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Polis

versión On-line ISSN 2594-0686versión impresa ISSN 1870-2333

Polis vol.4 no.2 México jul./dic. 2008

 

Reseñas

 

El socialismo anda a pie. Apuntes desde Todosadentro

 

Tania Arroyo Ramírez*

 

Iván Padilla Bravo, Venezuela, Fundación Editorial el Perro y la Rana, 2007

 

* Licenciada en Ciencias de la Comunicación por la Universidad Nacional Autónoma de México, con especialidad en Comunicación Política. Maestrante en el Programa de Estudios Latinoamericanos. Correo electrónico: <taniarroy_25@yahoo.com>.

 

La sociedad venezolana enfrenta hoy uno de los más importantes procesos de transformación desde el comienzo de su historia como nación independiente: la construcción del socialismo del siglo XXI, como se ha decidido denominar a este proceso, el cual se fundamenta en tres principios básicos: la democratización, la descentralización y la masificación. Esta última característica a partir de la consideración de que el socialismo no es sólo un asunto político sino todo un hecho cultural.

Tal como el presidente Hugo Chávez lo ha apuntado en múltiples ocasiones, la construcción del socialismo del siglo XXI se ha propuesto como objetivo fundamental el empoderamiento del pueblo, y para lograrlo, la concientización y la interiorización del cambio deben llegar hasta lo más profundo del ser venezolano.

En este sentido, textos como El socialismo anda a pie adquieren una importancia fundamental, pues su función no es única y exclusivamente la realización de un ejercicio intelectual, teórico o académico, sino también la de explicar a las bases el fundamento del proyecto que ellas mismas han comenzado a entretejer. De esta manera, y en palabras de Iván Padilla Bravo, autor de las páginas que conforman esta obra, el objetivo es ser menos teóricos y más accesibles (p. 69).

La matriz que se teje por todo el cuerpo del libro resulta no sólo en una apuesta por la transformación de las conciencias venezolanas, sino también en un ejercicio de autocrítica y valoración de los avances logrados hasta este momento. Así, aunque Padilla desempeña el cargo de viceministro de la Cultura para el Desarrollo Humano del Ministerio del Poder Popular para la Cultura en el gobierno venezolano, es capaz de admitir los errores y desaciertos del proyecto bolivariano, pero también de reconocer sus virtudes.

 

La especificidad del socialismo del siglo XXI como punto de partida

El principal problema de América Latina es que jamás ha tenido la oportunidad de explicarse y construirse a sí misma desde sí misma; por el contrario, su desarrollo ha sido siempre planeado por medio de la aplicación de modelos totalmente ajenos a su propia realidad, que han resultado particularmente desastrosos en la región. He aquí una diferencia fundamental con el proyecto bolivariano, el cual, pese a asumirse como socialista –una creación occidental–, se debe reconocer con una propuesta que resulta sumamente novedosa, original y emanada de la propia Venezuela.

No en vano, Iván Padilla advierte que la cristiandad, la venezolanidad y la ausencia de verdades preconstruidas constituyen las características más especiales del socialismo del siglo XXI, un socialismo que está dispuesto a construirse a sí mismo y bajo el objetivo fundamental de la creación de un hombre nuevo. He ahí entonces la afinidad con la doctrina cristiana. Para el autor, el socialismo no se debe interpretar de manera fundamental desde un ateísmo sino en la oposición a las relaciones propias del capitalismo, es decir: "Como una respuesta sin dogmatismos, en el que la propiedad se hace colectiva y su administración y beneficios también, independientemente de las motivaciones filosóficas, religiosas, políticas y partidarias de quienes la propugnan" (p. 10).

