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Polis

On-line version ISSN 2594-0686Print version ISSN 1870-2333

Polis vol.8 n.2 México Jan. 2012

 

Artículo conmemorativo por el 20 aniversario

 

Las ciencias sociales mexicanas en la primera década del siglo XXI

 

Mexican social science in the first decade of the XXI century

 

Cristina Puga*

 

* Coordinadora del Posgrado en Ciencias Políticas y Sociales de la Universidad Nacional Autónoma de México. Se agradece a Román Armando Pérez su ayuda en la organización de datos y búsquedas bibliográficas.

 

Artículo recibido el 25 de octubre
Aceptado el 16 de noviembre de 2012

 

Resumen

Este artículo realiza un recorrido por el ejercicio académico y profesional de las ciencias sociales en México en las últimas décadas, los centros de estudio o de investigación dedicados a ello, el incremento del interés en estudiantes y académicos, y la preocupación cada vez mayor de las universidades por darles la seriedad y la cientificidad necesarias. El objetivo es contemplar la diversidad de temas, enfoques y acercamientos teóricos que provienen de una multitud de fuentes, intereses y perspectivas teórico-metodológicas para generar o invitar a establecer un diálogo propositivo que facilite la visión crítica de los problemas sociales y que ayude a elaborar un conocimiento basado en el análisis objetivo y, por ende, científico, de una sociedad en constante cambio.

Palabras clave: ciencias sociales, universidades, centros de investigación, posgrados, investigación.

 

Abstract

This article reviews the academic and professional social science exercise in Mexico during the last decades. Thru the academic and research centers dedicated to its study, the growing interest among students and academics and the increasing awareness in universities, to award it the seriousness and scientificity it needs; the article targets on viewing the diversity of subjects and theoretical approaches that emerge from an assortment of sources, interests and theoretical and methodological perspectives, easing a critical vision of social issues and help creating a knowledge based on objective and therefore scientific analysis, of a society in constant change.

Key words: Social science, universities, research centers, postgraduate courses, research.

 

Es un hecho incuestionable que el ejercicio académico y profesional de las ciencias sociales en México se modificó radicalmente en las últimas tres o cuatro décadas. De ser un conjunto de disciplinas dedicadas a la investigación en apenas cinco o seis centros importantes, y enseñadas a nivel profesional solamente en unas cuantas escuelas concentradas en la zona metropolitana, la sociología, la ciencia política, la antropología y la economía junto con las ciencias de la comunicación, las relaciones internacionales y la administración pública pasaron a convertirse en disciplinas reconocidas y punto de partida para la creación de nuevas licenciaturas y posgrados, vinculados a cambios sociales de diverso tipo y cada vez más capaces de involucrarse con las necesidades del país.

El número de estudios de grado en ciencias sociales creció vertiginosamente junto con la producción de artículos y libros, y del número de investigadores nacionales. A la par de la expansión se produjo un importante cambio cualitativo tanto en la formación de nuevos profesionistas como en la orientación y productos de la investigación, crecientemente diversos y científicamente sólidos.

Subsisten, sin embargo, problemas serios, tanto en el desempeño de una comunidad atravesada por contradicciones profundas y un desarrollo desordenado, como en la percepción por parte de una sociedad que integra las ideas y explicaciones de las ciencias sociales sin admitirlas del todo, ni en su cientificidad, ni en su utilidad práctica. Esto ocurre en un contexto académico caracterizado por la desigualdad de condiciones y limitado por las circunstancias políticas y sociales nacionales, regionales y locales.

En la primera parte de este artículo se trazan brevemente las características de la expansión de las disciplinas sociales durante los últimos 30 años, haciendo referencia a algunas de las causas que produjeron el cambio y buscando analizar algunas de las nuevas tendencias de la formación y la investigación. En la segunda parte se detallan algunos de los problemas mencionados antes, así como sus consecuencias para el desarrollo de las disciplinas y para la solución de los problemas del país.

 

Los motores del cambio

En 1976, un grupo de académicos decidieron crear una organización que agrupara a las principales escuelas de ciencias sociales en el país y sirviera de canal de expresión y de mejoramiento académico. Surgió así, el Consejo Mexicano de Ciencias Sociales (Comecso), formalizado legalmente en enero de 1977.1 Firmaron, como impulsores de esta iniciativa, Antonio Delhumeau, Arturo Bonilla y Julio Labastida, directores, respectivamente, del Centro de Estudios Políticos de la Facultad de Ciencias Políticas, del Instituto de Investigaciones Económicas y del Instituto de Investigaciones Sociales de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM); Rodolfo Stavenhagen y Luis Unikel, directores del Centro de Estudios Sociológicos y del Centro de Estudios Económicos y Demográficos de El Colegio de México, respectivamente; Francisco J. Paoli, director del Departamento de Sociología de la Universidad Iberoamericana; Jesús Arroyo Alejandre, director del Centro de Investigaciones Sociales y Económicas de la Universidad de Guadalajara; Luis Leñero, director del Instituto Mexicano de Estudios Sociales, A.C.; Enrique Florescano y Guillermo Bonfil Batalla, directores del Centro de Estudios Históricos y del Centro de Estudios Superiores, respectivamente del Instituto Nacional de Antropología e Historia, así como Adolfo Mir Araujo y Claude Heller, directores de los Departamentos de Sociología en los campus Iztapalapa y Azcapotzalco de la entonces recién creada Universidad Autónoma Metropolitana (UAM).2 El modelo de la nueva organización fue el del Consejo Latinoamericano de Ciencias Sociales (Clacso), constituido 10 años antes para estimular la cooperación entre los centros de ciencias sociales de la región latinoamericana.3

