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Culturales

versión On-line ISSN 2448-539Xversión impresa ISSN 1870-1191

Culturales vol.5 no.1 Mexicali ene./jun. 2017

 

Artículos

Modos de vida entre las élites porfirianas en la ciudad de La Paz, México

Lifestyles among the Porfirian elites in the city of La Paz, Mexico

Edith González Cruz* 

*Universidad Autónoma de Baja California Sur. edith@uabcs.mx


Resumen:

El presente trabajo tiene como objetivo explicar los modos de vida entre las élites de la ciudad de La Paz, Baja California Sur, México, durante la época porfiriana, a partir de tres aspectos de la cultura material: vivienda, alimento y vestido. Se parte de la idea de que la actividad comercial coadyuvó a la modernidad, entendida como el cambio en los patrones de consumo que devino un nuevo comportamiento cultural en los modos de vida de los sectores sociales más acomodados, que se distinguió por el lujo y confort, cuyo referente fue la capital francesa, considerada el símbolo de la cultura universal. La estrategia para promover ese cambio se centró en el diseño arquitectónico de los edificios que albergaban las tiendas, en la organización departamental de éstas y la publicidad en la prensa local.

Palabras clave: ciudad de La Paz; modos de vida; modernidad; comerciantes; cultura material

Abstract:

This paper aims to explain the way of life among the elite of La Paz, Baja California Sur, Mexico during the Porfiriato, from three aspects of material culture: housing, food and clothing. It starts from the idea that commercial activity helped modernity, understood as the change in consumption patterns that became a new cultural behavior in the lifestyles of wealthier social sectors, distinguished by their luxury and comfort, which was taken from the French capital, considered the symbol of universal culture. The strategy to promote that change was focused on the architectural design of the buildings, particularly, in the departmental organization of these commercial sites and the advertisements in the local press.

Keywords: city of La Paz; lifestyles; modernity; traders; material culture

Introducción

Los estudios sobre la ciudad de La Paz, Baja California Sur, además de no ser muchos, se circunscriben a la historiografía política y económica; recientemente se han agregado algunos que apuntan sobre cuestiones de urbanización. Al margen están aquellas temáticas que tienen que ver, por ejemplo, con la cultura material1, un enfoque que permite acercarnos a una nueva perspectiva del desarrollo de la sociedad y de las relaciones entre los diferentes grupos que la componen. En este trabajo, nuestro lente se dirigirá a la vivienda, alimento y vestido, como aspectos vitales para explicar los modos de vida entre las élites de la ciudad de La Paz, Baja California Sur, durante la época porfiriana.

El texto inicia con un apartado que tiene como propósito acercar al lector al escenario en que se desarrolla nuestro estudio. Un escenario que, por su condición de puerto y capital del entonces Distrito Sur de la Baja California, adquirió tempranamente el carácter de ciudad, si convenimos, como dice Braudel (1984, p. 420): “No hay ciudad sin división obligada del trabajo y no hay división del trabajo un poco elaborada sin la intervención de una ciudad. No hay ciudad sin mercado [...]. Tampoco hay ciudades sin poder a la vez protector y coercitivo [...]”.

La división socioeconómica, el mercado y la función política distinguieron a La Paz desde mediados del siglo XIX. Era una aglomeración donde comenzaron a sobresalir los oficios y servicios -que en conjunto representaban 55% de la población ocupada-, un centro mercantil cuya área de influencia se extendía a las municipalidades de San Antonio y Todos Santos, y un poder público que se expresaba en la disposición de normas para regular las relaciones entre los vecinos y entre éstos y la autoridad.

Por otra parte, tenemos la idea de que la ciudad es una construcción en el tiempo, por consiguiente, esa Paz que retrató Barrios (2003)2 en 1892, no corresponde con la transformación que comenzó a vivir en los años posteriores, que se reflejó en el crecimiento demográfico, la expansión de la traza urbana, la distinción social del espacio, el arreglo de las calles y la ampliación de los servicios públicos, además de la adecuación de las normas para mantener el orden. Enseguida se abordan, de manera separada, los tres aspectos que ya hemos referido: vivienda, alimento y vestido, donde se podrá advertir la trascendencia de la actividad mercantil en la mudanza de los patrones de consumo, que incidió en los modos de vida de los sectores más favorecidos de la ciudad.

Un acercamiento a la ciudad

A partir del régimen porfiriano, la ciudad de La Paz experimentó un crecimiento demográfico y mercantil significativo como consecuencia de la reactivación minera en la cercana municipalidad de San Antonio, la pesquería de perlas que se realizaba en las aguas del mar de Cortés, la extracción de sal en Pichilingue e isla San José, y la política de subvenciones que permitió a algunas compañías navieras que sus embarcaciones tocaran con regularidad el puerto de La Paz y lo enlazaran con los otros del golfo de California, del Pacífico mexicano y de San Francisco, San Diego y Yuma, en Estados Unidos.3

De 2 159 habitantes que había en 1869, para 1881 la ciudad contaba con 3 554, en 1895 con 4 737, en 1900 con 5046, y en 1910 con 5 536, lo que trajo consigo un ampliación de la traza urbana,4 cuyos límites, en el norte, se prolongaron hasta la calle Frontera (hoy Heroico Colegio Militar), en el sur, al rancho El Palo (hoy Sonora), y en el oriente, a la calle Duodécima (hoy Marcelo Rubio)5. Asimismo, se advierte una marcada distinción en la organización del espacio urbano: el frente de la playa fue el asiento de la élite de comerciantes y empresarios; el centro quedó como escenario principal de los poderes político y religioso y de los sectores medios, y las orillas de las mesas y los bajíos fueron los lugares para los más desprotegidos económicamente, carentes de los únicos servicios públicos con los que contaba la ciudad, como eran los de luz, limpia y policía, amén de vialidades maltrechas. También devino ajuste en las normas que regulaban el comportamiento social, entre ellas, el Bando de Policía y Buen Gobierno, y la incorporación de otras que tenían que ver con panteones, rastro, prostitución y cárcel (González y Rivas, 2014).

