufrimiento social de la gente” (Hoggett, 2014: 179-180).

Entre finales de los setenta y principios de los ochenta, una vez desaparecido el PAAC, su proyecto psicosocial fue retomado y prolongado por el Grupo de Salud Mental de la Comunidad de Lambeth and Southwark, en el sur de Londres. Entre quienes participaron en este grupo, se encontraban Paul Hoggett y Stephen Frosh, quienes ahora se han convertido, respectivamente, en las figuras más emblemáticas de los dos grupos, psico-social y psicosocial, en los que tienden a escindirse los EP. Entre los ochenta y los noventa, quizás con cierto retraso con respecto a las primeras experiencias de práctica psicosocial de consejería y psicoterapia, empezaron a desarrollarse las grandes líneas de trabajo teórico indiscutiblemente psicosocial de algunos de los principales exponentes actuales de los EP. Tal fue el caso del sociólogo Michael Rustin, basado ya en los ochenta en la Universidad del Este de Londres, y del psicólogo social crítico Paul Stenner, el cual, en los noventa, formó parte de un colectivo que firmó su trabajo colaborativo más importante con el pseudónimo de “Beryl Curt” y que dejó clara su perspectiva psicosocial al agregar el análisis específico de la dimensión de la subjetividad a la consideración unilateral de la discursividad por la que se caracterizaba la psicología discursiva de la época (Curt, 1994; Stenner, 2014: 205-206).

En los años ochenta, en el contexto británico, encontramos el primer desarrollo institucional de los EP como campo académico. En 1983, en Londres, se inauguró el grado universitario pionero de Licenciatura en EP en la Universidad del Este de Londres (UEL). En los años siguientes se abrieron centros y programas en EP en otras instituciones: en 1994, en Bristol, en la Facultad de Salud y Ciencias Aplicadas de la Universidad del Oeste de Inglaterra (UWE); en 1999, en Norwich, en la Escuela de Trabajo Social y Estudios Psicosociales de la Universidad de East Anglia (UEA); y en 2000, en Londres, en la Escuela de Psicología del Birkbeck College en la Universidad de Londres (UL). En 2002, tras esta etapa de rápida expansión institucional, se fundó una revista exclusivamente dedicada a los EP, el Journal of Psycho-Social Studies, que se ha publicado periódicamente desde entonces hasta ahora. El desarrollo institucional de los EP llevó también a la constitución de una Red de Estudios Psicosociales (Psychosocial Studies Network), que organizó varios congresos anuales de EP desde 2008 hasta 2013, cuando se convirtió en la Asociación de Estudios Psicosociales (Association for Psychosocial Studies), integrante de la Academia de Ciencias Sociales del Reino Unido y patrocinada por la London School of Economics, la Open University, la sección de Psicología Social de la Sociedad Psicológica Británica, y las universidades de Londres, del Este de Londres, de Brighton, de Sussex y de Central Lancashire, en las que los EP han conseguido posicionarse en diversos espacios de enseñanza e investigación.

Entre las universidades británicas en las que hay presencia de los EP, varias ofrecen actualmente programas académicos de licenciatura, maestría y doctorado en la materia. Hay licenciaturas (BA) en EP en el Goldsmiths College de la Universidad de Londres y en las universidades de Essex, del Este de Londres, de Bangor en Gales y de Anglia Ruskin en Peterborough. Las maestrías en EP se ofrecen en las universidades del Este de Londres, de Essex y de Glasgow, y en el Birkbeck College de la Universidad de Londres. El mismo Birkbeck College ofrece además un doctorado de estudios psicosociales. Fuera del Reino Unido, hay programas de maestría en EP en dos instituciones estadounidenses: la Universidad Antioch, en California, y la Universidad Seton Hall, en New Jersey. La Universidad de Ambedkar, en la India, ofrece un programa de maestría en Estudios Clínicos Psicosociales en el que se aborda ampliamente el campo de los EP.

Ideas y contribuciones

En los diversos espacios académicos en los que se cultivan, los EP han dado lugar a investigaciones, reflexiones, polémicas y enseñanzas para las que no hay cabida en los campos disciplinarios de las ciencias humanas y sociales tradicionales. Tanto la psicología como la sociología y otras disciplinas, en efecto, han evitado sistemáticamente diversas cuestiones que justifican la crítica de sus condiciones de existencia, que ponen en peligro la legitimidad epistémica de algunos de sus conocimientos más fundamentales y que ahora están en el centro de los EP y de sus principales ideas y contribuciones. Conviene referirse aquí brevemente al menos a cinco de estas cuestiones: la compenetración entre lo psíquico y lo social, la unidad propiamente psicosocial, las deficiencias de las perspectivas psicológicas modernas empíricas-positivistas y posmodernas discursivas-socioconstruccionistas, la represión del sujeto en las ciencias humanas y sociales, y el aporte subversivo del psicoanálisis con su insistencia en la subjetividad.

El análisis de la compenetración entre lo psíquico y lo social es uno de los principales méritos de los EP, los cuales, al redescubrir lo psíquico en lo social y lo social en lo psíquico, superan las ópticas unilaterales de la psicología y la sociología en las que suelen soslayarse respectivamente la presencia interior de la sociedad en el psiquismo y la intervención exterior del psiquismo en la sociedad. Es así como los EP nos hacen ascender, según la descripción de Tony Jefferson (2008: 370), de una “comprensión menor y reductiva, ya sea puramente psicológica o puramente sociológica”, a la “comprensión mayor y más compleja, tan psicológicamente singular como sociológicamente contingente”. Digamos que los EP suman y sintetizan las miradas psicológica y sociológica, interior y exterior, y así remedian la ceguera psicológica de los sociólogos y la ceguera sociológica de los psicólogos.