El hito es importante por muchas razones. Unos cuantos años antes se había fundado el Consejo Nacional de Ciencia y Tecnología (Conacyt), y la discusión para su conformación había puesto de manifiesto, según Enrique Florescano, "graves deformaciones en la estructura interna y el funcionamiento de los centros de ciencias sociales del país".4 El grupo de sociólogos, economistas e historiadores que fundaron el consejo, lo hacían impulsados por la necesidad de fortalecer las carreras profesionales en disciplinas sociales, que realizaban su incipiente labor en el país con escasos recursos humanos y materiales, la investigación en el área y promover la publicación y distribución de sus resultados. Su labor. iniciada con un llamado de atención sobre la precariedad de las ciencias sociales, coincidía con una etapa de expansión de la educación superior en México, una de cuyas primeras acciones había sido la fundación de la UAM que establecería una plataforma adecuada para el desarrollo de nuestras disciplinas.

De hecho, la enseñanza e investigación en ciencias sociales en el país se reducía casi exclusivamente a las escuelas, centros e institutos que conformaron el primer comité directivo del Comecso. El resto de las instituciones del país que enseñaban ciencias sociales o emprendían trabajos de investigación eran aún muy incipientes y tenían una notable carencia de recursos. Los datos existentes (Liahut, 1990) arrojan para ese año un total de 11 422 estudiantes en las carreras de Antropología, Ciencia Política, Relaciones Internacionales, Ciencias de la Comunicación y Sociología.5

Los posgrados eran casi inexistentes. De El Colegio de México apenas habían egresado algunas promociones de maestría en Historia y Sociología (Lida, 2000). Eran más numerosas las maestrías otorgadas por la Escuela Nacional de Antropología e Historia que databan de 19456 y de la Universidad Iberoamericana, también en Antropología, desde 1964 (Varela, 1990). El posgrado de la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales de la UNAM se había fundado apenas ocho años antes7 y en ese periodo únicamente había otorgado cinco grados de maestría y cinco de doctorado.8 De los fundadores del Comecso, solamente cuatro tenían grado de doctor (Stavenhagen, Florescano, Mir y Bonfil Batalla) y tres el de maestría (Labastida, Heller y Paoli); todos, salvo el de Bonfil, obtenidos fuera del país.

Así, en coincidencia con la expansión de la educación superior a nivel nacional, la labor del Comecso fue importante desde sus inicios. En primer lugar, por su impulso al posgrado, principalmente los programas de la Universidad de Guadalajara y del Instituto de Estudios Sociológicos de la Universidad Autónoma Benito Juárez de Oaxaca, entre 1980 y 1986 (Pozas, 1990) y por la elaboración de antologías destinadas a los mismos. Después, por el gran levantamiento de datos realizado con respecto al trabajo sociológico, que brindó un primer panorama de lo que se hacía en aquel momento en el país (Benítez Zenteno, 1987). A lo anterior se añadió, a partir de 1985, la creación de grupos informales de investigación sobre temas importantes y nuevos para la investigación,9 los cuales permitieron el contacto entre investigadores de todo el país y propiciaron la formulación de proyectos conjuntos que, de algún modo, se adelantaron a las iniciativas del Conacyt y de las propias instituciones académicas para promover y financiar la investigación en el área de las ciencias sociales.10 Otras asociaciones fundadas en el periodo, como el Consejo Nacional para la Enseñanza y la Investigación en Ciencias de la Comunicación, en 1976, y el Colegio Nacional de Ciencia Política y Administración Pública, en1975, colaboraron a la reflexión sobre el nivel de desarrollo de las disciplinas, sus problemas teóricos, su contribución al conocimiento y la problemática que enfrentaban sus distintas comunidades.

El impulso definitivo llegó en los años siguientes, a partir de una serie de políticas formuladas tanto por el Conacyt como por la UNAM, la UAM y el sistema de educación superior de la Secretaría de Educación Pública (SEP). Giovanna Valenti (2003) señala cómo después de la década de expansión de 1970 a 1980 y del periodo de relativa retracción del crecimiento por la crisis económica (1980-1990), hacia 1990 se arriba a una nueva etapa que "se caracteriza por su focalización en la calidad, el establecimiento de un sistema nacional de evaluación y la introducción de ciertas condiciones para el financiamiento". Es un nuevo sistema cuyas medidas, si bien predominantemente eficientistas y muchas veces mal diseñadas, en particular en lo que se refiere a las ciencias sociales, estimularon la investigación, la graduación de maestros y doctores, la profesionalización de la academia y la formación de grupos de trabajo.