A primera vista, hablar de socialismo y religiosidad, entrelazados el uno con la otra, podría parecer una grave incongruencia, que de hecho ha sido duramente criticada no sólo por la oposición, de fuertes sentimientos y creencias católicas, sino por grupos de la misma izquierda. Como bien advierte Padilla, negar la importancia de la religión para construir un proyecto que busca la felicidad de todos los venezolanos sería negarse a sí mismos. Más bien, la clave del bolivarianismo ha consistido en la reinterpretación de aquel Dios opresor y en la recuperación de un Cristo cuya doctrina y práctica cotidiana se basan en un pensamiento socialista, donde la Revolución bolivariana lo único que ha hecho es mostrarse fiel al mensaje liberador de aquel Cristo del que en algún punto de la historia se apropiaron los venezolanos. La religiosidad, de acuerdo con Padilla, debe ser reconocida como un elemento ideológico en la definición de la cultura del venezolano, que no puede ser simplemente rechazado y desechado, sin más, porque es parte de esa misma cultura.

 

Una propuesta con estrategias de avance definidas

Múltiples han sido las críticas en torno a la ausencia de un proyecto claro en el proceso venezolano; sin embargo, se tienen cinco motores que guían esta Revolución, a los cuales se hace constante alusión en el texto de Padilla.

Primero. La fuerza de un Poder Constituyente y la solicitud a la Asamblea de una ley habilitante para abrir camino hacia la definición y establecimiento de leyes revolucionarias para un gobierno revolucionario orientado con toda claridad hacia el socialismo bolivariano.

Segundo. La reforma de la Constitución de la República Bolivariana de Venezuela en aquellos artículos en los que haría falta expresar de manera más clara el propósito de construir un Estado socialista de y para el poder popular.

Tercero. El despliegue de la formación popular por todas partes y en todos los espacios que recaen en el Ministerio de Educación y Cultura, aunque se asuma que es tarea de todos elevar los niveles de conciencia y fortalecer la cosmovisión socialista.

Cuarto. El diseño de una nueva geometría, donde los espacios de poder y organización social y económica correspondan al poder comunal.

Quinto. El fortalecimiento del poder comunal mediante la creación y robustecimiento de instituciones que el mismo pueblo ha comenzado a crear.

Todo intento de reconstrucción de un Estado debe ir acompañado de la construcción de sus propias instituciones y, como muchos han advertido bajo el tono de una supuesta crítica aguda, el socialismo del siglo XXI lo único que ha hecho es "desinstitucionalizar" al Estado. Esto es cierto en parte, pero tiene su razón de ser si se pretende pasar de un Estado regido por un sistema capitalista a uno socialista, pues éste difícilmente se podría sostener sobre las instituciones capitalistas; debido a ello, por fuerza se tiene que derrocar a tales instituciones. Sin embargo, no sólo se trata de destruir instituciones, se podría decir que incluso esta acción ha pasado a ser una tarea secundaria frente al desarrollo de nuevas instituciones, que antes de emanar del gobierno lo han hecho desde y en respuesta a las necesidades de los que menos tienen en Venezuela. Así, como advierte Padilla, se proponen como nuevas instituciones para el socialismo del siglo XXI: las misiones, las cooperativas, los Consejos Comunales, la reestructuración de los sindicatos y, en cierta forma, también los Centros de Cultura Activa.

Las misiones fueron propuestas por el presidente Chávez como una estrategia para hacer efectiva la redistribución de las riquezas y darle al pueblo en su conjunto la oportunidad de participar democráticamente en el ejercicio de poder. Estas instancias pretenden, pues, recargarse fundamentalmente en la socialización de los bienes. En suma, la Misión Barrio Adentro en salud, las Misiones Robinsón, Ribas y Sucre en educación y el resto de ellas se diseñaron para responder a la exclusión histórica del sistema capitalista, como refiere Padilla de forma reiterada.

Por otro lado, las cooperativas surgen para atenuar las dificultades entre el explotador y el explotado, en el marco del capitalismo; sin embargo, en el socialismo del siglo XXI, de acuerdo con Padilla, se perciben como una oportunidad de organización colectiva regida por una junta directiva orientada hacia un esfuerzo de producción, "sin ir en detrimento de los trabajadores ni tener que someterlos a ninguna fase de la explotación aniquiladora por parte del capital" (p. 95). De esta manera, las cooperativas se deben concebir en el socialismo a la venezolana como núcleos del desarrollo endógeno, aunque se reconozca que no son, efectivamente, una fórmula revolucionaria.

