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Polis

versão On-line ISSN 2594-0686versão impressa ISSN 1870-2333

Polis vol.9 no.2 México  2013

 

Artículos

 

Maquiavelo y los Médicis

 

Machiavelli and the Medici

 

Roberto García Jurado*

 

* Doctor en ciencia política por la Universidad Complutense de Madrid. Licenciado y maestro en ciencia política por la Universidad Nacional Autónoma de México. Miembro del Sistema Nacional de Investigadores. Profesor de la UAM-Xochimilco. Líneas de investigación: teoría y filosofía política moderna y contemporánea. Correo electrónico: <rgarcia@correo.xoc. uam.mx>.

 

Artículo recibido el 30 de mayo de 2013
Aceptado el 18 de octubre de 2013

 

Resumen

La familia Médicis ejerció un rol muy importante en la actividad política de Florencia en la época de Maquiavelo y en su propia vida. En este artículo se analiza específicamente la forma en que esta familia gobernó la ciudad y cómo sus acciones de gobierno influyeron en el pensamiento político de Maquiavelo. Se destaca de manera especial la forma en que la familia Médicis corrompió la vida republicana de Florencia hasta convertirla prácticamente en un principado, y cómo a partir de ello, Maquiavelo determinó que era una necesidad de primer orden definir y establecer con claridad la forma de gobierno que había de elegir un Estado.

Palabras clave: Florencia, república, principado, corrupción, espacio público.

 

Abstract

The Medici family had an important function in the political activity of Florence in Machiavelli's times and even in his life. This paper analyzes the way in which this family governed the city and the way in which this government affected Machiavelli's political thought. Special attention is paid to the way in which this family corrupted the republican life in Florence, even to a point of transform it in a principality. Based on this fact, Machiavelli determined the pressing necessity to establish clearly the form of government of the State.

Key words: Florence, Republic, principality, corruption, public realm.

 

La vida y obra de Maquiavelo está ligada estrechamente a la acción política que ejerció la familia Médicis en Florencia. Omnipresentes en la historia de esta ciudad, los Médicis la gobernaron por casi tres siglos, desde 1434 hasta 1737, periodo durante el cual su dominio solo se vio interrumpido por dos breves interludios republicanos, el primero entre 1494 y 1512, y el segundo entre 1527 y 1530.

La primera de esas interrupciones resultó la más significativa para Maquiavelo, ya que fue durante ella cuando sirvió al gobierno republicano: se incorporó como secretario de la segunda cancillería en 1498 y salió de ella en 1512, debido directamente a la restauración de los Médicis. Luego de esa fecha, y muy a su pesar, Maquiavelo no pudo nunca volver a ocupar cargo alguno en el gobierno de la ciudad, aun cuando trató de hacerse grato a los Médicis por medio de los más diversos recursos, uno de los cuales fue precisamente la escritura de El príncipe. Este libro fue concebido para plasmar en él de la manera más clara y directa lo que Maquiavelo consideraba haber aprendido en toda su experiencia política, con la intención y el fin explícito de ponerlo al servicio de los Médicis. Incluso, otra de sus obras fundamentales, Historia de Florencia, fue escrita por encomienda directa de Julio de Médicis, arzobispo de Florencia, a quien se la dedicó una vez que este había sido elegido papa y llevaba el nombre de Clemente VII.

Sin embargo, estas son apenas un par de circunstancias en las cuales las vidas de Maquiavelo y la familia Médicis se entrecruzan, pues, como se verá más adelante, la vinculación fue mucho más que anecdótica. Más aún, a pesar de que la vida de Maquiavelo se vio alterada en más de un sentido por la familia Médicis, lo que resulta más importante para nosotros, y que motiva este artículo, es la acción política de la familia en Florencia, ya que al gobernar directa o indirectamente la ciudad por este largo periodo, definieron y modificaron en buena medida la vida de la sociedad florentina, campo primario de observación y experimentación política de Maquiavelo, a partir de lo cual percibió, elaboró y confirmó muchas de las ideas políticas que plasmaría en sus obras, por lo cual bien vale la pena observar y analizar de cerca la vinculación del secretario florentino con esta dinastía.

 

Cosme de Médicis

Cosme de Médicis (1389-1464) fue propiamente el fundador de la dinastía. A su muerte, se inscribió en su lápida la leyenda padre de la patria. No fue en modo alguno el primer miembro prominente de la familia. Antes de él ya había destacado su padre, Juan de Médicis, a quien se debió en buena medida la riqueza de la familia y la creación del banco Médicis, que en su momento fue uno de los más importantes de Europa. Poco antes también ya había brillado otro Médicis, Silvestre, quien había sido una destacada figura en la escena pública florentina, particularmente a raíz de la llamada rebelión de los ciompi de 1378, es decir, los trabajadores de la industria textil que se rebelaron exigiendo mejores condiciones de vida y mayor participación en el gobierno de la ciudad, acontecimiento en el cual Silvestre se puso 152 de su lado, del lado popular y en contra de los magnati, los grandes, lo cual trajo profundas implicaciones para el futuro familiar (Hale, 2004).

Este episodio es muy significativo porque, aunque existen algunas referencias documentales de la participación de los Médicis en la vida política de la ciudad desde principios del siglo XIII, en esta ocasión se llegó a considerar a Silvestre padre de la revolución, y aunque no resultó ser el individuo más influyente en el gobierno popular resultante (1378-1382), fue el principio de una intensa intervención de la familia en la vida política de la ciudad y de una estrecha asociación con el partido popular (Mollat et al., 1976).

En esta época los Médicis apenas se estaban desarrollando económicamente, por lo que muy frecuentemente se veían confrontados con las familias más ricas de la ciudad, las que formaban toda una oligarquía e imponían su voluntad e intereses al gobierno comunal. Dado que Florencia se veía agitada continuamente por diferentes convulsiones políticas y la oligarquía local había adoptado una posición güelfa, partidaria del papa, los Médicis, o al menos Silvestre, que era su miembro más destacado, se alinearon casi de manera natural en el bando contrario, con los gibelinos, partidarios del emperador, partición que también agrupaba de este lado al popolo minuto, los sectores populares, y de aquel al popolo grasso, los oligarcas (Brucker, 1957).

Desde entonces se construyó la asociación entre la familia Médicis y el partido popular, aun cuando esta asociación no sirviera más que para diferenciar a una facción oligárquica de la otra.

No obstante que ya la familia Médicis había participado activamente en la escena pública de Florencia durante la primera mitad del siglo XIV, durante la segunda mitad -salvo esta destellante participación de Silvestre- tuvo una aparición más bien discreta. Más aún, en no pocos casos se vieron acosados, perseguidos, y algunos de sus miembros fueron incluso expulsados de la ciudad.