Por lo que toca a la expansión comercial, ésta se vio reflejada en la consolidación de aquel grupo de comerciantes que venía desarrollándose en la ciudad desde la década de 1860, representado fundamentalmente por tres familias: Ruffo, González e Hidalgo. Los Ruffo eran dueños de La Perla de La Paz, negocio que fundaron en 1861; Los González se iniciaron en la actividad mercantil en 1863, en sociedad con los Ruffo, en 1890 se independizaron y establecieron La Torre Eiffel; y los Hidalgo eran propietarios de la casa comercial Hidalgo y Compañía, que inauguraron en 1868. Las tres familias se distinguieron por sus relaciones comerciales con algunos mercados del extranjero y del país, por incursionar en el negocio perlero y por actuar como agentes comerciales y representantes de las dos principales empresas mineras: El Progreso, de capital estadounidense, con domicilio en los pueblos de El Triunfo y San Antonio, y El Boleo, de inversión francesa, con asiento en Santa Rosalía (González, 2012; Preciado, 2005; Southworth, 1989).A esas familias se sumaron las de los hermanos Cornejo, Vives y Viosca, cuya ocupación principal era la extracción y venta de concha, perla y sal. Un testimonio de 1892 da cuenta de que el capital de esos comerciantes y empresarios oscilaba entre los 50 000 y 200 000 pesos,6 además de que todos ellos contaban con referencias en Estados Unidos y Europa, por ejemplo: Miguel González, entre sus referencias tenía a Champañas de Clicquot, en Francia; W. Loaiza y Cía., en Nueva York; y David Midgley and Saus, en Manchester. Con estas dos últimas referencias contaba también Hidalgo y Cía., además de Bartlet y Co., en Chicago. Los hermanos Cornejo, con H. M. Newhall Cía., en San Francisco; y a C. L. Davis, en Londres.7 Sin omitir que varios miembros de esas familias también formaban parte de la élite política municipal (González, 2012).

Junto a esos grandes comercios se establecieron otros de carácter mediano y pequeño, de los cuales, para 1900, había registrados más de setenta, donde se expendían al menudeo mercancías nacionales (González, 2002), cuya ubicación se encontraba por varios puntos de la ciudad, mientras los grandes comercios estaban concentrados frente a la bahía, entre las calles Puerto, Comercio, Mijares y Obispado.8

Un factor más que abona a la hipótesis de la expansión mercantil son los datos sobre exportaciones e importaciones. Las primeras, en contraste con el periodo 1872-1873, registraron un crecimiento promedio anual de 92% durante todo el lapso de 1877 a 1911, entre las que figuraban: plata, perlas, conchas y algunos productos agropecuarios. Las segundas, en el mismo periodo, tuvieron un aumento de 40% (INEGI, 1986), cuyas adquisiciones estaban orientadas a satisfacer los requerimientos de insumos, máquinas y herramientas para el desarrollo de las diferentes actividades productivas, así como el abasto de productos suntuarios y algunos bienes de consumo directo para los sectores acomodados y medios de la ciudad.

A las principales casas importadoras que venían desde la centuria del XIX (La Perla de La Paz, Hidalgo y Compañía y La Torre Eiffel), se sumaron otras, como La Tienda Nueva, de Miguel V. Fontan, y La Parisiense, de Emilio Garnot. En todas ellas, pero en particular en las tres primeras, se vendía una diversidad de mercancías nacionales y extranjeras, desde abarrotes, licores, vinos, cervezas, puros, hasta telas de diferentes tipos, mercería fina y corriente, artículos de fantasía y cristal, lámparas, artefactos de tocador, vajillas esmaltadas, madera de todas clases, muebles y alfombras (Southworth, 1989). Buena parte de esas mercancías era novedad en el mercado, por lo que, para ampliar el número de consumidores, algunos comerciantes, como los González y Ruffo, modernizaron los edificios que albergaban sus tiendas para ir a tono con la nuevas circunstancias que imponía la actividad mercantil, emulando en su arquitectura el diseño neoclásico de las construcciones de la capital francesa, como sucedía en varias partes del país.

La organización departamental fue otro aspecto que se incorporó a los grandes comercios, con aparadores de cristal, que permitió al consumidor pasearse por la tienda y admirar lo último de la moda en accesorios y vestido, perfumes, vinos y menaje para la casa, entre otros.

Si bien esas dos medidas impactaron en el crecimiento del mercado de consumidores, se presume que el mayor éxito se alcanzó con la publicidad pagada en la prensa local, donde se advierte que algunos comerciantes hicieron de ella una práctica permanente. Por ejemplo, en El Distrito Sur, medio de información quincenal, que vio la luz el 30 de abril de 1907, La Perla de La Paz y La Torre Eiffel aparecieron en 16 ocasiones, es decir, en todas las ediciones de ese año; La Parisiense, en 13; y La Tienda Nueva, en tres. Aunque en los anuncios poco se recurrió a la imagen, el contenido de los textos era sintético, persuasivo y con un juego de letras que enfatizaba en lo barato, fino, moderno, novedoso, renovación, buen trato y en el origen francés, alemán, español y estadounidense de las mercancías. El costo de seis centavos por línea determinaba el tamaño de la inserción: La Perla de La Paz y La Torre Eiffel se distinguieron por ocupar los mayores espacios, e incluso incorporar imagen a su publicidad.9

Un indicador de que los comerciantes lograron consolidar su mercado de consumidores y, por consiguiente, sus fines de lucro, fue la inversión que hicieron en la remodelación de los edificios que alojaban sus tiendas y en la apertura de otros giros. Los Ruffo, por ejemplo, en 1907, dotaron a La Perla de La Paz de un edificio suntuoso de piedra cantera, conformado de dos plantas; los González levantaron grandes cobertizos para el depósito de madera, además de establecer un negocio de venta de petróleo, gasolina, aceites lubricantes, grasas y unturas; y en sociedad con los hermanos Vives, Antonio Ruffo, Francisco A, González (hijo de Miguel González) y Manuel Hidalgo, constituyeron la Compañía Criadora de Concha y Perla de la Baja California, S. A., con un capital de 300 000 pesos (Cariño y Monteforte, 1999; González, 2002; Southworth, 1989).

Fuente: Fototeca del AHPLM

Figura 1 Tienda La Perla de La Paz. 

Además del propósito lucrativo, el gran comercio coadyuvó a que la modernidad llegara a la ciudad, entendida como la mudanza en los patrones de consumo que devino nuevos modos de vida entre los sectores acomodados y medios. Así pues, lo moderno era consumir lo que estaba de moda en el vestido, la vivienda y alimento, principalmente en la capital francesa, considerada el símbolo de la cultura universal (Gamboa, 2004). Sin embargo, “el mundo moderno era demasiado variopinto y complejo como para ser representado de manera homogénea y armoniosa” (Tenorio, 1998, p. 15).

Vivienda y menaje

De adobe y hoja de palma fueron las primeras construcciones que asomaron en el paisaje de La Paz. La regularización en la tenencia de los solares (1854), el diseño de la traza de la ciudad (1861) y el acceso a otro tipo de materiales (ladrillo, tejamanil, madera y ferretería) como consecuencia de la reanudación del tráfico de altura que tuvo lugar en 1854 (Lassépas, 1995), impactaron en la fisonomía de las viviendas, pues de las 134 que se reportaron en 1869, un poco más de 70 tenían un valor que oscilaba entre los 500 y 8 000 pesos, cuando en 1836 ninguna alcanzaba la primera cantidad.10 Un elemento más que ayuda a explicar ese cambio es el incremento en el número de personas cuyo oficio tenía que ver con la construcción (carpinteros, albañiles y herreros), el cual, para 1869, se había triplicado en relación con el que se registró en 1857.11

Ese paisaje arquitectónico de robustez cobró su plenitud en el transcurso del régimen porfiriano gracias al fortalecimiento del tráfico de altura que permitió la importación de una diversidad de bienes de producción y consumo. En las principales casas comerciales se podía adquirir todo tipo de materiales para la construcción: madera de todas clases y ferretería diversa (cemento, tubos, clavos, bombas, pintura, hierro y láminas de zinc, etcétera), y un ajuar variado para amueblar y decorar la casa (Southworth, 1989).