A su vez, los Consejos Comunales se han ido configurando desde abajo y como forma de presión hacia arriba –de la misma manera en que el gobierno se ha esforzado por ejercer el poder popular–; se han creado sobre todo bajo la dinámica el binomio inclusión–igualdad. Como advierte Padilla, los Consejos Comunales brindan un aporte organizativo que se compone, a su vez, por Comités con funciones más específicas. Así, se traducen en el ejercicio verdadero del poder popular, el cual consolida y fortalece la Revolución bolivariana, ya que cuentan, además, con el apoyo de la institucionalidad cultural, así como con el respaldo de la Constitución.

Ahora bien, el sindicato surge en oposición al Estado, es cierto, pero ¿qué sucede cuando un Estado y un jefe de gobierno se asumen y se desempeñan como trabajadores y exhortan a éstos para que asuman el poder? Éste es el cuestionamiento que lanza Padilla y al cual responde con el argumento de que aquel tipo de sindicato pierde vigencia política en Venezuela, pues es ahora el gobierno quien lucha por los intereses de los trabajadores. De esta manera, algunos de los sindicatos que existen en la actualidad en Venezuela son los sindicatos de la IV República, ya que los antiguos sindicatos –al igual que la oposición–no saben cómo comportarse en una estructura política en la que los trabajadores son poder y están obligados a ejercerlo. En este aspecto, Padilla advierte sobre: "... la presencia de sindicatos de la Cuarta República, que infaltablemente atacan a este Estado revolucionario con una consistencia y firmeza de clase que nunca utilizaron cuando sus patronos en los gobiernos anteriores eran adecos o copeyanos" (p. 109).

En esta medida –y en alusión al marxismo–, el Estado no se puede perpetuar, pues se reestructura a partir de otras figuras. Así, la reconfiguración de los sindicatos y las cooperativas resultaría en un avance sumamente importante para la sociedad venezolana, que ahora teje su solidaridad con el proceso revolucionario y, por consecuencia, con el gobierno de Chávez.

Por último, los Centros de Cultura Activa han sido pensados como núcleos en los que se "plasma el universo revolucionario bolivariano, con toda la potencialidad de la soberanía y de la diversidad cultural propia a esta Venezuela que se perfila como espacio para todos" (p. 59), para de esa forma generar de manera viva la cosmovisión humanista, anticapitalista, a la que se aspira y que busca reformar la moral de la sociedad venezolana. Tal es la esencia y fundamento de estos Centros.

Padilla expresa que estos Centros perfilan hacia una sociedad más justa, como un "compromiso de los seres humanos, ciudadanos, asumidos, como iguales entre ellos" (p. 67). En síntesis, los Centros de Cultura Activa apuestan por la eliminación de la exclusión, una práctica común en gobiernos venezolanos anteriores y en algunos aún vigentes en América Latina y en el mundo y que se rigen bajo supuestas democracias representativas dentro de las cuales existe "una cultura de la desigualdad y de los privilegios que sólo favorece a los poderosos capitalistas y sus lacayos" (p. 67). La propuesta de estos Centros es construir verdaderos espacios de justicia, lección que podría ser aprendida por el resto del mundo.

El planteamiento de este autor venezolano se traduce en un aporte fundamental no sólo para que la persona que vive en aquel país sudamericano pueda comprender e interiorizar su nueva realidad, sino que incluso logra dialogar acerca de la visión que Venezuela proyecta al mundo, pues efectivamente el gobierno de Chávez ha logrado desarticular un Estado. Ello, de acuerdo con la lectura de Padilla, es indispensable para reestructurarlo y más aún cuando esa supuesta "desinstitucionalización" va acompañada de la creación de nuevas instituciones, que son el resultado de un proceso abajo–arriba que el soberano, el pueblo, ha logrado transmitir y exigir al gobierno chavista.

