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Polis

versión On-line ISSN 2594-0686versión impresa ISSN 1870-2333

Polis vol.9 no.1 México  2013

 

Reseñas

 

Memoria colectiva. Procesos psicosociales

 

Rodrigo Díaz Cruz*

 

Juana Juárez, Salvador Arciga y Jorge Mendoza García, coords., México, UAM-Iztapalapa / Miguel Ángel Porrúa, 2012, 200 pp.

 

* Profesor-investigador del Departamento de Antropología de la Universidad Autónoma Metropolitana, Unidad Iztapalapa. Doctor en Antropología por la UNAM. Miembro del Sistema Nacional de Investigadores. Correo electrónico: <rdc@xanum.uam.mx>.

 

La feminista y antropóloga vasca Teresa del Valle nos ofrece esta elocuente imagen de la memoria: "La memoria se asemeja al viento que trae y lleva olores, objetos, polen. Cambia las cosas de lugar y, al mismo tiempo, las rescata del lugar donde se encuentran".1 Mientras leía el libro que aquí reseño, no pude liberarme de esta plástica imagen de la memoria como viento transformador, y al mismo tiempo como uno que se empeña en revelar, ocultar, hacer desaparecer. Puede tratarse en efecto de un tenue viento, suavemente perceptible, o bien de uno que avanza terrible, amenazante, con su ulular de huracán. La memoria es una fuerza sutil tanto como una potencia que no pasa desapercibida.

Al mismo tiempo no dejaba de asaltarme la convicción de que del fluir de nuestras experiencias y vidas, tanto individuales como colectivas, la memoria constituye apenas un breve momento, un instante minucioso: ¿qué recordamos, qué recordaremos de todo el día de ayer, de toda la semana anterior, de todo el año pasado, de la última década toda? ¿Qué huellas nos han dejado al día de hoy, qué rastros tendremos en el futuro de nuestras vivencias presentes y del pasado? Olvidamos mucho más de lo que recordamos. El olvido opera como un trasfondo continuo, permanente, el fondo de un iceberg, mientras que la memoria es casi una excepción, ese viento que en la inmensidad remueve aquel polen, que trae y lleva olores -lamentablemente suelen ser olores de sufrimiento, dolor, sangre. Es la memoria una excepción, sí, pero honda, rica, densa, que nos moviliza, que nos mueve a actuar, que nos conmueve, que nos ofrece pertenencias. Ante todo la memoria crea presencias.

La de memoria colectiva es una categoría pegajosa: se pega de continuo con otras categorías y también otros términos se le asocian. Olvido, desde luego, es una de ellas, pero también están, solo para mencionar algunas, las de historia, identidad, afectividad, nación, poder. Configuran todas ellas una trama conceptual que desde luego no es neutra, sino que nos invita a dar paseos en cierta dirección, pero no en otras, que tiene sus propias tensiones internas, su jerarquización, y lo que Carlos Pereda ha denominado sus políticas conceptuales: formas específicas en que se articulan y desarrollan las interrelaciones de enunciados descriptivos, normativos y valorativos.2 En otras palabras, toda descripción está inevitablemente impregnada de normas y valores. Por ejemplo y a propósito de las tramas conceptuales asociadas a la categoría de memoria colectiva, no es trivial preguntrse quién recuerda (digamos, al enfatizarse la asociación entre memoria e identidad se tendrán inclinaciones que probablemente no sean compartidas con quien subraye la relación entre memoria y género), de qué recursos disponemos para recordar (existen diferencias sustantivas entre una sociedad con fuerte tradición oral respecto de aquellas que recurren a esa tecnología que es la escritura), cómo recordamos, por qué, para qué, para quiénes recordamos, cómo nos narramos. En síntesis, la memoria constituye una arena permanente de lucha y conflicto, de inestabilidad, de movimiento y esperanza; también es un lugar donde juegan las culpas, los remordimientos y arrepentimientos. Ahora que escribo estos comentarios la memoria me trae a colación estos versos de José Emilio Pacheco: "Ya somos todo aquello / contra lo que luchamos a los veinte años". Y en paralelo esa pregunta anacrónica que Charlie Brown le hiciera a Snoopy: "¿Podemos mejorar el ayer?"