El diseño de las construcciones se fue adecuando al estilo de moda en algunas ciudades de Europa y Estados Unidos, que llegó a través de los inmigrantes extranjeros que fueron asentándose en el lugar, entre ellos, el agrimensor Guillermo Dentón -quien diseñó la traza urbana de la ciudad a principios de la década de 1860- y los diplomáticos David Turner y Santiago Viosca, los tres ciudadanos estadounidenses, sin descartar a los extranjeros que se encontraban avecindados en los centros mineros de San Antonio, El Triunfo y Santa Rosalía, además de aquellos que ejercían algún oficio, pues hay evidencias de que en 1881 existían 11 carpinteros y un albañil.12

Esta moda arquitectónica llegó también por la vía de los paceños más notables económicamente, como eran los Ruffo, González, Hidalgo, Cornejo y Vives, quienes pasaban temporadas en algunas ciudades de Estados Unidos (San Francisco, Nueva York y Chicago) y Europa (París y Londres), así como en la capital del país (Cariño, 2000; Martínez, 1965; Preciado, 2005), donde el gobierno de Porfirio Díaz impulsaba una serie de obras arquitectónicas cuyo referente eran las grandes urbes de occidente.

Simetría, sobriedad, columnas, balaustradas, frontones, líneas rectas, formas geométricas, cornisas y frisos fueron los rasgos que caracterizaron a las viviendas de la élite económica y política de la ciudad, quien emuló el estilo arquitectónico de moda en las naciones civilizadas del orbe, para adentrarse así al mundo de la modernidad, como era la tónica del régimen porfiriano (Tenorio, 1998). Una muestra de ello es la Figura 2, que corresponde a la casa de Miguel González, donde se advierte que era una construcción hecha de piedra cantera, de dos plantas, que, a decir del viajero Southworth (1989), era de las más hermosas y mejor acondicionadas de la ciudad. La parte baja se destinó para el cobijo de su tienda, La Torre Eiffel, y la de arriba fue el aposento de la familia.

Fuente: Fototeca del AHPLM

Figura 2 Casa de Miguel González. También tienda La Torre Eiffel 

Otras viviendas que sobresalieron en la ciudad fueron las de los hermanos Vives y Cornejo, Luis Gilbert, Francisco de A. González y Santiago Viosca, todos ellos comerciantes y empresarios perleros y salineros. Permítaseme aquí dos ejemplos como abono a lo anterior: la casa de Gastón J. Vives, quien también fuera edil por más de 20 años, era de ladrillo, compuesta de 13 piezas y un amplio corredor; y la de Santiago Viosca, contaba con 12 piezas: ocho de ladrillo y cuatro de madera, con cochera, caballeriza y dos pozos con sus respectivos molinos de viento. Era tal la amplitud y comodidad de esta última que, en 1912, ahí fue hospedado un distinguido visitante: el vicepresidente de México, José María Pino Suárez.13

Respecto a su distribución interior, permeó esa idea que venía de las metrópolis occidentales donde, desde el siglo XVIII, a decir de Braudel (1984, p. 262), “el individuo comenzó a proteger su vida privada”, de tal forma que la casa fue organizándose en tres áreas: la pública, para las actividades sociales y vida común; la privada, donde se encontraban las habitaciones de los distintos miembros de la familia; y la de servicio, que arropaba la cocina y la bodega (Braudel, 1984; Ortiz, 2006; Servín, 2012).

Guardando las proporciones de una élite provinciana, la de la ciudad de La Paz no quedó al margen de esos cambios, como se desprende de los inventarios de bienes que fueron intervenidos a varias familias durante el movimiento revolucionario. Ahí se observa esa triple distinción del espacio interior; un ejemplo de ello es la casa del empresario perlero Miguel L. Cornejo, la cual contaba con vestíbulo, sala, comedor, oficina, recámaras, cocina, bodega y baño.14

En cuanto al menaje de la casa, éste también cambió. Atrás quedaron los muebles hechos con troncos de madera y cueros de res, así como aquellos utensilios toscos elaborados de madera, cuero, barro, palma y fibras obtenidas de los cactus (Trejo, 2002b). El referente para el nuevo ajuar fueron también algunas ciudades de Europa, donde el diseño de los muebles correspondía con la estructura interna de la casa, además de responder a las necesidades de confort, elegancia y privacidad (Braudel, 1984). De moda se pusieron las sillas, sillones, sofás y confidentes austriacos, poltronas, canapés y rinconeras, muebles que no faltaron en los vestíbulos, salas y comedores de las casas de los principales comerciantes y empresarios paceños, los cuales se vieron complementados con objetos de decoración: espejos biselados, estatuas de bronce, mármol y porcelana, cuadros pintura, jarrones de porcelana, floreros de loza japonesa, alfombras, cortinas y lámparas, sin faltar el piano. En las recámaras, algunas con alfombra, además de camas de madera, hierro y latón, había roperos con espejos, burós, tocadores, portavestidos, poltronas, perchas y cuadros con imágenes sacras. La cocina contaba con estufa, refrigerador, trastero de caoba, nogal o cedro, mesas, molino para café y nixtamal, cristalería y loza. El baño, que había entrado a la casa, se integraba de un excusado inglés, lavabos de mármol, tina con llave y aparador con espejo.15 Un elemento más que lucía en esas construcciones era el jardín, aderezado con diversas plantas dispuestas en macetas y maceteros con columnas, así como palmeras y árboles frutales, como parras, naranjos e higueras.16

Buena parte del menaje y adornos era importado; otra era traída del interior del país (Southworth, 1989); y alguna se elaboraba en la propia ciudad, entre ellos muebles de madera y objetos de hierro, según se infiere de los anuncios que aparecían en la prensa, así como del incremento en el número de carpinteros y herreros que se registró entre 1869 y 1910.17

Lo cierto es que la modernidad se expresó en un nuevo tipo de casa, menaje y decorado, que cambió el modo de vida de la élite paceña, donde el consumo buscó satisfacer el confort, el lujo y una mayor distinción social, como se desprende de la siguiente nota que refiere sobre la casa de la familia González:

[...] al traspasar la amplia puerta de entrada a un costado de las puertas de la tienda, arrancaba la escalera para acceder a las habitaciones familiares, en el descanso dominaba un espejo monumental que permitía percatarse, a quienes estaban en casa, de las personas que pretendían subir a la planta alta, y también era frecuente ver a María González, la menor de las jóvenes de la casa, contemplarse en él con sus mejores trajes [...] La casa era amplia, pintada en colores claros, con guardapolvos de tono más fuerte y coronadas con cenefas pintadas a mano con motivos florales, el mobiliario combinaba maderas de cedro y caoba [...]