 

Los desaciertos, una autocrítica

Se advierte que lo que le ha faltado a la Revolución bolivariana ha sido una capacidad autocrítica. En este sentido, El socialismo anda a pie resulta ser sumamente incisivo y se lanza, sobre todo, hacia el interior del mismo gobierno. Para Padilla, los funcionarios públicos constituyen un blanco constante, y pone al descubierto, con la ayuda de innumerables ejemplos, que para tristeza de muchos los jefes revolucionarios no han logrado interiorizar los tan imprescindibles cambios de conducta y tampoco han conseguido asumir un verdadero liderazgo revolucionario. Por ello, para Padilla el reto continúa: "[Será] difícil llegar a una revolución verdadera y radical si se sigue atado al pensamiento y a los valores del capitalismo que, en varias ocasiones, hemos definido como cultura para la muerte" (p. 103).

Por otro lado, el funcionario público de hoy se debe asumir como "un revolucionario íntegro", para quien la corrupción no se encuentra permitida ni tolerada. De esta manera, la estructura gubernamental se debe convencer de que el dinero que administra no le pertenece a ella sino a todos lo venezolanos. Pero lamentablemente, según denuncia Padilla, los "camuflados" han llenado en gran parte la nómina de funcionarios públicos: "estamos hablando de los disfrazados, de los oportunistas y corruptos que sólo se han acercado a la revolución para usufructuarla, para sacar provecho privado de ella, para llenarse los bolsillos con dinero mal habido o distribuido con clientelismo para beneficiar a amigos o negocios particulares" (p. 51).

Para el autor, el funcionario de hoy debe ser visto como un verdadero revolucionario, no más como un burócrata acrítico, automatizado y desvinculado de toda conciencia política o compromiso social, que sólo se limita a alimentar "el culto a las elites que ocupan cargos directivos, en una visión del mundo que pretende perpetuar las diferencias de clase [o] las rupturas revolucionarias no pueden quedar en las ramas del árbol, deben recorrer el tronco todo y, especialmente, alcanzar la raíz. El fondo es el ser humano. Si no, no habrá cambio" (p. 83).

Acerca de esta problemática, explica que muchos de los funcionarios de la IV República se han integrado a los de la V República, aunque esto no tendría que ser un problema si creyeran realmente en el curso de la Revolución bolivariana. Por desgracia, muchos de ellos se han sumado a la corriente sólo "para seguir disfrutando de sus privilegios y sin pensar que esta revolución es poder para y del pueblo [...] el Estado Nuevo no puede tolerar a los momios del pasado" (p. 103).

En su condición de funcionario y miembro del proyecto bolivariano, Padilla ejerce la autocrítica al advertir que "la administración pública sigue impregnada de vicios [...] a seis años de tránsito por la V República, seguimos siendo víctimas de este flagelo" (p. 23). Éste es quizá uno de los más grandes peligros que acechan a la Revolución, por lo que en forma obligada se debe enfrentar la descomposición, donde sea que se manifieste.

Por último. Padilla advierte de manera incisiva que el equipo de funcionarios del gobierno bolivariano se debe someter a la consulta y participación de todos. "Si el equipo no lo es para la participación democrática y para el protagonismo del pueblo en ideales y en actos, no tiene caso seguir hablando de cambios. La radicalidad del cambio debe ser revolucionaria desde adentro" (p. 77). Con argumentos como éste, la obra pone sobre la mesa el riesgo que representa la reproducción del ejercicio de poder a la vieja usanza; en suma, la ausencia de una verdadera ética revolucionaria pone en peligro el fortalecimiento del socialismo del siglo XXI y, peor aún, pudiera dar lugar al germen de su autodestrucción.

 

Concientización del pueblo

Cuando se intenta efectuar una transformación social de tal magnitud, lo más importante es que el pueblo esté consciente de ella, sobre todo de que es el propio responsable de ejercer este empoderamiento que sustenta el cambio. Para Padilla, el reto reside en poner en práctica la inclusión, en lograr que todos puedan "sentirse dentro, tener la posibilidad de participar, de opinar, de ser reconocido, de ser contado, de ser voz" (p. 73). Frente al mundo capitalista diseñado para excluir; la inclusión se debe asumir en cada acto revolucionario.