Los doce trabajos que integran Memoria colectiva. Procesos psicosociales, un libro que fructíferamente han coordinado Juana Juárez, Salvador Arciga y Jorge Mendoza, se ocupan con distintos énfasis de responder algunas de las interrogantes que he mencionado y desde luego muchas más. Pero quizá el primer mérito de este libro consista en que no se empeña en agotar o fijar de una vez por todas lo que ha de entenderse por memoria colectiva, sino que se propone explorar sus múltiples pliegues, esclarecer las diversas potencialidades que esta categoría supone para comprender la vida social, indagar el campo polisémico que implica. Desarrollaré lo que a mi juicio son las notas, preguntas e inquietudes básicas de los textos que conforman la obra; y al final expondré algunos apuntes, más de carácter crítico: asumo que los libros vivos y vitales nos invitan a dialogar con ellos.

Los tres coordinadores de la obra -Juana Juárez, Salvador Arciga y Jorge Mendoza- la inauguran con un sabroso texto en el que reconstruyen, como punto de partida, los argumentos centrales de la obra del filósofo y sociólogo francés Maurice Halbwachs, sin duda el padre tutelar del campo de la memoria colectiva. En realidad van más allá, pues desarrollan algunas ideas y materiales para discutir la memoria colectiva en nuestro tiempo y circunstancia. Es una magnífica introducción al libro en la medida en que discute aquellas coordenadas que ubican y dan sentido a esta categoría: los marcos donde se despliega, espacio y tiempo, lenguaje, los artefactos que operan como residencia de la memoria, las conmemoraciones y rituales, los relatos de fundación y de origen, la retórica de la comunicación, la identidad, las tensiones y perplejidades entre memoria e historia -un asunto que de hecho habita el libro desde la primera hasta la última página.

En su excelente contribución, Eugenia Allier explora el auge, la "epidemia", "tiranía", "boom", "industria" de la memoria hoy en día; y se pregunta, ¿a qué se debe esta preocupación por la memoria que no existía hace varias décadas? En particular destaca esa inclinación que se ha tenido por cultivar las memorias del horror: sean las que reconstruyen el holocausto en su atroz diversidad, sean las escrituras de la sobrevivencia en las dictaduras del Cono Sur. En suma, este trabajo indaga cómo la memoria -y sobre todo las memorias fragmentadas, es decir, las regionales y locales, las familiares e individuales- se ha convertido en una obsesión y en una parte central de nuestro paisaje cultural. Eugenia Allier nos ofrece explicaciones convincentes respecto a esta obsesión contemporánea por la memoria, y con ello también discute los vínculos y diferencias entre memoria e historia en las ciencias sociales. Para ello nos introduce en la historia de la memoria y en la historia del tiempo presente. Eugenia nos propone "historizar la memoria", un argumento fundamental que no debemos olvidar al hacer la lectura del libro. Cito:

...una historia que no busca conocer los sucesos del pasado, pues no interesa el acontecimiento: menos centrada en el pasado que en los sucesivos presentes políticos y sociales que lo han condicionado y que pone énfasis en los actores y las representaciones: cuáles han sido y son las creencias y memorias alrededor del pasado, construidas desde el presente. En ese sentido, importan el presente y los agentes [...] La historia de la memoria, entonces, no es el estudio del pasado, sino el del presente: cómo se conforma una sociedad a través de su pasado en los sucesivos presentes (p. 64).

En "Psicologizar la historia, historizar la psicología", Rodolfo Suárez y Alejandro Araujo se preocupan por señalar "algunos puntos de encuentro entre la psicología y la historia, tomando como eje la reflexión sobre el tema de la memoria" (p. 80). En otras palabras, argumentan las maneras en que, primero, la memoria se volvió objeto de la historia -y con ello su trabajo encuentra varios puntos de intersección con el texto de Eugenia Allier, esto es, ambos desarrollan tanto una historia de la memoria como una historia del tiempo presente. Luego, y a partir de este horizonte, analizan "las posibilidades para una efectiva historización de la psicología y viceversa" (p. 81).