Los problemas de los Médicis no eran solo de índole política o económica, pues en esta etapa llenaban todo un historial de violencia y delitos del más diverso tipo. Existe el registro de que, entre 1343 y 1360, cinco integrantes de la familia Médicis fueron condenados por asesinato, un récord poco envidiable aun para una época tan violenta y al que no se asemejaba el de ninguna otra familia.

En las últimas dos décadas del siglo XIV los Médicis persistieron en su conducta violenta, al grado de que en 1400 una buena parte de la familia fue desterrada de la ciudad. Incluso, en 1397 dos miembros de la familia fueron ejecutados por participar en una conspiración contra el jefe de la oligarquía y del gobierno de la ciudad, Maso de Albizzi, preludiando ya la confrontación que estallaría en la década de los treinta del siguiente siglo entre los Médicis y los Albizzi, de la cual saldrían entonces vencedores los primeros y darían origen a su larga hegemonía en la ciudad (Hibbert, 1979).

Aun cuando la actuación más destacada en la arena política a fines del siglo XIV fue la de Silvestre, quien más logros acumuló en el terreno económico fue Juan de Médicis. Poco antes que él, su hermano Francisco ya se había inscrito en el Arte del Cambio, el gremio de los banqueros, y Juan, que ya pertenecía al Arte de la Lana, el gremio textil, siguió los pasos de su hermano y en 1386 se inscribió también en ese otro gremio. Ese fue el origen del banco Médicis, el cual pronto se desarrollaría hasta convertirse en uno de los más importantes de Europa (Roover, 1946a y Roover, 1946b).

A pesar de que ya para finales del siglo XIV el banco Médicis había experimentado un crecimiento importante, su mayor impulso se dio a principios del siglo XV, específicamente a partir de 1410, cuando se convirtió en papa el cardenal Baldassare Cossa, amigo muy cercano de Juan de Médicis. Debido a esa amistad, Juan XXIII, el nombre que como papa adoptó el cardenal Cossa, eligió a los Médicis como banqueros del papado, lo cual significó el mayor impulso que hasta ese momento hubiera recibido el banco (Holmes, 1968).

La relación de Juan XXIII con Juan de Médicis iba más allá de la amistad. Baldassare le debía a Juan haberle financiado los diez mil ducados con los que adquirió el cardenalato en 1400, una forma muy común usada por los prelados de la época para adquirir la púrpura y por los papas para obtener dinero, la cual adquirió tintes de escándalo en el Renacimiento y la Reforma. Además, una vez que Juan XXIII fue depuesto por el Concilio de Constanza y hecho prisionero en 1419, Juan fue quien gestionó lo necesario para liberarlo, y protegerlo una vez que salió libre.

Juan murió en 1429 y cedió el liderazgo de la familia a su hijo Cosme, quien de inmediato entró en confrontación con Reinaldo de Albizzi, el cual a su vez desde 1417 había reemplazado a su padre, Maso de Albizzi, y reeditado la confrontación que se había dado entre estas dos familias desde finales del siglo anterior. Cada uno de ambos clanes conservaba la alineación de la conflagración anterior: los Albizzi del lado oligárquico y los Médicis del lado popular, aunque estos últimos contaban con una extensa red de relaciones sociales con familias de reconocido prestigio en la ciudad (Kent, 1978).

En 1429 Reinaldo de Albizzi promovió una guerra en contra de su vecina Lucca prometiendo un éxito rápido y fácil, lo cual era en sí una parte sustancial de la justificación de la guerra, ya que la ciudad se encontraba agobiada y exhausta debido a los recientes esfuerzos bélicos que se habían realizado desde principios del siglo en contra de Nápoles y en la década de los veinte contra Milán, con la cual apenas un año antes había llegado a un acuerdo.

El choque decisivo entre ambos personajes se dio en 1433, cuando Reinaldo aprovechó una ausencia de Cosme para montarle un proceso culpándolo de traición y tratando de obtener su ejecución. Aunque no pudo conseguir que se le ejecutara, sí logró que, junto con otros familiares, se le desterrara de la ciudad, por lo que Cosme tuvo que marcharse a Padua.

Sin embargo, apenas un año después de la expulsión de Cosme se designó un gobierno totalmente afín a él que no solo le permitió volver a la ciudad, sino que procedió ahora a la expulsión de Reinaldo de Albizzi y de muchos otros miembros del partido oligárquico de la ciudad, incluido el mismo Palla Strozzi, el patriarca de la familia más rica (Goldwhite, 1968).

Fue así como dio inicio en 1434 la hegemonía de la familia Médicis en Florencia, una hegemonía que se extendería por tres siglos y que sería instituida por Cosme, quien basó su predominio en cinco factores determinantes:

1. Su propia personalidad, ya que fue reconocido como un hombre prudente, equilibrado, sobrio. Una opinión compartida por historiadores tan prestigiosos como Guicciardini o el propio Maquiavelo (Bisticci, 1963; Macfarland, 1999; y Gilbert, 1984).

2. La construcción de un sofisticado sistema electoral que sustituyó al basado en el sorteo, de naturaleza esencialmente democrática. El nuevo sistema reducía de manera sustancial la función del sorteo en la designación de los principales magistrados y otorgaba de facto a Cosme la posibilidad de controlar a los designados (Rubinstein, 1968 y 1977).

3. La institución de un mecenazgo amplio y generoso que convirtió a Florencia en el centro del humanismo y el arte renacentista, por el que Cosme se ganó un gran prestigio entre pensadores y artistas (Antal, 1987; Brown, 1961; y Jurdjevic, 1999).

4. Una estrategia de acoso y opresión de sus enemigos que se valió de los más diversos recursos, sobre todo de la imposición de impuestos abrumadores y desproporcionados (Brucker, 1983).

5. Una hábil estrategia diplomática, que estableció entre otras cosas una fructífera alianza con el papado y Milán (Braudel, 1986).

Esta fue la obra que realizó Cosme y estos los cimientos en los que se basó la primera etapa del dominio de los Médicis. Maquiavelo conocía muy bien este episodio y lo tenía muy presente cuando expresó sus opiniones políticas; por ello, llama poderosamente la atención el que no se refiriera a nada de ello en El príncipe.