El pueblo debe estar consciente de que por primera vez la resistencia venezolana se expresa no hacia el interior, sino hacia el exterior y frente al imperialismo yanqui; incluso, ahora, "nuestras etnias, nuestros aborígenes siguen resistiendo, pero ahora lo hacen como un todo en la sociedad socialista que construimos para romper definitivamente con aquella amenaza" (p. 29). De acuerdo con Padilla, resistir es consolidar la lucha por la hegemonía de la cultura para la vida.

Como parte de este proceso de concientización, la gente debe interiorizar el rechazo a la aceptación de una realidad y un transcurso del pasado como procesos normales o naturales, eternos e inmortales en los que no se tiene ninguna influencia o participación, así como pensar que ello es simplemente una cuestión de "sentido común". En este sentido, se advierte que tan sólo con una revisión a profundidad es fácil darse cuenta de que tomar ese cauce es permitir el envenenamiento del hoy tan vigente pensamiento burgués, en un momento en el que la Revolución bolivariana está identificada más bien con la clase obrera. El verdadero sentido común "es el equivalente a la sabiduría popular [hoy] sustentada en el ejercicio de la igualdad y la democracia auténtica, participativa y protagónica" (p. 91). En esta medida, el sentido común debe ser encaminado hacia el ejercicio de la democracia auténtica, participativa y protagónica, en una igualdad y una inclusión, es decir, en un sentido común revolucionario.

Vale la pena advertir que para Padilla este sentido común debe también incluir la percepción de que tanto el que guía el cambio como el que lo protagoniza entiendan que el jefe, el líder, es sólo un conductor, de modo que logren superar la idea de que éste, por su posición, es dueño de la verdad y se alza con el poder para inhibir la participación de todo aquel que no sea él y que "cuando aparenta conceder participación es para que sus subalternos hagan exactamente lo que a él le viene en gana o beneficia a sus intereses mezquinos, de poder o de enriquecimiento" (p. 31). En ese proceso la clave estará en dejar de ver al ser humano cosificándolo o mercantilizándolo; ahora, en cambio, el que conduce debe ser antes que nada humilde y sencillo, saber escuchar e interpretar a aquellos que conduce, debe dar cabida a los intereses de clase de los explotados.

 

La reformulación de los valores

La propuesta de Iván Padilla Bravo resulta hoy sumamente interesante en un contexto latinoamericano en el que los pueblos comienzan a despertar en nombre del poder popular, pues pone al descubierto que su país ha entrado en una fase donde se requiere de la discusión, el debate de ideas y la elaboración de un pensamiento sólido con fundamentos históricos, pero también con un acompañamiento de la poesía, los sueños y la utopía. Por ello, la revisión del proyecto bolivariano debe ser ciertamente teórica pero a la luz de los actos, las vivencias y los compromisos verdaderamente asumidos. En este sentido, es también necesaria la reformulación de los valores, pues al parecer la justicia, la libertad, la democracia, la ética, etcétera, se siguen interpretando de acuerdo con la concepción burguesa, cuando ahora lo que se requiere es una interpretación proletaria en el más amplio sentido de la palabra.

Para Venezuela sigue latente el peligro de interpretar la ética a partir de la visión de los explotadores, de ahí que Padilla considere fundamental reinterpretarla desde la óptica de los explotados. Para él es sumamente necesario abordar la ética como un desafío de lo desconocido, "en un momento en el que lo conocido es lo padecido y por complemento, lo inhumano" (p. 35); apuesta pues por "una ética que parta del ser humano en condición de igualdad y de acceso a la justicia" (p. 69). De esta manera, según Padilla, no existe una ética del socialismo del siglo XXI, porque ésta se propone en constante construcción, que por principio debe estar alejada de la ética de la razón occidental; en cambio, es una ética de los incluidos, como personas y no como cosas o mercancías, ello bajo una reflexión continua de si lo que se hace es en beneficio o en detrimento del colectivo humano.

La igualdad se presenta entonces como el resultado definitivo de una verdadera inclusión social, como la que se ha planteado en el proceso de transformación y creación de un Estado nuevo y una República refundada. Según el autor, ser iguales no es ser idénticos. "Es ser diferentes y diversos pero con una misma gama de opciones en las que se puede escoger no por el privilegio o el poder, sino por la real y segura condición de ser humanos en la aplicación del desarrollo endógeno" (p. 85). Vista así, la inclusión se materializa vía las misiones, pues éstas no niegan la participación sino que, por el contrario, invitan a la construcción de espacios que lleven al disfrute y a la felicidad de todos.

