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Polis

versión On-line ISSN 2594-0686versión impresa ISSN 1870-2333

Polis vol.6 no.1 México ene./jun. 2010

 

Artículos

 

Los medios de información colectivos y la reproducción de la memoria social

 

Mass media and the social memory reproduction

 

Javier Esteinou Madrid*

 

* Investigador titular del Departamento de Educación y Comunicación de la Universidad Autónoma Metropolitana-Xochimilco. Correo electrónico: <jesteinou@gmail.com>.

 

Artículo recibido el 22 de julio de 2009
Aceptado el 12 de febrero de 2010

 

Resumen

Mediante las grandes capacidades tecnológicas y de posicionamiento social que conquistaron históricamente los medios de difusión colectivos, éstos se convirtieron en las principales instituciones cotidianas de construcción de la memoria social. A través de su intensa labor de creación de sentidos y subjetividades, cada vez más sustituyen la memoria histórica larga y profunda por la memoria mediática rápida, corta, efímera y superficial, en particular en las urbes. Con ello, transforman la memoria social colectiva y producen de forma cotidiana el olvido comunitario, lo cual contribuye a la reproducción de las estructuras de poder preexistentes.

Palabras clave: memoria colectiva, mediación, olvido social, medios de información, espacio público.

 

Abstract

Through the greater technological capabilities and social positioning which collective mass media have historically conquered they have become the main daily institutions of social memory formation. Through its intense sense and subjectivity creation labor they have substituted the long and deep historical memory with the quick media memory, particularly in the urban setting. Thus, they transform the collective social memory and produce a day by day communitarian oblivion that contributes to the pre-existing power structures reproduction.

Key words: collective memory, mediation, social oblivion, mass media, public space.

 

La centralidad de la comunicación masiva

Debido a las nuevas capacidades tecnológico-materiales que durante el siglo XX y principios del siglo XXI adquirieron los medios de información colectivos, en particular los electrónicos, y a las transformaciones urbano-políticas que se dieron en el país, aquéllos aumentaron de manera sustantiva su eficacia de transmisión informativa y de persuasión extensa sobre los auditorios, y se convirtieron en el centro del poder ideológico y político contemporáneo de nuestra nación. Así pues, de haber sido instrumentos de difusión relevantes en 1960, de transformarse en instituciones importantes de socialización en 1970 y de convertirse en el cuarto poder político a partir de 1980, como corresponsables del poder, a principios del 2000 se transformaron en el vértice del poder actual. Es decir, ya no son sólo simples instituciones importantes de información o el cuarto poder, sino que ahora se han convertido en el primer poder ideológico1 que existe en nuestra sociedad.

Este corrimiento de posiciones hegemónicas en el proceso de transformación de la esfera comunicativa ocasionado por la revolución tecnológica de la sociedad, no se dio de igual forma en todos los medios de información colectivos, sino que se gestó con gradualidades institucionales; pues los menos desarrollados tecnológicamente, como la prensa, continuaron operando como el cuarto poder; mientras que los más avanzados tecnológicamente, como la radio y la televisión, se colocaron estructuralmente como el primer poder ideológico contemporáneo en nuestro país. Así, a principios del nuevo milenio, la prensa permanece como un espacio con menor cobertura pero con mayor pluralidad, donde se discuten las ideas y se informa de manera más crítica a la sociedad, mientras que los medios electrónicos de comunicación gozan de una mayor cobertura, a través de la cual todos los días se dirige y reordena ideológicamente al conjunto social.

De esta forma, los tiempos de los medios electrónicos como el cuarto poder en el México del siglo XX concluyeron ya; ahora, en el siglo XXI ha surgido la época de las industrias electrónicas como primer poder ideológico con sus respectivas consecuencias políticas, sociales, culturales, energéticas y espirituales.

Esta ubicación histórica nueva de los medios electrónicos de información en la jerarquía de fuerzas que dirigen a la sociedad contemporánea, no la conquistaron por voluntarismos, caprichos, situaciones casuales o juegos de retórica del poder establecido, sino se debió a las profundas transformaciones estructurales materiales que sufrieron de forma silenciosa como mediadores tecnológicos2 en la fase de la modernidad, así como por los factores extracomunicativos complementarios que surgieron en el ámbito mental cotidiano en el contexto histórico de nuestra sociedad actual.

Las grandes transformaciones que se dieron en las últimas décadas al interior del esqueleto de nuestra sociedad fueron nueve: la gran revolución de la infraestructura tecnológica de los canales de comunicación; la modificación de realidades extracomunicativas en el seno de nuestras comunidades; el enorme poder tecnológico-cultural que los medios conquistaron sobre la sociedad; la organización de éstos en sectores empresariales eficientes; la existencia de una normatividad débil y anacrónica en el terreno comunicativo; el debilitamiento de la posición rectora del Estado en materia de comunicación; la fragilidad creciente del proyecto cultural nacional de la sociedad mexicana; la desintegración familiar, y, finalmente, la capacidad creciente de los medios para conquistar el tiempo libre y los imaginarios de la sociedad.

Este cambio estructural histórico, que se dio en especial durante la segunda mitad del siglo XX y principios del XXI, modificó la tradicional correlación de fuerzas culturales existentes y creó una nueva sociedad altamente mediatizada, mediante la cual se transformó de forma sustancial el Estado y el resto del sistema social contemporáneo en los inicios del tercer milenio.

 

Medios de información colectivos y mediación social

Mediante el reforzamiento histórico de estos procesos tecnológicos y urbano-sociales, los medios de difusión colectivos en México maduraron al grado de convertirse en los principales intermediarios técnicos de las relaciones sociales contemporáneas. De esta manera, se posicionaron como las instituciones contemporáneas más importantes para la generación de "la comunicación pública [que] les provee a los miembros de la comunidad de relatos (orales, escritos, mediante imágenes) en los que se propone una interpretación del entorno (material, social, ideal) y de lo que en él acontece" (Martín Serrano, 2004: 40).

Estas mediaciones proponen representaciones del tiempo, el espacio y de lo que acontece; logran que nuestra conciencia se historice, es decir, que encuadre el conocimiento de la realidad en modelos históricamente determinados. Tales modelos mediadores intervienen para dar un sentido a las experiencias concretas que van a ser incorporadas a nuestra visión del mundo, pero también participan en el nivel de las operaciones mentales generales con las que se emplean esas experiencias. De esta forma, surgió la comunicación pública, que es una de las actividades colectivas destinadas a proveer de la información necesaria para la reproducción de la comunidad (Martín Serrano, 2004: 56).

Las organizaciones estatales y privadas a las cuales se les encomienda la producción de la comunicación pública son instituciones sociales mediadoras que tienen la misión de establecer una afectación entre lo que cambia en el entorno y lo que se transforma en la conciencia de las personas. Comparten esta función social con otras instituciones socializadoras, tales como la Iglesia, la escuela, la familia, etcétera (Martín Serrano, 2004: 141).