Sin embargo, eso puede tener una explicación lógica y verosímil: El príncipe está concebido para tratar de instruir a los Médicis y agradarlos, por lo cual es plenamente comprensible que Maquiavelo no aluda a muchos pasajes de la historia de Florencia en los cuales el papel de esa familia queda en entredicho o es abiertamente reprobable.1

No obstante, esa discreción que se impuso en El príncipe está ausente en muchos otros de sus escritos, en donde su opinión sobre los Médicis es bastante crítica, y en ocasiones demoledora. Para ello basta recuperar un pasaje de un breve escrito de 1504, Primer decenal, en donde Maquiavelo expresa en versos un resumen de los diez años previos de la historia de Florencia: "aquel yugo que por sesenta años os había abrumado", haciendo una clara alusión a la primera etapa del gobierno de los Médicis, que va de 1434 a 1494 (Maquiavelo, 2002: 210). Más aún, en Discursos sobre la primera década de Tito Livio que Maquiavelo escribiera en cierta sincronía con El príncipe, es todavía más incisivo, pues menciona que "los que gobernaron el estado de Florencia desde 1434 hasta 1464 [...] llamaban renovar el gobierno a llenar de terror y de miedo a los hombres que colocaban en él, castigando a los que lo habían desempeñado anteriormente si, a su parecer y según aquel régimen, habían obrado mal" (Maquiavelo, 1987: 308). Tan solo estas dos referencias no dejan duda acerca de la opinión de Maquiavelo sobre el régimen de los Médicis.

Apuntala esta opinión el que ahí mismo Maquiavelo se refiera a Cosme como príncipe de la república, lo cual no solo abona a lo ya expuesto sino que, además, al fundir los conceptos de príncipe y república plantea una compleja cuestión en torno a la clasificación de las formas de gobierno, sobre todo a la tajante separación que Maquiavelo había establecido entre el principado y la república (Najemy, 1982).

Maquiavelo ocupa un lugar fulgurante en la historia del pensamiento político por muchas razones, entre las cuales destacan su método de análisis, basado esencialmente en el análisis histórico y en la observación empírica. Ambas características se aprecian claramente desde el primer capítulo de El príncipe, el cual es en sí mismo una joya del pensamiento político, pues en las escasas diez líneas de que consta, se aprecian claramente estos dos rasgos mencionados, además de introducir el concepto de Estado de la manera en que a partir de entonces se usaría en el mundo moderno y exhibir su característico método de análisis binario, que emplearía en la mayor parte de sus obras.

Así pues, en este primer capítulo de El príncipe se plantea que el principado y la república son claramente dos formas de gobierno distintas y excluyentes. Más aún, la separación que se establece parece tan clara que inmediatamente después, en la primera línea del segundo capítulo, expresa que en ese libro solamente se ocupará de los principados ya que de las repúblicas se ha ocupado en otro lugar, sin lugar a duda en los Discursos. Y a partir de entonces, basándose en su propia declaración, la historia del pensamiento político ha aceptado sin mayores consideraciones esta diferenciación, tomando como absolutamente válido algo que requiere una seria revisión.

Así, es necesario observar que, en efecto, El príncipe es un libro que se ocupa exclusivamente de los principados, mientras que en Discursos se ocupa de las repúblicas, tal y como lo expresó el propio Maquiavelo. Pero lo que Maquiavelo no hizo explícito y sus críticos no han tomado mucho en cuenta, es que en Discursos no solo se ocupa de las repúblicas, que ciertamente son su objeto esencial, sino también, en buena medida, de los principados. En Discursos aborda prioritariamente las repúblicas y marginalmente los principados, pero lo más importante es que ahí, principado y república no aparecen como dos formas de gobierno completamente distintas e incompatibles, sino como dos extremos de una línea continua que describe la relevancia y protagonismo de los ciudadanos en un Estado. Así, en un extremo se encuentran los principados, es decir, cuando un solo individuo destaca y controla los destinos políticos de un Estado; y en el otro extremo se ubican las repúblicas, cuando no es un ciudadano sino varios, o muchos, los que de manera conjunta llevan la carga y el privilegio de conducir políticamente al Estado.

No obstante esta línea continua en la que se ubican los principados y las repúblicas que hace parecer las transformaciones y cambios de régimen como algo no necesariamente traumático y abrupto, Maquia-velo consideraba muy importante diferenciar con claridad una forma de gobierno de la otra.

Tal distinción se confirma en un escrito muy breve de 1520 al que tal vez tampoco se le ha dado toda la atención que merece, pues resulta fundamental para interpretar el pensamiento de Maquiavelo. En Discurso sobre la situación de Florencia tras la muerte de Lorenzo de Médicis, el joven Maquiavelo plantea que uno de los principales problemas de Florencia es que nunca ha sido ni un verdadero principado ni una verdadera república, lo cual ha sumido en la inestabilidad política a la ciudad condenándola a una permanente mudanza de gobiernos. Incluso Maquiavelo repite aquí la calificación que había hecho del gobierno de Cosme, al decir de este que tendía más al principado que a la república, y si acaso alcanzó alguna estabilidad, fue gracias a la prudencia que tanto él como su nieto Lorenzo tuvieron en el gobierno de la ciudad.2

Este Discurso, que es tanto un diagnóstico como un proyecto de reforma política para Florencia, resulta revelador si se le vincula con el primer capítulo ya referido de El príncipe. Este libro siempre se ha considerado el más claro ejemplo de realismo político; un ejercicio de análisis empírico implacable en busca de lo que Maquiavelo llamaba la verdad efectiva de las cosas, basado en un método de análisis histórico y pragmático que no ha dejado espacio alguno al juicio moral y a la prescripción teórica. Sin embargo, nos encontramos con que en Discursos Maquiavelo llamó a Cosme príncipe de la república, lo cual plantea un problema teórico por resolver, pues en Discurso sobre la situación de Florencia..., refiriéndose precisamente a Florencia, su patria y principal campo de observación política, Maquiavelo afirma que su problema fundamental era que nunca había sido completamente un principado ni completamente una república, lo cual parece producir un cortocircuito al cotejarlo con las famosas primeras dos líneas de El príncipe: "Todos los Estados, todos los dominios que han tenido y tienen soberanía sobre los hombres, han sido y son repúblicas o principados" (Maquiavelo, 1981: 47).

Tal planteamiento nos deja dos opciones: o bien Maquiavelo estaba equivocado y no todos los Estados que existen y han existido son repúblicas o principados, o bien, El príncipe no es solo un texto de análisis empírico e histórico, sino que también tiene algo de juicio personal y prescripción teórica. A la luz de lo que expone Maquiavelo en este Discurso y en Discursos parece más pertinente inclinarse por esta segunda opción, es decir, que lo que hacía Maquiavelo en el primer capítulo de El príncipe era describir cómo todos los Estados que existen y han existido han sido y son repúblicas o principados, o bien, que debían serlo; que debían ajustarse plenamente a una de estas dos formas de gobierno (Bobbio, 1992: 64-68).

