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Polis

versión On-line ISSN 2594-0686versión impresa ISSN 1870-2333

Polis vol.10 no.2 México jul./dic. 2014

 

Reseña

 

Contienda electoral y rendimiento democrático en México 2012

 

Miguel Armando López Leyva*

 

Héctor Zamitiz Gamboa (coord.), México, FCPyS-UNAM, 2013, 370 PP.

 

* Investigador del Instituto de Investigaciones Sociales, UNAM. Correo electrónico: leyvapato@hotmail.com

 

El interés que suscita el proceso electoral de 2012 estriba en dos aspectos relevantes: primero, por tratarse de los comicios presidenciales posteriores a los conflictivos ocurridos en 2006, en los que se pusieron "en jaque" a las instituciones electorales y la izquierda partidista estuvo muy cerca del triunfo; y porque dio como resultado la "segunda alternancia", con el retorno al Poder Ejecutivo del otrora partido hegemónico, el Revolucionario Institucional (PRI), luego de 12 años de presidentes provenientes del Partido Acción Nacional (PAN).

De forma hasta cierto punto paradójica, el retorno del PRI a la Presidencia podría ser visto como una prueba superada para el régimen democrático, pues uno de los rasgos contundentes para definirlo es que existan las condiciones de la alternancia, en primer término, pero también que ésta se produzca, como ha sido el caso (por segunda vez). Digo que el retorno del PRI es "paradójico" porque ha sido el triunfo del anteriormente "partido del gobierno" (71 años en el poder atestiguaron tanto su esplendor autoritario como su declive durante la transición democrática) el que permite evaluar optimistamente la consolidación de la democracia mexicana en términos de persistencia institucional. Dicho de otro modo: el partido que resistió el cambio político desde el poder es hoy muestra de que el país cambió, ya que compitiendo en elecciones se hizo nuevamente del poder 12 años después de haberlo perdido.

El libro que reseño, Contienda electoral y rendimiento democrático en México 2012, ofrece un panorama amplio y variado de este proceso electoral al que me he referido. Destaco que no abundan los libros sobre éste a diferencia de otros referentes fundamentales de los años reciente: 2000, cuando se produjo la "primera alternancia"; y 2006 cuando el líder de la izquierda partidista, Andrés Manuel López Obrador, supo remontar adversidades propias y obstáculos ajenos para quedar cerca de la victoria y perder por un margen de votos muy estrecho (con la consecuente denuncia de fraude para así no aceptar el resultado adverso). Tampoco abundan los estudios académicos sobre las elecciones intermedias (2003, 2009) lo que se comprende dado que despiertan una menor atención entre el electorado y el público en general, a pesar de que en ellas se anuncian tendencias sobresalientes y, en ocasiones, se (re) configuran los panoramas electorales de las entidades federativas.

La obra se compone de una Introducción y nueve capítulos. No tiene subdivisiones por sección pero pueden identificarse tres bloques de capítulos: el primero, compuesto por los textos del coordinador de la obra, Héctor Zamitiz Gamboa, Marcela Bravo Ahuja, Rosendo Bolívar Meza y Francisco Reveles Vázquez, tiene por objetivo describir y analizar los procesos de selección de candidatos de los tres principales partidos políticos; el segundo bloque se refiere al análisis de la acción de dos actores ligados al proceso electoral pero "externos" a él, los cuales, no obstante, han sido importantes en los últimos años durante las campañas presidenciales: los empresarios (el capítulo de Guadalupe Georgina Sosa Hernández y el que esto escribe) y la Iglesia católica (el de Vicente Godínez Valencia); el último bloque, más heterogéneo, se compone de los textos de Carlos Hernández Alcántara, Francisco Javier Jiménez Ruiz y Jorge Federico Márquez Muñoz, y los temas tratados son diferentes a los demás aunque de relevancia para el tema general: coaliciones electorales entre 2010 y 2012, estrategias de "racionalidad instrumental" de las dirigencias de los principales partidos, y la mirada exterior hacia los comicios presidenciales de 2012.

En la Introducción se establece la orientación general del libro. Como ejes conceptuales, se decidió trabajar con dos enfoques teóricos para el análisis de dicho proceso: el de las divisiones internas (clivajes) y el de realineamiento electoral. La hipótesis que se plantea es la siguiente:

[...] el modo en que decidirá un partido o una coalición quién será su candidato a la Presidencia de la República, tendrá consecuencias importantes sobre el funcionamiento de su organización, sobre la estrategia a seguir durante el proceso electoral, así como su relación sus electores y con otras instituciones del sistema político (10).

Comprobar esta hipótesis requería, siguiendo con la versión del coordinador de la obra, articular tres etapas mediante tales enfoques, con esta secuencia: 1) selección de candidatos y sus repercusiones, 2) identificación de los clivajes en los sistemas de partidos y electoral, y 3) analizar la influencia de estos cambios desde la perspectiva del realineamiento electoral.