Sin embargo, aunque la comunicación pública también es de forma eventual cauce informativo para los intercambios familiares, es un modo social de comunicación que ya se ha desprendido de la organización del parentesco y se diferencia porque requiere de sus propias instituciones o, si se prefiere, porque se apoya en una organización distinta (Martín Serrano, 2004: 88). Así, el tratamiento diferenciado de la información que afecta a la comunidad en su conjunto -y como un conjunto-, supone la correspondiente especialización en funciones diferenciadas en el seno de la sociedad. A partir de esa especialización, la información pública llega a organizarse institucionalmente y se reconoce como legítimo un modo sistemático de adquirir, procesar y distribuir las noticias que conciernen a los intereses colectivos. Surge un sistema de comunicación pública institucional, identificable porque poseerá unos rasgos distintivos, más o menos formalizados, según la complejidad que alcance el uso de la información en la colectividad (Martín Serrano, 2004: 89-90).

En este sentido, desde la perspectiva de la influencia cognitiva, la comunicación pública es una de las actividades que interviene de manera significativa en la socialización de las personas. La socialización que produce la comunicación pública se da a través de las narraciones que produce y difunde ésta, y pone en relación los sucesos que ocurren con los fines y las creencias en cuya preservación están interesados determinados grupos sociales (Martín Serrano, 2004: 40).

De ahí, por una parte, el peso tan central que hoy día han alcanzado las industrias culturales, en particular electrónicas, en el proceso de construcción psíquico, cultural y social del ser humano contemporáneo, sobre todo en las mega urbes, y por otra, el lugar estructural tan estratégico que han conquistado en los procesos cotidianos de reproducción económica, 74 política, cultural y espiritual de las comunidades humanas.

 

La transformación del espacio público

Con la conquista de sus nuevas propiedades y fenómenos socio-tecno-lógico-político materiales, los medios electrónicos de información se transformaron en las extensiones del hombre y de las instituciones, y en consecuencia, construyeron una nueva zona de acción social: el espacio virtual. En este sentido, la emergencia de los medios de comunicación y de las nuevas tecnologías de información en México no sólo representó la maduración del modelo de la sociedad de la información y la radical transformación de las superestructuras culturales de nuestras comunidades; sino que el fenómeno más relevante que produjo, básicamente, fue la expansión intensiva de la dimensión ideológica de la sociedad mexicana a una esfera más amplia y versátil. Esto es, en términos generales, con la presencia de los canales de difusión la sociedad mexicana en su conjunto sufrió una gran dilatación cultural, desde el momento en que las instituciones, los grupos o los individuos pudieron extender a distancia la realización de sus tareas o funciones específicas tradicionales mediante el empleo de las tecnologías de información y comunicación.3

De esta manera, el espacio público -comprendido como el territorio libre, abierto y autónomo donde participan los individuos, los grupos y las instituciones de acuerdo con sus intereses y necesidades, para discutir y actuar sobre la materia pública—, se transformó de forma sustancial con la existencia de los medios de información, lo que originó nuevas esferas públicas, según fueron las características y el impacto social que produjo cada nueva tecnología de comunicación que emergió en nuestro territorio. En este espacio público se dan acciones privadas y acciones públicas. Las acciones privadas responden a intereses particulares, la mayor de las veces mercantiles y no están abiertas a la participación de todos los sectores, sino sólo a los que encajan con la lógica del mercado. Las acciones públicas son colectivas y están abiertas a todos los sectores para discutir las realidades y problemas de conjunto. En este sentido, la revolución tecnológica de los medios de información los convirtió en las herramientas básicas para construir lo público y actuar sobre la cosa pública,4 con características mediáticas de un fuerte sello privado y comercial.

De esta forma, con la introducción de las innovaciones tecnológico-comunicativas, se generaron nuevos espacios colectivos, públicos y privados, dedicados a la realización de la economía, la política, la gobernabilidad, los servicios, la educación, la religión, la salud, el comercio, la cultura, el entretenimiento, los deportes, la fantasía, el amor, el ocio, la sexualidad, la imaginación, etcétera. La sociedad mexicana entró entonces en la fase de producir nuevos procesos culturales de consecuencias sociales amplificadas e insospechadas.

Por ello, la presencia de los medios de comunicación transformó, a corto plazo, el esqueleto ideológico de la sociedad en su conjunto y, a largo plazo, el del Estado mexicano.5 Dicho espacio se convirtió en una nueva franja de interacción social donde se produjeron fenómenos de ampliación y extensión de las personas, los grupos, las instituciones y del Estado, lo que dio origen a la sociedad extensa virtual, es decir, a la sociedad que se prolonga mediante el uso de las tecnologías de información, y, vía éstas, ejecuta diversas funciones colectivas, incluso de carácter orgánico, para su reproducción.

 

El surgimiento de la sociedad extensa y del Estado ampliado

En la sociedad extensa que construyen las industrias culturales electrónicas, según sean las características tecnológicas e ideológicas específicas de cada una de ellas, éstas ejercen de manera gradual diversas funciones neutras al interior de la estructura mental nacional, que se modifican de forma paulatina según el modelo de intereses económicos, políticos, sociales, culturales y espirituales con que más tarde opera en concreto cada medio de difusión en las etapas de estabilidad y crisis social. Estas funciones las ejercen en los siguientes seis niveles de acción colectiva: económico, social, político, cultural, psíquico y energético.

 

Nivel económico

Significan un poder económico creciente que tiene cada vez más un peso mayor en la generación del Producto Interno Bruto nacional (MacBride, 1980: 53-56). Contribuyen a mantener y acelerar el macro-ciclo de circulación de las mercancías mediante la práctica publicitaria que ejercen sobre los auditorios. Se vinculan y forman parte de otras ramas de la economía -como los sectores de servicios, bancario, telecomunicaciones, entretenimiento, telefonía, comercio, etcétera-, y actúan informativamente al unísono de los intereses de los grandes grupos económicos. Crean nuevos patrones de consumo que se convierten en nuevas necesidades sociales de adquisición y uso de artículos y que a largo plazo se transforman culturalmente en necesidades de vida. Forman parte central del circuito de la globalización económica internacional.

 

Nivel político

Se constituyen y operan como primer poder ideológico contemporáneo. Crean el nuevo espacio público mediático, denominado nueva plaza pública virtual, que desplaza a los espacios públicos tradicionales de su lugar hegemónico central y los recoloca en lugares secundarios o terciarios, sin que éstos desaparezcan. Tienen un papel indispensable en la formación de consensos en las sociedades contemporáneas. Se constituyen en el referente básico de la dinámica política y estatal. Edifican la opinión pública cotidiana: en las sociedades de masas sólo existe psíquicamente lo que se ve en los medios de difusión colectivos.