De modo más preciso, a diferencia de una psicología que se obstina en ignorar el carácter social del psiquismo, los EP reconocen que lo psíquico está “socialmente formado” (Frosh, 2003: 1555), que resulta de la “incorporación de acontecimientos sociales” (Frosh y Baraitser, 2008: 352) y que tales “acontecimientos vitales” son los que “se transforman en realidad interna” cuando el sujeto se los “apropia de manera discursiva, deseante y defensiva” (Hollway, 2006: 468). Al mismo tiempo, en contraste con una sociología que generalmente subestima el aspecto psíquico de la sociedad, los EP estudian lo “social psíquicamente investido” (Frosh, 2003: 1555) o “habitado” por el psiquismo (Frosh y Baraitser, 2008: 352), por mecanismos “defensivos” y otros procesos que operan a través de las condiciones y estructuras “materiales”, no sólo siendo “afectados” y determinados por ellas, sino determinándolas y “afectándolas” (Hollway, 2006: 468).

Al analizar la manera en que lo social y lo psíquico penetran lo uno en lo otro, los EP van abriendo su campo de estudio, el de la unidad propiamente psicosocial, en el que ya no es ni posible ni deseable mantener la separación entre lo psíquico y lo social. Este rechazo de la separación ha sido acentuado por los partidarios de la continuidad psicosocial (Frosh, 2003; Frosh y Baraitser, 2008; Stenner, 2014) y atenuado por los defensores del guión que marca la discontinuidad psico-social (Hollway, 2006; Jefferson, 2008; Hogget, 2008). Sin embargo, incluso entre los segundos, lo psico-social busca “trascender el dualismo individual-social” (Hollway, 2006: 468) y concibe el guión como un “espacio transicional” y como un vínculo que “une” y no sólo “separa” (Hoggett, 2008: 383).

En cuanto a quienes reivindican lo psicosocial desprovisto de guión, descartan la existencia misma de un “afuera diferente del adentro”, insisten en que ni lo social ni lo psicológico tienen “esencias independientes una de la otra” (Frosh, 2003: 1553-1555), centran los EP en la “articulación de un lugar de sutura” entre lo psíquico y lo social, definen lo psicosocial como “ni psico ni social ni ambos” y lo representan como el único lado exterior-interior de una banda de Moebio (Frosh y Baraitser, 2008: 348-350). Lo psíquico y lo social no son aquí, en esta visión radicalmente monista de los EP, más que dos estados o momentos de un mismo fenómeno continuo que a veces aparece en el exterior y a veces en el interior. La dualidad psiquismo/sociedad es tan puramente aparente como el psiquismo, es decir, como el objeto mismo de la psicología, la ciencia dualista por excelencia.

El dualismo psíquico/social, por el que se justifica la existencia de la psicología, se ve irremediablemente negado al afirmarse el monismo psicosocial definitorio de los EP. Tal negación es quizás la razón epistémica más básica tanto de la contradicción entre los EP y la psicología como del parentesco de los EP con las opciones psicológicas críticas, las cuales, después de haber contribuido al surgimiento de este campo emergente, pueden ahora nutrirse de él y enriquecerse con lo que les ofrece. La psicología crítica puede aprender particularmente de la manera en que los EP elucidan importantes deficiencias de las perspectivas psicológicas modernas empíricas-positivistas y posmodernas discursivas-socioconstruccionistas. Por un lado, al presuponer el origen social y discursivo de la realidad supuestamente objetiva y de su percepción misma, los EP coinciden con la psicología crítica existente, nos aproximan a las perspectivas socioconstruccionistas y a las teorías de discurso, y nos ayudan a liberarnos del “positivismo” y del “cientificismo” imperantes en la psicología tradicional (Rustin, 2014: 198). Por otro lado, al reconocer la “densidad y relativa autonomía” tanto del psiquismo subjetivo como de las estructuras objetivas, los ep van más allá del “sujeto sobre-socializado” del socioconstruccionismo, de las teorías de discurso y de algunas versiones de psicología social y crítica, así como también superan las “representaciones sobre-psicologizadas del mundo social” que se encuentran en diversas corrientes psicológicas, entre ellas la psicoanalítica (Redman, 2016: 80-81).

Los EP muestran su necesidad y su actualidad cuando el psicoanálisis, el socioconstruccionismo y la psicología social en general, incluyendo sus versiones críticas, “alcanzan sus límites y necesitan re-visionarse” (Stenner, 2014: 206; Redman, 2016: 82). Esta re-visión hace que los EP trasciendan y no sólo combinen los campos de los que surgen. En efecto, más que una simple combinación del psicoanálisis con la psicología social y crítica, los EP son verdaderamente singulares e innovadores porque realizan una profundización, radicalización y superación de esos campos y de otros más a los que ya nos hemos referido, entre ellos los abiertos por algunas de las perspectivas teóricas más actuales de la psicología, como la discursiva y la socioconstruccionista. Los EP intentan rebasar estas perspectivas, dejarlas atrás y no sólo relacionarlas, de tal modo que se presentan, por así decir, como post-posmodernos, como post-discursivos y post-socioconstruccionistas.