En efecto, a la fundación de nuevas universidades se incorporaron sucesivamente una serie de instituciones que, indirectamente, contribuyeron al desarrollo de las ciencias sociales: el Sistema Nacional de Investigadores (SNI); el Programa de Mejoramiento de Profesores (Promep); el Programa de Financiamiento Institucional a las Universidades; los estímulos al desempeño iniciados en la UAM, continuados en la UNAM y pronto extendidos a la mayoría de las universidades públicas (y muchas privadas) del país; el Programa Nacional de Posgrados de Calidad, así como la llamada "evaluación por pares" de carreras profesionales y posgrados.

En el contexto mundial de la crisis del Estado benefactor, el ascenso del mercado y el avance de la globalización como fenómeno complejo y multideterminado, la introducción de la evaluación en las políticas de educación superior fue percibida por las propias comunidades como un cambio abrupto, por decir lo menos (Valenti, 2003): fue un cambio estimulado por nuevos patrones de eficiencia, muchas veces importados de otros países y orientados por criterios más propios de las ciencias básicas que de las ciencias sociales, que requería de una cultura de evaluación inexistente en el ámbito académico, y que sometía a la comunidad al escrutinio de sus propios colegas. Por todo ello, las nuevas tendencias fueron vistas con extrema desconfianza, en parte debido a sus numerosos errores de apreciación, muchas veces causantes de injustas subvaloraciones o incluso sobrevaloraciones del trabajo de investigación. Adicionalmente, como han señalado diversos autores, propiciaron la elaboración de trabajos destinados más a engrosar el currículum evaluable que a fortalecer el debate y la producción de conocimiento nuevo (Krotz, 2009). Con todo, como veremos, el cambio contribuyó al desarrollo de las disciplinas.

El problema de la calidad en las ciencias sociales ya había sido señalado desde el comienzo de la década de los noventa. El conjunto de trabajos coordinados por Paoli en 1990 había hecho énfasis en la necesidad de consolidar una "masa crítica" de académicos dedicados por entero a la investigación en las distintas disciplinas, que recuperaran la herencia de los clásicos junto con los trabajos realizados por los primeros sociólogos mexicanos y que otorgaran la necesaria atención a la multiplicidad de problemas nacionales que demandaban respuesta de las ciencias sociales. Cuatro años después, el esclarecedor estudio coordinado por Perló en 1994 ponía de relieve el inicio de un avance cualitativo, al mismo tiempo que señalaba la urgencia de redireccionar el trabajo académico hacia temas más pertinentes para la sociedad, con conciencia de los cambios que se estaban produciendo en el contexto internacional y con una mayor solidez teórica y empírica de los trabajos producidos. Su estudio apuntaba igualmente a la necesidad de fortalecer los canales de apoyo institucional, ligado, sin duda, a un mayor reconocimiento de la importancia de las ciencias sociales por parte de 24 la sociedad misma (Perló y Valenti, 1994). Una cuestión que en ese momento se presentaba como urgente era la de una mayor internacionalización de las disciplinas, lo cual implicaba retos importantes.

En 1994, la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales de la UNAM publicó un libro, derivado de un seminario que se había realizado en este mismo año, con el fin de reflexionar colectivamente sobre el estado que guardaba el estudio de la sociología (Leal et al., 1994). Las opiniones e intuiciones de quienes participaron en él dan muestra del momento de transición: varios de los autores expresaron su temor a la imposición del esquema neoliberal como explicación teórica del mundo (Calderón), a la privatización de la academia (Silva) y al abandono de teorías explicativas, como la de la dependencia (Zemelmann). Del otro lado, se advertía un optimismo hacia un nuevo momento de expansión de las carreras y posgrados de ciencias sociales (Andrade), caracterizado en su quehacer académico por lo que Girola y Olvera califican de un "cambio del ethos" sociológico que "deslinda el discurso descriptivo del político e involucra un desplazamiento de la idea de una sociología comprometida con el cambio social". Los autores se refieren a la necesidad de nuevas formas de elaboración del conocimiento sociológico, que dejen atrás la búsqueda estéril de una nueva "gran teoría", para aceptar aportaciones teóricas relevantes aunque menos ambiciosas (Zabludovsky), a la rearticulación de un discurso académico hasta ahora carente de trabajos metodológicamente bien fundados (Castañeda) y a la importancia de las revistas académicas como vehículo del debate y el intercambio de avances disciplinarios (Andrade). La falta de revistas de alcance internacional, la poca presencia en congresos y el tono predominantemente doméstico de los temas, son presentados por los varios autores mencionados como rasgos comunes de una ciencia social que aún tiene obstáculos importantes por superar.

