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Culturales

versión On-line ISSN 2448-539Xversión impresa ISSN 1870-1191

Culturales vol.3 no.2 Mexicali jul./dic. 2015

 

Artículos

 

Calladito y en la oscuridad. Heteronormatividad y clóset, los recursos de la biopolítica

 

Silent and in the dark. Heteronormativity and the closet, resources of biopolitics

 

Abraham N. Serrato Guzmán y Raúl Balbuena Bello

 

Universidad de Guanajuato (serratoan@gmail.com)

Universidad Autónoma de Baja California (duharpin@hotmail.com)

 

Fecha de recepción: 26 de marzo de 2015.
Fecha de aceptación: 19 de junio de 2015.

 

Resumen

El objetivo del presente artículo es describir, desde la noción de la biopolítica de Michel Foucault, las prácticas y discursos que "circulan" en la familia. Entendemos que ésta puede ser considerada como un "dispositivo disciplinario" que, por un lado, reproduce y difunde la ideología heteronormativa, y por otro, regula los usos del cuerpo y la forma de expresar la sexualidad de los miembros homosexuales. Consideramos que este conjunto de prácticas y discursos ayuda a "construir" lo que se ha denominado "el clóset" y que, además, intenta "corregir" o mantener en secreto (o postergar lo más posible) la manifestación pública de su homosexualidad.

Palabras clave: biopolítica, familia, clóset, heteronormatividad, homosexualidad.

 

Abstract

The aim of this article is to describe from the notion of biopolitics determined by Michel Foucault, the practices and discourses that "circulate" within the family. This can be understood as a "disciplinary mechanism" that, on one side, reproduces and disseminates the heteronormative ideology, and on the other side, regulates the body's uses and the manner in which it expresses sexuality of its homosexual members. We consider that this set of practices and discourses articulates what in colloquial language is known as "the closet", and that often requires homosexual members to try to "correct" or to keep secret (or postpone as much as possible) the public manifestation of their homosexuality.

Keywords: biopolitics, family, closet, heteronormativity, homosexuality.

 

Introducción

Al tomar en cuenta que la familia es una de las principales fuentes de conocimiento social, pues es la que provee todo un código de valores a partir del cual estructuramos gran parte de nuestras explicaciones del mundo, afirmamos que es ella (la familia) el reducto en que se promueve con intensidad una lógica heterosexual que inunda los espacios más íntimos de los sujetos con la intención de controlarlos: su sexualidad y sus cuerpos. Este es el sentido de la biopolítica de Foucault que queremos discutir.

En la familia se da por sentado que la heterosexualidad es la única orientación sexual válida, normal y socialmente aceptada. A través de ella, el código de la heteronormatividad ha quedado pretendidamente grabado en los sujetos, y con ello, a los homosexuales se les mantendrá en los márgenes del clóset.

Es importante entender al clóset no sólo como un espacio simbólico, que si bien constriñe y obliga a los homosexuales a mantener en secreto su sexualidad, también puede ser un lugar de franca comodidad para muchos. A pesar de esta segunda postura, pensamos que prevalece ese sentido opresivo que hace referencia a la sensación de encierro, ahogo y soledad, y que tal como señala Weston, el clóset "simboliza el aislamiento, el individuo sin la sociedad: un desconocido incluso para sí mismo" (2003, p. 86). En tal sentido, el clóset se convierte en un espacio que sirve de "contención" y, por tanto, atiende a las demandas de la reproducción de la heteronormatividad.

En el clóset, el homosexual es un "individuo del silencio"; está ahí porque ha aprendido que su identidad debe ocultarse; está ahí porque ha llevado a cabo un aprendizaje que, según Balbuena, es uno "del oprobio, el insulto, el anonimato y el agravio" (2010, p. 68). Aun así, podemos afirmar, junto con Sedgwick (1998) y Eribon (2001), que existen formas o estrategias para usarlo.

Bajo esta consideración, en el presente artículo hablaremos de la opresión y de la imposición heterosexual, y utilizaremos la propuesta de la biopolítica como un recurso explicativo. Esto nos permitirá analizar la forma en que la familia, al reproducir los valores heterosexuales, contribuye a la "construcción" del clóset, pues la familia, como refieren Foucault (2005) y Marquet (2006), es el lugar de vigilancia de la sexualidad. Desde ahí se reafirman las estructuras sociales, se intentan consolidar las representaciones sociales de la sexualidad, y se intentan mantener las costumbres y los estereotipos.

Consideramos que es relevante evidenciar la vigilancia y control sobre el cuerpo y la sexualidad al interior de la familia, para luego orillar al cuestionamiento de su imagen como la esfera "natural", "emotiva" y "apolítica" que ha legitimado y naturalizado los actos de violencia y homofobia articulados en su interior, pues, para utilizar una idea de Fuentes, "se aclara en todo momento que el cuestionamiento a la forma de vida normada será castigado" (2010, p. 235). Esto explicaría por qué cuando alguno de los miembros en la familia declara su homosexualidad, se trata de "enterrar" el asunto, impidiendo su expresión abierta o conduciéndose como si el hijo o hija no hubiera dicho nada. En esas circunstancias, la biopolítica resulta altamente explicativa.

Antes de continuar, deseamos establecer lo siguiente: Creemos que un análisis del biopoder, en su relación con el clóset y la heteronormatividad, contribuye a los estudios culturales en general, y a los de género en particular. Asimismo, creemos que, tal como indica Claudia de Lima (1999), con la incursión de los estudios feministas y de género (posteriormente los estudios queer), los estudios culturales se enriquecieron gracias a que aquéllos proporcionaron una perspectiva que hace evidente la vinculación entre la dimensión cultural y las relaciones de poder. Además, los estudios de género evidenciaron la relación entre la política de las esferas privadas y las públicas. Pensamos, particularmente, que nuestro análisis continuará con esta colaboración, pues atendemos a la crítica y reflexión que ha caracterizado tanto a los estudios culturales como a los de género.

 

Biopolítica: el poder sobre la vida

La noción de biopolítica

Entre las distintas líneas de trabajo desarrolladas por Michel Foucault se encuentra el tema de la biopolítica. Aunque ciertamente no ha sido una de las más trabajadas de su obra, en el capítulo "V. Derecho de muerte y poder sobre la vida", del libro Historia de la sexualidad I. La voluntad de saber, desarrolla un análisis de esta categoría. El resto de su análisis en torno a la biopolítica es recuperado a través de las transcripciones de cursos brindados en el Collège de France, como Defender la sociedad de 1977 o El nacimiento de la biopolítica de 1979, así como en las conferencias pronunciadas en sus visitas a otras universidades alrededor del mundo.

Adicionalmente, en fechas recientes, pensadores como Heller y Fehér (1995) y Esposito (2005) han recuperado el tema de la biopolítica como una cuestión central de análisis social, filosófico y político.

Al retomar a Foucault, en su clase del 17 de marzo de 1976 y en el capítulo mencionado líneas arriba, describe cómo hacia el siglo XIX terminó de delinearse un fenómeno que había comenzado en el siglo XVII, por el cual el poder se hizo cargo de la vida. En esta idea el poder es central en tanto que se "ejerce" sobre el hombre "como ser viviente", y se asocia con el derecho de "hacer vivir o dejar morir" (Foucault, 1996, p. 194; 1998). Concretamente, Foucault considera que ese poder sobre la vida se desarrolló desde el siglo XVII en dos formas principales. Uno de los polos

[...] fue centrado en el cuerpo como máquina, que se efectuó según la individualización, en dirección al hombre-cuerpo: su educación, el aumento de sus aptitudes, el arrancamiento de sus fuerzas, el crecimiento paralelo de su utilidad y su docilidad, su integración en sistemas de control eficaces y económicos, todo ello quedó asegurado por procedimientos de poder característicos de las disciplinas: anatomopolítica del cuerpo humano. (Foucault, 1998, p. 168).

Este mecanismo fue ejercido inicialmente por las instituciones sociales nacientes (producto del Estado): escuelas, hospitales y empresas; la administración y políticas públicas; y, por supuesto, la estructura familiar nuclear heterosexual que distribuía sus efectos sobre cada uno de los individuos, ajustándolos a las transformaciones sociales (como la revolución industrial y sus efectos en las jornadas laborales, la especialización laboral, la urbanización y la polarización de la división sexual del trabajo, entre muchas otras).

El segundo polo, formado hacia mediados del siglo XVIII, procede en el sentido de la masificación:

[...] fue centrado en el cuerpo-especie, en el cuerpo consumido por la mecánica de lo viviente y que sirve de soporte a los procesos biológicos: la proliferación, los nacimientos, y la mortalidad, el nivel de salud, la duración de la vida y la longevidad, con todas las condiciones que pueden hacerlos variar; todos esos problemas los toma a su cargo una serie de intervenciones y controles reguladores: una biopolítica de la población. (Foucault, 1998, p. 168).

Mecanismo que respondió a los efectos del cambio en la esperanza de vida, la morbilidad, las epidemias, la violencia, la delincuencia, y demás condiciones aparejadas a las nuevas condiciones de vida presentadas hacia finales del siglo XVIII. De esta forma, las disciplinas del cuerpo en la individualidad y las regulaciones de la población (a nivel de las "masas") constituyen los dos polos alrededor de los cuales se desarrolló la organización del poder sobre la vida (Foucault, 1996, p. 196).

