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Polis

versão On-line ISSN 2594-0686versão impressa ISSN 1870-2333

Polis vol.6 no.1 México Jan./Jun. 2010

 

Artículos

 

Andanzas de la psicología social en México: historia, orígenes, recuerdos

 

Social psychology's wonderings in Mexico: history, origins, memories

 

Jahir Navalles Gómez*

 

* Licenciado en Psicología por la Universidad Nacional Autónoma de México; maestro en Psicología Social por la Universidad Autónoma de Querétaro. Campos de interés: historia y psicología teórica. Correo electrónico: <jahir.n@gmail.com>.

 

Artículo recibido el 30 de julio de 2009
Aceptado el 12 de febrero de 2010

 

Resumen

La mejor manera de conocer una disciplina es a partir de su propia historia, la cual seguramente se encuentra inmersa en intenciones y desacuerdos, en referencias institucionales y olvidos selectos, en historias entrecortadas y rumores con respecto a la vida académica de un concepto. La psicología social no constituye una excepción. En específico, en México, la historia, desarrollo, origen, consecuencias, precursores y padres fundadores de esta materia, así como las referencias eruditas ilustradas con respecto a su presencia en las aulas, dan por sentado —y sin intención de duda— el hecho de que lo que se sabe de ella es lo que es, pues ésta existe a partir de los registros positivos que se poseen, sean documentales, bibliográficos, hemerográficos o fotográficos. Sin embargo, esto siempre puede ser puesto en entredicho. Esa es la intención del presente trabajo.

Palabras clave: psicología social, historia, olvido, recuerdos.

 

Abstract

The best way to know a discipline is through its history, surely immersed of intentions and disagreements, institutional references and select forgetfulness, interrupted stories and rumors about a concept's academic life. Social psychology is not an exception. Specifically in Mexico, the history, development, origin, consequences, precursors and founding fathers of this discipline, as the knowledgeable references about its classroom presence, state- above doubt- the fact that what we know about it is what it is, since it exists by means of positive records, be they documental, bibliographic, news archives or photographic. However, this can always be doubted, and such is this essays intention.

Key words: social psychology, history, forgetfulness, memories.

 

Introducción

Para toda disciplina es indispensable conocer su propia historia, así como es imprescindible ejercer un juicio crítico acerca de sus orígenes, sus padres fundadores, sus planteamientos precursores, y su contexto histórico, político y cultural. Debido a que la historia no constituye una ideologización constante y una lectura acrítica de los entrecruces, los escenarios reconocidos y a reconocer de una disciplina que, como la psicología social, ha deambulado entre las aportaciones constantes de diversos interlocutores (v. gr., Farr, 1996; Jahoda, 1992), así como de las más diversas preocupaciones sobre el contexto social que la describen como un emplazamiento distinto y necesario al que ofrecen otros campos de conocimiento (Collier, Minton y Reynolds, 1993), como la psicología, la sociología o la historia, se exponían como las máximas de explicación y comprensión.

¿Cuáles son las consecuencias de una historia mal contada, llena de omisiones, de olvidos institucionales, de padres fundadores ad hoc, y de menciones de fechas y lugares sin contextualizar lo sucedido alrededor de ese acontecimiento en distintas latitudes (Danziger, 1994)?, ¿cuáles son las consecuencias de un recuento positivista de la historia de una disciplina anclada en las ciencias humanas y sociales? Estas consecuencias serían, en primer término, la selección de escenarios dependientes que legitimen corrientes hegemónicas contemporáneas (v. gr., Boring, 1989), dejando de lado aquellos que cuentan con su propia autonomía; en segundo lugar, en ese desplazamiento intelectual se gestan ciertas consecuencias epistémicas y ontológicas sobre el objeto de estudio primigenio de la psicología social, cuya indefinición actual es consecuencia de una historia que se ha contado de manera tendenciosa, mal ubicada, inmersa en tautologías académicas, lo cual implica que las disputas internas por definir el porqué de la presencia y la discusión, la mirada y la aproximación psicosocial, está truncada porque su historia no es reconocida bajo una autonomía propia.

Involucrarse en la historia de la psicología social (Buceta, 1979; Stoetzel, 1970), implica el reconocimiento histórico, social y cultural de cada constructo o alusión con tintes psicosociales, el porqué de su referencia y relevancia en cada uno de los contextos al uso, además de la permanencia y vigencia para acotar y abordar problemáticas contemporáneas. Eso supone que la historia no se refiere sólo al pasado sino a las consecuencias que ostentan una definición, idea o aplicación, y a las que habría que considerar con algunas reservas (Gergen, 1973).

La sugerencia se debe al reconocimiento de que emprender y comprender la historia de la psicología social está en estricta relación con lo que en el panorama de las ciencias humanas y sociales se bosquejaba a principios del siglo XX; más aún, el hecho de remontarse y dar cuenta de la discusión interdisciplinar en la transición del siglo XIX al XX (v. gr., Jahoda, 1992), es una exigencia para visualizar con claridad los entrecruces y los entretelones de cada recuento histórico que se realice, allende las preferencias, porque lo que debe quedar claro es que la historia de una disciplina no es una sola, única e independiente (Blanco, 1994), sino que es consecuencia de los debates y posicionamientos de los involucrados en la investigación psicosocial (Danziger, 1994).

La plétora de información que se desprende al adentrarse en la historia de la psicología social sugiere una sistematización y asimilación crítica de todos esos datos, por lo cual la realización de monografías temáticas de determinados autores, conceptos, contextos políticos o latitudes geográficas se vuelve crucial y didácticamente sugerente (v. gr., Buceta, 1979; Stoetzel, 1970; Álvaro y Garrido, 2003).

Discusión que configura las fronteras que permitirían la comprensión del escenario psicosocial, a saber, los orígenes y la transición de las prioridades temáticas que se provocaron al interior de la disciplina —por ejemplo, la transición de una psicología de las multitudes a una psicología de los grupos, de una psicología centrada en la colectividad a una donde el individuo en solitario o visto cual organismo se torna la versión hegemónica, la puntualización con respecto a las demandas políticas del periodo de guerras y entreguerras hacia la incipiente psicología social, o hacia todas las ciencias humanas y sociales—, sin omitir u obviar los procesos de migración de algunos personajes relevantes, por ejemplo, la visita de George Herbert Mead al laboratorio de Wilhelm Wundt, la fundación de la Escuela de Chicago, la instalación de Solomon Asch, Muzafer Sherif y Kurt Lewin —judíos ellos— en territorio estadounidense al huir de su suelo patrio, y sus consecuencias disciplinares (Fernández, 1989a; Danziger, 1990; Collier, Minton y Reynolds, 1993).