En los años siguientes, tal como preveían sus críticos, un cambio cuantitativa y cualitativamente importante se operó no solamente en la sociología, sino en el conjunto de las ciencias sociales. El estímulo provisto por los mecanismos de evaluación, ligado a mejoras económicas, contrataciones de tiempo completo y financiamientos extraordinarios a proyectos docentes y de investigación, favorecieron la reducción de tiempos en la obtención de grados, la revisión de programas de estudio, la formación de grupos de investigación y la publicación de artículos y libros. Al mismo tiempo, las transformaciones sociales obligaron a las disciplinas a repensar tanto sus fundamentos teóricos y metodológicos, como la importancia y jerarquía de sus objetos de atención.

 

Cambios cuantitativos y cualitativos

En 1977, Comecso inició su vida con 11 entidades impartidoras de ciencias sociales asociadas: al cumplir 35 años, en 2012, contaba con 65 entidades pertenecientes a otras tantas universidades o centros de investigación en el país. El número de centros, institutos y facultades que realizan docencia e investigación en las disciplinas es, sin embargo, mucho más alto: de acuerdo con las cifras de la Asociación de Universidades e Instituciones de Educación Superior (ANUIES), al menos 700 universidades públicas y privadas del país imparten hoy carreras en el ámbito de las ciencias sociales (cuadro 1).

El cambio se inició desde el sexenio de Luis Echeverría (1970-1976), cuando la expansión de la matrícula se consideró una salida viable para la crisis política que tuvo entre sus principales actores a los jóvenes sin futuro profesional. Entre 1970 y 1980 se produjo un acelerado crecimiento de los centros de educación superior que, también asociado a la crisis, coincidió con la creación de carreras en ciencias sociales en todo el país. Las cifras son un tanto abrumadoras: en 1971, la ANUIES registraba 115 797 estudiantes en el área de ciencias sociales y administrativas; para 26 1985, el número había crecido a 423 382, y para 2009, los estudiantes en ciencias sociales ya eran 1 048 232 (Perló, 94, ANUIES, 2009). A pesar de que las cifras crecen engañosamente por la inclusión en las estadísticas de ANUIES y de la SEP de las populosas carreras de Derecho, Contaduría y Administración de Empresas, se puede observar que el incremento de la formación en ciencias sociales ha sido continuo a lo largo de cuatro décadas y que se extiende a todas las regiones del país.11

Se trata de un cambio que tiene una doble dimensión. A la par del aumento en el número de carreras y la extensión de la matrícula, los programas de formación profesional han emprendido importantes reformas para actualizar sus planes, dotarlos de una mayor fortaleza teórica y metodológica, y relacionarlos con necesidades sociales que proporcionen a los estudiantes la posibilidad de colaborar con su entorno inmediato y, a la vez, les permitan insertarse en el mercado de trabajo. La Asociación para la Acreditación y Certificación en Ciencias Sociales (Acceciso), fundada en 2002 como parte de una iniciativa de la Subsecretaría de Educación Superior de la SEP para poner en manos de asociaciones civiles la evaluación de programas de licenciatura, ha sido un factor importante en ese proceso. Las carreras son acreditadas cuando cuentan con infraestructura adecuada, cuerpos docentes sólidos y resultados comprobables en lo referente a la preparación de los estudiantes, así como en relación con la titulación y la vinculación con la sociedad. En tan solo 10 años, esta asociación ha evaluado y acreditado 220 programas de formación profesional en ciencias sociales,12 muchos de las cuales habían sido previamente evaluados por los llamados "comités de pares".13

El crecimiento es aún más espectacular en el posgrado. Hay actualmente 268 posgrados de ciencias sociales registrados en el Programa Nacional de Posgrados de Calidad (el 38% de todos los programas registrados), registro que significa un alto grado de excelencia expresada en graduados y en planta de profesores, de los 107 que se encuentran en niveles de "competencia internacional" y "consolidados", así como un aceptable grado de solidez académica en los de "reciente creación y "en desarrollo" (cuadro 2).14

Algo semejante ocurre con la investigación: la creación de centros e institutos en diversas regiones del país ha contribuido a la madurez de una apreciable cantidad de investigadores bien formados, de larga carrera y amplia producción, cuyo trabajo es reconocido nacional e internacionalmente. Con frecuencia, tiende a volverse multidisciplinaria y colectiva, a partir de grupos de investigación, seminarios y de los llamados "cuerpos académicos" que han empezado a proliferar en las universidades del país. Ciertamente, no hay una calidad homogénea en estos cuerpos, con frecuencia creados solamente para acceder a los beneficios del Promep, pero muchos constituyen un espacio de discusión académica y un núcleo de desarrollos originales e interdisciplinarios. El uso de una gran diversidad de perspectivas teóricas y de acercamientos metodológicos aporta una gran riqueza a la actividad académica, que hoy se expresa en revistas editadas en centros y universidades de todo el país. En 1994, Alfredo Andrade (1994) daba noticia de 13 revistas de ciencias sociales enlistadas por el Conacyt; hoy, el número de revistas reconocidas y por ello, apoyadas financieramente- es de 32, a las que se suman 10 más de humanidades en una lista que comprende revistas de 19 universidades y centros, de acuerdo con la información disponible en la página web del Conacyt.