Sin embargo, tal como señala Foucault (2007), para entender esta regulación es necesario identificar, en el surgimiento y expansión del liberalismo del siglo XVIII, el principio y método de racionalización del ejercicio del gobierno moderno, así como entender al gobierno como la actividad que rige la conducta de "los hombres". De igual forma, el análisis del liberalismo y de las formas de gobierno aparejadas a él, implica visibilizar las relaciones de poder en las que éstos se legitiman socialmente.

De maenera adicional, Foucault describe otros campos de intervención del poder: los formados por todo el conjunto de fenómenos que generan, además de la exclusión de los individuos, su neutralización. Aquí, el poder se encaminó a preparar mecanismos más ingeniosos y más racionales: seguros, ahorro individual y colectivo, seguridad social (Foucault, 1996). Asimismo, se desarrollaron diversas disciplinas-escuelas, colegios, cuarteles, talleres; aparecieron también los problemas de salud pública, vivienda, migración. En conjunto, surgió una "explosión de técnicas diversas y numerosas para obtener la sujeción de los cuerpos y el control de las poblaciones. Se inicia así la era del biopoder" (Foucault, 1998, p. 169).

Desde esta perspectiva, la población aparece "como problema biológico y como problema de poder" (Foucault, 1996, p. 198).

Algunos de los mecanismos instaurados por la biopolítica son las estimaciones estadísticas y las medidas globales que, de cierta forma, permiten "modificar, reducir los estados morbosos, prolongar la vida, estimular la natalidad" (Foucault, 1996, p. 199). Es decir, busca optimizar un estado de vida, tomar en gestión la vida, así como los procesos biológicos del hombre-especie, además de asegurar su regulación.

Adicionalmente, Foucault considera las estrategias de la anatomopolítica y de la biopolítica como técnicas de poder que funcionan de forma articulada, con el disciplinamiento de los cuerpos a nivel individual y la regulación poblacional de la vida a nivel de las masas:

Por un lado una técnica disciplinaria, centrada en el cuerpo, que produce efectos individualizantes y manipula al cuerpo como foco de fuerzas que deben hacerse útiles y dóciles. Por el otro una tecnología centrada sobre la vida, que recoge efectos masivos propios de una población específica y trata de controlar la serie de acontecimientos aleatorios que se producen en una masa viviente. [...] una tecnología que es, en ambos casos, una tecnología del cuerpo, pero en una el cuerpo es individualizado como organismo, dotado de capacidades, y en la otra los cuerpos son ubicados en procesos biológicos de conjunto. (Foucault, 1996, p. 201).

Estos dos conjuntos de mecanismos, uno disciplinario y el otro regulador, si bien no se ubican en el mismo nivel, se encuentran articulados. Así, es posible hablar de la articulación entre la ciudad, el Estado, la policía, las familias y las instituciones médicas, que además de articularse, se entrecruzan como mecanismos disciplinarios de control sobre el cuerpo.

Bajo esta consideración, y de acuerdo con Foucault, los rudimentos de anatomo y biopolítica son inventados en el siglo XVIII como técnicas de poder presentes en todos los niveles del cuerpo social y utilizadas por instituciones muy diversas como la familia, el ejército, la escuela, la policía, la medicina individual o la administración de colectividades para actuar en el terreno de los procesos económicos, de su desarrollo, de las fuerzas involucradas en ellos y que los sostienen; "operaron también como factores de segregación y jerarquización sociales, incidiendo en las fuerzas respectivas de unos y otros, garantizando relaciones de dominación y efectos de hegemonía" (Foucault, 1998, pp. 170-171).

Como consecuencia histórica de esta tecnología de poder centrada en la vida, apareció una sociedad normalizadora cuya objetivo es aplicar la norma tanto al cuerpo que se quiere disciplinar como a la población que se quiere regular. Se aplica al cuerpo y a la población, y permite fijar un orden disciplinario del cuerpo y los hechos aleatorios de una multiplicidad. "Nos vemos entonces ante un poder que tomó a su cargo el cuerpo y la vida, o si se quiere, que tomó a su cargo la vida en general constituyendo dos polos: uno en la dirección del cuerpo, otro en dirección de la población" (Foucault, 1996, p. 204).

En este sentido, Heller y Fehér (1995) consideran que cuando la política del cuerpo entró en escena, fue necesario apropiarse de los valores dominantes de su opuesto supuestamente absoluto: lo espiritual, es decir, los valores de la libertad (en el sentido de autonomía del cuerpo) y de la vida (bien como la supervivencia del cuerpo o como "vida o la buena vida" del cuerpo que en determinados supuestos pueden unir estrechamente los dos valores), o la armonía de ambas.

Asimismo, señalan el hecho de que se haya optado por la vida contra la libertad como una desviación drástica de la herencia del pensamiento moderno fundamentado en la moral religiosa. En términos de la sexualidad, afirman que se optó por la reproducción (que enarbola el valor de la vida) sobre el placer (que se erige en el valor de la libertad). Esto explica por qué el pensamiento tradicional se opone a la exigencia de grupos de la diversidad sexual, que ejercen una sexualidad centrada en el placer y no en la reproducción.

 

El biopoder y la sexualidad

Una consideración particular tiene el tema del sexo y la sexualidad en el análisis que Foucault realiza respecto de los efectos de los mecanismos disciplinarios y reguladores propios de la anatomo y biopolítica; los considera como "el pozo del juego político" y los coloca en el cruce de estos dos ejes, a lo largo de los cuales se desarrolló toda la tecnología política de la vida: entre organismo y población, entre cuerpo y fenómenos globales; su articulación no se realizó en el nivel de un discurso especulativo, sino en la forma de arreglos concretos que constituyeron la gran tecnología del poder en el siglo XIX; los dispositivos del sexo y la sexualidad son de los más importantes.

Particularmente, respecto al sexo, indica:

Por un lado, depende de las disciplinas del cuerpo: adiestramiento, intensificación y distribución de las fuerzas, ajuste y economía de las energías. Por el otro, participa de la regulación de las poblaciones, por todos los efectos globales que induce. [...] da lugar a vigilancias infinitesimales, a controles de todos los instantes, a arreglos espaciales de una meticulosidad extrema, a exámenes médicos o psicológicos indefinidos, a todo un micropoder sobre el cuerpo; pero también da lugar a medidas masivas, a estimaciones estadísticas, a intervenciones que apuntan al cuerpo social entero o a grupos tomados en conjunto. El sexo es, a un tiempo, acceso a la vida del cuerpo y a la vida de la especie. (Foucault, 1998, p. 176).

De ahí que Foucault señale cuatro líneas a lo largo de las cuales avanzó la política en relación con el sexo desde hace dos siglos hasta nuestros días. Cada línea fue una manera de articular las técnicas disciplinarias con los procedimientos reguladores. Por un lado, la sexualización del niño y la histerización de las mujeres respondieron a exigencias de disciplinamiento; por otro lado, se controlaron los nacimientos y se desarrolló la psiquiatrización de los perversos (entre los que se encontraban los homosexuales); aquí la intervención era de naturaleza reguladora.

Foucault explica cómo los dispositivos de poder se articulan directamente en el cuerpo y en la subjetividad, y cómo, lejos de que el cuerpo haya sido borrado, se ha tratado de hacerlo aparecer en un análisis donde lo biológico y lo histórico no se sucederían, sino que se ligarían con un arreglo a una complejidad creciente. En este sentido, considera que "puede admitirse que la sexualidad no sea, respecto del poder, un dominio exterior en el que éste se impondría, sino, por el contrario, efecto e instrumento de sus arreglos o maniobras" (Foucault, 1998, p. 184). De hecho, considera que se engendró una teoría sobre el sexo que ejerció, en el dispositivo de sexualidad, cierto número de funciones que la tornaron indispensable. Tres de ellas son particularmente importantes:

En primer lugar, la noción de "sexo" permitió agrupar en una unidad artificial elementos anatómicos, funciones biológicas, conductas, sensaciones, placeres, y permitió el funcionamiento como principio causal de esa misma unidad ficticia [...]. Además, [...] pudo trazar la línea de contacto entre un saber de la sexualidad humana y las ciencias biológicas de la reproducción [...]. Finalmente, la noción de sexo permitió invertir la representación de las relaciones del poder con la sexualidad, y hacer que ésta aparezca no en su relación esencial y positiva con el poder, sino como anclada en una instancia específica e irreducible que el poder intenta dominar como puede (Foucault, 1998, pp. 187-188).

Respecto a esta articulación, indica que no hay que poner el sexo del lado de lo real y la sexualidad del lado de las ideas confusas y las ilusiones, pues "la sexualidad es una figura histórica muy real, y ella misma suscitó, como elemento especulativo requerido por su funcionamiento, la noción de sexo" (Foucault, 1998, p. 191).

Si mediante una inversión táctica de los diversos mecanismos de la sexualidad se quiere hacer valer, contra el poder, los cuerpos, los placeres, los saberes en su multiplicidad y posibilidad de resistencia, conviene liberarse primero de la instancia del sexo. Contra el dispositivo de sexualidad, el punto de apoyo del contraataque no debe ser el sexo-deseo, sino los cuerpos y los placeres. Así, desde la perspectiva foucaultiana podemos observar cómo la legitimación del orden sexual se ha materializado históricamente a través de diferentes instituciones o dispositivos disciplinarios, lo que lo ha hecho parecer aún más "coherente" y "natural".