Ubicar esas transiciones o fluctuaciones disciplinares y de autores, respectivamente, se vuelve el referente para reconocer las aportaciones del pasado al presente, así como las influencias y asimilaciones teórico-metodológicas que delimitan el bosquejo local de una aproximación psicosocial a determinadas realidades, su adopción, reflexión y crítica constante (cffr., Moscovici, 1972), sus aportaciones y problemáticas a responder (Páez Rovira et al., 1994), y sobre todo, su reconfiguración autocrítica, a reservas de su propia historia, demandas, límites y realidades (Fernández,1994).

En efecto, la historia de la psicología social justifica su permanencia en las aulas universitarias como parte imprescindible en la formación académica a partir de los juicios críticos que se desprenden de su exposición, lo que confronta la apatía o el recelo del interesado o incrédulo académico que señala; ¿para qué una historia de la psicología social?

La respuesta es sencilla y por demás gentil; una respuesta precisa que alguna vez compartió conmigo un entrañable profesor en mis tiempos de estudiante: "porque la psicología social es la historia de la psicología social" (Pérez Cota, 2003). Cabría entonces introducir una discusión sobre los orígenes de la psicología social en México, para ello se requiere de textos que la definan con su autonomía y que permitan rastrear sus tradiciones propias (Rodríguez, 2005).

La intención velada en las presentes líneas es la de discutir y revalorar, con la historia de la psicología social que se ha llevado a cabo en México, el contexto histórico y cultural que se define como el elemento clave para que una disciplina se reconozca y exponga bajo esos criterios, o para que una ciencia sea identificada, desde sus orígenes, como tal, como un asunto estrictamente histórico-cultural.

La historia de la psicología social en México deambula entre estos presupuestos. Para discutirla se consideran tres apartados distintos pero que se entrecruzan con respecto a lo visto, dicho y escrito sobre esta materia: a) los antecedentes y los orígenes de la psicología social, que no son lo mismo, si no tan sólo escenarios complementarios de un atmósfera que se transforma de manera constante; b) el desarrollo de las corrientes psicosociales realizadas y propuestas en el escenario mexicano y los entrecruces con los que se vio envuelta y enriquecida la mirada psicosocial, y c) un apartado respecto de los horizontes y proyectos que la psicología social, sus voces e interesados han bosquejado, compartido y delimitado a lo largo del siglo XX en la sociedad mexicana.

Exponer un panorama general de la psicología social en México, sus orígenes, su desarrollo y sus proyectos, son los elementos que inscriben las pautas de una discusión más amplia que aquélla otra que hasta la fecha se ha contado, lo que se desarrollará a continuación:

 

Antecedentes y orígenes

Detrás de la historia de la psicología social y lo que convoca a la discusión —más allá de los padres fundadores, los primeros manuales, los lugares comunes—, son las preguntas y respuestas históricas que delimitan, hasta fecha reciente, el por qué, cómo, quiénes y cuándo de esa mirada psicosocial que se ha desprendido desde las más remotas, distantes y, a la vez, coincidentes entrelíneas, proyectos y reflexiones acerca del quehacer psicosocial. Escenarios que se despliegan, en el caso de las latitudes mexicanas, en los más inverosímiles emplazamientos, desde las burocracias universitarias y el pensamiento institucional, hasta las responsivas de las lecturas académicas que se compartían con los noveles estudiantes y docentes, con la sociedad mexicana en general. Eso es parte de los inicios de la psicología social en México, que se bosqueja en los libros empleados en la Escuela Nacional Preparatoria (ENP) de fines del siglo XIX y principios del XX.

 

Los libros de la Escuela Nacional Preparatoria

Todo inicio de una disciplina es confuso; la mejor manera de ubicarlo e institucionalizarlo es otorgarle una fecha de nacimiento y, por supuesto, un lugar. Esto depende de lo que casi todos los historiadores o interesados en el tema hayan acordado y convenido, ya sea para sus propios fines o porque los datos históricos no hayan dado para más (cfr., Valderrama, 1985; López et al., 1989; Aguado, Avendaño y Mondragón, 1999; Rodríguez, 2007). En el caso particular de la historia de la psicología social en México, su inicio es algo confuso, ya que la misma disciplina aparece de la mano, o ensombrecida, de lo que de la historia de la psicología, así en términos generales, se decía, vaticinaba y provocaba.

Allende el visible reclamo a esto, no es de extrañar que las anotaciones sobre la historia de la psicología logren opacar lo que sobre la psicología social se dijo o se pudiese decir; empero, cabría resaltar el hecho de que las entrelíneas de esos mismos documentos históricos citados sirven como remitente de lo que de la psicología social se pensaba, y de su relación naciente con lo que en el campo de las ciencias humanas y sociales se estaría realizando en otros ámbitos geográficos (v. gr., Jahoda, 1992; Farr, 1996).

El contexto histórico y político que se vivía en el México de finales del siglo XIX y principios del xx fue el encargado de establecer las directrices del conocimiento, de la educación y de los límites que cada uno de los ciudadanos habría de asumir (cfr., Valderrama, 1982-1983; Almaraz, 1999; Solís, 1999: Rodríguez, 2003). En las intenciones positivistas de los responsables por llevar a cabo una transformación social es donde se recalca la introducción de ciertas lecturas que, en su provecho y descargo, logren concientizar a la sociedad mexicana acerca de su entorno y las responsabilidades que ésta adquiere en el ámbito nacional e internacional.

De eso abreva y con ese discurso se funda la ENP, con la guía de un positivista declarado, Gabino Barreda, quien la intenta llevar a buen cauce; entre sus pretensiones estaría la de imponer la educación laica en las instituciones, la gratuidad y la reglamentación de la educación superior (Rodríguez, 2005). El mismo Barreda es el responsable del primer texto sobre psicología, publicado en 1863 (Valderrama, 1985: 86), y que sirve como antecedente documental, aparte de la transformación de la Ley Orgánica de Instrucción Pública del Distrito Federal, para que la psicología sea considerada como un agregado en las clases de lógica impartidas en la ENP.

En los libros de texto usados durante esos años es donde la discusión se va abonando, porque entre los cambios que se proponen está la de la supresión constante y paulatina de esas obras (el texto de John Stuart Mill por el de Alexander Bain, el texto de Bain por el de Guillaume Tiberghien, el texto de Tiberghien por el de Luis E. Ruiz y el texto de Ruiz por el de Paul Janet). Más allá del beneficio que las nuevas lecturas propondrían, lo que esta acción refleja son los gestos de desconfianza, académica y moral a la vez, a lo que el positivismo (López, 1999: 169-171), y los contrarios a éste, en las distintas voces institucionales, publicitaban.

