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Polis

versão On-line ISSN 2594-0686versão impressa ISSN 1870-2333

Polis vol.6 no.1 México Jan./Jun. 2010

 

Reseñas

 

La democracia y los partidos políticos

 

Jaime Ortega Reyna*

 

Moisei Ostrogorski, Madrid, Trotta, 2008, 142 pp.

 

* Licenciado en Ciencia Política por la Universidad Autónoma Metropolitana, Unidad Iztapalapa. Maestrante en Estudios Latinoamericanos por la Universidad Nacional Autónoma de México. Correo: <jaime_ortega83@hotmail.com>.

 

El destino de la obra de Moisei Ostrogorski es quizá uno de los más paradójicos en el desarrollo de la sociología y la ciencia política, pues su idea-fuerza ha permeado de alguna forma a las disciplinas centradas en el estudio de lo político por más de un siglo, sin que este texto haya sido traducido más que a unos cuantos idiomas. Por eso, la edición en español publicada en 2008 resulta muy conveniente no sólo para el desarrollo de la disciplina y de la investigación científica, sino, además, en contextos como el mexicano, donde hay una intensa discusión en torno al papel de los partidos políticos, su significado, su naturaleza y su conveniencia. Una obra polémica acerca de los partidos políticos tiene un interés especial ahí donde existe controversia alrededor de los propios partidos.

El siglo XX fue, sin duda, el de los partidos políticos; no es casual que en la segunda mitad de esa centuria surgieran, entre otros, teóricos de la talla de Maurice Duverger o Giovanni Sartori, quienes han sentado las bases de los desarrollos de la normalización disciplinaria del estudio de lo político, o sea, su profesionalización. Sin embargo, a principios de ese mismo siglo -en medio de una inmensa confrontación política- otros tantos autores sentaron las bases para el desarrollo de la disciplina, quizá sin saberlo. Robert Michels o Max Weber son dos ejemplos conocidos. Contamos con numerosas traducciones al español de las obras de estos teóricos; además, las rutas de investigación que iniciaron se desarrollan aún de manera importante, existe toda una tradición intelectual que abreva de éstos y de otros clásicos. En síntesis, su presencia es palpable en temas y trabajos de investigación, en la elaboración de conceptos, e incluso en planes y programas de estudio.

Sin embargo, con Ostrogorski ocurre algo diferente. Aunque su idea sobre la paradoja democrática -que se refiere a la forma en que la democracia está ausente en los principales sujetos de ella: los partidos políticos- se ha reproducido hasta llegar a nuestros días, él no cuenta con la fama de otros teóricos ni nosotros con cuantiosas ediciones de sus textos, como ocurre con otros autores.

 

¿Quién fue Ostrogorski?

Moisei Ostrogorski nació en 1854 en Bielorrusia. Estudió derecho en la Universidad de San Petersburgo; de ahí pasó a formar parte del personal del Ministerio de Justicia del Imperio zarista. Más tarde viajó a París para estudiar en la Escuela Libre de Ciencias Políticas, donde se graduó con un trabajo referente a los orígenes del sufragio universal. Después viajó a Inglaterra y Estados Unidos para observar sus respectivos sistemas políticos; esos elementos, están presentes en su obra con fines comparativos.

Después de la Revolución de 1905 volvió a Rusia y fue elegido para la primera Duma en 1906, como miembro del Partido Constitucional Democrático; esta experiencia también se percibe en su obra. Abandonó la vida pública cuando este órgano legislativo fue disuelto por el zar Nicolás II. Poco se sabe sobre él después de esa etapa. Aunque Rusia vivió una serie de convulsiones políticas y sociales que marcaron el destino del mundo entero, Ostrogorski, al parecer, guardó silencio.

Acerca de la fecha de su muerte no hay acuerdo: algunos dicen que ocurrió en 1919; otros, que en 1921, en la ciudad que ya para entonces llevaba el nombre de Leningrado. Nada se sabe de la actitud que mantuvo el autor frente a la Revolución de 1917 encabezada por Lenin y Trotsky.

 

La democracia y los partidos políticos

La democracia y los partidos políticos se publicó en dos volúmenes en 1902 en las ciudades de Nueva York y Londres bajo el sello editorial de Macmillan. En 1903 se editó en francés por la editorial Calmann-Levy, misma casa que publicó la segunda edición en 1912. Tendrían que pasar más de 60 años para que hubiera una reedición del texto: en 1979 apareció una versión en París. Casi 15 años después, en 1993, de nuevo en París se realizaría otra impresión de la obra, esta vez a cargo de la editorial Fayard. En 1997 se dio a conocer en catalán, en Barcelona, traducción y edición que corrió a cargo de Jordi Galí. En español no contamos con ninguna edición completa de este escrito; a lo más que se ha llegado es al libro que reseñamos en estas páginas y se trata de la conclusión agregada a la edición de 1912. Por la importancia de la 144 propia obra y del autor vale la pena detenerse en este breve texto, con presentación de Antonio Lastra y traducción de él y de Andrés Alonso Martos. Sin duda, representa un buen inicio para releer a uno de los pensadores más importantes de principios del siglo XX.