 

Nivel social

Representan el nuevo sistema nervioso tecnológico que cubre neurológicamente al país y al mundo. Operan como las macrointermediarias técnicas entre las relaciones simbólicas de la sociedad, con lo que se convierten en las mediadoras entre la sociedad y el poder, entre los acontecimientos y los públicos, entre los diversos segmentos que conforman la sociedad o entre el poder y la ciudadanía. Cuentan con el mayor poder cotidiano de convocatoria y movilización social masiva. Teledirigen o radiodirigen a la sociedad cada vez con mayor fuerza. Facilitan "el acceso a la diversidad de mensajes que necesitan todas las personas, grupos o naciones para conocerse y comprenderse mutuamente y para entender las condiciones, los puntos de vista y las aspiraciones de los demás" (MacBride, 1980: 37-38).

 

Nivel cultural

Son tecnologías que transforman de forma radical la forma de conocer individual y colectivamente a la realidad, pues introducen mediaciones tecnológico-culturales que modifican y reducen los tiempos y las velocidades del proceso cognoscitivo y generan una nueva relación virtual entre el mundo exterior y el psiquismo del sujeto. No crean la realidad material o física pero al retratarla o explicarla con sus mensajes producen realidades psíquicas o mentales de gran impacto comunitario. Constituyen el vínculo tecnológico material entre la realidad, los comportamientos y la imaginación simbólica de los individuos. Transmiten un enorme universo simbólico cotidiano que se convierte en culturas e imaginarios colectivos de masas. Engendran colectivamente una nueva atmósfera de conocimiento e interrelación virtual. El surgimiento y la presencia de cada nuevo medio de información colectivo, reubica los lugares culturales que ocupan los medios de difusión anteriores. Producen culturas mediáticas específicas para cada medio de información, en 78 especial para los electrónicos.

Crean y difunden grandes volúmenes de informaciones con consecuencias específicas para la sociedad. Modifican y minimizan las distancias, los tiempos, los espacios y las dinámicas de las relaciones existentes entre los individuos. Introducen la videosfera o la religión de la virtualidad que permite que se cree y acepte a priori los contenidos que difunden los medios de información, aunque la realidad específica no se constate de forma directa mediante la experiencia personal o directa que viven los receptores. Producen la telerrealidad y sus respectivos telefenómenos o radiofenómenos sociales. Generan la cultura de la videovida. Crean el espíritu ideológico de los tiempos en cada periodo histórico de evolución de la sociedad. Engendran la aldea global donde los espectadores experimentan la sensación de vivir los acontecimientos más lejanos (guerra del Golfo Pérsico en el 2000, ataque a las Torres Gemelas el 11 de septiembre del 2001, desastres de los tsunamis en Asia, muerte del papa Juan Pablo II y la elección del nuevo jerarca religioso, inundaciones en Nueva Orleans en el sur de Estados Unidos en el 2005, etcétera). Dentro de esta aldea global también generan granjas virtuales. Derriban fronteras y distancias; vinculan las culturas cercanas y las distantes: vinculan lo global con lo local y lo local con lo global.

Se constituyen en las grandes educadoras de la vida cotidiana. Colaboran para construir la conciencia nacional mediática. Conquistan una enorme capacidad de convocatoria social. Construyen la cultura, las mentalidades y la opinión pública colectiva cotidiana y de corto, mediano y largo plazos, en particular en las zonas metropolitanas. Son un espacio insustituible para la discusión de las ideas y para la creación cultural. Crean un "fondo común de conocimientos y de ideas que permiten a los individuos integrarse a la sociedad en la cual viven y fomentan la cohesión social y la percepción de los problemas indispensables para la participación en la vida pública" (MacBride, 1980: 37). Contribuyen a la socialización de las creencias, las mentalidades, los imaginarios, las convicciones, la apreciación del entorno y del mundo en que se vive para permitir la participación social. Resignifican y crean nuevos valores sociales, gustos y estilos culturales. Transmiten la herencia cultural o mental colectiva para cada nueva generación y alimentan la conciencia de las generaciones presentes. Producen y difunden información, esparcimiento, diversión, conocimientos, cultura y educación masiva a bajos costos para la sociedad.

 

Nivel psíquico

Cambian la forma de conocimiento y percepción cognitiva de los habitantes acerca de la realidad. Desplaza al homo sapiens y crea al homo videns, al video niño, al video adulto y la video sociedad con su respectivo mexicano videns. Los medios electrónicos cambian el código racional o tipográfico de los medios impresos que implica mayor consumo energético, por el código audiovisual que representa menor consumo de energía. Los canales electrónicos, en particular la televisión, atrofian la capacidad de abstracción y de entendimiento, al darse la primacía de la imagen sobre lo inteligible. La saturación de imágenes mata la fuerza de los conceptos. El modelo tradicional de uso de los medios electrónicos, sobre todo de los audiovisuales, desarrolla más el hemisferio derecho del cerebro (área de la creatividad, del placer y de las emociones) que el hemisferio izquierdo (área del pensamiento, lógica y abstracción). Esta tendencia produce una creciente pereza mental en los auditorios que lleva a pensar menos, en particular con los contenidos chatarra. Modifican la relación entre el entender y el ver: hoy cada vez más se ve sin entender. La función de los medios electrónicos reubica a los medios escritos, lo que provoca que el centro ideológico social se desplace de los medios impresos a los de difusión electrónicos.

Sustituyen la memoria histórica larga y profunda por la memoria mediática rápida, corta y superficial, sobre todo en las urbes. Edifican con enorme fuerza el presente simbólico de las colectividades. Colaboran a construir culturalmente -con un enorme peso subjetivo- la historia cotidiana de la sociedad. Contribuyen a cimentar el proceso de socialización de los sujetos. Promueven al homo ludens que se mueve por estímulos y planteamientos reactivos que envían los medios a la población. Se introducen psíquicamente como acompañantes cotidianos en casi todas las áreas de la vida mental, en particular en la población urbana. El tiempo libre en las ciudades se invierte de forma cada vez más creciente en el aparato mediático y sus derivados tecnológicos, como la Internet. A partir de la información que difunden colaboran a crear actitudes específicas en las personas, los grupos, las instituciones, la sociedad y el mundo en general. Construyen socialmente nuevas interactividades mediáticas. Crean en los auditorios sensaciones de pertenencia o desarraigo a grupos, regiones, naciones, idiomas y culturas. Alimentan imaginarios, expectativas, sueños, 80 esperanzas, necesidades y deseos en los públicos. Organizan el flujo emocional de la sociedad y producen grandes estados anímicos colectivos, con lo que crean su propio ciclo sentimental a lo largo de todo el año.

 

Nivel energético

Mueven de manera cotidiana la energía de la sociedad al ritmo y dirección de su programación. Tienen un peso importante en el consumo energético, en especial el eléctrico, en las urbes. La cultura masiva que producen influye en la modificación de las temperaturas urbanas -mediante la incitación de los ciclos de consumo- y, por lo tanto, en el cambio climático nacional y global.