Respecto de la justicia, existe un grave peligro de confundirla con el ejercicio de la violencia, pues durante años los explotados han estado silenciados y extremadamente limitados en el ejercicio del poder, la injusticia ha sido una práctica; ahora están en posibilidad de ejercer poder y, sin embargo, "aquella esperanza de alcanzarla corre el riesgo de desdibujarse bajo el término violencia" (p. 111). La advertencia no es gratuita, si bien es cierto que el pueblo se ha rebelado contra la sociedad capitalista, ello no justifica que algunas individualidades resentidas encuentren en este cambio la oportunidad de ensañarse con el antiguo dominador, represor o explotador.

Aunque "la justicia burguesa está diseñada para justificar, en última instancia, la acumulación del capital. Por ello es que no piensa en el ser humano ni le importa, salvo como iguales que en apariencia cumplen una ley que, finalmente, a quien juzga y condena es a quien no es dueño de nada" (p.111); sin embargo, reinterpretada bajo la visión revolucionaria, la justicia no es nada más que una justicia al nivel del ser humano, que se encuentra totalmente alejada del ejercicio de la violencia y de la venganza y esto es lo que debe ser interiorizado por los venezolanos, que ahora han decidido empoderarse como pueblo.

 

Las proyecciones al exterior

Venezuela, hoy, se presenta como una verdadera alternativa frente a "los gobiernos títeres y alcahuetes del imperio" que se han visto desde siempre en América Latina y que en lugar de interesarse por aquéllos a quienes representan se han concentrado en sembrar la idea de que siempre se necesitará de Estados Unidos y de las empresas trasnacionales del capital para administrar nuestras riquezas y lograr el desarrollo de nuestras realidades. Por todo ello, Venezuela se materializa como un referente al que se ha sumado Bolivia y que tiene por fundamento la defensa de una clase olvidada desde hace años: la proletaria, la explotada y la campesina.

La Constitución de la República Bolivariana de Venezuela es otro de los grandes aportes, pues "contempla una reivindicación de los pueblos que debe servir de referencia para valorar de una manera no capitalista a las relaciones entre los integrantes de los pueblos que producen sus bienes materiales en condiciones que no son de explotación entre los seres humanos" (p. 51).

El socialismo del siglo XXI otorga también una lección más para los pueblos latinoamericanos: "somos presidente", un plural que se constituye como poder popular, que se abre hacia el soberano, dignificándolo como hace mucho tiempo no se hacía. En materia económica, Padilla se refiere a dos grandes figuras, la primera de ellas es el Mercado Común del Sur (Mercosur), el cual surgió hace cerca de 13 años con una clara orientación neoliberal que se encubría bajo la figura del Tratado de Libre Comercio, pero que sin embargo continuaba bajo la dinámica de la dominación y las relaciones de explotación capitalista. Pese a ello, el Mercosur se ha ido reconfigurando poco a poco a partir de la participación activa de la Venezuela bolivariana, momento desde el cual la integración de los pueblos latinoamericanos se ha convertido en premisa fundamental de este organismo: "El Mercosur hoy se piensa, bajo un criterio de solidaridad, de cooperación e integración, en el que se busca fortalecer un camino de desarrollo, distinto a las pautas que se habían dictaminado desde el imperio" (p. 75).

La otra figura es la Alternativa Bolivariana para los Pueblos de Nuestra América (Alba), la cual constituye otro de los grandes sellos internacionales de la Revolución bolivariana pues se presenta como una alternativa latinoamericana que propone la interpretación de las relaciones de producción bajo una concepción socialista. "El Alba es una alternativa que quiere unificar a los pueblos de América bajo criterios humanitarios de solidaridad franca y sin mediadores con ambiciones de acumuladores de capital" (p. 79). En su justa dimensión, es una propuesta para abrir caminos, no para cerrarlos. Es un aporte bolivariano que busca generar alternativas frente a la cultura inhumana del capital.