En comparación con el socioconstruccionismo y con las opciones teóricas centradas en el discurso, lo primero que salta a la vista en los EP es la decisión de tomar en serio, no solamente la exterioridad social-relacional y discursivo-conversacional, sino lo “intra-psíquico” y lo exterior específicamente “estructural” (Redman, 2016: 80-81), y, de modo más preciso, el punto de contacto e imbricación entre lo uno y lo otro, entre el psiquismo y las estructuras sociales, culturales, ideológicas, políticas y económicas, esto es, en una palabra, “el sujeto” (Frosh, 2003). El espacio lógico del sujeto corresponde así precisamente al del lugar de lo psicosocial en el que se anudan los ámbitos psíquico y social-estructural que se habían disipado en los discursos y construcciones sociales. En lugar de promover la disipación posmoderna de los objetos modernos de la psicología y de la sociología, los el-EP optan por estudiar su compenetración y su anudamiento, su imbricación y su continuidad, a través de una concepción compleja de la subjetividad en la que no todo es generado por discursos ni construido a través de relaciones sociales.

Los EP se distinguen del socioconstruccionismo y de la psicología discursiva por insistir en que la subjetividad no puede reconducirse totalmente a la construcción social y “no puede reducirse a las prácticas discursivas” (Stenner, 2014: 206). De hecho, además de ser irreductible en particular al discurso y a la sociedad, el sujeto de los EP no es asimilable sin resto, en general, a ningún objeto de estudio, y, por eso mismo, aunque remita de algún modo a la relación entre lo psíquico y lo estructural, consigue resistir a su reducción a objetos de la psicología que usurpan el lugar de la subjetividad, como es el caso de la conciencia, la cognición o la conducta. El sujeto en cuestión, además, aparece como un asunto de poder, ya que resulta indisociable del poder “ejercido sobre, a través y en él, pero también por él” (Frosh, 2003: 1553). Al restituir este sujeto con todo lo que implica en sí mismo, como el poder, las estructuras, el psiquismo y la subjetividad misma, los EP constituyen una suerte de retorno de lo reprimido: un síntoma con el que se denuncia, por demás explícitamente, la represión del sujeto en las ciencias humanas y sociales.

Tanto la perspectiva científica empirista-positivista moderna como la construccionista-discursiva posmoderna se han mostrado renuentes a reconocer al sujeto reivindicado por los EP. Esta reivindicación, entendida como la reivindicación misma de lo psicosocial o de lo psíquico-estructural, ha debido inspirarse y fundamentarse en una tradición freudiana que ha estado siempre centrada en la noción del sujeto, que ha evitado tanto su escisión en los objetos de la psicología y de la sociología como su disolución en los discursos y en las relaciones sociales, y que también por todo esto, ha mantenido una posición igualmente marginal y excluida en la modernidad que en la posmodernidad. La marginación y la exclusión del psicoanálisis, en efecto, pueden explicarse por la represión del sujeto subversivamente acentuado en la tradición freudiana, el mismo sujeto que vuelve a estar ahora en el centro de los EP, los cuales, como nuevo retorno de lo reprimido, plantean una vez más la cuestión del aporte subversivo del psicoanálisis con su insistencia en la subjetividad.

Al reactualizar la compleja noción freudiana del sujeto constituido y desgarrado por el anudamiento entre lo psíquico y lo social, los EP tienen el mérito de reabrir un espacio para la subversión psicoanalítica en el seno de las ciencias humanas y sociales. Este espacio permite retomar los recursos teóricos y críticos del psicoanálisis con al menos tres propósitos: reconsiderar lo psicosocial constitutivo del sujeto, pensar así lo impensable en las perspectivas de las disciplinas contiguas y basarse en lo pensado para debatir con tales disciplinas. En lo que se refiere a la reconsideración de lo psicosocial, el psicoanálisis dispone de varios conceptos que pueden ayudar a superar cualquier dualismo psicológico/sociológico al analizar la relación entre lo psíquico y lo social. Cada uno de estos conceptos ha sido retomado por los EP para examinar algún aspecto de lo psicosocial.

Tal es el caso del “narcisismo” para concebir un “afuera constituido por el adentro”, la “identificación proyectiva” kleiniana para designar los “efectos materiales” de procesos internos (Frosh, 2003: 1553), la “proyección” y la “introyección” para describir el “interjuego” entre lo interno y lo externo (Frosh y Baraitser, 2008: 347) y el “inconsciente transindividual” lacaniano para estudiar la “economía libidinal” del “poder y la ideología en el ámbito público” (Hook, 2008: 402-408). Estos conceptos y otros más del psicoanálisis permiten pensar lo aún impensable con las categorías tradicionales de la psicología y la sociología: “dimensiones” cruciales que siguen “escapando” al conocimiento común y científico, entre ellas lo psicosocial propiamente dicho, pero también “lo afectivo, lo irracional, lo inconsciente” (Redman, 2016: 84). Al pensar así lo impensable para las ciencias humanas y sociales existentes, los EP entran irremediablemente en contradicción con ellas y así estimulan debates, críticas, “antagonismos” y “tensiones” que son, para Erica Burman (2008: 374-376), “lo que hace que el campo de los estudios psicosociales sea tan fructífero”. Teorías y métodos