Cada una de estas operaciones no se mantienen idénticas en los diversos canales de comunicación masivos, sino que varían según las tres situaciones básicas siguientes: el proyecto económico, político y cultural que existe detrás del funcionamiento de cada empresa, en particular la electrónica; las características tecnológicas específicas de cada medio de difusión, y la fase o coyuntura social en la que se aplican.

Con el ejercicio de estas nuevas funciones sociales, vía la acción de los medios de información colectivos, el Estado -entendido como el conjunto de recursos institucionales, administrativos, jurídicos, ideológicos, educativos, etcétera, que se destinan para gobernar y dirigir a la sociedad y para conservar y reproducir el poder-, se transformó con el surgimiento y la acción de cada nueva tecnología de información que impactó sobre la sociedad. Esta dilatación del Estado no se inició, históricamente, con la presencia de las tecnologías de información, sino con la expansión material de la infraestructura propia de las primeras instituciones ideológicas -la familia, la Iglesia, las organizaciones culturales, la escuela, etcétera-, que posibilitaron las primeras ampliaciones culturales del gobierno. Sin embargo, en especial durante el siglo XX, con el desarrollo expansivo de estas nuevas herramientas informativo-culturales productoras de conciencia, los aparatos de hegemonía tradicionales fueron desplazados del lugar central que ocupaban, para dar paso al surgimiento de una nueva ampliación del bloque en el poder, vía las modernas tecnologías de comunicación.

De esta forma, cada vez más se creó una sociedad mediática que produjo una nueva atmósfera cultural colectiva de naturaleza virtual o comunicosfera, que ocasionó que el conjunto de las principales instituciones de gobernabilidad funcionen ahora a distancia por intermediación de los canales de información, en especial los electrónicos, y las nuevas tecnologías de información. En este sentido, la casi totalidad de las instituciones tradicionales como son la escuela, los partidos políticos, el Congreso, la Iglesia, las secretarías de Estado, las empresas, los órganos de gobierno, los movimientos sociales, las dinámicas comunitarias, etcétera, buscan proyectarse y ampliarse vía los medios de información, asumiendo las reglas mediáticas que imponen éstos, pues lo que no aparece en los medios, muy difícilmente existe en la conciencia colectiva. De esta manera, la mirada simbólica de los medios, elaborada a través de su estructura programática, es la que define y le da vida al reconocimiento masivo de la presencia o no de una realidad en la sociedad. Así, los medios electrónicos se convirtieron en el epicentro cultural, ideológico y espiritual de la sociedad mexicana de principios del nuevo milenio.

Con la ampliación de la sociedad extensa -mediante la acción de las tecnologías de información-, el Estado experimentó una gran transformación al interior de su estructura y dinámica económica, política, social y cultural, pues sus tareas de construcción, dirección y cohesión ideológica entraron en una nueva fase de extensión geométrica que dio origen a una novedosa faceta del poder: el moderno Estado ampliado.6

Por este motivo, el nacimiento de esta nueva zona del Estado ampliado se encuentra en íntima correspondencia con la evolución y organización que adoptó cada nuevo sistema y proceso de comunicación que apareció en nuestro territorio: a mayor producción de máquinas culturales, mayor expansión del Estado ampliado, y a menor desarrollo de las tecnologías de comunicación, menor ampliación del Estado extenso. Con ello, observamos que la emergencia y desarrollo de todo medio de difusión o tecnología de información, a mediano y largo plazos, provocó una nueva transformación o desdoblamiento del Estado ampliado y de la sociedad, y adquirió las características que le son propias de cada uno de estos apoyos tecnológicos.7

La expansión gradual de esta realidad mediática reconfiguró el esqueleto, la dinámica y las fronteras del Estado mexicano y de la cultura nacional, con lo cual creó un nuevo tejido en la esfera del poder que generó al Estado ampliado mexicano. De esta forma, surgió el Estado mediático, que se caracteriza por ejecutar a distancia sus tradicionales funciones de dirección, educación y gobernabilidad, vía los medios de información como brazos o prótesis de expansión de sus capacidades de orden, administración, educación y dirección. Con esta incorporación tecnológica observamos el surgimiento de nuevas políticas de difusión que dieron origen al teledeporte, la teleeducación, la telebanca, la teleadministración pública, la teleoración, la telemedicina, la televenta, la telediversión, la telepolítica, la teleguerra, la radioasistencia psíquico-emocional, la radio-orientación vial, la radioiglesia, la radioorientación sexual, etcétera.

Debido a ello, es muy importante subrayar que cuando se habla de medios, no nos referimos a simples acciones de esparcimiento, información o actualización cultural, sino de empresas que, en última instancia, transforman el espacio público y, en consecuencia, construyen la estructura del Estado ampliado y de la sociedad extensa, vía la expansión del espacio virtual a la colectividad. Por consiguiente, no corresponden a la simple acción del entretenimiento, sino a la reproducción de las relaciones de poder de la sociedad.

 

La edificación de la nueva memoria colectiva

A partir de las virtudes que les otorgó el desarrollo tecnológico de punta y en su dinámica de producción cultural que conquistaron históricamente, los medios de difusión colectivos ejercen una fuerte presencia activa en la creación y reproducción diaria de la memoria y el olvido social. Con sus grandísimas capacidades materiales y de posicionamiento social, los medios sustituyen la memoria histórica larga y profunda por la memoria mediática rápida, corta, efímera y superficial, sobre todo en las urbes. De esta manera, transforman la memoria social colectiva y producen de manera cotidiana el olvido comunitario correspondiente que contribuye a la reproducción de las estructuras de poder preexistentes.

En este sentido, dedicados a fabricar el hoy contemporáneo a través de su estructura de programación, los medios masivos nos construyen un presente autista, es decir, que cree poder bastarse a sí mismo. Esto significa que los medios están contribuyendo a crear un debilitamiento del pasado, de la conciencia histórica, pues sus modos de referirse al pasado, a la historia, son casi siempre descontextualizados, donde reducen el pasado a una cita, que no es más que un adorno para colorear el presente, a lo que alguien ha llamado las modas de la nostalgia. El pasado deja de ser entonces parte de la memoria, de la historia, y se convierte en ingrediente del pastiche, esa operación que permite mezclar los hechos, las sensibilidades, estilos y los textos de cualquier época de forma aislada, sin la menor articulación con los contextos y movimientos de fondo de esa época (Martín Barbero, 2001: 54).