En las clases de lógica la psicología encontró un presumible aposento académico, hasta que se estableció a la par de la materia de moral, y se pusiera a discusión como asignatura corriente gracias al interés que Plotino Rhodakanaty —el precursor del anarquismo en México— tuviese en ella; así, en los libros de texto no se justifica la presencia de la psicología sino hasta finales del siglo XIX (Rodríguez, 2005, 2007).

Con las modificaciones estructurales y administrativas a la ENP, y contando entre sus responsables —directos o indirectos— a personajes tales como Justo Sierra, Porfirio Parra, José María Vigil y Ezequiel Chávez, la psicología logra exhibirse en plenitud, y antes de que acabe el citado siglo, se imparte en dos clases diarias, en una de ellas junto a la asignatura de la moral, en otra, a la manera de una psicología experimental (v. gr., Álvarez y Molina, 1981; López, 1999; Rodríguez, 2003).

De esta manera, la psicología va labrando su camino, aunque su lugar ha ser reconocido hasta iniciado el siglo XX; empero, la psicología social también estaba siendo bosquejada, introducida de manera discreta, 48 y como si fuera algunos pasos atrás del reconocimiento social, del cual abrevaba, se lograba una ligera referencia a su materialización, a saber, en el último de los libros de consulta de la materia de lógica: el texto de Paul Janet, Tratado elemental de filosofía para uso de los establecimientos de la enseñanza, de 1882, que en sus páginas y con la división didáctica de sus capítulos postula una manera menos psicológica, fisiológica y anatómica de aproximarse a los fenómenos, en comparación y con un análisis progresivo de los distintos escenarios que reflejan el involucra-miento de todo individuo en sociedad; por ejemplo, las costumbres, la moral, las libertades, la definición de hombre social, acotándolos de tal manera que en distintos apartados clama por un punto de vista social, pues habla de hechos sociales individuales y hechos sociales colectivos, y los ejemplifica con diversos emplazamientos, a saber, los sentimientos, las promesas, el lenguaje, la familia, la ciudad, el arte.

Cabría resaltar que entre los apartados que propone Janet está uno que define simplemente como otros hechos (Rodríguez, 2005). Ahí es cuando comienza a delimitar su propuesta y enarbola un espacio dirigido completamente a dar respuesta e interpretación a esos fenómenos colectivos, complementando —según sus propias palabras— a esa psicología subjetiva e individual. Y, ¿cómo que llama a esta ciencia nueva?: psicología social.

 

Una idea, un concepto

El siglo XIX en la historia de la psicología social cierra con eso. Pero inicia el siguiente con los cuestionamientos suficientes acerca de la pertinencia de si la psicología individual o experimental es la única responsable coherente de los fenómenos (v. gr., Jahoda, 1992; Farr, 1996). Es en el país cuando, allende las reformas educativas, comienzan los preguntas incómodas para los que creían que las respuestas ya estaban dadas, los libros cambian de nuevo y las lecturas de los mismos también. Ninguna garantía con respecto a la psicología, que ya en 1902 se ubicaba autónomamente como asignatura, sin embargo, ahora intentaba ser esclarecida a partir de la recomendación bibliográfica que hiciera el maestro responsable de la cátedra: Ezequiel Chávez (Rodríguez, 2003: 140-141 y 146). Se trataba de un texto que presumiblemente sería bien visto, pues estaba escrito por una figura de renombre internacional y reconocido ya como psicólogo. El título de la obra era Elementos de psicología, de 1889, escrita por Edward Bradford Titchener, con traducción al español del mismo Chávez.

Como quiera, el citado libro estaba abocado a las explicaciones de corte experimental. Lo cual no permite rango de interpelación, que tampoco ocurrió porque Elementos de psicología se empleó por más de 25 años en la ENP (Rodríguez, 2005: 124). La enseñanza de la psicología, o mejor dicho, de lo psicológico estaría entonces delimitada por lo dicho en ese escrito.

Titchener fue alumno de Wilhelm Wundt, así como su primer traductor y detractor: tradujo la obra de Wundt al inglés, pero dejó de considerar las enseñanzas de su antiguo maestro cuando éste comenzó un proyecto que estaba lejos de las concepciones cientificistas de la época: como se sabe, al final de su vida Wundt elaboró un proyecto de psicología de la colectividad, psicología histórica o psicología social (cfr., Boring, 1989; Jahoda, 1992; Farr, 1996).

Titchener no simpatizaba con esas reflexiones, pues cuando las mencionaba siempre lo hacía con recelo, aunque a su favor; señalaba que aun cuando existiesen otras áreas —aparte de la psicología fisiológica y experimental—, por ejemplo, la psicología del niño, la psicología evolutiva, la psicología étnica, éstas estaban en formación y no se sabía bien a bien de que trataban ni cuáles eran sus objetos de estudio (Rodríguez, 2005: 127). En descargo de lo dicho se puede señalar que esas observaciones las hizo un año antes de que Wundt comenzara toda su obra enciclopédica —de 1900 a 1920— con respecto a la vólkerpsychologie, su proyecto de psicología social (Farr, 1996).

Si el libro de Titchener se empleó en las aulas de la ENP durante 25 años, eso significa que, por más desdibujada que estuviera la discusión acerca de una posible psicología social, y que a ésta se refirieran como psicología étnica —ergo, psicología de los pueblos—, la semilla académica ya estaba ahí, citada y obviada, desacreditada o silenciada. El hecho de no convocarla como referencia principal no significaba que pasara desapercibida. Entidad que simplemente floreció a su tiempo, unos años después, cuando la idea se logró cristalizar a partir de una visita intelectual que recibió la Universidad Nacional de México.

Aunque la idea fue ganando terreno porque en las aulas ya se hablaba de ciertos apartados y también se le consideraría, por ejemplo, en el programa académico de 1903 y 1904 correspondiente a la materia de psicología de la ENP. Algunos de los apartados eran: Observación psicológica de colectividades, así como el Criterio final para estimar los hechos 50 psíquicos; una vez más avanzado el curso, se incluían escenarios tales como los de los sentimientos religiosos, estéticos sociales, para finalizar con un apartado que reconocía todos aquellos fenómenos psíquicos, anormales y morbosos, como la insania mental o el hipnotismo, que se referían a estados primitivos, instintivos, o conductas propias de la colectividad (Álvarez y Molina, 1981: 95).