En su ambicioso trabajo, Manuel González y Josué Tinoco parten de la premisa de que la memoria colectiva emerge del pensamiento social, o bien que es este último la condición necesaria para que se forje la memoria colectiva. Por ello se proponen esclarecer -como una condición sine qua non para conocer las topografías de la memoria- aquellos elementos que participan en la formación del pensamiento social: las creencias religiosas, la ideología, la ciencia y la cultura. Enfáticamente sostienen que "se considera a la memoria colectiva como proceso y como producto del pensamiento social" (p. 123), afirmación que desarrollan a lo largo de su texto.

Las conmemoraciones constituyen sin duda uno de los recursos culturales más utilizados en tanto práctica y ejercicio de la memoria, como estrategia de reconstrucción del pasado. Alfonso Díaz y Valentín Albarrán sostienen con tino en su breve pero sugerente trabajo, que en las conmemoraciones se acumula el tiempo. Sin embargo, esta acumulación no es arbitraria, casual, sino que está atravesada por las relaciones de poder (pp. 146-147). Después de ofrecernos una suerte de tipología de distintas maneras de conmemorar, los autores introducen 174 una útil reflexión sobre la velocidad de las prácticas sociales y sus vínculos con nuestra capacidad para recordar: qué tan rápido o qué tan lento se mueve el colectivo en la vida cotidiana y en la dinámica con la que recuerda. De hecho los autores asumen y defienden la afirmación del escritor checo Milan Kundera: "el grado de lentitud es directamente proporcional a la intensidad de la memoria; el grado de velocidad es directamente proporcional a la intensidad del olvido" (La lentitud, citado en p. 154). En su texto, Silvia Gutiérrez estudia "el papel que desempeñan los procesos afectivos en la construcción y reconstrucción de la memoria colectiva" (p. 166). Si bien el tema de la afectividad no se omite en los trabajos del libro que comento -de hecho Halbwachs advirtió que la memoria colectiva era una memoria afectiva-, en realidad aparece más o menos difuminado o desvanecido; enunciado, sí, pero sin ocupar el lugar preponderante que Silvia Gutiérrez con justa razón le otorga en su capítulo. Las emociones, sostiene, "sirven para constituir el material más substancioso de la memoria, [y] ésta a su vez es la que reproduce y mantiene las emociones adecuadas y actualizadas de acuerdo con cada contexto social" (p. 183).

En su trabajo, Angélica Bautista indaga "un espacio simbólico en el que se pueda estudiar, con referencias cotidianas, una memoria colectiva. Se trata del barrio" (p. 191). Continúa: "un barrio es una delimitación simbólica de la pertenencia al colectivo, una expresión de la identidad, una fuente de reconocimiento y auto-reconocimiento de lo que se es y de lo que no se es" (p. 191). También el barrio ha implicado el desarrollo de potentes imaginarios metropolitanos, esto es, como sostiene Angélica Bautista (quien cita aquí a Gravano), el barrio alude a la "comunidad perdida dentro del imaginario urbano contemporáneo". En nuestro paisaje cultural la noción de barrio ha sido relevante: desata en la memoria múltiples imágenes y afectos. Baste recordar en la llamada época de oro del cine nacional las películas que han formado parte de nuestra educación sentimental y en las que se nos han ofrecido imágenes contrastadas: ya sea el barrio idílico, lugar de la utopía, ya donde se viven tragedias cotidianas insólitas, en ambos casos con la luminosa presencia de Pedro Infante, Tin Tan, Chachita, Blanca Estela Pavón. Intimidad y anonimato coexisten en la vida barrial -defiende Angélica Bautista- y "esa intimidad es colectiva, que deviene de un reconocimiento identitario de pertenencia no a un lugar y a un tiempo en específico, sino a un espacio; esto es, a una historia [a una memoria] continuada..." (p. 202).