Un pasado así no puede iluminar el presente, ni relativizarlo, pues no nos permite tomar distancia de lo que vivimos en lo inmediato, lo que contribuye así a hundirnos en un presente sin fondo, sin piso y sin horizonte. Los medios refuerzan -no crean, pues los medios sólo catalizan, refuerzan y alargan las tendencias que vienen de los movimientos de lo social-, la sensación posmoderna de la muerte de las ideologías y sobre todo de las utopías, porque ambas se hallan ligadas a una temporalidad más larga, emborronada hoy por la pérdida de aquella relación con el pasado que proporciona la conciencia histórica (Martín Barbero, 2001: 54).

La fabricación de este presente:

... implica también una profunda ausencia de futuro. Catalizando la sensación de "estar de vuelta" de las grandes utopías, los medios se han constituido en un dispositivo fundamental de instalación en un presente continuo, en una secuencia de acontecimientos que "no alcanza a cuajar en duración". En lugar de trabajar los acontecimientos como algo que sucede en un tiempo largo o por lo menos mediano, los medios presentan los eventos sin ninguna relación entre ellos, en una sucesión de hechos -como síntoma del autismo- en la que cada acontecimiento acaba borrando al anterior, disolviéndolo e impidiéndonos establecer verdaderas relaciones entre éstos. [...] Asistimos a una forma de regresión que nos saca de la historia y nos devuelve al tiempo del mito, los eternos retornos, donde el único futuro posible es entonces el que viene del "más allá", no un futuro a construir por los hombres en la historia sino un futuro a esperar que llegue de otra parte. De eso hablan el retorno de las religiones, los orientalismos de la nueva era y los fundamentalismos de toda naturaleza. Es la nueva edad media que atisbaron, y de la cual empezaron a hablar Eco y sus amigos al comienzo de los años setenta. Un siglo que parecía hecho de revoluciones -sociales, culturales- terminó dominado por las religiones, los mesías y los salvadores: "el mesianismo es la otra cara del ensimismamiento de esta época". Ahí está el reflotamiento descolorido pero operante de los caudillos y los seudopopulismos (Martín Barbero, 2001: 55).

De esta forma,

... los medios no nos ayudan a anclar en la historia lo que nos pasa, para desde allí dibujar algún futuro, sino que, en conjunto, los medios debilitan el pasado y diluyen la necesidad de futuro. Sin embargo, es necesario matizar que mientras la prensa, alguna al menos, intenta todavía enlazar los hechos, hilarlos, ponerlos en contexto; la radio y especialmente la televisión trabajan sobre la simultaneidad de tiempos y la instantaneidad de la información que, posibilitadas por las tecnologías audiovisuales y telemáticas, se han convertido en perspectiva, en modo de ver y de narrar (Martín Barbero, 2001: 55).

Las industrias culturales audiovisuales:

... aplastan la temporalidad sobre la instantaneidad. A lo que hoy los medios llaman actualidad es a la toma en directo o sus equivalentes. Esa simultaneidad entre acontecimiento e imagen, entre suceso y noticia, es la que exige a la radio o la televisión cortar cualquier programa para conectarnos con el presente de lo que está pasando -pues se trata de un presente que no tiene reposo sino que pasa y pasa, a toda velocidad- exigiendo también que el tiempo en pantalla de cualquier acontecimiento sea igualmente instantáneo y equivalente: ¡tanto dura una masacre de campesinos como un suceso de farándula, pues en la economía del tiempo de la televisión valen lo mismo! Extraña economía la de la información en radio o televisión, según la cual su costo en tiempo implica que la información -como la actualidad- dure cada vez menos.

Hasta hace un siglo "lo actual" se medía en tiempos largos, pues nombraba lo que permanecía vigente durante años, pero después la duración se fue acortando, estrechando, y acabó dándose como eje la semana, después el día, y ahora lo actual es el instante -incesantemente repetido- en que coinciden el suceso y la cámara o el micrófono. O quizá sea al revés: lo actual es el instante que la cámara convierte en suceso. ¿Cómo diferenciarlos? (Martín Barbero, 2001: 54-56).

Sin embargo, paradójicamente, con la labor cultural que efectúan las industrias culturales sobre la conciencia de la población, hoy vivimos inmersos en un presente cada vez más delgado o, como dirían los tecnólogos, más comprimido, pues uno de los mayores logros del desarrollo tecnológico, a partir de la fibra óptica, es la compresión (¡no confundir con comprensión!), pues de lo que se trata es de meter, y hacer circular, el máximo de información en un mínimo de espacio. Resulta muy sintomático que lo que sucede en el plano tecnológico de la información -la compresión hace posible computadoras más pequeñas y con mayor capacidad de almacenamiento a partir de chips cada vez más diminutos y potentes- nos esté dando la pauta a la hora de configurar los criterios con que valoramos la información social, política y cultural. Trasladada esta condición al campo de la memoria significa que el recuerdo que ahora vale ya no es el de los viejos de la tribu, la memoria cultural (que es no acumulativa sino conflicti-va, articulada sobre los tiempos largos de la historia y preñada de sentido), sino la que es considerada valiosa es la que cabe en la computadora, la memoria instrumental y operativa (Martín Barbero, 2001: 56). Así:

El tiempo de los medios comprime la información, la condiciona, y la moldea de dos maneras: en primer término, transformando el costo del tiempo en el medio -televisión o radio- en el condicionante decisorio de la estructura de los noticiarios. Esto implica una perversión radical: ¡todo vale igual en un noticiario! Nada merece durar más. Estamos ante noticiarios en los que todo vale igual, la única clave de organización narrativa es el ritmo. Ante todo, el noticiario debe tener ritmo. El ritmo visual importa más que la espesa y cruda realidad del país. En la información de televisión no hay tiempo para la incertidumbre que vivimos ni para la complejidad de la violencia que sufrimos, ¡éstas no caben!, sólo su gesto o, mejor, su mueca y su morbo (Martín Barbero, 2001: 56).

En segundo término, el tiempo condiciona la información moldeando su elaboración. ¿Cómo se elabora hoy la información, en particular, de los noticiarios -pero no sólo- en la televisión? Se produce como un reality show, como un espectáculo, como una versión light, rápida y fragmentada que el ritmo de la espectacularización impone a las noticias. De ahí que ya no haya tiempo para la investigación ni para el análisis, ni para la documentación, porque la investigación, el análisis y la argumentación son menos importantes que el montaje de efectos con el que se construye la simultaneidad del hecho y la noticia, la entrevista en directo (Martín Barbero, 2001: 56-57).

De esta forma, lo que se elabora durante la preparación del noticiario no es su documentación y análisis sino su teatralidad, esa pequeña obra de teatro que se debe montar cada noche para que la gente no se pase a otro canal. Anudada a un tiempo, que perversamente condiciona la información, se halla la publicidad y en especial la autopublicidad del noticiario. Por desgracia, los nuevos noticiarios de los canales privados no sólo no han traído nada de nuevo, sino que han redoblado la auto-propaganda: de lo que más hablan hoy los noticiarios es de sí mismos, más que del país. En eso se traduce la tan cacareada competitividad y sus falsas promesas de diversidad. Con las acciones de privatización del neoliberalismo se nos dijo que llegarían al fin la diversidad y el pluralismo, pero lo único que llegó hasta ahora es más de lo mismo y más barato. Como si en este principio de siglo lo único contra lo que debieran luchar los medios fuera el tedio y el estrés, y su única arma fuera el ritmo y el espectáculo visual (Martín Barbero, 2001: 56-57).