Con esta obra, Padilla hace un llamado para difundir los procesos históricos que ahora viven los venezolanos, como incidentes sociales y culturales que son causa del proceso que experimenta la República Bolivariana de Venezuela, a fin de crear nuevas generaciones preparadas para asumir un papel histórico diferente al que nos han impuesto y frente a la necesidad de atacar la visión capitalista del mundo. Nos incita, pues, a buscar caminos que enciendan una luz que permita hallar nuevos horizontes, que sean diferentes a los que por ahora creemos naturales. La obra de Padilla destaca la trascendencia de realizar una revolución de la conciencia y poner en práctica nuevas conductas arraigadas en los valores socialistas para, así, activar y construir espacios de lucha revolucionaria que conduzcan al fortalecimiento del nuevo socialismo. Ofrece un ejemplo de la forma en que se debe establecer la lucha en el campo de las ideas, tomando como interlocutor al pueblo, a aquéllos cuyos esfuerzos se dirigen a derrumbar el proyecto bolivariano y a quienes desde el exterior les resulta complicado comprender la realidad venezolana. Todo ello frente a una guerra mediática cuya visión nubla la oportunidad de comprender el proceso bolivariano de Venezuela. Así pues, el esfuerzo de Padilla incita a la discusión, al debate y a la crítica aunque a partir de nuestras propias reglas y sin perder de vista que el socialismo del siglo XXI es más que una lucha de clases, una lucha de las ideas contra un capitalismo que nos lleva siglos de ventaja.

El libro pone al descubiertos los errores y puntos que debe corregir el bolivarianismo, con especial énfasis en la necesidad de fortalecer las misiones, así como eliminar la corrupción y la burocracia para depurar la Revolución; constituye un ejercicio de autocrítica para fortalecer el compromiso de seguir adelante, sin descanso, lo que resulta imprescindible para una Revolución que aún está en proceso de gestación.

En coincidencia con los planteamientos de Padilla, Venezuela experimenta un gran reto, una lucha cultural contra el imperialismo –a la manera como lo planteó Antonio Gramsci–, una lucha contra la hegemonía que organizó una concepción cultural que lleva siglos de vigencia y que legitimó no sólo un imperialismo y una explotación continua de la humanidad, sino incluso una cultura de la muerte y de la destrucción del ser humano por el mismo ser humano.

"... la lucha es contra la cultura del capital que se impuso a través de apropiaciones conceptuales, paradigmáticas, estéticas, emocionales, lúdicas, afectivas, religiosas y éticas que se imponen de manera molecular y difícilmente cuantificables" (p.126). Se trata de generar una nueva hegemonía, es decir, un dominio nuevo, pero a partir del establecimiento de relaciones alejadas de todo tipo de dominio, que busque, sobre todo, la defensa del ser humano y que logre permear todos los campos de las relaciones humanas, desde las básicas hasta las más complejas, incluso las que pudieran parecer más intrascendentes.

Por todo lo anterior, esta obra se traduce en una especie de recordatorio de que en el camino que ha elegido Venezuela y frente al primer foco rojo que surge con el rechazo de la reforma constitucional en diciembre del 2007, el proyecto bolivariano debe recordar y tener presente que a este socialismo del siglo XXI no se llega sólo por la vía electoral y los referendos, sino por el logro de los cambios más radicales, que son producto del verdadero empoderamiento del pueblo, el cual ha mostrado ya su solidaridad con Chávez cuando lo ha juzgado pertinente y en situaciones como las del golpe de Estado del 2002 y durante el paro golpista y petrolero de ese mismo año, sólo por mencionar algunos ejemplos.

El socialismo anda a pie es una invitación a formar parte de una reforma intelectual y moral en la que se rescaten valores socialistas como la solidaridad, el amor, la comprensión, la inclusión y la cooperación, con el fin de que esto se traduzca en una base social y cultural que se logre corresponder con la sociedad integradora que pretende construir el socialismo del siglo XXI.

 

Nota

Este trabajo fue producto de una estancia de investigación en Venezuela.

 

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