Además de unificarse en los contenidos al gravitar en torno a las cuestiones recién mencionadas, las diversas ideas y contribuciones de los EP también tienden a coincidir formalmente en cómo plantean esas cuestiones y otras más, en las formas de reflexión y argumentación, en los estilos de teorización y en los métodos con los que se investiga. Es verdad que los EP se distinguen por la falta de lineamientos formales estrictos, definitivos e impositivos, con los que se regulen y evalúen formalmente los aspectos de índole teórica y metodológica. Pero esta misma libertad se traduce en una serie de rasgos característicos de los ep en los planos de la teoría y del método, como son la multiplicidad, la diversidad, la complejidad, la flexibilidad y el respeto y tolerancia ante la diferencia. Todo esto es lo que Frosh (2003) ha resumido con los términos de “pluralismo teórico” y “pluralismo metodológico”, mostrando cómo tales pluralismos han permitido acoger opciones tradicionalmente marginadas por la psicología académica, entre ellas las del psicoanálisis, la teoría de sistemas, la teoría feminista y la fenomenología, así como investigaciones alternativas, teóricas y cualitativas, en las que ni siquiera podemos distinguir fácilmente el método y la teoría (Frosh, 2003: 1556-1559).

El pluralismo hace que resulte difícil identificar otras orientaciones teóricas y metodológicas en las que alcancen a coincidir los diversos trabajos que se realizan en el campo de los EP. En lo que se refiere a la teoría, quizás el único denominador común de los EP es la perspectiva crítica reflexiva por la que se tornan sobre sí mismos y se aplican a lo que hacen, cuestionando teóricamente su propio trabajo teórico y pensando en sus propias dimensiones e implicaciones psicosociales, así como históricas, políticas y culturales. Esta reflexividad, por no decir “hiper-reflexividad” (Roseneil, 2014: 106-115), rompe drásticamente con las tendencias prototípicas de la psicología y de otras disciplinas tradicionales en las que reina el “objetivismo”, la pretensión de “neutralidad” y las tendencias hacia la “apropiación” de un campo y la “familiaridad” con el propio trabajo (Frosh y Baraitser, 2008: 350-358). La reflexividad crítica de los EP se distingue a veces también por la sensibilidad freudiana que la hace desconfiar de sí misma y exigirse una “ruptura mucho más radical” que la simple torsión que encontramos en estrategias reflexivas convencionales que simplemente ponen “mi perspectiva sobre mi perspectiva” o “el input del co-investigador sobre mi input” (Hook, 2008: 401).

En lo relativo al método, el más importante punto de consenso de los ep es la opción decidida por los estudios cualitativos e interpretativos, la cual, aunque no implique la exclusión de otras opciones metodológicas, representa una “revolución paradigmática” en la que se rompe con la hegemonía de lo empírico y lo cuantitativo en las disciplinas contiguas, especialmente en la psicología (Frosh, 2003: 1557). Esta opción cualitativa e interpretativa abre el campo transdisciplinario de los EP a una gran diversidad de métodos quizás desconocidos o poco utilizados en la psicología, pero comunes en otras disciplinas menos atadas a lo cuantitativo-empírico. Mencionemos, por ejemplo, el análisis de discurso, la etnografía, los estudios observacionales y de caso, los métodos “interpretativos” desarrollados en la teoría literaria, la “crítica epistemológica” de la filosofía y el “marco fundamentado” proveniente de la antropología (Frosh, 2003: 1558-1560).

Hay que referirse aquí también a los métodos que provienen del campo clínico y específicamente psicoanalítico, entre ellos ciertas clases de “entrevistas muy abiertas”, de “retroalimentación” e “interpretación”, así como “notas de campo sobre contratransferencia” (Walkerdine, 2008: 344; Hoggett, 2014: 191). Este empleo de “la clínica fuera de la clínica” no será siempre visto con buenos ojos en los EP, prefiriéndose a veces hacer otro uso metodológico del psicoanálisis, como al “analizarse la economía libidinal subyacente a las formaciones discursivas sin intentar penetrar en el inconsciente de ningún sujeto individual” (Hook, 2008: 399). Quizás el mejor ejemplo de esta clase no-clínica y no-individualizable de análisis de inspiración psicoanalítica sea el llamado “Análisis Lacaniano de Discurso”, que ha servido ya para pensar en los EP y no sólo para ponerlos en práctica (Parker, 2010; así como algunos capítulos de Parker y Autor 1 2014).

Divergencias y controversias

La discusión acerca del empleo de la clínica fuera de la clínica forma parte de un debate más amplio y complejo sobre el papel del psicoanálisis en los EP. Este debate, a su vez, no es más que uno entre otros que encontramos en el campo de los EP. Los EP despliegan un espacio atravesado por los debates: un campo de batalla en el que el pluralismo teórico y metodológico se paga con las más diversas “contradicciones” (Frosh, 2003: 1559), “tensiones” y “antagonismos” (Burman, 2008: 376-374). Los EP aparecen como un campo agitado por las mismas divergencias y controversias que lo delimitan externamente y que lo constituyen y desgarran internamente. De estas relaciones divergentes y controversiales entre diferentes posiciones teóricas y metodológicas, hay dos cruciales a las que ya hemos aludido y en las que nos detendremos brevemente: en la frontera externa, entre los EP y la psicología; en el espacio interno, entre las opciones monistas psicosociales y las dualistas psico-sociales, unas y otras caracterizadas, además, por sus diferentes vínculos con el psicoanálisis. Veremos cómo tales vínculos con la doctrina psicoanalítica escinden internamente el mismo campo de los EP que se ve externamente unificado por sus conflictos con la disciplina psicológica.