Tal vez el avance más importante se manifieste en una nueva generación de jóvenes investigadores, reforzada por los egresados de posgrado en cuyos productos se muestra la consolidación de las ciencias sociales. Por poner un ejemplo, tan solo en 2010 más de 900 estudiantes se graduaron en el área de ciencias sociales en la UNAM, de acuerdo con la página web de la Coordinación de Estudios de Posgrado.

Los nuevos graduados representan a una nueva generación con un concepto diferente del ejercicio de las ciencias sociales. Han sido formados por un extenso grupo de investigadores maduros y consolidados que atravesaron por el periodo de transición, que incluyó desde el aprendizaje de un nuevo sistema académico basado en el rendimiento y la exclusividad,15 hasta la revisión de sus marcos teóricos y metodológicos. El proceso de reformulación de la disciplina que observaron los trabajos de Andrade, Zabludovsky y Girola en el libro La sociología contemporánea en México. Perspectivas disciplinarias y nuevos desafíos, ya citado (Leal et al., 1994), se manifiesta en los nuevos graduados, en los que encontramos cada vez mayor precisión conceptual y mayor uso de información de primera mano, ya sea proveniente de encuestas o sondeos, ya de entrevistas o de observación participante.16 Numerosos estudios de caso, documentados con archivos, análisis de prensa y testimonios directos, refuerzan sus trabajos, que también presentan mayor capacidad para el empleo de determinaciones múltiples que complejizan y enriquecen la explicación. Los abordajes, que en generaciones anteriores se habían limitado por explicaciones totalizadoras y con frecuencia maniqueas o pesimistas, hoy echan mano de numerosas teorías de alcance medio que vuelven más flexibles y propositivas sus conclusiones.

Los temas se han multiplicado, estimulados por la transformación en la propia sociedad y por una mirada sociológica más amplia e imaginativa: comunidades indígenas, comercio internacional, vida urbana, calidad democrática, participación ciudadana, prácticas religiosas, relaciones familiares, envejecimiento, juventud, desarrollo tecnológico, cambio climático, uso de tecnologías de la información, municipios, agua, discurso mediático, migración y fronteras, se han incorporado a una reflexión hasta hace poco dominada por el estudio del Estado, los movimientos sociales y las relaciones de clase.17 La temática de tesis y proyectos de investigación está relacionada de una manera amplia e imaginativa con los problemas más acuciantes del país, pero también con cuestiones emergentes en los ámbitos tanto nacional como internacional. Un problema creciente de los posgrados es asignar tutores a proyectos de tesis que plantean temas inexplorados, tales como arte, niños, sexualidad, alternativas políticas a la democracia o conservación del patrimonio cultural desde perspectivas teóricas novedosas.

 

Problemas y desafíos

La publicación reciente del II Informe sobre las Ciencias Sociales en el Mundo, elaborado por un amplio grupo de especialistas a solicitud de la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura (Unesco) y el Consejo Internacional de las Ciencias Sociales, puso de relieve una doble situación de nuestras disciplinas: por un lado, la expansión de los estudios, la producción de investigación de alta calidad y la atención especializada a demandas sociales específicas, fenómeno que tiene un carácter mundial; pero por otro, la existencia de numerosas desigualdades que diferencian la producción sociológica y motivaron que el subtítulo del informe fuera el de "las brechas del conocimiento" (Unesco, 2012).

Las brechas a que se refiere el informe mencionado son las que se encuentran en los diversos niveles de producción de las ciencias sociales. Incluyen condiciones institucionales, capacidades distintas, capital humano, financiamientos a la educación o a la investigación, pluralidad de lenguas, criterios de evaluación, acceso a bibliografías actualizadas y fuentes electrónicas, relación de la producción sociológica con las políticas públicas y aprecio social.

En una perspectiva mundial, el texto demuestra que hay países en los cuales las ciencias sociales, como otras disciplinas, cuentan con adecuada infraestructura, tradición académica y sueldos decorosos para profesores e investigadores, mientras que hay otros donde la enseñanza se realiza de manera precaria, con profesores improvisados y mal pagados, así como estudiantes con importantes lagunas culturales o educativas previas. Las condiciones políticas y económicas de cada país influyen en el desarrollo educativo y en los recursos que se otorgan a las ciencias sociales, con frecuencia relegadas a un segundo plano como receptoras de fondos.

Las condiciones institucionales también afectan a la producción científica, que requiere de condiciones mínimas de las que con frecuencia se carece: bibliotecas, acceso a internet, posibilidades para viajar dentro y fuera del país, entre otras. Algunas de las más importantes dificultades son: el acceso a la información -a veces porque simplemente esta no existe sistematizada en ninguna parte- y la publicación de resultados; esta última no sólo por la falta de revistas o de políticas editoriales, sino por la limitación que impone el idioma en un mundo académico crecientemente dominado por el inglés y por la negativa de la mayoría de las revistas de prestigio a permitir la entrada de trabajos que consideran de poca relevancia. De hecho, el informe muestra que en el mundo la producción se concentra en algunas metrópolis -de Gran Bretaña, Estados Unidos, Alemania, Francia-, en varios centros académicos de prestigio -Oxford, Columbia, la Sorbona, Universidad de California- y en unas cuantas revistas incluidas en los índices importantes.