A principios del nuevo siglo la estructura de poder del manejo comunicativo parece haberle encomendado a los medios masivos de difusión colectiva la tarea de fabricar el presente, de recordar y de olvidar. Con ello, mediante la actuación informativa de las industrias culturales hemos tenido durante el siglo XX y principios del XXI una época histórica que perdió la memoria: en plena etapa de la explosión y de la abundancia informativa, erigimos el reinado del Alzheimer cultural en la población, donde recordamos sólo lo que marca la dinámica de la agenda de programación de los medios de difusión, en particular los electrónicos.

En este sentido, la memoria es un proceso abierto de reinterpretación del pasado que deshace y rehace sus nudos para que se ensayen de nuevo sucesos y comprensiones. Pero, ¿a qué lengua recurrir para que el reclamo del pasado sea moralmente atendido como parte de la narrativa social vigente, si los medios de masas sólo administran la pobreza de experiencia de una actualidad tecnológica, sin piedad ni compasión hacia la fragilidad de los restos de la memoria herida? (Martín Barbero, 2001: 57).

Sin memoria no hay futuro; el que no recuerda está condenado a la repetición. Pero, ¿quién es el que recuerda? ¿Qué memoria es la que se activa? ¿La memoria de quién? Es necesario considerar que mucha de la memoria recobrada es una traición a la historia, pues cuando se somete la memoria de las víctimas a la humillación de ver narrado su pasado, su experiencia y su dolor, en el neutro y bastardo relato de la actualidad, esa memoria se convierte en un secuestro, un robo. En gran parte, el modo como los medios recuerdan en el país produce eso: un relato que pone la tragedia de las víctimas al servicio de los intereses del tiempo rentable, la conversión de la memoria en rentabilidad informativa, la transformación de la actualidad en desmemoria. En la actualidad no cabe la memoria; la actualidad no soporta la memoria, y cuando convierte la memoria en actualidad lo que resulta es una traición a aquéllos en nombre de quienes se dice hacer memoria. De esta manera, la memoria de los desaparecidos es diariamente confundida con la cotidiana demanda colectiva de morbo, de hechos fuertes, y condenada al flujo invisibilizador de los sucesos (Martín Barbero, 2001: 57).

Por ello, ante la necesidad de rescatar la memoria colectiva, debemos preguntarnos: ¿rescatar la memoria de quién?, ¿quién hace hoy memoria? En realidad son muy diversos los modos de recordar, y no hay posibilidad de un discurso que recuerde de verdad sin que la palabra guarde cicatrices. Lo que hoy abundan son modos de recuerdo que acaban siendo una forma de borrar el pasado, de tornarlo borroso, difuso, indoloro. Sin embargo, una política informativa, no escrita en ningún manual de redacción o de partido, parece regular la forma como el recuerdo debe circular para que no ofenda a nadie, esto es, no como memoria viva, lacerante, conflictiva, sino como discurso neutro, indiferente, por más gestos dramáticos que adornen y dramaticen ese discurso. No hay memoria sin conflicto, porque nunca hay una sola memoria, siempre hay una multiplicidad de memorias en lucha. Con todo, la mayor parte de la memoria de que dan cuenta los medios es de consenso, lo que constituye la etapa superior del olvido. No hay memoria sin conflicto significa que por cada memoria que se activa hay otras que se reprimen, desactivan, enmudecen; por cada memoria que se legitima, hay muchas que se excluyen (Martín Barbero, 2001: 57).

Ahí emerge el conflicto de memorias. Mientras que lo que los medios buscan es la cuadratura del círculo: ¡una memoria que suprima el 88 conflicto!, que no nos perturbe, que apacigüe, que cierre la herida, pero en falso, una cicatrización en falso. Algo de lo más hondo y decisivo es que hay que saber vivir con el conflicto, pues es más democrático descifrarlo en lo que tiene de dinámica social y dimensión constitutiva de la convivencia colectiva, que reprimirlo o suprimirlo. Frente a eso, lo que encontramos en los medios es un recuerdo neutro o revanchista: en ambos casos se trata de un recuerdo instrumental, funcionalizado, incapaz de hacer memoria y de olvidar (Martín Barbero, 2001: 58).

La memoria está hecha de una temporalidad inconclusa, correlato de una memoria activadora del pasado y reserva-semilla de futuro. Sin embargo, esa memoria sólo emerge al desplegar los tiempos contenidos, reprimidos, amarrados por la memoria oficial o negados, neutralizados, por los medios (Martín Barbero, 2001: 58).

Para poder convivir en paz colectiva hay muchas cosas que necesitamos olvidar, pero la generosidad de olvidar sólo es posible después de recordar. Por eso, se debe poner la memoria a trabajar, al menos en dos oficios o tareas. La primera, es deshacer aquellas cicatrices que cubrieron las heridas sin curarlas. Si las bombas perdidas u ocultas no son descubiertas y desamordazadas, nos pueden explotar en las manos cualquier día. No se trata de reabrir las heridas -moralmente condenado por una posición seudoconciliatoria, como la encontramos tantas veces en este país-, sino de desmontar la farsa y falsa explicación con que se recubrió lo que dolía sin curarse en realidad. La segunda, la memoria evocativa o celebratoria no es la que más necesitamos hoy, porque no es la memoria del pasado sino la memoria de lo que estamos hechos la que puede ayudarnos a comprender la densidad simbólica de nuestros olvidos, tanto en lo que ellos contienen de razones de nuestras violencias como de motivos de nuestras esperanzas (Martín Barbero, 2001: 58).

De esta forma, "investigar la densidad simbólica de nuestros olvidos equivale a darnos la posibilidad de mirarnos unos a otros, de entrelazar memorias de modo que podamos develar las trampas patrioteras que nos tiende la memoria oficial y hacer estallar la engañosa neutralidad con que nos adormecen los medios" (Martín Barbero, 2001: 58). En este sentido, el desarrollo de las tecnologías de comunicación abre hoy el espacio a una realidad espectral "donde hay algo que desaparece en lo que vemos". Las nuevas tecnologías, en lugar de alejar el fantasma -tal como se piensa que la ciencia expulsa la fantasía- abren el campo a una experiencia de espectralidad donde la imagen ya no es visible ni invisible. Todo esto ocurre a través de una experiencia de duelo, que siempre anilla a la espectralidad en la que nos enfrentamos con la huella, con lo desaparecido, con la no presencia. Los medios a principios del nuevo milenio son máquinas de producción de espectros. No hay sociedad que se pueda comprender sin esa espectralidad de los medios de comunicación, sin su referencia a los muertos, a las víctimas, a los desaparecidos, que estructuran hoy nuestro imaginario social (Martín Barbero, 2001: 58).