La diferencia y contradicción con respecto a la psicología es constitutiva del campo de los EP. Este campo se distingue a sí mismo al distinguirse de la disciplina psicológica entendida como especialidad profesional y académica. Podemos decir, pues, que se trata de un campo anti-psicológico por definición. Quien más ha profundizado en la cuestión, Stephen Frosh, ha dejado claro cómo los EP “se definen oposicionalmente con respecto a la psicología”, emergen “como algo separado de la psicología” y provienen de saberes que se “relacionan críticamente” con la psicología (Frosh, 2003: 1549-1562). El mismo Frosh ha mostrado cómo los EP, al deslindarse y distanciarse de la psicología, consiguen relativizarla, contextualizarla y reconducirla a la sociedad y a la historia, y es así como pueden estar en condiciones de representársela externamente, no sólo como una “ciencia social” y no “natural”, sino como algo “socio-históricamente construido”, como “política” e “ideología”, como un “aparato de Estado para la selección, la categorización y el gobierno” (Frosh, 2003: 1546-1555). Esta representación de la psicología es correlativa de una representación igualmente crítica de la psicoterapia como técnica “adaptativa, elitista, ideológica, controladora, patriarcal, burguesa” (Frosh, 2003: 1560).

La psicología y la psicoterapia están profundamente desacreditadas para los EP, los cuales, ante el simplismo de las “respuestas y soluciones” proporcionadas por la empresa disciplinaria psicológico-psicoterapéutica, pueden fácilmente objetar y seguir insistiendo con más “preguntas y problemas” (Frosh, 2003: 1564). Tenemos aquí una reveladora contradicción entre los reconfortantes remedios psicológicos, tan cándidos como precipitados, y el inquietante cuestionamiento psicosocial, tan insistente como desconfiado. Este cuestionamiento, emparentado con la escuela freudiana de la sospecha, será característico de todo el campo de los EP. Sin embargo, se particularizará de manera diferente en cada una de las dos grandes orientaciones contrapuestas de los EP.

La contraposición entre lo psicosocial y lo psico-social implica una clara diferenciación entre dos tipos de cuestionamiento: uno monista predominantemente discursivo e ideológico-sociocultural, en el que se cuestiona cualquier interioridad en función de estructuras externas en las que se disuelve todo lo interno, y otro dualista más bien afectivo y subjetivo-biográfico, en el que tiende a cuestionarse lo externo a partir de su determinación por un mundo interno que resiste a cualquier asimilación a la exterioridad. Estos dos cuestionamientos remiten, al menos desde el punto de vista del segundo, a dos nociones distintas de crítica: una psicosocial “para borrar fronteras”, y otra psico-social, en sentido etimológico, “para hacer distinciones, para diferenciar lo psíquico de lo social, lo privado de lo público, lo interno de lo externo” (Hoggett, 2008: 382). Vemos aquí algunos aspectos de todo lo que está en juego en la contraposición entre la continuidad psicosocial y la discontinuidad psico-social. Esta contraposición entre el monismo y el dualismo involucra múltiples contradicciones: entre la unidad interior-exterior y la distinción interior/exterior, entre la disolución y la preservación del mundo interno, entre los discursos y los afectos, pero también entre lo impersonal y lo personal, entre lo transindividual y lo individual, entre el énfasis en la exterioridad y la enfatización de la interioridad, entre el poder objetivo de las estructuras y las defensas del sujeto contra la ansiedad, entre la distancia y la proximidad con respecto a la clínica, entre la perspectiva psicoanalítica lacaniana y la kleiniana, entre la escuela británica de las relaciones objetales y la tradición francesa estructuralista y post-estructuralista.

La trinchera dualista psico-social de Wendy Hollway, Tony Jefferson y Paul Hoggett, entre otros, presenta su contraposición a la trinchera monista psicosocial bajo la doble forma de posicionamientos polémicos (por esto y contra aquello) y ventajas que superan deficiencias (también esto y no sólo aquello): por la afirmación y contra la negación de los “procesos psicológicos” en la “producción de la subjetividad”; por la concepción de procesos “dinámicos, intersubjetivos e inconscientes”, y no sólo “materiales, discursivos y relacionales”; por la adopción y contra el rechazo de una “explicación evolutiva” (Hollway, 2006: 465-467); por el análisis de lo psíquico “imaginario” y no sólo de lo social “simbólico” (Jefferson, 2008: 368); por la consideración de la “comunicación afectiva” y no sólo “discursiva” (Hoggett, 2008: 381). Desde este punto de vista, la corriente monista psicosocial aparece como deficiente y empobrecedora porque únicamente deja ver lo discursivo, lo simbólico, lo relacional y lo material, mientras que la perspectiva dualista psico-social se muestra más abarcadora y enriquecedora porque también permite estudiar lo afectivo, lo imaginario, lo evolutivo, lo intersubjetivo, lo inconsciente y lo dinámico. La opción por lo psico-social sería entonces la mejor porque nos haría conocer todo lo desconocido por quienes optan por lo psicosocial.