La legitimidad otorgada a las ciencias sociales también varía en las diferentes sociedades, donde sus resultados pueden ser utilizados o ignorados en los procesos de toma de decisiones, sus egresados incorporados al mundo profesional o catalogados como profesionistas de segunda línea, su capacidad para resolver problemas aprovechada o minimizada por gobiernos y sociedades que favorecen soluciones burocráticas o trilladas.

El informe de la Unesco aborda también la aparición de nuevos temas para los cuales habrá algunas comunidades sociológicas mejor preparadas, más alertas o más capaces de incorporar perspectivas novedosas, lo cual se relaciona con el intercambio de información, la creación de redes y el diálogo entre científicos sociales de diferentes países, centros académicos y disciplinas, no siempre logrado y muchas veces obstaculizado por factores diversos.

Esa producción sociológica mundial, atravesada por contradicciones y dificultades, encuentra un parangón en el ejercicio de las disciplinas considerado en su dimensión nacional. Las brechas que separan formas y condiciones de ejercicio de las disciplinas en el mundo se repiten entre regiones y estados de la república en nuestro propio país. A pesar de la expansión y de la notable mejora en la calidad de los trabajos, estos provienen en su mayoría de unos cuantos centros académicos importantes, muchos de ellos situados en la ciudad de México y en algunas otras metrópolis, como Guadalajara, Monterrey y Veracruz. Las diferencias regionales en el desarrollo científico y tecnológico que han sido ya advertidas en estudios sobre el tema18 se manifiestan igualmente en las diversas etapas de la formación, investigación y difusión de las ciencias sociales. Dicho de manera cruda: no es igual hacer ciencia social en El Colegio de México que en la Universidad Autónoma de Guerrero; en la UNAM que en las universidades de Chiapas o Tabasco. Si bien en cualquiera de los centros mencionados puede haber académicos capaces de hacer investigación de primer nivel, en El Colegio de México o en la UNAM pudiera haber condiciones más favorables de infraestructura, de grupos de investigadores calificados, de acceso a fuentes documentales, de apoyos institucionales y de posibilidades de publicación. Ciertamente, hay en el país un amplio cuerpo de sólidos académicos de ciencias sociales, pero de acuerdo con las estadísticas elaboradas por el Foro Consultivo Científico y Tecnológico con base en datos de Conacyt, no están distribuidos de manera homogénea: hay 12 estados de la república que no cuentan con más de 20 investigadores en ciencias sociales reconocidos por el SNI19 y otros 10 que solo tienen entre 21 y 40 investigadores (Foro Consultivo, 2009). Estos datos contrastan con los más de mil investigadores en el área que hay en el Distrito Federal y que explican, así sea parcialmente, las diferencias no solo de la producción escrita, sino de la atención prestada a problemas locales y regionales. La carencia de revistas de calidad, bibliotecas bien surtidas y financiamiento a las necesidades particulares de la investigación en ciencias sociales obstaculizan el avance de las disciplinas en distintas regiones del país. Adicionalmente, Krotz (2009) ha señalado una tendencia institucional a privilegiar la docencia sobre la investigación.

De igual manera, pese a que algunos académicos destacados de las ciencias sociales han ascendido a puestos gubernamentales de primera línea20 y a espacios mediáticos importantes, donde su opinión es escuchada y consultada con regularidad, subsiste una resistencia institucional a incorporar el punto de vista de nuestras disciplinas como una guía para la solución de problemas sociales. El empleo de sociólogos, politólogos y antropólogos como encuestadores, recolectores de información o asistentes de legisladores es sustituido muy lentamente por su incorporación a proyectos en donde su preparación es tomada en cuenta y aplicada a los procesos de toma de decisiones. Al igual que sucede a nivel internacional, las ciencias sociales deben aún romper innumerables resistencias, vencer la tendencia al empleo de ingenieros, abogados y administradores de empresas en las agencias gubernamentales y lograr que el resultado de sus investigaciones sea aprovechado a tiempo y reconocido por la sociedad.

Desde luego, existe la posibilidad de que la ciencia aplicada entre en contradicción con la ciencia social crítica. Hay, sin duda, un compromiso de la ciencia social con la verdad y con la sociedad deseada, que se expresa a través de una mirada y que no pocas veces, señala la responsabilidad del poder público y desconfía de las autoridades gubernamentales. Esto crea una paradoja entre el interés de las ciencias sociales en reclamar como suyo el estudio de la sociedad (desde el ángulo particular de cada disciplina), por un lado, y su renuencia a entregarle a esa sociedad los productos de su trabajo, por el mal uso que de ellos se pueda hacer. El sociólogo que acepta trabajar para el poder se expone al señalamiento de sus colegas, sin importar el carácter de sus aportaciones ni la forma en que se ponen en práctica. No se trata, en este artículo, de denostar a ninguna de las dos posiciones sino de señalar la tensión que esa contradicción produce y las dificultades de un diálogo que con frecuencia ha sido señalado como difícil, fragmentado y poco productivo.