Frente al gesto grandilocuente de tantos intelectuales que han hecho de la televisión el chivo expiatorio de nuestra degradación moral y cultural, es clave que miremos la televisión para que cada vez que veamos las imágenes de los muertos, de las madres que gritan por sus hijos, etcétera, comprendamos que en la secreta relación entre imagen y desaparición se juega la posibilidad del duelo sin el cual nuestra sociedad no podrá tener paz, pues la desproporción de nuestra violencia quizá sea paradójicamente proporcional a nuestra incapacidad de duelo: ese tiempo del sentimiento donde elaboramos las pérdidas y expiamos nuestros olvidos (Martín Barbero, 2001: 58).

En resumen, hoy los medios constituyen un actor fundamental de lo que sucede en el país. El tipo de temporalidad que producen los ha convertido en dispositivos para borrar la memoria y, por lo tanto, para desinformar. Ante ello, nos preguntamos: ¿sin información, cómo ser ciudadanos hoy? (Martín Barbero, 2001: 57).

Todo ello hace imposible construir proyectos; hay proyecciones, pero no proyectos. Algunos individuos se proyectan pero las colectividades no tienen dónde asir los proyectos, y sin un mínimo horizonte de futuro no hay posibilidad de pensar cambios. Esto provoca que la sociedad patine sobre una sensación de sin salida. Si la desesperanza de nuestra gente joven es tan honda es porque en ella se mixturan los fracasos del país por cambiar con esa sensación, más larga y general, de impotencia, que la ausencia de futuro introduce en la sensibilidad del principio del nuevo siglo (Martín Barbero, 2001: 55).

Para revertir la tendencia amnésica a la que asistimos socialmente de forma creciente, los medios deben convertir la información en relato, romper con la compulsión y la fragmentación, para darse un mínimo de tiempo, una mínima capacidad de desenredar los conflictos, de acompañar los procesos, de seguirlos, de mantenerlos en el aire, en la pantalla, de mantenerlos vivos en la conciencia y la memoria de la gente (Martín Barbero, 2001: 56-57).

 

La construcción del capital cultural mediático del olvido histórico

Mediante la función de prolongación tecnológica de la sociedad gracias a la adopción del modelo electrónico de comunicación comercial dominante, y a través de la capacidad que han adquirido los medios de comunicación para edificar la memoria colectiva, las industrias culturales construyen en la sociedad su propio capital cultural que margina o sustituye al capital cultural que generan otras instituciones de la gobernabilidad. Con ello, producen el olvido social del capital cultural tradicional e imponen un nuevo capital cultural mediático efímero que borra de manera paulatina las huellas o raíces del que lo precedió.

Por ejemplo, las figuras históricas tradicionales del capital cultural del Estado-nación mexicano y que forman parte de la memoria esencial del país, son sustituidas ahora por las figuras cotidianas del capital cultural mediático, nacional y trasnacional. En este sentido, el poder de educación cotidiana de los medios de información electrónicos ha suplido la capacidad pedagógica que ejerce el sistema de la escuela nacional impulsado por el Estado mexicano, vía la Secretaría de Educación Pública y otros órganos culturales.

Lo anterior se confirma cuando observamos que los niños mayores de seis años de edad conocen más acerca de la información televisiva que la que se transmite en la escuela primaria u otras instituciones culturales gubernamentales. Por ejemplo, en el terreno de la realidad nacional:

el 77% de los pequeños retienen más frases como "La chispa de la vida" o "Recuérdame" y sólo el 49% conserva otras como "¡Viva la Independencia!", "La solución somos todos" o "El respeto al derecho ajeno es la paz". De igual manera, mientras que casi la totalidad de los niños (92%) retiene la imagen del "Gansito Marinela", menos de dos terceras partes (64%) identifica la Columna de nuestra Independencia o al cura Hidalgo. El 63% de los niños asocia fácilmente el tema de la tarjeta de crédito Carnet y sólo el 43% reconoce la frase "El respeto al derecho ajeno es la paz". En resumen, observamos que de cada diez personajes que los niños identifican, sólo tres son de la historia de México.

En el campo de la historia, el 67% de los niños identifican los días y horarios en que se transmiten sus programas favoritos de televisión, mientras que sólo el 19% enuncia las fechas en que ocurrieron los acontecimientos más significativos de la historia nacional. Los superhéroes de la televisión como "La mujer maravilla", son más conocidos por los pequeños (98%) que los héroes de la Revolución mexicana (33%). "El Chapulín Colorado" es más evocado por los infantes (96%) que los Niños Héroes de Chapultepec (82%). "Superman" está más presente en la mente de los pequeños (97%) que don Benito Juárez.

En materia religiosa, no obstante que nuestra sociedad es acentuadamente católica, más de la mitad de los niños (56%) conoce el día en que se transmitía "Hogar dulce hogar", mientras que sólo el 86% recuerda el día en que se celebra la Navidad. Mientras el 55% de los niños puede decir qué día se difundía el programa "Mis huéspedes", sólo el 32% sabe la fecha en que se celebra la fiesta de la Virgen de Guadalupe. Los pequeños identifican mejor el logotipo de Sabritas (86%) que una ostia (46%). En el área cívica, el 87% de los infantes conoce los días en que se transmiten los programas cómicos y sólo el 13% sabe la fecha en que toma posesión el presidente de la República. Sólo el 8% conoce la fecha en que el primer mandatario rinde su informe anual, mientras que el 61% sí puede decir el día y la hora en que aparecen las series fantásticas. El 83% de los niños identifica el logotipo de los pastelitos rellenos y sólo el 63% conoce el Calendario azteca. Mientras que el 81% de los pequeños evoca el logotipo de los productos Marinela, sólo el 66% identifica el escudo nacional. Las tres cuartas partes (77%) de los niños identifican la imagen de Chicles Adams y menos de una quinta parte (17%) reconoce el Monumento a la Revolución. Finalmente, el logotipo de los chocolates "Carlos V" es más reconocido (77%) que el Monumento del Ángel o la Columna de la Independencia (40%) (Instituto Nacional del Consumidor, 1982).8

En este sentido, a partir del momento en que los medios de información se han convertido en el primer poder ideológico, ya no es sido el discurso político ni la acción de los representantes populares y ni siquiera de la prensa tradicional, lo que ha permitido a los mexicanos tener una visión cotidiana de sí mismos y del futuro de nuestra nación. En la actualidad, son las redes de televisoras y radiodifusoras las que acceden de manera permanente a la mente de los mexicanos y los informan o deseducan sobre la conducta a seguir en la sociedad contemporánea que nos corresponde vivir. La sociedad mexicana quedó teledirigida por los medios de información colectivos, en particular los electrónicos (Labra, 1989: 7).