Cuando nos desplazamos a la trinchera opuesta, la del monismo psicosocial de Stephen Frosh, Lisa Baraitser, Paul Stenner y otros, nos percatamos de que hay muy buenas razones para desconocer todo lo conocido en la trinchera dualista. El dualismo psico-social conoce demasiado, tiene un exceso de positividad, comprende lo incomprensible, da sentido ahí en donde falta sentido, ordena el desorden, integra lo desintegrado, se deja llevar por sus arrebatos constructivos e interpretativos, tiene muchas certezas y muy pocas dudas, parte siempre de un conocimiento a priori bien establecido, obedece a categorías axiomáticas preformadas, presupone lo que debería explicar y asevera lo que debería conjeturar. De modo más preciso, el conocimiento psico-social, como lo sugieren Frosh y Baraitser (2008: 349-363), comporta un aspecto “normativo”, implica la “reificación” de lo interno y lo externo, y adopta una representación clara de la subjetividad, en términos de ansiedades, pulsiones, defensas, etc., en lugar de realizar un acercamiento al proceso de “subjetivación”.

En lugar de remontarse a los orígenes de las categorías que se emplean en el psicoanálisis y en otras disciplinas, se promueve un supuesto saber sobre estas categorías en las que la existencia de los objetos que denotan vuelve a ser postulada como algo incontrovertible. Evidentemente no puede ponerse en duda lo que da sentido y razón de ser a todo el supuesto saber psicológico o psicoanalítico acumulado. Como bien lo ha señalado Stenner (2014: 205), hay aquí un “falso sentido de experticia disciplinaria” que es el que sostiene y refuerza categorías dualistas como las de “lo interior” y “lo exterior”.

Frosh y Baraitser (2008: 353-363), quienes optan decididamente por el monismo psicosocial, describen su oposición al dualismo psico-social como una oposición del empleo de “recursos culturales” a la exhumación de “estructuras psíquicas subyacentes”, del reconocimiento de una “realidad psíquica” exterior en la que se vive a “la priorización del interior sobre el exterior”, del análisis lacaniano “deconstructivo” al análisis kleiniano “constructivo e integrativo”, de la “perturbación del sentido” a la “donación de sentido” y del “psicoanálisis reflexivo” al “normativo”. Comulgando con el planteamiento de tal oposición, Erica Burman (2008: 375) critica el trabajo psico-social por su aspecto “recuperativo” que lo hace recaer en “reduccionismos psicológicos” e incurrir en “cuasi-diagnosis” de lo social a través de “modelos normativos” y de la “reificación de los dispositivos técnicos y metodológicos del psicoanálisis”. Paul Stenner (2014: 206-211) también cuestiona la utilización del psicoanálisis en el trabajo dualista psico-social, responsabilizándola del dualismo interior/ exterior, el cual, descrito como un “aspecto distintivo de la modernidad” en el que el psiquismo interior funciona como “principio legitimador del orden social” exterior, habría llegado a los EP a través de la definición freudiana del mundo interno como “ilusión”. Contra esta definición freudiana ilusoria de los contenidos del psiquismo, Stenner (2014: 211) propone una concepción realista de la interioridad como un simple “encuentro con la exterioridad”.

La utilización dualista psico-social de la doctrina psicoanalítica será criticada por sus “tendencias individualizadoras”, por sus “certidumbres” y “saberes-expertos”, por su pretensión de ofrecer “verdades profundas del ser humano” (Frosh y Baraitser, 2008: 347-348), por su “estiramiento excesivo” [overstretching] de la “clínica” (Hook, 2008: 398-399) y por su conversión de la palabra freudiana o kleiniana en un “discurso del amo” de los EP (Redman, 2016: 79). Como alternativa, se propondrá que el psicoanálisis intervenga como un “interlocutor generativo e inquietante” de los EP (Redman, 2016: 79-80), que no pretenda “fundamentarlos” (Stenner, 2014: 205) y que se libere del confinamiento en la clínica y en la subjetividad individual, abriéndose a fenómenos tales como el de la “economía libidinal subyacente a las formaciones discursivas”, mostrada por Frantz Fanon con su revelación de la fobia en el racismo, John Maxwell Coetzee con su desentrañamiento de la obsesión en el apartheid y Homi Bhabha con su análisis del fetichismo en el estereotipo colonial (Hook, 2008: 400). Estos empleos del psicoanálisis, al igual que el del Análisis Lacaniano de Discurso mencionado anteriormente, permiten hacer uso del método psicoanalítico sin caer en abusivas expansiones o extrapolaciones o aplicaciones de lo que sólo tiene cabida en el consultorio y en el diván. En lugar de la proyección de la interioridad psíquica en la exterioridad social, tenemos aquí un reconocimiento de la exterioridad del psiquismo. Se desplaza uno de manera monista en la Banda de Moebio, en la continuidad psicosocial, en lugar de aventurarse en un salto acrobático de lo psíquico a lo social, del reverso al anverso, como suele hacerse en las interpretaciones dualistas psico-sociales.