La idea de psicología social y su conceptualización en los oídos y documentos de su historia en México, proviene de lo dicho por un autor al que se ha relegado en la historia general de la psicología y la psicología social, y cuya relación con la historia de la psicología social en nuestro país descansa en la visita que él mismo lograra concertar. Algunos dirán que no alcanzó ninguna influencia (Gallegos, 1982-1983: 78-79); otros dirán que sí la tuvo y en mucho (Rodríguez, 2005: 214-217). A continuación expondremos que James Mark Baldwin sí ejerció una influencia suficiente en la materia que nos ocupa.

James Mark Baldwin (1861-1934), un psicólogo estadounidense, alumno de Wundt pero sin doctorarse bajo su tutela, fue invitado especialmente por Ezequiel Chávez y Justo Sierra para impartir unos cursos en la recientemente formada Universidad Nacional de México. Esta invitación la avalaba la trayectoria y los intereses que de su obra se desprendían, pues Baldwin, allende su poca mención en el ámbito mundial, fue de los primeros autores en escribir respecto de las temáticas colectivas; ahí se tienen, por ejemplo, sus libros Historia del alma, de 1898, e Interpretaciones sociales y éticas del desenvolvimiento mental. Estudio de psicología social, de 1897, y el no menos importante Mental development in the child and the race: methods and processes, de 1895; asimismo, se anticipó a muchos en la realización de una historia de la psicología: History of psychology: a sketch and an interpretation, de 1913.

Esto es significativo para el escenario de lo psicosocial, ya que uno podría aventurarse y señalar que Baldwin pretende explicitar lo aprendido bajo la tutela de Wundt, algo que Robert Farr (1996: 63) reinterpreta de manera cortés, pues asegura que sólo unos cuantos lograron captar el sentido de las reflexiones de Wundt en su aporte a la psicología social y las ciencias humanas. Baldwin lo supo hacer, así también George Herbert Mead (1863-1932), Carl Murchinson (1887-1961), William Isaac Thomas (1863-1947) y Charles Hubrad Judd (1873-1946).

En cuanto a lo que sucedió con Baldwin y sus visitas a México es parte de la polémica acerca de la historia y el reconocimiento de la psicología social como un escenario autónomo y válido entre las ciencias humanas y sociales. Los documentos históricos indican que visitó el país en cuatro ocasiones; las dos primeras, en 1905 y 1908, como funcionario o asesor del proyecto para instaurar la Universidad Nacional, y las dos últimas para exponer y ser una especie de maestro de conferencias. En este último punto radica su importancia.

En la solicitud de invitación se le pide a Baldwin que imparta dos cursos, uno de éstos —el de 1910— llamado Psicosociología, así, sin tanto aspaviento, y el otro —el de 1912— fue un curso a deferencia sobre Filosofía y ciencia social (Gallegos, 1982-1983: 76). Baldwin fue responsable de la introducción de un término novedoso y propiamente distinto a lo hecho y aceptado en los límites psicológicos y sociológicos, lo que provocó una discusión más amplia a la cual los propios escenarios no podían responder. El tema del curso sobre Psicosociología versó alrededor de una de las tantas polémicas que se han abordado a lo largo de la historia general de la psicología social (cfr., Blanco, 1994; Álvaro y Garrido, 2003), y se le anunció así: El individuo y la sociedad: relaciones entre el individualismo y el colectivismo (Álvarez y Molina, 1981: 100-101; Rodríguez, 2005: 217).

Las notas de esas 25 clases —más bien conferencias— quedaron plasmadas en la literatura de la psicología social bajo el nombre de Psychologie et sociologie: tindividu et la société, de 1910; en el prefacio hubo agradecimiento a las atenciones brindadas por los responsables de la Universidad Nacional (Rodríguez, 2005: 218). Ahora bien, con todas las reservas que haya al respecto, se puede señalar que las reflexiones de Baldwin intentan resaltar los procesos psicocolectivos que sólo podrían ser explicados mediante una disciplina en estricto apego a esos escenarios; ésa fue la premisa básica de sus lecturas y no repara en hacerla explícita en cada ocasión, de esta manera, cuando llega a su obra final, su Historia de la psicología..., en sendos apartados intenta definirla y acotarla.

Baldwin, como tantos otros (Fernández, 1989b), es parte de una tradición en la psicología social; lo que sucede con sus reflexiones es que éstas pueden ser recuperadas de los archivos históricos que se gestaron en México. Textos preconocidos que logran una lectura crítica de la psicología que se hacía en la época.

Para concluir este apartado, cabe señalar que después de que impartió sus cursos, Baldwin dejó un listado de libros de consulta que, según su perspectiva, servirían para complementar estas lecciones introductorias; por ejemplo, las lecturas de Gustave Le Bon, de Gabriel Tarde, 52 de William Mc Dougall o de William James, con lo que se aseguró de que la dudas referentes a la noción de lo que fuese la psicosociología sólo serían despejadas a partir del análisis de todas esas lecturas, que sin ser estrictamente de carácter psicosocial, en sus líneas cabrían las posibilidades de una lectura disímil, una mirada diferente, tanto para los fenómenos psicológicos como para los sociales.

 

Desarrollo y entrecruces

Forjada desde escenarios colindantes, la psicología social deambula entre lo que de esos entrecruces se puede recuperar, o de lo que se impone relegado, de lo que intencionalmente se dice es válido y verdadero para su propia historia, de lo que se comenta, se acepta, pero ante todo de lo que se escribe sobre ella, y de sus estilos, desde lo hecho con base en las consignas cientificistas hasta los ensayos históricos, siendo los dos parte y recubrimiento de lo que se puede conocer como literatura de psicología social.

 

Literatura de psicología social

Institucionalmente, la psicología social se vuelve referencia histórica con los cursos impartidos por Baldwin; empero, como tradición literaria se tornó más que cotidiana en los inicios del siglo XX. La literatura científica ubica a la psicología social, en el ámbito mundial, con la edición en 1908 de los manuales de William Mc Dougall y de Edward Ross (Álvaro y Garrido, 2003). En México hay constancia documental de que la idea de psicología social afloraba en publicaciones que intentaban responder a fenómenos sociales y comunes a la transición del siglo XIX al XX (cfr., Valderrama, 1982-1983; Solís, 1999; Rodríguez, 2007).