Si memoria y olvido conforman una díada indisoluble, otra díada fundamental está integrada por la de memoria e identidad. Queda claro que no puede haber identidad personal o social que no esté animada por alguna memoria. De aquí la pertinencia del trabajo colectivo y multicultural de Wolfgang Wagner, Peter Holtz, Yoshihisa Kashima y Javier Álvarez, en el que discuten los terribles peligros de asumir que las identidades constituyen clases naturales, esto es, cuando se atribuye una esencia a las categorías. Pensemos a modo de ilustración en las categorías de ser indio, ser negro, ser hombre o mujer, ser homosexual, ser mexicano y las múltiples formas en que se les ha naturalizado. Esencializar estas categorías no solo dificulta el diálogo, sino que puede conducir al racismo, xenofobia, homofobia, a la deshumanización, al ejercicio más atroz de la violencia contra esa alteridad que, precisamente para ejercer la fuerza, la violencia sin remordimientos, ha sido naturalizada. Escriben los autores: "al asignar a los miembros de una categoría social de un estatus 'natural' se les dota de consecuencias simbólicas y de comportamiento: la naturaleza, como opuesta a la cultura, es truculenta y apenas controlable" (pp. 253254). Y una de las ecuaciones de discriminación y sumisión más ominosas y naturalizadas es la que ha vinculado a las mujeres con la naturaleza y lo privado, y a los hombres con la cultura y lo público.

En la misma línea que el texto anterior, Juana Juárez y Ana Corina Fernández desarrollan las relaciones entre nación, identidad nacional y memoria como elementos constitutivos de un mismo sistema de pensamiento, "cuyo origen es de índole sociocultural y cuyos componentes son producto de la o las ideologías, creencias, tradiciones y formas organizativas propias de cada grupo humano" (p. 311). Territorio histórico, recuerdos compartidos, historia de los orígenes y etnosimbolismo también forman parte de ese sistema. Por ejemplo, señalan las autoras, "la historia de los orígenes de un país encierra y da cuenta no nada más del episodio épico a partir del cual cobra sentido y se cohesiona un país, sino que el punto de partida establece también modos de pensar, pautas de comportamiento, define la forma que han de adquirir las relaciones entre gobernantes y gobernados" (p. 319). De aquí la importancia, sostienen Juana Juárez y Ana Corina Fernández siguiendo en este punto a Norberto Lechner, de que en América Latina necesitemos de más narrativas o relatos democráticos, y no de las pedagogías de la violencia que han contribuido a configurar nuestras identidades nacionales a través 176 de la historia oficial.

En la misma línea de discusión sobre la memoria y la nación, Salvador Arciga y Osusbel Olivares se ocupan de un problema central para nuestro presente: el de la ciudadanía, y el papel que ha tenido la psicología social en su elucidación. Después de exponer el argumento de que las memorias colectivas orientan la vida cotidiana del ciudadano común, defienden que la idea de ciudadanía ha de constituir una forma de vida.

Afirmé arriba que olvidamos mucho más de lo que recordamos. La memoria constituye una presencia enfática, mientras que el olvido es ausencia, por ello es mucho más difícil explorarlo. Muchas veces se asignan connotaciones negativas al olvido: como si fuera un fracaso; pero el olvido no es un fenómeno homogéneo. Olvidar las llaves, olvidar el cumpleaños del mejor amigo, olvidar el aniversario de bodas, puede tener consecuencias desastrosas, mas no siempre ha de ser así: entre los griegos clásicos se invocaba a la diosa Lete -la diosa del olvido- a fin de que los ánimos de venganza entre los grupos en contienda se olvidaran para siempre. No está mal olvidar los títulos de nobleza y aristocráticos, los títulos que apelan a la sangre; quienes han vivido una conversión religiosa deben olvidar su pasado, ahora resignificado como ominoso; en Gargantúa y Pantagruel, Rabelais nos informa que la mente de Gargantúa estaba tan atascada o atorada por las enseñanzas escolásticas, que su profesor Ponocrates le dio a tomar un té para que olvidara dichas tonterías.

Olvidar algunas cosas puede tener consecuencias positivas; pero otras no las podemos, no las debemos olvidar: de eso trata el último y excelente trabajo que comentaré, el de Jorge Mendoza, que discute el tema del olvido cuando este se busca imponer desde el viento del poder, cuando se pretende producir un olvido institucional: sea mediante las omisiones selectivas, mediante la censura, el fuego como la pira de la memoria, el olvido que provoca vacíos, el olvido socialmente organizado, el borramiento de otras memorias, de memorias incómodas. Cito a Jorge Mendoza:

En las colectividades y sociedades los discursos que se imponen, los que dominan, tienen determinadas características argumentativas y retóricas al momento de justificarse. Arman toda una trama, toda una narración sobre el pasado, de forma tal que éste confluye "de manera natural" en el presente, y se intenta demostrar que otros caminos eran improbables, no viables, sólo el que se impuso era el óptimo, el más congruente, el lógico (pp. 360-361).