Al mismo tiempo, y esto lo apunta también el informe de la Unesco, las propias comunidades académicas tienen problemas internos que en ocasiones retardan la producción de conocimiento o colaboran a una deficiente formación. En el caso mexicano algunos de ellos, señalados por diferentes autores, son: la improvisación de profesores e investigadores, cuestión que caracterizó a la etapa de arranque de muchas carreras de ciencias sociales entre 1970 y 1980; su insuficiencia numérica, que obliga a grandes cargas académicas y poco tiempo para la investigación y para la formación del propio profesor; la persistencia de la ideología en lugar del análisis objetivo; la dificultad de cruzar fronteras disciplinarias; la timidez para la elaboración teórica, y la precipitación para publicar, muchas veces producida por la urgencia de obtener el puntaje requerido en la evaluación correspondiente, que deriva en trabajos mal estructurados o con información incompleta (Contreras, 2012; Zabludovsky, 2012; Krotz, 2009; Hualde, 2012). El descuido se extiende también a las propias revistas (Contreras, 2012), que con frecuencia son laxas en sus criterios editoriales y ni siquiera integran las sugerencias de quienes evalúan los trabajos publicados.

En fecha más reciente, el analfabetismo informático ha puesto en desventaja a muchos profesores frente a alumnos que se mueven a sus anchas en internet y recurren a programas computacionales para fortalecer sus propios trabajos. Los profesores harán bien en fortalecer esa nueva habilidad, que abre puertas a la internacionalización y al conocimiento compartido. El uso de las nuevas tecnologías, como se dijo antes, tiene un efecto importante en la enseñanza y la investigación, pero, aún más importante, en la formación de redes que permiten el intercambio de información, la discusión entre colegas, la actualización de lecturas y la posibilidad de una ciencia social que responda oportunamente a la multitud de nuevos temas que reclaman su atención y que sea simultáneamente más diversa en sus planteamientos y preocupaciones y más unificada a través de la interacción intelectual de una comunidad sociológica que trascienda fronteras nacionales. La unificación, sin embargo, comienza por casa. El esfuerzo debería orientarse hacia la homogeneización de las condiciones que faciliten la enseñanza y la investigación en ciencias sociales y fortalezcan la calidad de una y otra.

En un país marcado por profundas desigualdades -no solamente en ingreso, sino en reconocimiento de derechos, acceso a la educación, impartición de justicia y utilización de recursos básicos-, la investigación social y la formación de especialistas se vuelve un asunto de primera necesidad. Otras cuestiones, tales como la extensa frontera con Estados Unidos, el cambio climático, las redes del narcotráfico y el crimen organizado o la transformación en las relaciones familiares, demandan permanente atención y trabajo interdisciplinario. Por ello, el esfuerzo, como ya se ha dicho, debe provenir tanto de quienes tienen la capacidad institucional de asignar presupuestos, otorgar financiamientos y proveer de infraestructura a las instituciones donde se hace ciencia social, como de quienes la ejercemos y reconocemos la necesidad de corregir errores y ampliar perspectivas. Los tiempos demandan que estudiantes, profesores, investigadores y profesionistas de las ciencias sociales incorporen la diversidad de temas, enfoques y nueva información que provienen de una multitud de fuentes, en un diálogo propositivo que proporcione la necesaria visión crítica de los problemas sociales, que proponga soluciones viables que puedan ser transformadas en políticas públicas y que elabore nuevo conocimiento basado en el análisis objetivo de una sociedad en cambio permanente.

Sirva este recorrido para culminar el ejercicio de conmemoración del 20 aniversario de la revista POLIS, escaparate de las ciencias sociales.

 

Bibliografía

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NOTAS

1 Al parecer, la iniciativa fue de Rodolfo Stavenhagen, quien solicitó a Claudio Stern, de El Colegio de México, un primer diseño de la organización (comentario del propio Rodolfo Stavenhagen en el III Congreso Nacional de Ciencias Sociales, ciudad de México, febrero de 2012).

2 Al primer comité directivo, formado por casi todos los mencionados, se añadieron los doctores Pablo González Casanova, Víctor Urquidi y Raúl Benítez Zenteno a título personal. Víctor Manuel Durand fue designado secretario ejecutivo de la asociación. Véase Comecso (1978).

3 En 1967, en Bogotá. Por México participaron Rodolfo Stavenhagen y Víctor Urquidi en el primer Comité Directivo. Véase la página web de Clacso: <http://www.clacso.org.ar> [consulta: octubre de 2012].

4 Enrique Florescano, "Palabras pronunciadas el 28 de enero de 1977 con motivo de la creación del Consejo Mexicano de Ciencias Sociales, A.C.", en Comecso, 1978, p. 6.