Con la noción de sexo fue posible agrupar una unidad artificial de elementos anatómicos, funciones biológicas, conductas, sensaciones y placeres, y permitió su utilización dialéctica; es decir, el sexo se consolidó como principio causal de esa esta unidad ficticia. Este mecanismo, propició, a su vez, que a la homosexualidad se le considerara como una enfermedad desde el discurso médico, una alteración en alguna parte del cerebro o un defecto congénito; desde el discurso psiquiátrico, como una desviación, perversión, o el resultado de un trauma infantil; desde el discurso religioso, como una abominación o un pecado; desde el discurso jurídico, un delito que debe ser castigado. La única sexualidad reconocida fue la sexualidad utilitaria y fecunda, es decir, la sexualidad reproductora. El sexo por placer se reprimió porque era incompatible con la nueva moral social, con la ética del trabajo y con su sistema de producción industrial, así como con la nueva forma de gobierno: el Estado republicano. Además, esa sexualidad resultaba incompatible con la nueva forma de organización que lograría reproducir al sistema de producción, económico y político moderno: la familia nuclear.

Entre los dispositivos disciplinarios señalados por Foucault que se encargan de regular, vigilar y controlar el comportamiento de los sujetos, de definir lo normal o lo anormal, lo natural o lo enfermo, lo correcto o lo pecaminoso, se encuentran las instituciones públicas, la educación y la religión. Entre todas ellas, un lugar especial ocupa la institución familiar, a la cual el mismo Foucault identifica como el lugar de emergencia privilegiada para la cuestión disciplinaria de lo normal y lo anormal. La familia pasó a ser un "espacio" en el que se producen discursos sobre la sexualidad, y desde donde se ejerce el poder-saber. Y aquí, mientras la vigilancia jerarquizada multiplica la eficacia del disciplinamiento al interior de la familia (Foucault, 2005), el castigo busca disminuir las desviaciones, a la vez que su poder normalizador orilla a la homogeneidad.

Finalmente, el examen combina las técnicas de la vigilancia jerárquica y la sanción normalizadora, y permite calificar, clasificar y castigar.

Es importante también hacer mención de la estructura panóptica de vigilancia enunciada por Foucault en relación con el ejercicio de la sexualidad, pues como el autor menciona, "el que está sometido a un campo de visibilidad, y que lo sabe, reproduce por su cuenta las coacciones del poder: [...] las hace jugar espontáneamente sobre sí mismo y [...] se convierte en el principio de su propio sometimiento" (Foucault, 2005, p. 206).

Entendemos, entonces, que la familia es un "reducto", un espacio que vigila, sanciona y castiga cuerpos, y al hacerlo, también moldea, da forma a los individuos, pone a trabajar el dispositivo apropiado para mantener las "regularidades" o la norma; tal es el caso de la homosexualidad. En la familia se atenta contra ella: se ejerce el castigo (con el destierro o con la invisiblización), se examina constantemente, se ejerce una biopolítica que no permite la transgresión de género, que no consiente los atentados contra los estereotipos de la heterosexualidad. Aunque entendemos que existen distintas experiencias de homosexuales que no nos permiten hacer una generalización, apelamos al carácter abstracto de nuestro análisis al mismo tiempo que ofreceremos algunos casos particulares para mantener nuestro argumento central. Hablamos entonces de casos (sólo de varones) en que es más evidente (y quizá más violenta) la puesta en marcha de la biopolítica, y sustentaremos parte de nuestras reflexiones con una serie de entrevistas realizadas durante la segunda mitad de 2013 y la primera de 2014 con hombres homosexuales y sus familiares en la ciudad de Mexicali, Baja California.

 

Calladito y en la oscuridad: la familia, su sentido disciplinario y el clóset

En este apartado ofrecemos un acercamiento a los momentos en que los informantes "descubren" su homosexualidad, pero también hablamos de las formas en que la familia (en tanto constructo) impulsa su ocultamiento y regulación.

Al partir de las experiencias de los informantes, pretendemos entender las relaciones de poder articuladas al interior del grupo familiar y cómo éstas regulan los usos del cuerpo y la sexualidad y perpetúan la ideología heteronormativa, al mismo tiempo que proyectan una mensaje al exterior: "Todos los miembros de una familia nuclear heterosexual son también heterosexuales".

La homosexualidad forma parte de la construcción identitaria del sujeto y atraviesa la representación que construye de los otros y de sí mismo. Esta serie de construcciones, así como la forma en que experimenta su homosexualidad, son producto del aprendizaje, la negociación y la confrontación con la serie de construcciones históricas que existen respecto de la sexualidad. Tomando esto en cuenta, nos acercamos a la experiencia de los entrevistados desde el momento en que descubrieron su sexualidad. Algunos de ellos manifestaron haber descubierto su orientación sexual durante la educación básica (en primaria o en secundaria), después de que les llamara la atención alguien de su mismo sexo y/o no les atrajera alguien del sexo opuesto, como en el caso de Moisés:

Pues desde pequeño, [...] bueno más bien como desde secundaria, yo empecé a sentir, como una atracción hacia los hombres, este... yo miraba cuando estábamos en clase de educación física, que pues, nos cambiábamos así en los baños o así, y, usábamos shorts, yo me fijaba mucho en los niños, y es como que ¡wow! Siento como algo raro, como que me atraen, y ahí es como que descubrí que me empezaban a atraer, yo me reprimía mucho ¿no?, yo decía eso no está bien y así crecí hasta la universidad, que ya es cuando me acepté. (Moisés, 22 años, entrevista personal, 17 de febrero de 2014).1

Por su parte, otros varones expresaron que todo el tiempo lo supieron, pues siempre se reconocieron diferentes. En un inicio era algo "natural" sentirse atraídos por personas de su mismo sexo o por las actividades y gustos "femeninos" atribuidos típicamente a las niñas. En estos casos, el contacto con el contexto, sus compañeros, maestros, hermanos y padres de familia, les hizo ser conscientes del carácter negativo de su diferencia y la necesidad de cambiar u ocultarla. Manuel describe así el descubrimiento de su sexualidad:

Yo, pienso... que desde siempre. [...] Pues es que, yo pensaba que era normal que me gustara jugar con los niños en la escuela, o sea más que con las niñas, pero ya, conforme vas creciendo, vas viendo, te vas asustando con tu sexualidad, como que: ¿por qué a mí me gustan los niños? Cuando de principio, pues yo pensaba que era normal, o sea, ya cuando a los demás les gustaban las niñas y a mí me gustaban los niños, así como que, ya ahí es cuando te quedas ¡A la madre!, ¿qué está pasando?, [...] Pero, pues ya en la secundaria, ya fue cuando el indicador de foco rojo, pues porque a mí me gustaban los hombres, no me gustaban las mujeres. (Manuel, 25 años, entrevista personal, 4 de noviembre de 2013).2

Es claro que el desconcierto representa un momento clave en la experiencia de quienes se sienten atraídos por el mismo sexo, pero es altamente significativa la interpretación que se hacen al respecto, puesto que está vinculada con emociones y sentimientos específicos. Es decir, "descubrirse" diferente o no cumplir con la conducta esperada puede generar una intención por ocultar su deseo o de "regular" su conducta, Diego lo describe de la siguiente manera:

Pues un poquito medio [sic], ¿cómo te lo explicaré?, cuando no [...], tú sabes que no le puedes decir a todo el mundo, entonces cómo decirlo, pues ahora estoy [...] como dicen, como dicen pues en un clóset; me sentía un poco agobiado porque yo quería andar en la calle, demostrarlo, decirlo en caso de que me preguntaran yo soy así, pero desgraciadamente hasta la fecha no puedo. (Diego, 22 años, entrevista personal, 6 de noviembre de 2013).3

Hasta este momento, en la literatura disponible se ha aceptado que el clóset es, por mucho, una consecuencia de lo opresivo que resulta el sistema heteronormativo, que la mayor parte del tiempo aparece como la única opción posible para no ser despreciado, violentado, excluido. Es entendible, entonces, que la persona que se descubre como homosexual sienta la necesidad de mantener en secreto su "diferencia". En tal sentido, es posible comprender que este ocultamiento tenga un carácter tanto protector como opresor, tal como puede verse en el testimonio de Esteban:

[...] ¿Qué pensaba? Pensaba... jajaja... seguir callado, por el qué va a decir la gente, por el qué iba a pensar mi familia, mi papá, sobre todo. Así seguí, [...] callado, porque me daba cuenta cómo la gente o los mismos compañeros de la escuela hacen mucha carilla, mucha burla pues, a la gente gay. Y en tu familia pues... todo el tiempo venir de [...] una familia que está dedicada a lo que es la iglesia, a lo que es... esto es lo correcto, este es el camino, entonces te quedas así como que, wow!, ¿qué hago: le sigo o me descubro o qué onda? No. Entonces yo opté por seguir encerrado, [...] y decidí seguir en una vida entre comillas "normal", te digo, como todos los demás, [...] yo creo que fue más eso, verte como una persona que hace o piensa cosas incorrectas [...]; sí temía mucho incluso pensar a veces en eso ¿me entiendes?; pensar en que me gustaba un hombre, porque siempre te dicen que es mal pensamiento, entonces optaba por mejor encapsular toda es[a] emoción o todo ese sentimiento que tenía, y sí, era reprimido [...] por cuestión de tu educación, familiar, religiosa y por lo que miras en la escuela, [...] entonces así calladito, calladito y en la oscuridad. (Esteban, 33 años, entrevista personal, 10 de febrero de 2014).4

Así, calladitos y en la oscuridad, muchos homosexuales han aprendido a expresar su sexualidad: en un mundo que es todo, menos natural. Un mundo cuya regulación significa el cumplimiento de lo culturalmente considerado como positivo o normal, en el que, como señala Weeks (1998), la sexualidad es un producto de la negociación, la lucha y la acción humana; es decir, es un objeto de la política, pues, para acompañarnos con Foucault, se encuentra articulada por relaciones de poder.