Como puede inferirse por la descripción del contenido, no todos los capítulos tienen vinculación con esta hipótesis y estos enfoques. Valdría decir que quizás el del propio Zamitiz ("Selección de candidatos presidenciales en el PAN, PRI y PRD...") sea el único que se inscribe en esa línea general, y el de Bravo Ahuja ("Contienda electoral 2012, el Partido Revolucionario Institucional") el que recupera como centro de su análisis la teoría del realineamiento electoral para explicar el triunfo del PRI. Los textos de Bolívar Meza ("La candidatura de Andrés Manuel López Obrador en el proceso electoral de 2012...") y de Reveles Vázquez ("El PAN en el 2012...") no se atienen a este lineamiento general del libro, aunque sí trabajan con la primer paso de la secuencia aludida (la selección de candidatos). Con mayor claridad, el resto de los capítulos están en esta misma situación de desvinculación.

Esta es la más fuerte debilidad de Contienda electoral y rendimiento democrático en México 2012: la falta de concatenación entre sus partes. Pudo subsanarse medianamente el problema con unas conclusiones que dieran pistas de cómo se anudaban los capítulos con la perspectiva general explicada en la Introducción. Relacionado con esto, una segunda debilidad identificable es el peso dado al término "rendimiento", ya que se le vincula -desde el título mismo- con la contienda electoral de 2012 como proceso en su conjunto en las etapas preelectoral, de campañas y poselectoral.

Pero, salvo referencias secundarias en los capítulos del propio coordinador de la obra y el escrito por Bravo Ahuja, no hay una mención explícita sobre su significado o utilidad para el libro, ni de cómo se vincula con los enfoques e hipótesis antes mencionados. Lo esperable era dilucidar el alcance del término: si se trataba de cómo rindieron los partidos en estos comicios presidenciales o de cómo rindió nuestra democracia en 2012. En cualquiera de los dos casos, se echan de menos indicadores de comparación entre 2012 y las experiencias anteriores (las elecciones de 2000 y 2006).

Debo decir, en descargo de lo anterior, que el coordinador del libro introduce un concepto clave en los últimos tiempos que resulta de utilidad para evaluar el avance de nuestro régimen: la calidad del "proceso democrático". Es decir, no sólo importa quienes ganan y por qué, en el corto plazo, también importa el modo en que lo consiguen y cómo esto revela solidez institucional, en el mediano plazo. Ésta no es una distinción menor, porque implica la existencia de ciertas condiciones equitativas del juego y su concomitante aceptación de parte de todos los jugadores (así como el resultado que deriva de su aplicación). Y esto es clave en la disputa electoral, aunque lamentablemente no ha tenido la atención debida en nuestro mundo académico.

Ahora bien, me detengo en lo que considero el mérito principal de la obra: de su lectura se desprenden las múltiples razones de la derrota del PAN y las del triunfo del PRI. Las razones de lo uno no lo son necesariamente de lo otro, pero se entrecruzan para entender el resultado final (singularmente poco se dice de porqué la izquierda partidista salió derrotada en esta contienda, justo cuando seis años antes estuvo tan cerca del triunfo). Para fines ilustrativos, las resumiré del siguiente modo:

1. En el caso del PRI, son razones de su triunfo: su fuerte arraigo regional, en particular el poder mantenido por los gobernadores durante los años en que fue oposición a nivel federal; su experiencia de gobierno y la calificación de sus cuadros, muchos de ellos hoy nuevamente en el poder; y el desenlace parsimonioso y calculado de su contienda interna, que contrasta con lo ocurrido en 2006. Sobre este punto último, vale recordar que el conflicto entre Roberto Madrazo y Elba Esther Gordillo, y la disputa por la candidatura presidencial entre el primero y un grupo de gobernadores, debilitó al partido en aquella ocasión; en 2012, nadie dudó que Enrique Peña Nieto sería el candidato y, de hecho, nadie se le opuso seriamente. Habría que agregar a estas razones que el PRI es una institución muy pragmática, se adaptó bien al entorno de competencia electoral y pluralidad política del país y, en esa dirección, supo negociar con los presidentes provenientes del PAN y, en particular, con Felipe Calderón Hinojosa supo obtener ventaja de su apoyo condicionado ante la impugnación sostenida por el Partido de la Revolución Democrática (PRD) y sus aliados electorales (lo que se tradujo en su negativa a tratar y negociar con el gobierno entrante).