En las recámaras de las señoritas de la casa se apreciaba el refinado gusto de ambientación: murales plasmados en paredes y techo que, con temas de querubines y nubes, ascendían del piso al techo, rodeando las delicadas lámparas de cristal y porcelana. Estos complementaban al mobiliario: altas camas de latón, cubiertas con pabellones de fino tul, sillas y mesas, burós y tocador de finas maderas esmaltadas.

En la casa [...] eran frecuentes las tertulias, las que amenizaba al piano María González [...]. (Mendoza, 2015, pp. 118-119)

Además del confort y el lujo, la mujer vio aligeradas las tareas en el hogar con el uso de la estufa, el molino para café, nixtamal y otras necesidades, el refrigerador -que evitó la distracción en las compras diarias para la comida- y el retrete inglés, aunque con desagüe a una letrina por falta de drenaje, implicó una mayor higiene en la casa. Entonces, la mujer pudo entretenerse en la repostería y la costura, pues entre los utensilios de la casa había moldes para hacer “kekis y pan” y máquinas de coser -de la marca Singer, que era la que se promovía para su venta en la prensa local-. Asimismo, tuvo tiempo para distraerse en la música, en labores de beneficencia y organización de eventos sociales.18 El hombre, por su parte, vio aligerado su trabajo en la oficina con la máquina de escribir; y la bicicleta, otros de los avances de la modernidad, le permitió ejercitarse por las calles de la ciudad.

Otro tipo de vivienda fue la de los sectores medios (pequeños y medianos comerciantes y empresarios, profesionistas, funcionarios y empleados), que también se hicieron eco de la modernidad, acorde con sus propias circunstancias económicas, pues su heterogeneidad se expresó en sus ingresos. Se sabe que el capital en giro de los comerciantes y empresarios oscilaba entre los 3 000 y 40 000 pesos, mientras que el salario diario de los funcionarios y empleados iba de 3.29 a 10.96,19 de ahí que su viaje a la modernidad fuera parsimonioso y sin gran fastuosidad en algunos de esos sectores; quizá en los más pudientes el ansia de consumo para emular a la élite fue mayor. Lo que evidencian algunas fotografías y documentos20 es que las casas fueron de una sola planta, hubo algunas de dos, hechas de ladrillo, sin mucha ornamentación exterior; quizá tampoco gran ostentosidad en el menaje y decorado, pero incorporando los principios de intimidad y confort.

Por lo que toca al menaje, se presume que éste se conservó igual, consistente en camas o petates, baúl, alguna mesa y sillas, ollas y cazuelas de barro, metate, cucharas de palo y fogón de leña, no alejado del que describe Speckman (2006) para los barrios de la ciudad de México. Así pues, entre los más desprotegidos, el modo de vida experimentó muy pocos cambios, a pesar de su contacto con el mercado, pues éste se limitó al consumo más necesario.

Fuente: Fototeca del AHPLM

Figura 3 Francisco de A. González, uno de los dueños de La Torre Eiffel. 

Había también chozas y jacales, que se localizaban en la periferia, como lo habían dispuesto las autoridades en el Bando de Policía y Buen Gobierno, que comenzó a regir a partir del 1 de enero de 1895:

No se permite en lo sucesivo que en las calles céntricas de la población, dentro del radio alumbrado, se construyan o reconstruyan casas o jacales con techo de paja, palma, zacate u otra materia de esa naturaleza, bajo la pena de ser obligados los propietarios a destruirlos a su costa y a satisfacer una multa de cinco a veinticinco pesos.21

De ahí que sus moradores vivieran en la oscuridad, pero también con la carencia de los servicios de policía, limpia y agua.

Fuente: Fototeca del AHPLM

Figura 4 Casas en la calle Central (hoy 16 de Septiembre) 

Fuente: Fototeca del AHPLM

Figura 5 Casas en la calle Lerdo. 

Respecto a los servicios, vale decir que, además de la falta de drenaje, la ciudad no contó con alumbrado eléctrico, como sucedía ya en el mineral de Santa Rosalía y en otras capitales del país. Dicho servicio se integraba de faroles de vidrio y hierro, sostenidos en tubos de metal y alimentados con petróleo. En cuanto al agua, ésta era responsabilidad de las propias familias mediante la apertura de pozos, lo que implicaba un gasto oneroso, difícil de desembolsar por las familias menesterosas, quienes dependieron de alguno de los pozos públicos que había por la ciudad.

Así pues, la casa fue esa vitrina que permitió observar la cultura material de quienes ahí vivían, sus relaciones sociales, sus manifestaciones artísticas y religiosas, y su estatus social (Servín, 2012).

Alimento y bebida

Si bien la dieta de los primeros pobladores de La Paz se integró con productos de la agricultura -maíz, frijol, algunas frutas y hortalizas- que procedían de las zonas de San José del Cabo y Todos Santos, éstos fueron insuficientes debido a la pobreza agrícola que imponía la esterilidad del suelo peninsular. De ahí que el sustento dependió en mayor medida de los esquilmos del ganado vacuno, como eran carne seca, leche y queso (Trejo, 2002b), a los que se agregaron los productos de la pesca marina.22 Hay que decir también que esa dieta se vio complementada con harinas que procedían de los puertos de Guaymas, Mazatlán, San Blas y, esporádicamente, Acapulco (Trejo, 2002b).

Para mediados del siglo XIX se advierte el consumo de algunos otros comestibles, tanto de procedencia nacional como extranjera, entre ellos, arroz, azúcar, manteca, papa, aceite de olivo, galletas y pastas; asimismo, en pequeñas cantidades comenzaron a introducirse algunos condimentos (canela, clavo, pimienta, comino, nueces, almendras, avellanas, sagú, mostaza, azafrán y vinagre), y bacalao, sardinas, camarón seco, jamón, salchichón, conservas alimenticias y confites (Lassépas, 1995). Se tiene entonces una gama de bienes de consumo que iba más allá de las necesidades indispensables, lo que apunta a una diferenciación social de los hábitos alimenticios. Mientras la mayoría de las familias apenas tenía acceso a la tortilla de maíz o harina, frijol y algo de carne, unas pocas no sólo vieron cambiar su dieta, sino las costumbres culinarias, al tener acceso a condimentos y a nuevos productos como aceite de olivo, bacalao, jamón y salchichón. De esta forma, la sazón entró a la comida, lo que la hizo más apetitosa, además de que el uso de condimentos ayudó a la conservación de algunos productos, ante la carencia aún de aparatos de refrigeración.