Después de reconocerse como diferentes, de aprender y darse cuenta de que lo que experimentan emocional y afectivamente es considerado negativo, anormal o "no es bien visto", aparecen dos caminos: "cambiar" y parecer "normales", u ocultarse y no luchar contra la atracción homosexual. Ambas opciones implican una fachada heterosexual, particularmente una exaltación de la masculinidad, es decir, una idealización del rol en términos de Goffman (2006). Es posible, sin embargo, vivir el cuerpo y sexualidad como el deseo invita, aun cuando las personas en el contexto próximo no lo consideren "adecuado", "normal" o "natural", o cuando contravengan a los mandatos del sistema sexo-género establecidos culturalmente, pues se pueden separar escenarios y vivir la sexualidad homosexual de forma clandestina. Todos estos escenarios forman parte del clóset.

La opción de "vivir" públicamente la homosexualidad y visibilizarla parece no estar contemplada de inicio casi por ningún homosexual. Javier, en su experiencia, optó por no intentar cambiar su orientación sexual y hacer la vida heterosexual que le había sido asignada dentro de una familia de nueve hermanos varones:

[...] yo tenía una negación que creo que no me agobiaba tanto porque simplemente como que aceptaba mi destino. Ah, ok, me gustan los niños, pero pues ni modo. Eso no está bien aceptado. Ok, yo tengo que hacer mi vida por otro rumbo, o sea, era una negación tranquila. (Javier, 36 años, entrevista personal, 17 de febrero de 2014).5

Como señalábamos anteriormente, el concepto de biopolítica de Foucault hace referencia a la política de relaciones de poder asimétricas entre los sexos y géneros reproducida al interior de la familia y ejercida sobre la vida y los cuerpos de los individuos. Esta biopolítica impone la reproducción biológica como norma y restringe la libertad sexual y el sexo no procreativo: "lo que hace entrar a la vida y sus mecanismos en el dominio de los cálculos explícitos y convierte al poder-saber en un agente de transformación de la vida humana" (1998, p. 173).

La aportación de Foucault es por demás trascendental, al desnaturalizar el peso dado al papel de la reproducción (de marcados valores judeocristianos), para describirla como un fenómeno construido como imperativo mediante el proceso de socialización al interior de la familia. ¿Cómo se manifiesta la biopolítica para llevar a cabo la vigilancia de los miembros de la familia, para regular y castigar su sexualidad? Creemos que la respuesta es: a través de la heteronormatividad.

En nuestro acercamiento a la biopolítica hemos identificado una dialéctica entre la difusión de la ideología heteronormativa y los mecanimos de regulación sexual implementados en ella (la familia). Así, puede decirse que, en el "contexto" que nos ocupa (la homosexualidad y la estrcutura famliar), el biopoder opera como una "cuestión" de heteronormatividad a través de la cual se hace pensar que es la única forma de vivir la sexualidad y que, en la familia, todos son heterosexuales.

Es evidente que el discurso y las prácticas heteronormativas permiten controlar la sexualidad, sobre todo, evitan cualquier comportamiento que se desvíe de la norma. A continuación describiremos lo que, a partir de la información brindada por los informantes, asociamos con la heteronormatividad y sus regulaciones en la estructura familiar.

 

Heternormatividad: trabajando para la biopolítica

La heteronormatividad es concebida por Granados (2002) como la ideología sexual que aprueba y prescribe la heterosexualidad como una asignación "natural", y procede de la diferencia biológica asociada a la reproducción de la especie. Consideramos que, consecuentemente, esta ideología está ligada de manera íntima con la ideología de género que comprende la asignación de modelos de género, es decir, de un modelo de masculinidad a los hombres, y uno de feminidad a las mujeres, sustentándose en los mismos preceptos esencialistas-biologicistas.

Es por la fuerza de estas ideologías que en la conformación de la vida social e interacciones cotidianas se da por hecho que todas las personas son heterosexuales, y que los hombres, masculinos y heterosexuales, deben cumplir con los roles que les han sido asignados, y las mujeres, femeninas y heterosexuales, cumplan con aquello que se espera de ellas. Esto contribuye a la estigmatización de la homosexualidad, a su sanción y vigilancia.

Tal como veremos en lo que sigue, podemos identificar una serie de estrategias encaminadas a cristalizar esta ideología, es decir, a naturalizar la heterosexualidad e invisibilizar la homosexualidad.

En primera instancia, podemos afirmar que, en las familias que se analizaron, existe una imposición de heterosexualidad reproductiva a todos sus miembros, ligada a los modelos de género. En segundo lugar, observamos que existe un imaginario estereotípico: la única estructura familiar válida y reconocida es la nuclear heterosexual; en ella residen los valores de lo normal y lo correcto.

Una tercera estrategia para la imposición de la heteronormatividad es la omisión de la sexualidad, en la que se inserta la invisibilización de la homosexualidad. Existe, además, una "tolerancia pragmática", que mantiene al margen la enunciación a los homosexuales y se acompaña de una separación de escenarios, que si bien permite que en ciertos espacios el homosexual pueda expresar su deseo, también impide su manifestación, visibilización y búsqueda de reconocimiento. En las declaraciones de los entrevistados, por ejemplo, fueron constantes las alusiones a la imposición de la heterosexualidad y su deber reproductivo producidas en la familia. Es decir, se aludía constantemente a su obligación como hombres y la exigencia por "reproducirse"; en algunos casos, para perpetuar el apellido paterno.

Diego describe la presión ejercida por su familia de la siguiente manera:

Mi mamá estaba muy ilusionada [con] tener nietos y era su principal [preocupación]. Quiero nietos, quiero nietos. Desde que tenía 15 años estaba friegue y friegue, me sentía, me siento todavía con la obligación de darle nietos, aunque yo no esté preparado, pero, por eso era, quería que viera los cambios por no tener problemas. (Diego, 22 años, entrevista personal, 6 de noviembre de 2013).

Sobre este tema, la señora Cecilia, madre de otro entrevistado (Esteban), considera que al enterarse de la homosexualidad de su hijo, se enfrentó con las expectativas que había generado en torno su vida en tanto heterosexual: el que se casara y tuviera hijos.

¿Con él cuándo me dijo?, pues sí me sentía un poco mal. Nunca, nunca me esperé pues... y yo también pensé que se iba a casar y tener hijos, pero yo nunca los apuré, yo todo el tiempo les dije, todo a su debido tiempo, todo va a pasar a su debido tiempo. Todo el tiempo les he dicho lo mismo. (Señora Cecilia, 54 años, madre de Esteban, entrevista personal, 18 de febrero de 2014).6

 Es importante observar que, por lo menos en estas líneas, puede entenderse la forma en que el discurso de la heterosexualidad trata de imponerse a los sujetos. El hecho mismo de que la madre en cuestión se "sientiera mal", es indicativo de la fuerza con la que irrumpe el discurso heterosexual. A su vez, la descripción de Diego ilustra fuertemente tanto la ideología de género como la heteronormatividad, ambas, un reflejo de la biopolítica.

Para abundar en esto, pensemos en la declaración que realiza Jorge sobre la exigencia de su padre de exaltar y demostrar que "se es muy hombre":

—Yo creo que sí, el ser muy hombre.

—¿El ser muy hombre?

—Sí, de demostrarlo partiendo leña, y demostrándole que te gustan los carros, el demostrarle que te gusta el futbol, el que te gusten todas esas cosas. Sí, mi papá siempre explica eso. Yo, como si nada, a mí no me importa. (Jorge, 21 años, entrevista personal, 7 de febrero de 2014).7

Actividades asociadas con la masculinidad aparecen en algunos testimonios y dan cuenta de la manera en que ésta se articula con la heteronormatividad y ejerece presión sobre los sujetos. Óscar entiende que tales actividades son pensadas para que los hombres las realicen, más allá de todo deseo personal:

En su momento lo hubo, ¿no?, al hecho de quererme meter en las clases que te digo, de artes marciales, de llevarme a querer ser trailero como ellos; sí, obviamente sí lo hubo, pero yo te digo, yo siempre, desde que estaba chiquito, siempre he sabido cuáles son mis gustos, siempre he sabido hacía donde voy, siempre. A mí no me importa si me quieres meter, pues lo hago, ¿okey?; si me quieres poner a hacer leña, pues lo hago, teníamos un rancho y me llevaba mucho al rancho y hacíamos casitas en el árbol y cortamos madera y ahí andaba, ¿sí? O sea, siempre tuve esas actividades, si ellos querían, va, pues, lo hacía, ¿pues qué?, no me era indiferente, yo me entretenía, yo lo hacía. Nada de lo que ellos me pusieran a hacer, a poner a hacer, o a estudiar, o actividades físicas. nada, nada me podía hacer cambiar de opinión. (Óscar, 36 años, entrevista personal, 8 de febrero de 2014).8

Aunque puede apreciarse la resistencia del entrevistado, deseamos poner énfasis no en ella, sino en la existencia de la exigencia de apego al modelo de masculinidad dominate como una regularidad. Es decir, los imperativos masculinos aparecen como una reiteración que permite difundir esa idea de la que hablamos antes: en la familia, todos los miembros son heterosexuales, todos los varones son "bien hombres".