He procurado ilustrar que Memoria colectiva. Procesos psicosociales es un libro que nos ofrece diversas lecciones y enseñanzas, también nos hereda las tensiones y perplejidades que están presentes en la categoría misma de memoria colectiva. Quizá la más destacable es la que tiene que ver con la difícil y compleja interrelación de memoria e historia, que atraviesa a toda la obra, si bien no es una que sea tratada del mismo modo en todos los textos. Considero que en diversos capítulos se busca realizar lo que denomino un acto de purificación de la memoria, de la memoria colectiva en su relación de oposición con la historia. Veamos.

Se afirma en algún punto que "la memoria colectiva no tiene una finalidad vinculada al poder o a la imposición, sino más tendiente a la edificación del presente con formas significativas, la identidad, al mantenimiento de tradiciones y de versiones que resisten a la visión homogénea de la historia" (p. 346). En otro lado se apunta que "la memoria colectiva [.] no transita por el terreno normativo del conocimiento formal, de hecho su expresión comunal se ubica en una conciencia colectiva no racionalizada" (p. 207). O bien se asume que la memoria colectiva es una memoria viva, dinámica, comunicativa, que brinda un sentido de continuidad, mientras que la historia es estática, es informativa y busca ser la única versión de los hechos (p. 313). En otro capítulo también se indica que la historia es 'una' por principio y las memorias son 'múltiples' (p. 176). Transcribo un último ejemplo: la memoria presenta al grupo una pintura de sí mismo que transcurre en el tiempo, la historia en cambio lo hace desde afuera y deviene en formas de pensamiento artificiales y esquematizadas (p. 39).

Apunté que se busca realizar un acto de purificación de la memoria porque las memorias colectivas están ellas también e inevitablemente atravesadas por relaciones de poder, por estereotipos, por omisiones, por olvidos, por exclusiones: las memorias de la familia, del linaje y del clan, del grupo social, del barrio, del pueblo están, en su escala, oficializadas. Pongamos por caso las memorias de la familia o del grupo de parentesco: quién habla y quién recuerda en nombre de la familia, ¿la abuela, el padre?; cuántos hechos se ocultan en la memoria familiar que se transmite, como conocimiento, de generación en generación; cuántos miembros de la familia son excluidos de las narrativas del propio grupo de parentesco; qué discontinuidades muestra una memoria de esta clase. Tampoco creo que sea conveniente asumir que la historia, 178 incluso la historia oficial, sea una, homogénea, esquemática, artificial, estática o solo informativa: la historia oficial forma parte de arenas y campos de batalla. El pasado es polisémico, produce diversas versiones. Ahí donde el poder busca domesticar el pasado, tarde o temprano emergerán otras lecturas, distintas interpretaciones. La propia gente gesta sus propios usos del pasado. Es común que en muchos pueblos de nuestro país sus habitantes escriban la historia de su pueblo, con visitas al Archivo General de la Nación, por ejemplo, para demostrar a partir de documentos coloniales sus derechos a la tierra, para proteger sus límites territoriales.

Otra tensión tiene que ver con la asociación entre memoria, identidad y conmemoraciones, así como con las consecuencias que se le atribuyen. En algunos textos del libro se asoma en esta intersección una mirada que yo llamaría sublime, pues se sobre-enfatiza la cohesión del grupo que suscita (p. 184), el lugar de la tradición benévola que reitera, la integración de los grupos sociales que provoca (p. 331), el apelar a una suerte de voluntad colectiva (p. 317) o al alma de los pueblos (pp. 288, 319). La intersección entre memoria e identidad sin duda puede provocar ánimos intensos de efervescencia y cohesión colectivas, pero también debemos reconocer que algunos de esos ánimos pueden fortalecer y justificar el ejercicio de la violencia contra una alteridad que se asume peligrosa para el grupo. Esto es, quien atenta contra el propio grupo propicia la guerra y la violencia, la venganza, las gestas heroicas. Somos testigos hoy de cómo los fervorosos nacionalismos, los estados totalitarios y algunos de los crecientes movimientos étnicos y religiosos incitan a la violencia y al genocidio para purificar y proteger al propio grupo -para preservar su memoria e identidad- de los infieles, de los enemigos y traidores a la nación, de los disidentes, opositores y rebeldes, de la alteridad racial y sexual, de los insumisos, que constituyen para aquellos un cáncer social.