Ostrogorski desarrolló su reflexión en un contexto democrático precario -Rusia a inicios de la pasada centuria-, por ello no deja de sorprender la similitud que por momentos se observa entre su discurso y nuestro presente. Quizá, entonces, sea obligado preguntarnos: ¿puede decirnos algo un texto escrito hace más de un siglo? Probablemente por la forma en que está presentado -con constantes referencias a datos históricos y hechos muy concretos- nos resulte ajeno a primera vista, pero sí nos dice algo sustancial acerca de los problemas candentes de nuestro presente y de nuestra cotidianidad. Tenemos que realizar, entonces, una lectura desde nuestro tiempo. En ese sentido, no deja de llamar la atención que casi al inicio de su trabajo, Ostrogorski nos advierte: "Un sistema electoral muy desarrollado no es sino un homenaje puramente formal a la democracia" (p. 26).

 

La paradoja de la democracia y una solución radical

La tesis de Ostrogorski, lo comentamos al inicio de esta reseña, es la que señala la paradoja democrática; pues bien, se trata de una misma cuestión: de qué manera un andamiaje institucional que repercute no sólo en el Estado sino al interior de las asociaciones llamadas partidos políticos, cuyo centro es la promoción de un método democrático, en realidad nos conduce al homenaje puramente formal, que más tarde que temprano termina siendo contraproducente, o sea, profundamente antidemocrático. Los encargados de llevar a buen término la democracia son, ellos mismos, profundamente antidemocráticos.

Al observar los problemas de la democracia, el autor pone el centro en el individuo y la manera en que nace un conflicto con respecto a la relación de éste con las asociaciones. Surgen, dice, problemas muy particulares, pues el individuo, que en un principio tenía que elegir a los dirigentes de un gobierno, lo cual es complicado de por sí, con la introducción de mecanismos de elección en los partidos tenía que hacer también su parte en la elección de los líderes de estas organizaciones. Para Ostrogorski, este método no apela a ningún tipo de consideración de la razón, de la inteligencia, sino que sucumbe ante los llamados a los sentimientos. La inteligencia no tiene lugar en este caso, pues de lo que se trata es de lograr adhesiones al por mayor: "El sistema de partidos, revestido de las formas de elección popular y asociación, aparecía como un estallido deslumbrante de principios democráticos" (p. 33), cuando lo que ocurría era lo contrario: no prevalecía una razón democrática, sino el uso de los sentimientos para ganar adhesiones. La sin-razón era revestida de procedimientos democráticos de elección. Sucede entonces que, ante la cada vez mayor necesidad de elegir -gobernantes, parlamentarios y ahora también líderes- se forman ciudadanos pasivos, donde: "Democratizado sólo en apariencia, el sistema de partidos reduce las relaciones políticas a un conformismo meramente exterior" (p. 35).

Para Ostrogorski se trata de un engaño que pretendería hacer creer que ante el aumento de derechos de elección -además está la iniciativa popular o el referéndum-, en realidad lo que se quiere ocultar es que al final de todo el formalismo democrático -el interno en los partidos y el externo en el sistema de partidos- se tiene una pequeña camarilla de políticos profesionales que toman las decisiones importantes: "A los tipos de vileza que ha producido el género humano, de Caín a Tartufo, el siglo de la democracia ha añadido uno nuevo: el político" (p. 47). El partido es la escuela perfecta para educar a estos nuevos políticos bajo el mandato del servilismo y la mediocridad. El problema que el autor observa con respecto a los políticos no es que éstos existan, pues no aboga por su desaparición; por el contrario, reconoce que son necesarios en tanto auxiliares para la organización, pero no como parte fundamental.

Así pues, ¿cuál es el aspecto que quiere llamar la atención? Se trata de la existencia contemporánea de los partidos: "que los ciudadanos escojan un partido, que se sometan para siempre a él, dándole un cheque en blanco y ¡ya se encargará el partido de darle el impulso requerido!" (p. 38); el problema, entonces, es la forma que estas organizaciones adoptan en la modernidad. Los partidos, nos dice, no elevan el nivel cultural, no dan formación política real; al contrario, enseñan el servilismo y la mediocridad, crean ciudadanos pasivos. Por tanto, en el partido "todas las lecciones que recibe el ciudadanos son lecciones de cobardía, la primera, que enseña que no hay salvación para un ciudadano fuera de un partido" (p. 49).