El cuestionamiento de la opción dualista psico-social no se hará tan sólo en el nivel metodológico, teórico o epistemológico, sino también en el escenario concreto de la política y de la historia. Stenner (2014: 206) denuncia el fundamento histórico del dualismo en la “modernidad”, mientras que Frosh y Baraitser (2008) desconfían del posicionamiento político de la opción dualista psico-social, imputándole una “estrategia reaccionaria o liberal para disimular u oscurecer el proceso de subjetivación” (Frosh y Baraitser, 2008: 349). En ambos casos, lo incriminado se vincula con un proyecto de sociedad y con una posición ante el poder y ante el orden establecido. Hay que decir que la trinchera opuesta recurre también a un arsenal argumentativo histórico-político. Paul Hogget, por ejemplo, rechaza repetidamente la perspectiva discursiva y post-estructuralista de la opción monista psicosocial por limitarse a “cambiar la palabra” [change the word] en lugar de aspirar a “cambiar el mundo” [change the world] (Hogget, 2008: 380; 2014: 183). Aquí el detalle es que la separación tajante mundo/palabra [world/word] es ella misma dualista y resulta inaceptable desde una concepción monista en la que hay tanta continuidad y unidad entre el mundo y la palabra como entre la sociedad y el psiquismo.

Problemas y deficiencias

Además de los aspectos criticables en cada una de las dos grandes corrientes: monista psicosocial y dualista psico-social, hay aspectos deficientes y problemáticos imputables a todo el campo de los EP. Algunos de estos aspectos ya han sido señalados por los exponentes del campo. Es el caso de insuficiencias concretas en el desarrollo e implantación institucional de los EP, entre ellas su “marginalidad”, su falta de apoyos en instituciones académicas, su incapacidad para expandirse y desarrollarse (Frosh, 2003: 1561), su aislamiento en el ámbito británico (Walkerdine, 2008: 341). Los EP tienen también problemas internos, entre ellos algunos que derivan de sus mismas virtudes y potencialidades. Por ejemplo, existe el riesgo de que la pluralidad teórica y metodológica se pague con “incoherencia” (Frosh, 2003: 1562) o con una “desradicalización” y erosión del potencial crítico (Burman, 2008: 375-376). De igual modo, la reflexividad puede llegar a saldarse con una “implicación personal” que se traduce a veces en conflictos interpersonales (Frosh, 2003: 1563).

Además de los aspectos problemáticos o deficientes de los EP que ya fueron señalados por algunos exponentes del campo, hay otros aspectos que no suelen percibirse como problemas o deficiencias, aun cuando lo sean desde un punto de vista como el de los autores del presente artículo. Tal es el caso del eurocentrismo del campo, su falta de problematización y relativización en diversos entornos regionales y culturales del mundo, su expresión y comunicación exclusivamente en inglés y no en otros idiomas, su funcionamiento según esquemas hegemónicos británico-estadounidenses de trabajo académico, su aún insuficiente fundamentación filosófica y epistemológica, y el carácter exclusivamente interno y autorreferencial de sus controversias.

Un problema crucial de los EP en el que nos gustaría detenernos es la evitación casi obsesiva del marxismo, así como el “eclipse” del freudomarxismo, de otras formas de articulación Marx-Freud y de ideas como las de la Escuela de Frankfurt en los orígenes de los EP (Walkerdine, 2008: 342). Este eclipse resulta sospechoso, porque lo eclipsado comprende algunas de las más profundas y elaboradas reflexiones e investigaciones acerca de la relación entre lo psíquico y lo social en el último siglo. Sospechamos aún más del mismo eclipse cuando consideramos que los principales exponentes de los EP conocían muy bien lo eclipsado, que muchos de ellos eran marxistas freudianos en el pasado y que la inauguración de los EP coincidió precisamente con el abandono de la doble referencia al marxismo y al psicoanálisis. Pensamos, quizás injustamente, que este punto de partida fue una suerte de claudicación o autocensura que ha comprometido todo el trabajo posterior de los EP, retrotrayéndolos a un momento pre-marxista y pre-freudomarxista de reflexión, haciéndolos volver al principio de lo que ya estaba muy avanzado, privándolos de un instrumental crítico progresivamente acumulado y perfeccionado en el último siglo, desanclándolos y abandonándolos a los caprichosos vientos de las modas intelectuales, condenándolos a estilos irremediablemente posmodernos y haciendo caer sus debates internos en una monótona oscilación entre orientaciones tan acríticas y tan inofensivas como la psicologización dualista, la abstracción discursiva, la relativización socioconstruccionista y la alambicada especulación post-estructural en su inocua versión angloparlante sincrética y simplificada.

Cuando uno revisa las trayectorias biográficas de algunos de los principales exponentes de los EP, se queda con la impresión de que se alejaron del marxismo al ser arrastrados abiertamente por el posmodernismo y por el post-estructuralismo edulcorado y domesticado en el ámbito anglosajón, pero quizás también subrepticiamente por sus correlatos económico-políticos, por el pensamiento único individualista democrático liberal, por el capitalismo sin alternativas, por el neoliberalismo global y por el thatcherismo británico. Lo seguro es que el aire del tiempo hacía renegar del marxismo, y seguir la moda ochentera y noventera de superarlo. Sin embargo, desde un punto de vista como el nuestro, no se puede pretender ser postmarxista sin condenarse a ser, en realidad, pre-marxista. Lo mismo que Lacan (1946/1999: 192), tenemos la convicción de que Marx, al igual que Freud, sencillamente no puede “superarse”. Cuando creemos haberlo superado, es porque lo hemos olvidado. Tal olvido es el que hace, por ejemplo, que haya argumentaciones tan primitivas y tan poco dialécticas en el debate que se ha entablado entre el monismo psicosocial y el dualismo psico-social de los EP. Quienes participan en este debate ni siquiera parecen haber tomado conciencia de que su debate atraviesa toda la historia del marxismo y de sus encuentros y desencuentros con el psicoanálisis. Tampoco parecen estar al tanto de que muchas de sus razones ya fueron argüidas, refinadas, profundizadas, trascendidas o refutadas por viejos marxistas o freudianos marxistas como Plejánov, Lenin, Lukács, Korsch, Pannekoek, Luria, Bernfeld, Reich, Fenichel, Breton, Crevel, Tzara, Andrade y muchos otros (Autor 1, 2017).