Como se ha dicho ya, en este Discurso Maquiavelo plantea que la razón de la inestabilidad política de Florencia es que nunca ha tenido una forma de gobierno bien definida; no ha sido ni una verdadera república ni un verdadero principado. Para Maquiavelo, el que Florencia siempre hubiera estado entre una forma de gobierno y otra la había privado de la estabilidad que ofrece cada una, pues de acuerdo con su exposición, tanto una forma como otra tienen sus propias estructuras de apoyo y cierto esquema funcional, lo cual les permite permanecer y autorreproducirse. Entonces, para resolver los problemas de inestabilidad de Florencia, y se entiende que en general de todos los Estados, la solución es que se adopte una forma de gobierno definida, que se constituya clara y definidamente una república o un principado. Se entiende así que, cuando Maquiavelo llamaba a Cosme príncipe de la república iba implícita una fuerte crítica en este sentido, pues Cosme corrompía a la república al querer sobreponerse ilegítimamente a sus conciudadanos. Claro, de acuerdo con el esquema de Maquiavelo, también Cosme podía haber fundado y establecido de manera efectiva un principado y no quedarse solo a medias, pero su teoría también abarca factores sociales, y consideraba a los principados gobiernos más adecuados a sociedades muy desiguales y a las repúblicas gobiernos aptos para las sociedades más ricas e igualitarias, por lo que siendo Florencia una sociedad de este tipo, el gobierno que mejor le iba era el de la república, con lo cual queda confirmado el juicio crítico sobre Cosme y su acción corruptora sobre la república.

Sin embargo, la cuestión no se zanja aquí, pues si la mejor constitución política de un Estado es adoptar clara y nítidamente una de estas dos formas de gobierno y evitar las posiciones intermedias, ¿cómo introducir y conciliar la afirmación que Maquiavelo hace en Discursos pronunciándose por los gobiernos mixtos? (Maquiavelo, 1987: 33-39).

Tratar a los gobiernos mixtos como una tercera especie no parece lo más prudente. En todo caso, sería mejor apreciar en su conjunto la obra de Maquiavelo para determinar que, ciertamente, era un partidario abierto de los gobiernos republicanos cuando eran factibles, pero también podía aceptar y preferir los principados cuando las condiciones políticas y sociales del Estado lo requirieran. Así, lo que no admitía era la indefinición entre una forma de gobierno y otra; consideraba que no definir con claridad la constitución de un Estado le impedía disfrutar de las ventajas y recursos que ofrecen tanto una como la otra. Para decirlo concretamente, indefinición política no es lo mismo que gobierno mixto.

En este sentido, su preferencia por la república también se determina por considerar que desde esta es mucho más factible construir un gobierno mixto. Sin embargo, su republicanismo no era una declaración incondicional a favor del pueblo, sino que su idea de una república bien ordenada implicaba satisfacer los humores, como se decía entonces, de los distintos componentes de una sociedad: los muchos, los pocos, y el príncipe, es decir, un gobierno mixto. De ahí que no estuviera a favor de una república principesca, como la de Cosme, o de una república oligárquica, como la de Reinaldo de Albizzi, o de una república democrática, como la de los ciompi, sino de una república bien ordenada, mixta.

Y es precisamente en lo referente al orden de las repúblicas en donde Maquiavelo formula una de las críticas más duras al régimen impuesto por Cosme. Cuando en Historia de Florencia trata el problema de las divisiones de las repúblicas y acepta como inevitable que en una república haya pugnas y divisiones, plantea que hay divisiones que son muy dañinas mientras que otras son llevaderas. Así, las dañinas son las que producen facciones, las cuales se forman cuando algún o algunos individuos adquieren prestigio entre sus conciudadanos por medios privados, 160 es decir, mediante favores personales, dádivas u obsequios. De esta manera atraen a su alrededor a un conjunto de ciudadanos que los admiran y les guardan lealtad por los bienes recibidos, por el bien particular que han fomentado. Por el contrario, hay ciudadanos que adquieren prestigio por medios públicos, es decir, por servicios prestados a la república, ya sea en la guerra o en el servicio público, y son los ciudadanos más dignos de encomio porque no generan facciones y actúan para fomentar el bien común, no el bien particular de ningún grupo.

Una vez planteada esta premisa teórica, Maquiavelo describe cómo Cosme en su lucha contra Neri Capponi se atrajo prestigio y reconocimiento valiéndose tanto de medios públicos como de medios privados, en tanto que este lo hacía solamente a través de los medios públicos, conducta encomiable, que contrastaba con la de Cosme, perniciosa para la vida republicana. Aun cuando unas cuantas páginas después Maquiavelo escribiera una profusa apología de Cosme, su reprobación de los medios de que se valió para hacerse del poder en Florencia es implacable (Maquiavelo, 2009: 351-354 y 357-362).

De la misma manera que Maquiavelo reprueba los medios que usó Cosme para llegar y asegurarse el poder en Florencia, reprueba también la subversión del orden civil que provocó su régimen. Uno de los conceptos centrales del vocabulario político de Maquiavelo es el de orden político, por lo cual se refería frecuentemente a los Estados bien ordenados o a las repúblicas bien ordenadas. Este concepto de orden político se deriva del humanismo renacentista, del cual Maquiavelo es una figura emblemática, pues con este lo que quería hacer notar es que la política era un arte, una actividad racional y consciente del ser humano por medio de la cual podía diseñar y crear las instituciones políticas y sociales de una sociedad, e incluso fomentar los valores que le dan vida (Burckhardt, 1984).

Desde su punto de vista, una de las premisas fundamentales de un Estado bien ordenado era la clara separación de las esferas pública y privada, es decir que los individuos que desempeñaran una función pública ciñeran su conducta a esa actividad, inspirada esencialmente por la atención a los asuntos públicos y la búsqueda del bien común; en tanto los ciudadanos privados se concentraran en atender sus asuntos particulares y no interfirieran en el ejercicio de la función pública. Por supuesto, esto no significaba en manera alguna que los ciudadanos privados no tuvieran responsabilidades y participación en la vida política, pues Maquiavelo era partidario de un republicanismo activo y comprometido, que exigía de sus ciudadanos un gran compromiso con el Estado. Dando esto por sentado, lo que Maquiavelo señalaba al separar tan claramente las esferas pública y privada era que los ciudadanos de esta última no interfirieran de manera indebida, discrecional, en la actividad pública y de gobierno.

Y esa era precisamente otra de las más duras críticas de Maquiavelo a Cosme y al régimen de los Médicis en general: saltar la esfera privada para entrometerse indebidamente en la esfera pública. Es decir, para Maquiavelo, que un ciudadano privado, como Cosme, ejerciera tácitamente funciones públicas, funciones de gobierno, derruía las bases más necesarias del orden político, conducta aviesa que continuaron tanto su hijo Pedro como su nieto Lorenzo.