Testimonios culturales son el texto de Ezequiel Chávez (1868-1946) intitulado Ensayo sobre los rasgos distintivos de la sensibilidad como factor del carácter mexicano, publicado en 1901, el mismo año en que Julio Guerrero (1862-1937) da a conocer su Génesis del crimen en México. Estudio de psiquiatría social. El escrito de Chávez trata acerca de lo que hace distintivos a los mexicanos de otras nacionalidades y el de Guerrero contempla, de la manera más científica posible, la influencia ambiental en la generación de un comportamiento.

Estas obras se publicaron en los inicios literarios de la psicología social en la primera década del siglo XX; a finales de ella salen a la luz los textos de Juan N. Cordero (1851-19¿?), un autor veracruzano con no muy buena suerte literaria, cuyo empecinamiento por publicar lo llevan a contemplar una obra entre cuyas intenciones estaba la de ser una síntesis psicológica, una trilogía que intentaba considerar desde la formación del organismo-individuo, su relación con el ambiente, y su buen encauzamiento hacia una conducta normal. Los títulos de esos textos son: El alma orgánica. Ensayo de vulgarización de psicología fisiológica, de 1907; La vida psíquica. Ensayo de vulgarización de sociología y política, de 1909, y Anomalías y sus tratamientos: ensayo de psiquiatría y un sistema efectivo para la defensa social, de 1910. Sin aventurarnos demasiado en el tema, la tesitura de esos textos es propia de una tradición donde lo psicológico es el antecedente de lo social, donde de manera progresiva su entendimiento implica la lectura desde lo individual, lo orgánico, hasta llegar a lo sociológico o político (Valderrama, 1985; Rodríguez, 2005).

Sin ser estos los únicos textos que se adentraron y preocuparon por los factores ambientales, cabe señalar que los problemas sociales de inicios del siglo XX se reconocen bajo ciertos escenarios: la locura, el crimen, el alcoholismo o la vida ligera (Solís, 1999; González, 1990). La literatura popular los recuperaba e intentaba ofrecerles una solución, a la vez que permeaban las conciencias eruditas que se responsabilizaban de responder a nombre de sus gremios. Por ejemplo, apareció una obra donde el apellido de social complementa la discusión: La prostitución en México. Estudio de higiene social, de Luis Lara y Pardo (1873-1959), la cual se publicó en 1908 (Rodríguez, 2005; 2007).

De esta manera, se intentó establecer una relación entre todo aquello que podría ser caracterizado como social-ambiental, algo que iba muy de la mano con las premisas psicosociológicas que bosquejó Baldwin o desde lo expuesto por una psicología de los pueblos, sin omitir que las lecturas hechas por los higienistas iban en mucho en el sentido de lo que la psicología criminal o psicología colectiva italiana decía y redactaba alrededor del tema (Barnes y Becker, 1984).

Chávez se preocupaba por la vertiente intelectual y educativa de lo psicológico, Guerrero, Lara y Pardo eran ambientalistas sociales, institucionales a más no poder, creaban su literatura con las cifras y estadísticas necesarias para su comprensión. Por ello, no es coincidencia histórica 54 que a finales de esa primera década del siglo XX se inauguren las instancias que delimitaran el actuar de la sociedad mexicana, la Universidad Nacional de México, el Manicomio General La Castañeda (Valderrama, 1985: 87), y la Penitenciaria de Lecumberri, mejor conocida como el Palacio Negro (Solís, 1999: 191). Estas entidades se hicieron responsables del buen encauzamiento de la sociedad, con los respectivos escritos que legitimarían sus acciones sobre las conciencias y comportamientos anormales, y que permitirían clasificar, categorizar o estigmatizar a los responsables o portadores de ellos. Cuestión que no sucedería con la idea novelada de la psicología social.

Un entrecruce por demás relegado pero que considera una vertiente de psicología social completamente distinta a lo dicho científicamente. Salvador Quevedo y Zubieta (1859-1935) fue el responsable directo de esa vertiente psicosocial; fue un jurista vuelto cronista, que logró escribir como historiador y novelista. Con él se abrieron dos senderos que terminaron por acotar lo que el periodo reconoce como psicología social. Quevedo y Zubieta, en su faceta de biógrafo, ubica a sus escritos Porfirio Díaz, de 1906, y El caudillo, de 1909, como ensayos de psicología histórica; esta definición la comparten sus obras siguientes: La camada (1912), En tierra de sangre y broma (1921), México manicomio (1927), México marimacho (1933), Las ensabanadas (1934) y La ley de la sábana (1935), las cuales, para los fines que aquí nos convocan, son ubicadas en la literatura —al pie de imprenta— como ejemplos e ilustraciones de psicología social (Rodríguez, 2005).

Así es como se da paso a identificar a la psicología social como extractos literarios de la vida social, donde se novela e historia el contexto y las dinámicas socioculturales, con el intento de ejemplificarlas; por supuesto no se puede decir que fuera y sea bien visto reducirla a simple literatura, ya que, por otro lado, en la vertiente científica estaban desplegándose todas las herramientas para que tanto la psicología como la psicología social —como si ésta estuviera pasos atrás—, hicieran uso de los instrumentos y estrategias científicos que los cánones exigían (cfr., Jurado, 1982; Colotla y Jurado, 1982-1983; Valderrama, 1985; Valderrama et al., 1994), y que se requerían para sobrevivir en el ámbito académico.

 

Cátedras y currículos

Con la fundación de la Universidad Nacional de México hubo grandes esperanzas para el país; al interior de la historia de la psicología y la psicología social algo parecido se sentía con el establecimiento de la Escuela de Altos Estudios (después Facultad de Filosofía y Letras) y con los escenarios posibles para llevar a cabo la investigación psicológica. Es el tiempo de la psicotecnia, de la psicopedagogía, de la estandarización de pruebas, de la búsqueda de la cientificidad de la disciplina, así, los logros más grandes y documentados son los de la modificación de pruebas psicológicas y su introducción para el beneficio de la sociedad mexicana (frente a la vulgarización psicológica que se difundía de manera cotidiana); se coincide, entonces, con esta sentencia: es el tiempo de "la aparición, oficialización, expansión y domesticación de la psicología" (Solís, 1999: 200).

Así, lo social se difumina al intentar aprehender al individuo. De todo esto, entonces, ocurre un viraje: la psicología social en México entra en un estado de hibernación intelectual a partir de lo que se está gestando en el mundo (Álvaro y Garrido, 2003); se vuelve un periplo en cada una de las investigaciones a realizar, considerándose como parte del escenario social en el cual se aplican las pruebas y las mediciones psicológicas; por ejemplo, las escuelas secundarias, el Banco de México, Teléfonos de México S. A. de C. V. (Valderrama, 1985), o el bien recibido Tribunal para Menores (Colotla y Jurado, 1982-1983; Valderrama et al. , 1994). Lo social de la psicología social derivaba de los escenarios donde lo psicológico se aplicaba. Se genera una respuesta y actitud ramplonas que académicamente se sigue estilando. Así, los escenarios donde se requería de psicólogos se ampliaron; claro, había que apegarse a los arbitrios que se aplicaban.