La amnesia de los EP y su regresión a la ingenuidad pre-marxista fueron tendencias comunes de la vida intelectual de finales del siglo veinte en los centros europeos y estadounidenses. Ahora caemos en la cuenta del error y los EP nos parecen a veces demasiado acríticos y convencionales, demasiado próximos al sentido común, demasiado viejos en su actualidad, especialmente cuando los juzgamos desde las periferias y con una sensibilidad periférica. Desde el punto de vista de los márgenes, los EP no son tan marginales como quisieran. Su pensamiento delata la ceguera del centro. ¿Acaso no hay que estar ciegos para no ver constantemente aquello que no podemos dejar de ver en la periferia, todo aquello que nos parece decisivo para dar cuenta de lo psicosocial, como el fundamento clasista de cualquier dualismo psico-social, el privilegio económico del psiquismo individual, el abismo entre lo social y lo comunitario, el carácter individualista de cualquier noción de lo social, la promoción ideológica de lo individual-social en el capitalismo avanzado, la dependencia de la sociedad y la individualidad con respecto a la explotación a escala planetaria y a las relaciones desiguales entre el norte y el sur, y tantos otros fenómenos sistemáticamente invisibilizados en los EP?

Conclusión: aperturas y oportunidades

A pesar de los problemas y deficiencias que se han mencionado, los EP ofrecen aperturas y oportunidades inéditas en las ciencias humanas y sociales. No sólo permiten salir de la reclusión disciplinaria y así desafiar la arbitraria división del saber académico, sino que abren un espacio para criticar de modo teórico-reflexivo las disciplinas existentes y para cultivar libremente el psicoanálisis y otras perspectivas perseguidas y segregadas. Los EP aparecen como un espacio de teoría, de crítica, de reflexividad y de libertad en el centro de unas ciencias humanas y sociales en las que reinan la convención arbitraria y la técnica ciega, irreflexiva y acrítica.

El espacio abierto por los EP también podría servir para escapar de muchos de los vicios que provocan la actual corrupción y descomposición del mundo académico, entre ellos el mercantilismo y el individualismo. Por un lado, el criterio mercantilista que hace valorar los productos académicos exclusivamente por su valor de cambio extrínseco y cuantificable, por el número de citas o por el índice de impacto de las revistas en las que se publican, puede llegar a desaparecer o al menos perder importancia en los EP, en los cuales, de hecho, se incurre en “prácticas anómalas” como preferir “los capítulos de libros” que “los artículos en revistas de alto impacto” (Frosh, 2003: 1561). Por otro lado, una vez que el mercantilismo pierde terreno, puede ocurrir también que haya “situaciones de solidaridad” en las que veamos retroceder el “individualismo académico” por el que se rivaliza y se compite por niveles, posiciones, puntos o recursos (Frosh, 2003: 1563).

El retroceso de la competencia individualista y de la mezquindad mercantilista podría no ser más que la consecuencia de la preservación de la crítica, la reflexividad y la libertad en los EP. ¿Cómo criticar y reflexionar libremente sin liberarse del espíritu mezquino y competitivo que domina y sofoca todo lo que se hace bajo el imperio del actual capitalismo académico (Slaughter y Leslie, 1997)? Tal vez podamos prever que este capitalismo, tan expansionista y globalizador como el sistema económico-político del que forma parte, acabará tarde o temprano reabsorbiendo y recuperando todo lo que se hace en los EP. Quizás la única manera de impedir que esto sea la evitación de la reclusión académica y no sólo de la reclusión disciplinaria, lo que podría conseguirse, por ejemplo, a través de la vinculación de los EP con prácticas de resistencia exteriores a la academia. Como bien lo ha señalado Hogget (2014: 194), el “futuro” de los EP parece depender precisamente de sus “conexiones” con otras “prácticas terapéuticas y políticas, artísticas y espirituales”. Tan sólo habría que agregar que estas prácticas deben ser tales que existan porque resisten a lo que también pone en peligro a los EP.

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Recibido: 27 de Junio de 2017; Aprobado: 17 de Noviembre de 2017

* Profesor en la Universidad Michoacana de San Nicolás de Hidalgo (México). Ha publicado siete libros y más de 70 textos cortos, entre capítulos y artículos en revistas científicas, davidpavoncuellar@gmail.com

** Doctor en Psicología por la Universidad de Valencia (España). Psicoanalista, miembro de Espace Analitique y Profesor en la Universidad Michoacana de San Nicolás de Hidalgo (México). Ha escrito y coordinado varios libros, entre ellos Psicología de la Violencia (México, Manual Moderno, 2014) y Narcisismo infame (México, Porrúa y UMSNH, 2016).

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