 

Lorenzo de Médicis

Aun cuando Cosme de Médicis se mantuvo en el poder por un largo periodo, de 1434 a 1464, ello no significó de manera alguna que lo hiciera sin problemas y sobresaltos. De hecho, entre 1454 y 1458 enfrentó una fuerte crisis de gobierno, iniciada y fomentada por destacados miembros de la oligarquía florentina, como Luca Pitti, Agnolo Acciauoli y Dietisalvi Neroni, quienes habían contribuido al encumbramiento de Cosme pero comenzaban a ver con recelo la enorme concentración de poder que estaba logrando. El principal objetivo de ataque fue el sistema electoral que Cosme había establecido, por lo que no tuvo más remedio que restablecer el sistema previo a 1434. Sin embargo, la crisis se resolvió en 1458, cuando siendo gonfaloniero Luca Pitti, el cargo ejecutivo más importante del gobierno florentino, pactó con Cosme el restablecimiento de su régimen, no sin asegurarse una mayor influencia, la cual conservó por algunos años (Schevill, 1961).

A la muerte de Cosme en 1464, le sucedió en el poder su hijo Pedro, pero su gobierno apenas duró cinco años, pues siempre tuvo una salud bastante endeble, aquejado sobre todo de la gota, lo cual dio motivo al sobrenombre con que pasó a la posteridad, Pedro El Gotoso. Pedro heredó la riqueza de la familia y sobre todo la enorme influencia política de su padre, aunque apenas un par de años después de haber asumido el poder encaró una crisis política producida igualmente por la oligarquía florentina. No obstante, con gran energía pudo enfrentar a sus opositores, al grado de doblegar al mismo Luca Pitti que se encontraba dentro de ellos. Sin embargo, su quebrantada salud no le permitió vivir más, y en 1469 Florencia volvía a quedar sin gobernante.

De esta manera, la muerte de Pedro parecía poner en serios aprietos la continuidad de la dinastía Médicis, ya que le sobrevivían como herederos solo dos jóvenes varones de la familia, Lorenzo y Juliano. Los magnati de la ciudad decidieron apostar por la continuidad, jurando lealtad y apego a Lorenzo, el joven heredero de Pedro, quien no solo demostró muy pronto ser un digno sucesor de su abuelo Cosme, pues gracias a él durante la segunda mitad del siglo XV Florencia experimentó una larga estabilidad que llegaría hasta 1492, y la misma Italia en su conjunto pudo disfrutar de relativa paz (Tenenti, 1968).

Es muy difícil leer el capítulo XVI de El príncipe, denominado "De la liberalidad y parsimonia", y no asociarlo con la administración financiera de Florencia durante la primera etapa de los Médicis, sobre todo con el periodo que correspondió a Lorenzo, aunque no haya en todo el capítulo ninguna alusión específica a su persona, lo cual se apega a la norma que al parecer Maquiavelo se impuso en todo el libro: no referirse al gobierno de los Médicis.

En este capítulo se trata uno de los temas más sensibles y espinosos para los florentinos, es decir, el de los gastos del príncipe, sobre todo cuando se financiaban con los impuestos del Estado.

En Florencia el tema de los impuestos siempre había causado gran controversia e inconformidad debido a que no se había establecido nunca un sistema impositivo racional, estable y equitativo. La creación del catastro en 1427 pudo paliar en alguna medida el problema, ya que determinaba que las personas debían pagar un impuesto proporcional sobre sus bienes, en tanto que el sistema anterior se basaba en que un grupo de personas designadas por la Señoría -el órgano supremo de gobierno que incluía al propio gonfaloniero- imponía un impuesto a cada persona de acuerdo con la estimación de su fortuna, lo cual era completamente subjetivo y arbitrario. El nuevo sistema resultaba más lógico y racional que la arbitrariedad anterior, pero pronto perdió su efectividad, pues Cosme lo supeditó a sus propios criterios políticos, ya que muy frecuentemente usó las cargas impositivas para oprimir o amedrentar a los disidentes y enemigos políticos.

Aun cuando la familia Médicis adquirió renombre y prestigio por su actividad financiera desde principios del siglo XV, sobre todo de la mano de Juan, el padre de Cosme, muy pronto el mismo Cosme comenzó a realizar prácticas financieras poco saludables para el banco, consistentes sobre todo en un excesivo sobregiro, el cual persistió luego de su muerte, al grado de que su hijo Pedro, que heredara tanto el banco como el control de Florencia, enfrentó serios problemas al querer corregir el desbalance, lo cual le valió incluso cierto desprestigio político. Ciertamente, esa magnanimidad de Cosme fue la que propició que Florencia se convirtiera en la meca de artistas y humanistas, cuna del Renacimiento, en lo cual gastó sin duda una parte importante de la fortuna familiar.

Sin embargo, si la gestión financiera de Cosme fue deficiente, la de su nieto Lorenzo fue desastrosa. Muy pronto su incompetencia en los negocios se hizo del dominio público.

Lorenzo fue tan buen mecenas como su abuelo, algo que en general se le reconoce poco, pues si Cosme pudo gloriarse de haber adoptado, en todos los sentidos, a Marsilio Ficino -a quien Maquiavelo llamó el segundo padre de la filosofía griega-, Lorenzo muy bien podía haberse jactado de atraer a Florencia a Pico de la Mirándola -humanista encumbrado-, además de embellecer la ciudad con la construcción de nuevos edificios, el remozamiento de los existentes y un vigoroso impulso a la Universidad de Pisa. Incluso él mismo destacó como un gran poeta y humanista, reconocido por el propio Maquiavelo que cuando trata en los Discursos el tema de la relación entre las costumbres de los pueblos y las de sus gobernantes, usa un fragmento de un verso de Lorenzo para afirmar su idea de que los defectos o virtudes de los pueblos tienen origen en la conducta observada en sus gobernantes.3 Pero nada puede disimular que era un pésimo administrador, pues no solo gastó sus fondos privados, sino que además, cosa mucho más seria, gastó también los fondos del Estado.4

Como se dijo antes, es muy difícil leer el capítulo XVI de El príncipe y no asociarlo casi automáticamente con los Médicis, sobre todo con Lorenzo. En este capítulo, Maquiavelo habla de la liberalidad de los príncipes, del nivel de gasto que deben asumir como gobernantes. En una época en la cual los fondos personales del príncipe y los fondos del Estado no estaban completa y claramente separados, la cuestión resultaba esencial. La recomendación general de Maquiavelo consiste en que más vale ser tenido por tacaño que por liberal, sobre todo si esa liberalidad se realiza a expensas de los súbditos. Es decir, lo que Maquiavelo recomienda aquí es llevar un sano equilibrio financiero, una virtud que no tenían los Médicis como gobernantes, y mucho menos Lorenzo.