La clara reprobación de Ostrogorski a la forma organizativa de los partidos políticos se empalma con la que unos años más tarde Robert 146 Michels expondrá en su trabajo acerca de la socialdemocracia alemana. Para el bielorruso, cuando la organización partidaria se vuelve un fin en sí mismo -y no un medio- pierden sentido los principios, las convicciones, los programas e incluso la moral tanto pública como privada. En pocas palabras: el partido es el germen de la corrupción.

¿Qué salida propuso este intelectual en 1912, o sea, hace casi un siglo? Señaló que un paso necesario y casi obligado para restablecer el orden democrático más allá de las fachadas no es la extinción o prohibición de los partidos, sino su relativización. Que los partidos dejen de ser estructuras rígidas y burocráticas. Que dejen de ser un fin en sí mismos. Recordemos que en la época en que Ostrogorski escribió sus reflexiones no existían las grandes alianzas entre partidos y medios de comunicación, ni tampoco el financiamiento público desorbitado que hoy día constituyen una realidad desastrosa para los propios partidos, para sus fines y, sobre todo, para su relación con la ciudadanía.

Se propone, entonces, la solución radical y novedosa. Ostrogorski dice: "¿No consiste en eliminar en la práctica la costumbre de los partidos rígidos, de los partidos permanentes que tengan por fin el poder, y restituir y reservar para el partido su carácter esencial de agrupamiento de ciudadanos, formado especialmente para una reivindicación política determinada?" (p. 67). Para él, ésta es la salida a la creciente burocracia, a la tiranía del partido sobre el ciudadano, a la existencia de acuerdos falsos que sólo se cimientan en la búsqueda irracional del poder. Este tipo de organización centraría su actividad en la resolución de problemas reales. Ya no se trataría, entonces, de establecer un sistema de partidos donde la estructura organizativa tenga el fin de preservarse a sí misma, sino, precisamente, de ir más allá y plantearse la no necesaria permanencia de los partidos políticos.

El partido con vida temporal, que depende de metas muy específicas, tendería a desaparecer cuando lograra su cometido; así, el ciudadano podría contar con una militancia múltiple, según los problemas que más le afecten, y actuar en los que desee resolver. La militancia múltiple en partidos temporales contribuiría a eliminar a los actores políticos; esto es, a las figuras públicas que hablan de todos los temas del bien común, sin tener por fuerza conocimiento de ellos ni representar a la totalidad de opiniones del propio partido. De esta forma, el ciudadano tendría la posibilidad de enterarse e informarse de los problemas y sus posibles soluciones para hacerles frente con su militancia en el partido temporal. Mientras que para Michels decir partido es decir oligarquía, para Ostrogorski existe la posibilidad de que la organización partidaria no sea oligárquica, lo cual se daría mediante la reglamentación de su temporalidad, cuyo fundamento sería el cambio de la naturaleza del partido y su relación con el poder político. El autor bielorruso da preferencia a la resolución de problemas puntuales antes que a la aspiración de acceso al poder.

Esta idea acerca del papel de los partidos es sumamente interesante en sociedades complejas como las nuestras, donde las identidades e identificaciones políticas e ideológicas no son absolutas. La posibilidad de que existan partidos temporales, agrupados en torno a demandas particulares, puede ayudar a una diversidad ideológica que hoy no tenemos. No todos los ciudadanos que se identifican con el espectro ideológico de izquierda o con el de derecha actúan igual ante los mismos conflictos. Temas tan complicados como el aborto confrontan a un solo espectro ideológico -entre la derecha católica y la derecha laica-; con esta forma particular de organización, los partidos permitirían que el ciudadano expresara sus múltiples identidades e identificaciones ideológicas sin estar subordinado a una estructura burocrática sobre la que no tiene poder de decisión. Entonces, las identidades de género, de religión, de clase, de etnia, se pueden expresar libremente, según el problema específico que trate una organización en particular. La propuesta de Ostrogorski no elimina la posibilidad de una identificación ideológica, sino que la vuelve más amplia.

No podemos obviar que en México, en particular en estos tiempos, es indispensable una crítica propositiva al papel que desempeñan los partidos políticos. Resulta sorprendente que en un texto de 1912 encontremos una posible opción a este tema o, al menos, una contribución para formularla. Quizá éste sea el mejor pretexto para insistir en la necesidad de editar en español la obra completa de Ostrogorski: su indudable actualidad como crítica política.

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