Las bebidas fueron incorporadas también a la dieta de los paceños; entre éstas, son de mencionar: el vino tinto, coñac, champaña, jerez, anisado, aguardiente de caña y mezcal (Lassépas, 1995). El consumo de las dos últimas se generalizó entre la gente común, lo que hacía prioritariamente en la cantina y la calle;23 en tanto que las primeras fueron para el disfrute de los más socorridos económicamente, cuya ingesta es posible que la hicieran como aperitivo o digestivo, o bien en las tertulias con los amigos, sin descartar su visita a alguna cantina. Otros estimulantes que se agregaron al consumo fueron el café, el tabaco y el té, aunque de manera esporádica, deleite de aquellos que tenían una economía más holgada. Mayor penetración social tuvo el consumo del cigarro (Lassépas, 1995).

Esos cambios llegaron a más, hasta expresarse en plenitud durante el régimen porfiriano, gracias, como hemos venido diciendo, a la consolidación de la actividad mercantil. A partir de la década de 1880, en las principales casas comerciales se podía encontrar una oferta diversa de productos alimenticios, de procedencia nacional y extranjera, cuyos dueños hicieron uso de la prensa para incitar a los pobladores al consumo, donde hacían énfasis en lo barato, el gusto refinado y el origen europeo de los productos. Por ejemplo, en El Eco Peninsular, el dueño de La Tienda Nueva daba cuenta de las mercancías que recién había recibido, entre ellas, una gran variedad de productos enlatados (caviar, salmón, anchoas, calamares, lenguas, encurtidos, salchichas, jamón, membrillos, duraznos, manzanas y salsas), frutas secas (peras, albericoques y manzanas) y bebidas de diversos tipos (champaña, güisqui, vinos franceses blancos y tintos, vermú Torino, ginebra y ginger-ale). En ese mismo periódico y en otros, como La Equidad, La Paz, La Voz de California, La Opinión Pública, El Pacífico y El Distrito Sur, lo hacían los propietarios de La Perla de Paz, La Torre Eiffel, Hidalgo y Cía., La Bolsa, La Parisiense, El Surtidor y La Diosa Ceres, entre otros.24

Fuente: El Distrito Sur, 30 de abril de 1907, AHPLM.

Figura 6 Fotografía de anuncio de La Tienda Nueva. 

Fuente: El Distrito Sur, 31 de julio de 1907, AHPLM.

Figura 7 Fotografía de anuncio de la tienda El Surtidor. 

Si bien la prensa circulaba libremente, su acceso se limitó a los sectores ilustrados y con recursos económicos suficientes. En ellos había que seguir despertando ese nuevo modo de vida con toque de modernidad, remedando, sobre todo, el gusto francés de moda entre la élite del país (Bauer, 1999).

Fuente: El Distrito Sur, 15 de junio de 1907, AHPLM.

Figura 8 Anuncio de la tienda La Parisiense. 

Si bien la prensa circulaba libremente, su acceso se limitó a los sectores ilustrados y con recursos económicos suficientes. En ellos había que seguir despertando ese nuevo modo de vida con toque de modernidad, remedando, sobre todo, el gusto francés de moda entre la élite del país (Bauer, 1999).

El siguiente ejemplo, aunque rebasa el espacio temporal de este trabajo, es una evidencia del arte culinario que comenzó a practicarse entre la élite paceña, gracias al acceso a nuevos bienes de consumo directo y al uso de artículos modernos en la cocina, como el refrigerador, la estufa y el molino. Así pues, sirva de testimonio el menú que se sirvió en el hotel Palacio, la noche del 15 de enero de 1912, con motivo de la visita del vicepresidente de México, José María Pino Suárez, el cual comenzó con un entremés, al que siguió la crema, enseguida el plato fuerte, destacando el de carácter francés, como eran las escalopas, para terminar con el postre, sin faltar los mejores vinos franceses.25

En ese nuevo régimen alimenticio no faltaron los productos del mar: ostiones frescos, sopa de almejas y pecho de caguama, degustados con tortillas de harina y vino local, como lo dejó asentado José María Barrios de los Ríos (2003), un abogado que llegó a la ciudad de La Paz en 1892, para desempeñarse como juez de Primera Instancia.

Difícil fue para la mayoría de la población tener acceso a ese nuevo patrón de vida, como se desprende de la relación entre salarios y precios. Mientras los salarios oscilaban entre 50 centavos y dos pesos diarios para hombres, y 25 a 40 centavos diarios para mujeres, los precios de los productos, en el caso de La Tienda Nueva, iban de 40 centavos a tres pesos.26 Lo más barato que ahí se vendía eran las latas de salchicha y ejotes, que valían 40 centavos cada una; pensar en consumir caviar, anchoas, jamón, queso, mantequilla, lengua y frutas en su jugo era casi inaccesible para ese sector más desprotegido económicamente. De ahí que la base de la alimentación de la mayoría de la población siguiera siendo la tortilla de maíz o harina, el frijol, algo de carne, y algún producto que pudieran pescar en la orilla de la bahía, sin dejar de apartar algo de dinero para el consumo de mezcal o aguardiente, que les permitiera evadirse por un momento de su realidad material; sin embargo, muchos caían en la embriaguez, pues hay noticias de que esta fue la principal falta al Bando de Policía y Buen Gobierno.27

Vestido

Casi nada se sabe sobre la vestimenta de los primeros pobladores de la ciudad de La Paz, quizá solo la referencia que hace Dení Trejo (2002b) de que algunos de los productos de uso cotidiano eran elaborados por los propios habitantes de los ranchos y pueblos. Del vestido, por ejemplo, tenía la presunción de que era confeccionado en casa con cueros de res y telas; estas últimas eran adquiridas a los comerciantes que arribaban, de vez en cuando, a las costas peninsulares. El que para 1857 sólo se encontraran registrados dos sastres y cuatro zapateros en la ciudad,28 lleva a considerar nada errada la presunción de nuestra informante. En obsequio a esa idea está la información que ofrece Ulises Urbano Lassépas (1995) sobre el ingreso de mercancías al puerto de La Paz a mediados del siglo XIX, donde se observa que la mayor parte de aquellas que tenían que ver con el vestido, eran telas y no efectos elaborados. De esta misma fuente se desprende que las telas más comunes para la elaboración del vestido eran las de algodón, principalmente indiana, muselina, manta y dril; lana, casi nada; y seda, sólo para el adorno, pero en cantidad pequeña, como lo era también el decorado de algodón. La preponderancia del algodón respondía al clima cálido de esa región peninsular.