Pero la institucionalización de la psicología social recaería en su reconocimiento oficial; pasando de ser la referencia de una conferencia sobre psicosociología a implementarse como una materia en la carrera de Psicología. En 1934 se logra incorporarla como especialidad en los estudios de grado. En 1937 se da la profesionalización del psicólogo; en 1939 se crea el grado de Psicología; hay que decir que de inicio la psicología era parte de la carrera de Filosofía, y que pasados los años fue que logró una separación administrativa, para ubicarse como un departamento autónomo en 1945.

En esta institucionalización y disposiciones administrativas, la psicología social sale bien librada ya que, según datos (Jurado, 1982), en el plan curricular de 1948 del Departamento de Psicología se imparten materias de historia de la psicología y de psicología social, sin especificar en qué semestres, lo cual cambia cuando un nuevo plan se impone al año siguiente, y donde sí se especifica que historia de la psicología se imparte en el primer semestre y la asignatura de psicología social en el tercero. Esto hasta 1951, cuando se propone un nuevo plan de estudios donde se contempla ya un doctorado en Psicología (Jurado, 1982).

Sin embargo, en 1959 la psicología se deja de asumir como una especialización y se visualiza como una carrera profesional, algo que el Consejo Técnico de la Facultad de Filosofía y Letras aprueba en 1960, y donde la psicología social se ve reconocida como parte de las materias generales, pues se le asume como base teórica para futuras enseñanzas y se le hila con materias en semestres posteriores; por ejemplo, higiene mental, psicología aplicada, sociología, antropología física, entre otras (Jurado, 1982: 70-71). Un comentario que permite congratularnos es aquel que data la fundación del Departamento de Psicología Social en 1966 (Valderrama, 1985: 90).

Como quiera, sirva esto como el antecedente para señalar que, para cuando la psicología se ubica como una carrera profesional, al interior del Colegio, se funda un Departamento de Psicología Social, bajo la responsiva de Héctor Manuel Capello, cuya influencia se vuelve determinante pasados los años, las generaciones y las conciencias, ya que logra mantener de manera casi intacta la autonomía de ese espacio académico (cfr., Lara Tapia, 1983; Valderrama, 1985). Espacio que perdura y trasciende hasta la fecha histórica en que se logra la fundación, en 1973, de la Facultad de Psicología en la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM).

 

Horizontes y proyectos

La psicología intenta ser un proyecto académico y de investigación respetable para las problemáticas del país y sus posibles soluciones; con esa intención se forjan y se imponen aproximaciones que trascienden y en ocasiones se enquistan, ahí es donde la psicología social deambula, contrarrestando y asimilando lo que propondrían las lecturas, versiones y explicaciones de fin de siglo.

 

Presencia y permanencia

Con la fundación de la Facultad de Psicología el horizonte en la historia de la psicología y de la psicología social se amplía bajo las responsivas y los agregados académicos e intelectuales de los cuales abreva. Según datos, es Héctor M. Capello quien transita y se responsabiliza de la psicología social en la Facultad (v. gr., Lara Tapia, 1983; Díaz-Guerrero, 1983). Capello asume los cargos de jefe del Departamento de 1966 a 1974, y coordinador de los Estudios de Posgrado de 1974 a 1978. Aun cuando estas responsabilidades son referencias interesantes, una de las cuestiones con las que logran engarzarse académica e históricamente es a partir de las transformaciones curriculares del plan de estudios: de uno de 70 asignaturas se pasó a otro más completo, con 45 materias, y donde tendría cabida la psicología social, como una materia obligatoria, e ilustrada a la par en 19 asignaturas optativas bajo el resguardo del citado Departamento (Lara Tapia, 1983).

Según palabras del propio Capello (2004: 171-173), el proyecto de psicología social que se intentaba bosquejar y cristalizar en la Facultad de Psicología centraba sus principales intereses en la investigación e intentaba la formación de psicólogos sociales involucrados con las temáticas y problemáticas nacionales y contemporáneas, para que éstas fueran abordadas desde una mirada psicosocial propia y autónoma de los otros escenarios colindantes, y por supuesto, con el sustento suficiente para que no se le reconociera como un híbrido académico, insulso o ramplón en el escenario de las ciencias humanas y sociales. El paradigma dominante es el del método científico, la comprobación y las investigaciones empíricas pululan y la definición de psicología social —como investigación reconocida y a reconocer— se apega al ámbito de las ciencias naturales. Sin dejar de lado la trinchera que Capello defiende, hay que mencionar a su mentor: Rogelio Díaz-Guerrero (1918-2005), quien se vuelve referente importante para la psicología social mexicana, y máximo representante —dependiente de sus propios proyectos y aspiraciones— de esa psicología social de corte experimental, naturalista y sociocultural (Díaz-Guerrero, 1994).

Ubicar a estos dos autores significa especificar históricamente la polémica y las tradiciones de las que abrevó la psicología social en México y cómo se fue forjando su historia. Por supuesto, el primer antecedente 58 es Díaz-Guerrero, quien formó a varios de los psicólogos en el país, entre ellos a Capello, y fue precursor, además, en la realización de investigaciones multidimensionales acerca de la realidad social y su correlación latente en distintos escenarios educativos, laborales, pedagógicos, etcétera.

Al revisar la autobiografía de Díaz-Guerrero es posible señalar y adentrarse en lo que las influencias académicas que recibió aportaron a la historia y formación de los psicólogos mexicanos. En sus recuerdos y recuentos, Díaz-Guerrero agradece y contextualiza lo que en un periodo delimitado se difundía en las conciencias intelectuales, así como las preocupaciones de los psicólogos del país; no es fortuito que departa y reconozca a algunos de sus docentes y los ubique en cada una de sus cátedras. Para los fines de la historia de la psicología social resulta muy importante conocer de la mano del autor los nombres de quienes lo influyeron con sus perspectivas sociales, políticas y morales, a saber, Samuel Ramos, José Gaos, Eduardo Nicol y Antonio Caso (Díaz-Guerrero, 1994).