Así como es inevitable leer el capítulo XVI de El príncipe y no asociarlo con los Médicis, particularmente con Lorenzo, resulta inevitable hacer la misma conexión cuando se lee el capítulo XIX, en donde Maquiavelo se refiere a las conspiraciones. Aun cuando han perdido su sentido y efectividad en la época contemporánea, en la Europa renacentista la conspiración era un mecanismo ampliamente difundido y usado para hacerse del poder del Estado. Los Médicis, por ejemplo, estuvieron en la mira de muchas conspiraciones, aunque fueron dos las más importantes, la de los Pazzi en 1478 y la de Boscoli en 1512. La primera tuvo muy relevantes repercusiones tanto para los Médicis como para la historia de Florencia, y aunque la segunda no fue tan relevante para la historia de la ciudad, sí produjo muy serios efectos en la propia vida de Maquiavelo. A pesar de ello, Maquiavelo no se refiere específicamente a ninguna de estas conspiraciones en este capítulo, siguiendo la norma que se impuso, pero sí trata con amplitud la conspiración de los Pazzi en Discursos III.6 y en Historia Vffl.1-12.

Como es bien sabido, uno de los mayores peligros que enfrentó el gobierno de Lorenzo en Florencia fue la conspiración de los Pazzi. La conjuración representó una amenaza tan seria debido en buena medida a que la emprendió nada menos que una de las familias más poderosas e influyentes de Florencia, los Pazzi, y contó con el beneplácito del mismo papa, Sixto IV.

Los Pazzi confiaron en el éxito de la conspiración gracias a su propio ascendiente en la ciudad, al apoyo del papa y al cansancio en que creían se encontraba la ciudad luego de cuarenta años de gobierno de los Médicis. Sin embargo, no fue así, ya que si bien los conspiradores lograron asesinar a Juliano, el hermano de Lorenzo, este último no solo salvó la vida, sino que tuvo motivos para emprender una verdadera purga en la ciudad, pues el mismo día del atentado se realizaron casi cien ejecuciones, sin contar con las persecuciones posteriores (Martines, 2006).

Sin embargo, también hubo altos costos. Siendo que la conspiración contaba con el beneplácito del papa, se hallaban involucrados su propio sobrino Girolamo Riario, señor de Imola y Forli; Francesco Salviati, a quien el mismo papa había nombrado poco antes arzobispo de Pisa; y de manera indirecta Ferrante, rey de Nápoles, y Federico, el duque de Urbino. Dado que el mismo día del atentado se ejecutó al arzobispo Salviati y uno de los conspiradores principales confesó toda la trama del complot y el involucramiento del papa y el rey de Nápoles, se produjo de manera inmediata una guerra en contra de Florencia.

Debido que Sixto IV y el rey Ferrante se encargaron muy bien de difundir la idea de que no se trataba de una guerra en contra de Florencia sino solo contra los Médicis, se creó una gran presión en torno a la persona de Lorenzo, el cual no contó siquiera con el apoyo de Venecia, que en ese momento estaba supuestamente aliada con Florencia, pues encontró en ello un excelente pretexto para no intervenir.

Ante un panorama tan complejo, Lorenzo tomó una decisión muy arriesgada, casi temeraria. Decidió emprender un viaje a Nápoles y presentarse personalmente en la corte del rey para buscar un acuerdo y debilitar así la posición más beligerante del papa. En esta ocasión la liberalidad de Lorenzo fue de la mayor utilidad, pues colmó a la corte napolitana de abundantes y generosos obsequios, lo cual conjuntamente con su arrojo y determinación le valieron el aprecio y reconocimiento del mismo rey, que accedió así a llegar a un acuerdo que desactivó el conflicto.

A partir de entonces, como reconoce explícitamente Maquiavelo, se logró un sólido equilibrio gracias a que Lorenzo cimentó el eje Milán-Florencia-Nápoles, que en los siguientes años dio estabilidad política a la península. Por ello, cuando Lorenzo murió en 1492, no solo los florentinos sintieron su pérdida sino muchos otros italianos, ya que no quedó nadie con habilidades diplomáticas similares que promoviera la estabilidad política ni contuviera al nuevo gobernante de Milán, Ludovico El Moro, quien, con tal de asegurarse el control del Estado, invocó la presencia del ejército francés en territorio italiano, lo que dio pie a una serie de intervenciones que marcaron toda una época en el país.

Maquiavelo no confiaba en las conspiraciones como método para acceder al poder, tal y como lo expresó en el capítulo XIX de El príncipe; consideraba que representaban un enorme riesgo, seguramente porque tenía en mente conspiraciones fallidas, como la de los Pazzi. No obstante, recomendaba con gran énfasis que si acaso se fraguaba una conspiración no debía dejarse testimonio escrito alguno, muy probablemente porque fue un documento de este tipo el que indebidamente lo involucró en otra conspiración contra los Médicis, la de Boscoli, que si bien no produjo repercusiones tan importantes para la ciudad, sí las tuvo, y muy serias, para la propia vida de Maquiavelo, aunque eso ocurrió en 1512, cuando ya la jefatura de la familia Médicis recaía en el papa León X.

 

León X y Clemente VII

Los Médicis son de las pocas familias que en la época renacentista pudieron llevar a dos de sus miembros al pontificado, a Juan de Lorenzo de Médicis (León X, 1512-1521) y a Julio de Juliano de Médicis (Clemente VII, 1523-1534). Ambos papas fueron muy relevantes en la historia de la iglesia católica y en la historia de Florencia, pero lo que es más importante para nosotros es que fueron determinantes en la vida y obra de Maquiavelo (Chamberlin, 1970).5

Como ya se ha dicho, el régimen de los Médicis en Florencia se derrumbó estrepitosamente en 1494. Había durado 60 años, dentro de los cuales se habían sucedido en línea paterna directa cuatro miembros: Cosme (1434-1464); Pedro El Gotoso (1464-1469); Lorenzo (1469-1492); y Pedro de Lorenzo (1492-1494). El gobierno de este último se vio interrumpido de manera abrupta no tanto por su frivolidad y soberbia como por la incursión en territorio italiano del rey francés Carlos VIII, que había sido convocado a Italia por el duque de Milán, Ludovico El Moro, con el fin de que Francia se adueñara de Nápoles y dejara de ser un obstáculo para la consolidación de su propio poder en Milán.