La lectura de Memoria colectiva. Procesos psicosociales nos ofrece distintas enseñanzas y nos invita a reflexionar, a conversar y debatir sobre temas relevantes para comprender nuestro tiempo y circunstancia. Como soy optimista, creo que los autores han de estar ya tramando el siguiente libro: Memoria colectiva 2. Sugiero la inclusión de dos temas: la articulación de la memoria con el género y con el cuerpo. A modo de ilustración, en un apasionante trabajo sobre los lugares de la memoria desde una perspectiva de género, Mónica Inés Cejas se hace las siguientes preguntas:

¿Cuál es el locus de la(s) mujer(es) y de lo femenino en el espacio público, es decir, en las representaciones de la nación y en el imaginario del pasado? Desde una perspectiva de género que no puede dejar de considerarse sin entretejerla con clase, etnia y otros signos de 'identidad/otredad', ¿qué tan inclusivas son esas representaciones que aluden a la nación mexicana y que se sitúan en este espacio público? ¿Son inclusivas de la mitad del demos y lo son en su variedad? ¿Qué relaciones de poder son representadas? ¿Desde dónde se enuncian?3

La relación entre cuerpo y memoria es más evidente para nosotros desde distintos ángulos: ¿quién no tiene la huella en una de sus rodillas de una caída, de un faul arteramente dado, de un tropezón con la cuerda?, o bien, el rastro de una vacuna en el hombro que nos acompañará hasta la sepultura. A través de los hábitos la memoria está también encarnada, arraigada en nosotros: sin reflexión, casi en automático, manipulamos tenedor y cuchillo frente a un resistente top sirloin, manejamos el auto, escribimos con lápiz o en la computadora. Pero estos ejemplos son sublimes. Veamos otros. Recurriré a un excelente trabajo de Rodrigo Parrini.4 ¿Qué marcas dejan en el cuerpo la explotación de los esclavos, las mujeres, los obreros, los niños?, ¿qué cicatrices, que roturas, qué arrugas, qué enfermedades, qué desnutrición? En el vínculo entre cuerpo y memoria, el primero puede ser pensado como un archivo, y esas llagas, esas heridas, esas enfermedades oscuras, como los documentos de una historia infame y dolorosa. Nietzsche escribía que "para que algo permanezca en la memoria se lo graba a fuego; sólo lo que no cesa de doler permanece en la memoria": ¿cuáles son las memorias del vientre de las parturientas, "hecha de maternidades idealizadas y de cuerpos crispados"?, se interroga Parrini. ¿Cómo narrar un sufrimiento corporal extremo? Tal vez el lenguaje sea insuficiente para dar cuenta de él y tal vez la razón se vea desbordada, pero el cuerpo está ahí como un archivo que nos reclama con la siguiente pregunta: "¿Podemos mejorar el ayer?"

 

Bibliografía

Carlos Pereda, 1994 Razón e incertidumbre, México, Siglo XXI Editores / UNAM.         [ Links ]

Maceira Ochoa, Luz, y Lucía Rayas Velasco, eds. 2011 Subversiones. Memoria social y género. Ataduras y reflexiones, México, Juan Pablos / Fonca / ENAH.         [ Links ]

 

Notas

1 En Teresa del Valle, "Identidad, memoria, juegos de poder", Luz Maceira Ochoa y Lucía s/3 Rayas Velasco, eds., Subversiones. Memoria social y género. Ataduras y reflexiones, México, Juan Pablos / Fonca / ENAH, 2011, p. 71.

2 En Carlos Pereda, Razón e incertidumbre, México, Siglo XXI Editores / UNAM, 1994, p. 77.

3 En Mónica Inés Cejas, "De monumentos y naciones: reflexiones en torno a los significados de género en monumentos de la Ciudad de México", en Luz Maceira Ochoa y Lucía Rayas Velasco, op. cit. , p. 170.

4 En Rodrigo Parrini, "Memorias del cuerpo. Cuerpo, memoria y olvido", ibídem, pp. 330, 180 332-333.

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