Ahondar en la obra de Díaz-Guerrero es un punto y aparte. Esta atención merece otro escrito, tanto por sus aportaciones al campo de esta materia como por su constante fundación de instituciones, sociedades científicas, vínculos entre colegas, y proyectos de investigación con el propósito de redefinir el papel del psicólogo mexicano y discutir su carácter. De esta manera, creó un legado y una tradición psicosocial original y autónoma (Díaz-Guerrero y Díaz-Loving, 1994).

Pero no por ello Capello queda en segundo plano, porque en el caso de la historia de la psicología social en México él es parte de una tradición intelectual que aboga por todos los estudios acerca del carácter y la identidad del mexicano (Capello, 2004). Mucha de la resistencia administrativa a esta materia recayó en sus hombros y se puede señalar que el reconocimiento a sus actividades es uno de los que se han registrado documentalmente allende las fronteras. A los dos únicos psicólogos sociales que Moscovici y Marková (2006) reconocen, ubican y citan son a Rogelio Díaz-Guerrero y Héctor M. Capello. Cabe resaltar que ellos fueron los responsables de la fundación de las dos únicas instancias preocupadas por la elaboración e investigación psicosocial en el país: Díaz-Guerrero con la Asociación Mexicana de Psicología Social (Amepso) en 1984 —www.amepso.org—, y Capello con la Sociedad Mexicana de Psicología Social (Somepso), un año después —www.somepso.org—. Para complementar la historia de la psicología social en México valdría la pena estudiar y registrar proyectos intelectuales que abogan por formas distintas del quehacer psicosocial y que en sus orígenes acarrean una información histórica, que no ha sido documentada, referente a colegios invisibles, paradigmas al uso, rencillas profesionales, y de la cual sería un error prescindir.

En la década de los ochenta la psicología social tuvo un auge impresionante. Para ese entonces la Facultad de Psicología contaba ya con una década de formación y en su interior se elaboraban algunos proyectos —en específico, en psicología social—, que abarcaron a los estudios de posgrado. Además, gracias a la demanda de lo hecho o dicho por los psicólogos sociales, la idea y las repercusiones de esta materia se trasladan e institucionalizan en otras instancias. Desde la fundación de la Universidad Autónoma Metropolitana (UAM), la psicología y la psicología social fueron consideradas para ser parte de la oferta de carreras en distintas unidades académicas: la carrera de Psicología en la UAM-Xochimilco, y la de Psicología Social en la UAM-Iztapalapa. En sí, con estas tres menciones institucionales la psicología social ha permanecido como un referente académico, guiando y formando nuevas generaciones preocupadas por su labor profesional e intelectual para con la sociedad mexicana.

 

Retornos

¿Qué sucede con la psicología social, con su historia y sus reflexiones internas, con sus polémicas y sus aportaciones intelectuales, con sus personajes famosos y ovacionados? Allende los años y las resistencias, los bosquejos y las materias, se puede resaltar que como proyecto intelectual siempre ha estado presente, se ha hecho manifiesto en algunas décadas o, como señalamos con anterioridad, ha estado hibernando en las conciencias. ¿Qué pasa con la psicología social hecha en México al final del siglo XX? Mejor dicho, después de todo lo hecho en el siglo pasado, ¿cuáles son las características y las aportaciones de la psicología social en las últimas dos décadas del siglo XX?

Sin duda, es la consolidación de la psicología social como baluarte académico a partir de la institucionalización de dos sociedades comprometidas en elaborar y reflexionar acerca de los avances y la investigación 60 psicosocial en el país. Algo más que encauzó la discusión fue la cimentación de licenciaturas donde la psicología social tendría cabida académica, responsabilidad directa de la UAM; eso significó una vertiente distinta a lo que hasta ese momento se conocía como psicología y psicología social. Hay que mencionar que mucha de la polémica ubicada en ese periodo —en la década de los ochenta—, es parte de la inconformidad de los paradigmas propuestos y de la migración de alumnos, maestros e interesados por elaborar algo distinto en el ámbito nacional.

Según se cuenta, algunos de los alumnos de la UNAM fueron los que se responsabilizaron de estas nuevas licenciaturas en psicología y psicología social; algo semejante a lo que ocurrió en la época del Colegio de Psicología y en los primeros años de la Facultad de Psicología en la UNAM, donde el personal docente y los jóvenes ayudantes e investigadores crearon la psicología y la psicología social en el país.

En particular, aquellos que realizaron estudios doctorales en el extranjero y reingresaron en la academia para modificar y ejercer otros juicios, otras aproximaciones contemporáneas y críticas, fueron los que reelaboraron los planes de estudio en el posgrado de la UNAM y a los que se les encomendó consolidar las licenciaturas en la UAM, ya sea mediante la reflexión alrededor de los planes de estudio o la introducción de otras lecturas o materiales. Por decir algo, en estas dos últimas décadas en la Facultad de Psicología se realizan algunas de las más interesantes traducciones de obras clave en la literatura psicosocial, lo que permitió otra lectura, otra mirada, a lo que se reconocía como tal; asimismo, se gestó una tradición diferente y clásica acerca de lo que es psicología social; por ejemplo, el personal docente de la UNAM tradujo textos de Leon Festinger, Henri Tajfel y Gordon W. Allport, a la vez que elaboró material didáctico original para la actividad docente.

No hay que olvidar que en la UAM también se llevaron a cabo traducciones muy importantes acerca de temas clásicos y a la vez novedosos (De la Rosa, Meza y Vázquez, 1983), traducciones sobre la historia de la psicología social y entrevistas con sus interlocutores o acerca de sus padres fundadores, lo que daba al traste con empecinadas versiones respecto de la historia y los olvidos disciplinares e institucionales.

Sendas trincheras temáticas se fueron edificando, algunas enfocadas hacia lo experimental, otras hacia el trabajo comunitario, otras más considerando la aplicación a escenarios reales —lo político, lo laboral, lo psicodinámico—. Sin embargo, se puede decir que la historia de la psicología social resintió esos estragos: las migraciones, los colegios invisibles, la incompatibilidad temática, los proyectos en solitario, o la ahistoricidad de ella, lo cual se reflejó en la apatía por dejar de contar o no querer contarlo.

Aunque también existieron casos aislados, reuniones fortuitas y entrecruces obligados, académicos y personales, que le ponen sal y pimienta a la historia de la psicología social, menos en los documentos, más a sus relatos. Y que sazonan tanto la historia dicha y escrita, como las tradiciones intelectuales gestadas, cada una de éstas ubicada en alguno que otro periodo histórico de la sociedad mexicana. Se puede señalar que de las tradiciones que se expresaron, la experimental es la que cuenta con más arraigo, y con ella se manifiestan la tradición psicométrica y la que abrevaba de la escuela estadounidense, cuyo interés se centra más en lo individual o lo interpersonal que en lo social. Empero, se reconoce otra tradición, sin ser la dominante, impartida en las aulas de la uam; ésta es la tradición de investigación psicosocial con bases en la escuela europea, ubicada en específico en Francia.