En la misma dirección, encontramos la idea de que únicamente la familia nuclear heterosexual puede ser considerada como una familia y que, además, es la única forma de unión normal, natural, aceptada socialmente, por tanto, se debe respetar. El caso de Manuel es interesante para este tema:

Pues... aún no lo sé, o sea, yo me miro con él, con este muchacho con el que vivo, a futuro, pero no había pensado, o sea, no me había pasado por la cabeza que, porque es que no, no somos una familia, ¿sabes cómo?, o sea, no lo siento, o sea, sí, o sea, me veo con él por, o sea, no te puedo decir que toda mi vida, pero me veo con él a largo plazo, pero no te puedo decir que somos una familia, porque para mí, por mis creencias y todo, una familia es mamá, papá, niño o hijos de por medio; eso es para mí un matrimonio o una familia, vamos a decirlo, ¿verdad? Entonces yo no te puedo decir que somos una familia. (Manuel, 25 años, entrevista personal, 4 de noviembre de 2013).

Nos ha parecido trascendente este testimonio porque nos permite apreciar la forma en que la heteronormatividad ha permeado en la autoconcepción de los sujetos y de sus formas de convivencia. No podemos pasar por alto el hecho de que personas como el entrevistado, "naturalicen" y reproduzcan la idea de una sola "estructura" familiar; incluso acepten, como Armando, la idea de que la familia es un espacio vedado para aquella manifestación emotiva que no sea heterosexual:

Eso está medio raro porque ellos no permiten que lleve una pareja a mi casa, o sea, pero tampoco me lo prohíben, pero que lo haga afuera de mi casa, ¿sabes cómo?, o sea, no es como que te presento a mi pareja como tal, una pareja estable; no se meten conmigo si lo tengo o no, pero que yo lo lleve como pareja, eso no, ¿sí me explico? (Armando, 23 años, entrevista personal, 21 de noviembre de 2013).9

Como puede verse, existe cierta coincidencia sobre la idea de que la familia es todavía un espacio al que no debe "perturbarse", puesto que aparece como la única forma válida que estructura la vida de los integranrtes. Los argumentos sobre "el respeto" parecen funcionar como fronteras contra las que parece imposible atentar: las demostraciones de afecto o la sola enunciación del deseo homosexual no pueden (en muchos casos) siquiera ser enunciados. ¿Qué significado tiene eso? ¿Hacia dónde apunta? Hacia donde indicamos antes: el acallamiento.

La declaración de una madre de familia apuntala esta idea, al mismo tiempo que refuerza tanto la ideología de género como la idea de que la familia es un espacio eugenésico:

 [...] y luego yo le digo también eso de que, le digo no le hace que seas lo que seas; como te digo ahorita, hay que respetar a la familia, ¿si me entiendes, verdad? (Señora María, 54 años, entrevista personal, 16 de febrero de 2014).10

Existen otras preocupaciones centrales que, además, aparecen como explicaciones fundamentales que justifican la "observancia" de la familia:

Siempre he sido muy, muy conservador en ese aspecto, y muy respetuoso también; ahora, por ejemplo, en lugares públicos, cuando yo tenía pareja, pues sí, sí teníamos demostración de cariño y de amor. Teníamos mucha reserva; por ejemplo, en lugares no sé, porque, por ejemplo un cine, que yo sé que hay niños, obviamente ahí sí voy a tener una reserva en ese aspecto, ¿no? Yo sé que no voy andar haciendo cosas ahí, si sé que hay niños presentes o una familia, por ejemplo, y no es porque yo me oculte, es por respeto a los demás. (Óscar, 36 años, entrevista personal, 8 de febrero de 2014).

Este sentido que se le da al cuidado de la niñez afirma, por mucho, la patología que ha acompañado a la homosexualidad por décadas y que, en cierto sentido, sigue acompñándola y se establece dentro de la estructura familiar; de ahí que para algunos entrevistados la declaratoria de su sexualidad se presente como un dilema:

Mira, respecto a mi sexualidad, siempre... eh... la toqué con pincitas, o sea, siempre con quién me acosté y todo, nunca supieron nada, hasta hace poco, hasta hace poquito toqué el tema, así como que cositas pero... eh... nunca, siempre, pues, te digo, como la regla esa que de llegar a la casa a tal hora, yo iba... tenía mi molecito, y [sic] iba y lo que fuera a pasar, pero yo llegaba a mi casa, me bañaba, me cambiaba, y a ver la tele, o sea, no, no había pasado, nada; entonces por eso en mi casa no, nunca, pues no batallaron de que "no ha llegado" o "esto" o "lo otro", hasta ya después de la pubertad y todo eso, ¿no? [...]. No, nunca se hablaba del tema, y ¿Dónde andabas?, no pos que fui con fulanito, no, con fulano tipo, ¿Y qué hicieron?, cosas que hacen los hombres (ambos ríen), y hasta ahí pues, ya sabes qué hacer ¿sabes cómo? Mi mamá ya sabía, te digo, mi mamá siempre tuvo la esperanza de que cambiara, nada más, pero mi mamá ya sabía. (Manuel, 25 años, entrevista personal, 4 de noviembre de 2013).

Podríamos afirmar que la ideología heteronormativa funciona y se extiende en la familia a través de sus integrantes heterosexuales, pero eso reduciría a los integrantes homosexuales a una posición de pasividad absoluta. Podemos entonces afirmar que en tanto que crecen y socializan en la familia, los homosexuales asumen tal ideología, de manera que al hacerlo, asumen también que su sexualidad no debe incluirse en los discursos que circulan en ella. No son "apropiados".

La insinuación puede resultar estratégica, no así la declaración abierta. Aun así, es notable que los integrantes de la familia prefieran evitar hablar de la sexualidad del inetegrante homosexual:

—¿Tú crees que sí tengan claridad de que tú estás firme en tu convicción y en tu forma de ser y que vas a tener una pareja hombre?

—¡Nah!, eso sí lo saben, pero no, pues como te digo, evitan el tema. No, no hablan, no hacen comentarios sobre eso; igual a veces sí, mis tías, si subo foto con un amigo o si subo una foto con alguien más, y sí son de que ¡ay, es su pareja! o así, pero le preguntan a mis primas, o sea, a mí no, jamás se atreven a preguntarme nada, nada de eso. (Omar, 21 años, entrevista personal, 7 de febrero de 2014). 11

Incluso, no se habla de homosexualidad:

En mi casa nunca abiertamente escuché ¡ay, los homosexuales están mal!, ¡ay, asco los homosexuales!, nunca abiertamente, porque no era un tema común de hablar. Tú sabes que a veces en las familias también hay como, [...] ciertas cosas [...] de las que se pueden hablar o no, como el sexo, como la homosexualidad, como temas de mucha libertad en los jóvenes, esas cosas, no sé, no se hablan y como no se hablan, asumes, entonces yo asumía que estaba mal, que iba a ser mal visto aun y cuando jamás me dijeron directamente. "no te atrevas nunca a ser homosexual" o una cosa así. (Javier, 36 años, entrevista personal, 17 de febrero de 2014).

Y aquí bien valdría la pena pensar las razones por las cuales todos los temas sexuales han quedado fuera de la estructura familiar. Quizá sea como el mismo Foucault dijo: la familia fue construida (cursivas nuestras) para responder a las exigencias de producción, lo que implica un alejamiento de los placeres y sus discursos, y un estrecho acercamiento a la reproducción biológica.

Otros casos parecen confirmar esta idea:

Yo creo que sí resaltaba mucho el tema de la heterosexualidad, [y] el de la homosexualidad, sí, yo creo que sí se limitaba mucho, no tuve muchas pláticas yo con mis papás, ni sobre sexualidad, ni sobre homosexualidad, ni sobre muchos temas; yo creo que nos debieron haber dado de jóvenes; nos dieron educación y sí, y sí lo hicieron muy bien, pero son temas que yo busqué por fuera, ¿me entiendes?, que si no se platicaban en la casa, que no se platicaban ni con los abuelos, que un de repente la familia o en las reuniones familiares se comentaba, pero de otra gente, y nada más; pero sí son temas que se guardaban mucho. No, no los teníamos ahí. (Esteban, 33 años, entrevista personal, 10 de febrero de 2014).