Además de dar testimonio sobre telas para la hechura del vestido de hombres y mujeres, del mismo trabajo de Lassépas (1995) se desprende que tanto hombres como mujeres usaban zapatos, aunque por el número de pares que se menciona, es posible que no formaran parte de la indumentaria de todos los paceños. La camiseta y los calcetines fueron otras prendas que comenzaron a aparecer en el cuerpo de los hombres, pero en muy pocos, no así el sombrero, que alcanzó a más. En las mujeres, el uso del rebozo se hizo costumbre en una mayoría.

Cabe señalar que algunas de esas prendas comenzaron a distinguirse por su carácter suntuoso, reflejo de una moda, es decir, “una forma pasajera de vestir” (Pérez, 2005, p. 51), que daba estatus social. Mientras unos pocos hombres portaban zapatos de becerrillo y sombreros de fieltro, la mayoría llevaba zapatos comunes y sombreros de palma. Entre las mujeres, la distinción se dio en el tipo de rebozos: los de seda, seda y algodón e hilo y medio hilo se restringieron a unas cuantas, mientras los de algodón fueron hábito de muchas. Como complemento de la indumentaria de los hombres estuvo el pañuelo y la corbata, de uso casi general el primero y sólo de algunos la segunda; en la mujer, las medias, mascadas y sombrillas fueron disfrute de un reducido número.

El aumento en la cantidad de zapateros y sastres es indicio de que las familias poco a poco fueron distrayéndose de la confección de su indumentaria.29 Por otra parte, los principales comerciantes comenzaron a surtir sus tiendas de una variedad de prendas y complementos de vestir gracias al desarrollo de la comunicación marítima que les permitió el contacto regular con los mercados del país y del extranjero. El vínculo con el mercado fue poniendo a los consumidores en sintonía con todo aquello que estaba de moda en las principales ciudades de Europa y Estados Unidos. Comenzó así un nuevo modo de vestir, que se distinguió por adecuar la indumentaria a la privacidad de la casa, a la ocasión social, a las épocas naturales del año y a realzar la figura corporal.

Fue en la vestimenta y sus accesorios donde se hizo más evidente la estrategia del comerciante para ampliar el mercado de consumidores. La organización departamental de las principales tiendas, característica de los grandes establecimientos comerciales de París, Londres y Nueva York, desde mediados del siglo XIX, se hizo presente en la ciudad de La Paz, como sucedía ya en otras del país (Ortiz, 2004). Respecto de La Torre Eiffel, dejemos la palabra al viajero J. R. Southworth (1989), quien visitó la ciudad de La Paz a fines del siglo XIX:

[...] sus varios departamentos son modelos de las últimas conveniencias de nuestra época. En los cuartos de venta hay preciosos aparadores de cristal y artísticas colgaduras que realzan el mérito del extenso y escogido surtido de la casa. El primer piso contiene, además, los departamentos de muestras, las oficinas y las bodegas. La casa comercia en artículos de fantasía, géneros y toda clase de artículos para señoras; [...] mercería fina y corriente [...]. (p. 52)

Es probable que la organización departamental de la tienda de los González haya sido idea de sus propios hijos, quienes habían pasado una larga estancia en París y Londres (Mendoza, 2015; Southworth, 1989), lo que les permitió familiarizarse con los avances de la cultura occidental. Seguramente conocieron la Torre Eiffel, inaugurada en marzo de 1889, en el marco de la Exposición Universal de París; su impresión fue tal, que con ese nombre se bautizó la tienda que su padre abrió en 1890. Lo cierto es que esa medida puso a los consumidores en contacto directo con todo lo que estaba de moda en el vestido, accesorios y perfumes, despertando sus apetitos de consumo para ir a tono con lo moderno y cosmopolita.

Ese mismo propósito tuvo la publicidad en la prensa local. A través de ella se informaba a los clientes sobre las últimas novedades de la moda para que los incitara a visitar las tiendas. Por ejemplo: Pablo Hidalgo y Cía., en el semanario La Voz de California, se promovía así: “Importadores y negociantes en toda la clase de efectos nacionales y extranjeros. Tiene constantemente un completo y variado surtido de ropa, mercería [...], además acaba de recibir directamente de París diversidades de objetos de fantasía y perfumería de todas clases [...]”.30 En El Eco Peninsular se decía: “La Torre Eiffel ofrece a su numerosa clientela un gran surtido de perfumería de la muy acreditada fábrica de Roger & Gallet, de París”.31 En El Distrito Sur, esa misma tienda anunciaba que acababa de recibir una diversidad de “telas de lana y seda. Casimires del país y extranjeros. Abanicos españoles, corrientes y finos [...]. Calzado Friedman. Próximamente recibirá perfumería francesa [...]”.32 La Parisiense también ocupó un espacio en El Distrito Sur, donde informaba al público que había recibido “un surtido de mercancías francesas y del país, trajes, sacos y pantalones de kaki americano y dril propios para el verano, calzado estilo americano y del país para señoras, señores y niños [...] y perfumería francesa”.33 En ese mismo periódico, La Perla de La Paz anunciaba el arribo “de toda clase de mercancías europeas: artículos de novedad para la estación actual, telas para vestidos, encajes, adornos, etcétera. Especialidad en artículos traídos expresamente para el verano”.34 En el semanario El Pacífico, esta última tienda informaba:

Habiéndose concluido de despachar en esta Aduana Marítima el gran cargamento de mercancías que de Europa condujo la barca noruega “Simetra” para La Perla de La Paz, me es grato ofrecer a sus numerosos favorecedores de esta plaza y de todo el Distrito el escogido y variado y delicado surtido que acaba de llegar.

Aquí encontrará las últimas novedades en lencería y confecciones, todo moderno y nuevo, artículos de mercería [...], perfumería [...].35

Fuente: La Voz de California, 14 de octubre de 1881, AHPLM.

Figura 9 Anuncio de la tienda La Torre Eiffel. 

Fuente: El Distrito Sur, 30 de abril de 1907, AHPLM

Figura 10 Anuncio de la tienda La Torre Eiffel 

Fuente: El Distrito Sur, 15 de junio de 1907, AHPLM

Figura 11 Anuncio de la tienda La Perla de La Paz 

Así pues, la moda, principalmente francesa, tanto en prendas confeccionadas como en telas, accesorios y perfumes, se hizo presente entre los sectores acomodados y medios, quienes fueron los asiduos clientes de las principales tiendas de importación, como lo eran La Torre Eiffel, La Perla de La Paz, Hidalgo y Cía., La Tienda Nueva y La Parisiense, ubicadas entre las calles Puerto, Comercio, Mijares y Obispado, convirtiéndose ese espacio en la principal zona comercial de La Paz. Mayor tráfico se registraba en vísperas de cada estación del año o evento social; era entonces cuando las tiendas exhibían sus nuevas adquisiciones para complacer los diversos gustos de los clientes, para quienes el consumo significaba estatus social y un modo de vida moderno y cosmopolita.