Los espacios cotidianos de relación simbólica que de forma permanente constituyen los aparatos cotidianos de comunicación entre emisores y colectividades, se convierten en la principal arena social donde cada día se edifica el espacio público y en el cual se construye o destruye, mental y afectivamente, a la sociedad mexicana y el Estado. Por consiguiente, podemos afirmar que en la sociedad mexicana del 2000 cada vez más las batallas políticas o sociales se ganan o pierden en los medios de comunicación colectivos y no en otras áreas convencionales de las contiendas sociales. Con ello, a principios del tercer milenio la hegemonía social, es decir, el principal trabajo masivo de convencimiento, asentimiento y dirección social, se logra pacíficamente vía los medios de comunicación colectiva y no mediante otros aparatos ideológicos de la gobernabilidad. Los medios y su producción simbólica-cultural se convirtieron en el principal cemento eficiente que articula o desarticula cotidianamente a los grupos sociales.

 

Los medios colectivos y la reconstrucción de la hegemonía cotidiana

En la actualidad debemos tener presente que en nuestro país, frente a la tradicional acción del sistema escolar y religioso, los medios se han convertido en la principal red cultural y educativa capaz de cambiar, con mayor rapidez y agilidad, las cosmovisiones, los valores, las actitudes, los hábitos y las conductas de los receptores. En pocas palabras, dirigen la cultura cotidiana en cada periodo histórico y social.

Los medios se han transformado en los principales mediadores culturales que generan la memoria colectiva, a través de los cuales se articula ideológicamente a nuestra sociedad, convirtiéndose en las principales instituciones organizadoras colectivas de la historia y la vida moderna de México. Con ello, la memoria nacional se edifica y conserva, cada vez en mayor medida, desde el complejo aparato mediático y no desde las tareas culturales tradicionales del Estado mexicano moderno.

Así pues, es a través de estos procesos de reasimilación del flujo de información audiovisual y de otros mecanismos más sutiles de recepción como la televisión esparce su semilla cultural en los campos de conciencia de sus receptores, con lo que va dejando su huella en generación tras generación.

Con el desempeño de estas tareas a principios del tercer milenio, los medios de información electrónicos comerciales se han convertido en fines de reproducción del poder y no en medios culturales de vinculación entre los hombres. Mediante la ejecución de estas funciones, se inició una silenciosa transformación y desplazamiento del Estado de su posición rectora, para delegar su centro de dirección a las nuevas fuerzas de la información mediáticas en rápida expansión.

De esta forma, uno de los signos de los tiempos en México al inicio del siglo XXI es el desplazamiento creciente de la centralidad de las instituciones tradicionales del Estado mexicano y de lo público, con su correspondiente disminución o pérdida de fuerza; para ser remplazadas ahora por los proyectos de desarrollo que se dan mediante la acción de las grandes redes tecnológicas del poder mediático desarrolladas y perfeccionadas. Con ello, la creación del consenso cotidiano y la dirección ideológico-política de la sociedad le ha sido arrebatada a las instituciones del Estado-nación, para concentrarse en las fuerzas del poder informativo y la cultura y la reedificación de la memoria cotidiana reencantadora que construyen día a día las industrias culturales, en particular las electrónicas, en México.

 

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Notas

1 Por primer poder ideológico entendemos la principal fuerza cultural que fija, tanto en los momentos de hegemonía como en los de crisis social, la dirección ideológica de los valores, principios, creencias imaginarios, cosmovisiones, sentidos, etcétera, de los individuos y comunidades de las sociedades contemporáneas en la etapa de la modernidad occidental. Para ampliar este concepto, ver el texto de Esteinou Madrid (2000).

2 Para profundizar el conocimiento de este fenómeno, ver Martín Serrano (1985).

3 Una concepción intuitiva pero también idealista acerca de la forma como la sociedad se modifica con la presencia de las tecnologías informativas, la encontramos de manera embrionaria en el pensamiento de Marshall McLuhan (véase McLuhan, 1979). Una crítica moderada al pensamiento de McLuhan se puede consultar en Gauraleri (1981).

4 Por cosa pública se entiende los aspectos centrales puntuales que componen a la agenda del desarrollo social y que deben resolverse para que una comunidad o grupo crezca de forma equilibrada. Para analizar la crisis contemporánea del espacio público y su transformación con la presencia de los medios de información colectivos, véase Ortega Ramírez (2006: 21-47).

5 Por Estado mexicano entendemos la estructura político institucional que surge después de la Revolución mexicana de 1910 conformada por un acuerdo político entre grupos, personas, intereses económicos y etnias; compuesto por un territorio, un gobierno e instituciones de gobernabilidad encargadas de conservar y reproducir el poder en la sociedad moderna mediante la creación de consensos, recaudación de impuestos y aplicación del monopolio legítimo de la fuerza o de la violencia. Los poderes de dicho Estado están conformados por un equilibrio de fuerzas que se dan entre el Poder Ejecutivo, el Poder Legislativo y el Poder Judicial. El territorio del Estado está compuesto por la Federación, los estados locales y los municipios. El gobierno del Estado se lleva a cabo por un conjunto de aparatos políticos, administrativos e ideológicos destinados a realizar la gobernabilidad. En esta estructura fundamental del Estado los medios actúan reconfigurando básicamente el nivel político, cultural e ideológico de él.

6 El concepto de Estado ampliado es una categoría analítica totalmente abandonada por la reflexión crítica de la comunicación europea y latinoamericana. La única disciplina que la ha retomado y desarrollado ha sido la ciencia política mediante la teoría de los aparatos de hegemonía, representada, en especial, por los brillantes trabajos de Christine Buci-Glucksmann. Nuestro esfuerzo consiste en recuperar dicho arsenal teórico olvidado para enriquecerlo y expandirlo con las aportaciones que ha ofrecido la evolución material de los medios de comunicación y de las tecnologías de información acerca de la trama de los aparatos de hegemonía tradicionales. Estamos convencidos de que esta matriz teórica es una de las principales vetas y directrices conceptuales que nos permiten comprender las funciones y transformaciones que ejercen las tecnologías de comunicación en el actual ámbito del poder.

7 Para revisar las transformaciones que ha experimentado el Estado ampliado mexicano a lo largo de cuatro fases históricas de evolución, véase los trabajos de Esteinou Madrid (2005: 201-215; 2001: 56-62), y Caloca Carrasco (2003).

8 Este fenómeno también se da en Estados Unidos, donde los niños de seis años reconocen con mayor claridad y retención el logo de la imagen de los cigarros Marlboro y la de Disney Channel, que las fechas de celebración oficial de la historia de su país (La Nación, 2004).

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