Pero en México se hallan otras tantas más; por ejemplo, las creadas por Rogelio Díaz-Guerrero, enriquecidas por Isabel Reyes Lagunes o Rolando Díaz-Loving, o lo hecho por Héctor M. Capello, centradas en el carácter e identidad del mexicano, en los hábitos y prácticas que lo definen y que el mismo mexicano asume como tal. Aparte se encuentra esa tradición ensayística de principios del siglo XX, algo desdibujada o vilipendiada por los recuentos históricos, porque según los criterios positivistas, ésta no es científica.

Sin embargo, algunos de los retornos más importantes son aquellos que se hacen sobre la lectura de textos clásicos, una práctica que podríamos ubicar como parte de una tradición teórica en la historia de la psicología social en México y que reaparece esporádicamente y sin pretensiones; a saber, hay dos momentos al respecto —abiertos a discusión por supuesto—: a) cuando las cátedras de psicología en el Colegio de Psicología en la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM (Díaz-Guerrero, 1969), y de las que abrevaron los que después fueron las referencias intelectuales conocidas (cfr., v. gr., Díaz-Guerrero, 1994; Lara Tapia, 1983; Capello, 2004), impartidas por Oswaldo Robles, José Gaos y Antonio Caso, siendo éstos más filósofos que psicólogos, capturando en sus escritos —en específico Caso (1979)— un rastreo intelectual sobre los orígenes de lo que posiblemente podría ser reconocido como lo psicosocial; b) en los ochenta, cuando se da la migración y la reinserción de estudiantes que fueron a cursar estudios de posgrado, ya no a Estados Unidos sino a Europa, y regresaron con una perspectiva distinta a los cánones científicos experimentalistas individualistas estadounidenses. Algunos de estos estudiantes —ahora docentes— se convocaron bajo un proyecto llamado Laboratorio de Psicología Social (1985-1992), centrado en la lectura de textos clásicos de la psicología social y las ciencias humanas y sociales, además de la revisión de textos que hablaban de la crisis de las ciencias sociales y de la psicología social en consecuencia (Fernández, 1994); empero, los involucrados forman parte en la actualidad de la planta docente de las dos principales universidades donde se imparte esta carrera y profesión (Fernández, 1989b). Puede que la influencia no sea la más famosa y ovacionada pero la trinchera temática ahí está.

De esta manera, regresar a los orígenes es parte de cualquier historia. Reencontrarse con lo dicho implica de nuevo reflexionar sobre ello; el gusto personal por contarlo otra vez, las apatías y desacuerdos hacia lo hecho, dicho o expuesto por otros, de acuerdo con las preferencias temáticas. Por ende, hay historias que no tienen punto final.

 

Conclusión

Parafraseando a Hermann Ebbinghaus, un psicólogo alemán cuyos intereses estaban anclados en los estudios acerca de la memoria, podemos decir que la psicología tiene un largo pasado y una corta historia; en el caso de la psicología social esta premisa se confirma y aún más con respecto a su historia en México.

Para elaborar una historia de la psicología social no es suficiente con dividirla en apartados, sino que hay que localizar los puntos de confluencia, las preocupaciones comunes y los proyectos truncados. Asimismo, habría que ver qué tanto se apega y responde a esas realidades vividas y experimentadas, en cuanto al contexto que se relaciona con las premisas políticas, culturales y morales que describen y en ocasiones explicitan esa realidad. No en balde, la discusión que puede desprenderse de la historia de la psicología social es con respecto a su función, intenciones y aplicación a la sociedad contemporánea; cuestionamientos que en ocasiones se han intentado esclarecer (Domingo et al., 1992).

En defensa de todo lo dicho en las líneas anteriores, no hay conclusión que valga. La historia de la psicología social reaparecerá conforme se siga escribiendo sobre ella, disertando sobre sus entretelones, en cuanto se expongan argumentos y contraargumentos, en consonancia con la discordia o la empatía se vuelvan manifiestas, en congruencia con que los interlocutores estén en la mejor disposición por intercambiar la información correspondiente, en tanto no se intente la imposición de una versión dominante, más verdadera y menos real.

Una prioridad al exponer la historia disciplinar de la psicología social es el reconocimiento tácito de que distintas realidades implican distintas historias, en consecuencia —y más allá de las preferencias académicas o los recuentos institucionales—, los entretelones históricos de la psicología social deben ser considerados a partir de su reconocimiento, autonomía y aportaciones en distintas latitudes políticas y geográficas; esto es, la realidad e historia de esta disciplina en Latinoamérica es por demás distinta a la europea o a la estadounidense. Esto, aunque pareciera un comentario obvio, no lo es, ya que por lo común se expone el panorama histórico general de la disciplina y se omiten las contribuciones locales, como si éstas no tuvieran la misma relevancia, lo cual puede ser malinterpretado al asumir entonces que la realidad y la historia de la psicología social en el ámbito local no es importante.

¿Cuál es la psicología social que se elabora en México? Eso sólo la historia lo puede contar, identificar y desmentir, sin arrogancias. Por otro lado, pareciera de principio que la historia de la psicología social hecha en nuestro país podría ser autónoma de la historia de la psicología general o institucional; ésa sería una de las aristas que se despliegan de la discusión antecedente; la otra debería considerar los entrecruces de que una disciplina adolece, o de los que se puede congratular.

¿Cabría hacer una historia donde no hay historias? ¿A quiénes habría que reconocer como padres fundadores, como influencias académicas, como la institución de vanguardia, o a cuál como la publicación que merece el mayor reconocimiento, que no es lo mismo que decir que el más honesto de los respetos? Quien lo escriba está obligado a considerar todos y cada uno de los posibles escenarios. Es posible que alguna tradición resalte sobre otra, es probable que eso sólo sea una suposición; empero, la psicología social que se realiza en México —aun cuando es de difícil acceso documentar, pero no es imposible postular ciertas premisas que guíen su actuar—, pareciera que se le sigue viendo como un híbrido dentro de las ciencias, como un malogrado experimento social e intelectual. Pero, en conjunto, puede visualizarse que todavía queda mucho camino por recorrer y por trazar, ya que esta historia todavía no se ha terminado de escribir.

 

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Nota

El autor dedica su texto a Clau Magaña, Iván Rodríguez y Claudia Carbajal.

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