De cierta forma, podemos decir que ha habido un acallamiento de la sexualidad en general y de la homosexualidad en particular. Aunque en algunas situaciones se permita visibilizar la homosexualidad, se impide su verbalización: ni el homosexual lo menciona, ni los familiares lo preguntan; va de ser un asunto aparentemente "inexistente" a uno "innombrable", o incluso encubierto:

Y mi última relación pues duré cuatro años de "mejores amigos". ¿A qué me refiero con mejores amigos? De que siempre esta[ba] en la casa, casi vivíamos juntos, pasamos navidades y año nuevos juntos; o sea, las familias en diciembre y en año nuevo, mis papás venían a verme, y pues casi siempre las dos familias nos juntábamos, siempre, siempre, digo, los cuatro años de relación, Navidad y Año Nuevo, y pues digo, mejores amigos que pasen navidades juntos; es como absurdo que no te des cuenta qué onda con tu hijo, ¿no?, y, este, pero para esto mi mamá ya sabe, ya sabía qué onda, no sabía abiertamente que él era mi pareja, pero sí sabía quién era realmente [...]. (Óscar, 36 años, entrevista personal, 8 de febrero de 2014).

 Javier, después de ser descubierto por su esposa llevando una doble vida y de haber huido de la ciudad por unos días, sus padres le enviaron mensajes de apoyo que lo llevaron a decidir su retorno a la ciudad, pero aun así, el tema de la homosexualidad no se ha tocado nunca cara a cara con sus padres:

Haz de cuenta que cuando volví, pues sí, si no fue esa tarde, fue a los siguientes días; a los dos días fui con mi mamá a verla y que viera que yo estaba bien, etcétera, pero hablar abiertamente, de Mira, mamá, este problema fue ocasionado porque, pues digo, a tu hijo le gustan los hombres y entonces, nunca, nunca jamás. (Javier, 36 años, entrevista personal, 17 de febrero de 2014).

Finalmente, consideramos que, como en el caso de Ismael, la separación de escenarios es una muestra de la fuerza con la que la heteronormatividad se impone (cristaliza). No podemos afirmar que todo se reduce a una estrategia de los sujetos para evitar las sanciones en la familia. Creemos que además de ello, el discurso se ha "cristalizado" de tal forma en la familia, que cubre todos los espacios en los que la homosexualidad pueda ser siquiera enunciada, por tanto, otros espacios son necesarios:

Ok, pues mis amigos, desde la prepa, todos mis amigos lo han sabido, mis amigos de la prepa, dos prepas que estuve por cierto... la carrera... un primo sabe porque casualmente me lo encontré con unos amigos, tiene novio también, por cierto, también es gay (risas), y pues Facebook, Facebook es como que un libro abierto, porque están mis amigos de la escuela, bueno la mayoría de todos, ahorita tú, la gente que escuche esto... jajaja... y ya. Y así como que ante la sociedad, creo que todos saben, incluso algunos maestros, y... pero excepto mi familia, como ya te había dicho... ajá. (Ismael, 20 años, entrevista personal, 11 de febrero de 2014).12

Antes de hablar con sus padres respecto de su orientación sexual, Moisés también acudía a esta estrategia para salir con amigos homosexuales o con su pareja sin generar "sospechas" al interior de su familia:

Salía mucho con... con mis amigos, cuando me preguntaban ¿a dónde vas?, yo les decía "ay, con un amigo o una amiga", y pues para que no, sí siempre les decía que con un amigo, a veces les decía que con una amiga, para que no sospecharan. (Moisés, 22 años, entrevista personal, 17 de febrero de 2014).

Entendemos que esta separación de escenarios garantiza el cumplimiento del mandato de la heternormatividad: la familia es, en esencia, heterosexual. Asociados a esta idea, encontramos otros dilemas:

Aun y cuando quería tener hijos, ya nunca, ya una vez que entré [...] a la cabronería, nunca la dejé, entonces sí me gustaría un niño, un hijo, nos embarazamos, lo tuvimos, muy a gusto, mucha felicidad, todo lo que tú quieras, pero al mismo tiempo me estaba pasando eso muy padre en mi vida de casado, pero al mismo tiempo tenía el problema de que, qué padre "conmigo como persona qué pasa", es cuando entra el asunto de que ¡Ay! Búscame pleito o cualquier problema lo que tú quieras, házmela de tos para yo hacértela más grande, para tener un pretexto, para dejarte y separarme de ti.[...] o sea, era como un, mis ganas de ser yo, pero sin decir soy yo, ni mentiras ni verdad, o sea, buscándome un pretexto para salirme de mi realidad, para no afrontar mi realidad, de manera que yo pueda vivir la vida como me daba la gana sin explicarle a nadie más, pero al mismo tiempo, saliéndome con una mentira, saliéndome con un pretexto, no diciendo mi verdadera razón de por qué me quería salir, y nunca la dije, y nunca la dije. Bueno, sí la dije, pero nunca la dije por decisión propia. (Javier, 36 años, entrevista personal, 17 de febrero de 2014).

Así, consideramos que la heteronormatividad (entendida como la ideología que hace parecer a la heterosexualidad como la única orientación sexual, normal, natural y válida), forma parte de la biopolítica, dado que incluye prácticas que naturalizan la heterosexualidad reproductiva y acallan a la homosexualidad. Pero también incluye la imposición del sistema de género hegemónico y del modelo de familia nuclear heterosexual. Se trata, entonces, de entender que la heteronormatividad es, en realidad, una biopolítica.

Bajo esta consideración, la separación de escenarios (en muchos casos asociada a una "doble vida") puede ser entendida como una forma de escapar a la presión de la biopolítica, definiendo esos espacios en los que los homosexuales pueden hacer pública su sexualidad como clandestinos (respecto de la familia, en el que no se pueden enunciar).

 

Hablemos del clóset

El clóset es una construcción dialéctica que se explica a partir de la heteronormatividad, su ideología (dominante) y las regulaciones que la familia, en tanto dispositivo disciplinario, ejerce sobre la sexualidad de sus miembros. Pensemos en él como un recurso del biopoder para regular la sexualidad no heterosexual. Fijemos una dimensión para hablar de él en estos términos: los discursos y sus prácticas (entendidas como actos que, en la cotidianidad, permiten interacción). Entendemos al discurso tal como lo define Ariño: "sistemas de creencias articulados, y con narrativas, que son estructuras lingüísticas que exponen en forma de relato la trama de un conjunto de acontecimientos" (1997, p. 211). Esta concepción hace énfasis en la importancia del discurso dentro de los procesos de significación y de legitimación del poder. Con ello, queremos decir que el discurso será entendido como ese conjunto de enunciados que expresan, pero también vinculan ideas, creencias y razonamientos con un "deber ser", es decir, con nuestras posibilidades de realizar nuestros actos. De esta forma, podemos decir que quien "emite" el discurso está en él y se explica a partir de él, puesto que el discurso designa la totalidad de las estructuras lingüísticas y prácticas simbólicas mediante las cuales se produce sentido. Partiendo de esta vicaria definición, podemos entender por qué los sujetos, luego de "descubrir" su homosexualidad, parecen no entender el sentido de las acusaciones que vincula el discurso:

Desconfianza en mí, no saber si estaba haciendo lo correcto o... o... si estaba haciendo bien, o sea, realmente no sabía si... si... si había algún problema en mí. Miraba... pues todo mundo te dice que lo correcto es estar con una mujer, un hombre estar con una mujer y una mujer con un hombre. Entonces pues me sentía como intimidado por mi misma familia, por las demás personas, por mis amigos, y pues tenía... sobre todo era miedo, miedo de aceptarme, miedo de que me juzgaran, miedo de que pues me rechazaran, principalmente mi familia, y pues era inseguridad... pues... todo eso... no eran sentimientos positivos, la mayoría eran negativos, miedo a tan siquiera voltear a ver a una persona o jugar con un hombre; o sea me daba miedo de que pensaran que fuera homosexual sabiéndolo yo, o sea, miedo de demostrarlo de alguna manera en mi comportamiento, porque igual como todo mundo etiqueta a los homosexuales, de que son muy femeninos, de que se comportan de tal manera, pues yo tenía miedo de demostrarlo para que no me juzgaran; entonces siempre procuré como que guardar eso, o sea, un hombre se debe de comportar tal y así me tengo que comportar, aunque sea homosexual. (Armando, 23 años, entrevista personal, 21 de noviembre de 2013).

En esta declaración se lee una "incapacidad" para resistir a los imperativos de la heteronormatividad y, al mismo tiempo, puede percibirse un deseo de reproducir la lógica de género heterosexual.

Pero ¿cómo se explica esto? Si el sujeto que enuncia es parte del enunciado mismo (tal como dijimos arriba), sólo quiere decir que al ser socializados en el discurso de la heteronormatividad, puede "esperarse" que, como en muchos casos, trate de mantener el orden de discurso, pues como indicábamos con Foucault del lado en el que se sufre el poder, "se tiende igualmente a 'subjetivarlo' determinando el punto en el que se hace la aceptación o la prohibición, el punto en el que se dice 'sí' o 'no' al poder" (Foucault, 1979). Esto no debe resultar extraño, puesto que es ahí, en la familia, donde estos discursos circulan con extrema fuerza y determinan la potencia con que el clóset debe ser construido, sobre todo, cuando las ideas de la crianza se presentan en los integrantes homosexuales:

—¿Pero tú crees que sea como un problema por la sociedad, como la sociedad vería el hijo, de a tu hijo a hija, por decirlo así, el hijo de una pareja gay, o por el hecho de crecer en una pareja gay?