Una mirada a esa manera de vestir la ofrecen algunas fotografías de la época, donde las mujeres lucen sus vestidos largos de telas finas, con botonaduras, cuellos de encajes, entallados -gracias al corsé-, y escote en la parte superior, además de zapatillas, complementando su atuendo con joyas, sombreros, sombrillas, guantes, y con el cabello bien arreglado y aderezado con accesorios, sin faltar los cosméticos y los perfumes franceses de la exclusiva fábrica de Roger & Gallet. En cuanto a los hombres, la levita, esmoquin, pantalón de casimir y dril, botines, choclos, corbata y sombreros de fieltro constituyeron su indumentaria. Es de apuntar que tanto hombres como mujeres también recurrían, para la confección de su atuendo, con algunos sastres y costureras que estaban al día con la moda, como lo dejaban ver con su variado acervo de figurines.

Cabe decir aquí que lo moderno impactó también en el cuidado personal, servicio del que se ocuparon personas que procedían, sobre todo, de Estados Unidos, quienes, una vez en la ciudad, se promovían, igualmente, a través de la prensa. Al parecer, el trabajo del oculista M. P. Rico fue exitoso en cuanto a la caída de párpados, ojos llorosos, en poner ojos artificiales y hacer lentes a la medida, pues continuamente regresaba a La Paz; así como el de los doctores J. C. Ingram, J. R. Galán, J. G. Bastow y Frank N. Arnold, cuya especialidad era afinar la dentadura. Asimismo, los medicamentos Restaurador de la Vitalidad e Invigorator 2, de los doctores A. E. Mintie y Liebig, respectivamente, para los tratamientos de la debilidad nerviosa y física, debilidad seminal, virilidad perdida e impotencia, se presume que fueron igualmente de gran demanda.

Fuente: Fototeca AHPLM

Figura 12 Vestimenta de los sectores acomodados 

Fuente: Fototeca AHPLM

Figura 13 Vestimenta de los sectores acomodados 

Fuente: Fototeca AHPLM

Figura 14 Vestimenta de los sectores acomodados 

No menos importante fue el arreglo del pelo y el afeite de la cara en los hombres, para lo que estaban dispuestas las barberías de Francisco Díaz, Hipólito Roa y Pedro Miranda, ubicadas en la calle Puerto, precisamente en la zona del ajetreo comercial, las cuales se anunciaban se distinguían por su esmero y limpieza.36

Los mejores momentos para exhibir los dictámenes de la moda tanto en el vestir como en el cuidado personal lo fueron las kermeses en el jardín Velasco, los bailes de Navidad y fin de año, y las funciones de teatro, zarzuela y ópera y las bodas, entre otros. Ahí, la élite se divertía, pero también concurría a lucir la seda, las muselinas, blondas, trajes de estación y el último perfume, es decir, los caprichos de la moda.

El imperio de la moda excluyó a muchos, a los desprotegidos económicamente, cuya indumentaria se caracterizó por ser de manta y percal, zapato común o huarache, además de que su único accesorio fue, para la mujer, el rebozo, y para el hombre, el sombrero de palma y ala ancha, bienes de consumo que se producían en algunos mercados del país y en la misma ciudad. La zona comercial donde se surtía este sector se encontraba dispersa por varias calles de la ciudad, donde se localizaba el mediano y pequeño comercio, o bien alguna de las muchas costureras que existían por la ciudad.

Fuente: Fototeca AHPLM

Figura 15 Vestimenta de los sectores desprotegidos 

Concluimos que los nuevos modos de vida respondieron a la política del régimen porfiriano, que tenía como propósito la modernización del país. En la ciudad de La Paz, esa política se expresó en la consolidación de la actividad mercantil, gracias al desarrollo de la minería en la cercana municipalidad de San Antonio, a la pesquería de perlas, explotación de las salinas y a la regularidad en la comunicación marítima con algunos puertos de Estados Unidos y Europa. Esto último puso en contacto a los empresarios y comerciantes con el progreso de la cultura material en esos países, particularmente Francia, aquel que tenía que ver con las necesidades más indispensables como eran la vivienda, el alimento y el vestido. Por consiguiente, fue a través del comercio que llegó la modernidad a la ciudad, que se tradujo en patrones de consumo claramente urbanos, que se sustentaron en el lujo y confort, lo que dio a la élite política y social de la ciudad un carácter cosmopolita. Sin embargo, como dice Braudel (1984), la mayoría permaneció en el inmovilismo, es decir, no fue envuelta por el manto de la modernidad.

Referencias

Archivos:

AHPLM Archivo Histórico Pablo L. Martínez

BAGN Biblioteca del Archivo General de la Nación

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1Entendemos como cultura material, siguiendo a Bauer (1999), las formas en que los humanos producen, usan y consumen una variedad de bienes para satisfacer sus necesidades más indispensables.

2José María Barrios de los Ríos llegó a la ciudad de La Paz en 1892 para desempeñarse como juez de Primera Instancia, donde se mantuvo, al parecer, hasta 1895. En ese mismo año de su arribo, hizo un retrato de la ciudad de La Paz, en cuyos rasgos no se advierten las transformaciones que comenzaba a tener dicha ciudad respecto a su urbanización.

3Además de mantenerse el contrato a la Compañía Vapores-Correos del Pacífico, pactado en 1872, cuyos vapores cubrían la ruta entre Panamá y San Francisco, haciendo escala en algunos puertos del Pacífico y mar de Cortés, entre ellos La Paz, durante el gobierno de Porfirio Díaz fueron concesionadas cuatro empresas para enlazar al territorio sudpeninsular con puertos extranjeros: la Compañía Línea Acelerada de Vapores del Golfo de Cortés, la Compañía de Vapores de California y México, la Compañía Mexicana Internacional de Vapores del Pacífico y Golfo de California, y la Compañía de Vapores de la Costa del Pacífico (Busto, 1999; Calderón, 1989; González, 2012).

4Padrones de la municipalidad de La Paz de 1869 y 1881, Archivo Histórico Pablo L. Martínez (de ahora en adelante AHPLM), vols. 97 y 163, docs. 86 y 175. Censos Generales de Población de 1895, 1900 y 1910, AHPLM, Fomento, vol. 259, doc. 4, exp. 8, vol. 409, doc. 776, exp. s/n, vol. 563, doc. 8. La extensión de un solar era de 50 metros por lado, véase Reglamentos de Solares de 1861, 1864 y 1881, La Paz, Baja California, 30 de septiembre de 1861, 16 de abril de 1864 y 25 de mayo de 1881, AHPLM, vol. 78 bis, doc. 777, vol. 86 bis, doc. 195, vol. 158, doc. 506.

5Constancia expedida por el secretario municipal de La Paz sobre los solares adjudicados y en trámite, desde 1892 a 1907, La Paz, Baja California, 1907, AHPLM, vol. 443, doc. 389, exp. s/n.

6Para estas fechas, el mayor capital de los principales comerciantes del puerto de Guaymas ascendía a 100 000 pesos (Gracida, 1997), lo que refleja que la actividad mercantil en la ciudad de La Paz era significativa.