5 A los que se añadían 17 374 de Economía y casi 25 000 de Administración de Empresas.

6 La Escuela Nacional de Antropología e Historia otorgó los grados de la primera maestría impartida por El Colegio de México, a partir de 1945 (Lida, 2000)

7 En 1969, durante el periodo de Enrique González Pedrero como director.

8 Los de Silvia Rivera Echenique, Hugo Freemantle, Nora María Bonilla, María Elena Zajia y Xavier Gamboa Villafranca en maestría, y de Arnaldo Córdova, Abraham Rochelli, César Chomski Carlos Sirvent e Hildegard Knoderer en doctorado (Archivo del Posgrado de la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales).

9 Durante el periodo de Ricardo Pozas y Manuel Perló como secretarios ejecutivos. Véase Pozas (1990) para una breve historia de los primeros años del Comecso.

10 Los grupos fueron: Desarrollo Regional, fundado un poco antes que los demás; Iglesia, Estado y Grupos Laicos; Empresarios y Empresas, y Procesos Electorales. Funcionaron como grupos impulsados por Comecso hasta 1992. Algunos se reorganizaron para constituir redes autónomas; tal es el caso de la Sociedad Mexicana de Estudios Electorales, activa hasta la fecha.

11 Actualmente un grupo de investigadores, con el respaldo institucional del Comecso y el apoyo del Conacyt y del Foro Consultivo Científico y Tecnológico, trabajamos en un nuevo levantamiento de datos que proporcione información más precisa sobre las ciencias sociales en el país y, entre otras cosas, evite la distorsión que introducen el Derecho y la Contaduría.

12 En ese periodo, Acceciso, creada como asociación civil para insertarse en el programa de acreditación fomentado por la Subsecretaría de Educación Superior, también ha profesionalizado sus procedimientos, revisado sus criterios y aumentado sus niveles de exigencia. Cuenta con un padrón de más de 100 evaluadores y con un equipo de analistas egresados de las ciencias sociales. Véase Acceciso, página web: <http://www.acceciso.org.mx/esp/index.php> [consulta: octubre de 2012].

13 Los Comités Interinstitucionales para la Evaluación de la Educación Superior (CIEES), convocados por la Subsecretaría de Educación Superior a partir de 1991.

14 Conacyt. Programa Nacional de Posgrados de Calidad (fecha de actualización: junio de 2012). Disponible en: <http://www.conacyt.gob.mx/Becas/Calidad/Documents/Listado_ PNPC_2012.pdf> [consulta: septiembre 4 de 2012].

15 Esta última referida a la dedicación a un solo empleo, a diferencia de generaciones anteriores que, al menos en la década de la expansión escolar, tenían dos y hasta tres adscripciones institucionales.

16 No es posible documentar con títulos y autores esta afirmación que comparten muchos colegas. Está fundada en mi propia experiencia como sinodal y lectora de numerosas tesis, no solamente en el Posgrado de Ciencias Políticas y Sociales, sino también en el de Economía (UNAM), el de Desarrollo Científico y Tecnológico (Centro de Investigación y de Estudios Avanzados del Instituto Politécnico Nacional), el de Desarrollo Regional (Colegio de Sonora), así como en la evaluación de varios concursos, entre los que destaca el de tesis doctorales (2008-2009) de la Academia de la Investigación Científica, en el que participan graduados de todo el país.

17 La lista de temas está entresacada de un intento de sistematización de las ponencias presentadas en el III Congreso de Ciencias Sociales, celebrado en la ciudad de México en febrero de 2012. Algunos de los conceptos explicativos más frecuentes son sociedad civil, ciudadanía, identidad, políticas públicas, gobernabilidad, riesgo, discurso, globalización, democracia y espacio público (Comecso, 2012).

18 Véanse, por ejemplo, las diversas publicaciones del Foro Consultivo Científico y Tecnológico en:<http://www.foroconsultivo.org.mx/home>.

19 Baja California Sur, Coahuila, Nayarit, Durango, Tamaulipas, Aguascalientes, Guerrero, Oaxaca, Tabasco, Campeche, Yucatán, Quintana Roo.

20 Tan solo en el sexenio 2006-2012 hay que mencionar, entre los más destacados, a Alonso Lujambio (politólogo del itam), quien fue secretario de Educación; Rodolfo Tuirán (demógrafo por el Colmex), subsecretario de Educación Superior; Leonardo Valdés (politólogo de la UAM), presidente del Instituto Federal Electoral (IFE); Marcelo Ebrard (internacionalista por el Colmex), jefe de Gobierno del Distrito Federal; Patricia Espinosa (internacionalista por el Colmex), secretaria de Relaciones Exteriores; Jacqueline Peschard (politóloga por la UNAM y El Colegio de Michoacán), comisionada presidenta del Instituto Federal de Acceso a la Información Pública y Protección de Datos y, en otros momentos, a José Woldenberg (sociólogo egresado de la UNAM), presidente del IFE; Gerardo Estrada (sociólogo por la UNAM), director del Instituto Nacional de Bellas Artes, y Andrés Manuel López Obrador (politólogo por la UNAM), jefe de Gobierno del Distrito Federal y dos veces candidato a la Presidencia de la República.

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