Ante la incursión de los franceses en suelo italiano, la actitud de Florencia y del mismo Pedro fue vacilante. No fue sino hasta que los franceses se presentaron casi hasta las puertas mismas de la ciudad que Pedro se animó a tomar una determinación, la cual fue salir al encuentro de Carlos VIII para tratar de llegar a un acuerdo. Sin embargo, no solo permitió el paso franco que el rey pedía en su camino hacia Nápoles, sino que no le puso prácticamente condición alguna, dándole unas facilidades que a todas luces parecían excesivas y humillantes.

Cuando Pedro regresó a Florencia y anunció los términos de la negociación, hubo una gran indignación, la misma Señoría consideró el acuerdo escandalosamente desventajoso, y a Pedro no le quedó otra opción que huir de la ciudad ante la rebelión que ya se estaba produciendo. Enseguida, los Médicis fueron desterrados de por vida, y al parecer se cerraba así la historia de su régimen.

Al huir Pedro, se reorganizó el gobierno y se hicieron a un lado todas las prácticas políticas que habían permitido a los Médicis conservarse en el poder. De hecho, se dio un vigoroso resurgimiento de la vida republicana que alteró notablemente la constitución de la ciudad. Se restablecieron las designaciones por sorteo y se creó un numeroso consejo popular, el Gran Consejo, que ascendía a casi tres mil miembros y en la práctica era una emulación del que existía en Venecia, cuya constitución era ampliamente admirada en Italia y fuera de ella (Gilbert, 1977; y Rubinstein, 1968).

Claro, nadie imaginaba que esta nueva y auténtica república sería relativamente breve; aun cuando tuvo una vida de apenas 18 años, se distinguen en ella tres periodos muy claros. El primero, de 1494 a 1498, estuvo influido de manera determinante por el fraile dominico Girolamo Savonarola, el mismo al que Maquiavelo llamaba un profeta desarmado, periodo que terminó junto con la trágica muerte del fraile; el segundo, de 1498 a 1502, que fue esencialmente de desequilibrio y ajuste; y el tercero, de 1502 a 1512, que se caracterizó por la creación de un gonfaloniero vitalicio, emulación también del dogo veneciano, que terminó en 1512 con la incursión de otro ejército extranjero, el español, que restauraría a los Médicis en el poder.

Durante este último periodo Maquiavelo ingresó al servicio de la república de Florencia como secretario de la segunda cancillería, en 1498. Sin embargo, fue a partir de 1502, cuando Pedro Soderini fue nombrado gonfaloniero vitalicio, que Maquiavelo comenzó a desempeñar una función más relevante en el gobierno republicano, al grado de que en la última etapa del gobierno de Soderini se volviera uno de sus colaboradores más cercanos. En este periodo recibió los encargos diplomáticos más importantes, como el de representar a Florencia ante las cortes de España, Francia, Roma, el emperador y César Borgia, y también fue cuando recibió el encargo de reorganizar a la milicia florentina, experiencia que produjo un efecto profundo en sus concepciones políticas.

A raíz de estas experiencias, Maquiavelo extrajo o consolidó tres de las principales ideas políticas que se aprecian en toda su obra, particularmente en El príncipe.

En primer lugar, su énfasis en la atención que un Estado, ya sea república o principado, debe poner a las armas. Como es bien conocido, Maquiavelo dedica los capítulos XII al XIV de El príncipe a tratar el tema de las armas porque lo considera el asunto de más relevancia para el Estado. Muy reciente estaba en su memoria la insubordinación de los condotieros de César Borgia en 1502, que les costó su propia vida y significó un tropiezo considerable en la campaña de César;6 también tenía seguramente muy viva en la memoria la presunta traición del condotiero Paolo Vitelli, que había recibido de Florencia la encomienda de sitiar y tomar Pisa, sin lograrlo, por lo cual se debió posponer la tentativa varios años; e igualmente relevante debía ser para él la impotencia del emperador Maximiliano, entre cuyas principales debilidades identificaba la de carecer de un ejército propio.7 Contemplando todo ello, Maquiavelo había llegado a la determinación de que ningún Estado debía carecer de ejército propio, por lo que uno de sus principales afanes durante el tiempo que estuvo al servicio de la república fue tratar de convencer a sus superiores de la necesidad de establecer una milicia, lo que consiguió finalmente en 1506, recibiendo además el honor de encargarse de organizarla.

Así, lo que luego se convertiría en un rasgo fundamental del Estado moderno, la disposición de un ejército propio, fue una idea y una labor a la que Maquiavelo entregó una buena parte de su energía en el servicio público (Maquiavelo, 2000).

En segundo lugar, es muy probable que Maquiavelo estuviera pensando en su propio jefe, el gonfaloniero vitalicio Pedro Soderini, cuando trazaba las cualidades personales que debe tener un príncipe en los capítulos XVI-XVIII de El príncipe, sobre todo cuando afirma que, de ser posible, es deseable que un príncipe sea amado y temido, pero que si hay que elegir, es preferible sin duda alguna que el príncipe sea temido.

Y es que en muchos pasajes de su obra, Maquiavelo se refiere a la ingenuidad y candidez de Soderini, las cuales consideró una seria limitación para ejercer un gobierno estricto y firme, sobre todo cuando se trataba de reprimir a los simpatizantes de los Médicis, que en el fondo, como se comprobaría en 1512, fueron un factor determinante en la caída de la república.8

En tercer lugar, a pesar de que ha sido ampliamente discutido el carácter del capítulo XXVI de El príncipe, la "Exhortación para ponerse al frente de Italia y liberarla de los bárbaros", si se le contrasta con la historia italiana antecedente, y sobre todo con la historia florentina, se verá su gran pertinencia. Si bien las guerras italianas que iniciaron con la incursión de Carlos VIII en 1494 habían propiciado el desalojo de los Médicis del poder, por otro lado habían quebrantado el equilibrio italiano que con tanta fatiga había construido Lorenzo. Del mismo modo, la caída del gobierno republicano en 1512 se dio en similares circunstancias: la intervención de un ejército extranjero, ahora el español, y también a pedido de los Estados italianos. Como puede verse, la exhortación de Maquiavelo para que algún príncipe italiano, tal vez algún Médicis, tomara la iniciativa de expulsar a los bárbaros del país, no se basaba tan solo en un temprano espíritu nacionalista atribuible a Maquiavelo, como de manera un tanto imprecisa se ha llegado a plantear, sino que se debía a la más esencial necesidad política, pues en esas circunstancias era patente que una empresa de ese tipo no podía ser acometida por un gobierno republicano, sino que requería la agilidad, potencia y determinación de un príncipe. Sin este mando único, sin un Estado unificado, no parecía posible garantizar la existencia y autonomía de cualquier Estado italiano, fuera del carácter que fuera (Gilbert, 1954; y Chabod, 1990).