—Yo creo que por el hecho de crecer en una pareja gay.

—¿Por qué?

—(Risa nerviosa) Pues a lo mejor todavía traigo en mente las cosas correctas y no correctas, y a lo mejor para mí no es correcto, hasta cierto punto sí, pero yo no lo haría, yo no lo haría; te digo yo soy muy dedicado a otras cosas, a otra gente, ah, no se me haría correcto a mí, aunque sí lo acepto, aunque sí lo acepto. (Esteban, 33 años, entrevista personal, 10 de febrero de 2014).

Las normalidades, las anormalidades, lo correcto e incorrecto, han sido una recurrencia no sólo con los entrevistados, sino que también representan una regularidad en los discursos que circulan en la familia y están estrechamente relacionados con una permisibilidad o prohibición que desborda los límites de la estructura familiar. Los discursos que circulan en la familia tienen una importantísima relación con los que provienen de las instituciones religiosas, pues se alimentan y apoyan unos a otro para que las cosas "se mantengan como están":

Pues más que nada, fue cuando yo dejé de asistir a, a... la iglesia, porque, sinceramente, la iglesia juega un papel muy, muy fuerte, en cuanto a la sexualidad y todo eso, ¿no? Que te meten ideas, a veces naces en él, en una familia que tiene, pues ya la religión, entonces te inculcan las ideas todo eso, ¿no? A veces es tan fuerte la... la presión de la iglesia en cuanto a las familias que te hacen, te meten las ideas, o sea, aunque tú opines diferente, a veces es tan fuerte esa, esa opinión, y pues, lógico, los padres la transmiten a los hijos; y pues yo crecí con esa idea de que pues era malo. (Moisés, 22 años, entrevista personal, 17 de febrero de 2014).

Es interesante ver que el entrevistado entiende el proceso de socialización por el cual somos acallados. También entiende y experimenta la forma en que la transmisión de creencias puede convertirse en un lastre para las personas homosexuales. Nos ha parecido que esto es una evidencia de que los discursos también influyen en las posibilidades que tienen los sujetos para "vivir cotidianamente": tener hijos o mantener una relación monogámica, mantenerse en la soltería, o bien "vivir la homosexualidad":

Yo tenía hasta el último momento, antes de aceptarme, la inquietud de llevar una relación "normal" hombre-mujer; todavía seguía intentando tener una relación normal por mi familia, por qué van a decir o qué van a pensar, porque tengo que tener hijos, porque es malo para la iglesia y todo eso; entonces yo llegaba a salir con amigas, mujeres, pero nunca tenía relaciones con mujeres, nunca las he tenido. (Esteban, 33 años, entrevista personal, 10 de febrero de 2014).

La experiencia de este entrevistado nos habla del carácter regulador de la heterosexualidad reproductiva. Esto tiene que ver con lo que Guillermo Núñez denomina pedagogías de masculinidad: "un conjunto de prácticas que tienen al cuerpo como su locus principal. El objetivo es que se abandone la sensibilidad propia y se desarrolle otra que se despliegue en gestos y actitudes de hombre" (2007, p. 243).

La fuerza con que el entrevistado trata de cumplir con los imperativos de la heterosexualidad, habla de lo profundo que interiorizamos los discursos de la normalidad, la forma en que son asumidos por nosotros, hasta el punto de elaborar una teatralidad que aparente que se cumple con "el destino", con "lo que deben hacer como hombres". De esta forma es que puede afirmarse que el clóset (como uno de los recursos del biopoder) legitima el orden de género tradicional (e incluso el patriarcado).

Además de estas regularidades del discurso, encontramos otras dos que han resultado altamente significativas para los entrevistados. Por un lado, la que tiene que ver con las ideas de enfermedad, o bien las de una condición física o mental que debería ser atendida para su resolución y restablecer el estado saludable y normal de la heterosexualidad. Existe, por otra parte, un fuerte discurso sobre una supuesta promiscuidad de los homosexuales que, asociada con la idea de que esta sexualidad no es procreativa (sólo buscar el placer sexual), aparece como otra regularidad que enfrentan los entrevistados y que, a su vez, colaboran con la construcción del clóset:

¡Uy sí! es el... es el... ¿cómo se llama?, la etiquetación; te etiquetan de que por ser gay o maricón, como dicen muchos, joto, lo que tú quieras, lo que te dé tu regalada gana, es como que, ¡ay! Muchos nos miran pedófilos, "quiere tocar a mi niño", lo miran mal luego, [...] también el de ¡has de andar todo pinche sidoso!, que yo no sé por qué miran a un gay y ¡ha de tener sida!, o sea, es una pinche, disculpa la palabra, pero es que se siente feo pues de que te estén tachando de ah [...] que este cabrón es bien puto, que, que, que puta en el aspecto de que se mete con cuanto cabrón se le ponga enfrente, este, son unas pinches locas, que lo mismo, lo del sidoso, pinches gonorreicos, que allá lo tienes bien aguado, que, que no sé, que, como un amigo me dijo jugando, jugando, pero sí me lastima un poco porque le tengo mucho aprecio, es de que ya se te caen los gases, son muchas cosas, se siente muy, muy feíto. (Diego, 22 años, entrevista personal, 6 de noviembre de 2013).

Tal como hemos venido afirmando en el presente artículo, estos discursos influyen determinantemente en las elecciones que toman los sujetos, pues son evidencia de la vigilancia y el castigo. Así, dichos discursos afirman y naturalizan la heteronormatividad y violentan a los sujetos para su disciplinamiento. La vigilancia, el control y el castigo irrumpen en la vida personal para encausar la conducta, para asegurar que la heteronormatividad, su sentido de reproducción, y los modelos de género, mantengan su hegemonía.

Hasta aquí hemos intentado mostrar (con base en los testimonios) que la mayoría de los entrevistados, así como sus familias, relacionan la homosexualidad con la transgresión del sistema sexo-género, y esta parece ser una de las formas de regulación con mayor peso para las familias. De igual forma, se puede observar que, al parecer, el nivel de regulación, vigilancia y control disminuye cuanto más se acercan los individuos al modelo de masculinidad hegemónica. Todo parecería indicar que, dentro de la familia, se tiene en mente la ecuación "a más masculinidad, menor homosexualidad", pues como ha dicho Rubin (1986), no sólo exige la heterosexualidad a sus miembros, sino la heterosexualidad ligada a modelos de masculinidad y feminidad.

A partir de la propuesta de Goffman, que usa el estigma para "hacer referencia a un atributo profundamente desacreditador" (2010, p. 15), consideramos que es posible entender porque el señalamiento y desacreditación resulta angustiante para muchos homosexuales. Esta "condición angustiante" es la que puede estar detrás de sus deseos por cumplir con los modelos de masculinidad establecidos.

Finalmente, a partir de los mismos testimonios, hemos podido dar cuenta de la forma en que los discursos de la heterosexualidad circulan en la estructura familiar organizándola, determinándola y vigilándola. Podemos hablar, entonces, de la existencia de una "ideología heterosexista" que da cuenta del "peligro" y "vergüenza" que puede representar para sus familias la homosexualidad. En ese sentido, la sola enunciación de "joto", "marica", "puñal" o "loca", intentan corroborar la inferioridad de la homosexualidad respecto de la heterosexualidad, y justificar la discriminación y la violencia reguladora que ejerce el estigma. El señalamiento, como práctica reguladora, tiene la finalidad de violentar al homosexual, anunciando que su manifestación abierta implicaría una violencia mayor. Además, como producto de la apropiación de los discursos reguladores y del señalamiento, control y vigilancia, logramos identificar una generación de culpa y una autovigilancia y autocontrol de la homosexualidad, pues como dice Foucault, "el que está sometido a un campo de visibilidad, y que lo sabe, reproduce por su cuenta las coacciones del poder: [...] las hace jugar espontáneamente sobre sí mismo y [...] se convierte en el principio de su propio sometimiento" (2005, p. 206).

 

Conclusiones

Consideramos que el análisis presentado permite deconstruir la naturalización y esencialización que culturalmente se ha hecho de la familia nuclear heterosexual como un espacio apolítico, en la que se construyen relaciones puramente "afectivas y armónicas". Por ello, hemos intentado evidenciar las "funciones" que cumple el biopoder en torno al cuerpo y sexualidad de sus miembros, estableciendo una política sexual que prescribe el patriarcado, la heteronormatividad y un sistema de géneros asimétrico y opresor; así como la aceptación exclusiva de una sexualidad que sólo concibe como fin último la procreación y condena la libertad y el placer sexual sin fines reproductivos. Hablamos, entonces, de relaciones y mecanismos de poder que se refuerzan unos a otros y que, además, se articulan con otras formas de poder o dispositivos disciplinarios para legitimar el poder que se ejerce en la institución familiar.

Pero ¿cómo hacer frente a este poder que parece omnipresente e impenetrable? ¿Cómo formar un espacio para la soberanía y la capacidad de autodeterminación? ¿Cómo confrontar y poner por encima del mandato a los deseos y expectativas personales?