7Lista de comerciantes de la ciudad de La Paz, La Paz, Baja California, 24 de junio de 1892, AHPLM, vol. 242 1/1, doc. 29, exp. s/n. Noticia de las casas mercantiles de la municipalidad de La Paz, La Paz, 4 de mayo de 1900, AHPLM, vol. 289, exp. s/n.

8Lista de comerciantes de la ciudad de La Paz, La Paz, Baja California, 24 de junio de 1892, AHPLM, vol. 242 1/1, doc. 29, exp. s/n.

9El Distrito Sur, 1907, Hemeroteca del AHPLM. 13

10Acta del Ayuntamiento de La Paz, La Paz, Baja California, 21 de agosto de 1836, AHPLM, Libro de Actas del Ayuntamiento de La Paz 1833-1859, 1.1. Acta de la sesión del Ayuntamiento de La Paz, del 14 de enero de 1869, AHPLM, vol. 97, doc. 128.

11Padrón de la ciudad de La Paz de 1857, La Paz, Baja California, 8 de abril de 1857, AHPLM, vol. 68 bis, doc. 469, exp. s/n. Padrón de la municipalidad de La Paz de 1869, La Paz, Baja California, 31 de enero de 1869, AHPLM, vol. 97, doc. 86.

12Padrón de extranjeros residentes en la ciudad de La Paz en 1881, La Paz, Baja California, noviembre de 1881, AHPLM, vol. 163, doc. 175, exp. s/n. Padrón de la municipalidad de La Paz de 1869, La Paz, Baja California, 31 de enero de 1869, AHPLM, vol. 97, doc. 86.

13El Pacífico, Hemeroteca del AHPLM. Testamento de Santiago Viosca del Solar, Expediente relativo a La Logia Masónica “Fieles Obreros de Baja California”, AHPLM, apartado de donaciones.

14Inventarios de los bienes de Miguel L Cornejo, Ignacio L. Cornejo, Luis Gibert y Francisco A. González, AHPLM, Gobernación, vol. 640 bis, exp. 101. Inventario de los bienes de Edmond Vives, AHPLM, Gobernación, vol. 623 bis, exp. 96.

15Inventarios de los bienes de Miguel L Cornejo, Ignacio L. Cornejo, Luis Gibert y Francisco A. González, AHPLM, Gobernación, vol. 640 bis, exp. 101. Inventario de los bienes de Edmond Vives, AHPLM, Gobernación, vol. 623 bis, exp. 96.

16Testamento de Santiago Viosca del Solar, Expediente relativo a La Logia Masónica “Fieles Obreros de Baja California”, AHPLM, apartado de donaciones. El Correo de La Paz, Biblioteca del Archivo General de la Nación (BAGN).

17Véanse Padrón de la municipalidad de La Paz de 1869, AHPLM, vol. 97, doc. 86; y Censos Generales de Población de 1900 y 1910, AHPLM, Fomento, vol. 409, doc. 776, exps. s/n.

18Integrantes de la Junta de Beneficencia del Hospital Salvatierra, La Paz, Baja California, 23 de septiembre de 1890. AHPLM, Gobernación, exp. 73, vol. 209. El Distrito Sur, núm. 11, 30 de septiembre de 1907, AHPLM, vol. 476, doc. 691, exp. 204.

19Presupuesto de la jefatura política para el año fiscal de 1897-1898, AHPLM, vol. 264 4/6, doc. 103, exp. 101.

20Don Clarito, Hemeroteca del AHPLM.

21Bando de Policía y Buen Gobierno, aprobado por el Ayuntamiento de la municipalidad de La Paz el 25 de diciembre de 1894, AHPLM, Ayuntamiento, vol. 256, doc. 22, exp. s/n.

22Reglamento de la Plaza de Abasto de la Ciudad de La Paz, 14 de abril de 1865, AHPLM, vol. 89 bis, doc. 457.

23Bandos de Policía y Buen Gobierno de 1833 y 1871, 13 de enero de 1833 y 16 de febrero de 1871, AHPLM, vol. 27, doc. 3955, vol. 103 bis, doc. 618.

24El Eco Peninsular, La Equidad, La Paz, La Voz de California,La Opinión Pública, El Pacífico y El Distrito Sur, Hemeroteca del AHPLM. 27

25El Pacífico, Hemeroteca del AHPLM.

26El Eco Peninsular, Hemeroteca del AHPLM. Informe sobre curtidurías existentes en el Distrito Sur de la Baja California, La Paz, Baja California, 22 de noviembre de 1908, AHPLM, Fomento, vol. 473, exp. 11.

27Informes sobre partes de policía correspondientes a 1891, AHPLM, Gobernación, vol. 228 3⁄4, doc. 72, exp. 77.

28Padrón de la ciudad de La Paz de 1857, La Paz, 8 de abril de 1857, AHPLM, vol. 68 bis, doc. 469, exp. s/n.

29Padrón de la municipalidad de La Paz de 1869, La Paz, Baja California, 31 de enero de 1869, AHPLM, vol. 97, doc. 86.

30Semanario La Voz de California, Hemeroteca del AHPLM.

31El Eco Peninsular, Hemeroteca del AHPLM.

32El Distrito Sur, Hemeroteca del AHPLM.

33El Distrito Sur, Hemeroteca del AHPLM.

34El Distrito Sur, Hemeroteca del AHPLM.

35Semanario El Pacífico, Hemeroteca del AHPLM. 34

36La Baja California, La Voz de California, El Distrito Sur, El Pacífico, Hemeroteca del AHPLM.

Recibido: 04 de Febrero de 2016; Aprobado: 02 de Mayo de 2016

Edith González Cruz. Mexicana. Doctora en Historia por la Universidad Autónoma de Baja California Sur. Actualmente se desempeña como profesora-investigadora de tiempo completo en el Departamento de Humanidades de la Universidad Autónoma de Baja California Sur. Sus áreas de investigación están enfocados a temas de economía, política y sociedad durante las épocas porfiriana y revolución en Baja California Sur. Entre sus últimas publicaciones se encuentran: González, E. (2014). La municipalidad de La Paz a través de los censos de 1895, 1900 y 1910. En M. A. Landavazo, E. González Cruz y D. Trejo Barajas (Coords.), El norte de México y la historia regional. Homenaje a Ignacio del Río, México: Universidad Michoacana de San Nicolás de Hidalgo/Universidad Nacional Autónoma de México/Universidad Autónoma de Baja California Sur; González, E. (2014). La minería de la plata y el cobre, una actividad desarrollada por extranjeros en Baja California Sur, 1856- 1910. En I. del Río y J. D. Vidargas (Coords.), Intereses extranjeros y nacionalismo en el noroeste de México, 1840-1920, México: Universidad Nacional Autónoma de México.

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