El papa Julio II no solo había auspiciado la conferencia de Mantua donde se pactó la ofensiva contra Florencia que derribaría al gobierno republicano, sino que además envió a esa reunión a uno de sus hombres de mayor confianza, a su propio vicecanciller, el cardenal Juan de Médicis, quien se aseguró de que se derribara al gobierno republicano y además se antepusiera como condición irrenunciable el retorno de los Médicis a Florencia. Más aún, acordada la expedición punitiva contra Florencia y habiendo observado que el ejército enviado carecía de artillería, el mismo cardenal Médicis proporcionó dos cañones, los cuales fueron fundamentales en la empresa.

Para tomar Florencia, el ejército español se aproximó por el lado de Prato, cuya defensa fue encomendada a la milicia que había organizado Maquiavelo. Desafortunadamente, el papel de la milicia fue lamentable, pues en cuanto los españoles penetraron por un boquete que habían hecho con uno de los cañones de Médicis, los milicianos arrojaron sus armas y huyeron despavoridos.

Tampoco esperó mucho tiempo Pedro Soderini, el gonfaloniero vitalicio, para huir de la ciudad, lo que sellaba el fin del gobierno republicano y la restauración de los Médicis, que entraron a la ciudad apenas un poco después. Sus primeras acciones fueron desintegrar a la milicia, convocar a un parlamento y una nueva balia, una especie de asamblea constituyente, que anuló la constitución republicana, disolvió al Gran Consejo y destituyó a Maquiavelo de su cargo. Así, los Médicis no solo se volvieron a hacer cargo del control de la ciudad sino que apenas unos cuantos meses después el cardenal Médicis, artífice de la restauración, fue elegido papa, lo cual abrió un periodo amargo para la ciudad, pues además de perder el gobierno republicano que tenía, perdió también de algún modo su independencia, volviéndose un apéndice de Roma, y el papa parecía estar más interesado en el gobierno de la cristiandad que en el de los florentinos.9

En el plano personal, también Maquiavelo estaba por pasar un trago aún más amargo, pues de manera completamente fortuita, en febrero de 1513, se descubrió una conspiración en contra de los Médicis que tramaban Pietro Paolo Boscoli y algunos otros amigos, quienes habían elaborado una lista de ciudadanos que creían podían secundarla, en donde anotaron el nombre de Maquiavelo, quien siendo un perjudicado directo de la restauración, parecía un candidato viable. A pesar de que los conspiradores declararon que eran los únicos involucrados y que quienes aparecían en la lista no tenían aún noticia de sus intenciones, Maquiavelo fue apresado y torturado. Solo una amnistía decretada por el nuevo papa Médicis propició su liberación. Muy probablemente apenas unas semanas después de su liberación Maquiavelo comenzó la redacción de El príncipe, que en principio había pensado dedicar a Juliano de Médicis, hijo de Lorenzo El Magnífico, pero cuya muerte en 1516 frustró la intención, por lo que entonces se lo dedicó a Lorenzo, nieto de Lorenzo El Magnífico, quien probablemente nunca lo leyó.

Florencia estaba ahora no sólo bajo el yugo de la poderosa familia de los Médicis, sino tutelada por el propio papa. Una vez muerto el papa León X, fue nombrado como sucesor el holandés Adriano, que solamente duró en el encargo un par de años. A su muerte, se nombró papa a Julio de Médicis, el hijo ilegítimo de Juliano, muerto en la conspiración de los Pazzi, quien asumió el pontificado con el nombre de Clemente VII y prolongó la sumisión de Florencia al gobierno papal hasta 1534.

Aun cuando Maquiavelo trató por todos los medios de ser readmitido en el servicio público de Florencia, nunca lo logró. Solo Clemente VII le hizo algunas encomiendas menores, y también le pidió que escribiera una obra que resultó fundamental para Maquiavelo, Historia de Florencia.

Se ha especulado mucho acerca de la relación personal de Maquia-velo con los Médicis y del efecto que en sus propias ideas tuvo su régimen en Florencia. Evidentemente Maquiavelo tenía una fuerte aversión hacia la familia, en especial hacia la influencia política que esta había tenido en Florencia, sin embargo, a su aversión personal anteponía su noción de necesidad política y servicio público, por lo que a pesar de ser partidario de los gobiernos republicanos, siempre estuvo dispuesto y buscó colaborar en el gobierno de los Médicis.

 

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Notas

1 La opinión de Maquiavelo sobre los Médicis era abiertamente negativa; sin embargo, siempre estuvo sinceramente dispuesto a servirlos y colaborar con ellos, por lo que la interpretación de Dietz en el sentido de que El príncipe trataba de aconsejar malamente a los Médicis para provocar que perdieran el Estado y propiciar así un gobierno republicano carece de fundamento (Dietz, 1986).

2 Véase este Discurso en Maquiavelo (1991), aunque aquí inapropiadamente se le dio el título de Discurso sobre reordenar las cosas de Florencia, hecho a petición del Papa León X.

3 El fragmento que cita de Lorenzo dice: "Lo que hace el señor lo imitan muchos, que hacia el señor se vuelven las miradas" (Maquiavelo, 1987: 401).

4 En su momento, Lorenzo no se libró de duras críticas, y si bien había quienes lo admiraban, otros, como Girolamo Savonarola, Francesco Guicciardini o Alamanno Rinuccini, lo calificaban de tirano (Guicciardini, 2006; y Rinuccini, 2000).

5 En etapas posteriores, otros dos miembros de la familia Médicis alcanzaron el papado, Pío IV (1559-1565) y León XI (1605, murió a los 27 días de haber sido nombrado papa).

6 Uno de los escritos político breves más importantes de Maquiavelo es la reseña que escribió sobre este incidente: Descripción de cómo procedió el duque Valentino para matar a Vitellozzo Vitelli, Oliverotto da Fermo, Paolo Orsini y al duque de Gravina Orsini (Maquiavelo, 2002).

7 En el "Informe sobre la situación de Alemania" Maquiavelo hace un análisis político y sociológico del país, que señala la gran autonomía de sus ciudades, característica que perduraría por varios siglos (Maquiavelo, 2002).

8 Al parecer, la paciencia y la bondad de Soderini reflejaban su gran ingenuidad política, lo cual Maquiavelo expresó en repetidas ocasiones (Maquiavelo, 1987: 313).

9 Francesco Guicciardini les reprocha abiertamente a los Médicis esta actitud, recomendándoles que el mejor medio para asegurar su poder es poner más atención en el gobierno de la ciudad y no solo en el de Roma. Véase el discurso Del modo di assicurare lo stato alla casa de' Médicis (Guicciardini, 1932).

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