Consideramos que estos cuestionamientos caracterizan el proceso de salir del clóset y lo complejizan. No es sólo el hecho de enunciarse como homosexual en un contexto heteronormativo; es confrontar poco a poco, en la cotidianidad, a través de discursos y prácticas transgresoras, la política sexual del espacio familiar. Se trata, en todo caso, de confrontar a la misma biopolítica.

Analizar los discursos y prácticas vinculados con la construcción del "clóset" al interior de la familia y observarlos desde la perspectiva del biopoder que vigila la "esperada" heterosexualidad de sus miembros nos ha ayudado a visibilizar las formas en que los integrantes homosexuales, en algunos momentos de su vida, aceptan y asumen los designios de la heteronormatividad, naturalizándola, haciendo de ella la única posibilidad de vida, aunque luego renuncien a dicha posibilidad.

De igual forma, hemos tratado de hacer visible el complejo sistema de articulación de las estrategias orientadas a la implementación de la ideología heteronormativa y de los discursos reguladores; de todas las formas en que, al interior de la familia, se busca controlar el comportamiento de sus miembros, "corregir" las desviaciones e invisibilizar las diferencias.

Creemos que, más allá de redimensionar la importancia y significado que tiene para los homosexuales cuestionar y confrontar estos mecanismos (muchas veces en soledad), es importante comenzar a formar posibilidades para que puedan valorar sus deseos y expectativas sexuales, sobre todo en lugares en donde la organización política gay apenas comienza a ser visible, como en Mexicali, aunque trabajos previos ya hayan señalado esta particularidad de la "visibilidad gay" (Balbuena, 2014).

Por otra parte, de manera deliberada hemos obviado la discusión sobre el contexto geográfico y cultural (a pesar de que los testimonios pertenecen a varones homosexuales originarios de esta ciudad), porque pensamos que la temática que hemos discutido es lo suficientemente amplia como para que, lectores y lectoras, se identifiquen con ella más allá de las condiciones mencionadas.

Tratamos de mostrar, también, que existe un alto grado de apropiación del discurso de "familia nuclear heterosexual", "motor" de la heteronormatividad, que obliga a los homosexuales a "respetar" esta institución, a no visibilizarse frente a sus propias familias, a no expresar su sexualidad frente a niños. Esta marcada apropiación de los discursos y prácticas reguladoras ha orillado a muchos homosexuales a buscar estrategias como la "separación de escenarios", para no confrontar la sacralizada imagen de la familia nuclear heterosexual, ni las relaciones de poder inscritas en su interior.

Finalmente, podríamos afirmar que el clóset puede de ser entendido como parte (recurso) fundamental de la biopolítica y que (como tal), "funciona" para controlar el cuerpo y sexualidad, pero también impide cuestionar (la sexualidad reproductiva y la heteronormatividad). Todo ello inhibe la postura política y la confrontación contra el sistema sexo-género dominante, pero, asimismo, inhibe el cuestionamiento hacia la estructura familiar nuclear (heterosexual). En tal sentido, no resulta sorprendente que muchos individuos reproduzcan discursos y prácticas sexistas, machistas y homofóbicas con el objetivo de mantener "su secreto", mantenerse calladitos y en la oscuridad.

 

Referencias

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Notas

1 Moisés es originario y radica en la ciudad de Mexicali. Al momento de la entrevista tenía 22 años, estaba por concluir la licenciatura en docencia de idiomas, y vivía con sus padres y hermana menor. Nueve meses atrás había manifestado abiertamente su homosexualidad a sus padres; previamente dejó de ir al templo de testigos de Jehová al que asiste toda su familia, y les pidió que no lo obligaran a regresar.

2 Manuel es originario del valle de Mexicali. Es abiertamente homosexual al interior de su familia desde hace cinco años aproximadamente. Al momento de la entrevista tenía 25 años de edad y radicaba en la ciudad de Mexicali con su pareja; trabajaba como vendedor de teléfonos celulares.

3 Diego es originario de la ciudad de Mexicali. Es abiertamente homosexual al interior de su familia desde hace aproximadamente cuatro años. Al momento de la entrevista tenía 22 años, vivía con sus padres y trabajaba como empleado de una panadería y como mago en la vía pública durante su tiempo libre.

4 Esteban es originario de la ciudad de Mexicali. Expresó abiertamente su homosexualidad a los 26 años, después de la muerte de su padre. Al momento de la entrevista tenía 33 años y vivía con su mamá, hermana y sobrina, trabajaba en un mercado de la ciudad de Caléxico, California. Él se considera a sí mismo y a su familia como muy fieles a la iglesia católica.

5 Javier es originario de la ciudad de Tecate, Baja California, pero ha vivido desde su niñez en Mexicali. Su familia se enteró aproximadamente hace diez años de su homosexualidad. Javier estudió administración de empresas. Al momento de la entrevista trabajaba como encargado de inventario y coordinador de las rentas de un dealer de maquinaria pesada en Mexicali; además, estaba divorciado de su ex esposa, con quien tuvo dos hijos; vivía con su mamá y veía a sus hijos semanalmente.

6 La señora Cecilia vive en la ciudad de Mexicali. Se considera altamente religiosa de la iglesia católica; tiene dos hijas y un hijo, Esteban. Su esposo murió hace aproximadamente diez años; poco tiempo después Esteban le confesó su homosexualidad. Al momento de la entrevista tenía 54 años de edad, vivía con Estaban, una de sus hijas y su nieta, y se dedicaba al hogar, como lo había hecho durante casi toda su vida.

7 Jorge es originario del valle de Mexicali. Al momento de la entrevista tenía 21 años de edad, y se consideraba dentro del clóset con su familia. Él alternaba su residencia entre el valle, donde vive con su familia, y la ciudad de Mexicali, donde estudiaba la licenciatura en ciencias de comunicación.

8 Óscar es originario de Monterrey, Nuevo León, pero desde que era niño ha radicado en la ciudad de Mexicali, aunque su familia regresó a radicar a Nuevo León. Es ingeniero industrial, con una especialidad en manufactura. Al momento de la entrevista tenía 36 años de edad, trabajaba como gerente en una industria aeroespacial de la ciudad, vivía solo. Él habló con su mamá sobre su homosexualidad desde hace diez años aproximadamente; con su padre y hermanos no lo ha hecho de manera explícita, pero él considera que implícitamente ya lo saben, aunque nunca se toque el tema.

9 Armando es originario y radica en la ciudad de Mexicali, donde estudia la licenciatura en ciencias de la comunicación. Declaró su homosexualidad al interior de su familia a los 22 años de edad. Al momento de la entrevista tenía 23 años de edad. Sus familiares, con quienes vive, profesan la religión cristiana, con la que él rompió lazos desde hace tres años aproximadamente.

10 La señora María es originaria y vive actualmente en el Valle de Mexicali, está casada y vive con su esposo, el señor Enrique. Ellos tuvieron tres hijos, uno mayor a Manuel y una hija menor a él, su hija es la única que vive con ellos actualmente. La señora María tenía al momento de la entrevista 54 años y se dedicaba al hogar.

11 Omar vive en el valle de Mexicali junto a su familia, sus padres y hermanos mayores, que ya están casados, sus cuñadas y sobrinos. Al momento de la entrevista tenía 21 años de edad y se encontraba estudiando el tercer semestre de la licenciatura en educación artística. Él habló con su mamá sobre su orientación sexual después de ser expuesto por una prima con quien lo platicó cuando estudiaban juntos en la preparatoria.

12 Ismael nació en Culiacán, Sinaloa, pero desde muy pequeño reside en Mexicali. Al momento de la entrevista tenía 20 años de edad, estudiaba la licenciatura en educación primaria y trabajaba en una tienda de helados. Él vivía con sus padres y su hermana menor. Se consideraba dentro del clóset con su familia porque no había hablado sobre el tema de su sexualidad abiertamente con sus padres, aunque consideraba que de forma implícita ellos ya lo sabían y lo aceptaban.

 

Información sobre los autores

Abraham N. Serrato Guzmán. Mexicano. Maestro en estudios socioculturales por el Instituto de Investigaciones Culturales-Museo de la Universidad Autónoma de Baja California y licenciado en trabajo social por la Universidad de Guanajuato Campus León. Actualmente se desempeña como profesor de tiempo parcial en la División de Ciencias Sociales y Humanidades de la Universidad de Guanajuato Campus León. Sus áreas de interés abordan temas de: familia y homosexualidad, homofobia, estudios de género, e intervención social.

Raúl Balbuena Bello. Mexicano. Doctor en ciencias sociales por El Colegio de la Frontera Norte, maestro en ciencias sociales aplicadas por el Instituto de Investigaciones Sociales de la Universidad Autónoma de Baja California, y licenciado en sociología por la Universidad Autónoma Metropolitana-Iztapalapa. Investigador en el Instituto de Investigaciones Culturales-Museo de la Universidad Autónoma de Baja California. Sus líneas de investigación abordan temas de género, homosexualidades y masculinidades. Entre sus publicaciones recientes destaca el libro Gays en el desierto. Paradojas de la manifestación pública en Mexicali (2015). Mexicali: Instituto de Investigaciones Cultuales-Museo de la UABC (con apoyo de Mantarraya Ediciones).

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