2. En el caso del PAN, explica su derrota: el desgaste de 12 años de dos gobiernos seguidos; el perfil indefinido y poco atractivo de la candidata que postuló, Josefina Vázquez Mota; la anulación del peso del Presidente de la República en la selección de candidatos, a pesar de su declarado intervencionismo; el centralismo practicado por la dirigencia nacional para postular candidatos, tanto federales como locales, lo que generó disgusto entre la militancia; y la falta de una oferta electoral alternativa. Habría que agregar a estas razones que el desgaste observable de los gobiernos de Vicente Fox y Calderón tiene fundamentos distintos: el del primero, se puede juzgar su incompetencia y carencia de talento político para negociar, junto con el desencanto por las altas expectativas que generó su llegada al poder; el del segundo, la agenda centrada casi en exclusiva en la seguridad pública con la aplicación de una estrategia fundamentalmente policiaca y militar, de resultados poco visibles o apreciables y con elevados costos. Ante ello cobra sentido la carencia de una oferta atractiva para un electorado desilusionado con los gobiernos del PAN (a cualquier partido gobernante le representa un reto distinguirse y/o distanciarse del Presidente emanado de sus filas con el objetivo de ampliar el espectro de sus posibles apoyos; en este caso, Vázquez Mota no hizo esfuerzos para superar ese reto, más bien parecía sentirse cómoda con la identificación con el presidente Calderón, lo cual le restó simpatías). Agréguese, además, un elemento de gran importancia: la zigzagueante relación del partido con el gobierno que nunca tuvo una definición precisa y sí muchas tensiones, sea por la actitud reticente y defensiva del Presidente en turno (Fox) o por su actitud proactiva e impositiva (Calderón).

Es difícil articular todas estas razones y darle peso específico a cada una para valorar cuál influyó más. Quiero llamar la atención sobre un elemento adicional que habrá que considerar en esta lista imbricada de razones para tener la escena completa (o para complejizarla). Me refiero a la dinámica interactiva de las campañas electorales y a la competencia temática que se generó entre ellas. En especial debe destacarse el logro del equipo del candidato Peña Nieto en ubicar el tema de la "eficacia" como el centro de la contienda, no sólo de su campaña: frente a los magros resultados del PAN en el gobierno federal, la venta de imagen de alguien que sí podía conseguir transformar el país, con compromisos concretos y medibles, le ganó terreno rápidamente a lo que podría aportar la candidata Vázquez Mota con su apuesta por lo "diferente", o al "cambio verdadero" que ofrecía López Obrador. Para decirlo en breve: una formulación sencilla de "eficacia" tuvo más eco y contundencia entre el electorado que formulaciones intangibles de los otros candidatos.

Finalizo con los temas faltantes. Sé bien que quienes reseñamos libros tenemos la tentación de señalar lo que nos hubiera gustado ver incluido, desde nuestra propia visión o compartiendo la de los propios autores de una obra. Pensando en una visión de conjunto, me atrevo a indicar la carencia de trabajos sobre los siguientes tópicos que bien hubieran ayudado a una comprensión de mayor alcance del proceso electoral de 2012. Los enlisto en seguida:

a) El movimiento #YoSoy132, mencionado colateralmente en dos capítulos. Como es sabido, desde 1994 cada elección presidencial ha tenido la presencia de algún conflicto o movimiento social: el Ejército Zapatista de Liberación Nacional en ese año, los estudiantes de la UNAM en 1999-2000 (agrupados en el Consejo General de Huelga), los maestros en 2006 (agrupados, junto con otros sectores sociales, en la Asamblea Popular de los Pueblos de Oaxaca). La importancia del movimiento #YoSoy132 es que (re)direccionó las estrategias de las campañas de todos los candidatos pero, en especial, obligó a Peña Nieto a hacer un pronunciamiento (forzado si se quiere) sobre el vínculo autoritario que se le adjudicaba a él y a su partido.

b) Las instituciones electorales, en tanto habían sido objeto de impugnación en los años recientes. Es justo en el marco de su regulación por donde pasa la acción de los partidos y los candidatos, y de su buen funcionamiento depende el desenlace de la contienda electoral. Más aún, del apego a la institucionalidad depende en buena medida que la democracia se consolide. Puede decirse que su desempeño generó menos polémica en esta ocasión que en la anterior, pero la reciente reforma política aprobada por el Congreso de la Unión (2013-2014) nos indica que éste es todavía un terreno movedizo, de disputas e insatisfacciones democráticas.

c) Justamente por tratarse de una prioridad del gobierno de Calderón, de la cual los candidatos de los partidos opositores (López Obrador y Peña Nieto) trataron de desmarcarse, es que se extraña un abordaje sobre el contexto de la inseguridad y la violencia como factores medulares de la contienda electoral. Por un lado, se pudo constatar la difícil tarea de proponer una estrategia alterna a la que tenía vigente el presidente Calderón, tarea de mayor dificultad para la candidata del partido gobernante, quien no supo articular alguna propuesta novedosa o diferente. Este era un ángulo que podría haberse observado en las plataformas de los partidos y los programas de gobierno de los candidatos. Por otra parte, lo que implicaba una labor de prospectiva mayor, se podían señalar los desafíos en la materia para quien resultase ganador y plantear las posibilidades de éxito una vez tomado el rumbo el nuevo gobierno. Cualquiera de estas opciones hubiera resultado conveniente e interesante.

A pesar de las debilidades y los faltantes indicados, el libro Contienda electoral y rendimiento democrático en México 2012, ofrece un buen análisis en varias pistas sobre dichos comicios, pero, en especial tiene el mérito de bridarnos las posibles causas de la segunda alternancia, con lo paradójico que resulte que el beneficiario de ella sea el partido que se resistió a la democracia durante tanto tiempo. Me parece que esta es razón suficiente para leer y recomendar el libro.

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